¿Aquel paseo era de placer, o de negocios?
Victoria y Aden pasearon tomados de la mano durante un largo rato, tal y como habían hecho antes de El Incidente. Se alejaron de la mansión en silencio, si no tenía en cuenta el rugido constante que había al fondo de su cabeza, claro. Y se alejaron también de la seguridad.
Ella nunca le había tenido miedo a Aden, y en realidad, tampoco le temía en aquel momento. Sin embargo, él era tan diferente que Victoria no sabía qué esperar de él.
—Me gusta estar aquí.
Una conversación trivial. Fabuloso.
—Me sorprende —dijo ella.
No había muchos árboles, y sus ramas retorcidas no ofrecían demasiada sombra. Aunque ella no la necesitaba; su piel había empezado a adorar el sol, a ansiar todos sus rayos y el calor que pudiera proporcionarle.
—Sí. No hay ojos curiosos, porque no hay ningún escondite para nadie.
¿Para nadie? ¿Como ella?
—¿Debería estar asustada?
—No lo sé.
Aquella franqueza relajó a Victoria, y la hizo sonreír.
—Avísame si decides atacar, por favor.
—De acuerdo —dijo él. Pasó un instante, y añadió—: Aquí va el aviso. Tengo hambre.
Adiós a la relajación.
—¿Hambre de comida humana, o de sangre?
—De sangre —respondió él, arrastrando como antes las palabras, y con la mirada fija en el pulso de Victoria.
Ojalá aquella no fuera la única razón por la que él le había pedido que pasearan juntos, pensó ella, con una punzada de dolor.
—Antes de que bebas de otra persona, tengo que enseñarte a comer —le dijo.
—Creo que ya sé cómo se bebe —respondió él con ironía.
—¿Adecuadamente?
—¿Qué quieres decir?
—Las venas y las arterias tienen un sabor distinto. Las arterias son más dulces, pero son más profundas, y en los humanos tardan más en curarse, así que solo se utilizan si quieres matar. Y cada vena también es distinta. Las que es-tán en el cuello no tienen oxígeno, así que burbujean un poco, pero si no sabes lo que haces, también puedes matar.
—Eso ya lo sabía —dijo él, y pensó durante un momento.
Después asintió—. Sí, lo sabía.
Victoria no le preguntó si lo había sabido por sus recuerdos, que era como ella había aprendido también algunas cosas sobre él, o si lo había aprendido por sí mismo en al-gún momento de la noche, cuando habían estado separados y ella no sabía lo que estaba haciendo él. Había algunas cosas que era mejor no saber.
—Bueno, de todos modos, de mí no puedes beber —dijo.
Aden frunció el ceño.
—Sé que no debería beber de ti, pero ¿por qué estás tan en contra de mí?
Porque él se daría cuenta de lo vulnerable que se había vuelto. Porque sus dientes, aunque todavía humanos, le cortarían la piel sin ningún problema y le harían daño.
Porque tal vez a ella le gustara más que a él.
Porque tal vez se volviera adicta a su mordisco.
—¿Victoria?
Ah, sí. Todavía no había respondido. ¿Qué podía decirle?
—Lo único que pasa es que no quiero —dijo por fin. Era hora de cambiar de tema—. Bueno, ¿has bebido de alguien más esta noche, o esta mañana?
—No. No he bebido de nadie. Todavía. Encontraré a alguien —respondió él—. ¿Y tú? ¿Has comido hoy?
—Sí. Por supuesto, claro que sí.
Él la miró con los ojos entrecerrados; se le habían puesto nuevamente de color violeta, y cortaban como un láser.
—¿De quién? —inquirió.
La pregunta debería ser «qué». Por primera vez en su vida había comido comida. Alimentos con texturas y sabores extraños. Aquella noche, había dejado de necesitar sangre, y aunque aún la deseaba, lo que necesitaba era otra cosa. Algo sólido.
Se había metido en las dependencias de los esclavos de sangre y les había robado comida de su frigorífico. Como no sabía qué comer, había tomado dos bolas de queso y se las había escondido debajo de la túnica, y ya en su habitación había mordisqueado aquel queso con deleite.
—Victoria, te he hecho una pregunta.
—Eh… Tú no lo conoces —dijo, y era cierto. El queso provenía de las vacas, y Aden no podía conocer a aquella vaca en particular.
—Dime cómo se llama, de todos modos.
—¿Para que puedas matarlo?
—preguntó ella esperanzadamente.
No era su objetivo solicitar una matanza, pero un Aden celoso era un Aden que estaba interesado en ella.
—No importa —dijo él, agitando la mano—. No me importa nada.
Las esperanzas de Victoria se desvanecieron de nuevo.
En aquel momento, sonó su teléfono móvil, y ella se lo sacó del bolsillo de la túnica y lo abrió.
—Es un mensaje de Riley —dijo—. Dice que ha conseguido poner a salvo a Mary Ann, pero que Tucker ha estado a punto de estropearlo todo.
Tucker. Victoria odiaba a Tucker. Le soltó la mano a —¿Cómo está? —preguntó Aden, mientras le rodeaba la cintura con un brazo.
La guió hacia la salida del bosque, y ella se deleitó con su contacto, absorbiendo su calor, sintiendo que su cuerpo despertaba en respuesta a él.
—Bien —le dijo, mientras recibía otro mensaje de Riley.
—¿Te suena de algo el nombre de Tyson?
—¿Tyson? No. ¿Debería sonarme?
—No lo sé —dijo ella, y se lo preguntó a Riley.
Ella sonrió mientras se guardaba de nuevo el teléfono.
Aden no le preguntó de qué habían hablado. Cambió de tema de conversación.
—Elijah dice que ahora soy más como tú. Con respecto a la personalidad, quiero decir.
—Por supuesto que Elijah tenía que echarme la culpa del cambio a mí. No le caigo nada bien. No les caigo bien a ninguno de ellos —dijo ella. Entonces cayó en la cuenta de lo que acababa de decirle Aden, y jadeó—. ¡Espera! ¿Cómo?
Le falló el paso, tropezó y perdió el contacto con Aden.
Al erguirse, vio que él continuaba andando y lo fulminó con la mirada.
—¡Aden!
Él se giró a mirarla, frunció el ceño al ver la distancia que había entre ellos y retrocedió. De nuevo, ella absorbió su calor, y las células de su cuerpo temblaron de embeleso por su cercanía.
—Elijah dice que has dejado partes de tu carácter dentro de mí. Cuando nos intercambiamos a Fauces y a las almas, y cuando bebimos el uno del otro.
Ella se pasó la lengua por los colmillos. Unos colmillos afilados e inútiles.
—¿Quieres decir que esta forma de comportarte tuya, tan poco considerada y desagradable, es culpa mía?
«Tú has pensado lo mismo», se dijo ella. «¿Por qué te enfadas con él?». No lo entendía, pero de todos modos estaba enfadada.
—Sí. Eso es lo que quiero decir.
¿Así era como la veía la gente? ¿Fría y distante? Bueno, ella siempre había sabido que la consideraban muy seria, pero…
—Entonces, ¿por qué yo no me comporto como tú?
—Tal vez sí lo estés haciendo.
—¿Qué significa eso?
—No lo sé. Dímelo tú.
Ella alzó la barbilla.
—¿Quieres decir que me estoy comportando como si estuviera confusa, entrando y saliendo de las conversaciones, distraída todo el tiempo, y con ataques de celos?
Un momento. Sí, era cierto. Abrió unos ojos como platos al darse cuenta.
—¿Y así era como me veías a mí? —le preguntó él, como si le hubiera leído el pensamiento. Dio un paso amenazante hacia ella, y después otro.
Ella retrocedió lentamente, intentando no dejar entrever demasiado su cobardía, ni su deseo. Comenzó a temblar de lo mucho que necesitaba sus caricias.
Él no se detuvo, y ella no dejó de retroceder hasta que su espalda topó con el tronco de un árbol. Tal vez ella lo deseara, pero no conocía a aquel nuevo Aden, y no sabía cómo iba a reaccionar a las cosas que ella hacía y decía.
Aunque si Elijah tenía razón, y él se estaba comportando como ella, intentaría resistirse, pero no lo conseguiría.
Al fin, una bendición entre tantas maldiciones.
Aden posó las manos en sus sienes y presionó su cuerpo contra el de ella, y a Victoria se le escapó un jadeo.
Él la había atrapado, la había rodeado, y se había convertido en todo lo que ella podía ver. En todo lo que quería ver.
—Tú entras y sales de nuestras conversaciones —le dijo él.
No le habló en un tono de voz airado, sino… tal vez… ¿Tal vez de diversión?
—Eso no demuestra nada —replicó ella, tan solo por provocarlo. ¿Qué haría? ¿Hasta dónde llevaría aquello?
—Entonces, vamos a probar la teoría.
—¿Cómo?
Aden le rozó la nariz con la de él, y ella sintió su respiración cálida en las mejillas.
—¿Cómo te gustaría probarla?
¿Iba a besarla? A Victoria se le aceleró el corazón, y clavó la mirada en sus ojos.
—No… no lo sé.
—Yo sí. Primero, ¿tengo toda tu atención?
—Sí.
—Bien. Ese es el primer paso. Ahora, el segundo.
Sin más explicaciones, Aden la besó, al principio con suavidad, explorándola. A ella se le cortó el aliento. Entonces, él abrió la boca y la lamió. Ella también abrió la boca, y sus lenguas se entrelazaron. Ella posó las palmas de las manos en su pecho, y las deslizó hacia su cuello, y después, hasta su pelo.
—Me gusta el segundo paso —susurró—, pero no demuestra nada.
Beso.
—Ya nos ocuparemos de eso más tarde.
Beso.
Ella se echó a reír. Adoraba la parte bromista de Aden.
La había echado de menos.
Siguieron besándose y acariciándose durante muchos minutos, tal vez horas, y por fin, ella comenzó a sentir calidez. Deseó que Aden la acariciara como antes. Quería sentir sus manos.
Y pronto, sus deseos se hicieron realidad. Sus manos comenzaron a vagar por su cuerpo, explorándola y moldeándola, estrechándola contra él para besarla con más fuerza, hasta que ella comenzó a gemir suavemente, jadeando, mordiéndolo.
Aden no la mordió. Sin embargo, sus caricias se hicieron más fuertes, más ásperas. Y a ella le gustó. Se aferraron el uno al otro, se frotaron el uno contra el otro. Finalmente, él se apartó de ella y la tomó por la barbilla.
—¿Has estado con alguien? —le preguntó. Tenía la voz ronca.
—¿Te refieres al sexo?
Él asintió.
En vez de responder, Victoria le preguntó temblorosamente:
—¿Y tú?
—No.
¿Cómo era posible? Él… era guapísimo. Aunque las chicas humanas pensaran que estaba loco, deberían haberlo deseado.
—¿Por qué no? —preguntó ella, al tiempo que sus manos iniciaban una exploración propia, se deslizaban por su pecho fuerte, por la suavidad de su camisa y, después, se pasaban por debajo de la tela. Por fin. Aquella piel ardiente.
—Nunca he confiado en nadie lo suficiente como para hacerlo. ¿Y tú?
—Sí —admitió ella suavemente—. Yo sí.
Él la agarró con fuerza.
—¿Con quién?
¿Acaso iba a pensar algo malo de ella por eso? Victoria no quería decírselo, así que respondió:
—Tenía curiosidad. Como sabes, estaba prometida con Dmitri, y como también sabes, lo odiaba, así que…
—¿Dmitri? ¿Te acostaste con Dmitri? ¿Alguien a quien odiabas? —preguntó Aden con indignación.
—No. No fue con Dmitri. Pero ¿y si hubiera sido con él?
¿Qué harías? ¿Qué dirías?
—No lo sé.
—Bueno, de todos modos no fue con él. No quería que él fuera el primero.
Ella se había preguntado si debía mantenerse pura para vampiros, ni ningún requerimiento. Se lo había preguntado simplemente porque Dmitri era celoso y posesivo, y le habría hecho daño a cualquiera que ella hubiera elegido.
Finalmente, unos cuantos meses antes de viajar a Oklahoma, Victoria había decidido hacerlo, quitárselo de encima y elegir a alguien que pudiera enfrentarse a su prometido. Había sido un error que lamentaba, pero que ya no podía deshacer.
—Y, para tu información —prosiguió ella—, nosotros no tenemos una visión tan rígida del sexo como los humanos.
Mi padre tuvo mil esposas, ¿sabes?
Él la miró con frialdad.
—¿Con quién te acostaste?
—No importa.
—Entonces, todavía está vivo, y está aquí. Y eso significa que puedo… —de repente, Aden se quedó callado, y se puso tenso contra ella. Alzó la mirada y entrecerró los ojos—. Se acerca alguien. Una muchacha conocida.
Ella no pudo oír nada, pese a que lo intentó. Sin embargo, poco después sí oyó el sonido de unas hojas aplastadas, el crujido de las ramas.
Sí, alguien se acercaba. ¿Cómo era posible que Aden lo hubiera oído antes que ella? Se dio la vuelta y vio a Maddie, que se acercaba con su preciosa melena rubia flotando tras de sí.
—Majestad —dijo la muchacha, deteniéndose al verlo.
Aden se colocó delante de Victoria. ¿Era para protegerla de una posible amenaza? Sí, por favor. Eso significaría que Aden estaba volviendo a ser el mismo.
—¿Sí? —preguntó él.
—Tenéis visita —dijo Maddie—. Los miembros del consejo sugieren que os apresuréis.
Victoria sintió una punzada de miedo. ¿Visita? ¿Aliados o enemigos? En cualquier caso, Aden tenía hambre y todavía no se había alimentado. Hasta que lo hiciera, cualquiera que estuviera en la mansión correría peligro.
Porque cuanto más tiempo pasara Aden sin sangre, más hambre tendría, y podría atacar a los que estaban a su alrededor.
—Antes tienes que comer —le dijo, y aunque eso le dolió mucho, tuvo que añadir—: De Maddie.
Cuanto antes lo hiciera, mejor.
—No. Nada de vampiros —dijo Aden mientras cabeceaba—.
Victoria, teletranspórtate a la fortaleza y tráeme un esclavo de sangre.
Entonces, Victoria tuvo que admitir la verdad.
—No… puedo.
Había intentado teletransportarse hasta su presencia aquella mañana, cuando los hermanos de Riley le habían dicho que él la llamaba, pero no lo había conseguido.
Eso la había deprimido mucho. Ya no era normal. Era un bicho raro entre los suyos.
—¿Por qué? —le preguntó Aden.
—No puedo.
Él permaneció inmóvil un momento. No dijo nada de si había deducido lo que quería decir o no, sino que se limitó a asentir.
—Está bien. Volveremos juntos a la casa.
—Pero si tú necesitas…
—Maddie —dijo él, interrumpiéndola—. Ve delante.
La chica asintió y obedeció y Aden la siguió. Victoria se quedó en el sitio durante un segundo. Ni Aden ni Maddie la miraron, pero ella quería hacer algo para impedir que Aden fuera a la casa y se encontrara con quienquiera que fuera su visitante. Quería protegerlo, pero ¿cómo?
Cuanto más se alejaba Aden, más fuertes eran los rugidos de su cabeza, hasta que no fue capaz de concentrarse.
—¡Cállate, Fauces!
Otro rugido.
—Muy bien.
Lo que faltaba. Ahora había empezado a hablar con la cosa que tenía en la cabeza tan frecuentemente como hacía Aden.
Victoria apretó los dientes y echó a andar tras él.