Aden tenía expedientes metidos bajo la camisa y en los pantalones, y llevaba los brazos llenos de carpetas. Seth también. Habían entrado en la habitación pequeña y polvorienta a la que les había conducido Julian, y tal y como él les había dicho, no habían encontrado a nadie en su interior. En realidad, Aden sospechaba que allí no había entrado nadie en mucho tiempo. El candado estaba oxid-ado y las también oxidadas bisagras de la puerta habían cedido con un leve empujón.
Los dos muchachos habían registrado rápidamente caja tras caja, y al revisar los papeles se habían dado cuenta de que todo estaba relacionado con lo inexplicable. Muertes, heridas y curaciones inexplicables. Habían recogido todo lo posible, y más tarde volverían por las demás cosas. En aquel momento, la prioridad eran Mary Ann y Riley.
Mientras volvían hacia la furgoneta, él no podía librarse de una sensación de nerviosismo.
—Elijah —murmuró.
Seth lo miró con extrañeza, pero no dijo nada.
Aden no podía esperar más para disculparse.
—Lo siento —dijo.
El alma no era vengativa, normalmente, pero tal vez en aquel momento no podía hablar. Tal vez algo fuera mal.
—Me sentía frustrado —añadió Aden—. No quería pagarlo contigo.
Una pausa. Un suspiro familiar.
«Lo sé».
Por fin.
—Háblame. Dime lo que te ocurre.
«He estado pensando. ¿Y si tus problemas provinieran de mí, y de mi forma de guiarte? ¿Y si estas cosas malas te estuvieran ocurriendo porque yo te digo que van a pasar?
Tal vez sean como una profecía que se cumple a sí misma…».
—Pues claro que no. Te necesito. Y ahora, más que nunca.
«¿Y si no hubiera ocurrido nada de esto si yo hubiera tenido la boca cerrada?».
Aden no tenía que ser adivino para saber adónde conducía aquella conversación.
Durante aquellos años, él les había pedido a las almas que se callaran. Y en algunas ocasiones, ellas lo habían intentado. La mayor parte de las veces habían fracasado.
Hablar entre ellas, y con Aden, era su única salida, su única conexión con el mundo que habían perdido.
—No me hagas esto, Elijah. Ahora no.
«Tengo que hacerlo. Voy a hacerlo».
—No.
«Lo siento, Aden».
—No —repitió él.
«Voy a intentarlo. Voy a intentar guardar silencio».
—Lo digo en serio. No me hagas esto.
«Lo siento muchísimo, Aden. Por el pasado. Por… el futuro. Lo siento. Pero pienso que esto es lo mejor que podemos hacer. Así que estas son mis últimas palabras durante una temporada».
—¿Y cuánto es una temporada?
Las nubes habían desaparecido. El sol lucía en lo alto, y le acariciaba la piel, quemándolo.
«El tiempo necesario. Ten cuidado, y recuerda que te quiero».
—Elijah.
Silencio.
—¡Elijah!
Más silencio.
Seth lo tomó del brazo e hizo que se detuviera.
—¿Qué demonios pasa?
Aden olvidó momentáneamente a Elijah, mientras intentaba entender lo que estaba viendo. El aparcamiento estaba completamente vacío. No había gente ni coches. Salvo Maxwell y Nathan, que estaban a pocos metros, chocándose con el aire.
Sin duda, aquello era una de las ilusiones de Tucker.
Aden dejó caer los papeles que llevaba en los brazos y echó a correr. Después de cinco zancadas, también chocó contra algo sólido, aunque no había nada delante de él.
Un humano a quien no podía ver resopló, y gritó con enfado:
—¡Mira por dónde vas!
Aden hizo lo posible por esquivar a aquella persona invisible. Y lo consiguió, pero unos pasos después se chocó con otra cosa. Seguramente un coche, porque no hubo protestas. Se le cortó la respiración cuando cayó al suelo de cemento duro. Hubo más papeles que salieron volando por el aire, y que se quedaron en coches invisibles.
Seth llegó corriendo, lo agarró de la camisa y lo puso en pie.
—Tú eres el experto en todas estas cosas. Dime lo que es-tá pasando.
—¡Todos están en peligro! ¡Victoria! —gritó, echando a correr de nuevo—. ¡Victoria!
Se chocó con otra cosa.
—¡Aden! —gritó Maxwell. Estaban separados por una buena distancia—. ¿Me ves?
—Sí.
—Yo puedo verte a ti, pero no puedo ver ninguna otra cosa.
—Tucker está aquí. Ten cuidado.
Maxwell asintió.
—Hemos encontrado a Riley. Está vivo. Hay policías en su puerta. Fue más difícil encontrar a Mary Ann, porque no conseguía percibir su olor, pero también había guardia custodiándola, así que lo conseguimos. ¿Qué demonios ha ocurrido aquí fuera? Hay un olor muy fuerte a sangre… ahí —dijo, señalando a un metro de distancia.
Aden olisqueó, y se dio cuenta de que también percibía el olor a sangre. No era de Victoria, sino de… ¿Shannon?
Como si fuera un motor recién arrancado, Junior comenzó a rugir. Aquel olor lo volvió loco.
—Cálmate —le dijo Aden, pero no sirvió de nada—. Has comido justo antes de venir aquí.
Junior volvió a rugir.
Aunque estaba desesperado de angustia, Aden recorrió con cuidado el aparcamiento. Tentando el aire y esquivando coches que no podía ver, llegó al lugar que le había señalado Maxwell. Alargó los brazos y tocó la furgoneta.
El motor todavía estaba encendido, y el metal estaba caliente.
Palpó el vehículo hasta que encontró la manilla de la puerta. Cuando estaba tirando de ella, la cerradura se bloqueó y el coche apareció ante su mirada. Estaba situado ante la ventanilla trasera y veía a Shannon inmóvil, con la garganta destrozada. Estaba muerto.
«Aparta la mirada, por favor», dijo Caleb. «No puede ser verdad…».
«No, no, no», murmuró Julian.
Aquello no era una ilusión. El olor de la sangre no podía proyectarse. Junior estaba furioso, clavándole las uñas en el cráneo para escapar y poder lanzarse sobre aquel néctar rojo.
Entonces, Aden vio a Victoria mordiéndole el cuello a Ryder, tirando de él como si fuera un tiburón furioso.
Había sangre por todas partes.
¿Por qué…? ¿Cómo había podido…?
Sin que pudiera evitarlo, Aden notó que se le hacía la boca agua. Él también quiso lanzarse a la herida de Ryder.
Su amigo no estaba muerto; tenía la boca abierta en un grito silencioso, y sus forcejeos eran débiles.
Entonces oyó un grito de horror.
—¡Para! ¿Qué demonios estás haciendo? ¡Para!
Seth se puso a dar golpes en la ventanilla y agitó todo el vehículo. Al ver que no conseguía nada, apartó de un empujón a Aden y siguió gritando.
Aquel escándalo sacó a Victoria de su locura. Se quedó inmóvil y giró la cabeza lentamente, como si temiera lo que iba a ver. Sus miradas se encontraron. Estaba jadeando, y tenía la cara llena de sangre. Sin embargo, Aden no encontró en ella la locura de la sangre, que era lo único que habría podido explicar por qué se había lanzado contra sus amigos. Vio tristeza, remordimiento… furia. Frustración, lágrimas.
Ella miró al asiento de al lado, y volvió a mirar a Aden.
Él olfateó el aire, y por fin, distinguió el olor oscuro de Tucker.
Tucker no había aparecido, pero Aden sabía que estaba allí dentro. Sabía que Victoria estaba en peligro.
Rodeó el vehículo, clavó las uñas en el metal y arrancó la puerta. Al instante, el olor de la sangre se intensificó, pero mezclada con el olor acre de la muerte.
Se inclinó hacia dentro y tomó a Victoria en brazos.
Estaba temblando violentamente. Ella escondió el rostro en el hueco del cuello de Aden, y se abrazó a él con fuerza.
—Llama a tu perro —dijo Tucker, aunque seguía siendo invisible.
—Cómetelo, y asegúrate de que no queda nada —le ordenó Aden a Nathan. Entonces, tuvo que agarrar a Nathan por la nuca para impedirle que obedeciera su propia orden.
Tucker siguió hablando.
—Quieres salvar a los amigos que te quedan, ¿no? Porque yo soy la única persona que puede ayudarte.
Victoria se movió, pero no se soltó del cuello de Aden.
—Tiene… tiene razón. No le hagas daño. Lo necesitamos.
¿Necesitarlo? ¿Desde cuándo? ¿Qué demonios había ocurrido allí?
—Tucker, no se te ocurra moverte.
Sonó una carcajada, y Tucker apareció de repente.
Estaba en el asiento del pasajero, completamente tranquilo, aunque tenía el pelo aplastado en la cabeza y la cara salpicada de sangre.
—Como si pudieras impedírmelo.
Seth estaba temblando y agitando la cabeza, intentando negar lo que veía.
—Victoria —dijo Aden, en un tono suave—. Voy a apartarme de ti, ¿de acuerdo?
Sus sollozos se hicieron frenéticos.
—¡No! ¡Por favor!
—Solo un minuto —dijo él, mientras la apartaba un poco y bajaba los brazos—. Voy a ayudar a Ryder.
—No lo hagas —respondió ella, y se limpió las lágrimas con el dorso de la mano—. Ryder ha matado a Shannon. Y fue él quien le prendió fuego al rancho, y me habría matado a mí también, pero yo… yo… Vlad lo poseyó, y utilizó su cuerpo para hacer lo que quería.
—¿Vlad lo poseyó? —repitió Maxwell—. Pero… pero… eso es imposible.
—En realidad, es muy posible —dijo él. Gracias al don de Caleb, él mismo había poseído a otra gente muchas veces.
Solo tenía que entrar en sus cuerpos y hacerse con las riendas de su mente. ¿Era eso lo que había hecho Vlad?
¿Estaba el vampiro dentro de la mente de Ryder en aquel vez?—. Por el momento, voy a ayudar a Ryder lo mejor que pueda.
—¿Y la crees? ¿Tan fácil? —le preguntó Seth, que dio un puñetazo en la ventanilla de la furgoneta y terminó de romper el cristal—. Tú mismo has visto lo que estaba haciendo, ¿y la crees?
—Sí, la creo —dijo Aden—. No hables de lo que no entiendes.
—Entiendo lo que hay que entender —replicó Seth—. Que es una asesina, y que a ti no te importa.
—No es una asesina —le respondió Aden con rabia. Había un tema que podía instigarlo a pelear, y era el honor de Victoria. Ella no era una mentirosa, y estaba destrozada por lo que había sucedido. Aden no iba a permitir que sufriera más.
Se quitó la camiseta y le vendó el cuello a Ryder para intentar detener la hemorragia. No quiso pensar en Shannon, que yacía muerto en el suelo de la furgoneta.
Shannon, el primer chico del rancho que había sido agradable con él.
Shannon, cuyo cuerpo muerto podía despertar y atacarlo.
Shannon, a quien tendría que matar de nuevo.
«Date prisa», se dijo.
«Pobre Shannon», dijo Julian.
«Otra muerte sin sentido», añadió Caleb.
El olor de la sangre era muy fuerte, embriagador. Se le hizo la boca agua y empezó a tener dolor de encías. Junior rugía con furia y comenzó a dar golpes en las paredes de su cráneo.
—No perdáis de vista a Shannon —dijo—. Avisadme si se mueve lo más mínimo.
—De acuerdo —dijo Maxwell.
—Y no te preocupes —intervino Tucker—. Nadie, aparte de nosotros, puede ver lo que está ocurriendo aquí. Me he asegurado de ello.
Qué buen samaritano.
—Vas a pagar por todo esto —le dijo Aden—. Por todo.
Espero que lo sepas.
—Oh, sí —respondió el chico, con la voz más triste que Aden le hubiera oído nunca—. Lo sé.
Aden le tomó el pulso a Ryder y comprobó que era muy La piel se le quemó al instante, y Aden siseó de dolor.
Sin embargo, al ver brotar la sangre, la dejó caer por el cuello de Ryder, y por su boca.
—Shannon se ha movido —dijo Maxwell.
A Aden se le aceleró el corazón. Tal vez, después de todo, quería que Shannon se despertara. No estaba preparado para despedirse de su amigo.
Sin embargo, sabía que Shannon no había vuelto a la vida, sino que él mismo lo había convertido en un zombi.
—Sujetadlo —les dijo.
El hombre lobo saltó sobre el cuerpo en cuanto Shannon abrió los párpados. El zombi clavó sus ojos vidriosos en Aden, y alargó las manos ensangrentadas hacia él.
Seth se puso a pegar a Maxwell para evitar que le hiciera daño a su amigo. No entendía que se había convertido en un muerto viviente que solo quería comer carne viva, y cuya saliva era un veneno ponzoñoso.
—Está vivo, y necesita atención médica. Deja que lo lleve al hospital —dijo Seth, con una mezcla de pánico y de alivio.
—No está vivo —le dijo Aden. Por mucho que él deseara lo contrario.
Tucker aplaudió para llamar la atención de la gente. Lo consiguió, pero también aumentó la tensión.
—Todos estáis jugando al juego de Vlad. Estáis distraídos, y tirando en direcciones contrarias.
—Como si a ti te importara —respondió Maxwell, sin moverse del cuerpo de Shannon, que había empezado a forcejear.
—¡Tú no sabes lo que yo siento! Vlad me ha amenazado con matar a mi hermano pequeño, y yo haré lo que sea necesario por salvarlo. Y eso incluye mataros a todos vosotros. Solo espero que no sea necesario.
Aden no sabía si la excusa de su hermano era cierta o no, pero sí sabía que Vlad era capaz de usar a cualquiera.
—También incluye hacer un trato contigo, aunque sé que después me matarás. Así que… ahí va: salva a mi hermano, protégelo, y yo te ayudaré a salvar a Mary Ann y a Riley.
—¿Y darte la oportunidad de traicionarnos otra vez? No.
Tucker se lanzó hacia delante y se encaró con Aden.
—Yo odio lo que me obliga a hacer ese desgraciado. Me cae muy bien Mary Ann. ¿Crees que disfruto viéndola sufrir?
Por el rabillo del ojo vio que Maxwell tenía que estirar el brazo para agarrar a Nathan. Bien hecho; de otro modo, el lobo le habría desgarrado las mejillas a Tucker.
Aden empujó al chico hacia atrás.
—Sí, lo creo.
—Quiero que sufra Vlad. ¿Entiendes eso? Odio a Vlad.
Odio lo que me obliga a hacer. Pero no puedo desobedecerlo, ni actuar en contra de él hasta que sepa con certeza que mi hermano está bien.
Su preocupación parecía real, y por mucho que Aden odiara admitirlo, Tucker tenía las mejores armas para sacar a Mary Ann y a Riley del hospital. Sin embargo…
—Está bien. Si quieres que yo te ayude con tu hermano, ayúdame tú con Mary Ann y con Riley. Antes.
—¿Antes? No. Conseguirás lo que quieres y después te desharás de mí. No, ayúdame tú primero.
Observó el rostro de Ryder para detectar cualquier cambio, pero no advirtió nada. Tal vez su sangre funcionara, o tal vez no. No podía hacer otra cosa que esperar. Salió de la furgoneta y Junior se calmó completamente mientras él abría los brazos hacia Victoria. Ella se lanzó hacia él con el cuerpo trémulo.
—Preferiría matarte ahora —le dijo a Tucker—, y enviarle a tu hermano una tarjeta deseándole que todo le vaya bien.
Tucker apretó los dientes.
—¿Y cómo puedo confiar en ti?
—¿Y cómo voy a hacerlo yo?
Más rechinar de dientes. Y después:
—Está bien. Trato hecho. Te ayudaré ahora, y tú me ayudarás después.
¿No más discusión que eso? ¿Acaso estaba intentando engañarlo? Tucker tenía un plan; Aden estaba seguro de ello.
—Si sospecho por un instante que estás haciendo esto por Vlad, te…
¿Qué? No había amenaza lo suficientemente fuerte.
—No lo estoy haciendo por Vlad. Esta vez no —le dijo Tucker—. Vlad viene y va, y en este momento se ha ido.
—¿Te posee como poseyó a Ryder?
—No. Él… me guía.
Fácil arreglo.
—Resístete a él.
—No lo entiendes. Yo no puedo resistirme a él.
—Tienes libre voluntad, tío. Deberías intentarlo.
Aden miró a Ryder. Parecía que la piel de su cuello se estaba cerrando, y tenía una expresión de dolor en el rostro.
El dolor era bueno.
El dolor significaba que había vida.
—Maxwell, llévate a Ryder y a Shannon a la casa —le dijo Aden, para poner las cosas en marcha.
Victoria lo había salvado a él, y él salvaría a sus amigos.
Esperaba que las consecuencias no fueran tan severas.
Esperaba encontrar algún modo de impedir que Shannon se corrompiera.
—Mételos en habitaciones distintas, y cura a Ryder, y no hagas caso de nada de lo que diga, salvo si Vlad intenta poseerlo otra vez. Y que un vampiro, tal vez Stephanie, les dé un poco de sangre.
—Shannon ya está muerto, así que me parece bien, pero Ryder no sobrevivirá al traslado —dijo el lobo, después de sujetar a Shannon con el cinturón de seguridad.
—¿Sobrevivirá? —le preguntó Aden a Elijah.
Silencio. Un silencio opresivo.
Muy bien. Seguiría adelante sin la ayuda del alma.
—¿Por qué no vas con ellos, Seth? Puedes ayudar a cuidarlos.
Lo que no dijo fue que Seth era completamente humano, y que Vlad podía poseer a los humanos. Aden no sabía cómo lo estaba consiguiendo el antiguo rey, porque él mismo, si quería poseer un cuerpo, tenía que tocarlo. Así pues, tendría que tomar precauciones.
El chico enrojeció de ira.
—Me marcharé. Pero si alguno de los dos muere… entonces, fulminó a Victoria con la mirada.
Pediría venganza.
—No sería culpa de Victoria, y tú no vas a tocarla. Jamás.
Si lo hiciera, Seth y él se convertirían en enemigos. Aden no quería eso.
Sin embargo, Seth no se retractó de lo que había dicho.
—Victoria se quedará conmigo —dijo Aden. No le gustaba que estuviera cerca de Tucker, pero no quería perderla de vista otra vez.
Se metió la mano bajo la camiseta y sacó los papeles que no habían salido volando. Los dejó sobre el suelo de la furgoneta.
—Leedlo todo. Llamadme para decirme lo que averiguáis.
Tucker salió de la furgoneta; Seth ocupó su lugar en el asiento del pasajero.
—¿Podrías conseguir que nadie los viera durante el trayecto a casa? —le preguntó Aden a Tucker.
—Sí.
—Entonces, hazlo.
—¿Y cómo vas a volver tú a casa? —le preguntó Maxwell.
Buena pregunta.
—Robaré un coche —dijo Aden. Y no sería la primera vez.
—Entonces, está bien. Ya nos veremos —le dijo Maxwell.
Unos segundos después, la furgoneta se estaba alejando, y Aden, Victoria, Tucker y Nathan, en forma de lobo, se quedaron allí.
—Yo no puedo arriesgarme a entrar al hospital —les dijo Aden—. Como veis, todavía despierto a los muertos.
—Nathan y yo podemos entrar con Tucker —dijo Victoria—.
Nos reuniremos contigo aquí fuera.
Él ya sabía que ella iba a ofrecerse, pero eso no lo tranquilizó. Victoria era fuerte, se dijo. Ya no podía teletransportarse, pero era rápida.
—Si le ocurre algo… —dijo. Todos supieron que aquellas palabras iban dirigidas a Tucker.
—No será culpa mía.
—Seguro que esa es tu excusa cada vez que le haces daño a alguien.
Tucker entrecerró los ojos.
—Había que eliminar a tu amigo. Yo permití que ella lo eliminara. No es necesario dar excusas. ¿Qué tiene de malo?
condiciones en las que está ahora, te mataré, y lo haré de una manera dolorosa.
Tucker soltó un resoplido. No estaba intimidado.
—Riley va a hacer lo mismo. ¿Y sabes qué? Yo se lo advertí, pero él no me hizo caso. Esto es culpa suya. Así pues, vamos a dejar de charlar, y hagamos esto. Sacaré de aquí a tus amigos y tú protegerás a mi hermano. Ese es el trato.
Antes de que Aden pudiera responder, Victoria intervino:
—Estaré perfectamente —dijo, y sonrió débilmente—.
Además, Nathan está conmigo. Él no permitirá que Tucker haga nada.
Aden no señaló que Nathan no podría hacer nada si Tucker empezaba a proyectar ilusiones para confundirlo.
Le dio un beso rápido y fuerte.
A ella se le expandieron las pupilas, y el negro consumió al azul. Aden supo que le había entendido. Si tenía que des-garrar algunas gargantas, para salir ilesa, debía hacerlo.
—Bueno, ¿vamos ya? —dijo Tucker.
—Sí, vamos —respondió Victoria, sin apartar la mirada de Aden. Después se dio la vuelta, y los tres se alejaron de él y entraron por las puertas del hospital.
Aden se quedó en el aparcamiento con sus preocupaciones y sus remordimientos. Eso no iba a ayudarle a robar un coche, así que se los quitó de la mente y se puso a recorrer el aparcamiento.