No tuve noticias de Eamonn, aparte de la escolta enviada para acompañar a su hermana a casa. Yo lo agradecí enormemente, pues tenía nuestra última conversación grabada a fuego lento en la memoria, junto al recuerdo de su beso. En otoño ya había conseguido persuadirme a mí misma de que por fin había aceptado mi negativa y resuelto continuar con su vida. Lamentaba que mi decisión hubiera puesto las cosas difíciles a Sean, o a Liam, cuyos vínculos con Eamonn eran fundamentales no sólo para su defensa conjunta, sino también para cualquier empresa contra Northwoods. Ambos habían comentado el silencio de Eamonn. Aun así, todavía era pronto. Llegado el momento, la alianza mantendría la fuerza de siempre, ¿acaso no iba a casarse Aisling con mi hermano la primavera siguiente? Eso sanaría muchas heridas.
Una tarde cálida, cerca de Mean Fómhair, cuando la cosecha ya casi había concluido y las manzanas resplandecían maduras en el huerto, llevé a mi hijo a una zona retirada a la orilla del lago. La hilera de sauces casi llegaba hasta el agua, y la curva que dibujaba la orilla garantizaba cobijo e intimidad. Era un día radiante, la superficie del lago brillaba bajo la luz y el bosque empezaba a mostrar en todo su esplendor los colores otoñales, con un aura naranja, rojo escarlata y amarillo alrededor del verde oscuro de los pinos que coronaban las cimas de la cordillera. De niños pasábamos días felices allí: nadábamos, nos zambullíamos, nos encaramábamos a los árboles e inventábamos miles de juegos de aventuras. Ahora dejaba que mi hijo caminara desnudo por la arena, por donde dejaba el extraño rastro de ese paso vacilante y recién aprendido, casi a gatas. Más tarde yo misma me quedé en enaguas y lo metí en el agua conmigo, con la esperanza de que las tareas de la cosecha se encargaran de que nadie nos molestara. Johnny sonrió de placer y dejó al descubierto los dos dientes nuevos al sentir el agua fresca sobre la piel. Lo remojé varias veces suavemente con pequeños chapuzones.
—El año que viene por estas fechas te enseñaré a nadar de verdad —le anuncié—. Serás tan hábil como un salmón, o quizá como una foca. Entonces todos empezarán a decir que tu padre era un tritón, o un selkie.
Jugamos sin cesar hasta que se cansó y lo coloqué a reposar en su mantita multicolor bajo la sombra de los sauces. No estaba muy adormecido, pero parecía contento de quedarse ahí un rato mientras observaba el complejo juego de luces y sombras que formaban las largas hojas y murmuraba solo en un idioma infantil que yo no lograba comprender. Fiacha estaba colgado de las ramas no muy lejos, vigilante. Dio muestras de inquietud mientras estábamos en el agua, batía las alas sobre la cabeza con graznidos de preocupación o caminaba impaciente por la orilla, donde todavía se veían impresas con claridad en la arena sus pequeñas huellas. Ahora estaba tranquilo. Volví al agua y nadé, de vez en cuando levantaba la mirada para vigilar a Johnny antes de zambullirme de nuevo y dejar que el frescor me acariciara la cara, luego salía a la superficie y me sacudía el pelo con una lluvia de gotitas. Era una sensación muy agradable, como si, arropada por el fuerte abrazo del agua, pudiera darme un respiro y olvidar las complicaciones de mi vida, las decisiones a las que debía enfrentarme, despreocuparme de los secretos, el doble juego y los riesgos, y disfrutar de nuevo de esa inocente libertad infantil.
Al final me enfrié y emprendí la vuelta hacia la orilla. Johnny estaba durmiendo en la mantita; más tarde tendría hambre. Me quedé sumergida hasta las rodillas mientras me escurría el agua del pelo. No se oía nada, no se produjo ni un movimiento, pero algo me hizo alzar la vista. Se me erizó el vello de la nuca y fui consciente de que era observada.
Bajo los sauces, quieto como si formara parte del bosque, había un hombre. De no haberlo conocido, habría pensado que el complejo trazado que marcaba sus rasgos era sólo un juego de luces, una broma del sol entre las ramas de los sauces. Llevaba ropa sencilla, gris y marrón apagados, el atuendo propio de un hombre que desea pasar desapercibido en una zona boscosa. Si portaba un arma, no la veía. Al parecer el místico bosque de Sieteaguas no suponía mayor reto que los pantanos de Sídhe Dubh para el Hombre Pintado. O quizá le habían dejado entrar.
No hizo el menor movimiento. Era obvio que tendría que salir del manto de agua sólo con mis enaguas empapadas, y pensar de alguna manera en algo que decir. Me dirigí hacia la orilla con toda la dignidad que fui capaz de reunir, aunque es difícil sentir que controlas la situación cuando tienes que agacharte para escurrir el agua de la falda, con los brazos y hombros al descubierto, la mitad del pecho desnudo y los pies cubiertos de arena sin peine ni un mal espejo. Llegué hasta el claro donde había dejado mi túnica y el mantón sobre la hierba de la pequeña playa, pero él ya estaba enfrente de mí. Detrás, al otro lado, bajo los sauces, el niño ni se había inmutado.
Bran sujetaba mi mantón en las manos, y se acercó para ponérmelo sobre los hombros. Al cuerno con las palabras adecuadas. Apenas podía respirar, y mucho menos decir algo con sentido. El mantón cayó al suelo, me abrazó; yo también, y sentí el roce cálido de sus labios en un beso de tal ternura que me dejó al borde de las lágrimas. Me envolvió la cara con las manos, los pulgares se movían con lentitud sobre la piel de las sienes y las mejillas, como si no acabara de creer que estaba ahí, en sus brazos. Su ansiosa mirada contrastaba con esas caricias comedidas.
—Oh, Liadan —susurró, con la respiración entrecortada—. Oh, Liadan.
—Estás a salvo. —Alcancé a decir mientras movía los dedos con ternura sobre su nuca con el corazón desbocado—. No esperaba que… pero no deberías estar aquí, Bran. Los hombres de Liam están al acecho. Y todavía cree… no le he contado la verdad sobre mi hermana, de cómo la ayudaste. Estoy en deuda contigo por lo que hiciste.
—No tanto —contestó en voz baja—. Ya pagaste, ¿recuerdas? Ven, respetemos el código un poco, antes de que perdamos del todo el control. Siéntate a mi lado.
Se inclinó para recoger el mantón y me lo colocó sobre los hombros.
—Ahora —empezó, e inspiró profundamente— sentémonos, a tres pasos de distancia, te daré algunas noticias.
—Sé que mi hermana está a salvo —anuncié, y me senté como había ordenado. Él se acomodó cerca, en la hierba—. Vino un… un mensajero, el día en que murió mi madre.
—Entiendo. Tu madre… te habrá causado una gran tristeza.
Asentí, todavía me costaba hablar, respirar, recuperarme del todo.
—Hay más noticias que pueden interesarte —continuó Bran—. Noticias que supe de camino hacia aquí, que quizá todavía no han llegado a oídos de tu tío, o de tu hermano. Uí Néill está muerto. Lo estrangularon mientras dormía, cuando estaba acampado junto al desfiladero hacia el norte. Sucedió hace algún tiempo, antes del solsticio, eso me han dicho. Lo han mantenido en secreto por razones estratégicas. No se identificó al atacante. Huyó de noche, y no se encontró el cuerpo hasta el amanecer. Debió de ser un hombre de manos fuertes, que sabía moverse con destreza en los bosques.
Me vinieron a la cabeza hipótesis que me aterrorizaron.
—Entiendo —susurré.
—¿Había entre tus parientes alguien que supiera la verdad? ¿Alguien sin miedo a infligir el merecido castigo por lo que hicieron a tu hermana?
—A lo mejor Sean adivinó la verdad —aventuré—. Pero ha estado aquí en Sieteaguas desde la muerte de mi madre.
—¿No se lo contaste a nadie?
—Pareces sorprendido, pero fue sugerencia tuya. ¿Te desconcierta que una mujer pueda demostrar tal fuerza de voluntad?
—Claro que no. Empiezo a darme cuenta de que no puedo clasificarte simplemente como una mujer. En todos los sentidos, eres tú misma.
—Sin embargo, sí que les dije la verdad, al final. A mi padre y a Sorcha. No podía dejarla morir creyendo que Niamh había fallecido. Les conté lo que habías hecho por mí.
Nos quedamos sentados, en silencio, y yo reflexioné sobre la pasmosa posibilidad de que el Hombretón, cultor de todo lo que crece, arbitro en todas las disputas, hubiera sido capaz de echarle las manos al cuello a Fionn Uí Néill para arrebatarle la vida.
—No quería perturbarte —se excusó Bran sin demasiado entusiasmo—. Como muchos otros asesinatos secretos, es posible que se lo atribuyan a la banda del Hombre Pintado. Con tantas fechorías a nuestras espaldas, ¿qué importa una más? Por lo menos tu padre ahora ha dado un paso para compensar su debilidad de antaño.
Le puse mala cara.
—¿Acaso un hombre debe matar y mutilar para ganarse tu respeto? Me dedicó una mirada serena.
—Un hombre, o una mujer, debe, por lo menos, ser capaz de tomar decisiones firmes y respetarlas. Si tiene responsabilidades, no debería renunciar a ellas por un capricho. Si escoge el camino de las tierras, la familia y la comunidad, debe soportar esa carga de por vida, no dejarla a un lado para seguir a la primera mujer que lo encandila al pasar.
Suspiré.
—Ojalá hubieses conocido a mi madre. Te habría bastado hablar con ella una sola vez para cambiar de opinión por completo. En cuanto a mi padre, tomó una decisión difícil al venir aquí para estar con ella. No eludió su responsabilidad: sólo cambió una carga, como tú dices, por otra. Ella lo necesitaba, Bran. Lo necesitaba como… —Se me quebró la voz y reprimí las palabras. Como te necesito yo. No lo iba a decir.
Estuvimos un rato en silencio, luego dijo:
—No puedo quedarme mucho. Tengo que ver a tu hermano, mi misión casi ha terminado. ¿Hay otras mujeres por aquí, o estás sola?
—No creo que nos molesten, ¿por qué lo preguntas?
—Yo… me convencí de que guardaría la compostura cuando por fin volviera a verte, pero…
Las palabras se perdieron, pues de repente nos fundimos en un abrazo, nuestros cuerpos se unieron con fuerza y nos invadió una oleada de deseo contenido imposible de reprimir por más tiempo. En realidad era muy tierno sentir la dureza de su cuerpo contra el mío, y la caricia apresurada de sus manos sobre el tejido empapado de las enaguas. Todo se desvaneció, excepto esas sensaciones. Era como si no hubiera hombre ni mujer allí, en la orilla bajo los sauces; no existían ni Bran ni Liadan, sólo dos mitades de algo roto que, por fin e inevitablemente, volverían a formar un todo. Lancé un suspiro y lo atraje con más fuerza hacia mí. Susurró algo e hizo un leve movimiento, y yo emití un grito ahogado. Entonces se oyó un berrido desde el otro lado de la cala, y un graznido en la rama que teníamos encima. Ambos nos quedamos petrificados. El sollozo se intensificó, nos separamos, nos levantamos y me dirigí a tomar en brazos a mi hijo mientras Bran se quedaba de pie, inmóvil en la hierba, con el rostro muy pálido.
—Lo siento —me disculpé, ridícula—. A esta edad no pueden esperar para la cena.
Mi hijo estaba hambriento y enojado, y no quedaba más opción que sentarse ahí, a la vista, bajarme la enagua y darle el pecho. El llanto cesó al instante en cuanto empezó a succionar, y el cuervo cerró el pico, posado encima de nosotros. Fiacha no me había avisado de la llegada de Bran. Era un fallo extraño para un guardián tan eficaz.
Bran no se movió. Observaba, con los ojos como platos y una expresión de nuevo distante, una máscara.
—Está claro que no has perdido el tiempo —comentó amargo—. ¿Por qué no me lo dijiste antes? ¿A qué juegas?
Me asaltaron los agrios recuerdos de una conversación parecida, y se me llenaron los ojos de lágrimas de dolor e indignación.
—¿Qué quieres decir con que no he perdido el tiempo? —murmuré con rabia.
—Normalmente mis informadores trabajan mejor. Nadie pensó en decirme que estabas casada, y con un niño. He sido un estúpido al volver aquí.
Yo me debatía entre una risa demente y lágrimas de indignación. ¿Cómo podía ser tan increíblemente tonto un hombre célebre por su éxito en la misión más difícil?
—Pensaba que habías venido a ver a mi hermano —respondí temblorosa.
—Eso es cierto. No te mentía. Pero también pensaba… esperaba… está claro que mi interpretación no era correcta. Que pudieras… no puedo creer que me haya dejado engañar así, por segunda vez.
—Es verdad, es una pena pero estás muy equivocado, si crees algo así de mí. En ese caso no sería mucho mejor que las mujeres de la carretera, que se entregan a cualquier hombre que se lo pida.
Muy a su pesar, se había vuelto a acercar, y se había quedado agachado, al parecer incapaz de apartar la vista de la imagen del bebé que comía.
—Supongo que te habrán encontrado un compañero adecuado, como hicieron con tu hermana —dijo en un tono sombrío—. Por lo menos no te casaste con ese hombre, Eamonn Dubh. Lo vigilo muy de cerca: eso, por lo menos, lo habría sabido. ¿Qué hijo de jefe escogió tu familia para ti, Liadan? ¿Descubriste, después de yacer conmigo, que te gustaba y no pudiste esperar más al lecho matrimonial?
—De no ser por el niño, te habría dejado la marca de la mano en la cara por eso —repliqué, y coloqué a mi hijo en el otro pecho—. Está claro que todavía no has aprendido a confiar.
—¿Y cómo podría, después de esto? —farfulló.
—Tus prejuicios te ciegan ante la verdad —afirmé, lo más calmada que pude—. ¿Te has preguntado por qué estoy todavía aquí, en Sieteaguas, en vez de con mi marido?
—No me atrevería a dar una respuesta —contestó en un tono áspero—. Parece que tu familia sigue sus propias normas.
—Hombre, eso no está mal, viniendo de ti. —Mal rayo le partiera, apenas merecía que le dijera la verdad. ¿Cómo podía malinterpretarme de esa manera?
—Será mejor que me lo cuentes, Liadan. ¿Quién es? ¿Quién es tu marido?
Inspiré profundamente.
—Me he quedado aquí porque no tengo marido. Y no por falta de pretendientes. De hecho tuve la oportunidad de casarme, y la rechacé. No iba a darle el nombre de otro a tu hijo.
Se produjo un silencio total, excepto por los ruiditos que el niño hacía al succionar y tragar. Había aprendido a comer con eficacia, pronto bebió lo suficiente y se escurrió de mis brazos para ir a explorar de nuevo. Gateó vacilante hacia Bran, plantó una manita como una estrella de mar sobre los largos dedos tatuados y los examinó con aparente fascinación.
—¿Qué has dicho? —Bran estaba sentado, extremadamente quieto, como si temiera ejecutar el más mínimo movimiento no fuera que el mundo se desmoronara a su alrededor.
—Creo que me has oído. Es tuyo, Bran. Te dije una vez que no quería a ningún otro hombre más que a ti, y nunca te he mentido, ni lo haré.
—¿Cómo puedes estar segura?
—Porque sólo he yacido con un hombre, una sola noche, me parece que no cabe ninguna duda. ¿O has olvidado lo que pasó entre nosotros?
—No, Liadan. —Movió los dedos ligeramente sobre la hierba, y Johnny se sentó de repente, con un balbuceo de sorpresa. Levantó la mirada hacia su padre, en sus ojos grises se reflejaba el temor fascinado de Bran—. No lo he olvidado. Una noche así, una mañana así, permanecen grabadas para siempre, no importa lo que suceda después. Pero esto… esto no puedo creerlo. Debo de estar soñando. Seguro que es una fantasía de mi imaginación.
—A mí no me pareció una fantasía precisamente cuando le di a luz —repliqué con brusquedad.
Me miró con una expresión de profundo desaliento.
—¿Por qué no me lo dijiste? ¿Cómo pudiste no contármelo?
—Estuve a punto, cuando te vi en Sídhe Dubh. Pero no era el momento y, además, me parece que ya llevas más cargas de las que te corresponden. No quería añadir otra. Al mismo tiempo, quería que estuvieras conmigo. Lo deseaba tanto, compartir ese momento de felicidad, cuando nuestro hijo vino al mundo…
De nuevo el silencio. Johnny se cansó de la mano, y se fue a gatas hacia la orilla arenosa. Bran le observó con una mirada que me encogió el corazón. Pero cuando por fin habló, tenía la voz bajo un firme control.
—Sabes lo que soy, la vida que llevo. No soy el hombre adecuado para ser padre, ni marido. Como tú misma dijiste, no tengo otro oficio que matar. No quisiera ver a mi hijo convertido en alguien como yo. Estará mejor sin mí, y tú también. No confío en comprender a tu familia, pero sé que a pesar de los errores de tu padre, tu hermano es un buen hombre, muy capaz de protegeros y manteneros. Esto es una despedida, Liadan. No puedo convertirme en el hombre que necesitas. Estoy mancillado, no soy suficiente. Es mejor que este niño no sepa nunca quién fue su padre.
Apenas podía hablar.
—¿Entonces vas a reproducir la historia de Cú Chulainn y Conlai, verdad?
—Un cuento muy triste —dijo, en voz baja—. Me parece que es justo lo que esto representa.
Nos quedamos los dos sentados en silencio mientras observábamos al crío, que se deslizaba por la arena con una determinación que no siempre iba acompañada del control de sus extremidades. Se tambaleaba sobre las manos y las rodillas, se inclinaba hacia los lados y volvía a incorporarse.
—Me he equivocado, me doy cuenta —comentó Bran pasado un rato—. Al llamarlo carga. No es una carga, sino un obsequio inestimable. No se debería desperdiciar un regalo así con un hombre como yo.
—Ya —susurré, bajito—. Pero los regalos vienen sin que los busques, Los dos aceptamos uno la noche que nos acostamos juntos. Tu hijo no te juzga, ni yo tampoco. Para él eres una página en blanco en la que se puede escribir cualquier cosa a partir de hoy. En cuanto a mí, nunca te pedí que cambiaras. Eres lo que eres. Mis manos son fuertes, Bran. En la noche más cerrada he velado por ti. En la oscuridad de la luna, he prendido mi vela para iluminarte el camino. Puede que elijas rechazar este obsequio, pero yo no te dejaré marchar tan fácilmente. Te llevo en mi corazón, lo quieras o no.
Él asintió.
—Lo sabía, aunque sin entenderlo. A veces creía verte ahí, en la oscuridad. Pero lo descartaba como una debilidad de mi mente. Liadan, no deberías atarte así. Mereces algo mejor, mucho mejor. Una vida honrada, con sentido, un hombre con el que puedas caminar sin avergonzarte. Vivo en un mundo de peligro y fugas, de sombras y secretos. Eso no cambiará. No te impondré una existencia así, ni a ti, ni a… mi hijo.
—Si no ves un futuro en el que estemos juntos, ¿por qué has venido a verme? —pregunté sin tapujos—. ¿Por qué no has hecho sólo tus negocios con Sean y te has ido tan en secreto como viniste? Una vez me pediste que huyera contigo. A lo mejor lo has olvidado. Cambiaste de opinión al saber mi nombre. Aun así, permites que mi hermano te pague. ¿Cuál es el precio de esta misión? ¿Por qué trabajas para el hijo de Sieteaguas, si has rechazado a su hija? No tiene sentido.
—Supongo —contestó con desgana— que es como la red que tu madre desplegó sobre Hugh de Harrowfield, que provocó que el deseo lo debilitara, hasta que abandonó sus obligaciones para seguirla. Creo que, el solo hecho de pensar en ti, me provoca tener un comportamiento y decir cosas que hasta a mí me dejan perplejo. Mi necesidad de ti me nubla la razón. Una vez te dije que contar cuentos era peligroso, porque hace que los hombres anhelen lo que no pueden tener. Desde que te conocí, me atormentan visiones de una vida distinta, en la que no estaría solo. Pero un hombre como yo debe permanecer solo. Hacerse amigo de un hombre así… comprometerse con un hombre así antes o después se convierte en una sentencia de muerte. Tienes que seguir sin mí, Liadan.
Sentí una horrible punzada en el corazón, pero mantuve el tono suave.
—¿Entonces crees que debería haberme casado con Eamonn cuando me lo propuso? —pregunté con las cejas enarcadas—. Me lo pidió, muchas veces. Incluso después de que naciera el niño, quería que fuera su mujer, y se negaba a aceptar un no por respuesta.
—¿Qué? —Se levantó de un salto por la rabia—. ¿Ese hombre habría tomado a mi mujer y mi hijo como si fueran suyos? ¿Un hombre cuyo padre era un traidor de la peor calaña? Por todos los demonios, que le habría rajado el cuello a la menor oportunidad. —Le cambió el tono de repente—. ¿Va a comerse eso? —preguntó con la mirada clavada en el niño.
El bebé había descubierto un enorme insecto que se retorcía en la arena, y había conseguido atraparlo en el puño. En ese momento se estaba llevando a la boca el escurridizo manjar.
—¡No, Johnny! —grité, y fui a liberar al animal de su prisión y distraer rápido al niño jugando a hacer pasteles del lodo mientras el insecto emprendía la huida.
Detrás de nosotros, Bran había enmudecido de repente. Luego repitió ¿Qué has dicho?, y vi claro que la intuición de mi madre, una vez más, había sido correcta.
—He llamado a mi hijo por su nombre.
—¿Por qué has elegido ese nombre para el niño? —El tono era muy vacilante.
—Lleva el nombre de su padre, y del padre de su padre, un hombre de gran integridad —expliqué con calma, con las manos todavía ocupadas en formar un pequeño castillo de arena húmeda. En cuanto hube terminado, Johnny tendió la mano y destrozó mi construcción.
—Pero… ¿cómo lo sabías? Ese nombre… hacía tantos años que nadie lo pronunciaba que casi lo había olvidado yo mismo. —El amargo dolor en su tono de voz me produjo un escalofrío.
—En la casa de Sieteaguas el nombre de John no ha desaparecido —le aclaré con seriedad—. Tu padre era el mejor amigo de mío, crecieron juntos. Mi padre me dijo que le causaba una gran alegría que su nieto fuera también el nieto de John.
—¿Cómo lo sabía? No llevo el nombre de mi padre. Ahora no, murió. Falleció antes de que pudiera conocerle, asesinado en defensa de tu madre, cuando vino a entrometerse en los asuntos de Harrowfield y alejar a lord Hugh de sus responsabilidades. Tal vez mi padre fuera un buen hombre, como tú dices. Nunca tuve la oportunidad de descubrirlo.
Suspiré.
—Es obvio que quienquiera que te contara esa historia tenía su propia versión. Quizá fueras demasiado joven para ver que podría no ser toda la verdad. ¿Quién te la contó?
Sus rasgos palidecieron de golpe.
—No voy a hablar de eso.
—Podría hacerte bien —repuse con cautela—. Podrías contármelo.
—Hay cosas que deben permanecer enterradas. Es una carga que no se puede compartir.
—Puede que sólo compartiéndola consigas quitarte ese peso de encima.
—No puedo, Liadan.
Pasado un rato, dije:
—No he contestado a tu pregunta. Te explicaré algo más de tu historia, la única parte que conozco. ¿Ves esa mantita que hay ahí, bajo los árboles, donde Johnny estaba durmiendo? Tráela.
Los dedos de Bran recorrieron la superficie de la manta que yo había hecho, tocaba un remiendo tras otro.
—Es…
Asentí.
—Me tomé la libertad de hacerle algunos ajustes a tu abrigo para poder llevarlo. Esta manta contiene los corazones de la familia de Johnny, y calienta sus sueños con su amor. La falda rosa de mi hermana Niamh, mi traje de montar, la vieja camisa de mi padre, manchada de las tareas de la granja. Tu abrigo, que me cubrió mientras dormía bajo las estrellas. Y…
Los dedos de Bran se habían detenido y acariciaban un remiendo azul claro, donde un bordado antiguo surcaba con delicadeza el tejido, una vid, una hoja, un diminuto insecto alado. Entonces dio la vuelta al brazo y ahí, grabado con agujas y tinta en la cara interna de la muñeca, estaba esa misma criatura. El primer dibujo que solicitó a los nueve años, cuando decidió que ya era un hombre.
—Esta tela pertenece a una túnica muy apreciada por mi madre. Tenía una amiga en Harrowfield, Margery, la esposa de John. Margery hizo ese vestido ella misma, era muy diestra con la aguja. Fue un regalo para mi madre, un obsequio de amor. Al nacer el hijo de Margery, sólo la destreza de mi madre como matrona le salvó la vida. Cuando nació mi Johnny, mi madre dijo que fue un parto tan parecido, y el niño se parecía tanto al otro, que no podía ser mera coincidencia. Dijo que podía ponerle nombre al padre de ese niño. Iubdan, lord Hugh, estuvo de acuerdo. Yo quería ponerle a mi hijo el nombre de su padre, quería devolverte tu nombre. A tus padres no les gustaría ese odio, Bran. Tenían una deuda de gratitud con mi madre, y ella con ellos. Ellos la protegieron y la amaron.
—Tú no puedes saberlo —respondió en un tono sombrío.
—Quiero que me expliques algo. Has dicho que mi hermano es un buen hombre. No creo que pienses mal de mí, por mucho que te guste hablar de redes de hechizos, ni tampoco tienes en poca consideración a mi hermana, a quien ayudaste aun corriendo un grave riesgo. Pero somos hijos de nuestro padre, Bran, y de nuestra madre. Quizá deberías considerar la posibilidad de que Hugh de Harrowfield actuó tanto desde el amor como desde el deber al venir a Sieteaguas. No se fue simplemente sin ocuparse de su gente.
—No lo entiendes. Mejor que no lo comprendas, que nunca lo sepas.
—¿Qué le pasó a tu madre? ¿Qué le pasó a Margery?
Silencio. El dolor, cualquiera que fuese, era demasiado profundo para destaparlo así. Estaba bien oculto.
—Te voy a hacer una pregunta más, para poner fin a esto. ¿Y si yo estuviera en algún lugar peligroso con el niño, y tú nos adjudicaras un guardián, Gaviota o quizá Serpiente? ¿Y si hubiera un ataque, y mataran a ese guardia? ¿Considerarías que habías actuado de manera insensata al pedirle que asumiera ese deber?
—No le matarían. Mis hombres son los mejores. Además, no sería así. Si tú y… y Johnny corrierais algún riesgo, os vigilaría yo mismo. No delegaría semejante tarea en otro. La pregunta no es adecuada. Me aseguraría de que esa situación no llegara a producirse jamás. Si fuera… responsable de vosotros, jamás estaríais en situación de peligro.
—Pero ¿y si ocurriera?
—Mis hombres corren ese riesgo todos los días —declaró con reticencia—. Se pierden vidas, y nuestro trabajo continúa. Por eso no tenemos esposas ni hijos.
—Humm… Bueno, pues entonces has infringido el código por lo menos dos veces. ¿Se lo contarás cuando vuelvas?
Hubo una pausa.
—No regresaré hasta que se haya completado esta misión. Y era verdad cuando dije que estaba aquí para ver a tu hermano. Se hace tarde, tengo que hacerlo y partir.
Se incorporó, con la pequeña manta todavía en las manos. Johnny estaba enfrascado en sus tareas, con los dos puños llenos de tierra. Me levanté.
—Supongo que es inútil que te pida que vuelvas conmigo sano y salvo —dije, al tiempo que me esforzaba por mantener la voz firme—. Quizá sea inútil pedirte simplemente que vuelvas. Pero mantendré la vela encendida, mientras estés fuera. Por favor, ten mucho cuidado.
—Tengo que irme, Liadan. No temas por mi seguridad. Tanto tu hermano como yo somos plenamente conscientes de los riesgos. Yo… tengo que despedirme. Por todos los cielos —exclamó de repente, y me estrechó de nuevo entre sus brazos—, creo que pagaría cualquier precio por pasar esta noche en tu cama. Ya ves que me abandona la razón cuando… —Y volvió a besarme, esta vez fue un beso más profundo e intenso. Me pareció un último beso, el beso que da un guerrero que parte hacia la batalla, consciente de que no volverá. Debería de haber resultado sencillo apartarse y dejarlo marchar, pero parecía que mis bazos tuvieran voluntad propia, y no lo soltaron. Los suyos, cálidos, me envolvían con fuerza.
—¿Todavía crees que esto es un hechizo, una trampa de mujer que te he tendido, contra tu voluntad? —Tomé aire.
—¿Y qué otra cosa podría pensar? El mero roce de tu mano basta para hacerme olvidar quién soy, qué soy y qué no.
—Es un fenómeno muy conocido —le dije, con un amago de sonrisa—. Cuando un hombre y una mujer están juntos, y sus cuerpos hablan entre ellos… quizá sólo se trate de eso.
—No, esto es diferente.
No le contradije, pues pensaba que sus palabras eran ciertas. Los deseos de la carne eran una cosa, y eran muy poderosos, como había descubierto. Pero lo que había entre nosotros era infinitamente más fuerte que eso: ancestral, vinculante y secreto. No había olvidado las voces que me llamaban, en el lugar del gran túmulo. Salta.
—Liadan —dijo, con los labios contra mi pelo.
—Dime.
—Dime qué quieres de mí.
Dejé escapar un suspiro entrecortado y me aparté lo suficiente para verle la cara. Bajo las marcas del cuervo parecía muy serio y, por primera vez, muy joven, no más de los veintiuno que tanto me había costado creer.
—Que tu espíritu pueda curar sus cicatrices —contesté con dulzura—. Que puedas encontrar tu camino. Eso es lo que quiero.
Por un momento, parecía perdido en busca de palabras, y una pequeña mueca de perplejidad provocó que se le arrugara la frente.
—No es la respuesta que esperaba. Siempre tienes una réplica que me hace enmudecer.
Alargué los dedos para seguir el dibujo que marcaba sus rasgos, rodeaba el serio ojo gris y definía la superficie de la mejilla y la línea dura de la mandíbula.
—Eso ya me lo habían dicho. Mi tío Conor. Me invitó a entrar en los nemetons y convertirme en druida, junto con mi hijo.
—¡No te vayas! —Su respuesta fue inmediata, un eco de ese niño que había oído en mi cabeza gritando en la oscuridad. Me apretó entre sus brazos hasta que apenas podía respirar—. No te lo lleves.
El corazón me golpeaba con fuerza. Me había asustado.
—Está bien —acepté, en voz baja—. Mantendré mi vela encendida por ti. Ya te lo he dicho, nunca te mentiré. —Recliné la frente sobre su pecho mientras me preguntaba cómo iba a soportar el momento en que apartara los brazos y desapareciera en el bosque.
—Me has dicho —intervino en voz muy baja— lo que quieres para mí. ¿Pero qué quieres para ti?
Le miré a los ojos porque pensé que debería ser capaz de leer la respuesta en mi rostro. No lo diría con palabras, ahora no.
—Te lo diré cuando vuelvas —respondí, con un peligroso titubeo en la voz—. No estás preparado para oír la respuesta. Más vale que te marches, antes de que te dé motivos para creer en tu teoría de que las mujeres hacen aparecer las lágrimas cuando quieren.
Resultaba muy duro separarnos. Pero lo hicimos, y Bran se arrodilló junto a su hijo en la arena húmeda de la cala. Johnny levantó la mirada y dijo algo en su incomprensible idioma infantil.
—Tienes razón —contestó Bran muy serio—. Menos mal que te has despertado esta tarde. De lo contrario, podríamos haberte dado otro hermanito o hermanita que naciera en un mundo de sombras e incertidumbre.
Movió los largos dedos con suavidad para tocar los rizos castaños de su hijo, y luego se puso en pie.
—No tengo respuestas para ti —afirmó, con una expresión sombría. Ahora mantenía los tres pasos de distancia, como si fuera demasiado peligroso volver a acercarse.
Cada vez me costaba más contener las lágrimas.
—No espero nada —le dije—. Sólo deseos e ilusiones, para los tres, eso es todo.
—Adiós, Liadan. —Agarró su fardo y se alejó de mí, caminando por el césped hacia la sombra de los sauces. Allí se paró y se volvió, miró primero a Johnny y luego a mí, y me pareció que las sombras se habían posado en sus ojos, y a su alrededor.
—Adiós, amor mío —susurré, y me agaché para recoger al niño mojado y lleno de arena, pues ya se nos había pasado la hora de volver a casa. Bran seguía observándonos con una expresión que me cortó la respiración, una maravillosa mezcla de amor y pena. Luego nos dio la espalda, y desapareció.
* * *
Después de aquello, la visión me visitó inesperada y vengativamente. Me consideraba fuerte, pero jamás me había enfrentado a una prueba semejante. Entendía la naturaleza caprichosa y ficticia de este don, que no siempre mostraba la verdad literal, que el pasado, el presente y el futuro, el que ha sido, será y podría ser se confundían en estas visiones en apariencia azarosas. Era mejor comprenderlo, pues de no saberlo, seguro que me habría vuelto loca, como había sucedido con algunas personas con la desgracia de poseer la misma facultad. Me aferraba sin previo aviso, y todas sus imágenes eran oscuras. Incluso cuando las visiones estaban ausentes, no podía evitar tener la sensación de que me observaban, de que, de alguna manera, todo cuanto hacía estaba sometido a examen, ajuicio.
A veces eran bastante breves. Volvía de las granjas, con el cesto en el brazo, sentía un ligero desmayo y entonces, justo enfrente de mí, veía las bestias talladas en los pilares, el rostro de Eamonn, pálido y con una rabia desesperada, y las manos bien apretadas alrededor del cuello de Bran. Y esta vez el cuchillo de Bran caía al suelo sin haberlo usado al perder fuerza sus dedos, el rostro se le ponía morado y se le deformaba y sentía en mi propio pecho su lucha desesperada por respirar, veía ante mis propios ojos que la oscuridad se elevaba para llevarme con ella. O estaba sentada junto al fuego en casa, mientras Johnny jugaba en el suelo con unos animales de madera que mi padre había tallado para Niamh. No había olvidado mis habilidades con el cuchillo, y además de la oveja gorda, la vaca cornuda y la gallina con sus polluelos, había otras figuras que había añadido yo. Un perro lobo, fiero y fuerte. Una serpiente de cascabel. Una elegante nutria. No hacía falta cuervo: teníamos a Fiacha, su presencia constante, vigilante. Observé a mi hijo, sentado a mis pies, y de repente las criaturas cobraron vida, una era un caballo, y sobre él había un jinete que portaba en la túnica el emblema de Sieteaguas, dos eslabones entrelazados. Era mi tío Liam, en algún lugar al otro lado del bosque, que cruzaba un estrecho sendero entre pendientes rocosas. Se oyó un zumbido y un golpe fuerte, y, con una mirada de ligera sorpresa, mi tío cayó en silencio de la montura para yacer inmóvil en el suelo, con una flecha de plumas rojas que le sobresalía del pecho. La imagen se desvaneció antes de poder ver sus consecuencias, y estaba de vuelta en la tranquila habitación.
—Gu… —balbuceó Johnny, que practicaba.
—Claro, así hace el perro —respondí temblorosa. Liam estaba en casa, y gozaba de buena salud. Ese era uno de los problemas de la visión. Podías contar lo que había visto y hacer una advertencia. Pero eso no garantizaba un cambio en el curso de los acontecimientos. Podías decidir callarte, evitar preocupar a la gente. Y si esas situaciones se producían, sentir todo el peso de la culpa. Si se lo hubiera contado, si les hubiera avisado… De momento, me guardé esta visión. Y no le pregunté a Sean qué misión estaba cumpliendo el Hombre Pintado para él, o cuál era el precio de semejante servicio. Sabía que no me lo diría. Recelábamos el uno del otro, y resultaba muy incómodo. Era como si lo que cada uno sabía de Bran nos instara a ser precavidos, como si nuestro conocimiento unido fuera de alguna manera peligroso. No sabíamos nada de mi padre, el otoño avanzaba hacia el invierno y se acababa la cosecha. Era demasiado tarde paradla matanza selectiva del ganado, había que almacenar la cosecha de tubérculos y reservar la mantequilla y el queso para la temporada del frío. Se respiraba tensión por las tareas domésticas, y de la aldea empezó a llegar gente con una implacable tos convulsiva.
—¿Dónde está Iubdan cuando le necesito? —Oí murmurar a Liam mientras daba vueltas por la granja, con un grupo de trabajadores que lo acosaban a preguntas.
La luna completó su ciclo una vez, dos veces, y las noches se volvieron más frías. Encendí mi vela, observé crecer a mi hijo y sentí la frialdad en el aire pero no sólo por la llegada del invierno. Pensé en el Hombre Pintado, en algún lugar lejano más allá de los límites del bosque, tal vez más allá de las fronteras de la propia Erin, desempeñando alguna tarea desesperada y peligrosa. Una misión suicida. Mi hermano se mostraba inusitadamente taciturno, le veía la ansiedad reflejada en el rostro. Él y Liam mantenían largas charlas a solas, y en una ocasión con Seamus Barbarroja, que vino y volvió en espacio de dos días. Estaban tramando algo, y no hablaban de ello. Nadie comentaba la muerte de Fionn. Me mordía la lengua, pero temía por Bran, y me dije que, si en algún momento se presentaba la oportunidad, tendría que planteárselo sin tapujos. Eso no era vida, vivir siempre a salto de mata, pasar los breves instantes juntos despidiéndonos. Tendría que ofrecerle algún tipo de alternativa. Desviar su rumbo y orientar sus aptitudes a otros propósitos, o darme la espalda para siempre. Aun así, creía saber cuál iba a ser su respuesta, y me daba miedo oírla.
Entonces llegó una noche en que tuve demasiadas visiones, muy oscuras, y me vi obligada a compartirlas. Quizás al principio estuviera dormida, pero eran mucho más que pesadillas. Se trataba de imágenes fragmentadas, como si mi mente mezclara muchos momentos y lugares, los hiciera girar y me los devolviera en forma de púas venenosas. Vi a un hombre muy anciano que vagaba por las salas vacías de Sieteaguas solo, agarrado con dedos nudosos a un bastón de tejo que le servía de apoyo. Hablaba entre dientes: Se han ido todos… no hay hijos, ni hijas… ¿cómo se puede salvar el bosque, si no hay niños en Sieteaguas? Y vi que ese anciano tullido era mi hermano Sean. La imagen cambió de repente, todo se oscureció durante un instante y yo me vi en un diminuto espacio, con las extremidades dobladas, apretujadas, sin poder respirar, hacía calor, mucho calor, y no cabía, y alguien gritaba, pero me costaba tanto respirar que el grito era más bien un susurro: ¿Dónde estás?
Abrí los ojos de golpe, estaba chillando y temblaba, en mi cama de Sieteaguas, y cuando se me pasó el miedo me percaté de que no estaba totalmente oscuro, pues la pequeña llama de la vela aún seguía prendida. El corazón me latía con fuerza y sentía el sudor frío deslizarse por la piel. Eso no fue todo, pues en la habitación silenciosa aún tuve otra visión: dos personas que discutían, Aisling y su hermano. Tras ellos, las criaturas talladas en la sala de Sídhe Dubh parecían observarles de manera siniestra. ¡No puedes hacerlo! Aisling gritaba, con los ojos inflamados tras largo llanto. Ya has dado tu consentimiento! ¡Diste tu palabra! El semblante de Eamonn era impenetrable, como el de un brithem que emite su veredicto y la sentencia. Ya no nos conviene esa alianza, dijo. La decisión está tomada. Aisling emitió un pequeño sonido ahogado, se puso lívida y la visión cambió. La vi subida a la torre de vigía, y los guardias estaban de espaldas. Estaba de pie en el parapeto con su vestido blanco, alguien gritó ¡No!, y ella avanzó un paso hacia el vacío, cayó como una piedra, sin sonido alguno, sobre las rocas escarpadas. La visión no me ahorró ni un detalle. Solté un alarido terrorífico, Johnny se despertó y se echó a llorar por empatía, y Fiacha añadió su inconfundible voz a la conmoción general.
La respuesta fue rápida. Primero llegó la joven niñera entre bostezos, para coger al niño y calmarlo con palabras amables. Luego Janis, con la frente fruncida y una linterna; y Sean, que se formó un juicio rápido de la situación al captar el pavor de mi mente, ya que en momentos así aparecía sin reservas. Envió a los demás a la cama, abracé a mi hijo hasta que ambos nos consolamos y bebí la copa de vino que mi hermano dispuso ante mí. En la ventana, mi vela continuaba encendida, por aquel entonces la prendía todas las noches, ya hubiera una media luna, una reluciente esfera perfecta o un cielo opaco repleto de sombras.
—¿Mejor? —preguntó Sean al cabo de un rato.
Dejé escapar un largo y estremecedor suspiro.
—He visto… oh, Sean… he visto…
—Tómate tu tiempo —aconsejó mi hermano con calma, no parecía muy diferente de nuestro padre—. ¿Quieres contármelo?
—Yo… no lo sé. Era… era horrible, no sólo eso, sino… Sean, no creo que pueda explicártelo. —Todavía tenía la imagen rondando en mi cabeza, un hueso hecho añicos, ojos en blanco, pelo claro y sangre brillante y… mucho más. Levanté un muro alrededor para que no pudiera leerme los pensamientos.
—Me preocupas, Liadan. —Sean sostenía su copa de vino entre las manos mientras observaba la llama de la vela. Sus rasgos trasmitían una seriedad nueva, la ausencia de nuestro padre había desequilibrado la balanza de la casa más de lo que nadie hubiera imaginado—. Hace tiempo que te perturban esas visiones, lo sé. Quizá deberías hablar con Conor. Vendría, si enviáramos a alguien a buscarle.
—No —contesté tajantemente, pues Johnny ya era mayor. Conor volvería a pedirme que me fuera al bosque con él y tendría que buscar una razón para negarme—. Sean, necesito que me cuentes qué está pasando. Sé que es secreto, pero parece que la visión me esté advirtiendo de un desastre, y temo por… por todos mis allegados, y no sé qué avisos hacer llegar. ¿Qué es esa misión que el Hombre Pintado está desarrollando para ti? ¿Quién más la conoce? ¿Y qué hay de Eamonn? —No iba a pronunciar el nombre de Aisling, pues en cuanto me oyera nombrarla sabría que mi visión había sido sobre ella, y me sacaría la verdad: una verdad que podría llegar a no suceder. Se vería obligado a actuar, y tal vez provocaría un desastre mayor.
Sean apretó los labios.
—No tienes por qué saberlo.
—Sí, Sean. Hay vidas en juego, y más que vidas. Créeme.
—¿Liadan? —preguntó mi hermano.
—¿Qué? —Sabía lo que se avecinaba.
—Es hijo suyo, ¿verdad?
No tenía sentido eludir la respuesta ahora que por fin había puesto voz a sus sospechas. Y al mismo tiempo no podía saber toda la verdad. No debía conocer la otra parte de la historia, la de Niamh y su druida, y la extraña huida a Kerry. Me limité a asentir.
—¿Tan asombroso es el parecido? —pregunté, con un amago de sonrisa.
—Con el tiempo lo será cada vez más. —El ceño de Sean era igual que el de Liam—. Es demasiado tarde para advertirte de la locura de tus acciones, y de las suyas, demasiado tarde para explicarte que fue un capricho insensato. ¿Y Eamonn? ¿Lo sabe?
—No se lo conté —respondí, mientras deseaba que su desaprobación no tuviera tanta capacidad de herirme—. Pero lo sabe, sí. Insinuó que había espías, información encubierta.
—Últimamente observa un comportamiento muy extraño —afirmó con una sombra de duda, tras comprobar que la puerta estaba cerrada a cal y canto—. Hemos organizado reuniones en las que debería haber estado presente, y a las que no ha acudido. Le he enviado mensajes, y no he recibido respuesta alguna. Me desconcierta. Incluso a Seamus le ha resultado difícil llegar hasta su nieto.
—¿Has actuado con el consentimiento de tus aliados, al encargarle esta misión al Hombre Pintado? —Johnny se había quedado dormido de nuevo y me pesaba en los brazos, pero agradecía su calor, así que lo mantuve ahí acunado.
—¿Tú qué crees?
—Sospecho que es un acuerdo entre vosotros dos. Personal y secreto. —Tus sospechas son ciertas. Una oportunidad para él de ponerse a prueba. Una empresa muy útil para mí, pues no tengo nada que perder.
—¿Qué quieres decir? —pregunté, sintiendo un frío repentino.
—El acuerdo fue que, si lo apresan, ahí acaba toda mi responsabilidad. Todo el riesgo es suyo. No parece sino que a ese hombre no le preocupe la continuidad de su existencia, o que tenga una confianza ciega en sí mismo. Quizás ambas cosas.
—Es el mejor en lo suyo. Pero tienes razón, parece que no tenga excesivo instinto de supervivencia. Eso le convierte en un instrumento muy útil para ti, supongo.
—Eso suena a reproche, Liadan. No debes olvidar que somos hombres, y que esto es la guerra, y que esos tratos se hacen todos los días. Sería estúpido, dejar escapar la oportunidad. Si lo logra, pagaré, y habrá más trabajo para él.
—Si muere, ¿cómo te justificarás ante mí, y ante mi hijo? —pregunté, con la voz quebrada.
—Si muere, será porque creyó que ninguna misión supera sus capacidades —contestó mi hermano con calma—. La aceptó por voluntad propia, con sus condiciones.
—Sean, por favor. Te lo ruego, dime de qué se trata. Explícame lo que estáis haciendo tú, Liam y Seamus. Basta ya de secretos, necesito saberlo.
Creo que al final se percató de mi desesperación. Sin duda la sombra de esas horribles visiones todavía acechaba en mi mirada.
—Muy bien. La misión enlaza dos elementos, y ambos prestan un buen servicio a la alianza en este momento. Hace un año disponíamos de una ubicación muy fuerte, desde la cual por fin podíamos volver a considerar un ataque por mar para expulsar a Northwoods de las islas. Fue posible al añadir las fuerzas de Fionn, pero ahora está muerto.
—Ya lo sé.
—¿Lo sabes? ¿Cómo?
—Bran… el Hombre Pintado… me lo dijo. Hace algún tiempo que lo sé. Pensé que era mejor no decir nada hasta que le llegaran las noticias a Liam y fuera de dominio público.
—¿Por qué te lo contó?
—Entre nosotros no hay secretos, Sean. —Mi hermano se me quedó mirando—. Hace tiempo ese hombre acudió en mi ayuda. El nuestro no fue un encuentro casual. Su futuro está unido al mío, y al tuyo. Puede que no te dieras cuenta cuando solicitaste sus servicios para una misión que nadie estaba preparado para acometer. ¿Qué le pagas?
—¿Puedo continuar? Fionn murió, y cuanto menos se hable de ello, mejor. Se le atribuye a tu amigo, y nadie se molesta en aventurar ninguna teoría alternativa. Enseguida surgió un problema. El apoyo de Fionn era esencial para salir airosos de la batalla. Además, los Uí Néill de Tirconnell proseguían la disputa que mantenían con sus parientes del sur. No hay estima entre el Alto Rey y el padre de Fionn. Y resulta que Sieteaguas y sus aliados están situados estratégicamente entre los dos. La gente de Fionn mantuvo la muerte en silencio durante mucho tiempo. Ocurrió antes del solsticio de verano, menos de una luna más tarde de que Padre partiera de manera tan repentina.
Asentí sin hacer comentarios.
—Así que —prosiguió—, por una parte es fundamental renovar la alianza con los Uí Néill del norte, pero con sutileza, sin hacer enfadar al Alto Rey. La mejor manera de fortalecer esos vínculos es un matrimonio, pero Niamh está perdida, y uno no ofrece una chica con un niño sin padre, sea cual sea su linaje, como esposa para un jefe de noble cuna. Pero aún nos queda una baza: podemos proporcionar apoyo armado, un baluarte contra un ataque desde el sur. En el futuro quizá podamos ofrecer… servicios especiales. El tipo de servicios por los que se distingue el Hombre Pintado: espionaje, subterfugios, entradas y salidas secretas. Trucos de marinero, el manejo magistral de las armas. Así tu amigo y yo nos podíamos ayudar el uno al otro. Eso es para el futuro. De momento, Liam, Seamus y yo hemos convocado una reunión privada con los Uí Néill, en un lugar secreto. Estamos seguros de su cooperación. La ausencia de Eamonn ha causado preocupación, como te he dicho, pero a estas alturas Seamus ya le habrá contado esa parte del plan, y seguro que la apoyará. Sería estúpido no hacerlo, con su ubicación justo en el paso hacia el norte, en la ruta del tráfico directo desde Tirconnell.
—Sólo me has contado la mitad. —Me levanté para colocar a Johnny en su camita, y lo arropé con la colcha multicolor.
—Ah, la misión. Al principio me preguntaba cómo podían hombres así, con esa apariencia tan inconfundible, llevar a cabo con éxito empresas encubiertas, de espionaje e infiltración. Quería enviar a un observador al núcleo del campamento de Northwoods. A la Gran Isla, para que me trajera planos precisos de sus fortificaciones, detectara sus puntos débiles, proporcionara detalles de la cantidad y los movimientos de los hombres e información sobre sus embarcaciones marítimas. Creía que era imposible, pues el britano dispone de una red de información muy buena. Supuse que un hombre marcado con tanta ostentación no tenía posibilidad de éxito. Pero se lo planteé, consciente de su reputación. Y, tal y como has adivinado, actué solo en eso. Ninguno de los aliados conoce esta misión, aunque Seamus sabía que estaba considerando un plan así. Si sale bien, se lo contaré.
—Has dicho que tu plan unía dos elementos —dije, con los labios apretados—. ¿Cuál es el otro?
—Quería la información, pero también una maniobra de distracción. Algo que desviara la mirada de Northwoods de lo que estábamos urdiendo. Nuestro hombre tenía que dejar caer, casi por casualidad, las noticias de la muerte de Fionn. Dejar que el enemigo creyera que se había roto nuestra alianza con los Uí Néill. Brindarles la noticia de que nuestra capacidad de ataque estaba muy mermada. Más tarde, el próximo otoño, le daríamos al britano una sorpresa de la que nunca se recuperaría, y recobraríamos por fin las islas.
—¿Y Bran estuvo de acuerdo?
—Al principio no. Me escuchó, y dijo que lo pensaría. Cuando volvimos a vernos, el plan había cambiado. Como sabrás, su reputación es muy conocida, por lo tanto casi no puede ir a ningún sitio sin que le reconozcan. Dijo que haría una oferta a Northwoods que no podría rechazar. Le ofrecería aportar información sobre Sieteaguas y la alianza, datos suficientes para fortalecer la presencia del britano en las islas y darle oportunidad de atacarnos. Sería información falsa, por supuesto. Pero bastaría para engañar a Northwoods durante el tiempo suficiente hasta que el Hombre Pintado recopilara la información que yo necesitaba y me la trajera antes de que el britano descubriera la verdad. Un hombre de la calaña de tu amigo es conocido por cambiar de lealtad con la misma facilidad con que se cambia las botas. Podría funcionar. Si prometía más de lo mismo, tendrían buenas razones para dejarle marchar. La última vez que me informó había establecido contacto, y se habían hecho las gestiones necesarias para que un pequeño navío le llevara, en secreto. Y mientras Northwoods estaba distraído con su visitante y la riqueza de la fascinante información que le ofrecía, empezamos a establecer nuestra nueva alianza y a planear el último asalto.
—¿Qué razón tendrían los britanos para confiar en él? —susurré mientras contemplaba la vela que brillaba titilante en el barril.
—Se le proporcionó suficiente información auténtica para ganárselos —aclaró Sean, con el entrecejo fruncido—. La información falsa había que pasarla después. Pero no te voy a mentir, me estoy poniendo nervioso. Ya tarda en darme informes. No sé nada de él.
—Sean. Yo también tengo razones para preocuparme. Ya que estamos siendo honestos el uno con el otro, creo que a lo mejor te gustaría invitar a Aisling a que venga una temporada. O ve a verla, quizá. —Intenté mantener un tono de voz suave, pero no es fácil ocultar tu recelo a un hermano gemelo.
—¿Qué? ¿Qué has visto? —De repente palideció.
—No te lo diré, Sean. Pero es muy grave. Deberías ir a buscarla, si puedes.
—No puedo —contestó en tono sombrío—. Ahora no. Liam partió a primera hora de la noche para discutir en secreto las condiciones con los Uí Néill. El encuentro se ha convocado para pasado mañana, en un lugar oculto al norte del bosque. Seamus estará ahí, pero yo debo quedarme en Sieteaguas en ausencia de nuestro tío. ¿Liadan? Liadan, ¿qué te pasa?
—Tienes que detenerle. —Las palabras surgieron en un susurro ahogado—. Tienes que detener a Liam. Envía a alguien a buscarle y tráelo de vuelta.
Pero había oído el sonido de la muerte en las palabras de mi hermano, y en el fondo de mi corazón sabía que no podíamos hacer nada para detenerlo, pues ya era demasiado tarde.
* * *
Fue la época más oscura. Con gesto adusto, Sean envió de noche al maestro de armas de Liam, Felan, urgentemente. Yo leía el mensaje amargo en la cabeza de mi hermano, aunque no lo expresara en voz alta. Deberías haberme avisado.
Cuando Felan regresó, no hubo tiempo para lamentaciones. Comunicó las noticias en privado, y cuando Sean reunió a toda la casa poco después, tenía el semblante tranquilo y pálido, todo un ejemplo de dominio sobre sí mismo. Con apenas dieciocho años, mi hermano tenía que asumir la responsabilidad de la túath más grande al norte de Tara, de sus rebaños, el ejército, las defensas y las alianzas, de toda la gente que allí habitaba. Y como señor de Sieteaguas, ahora era el guardián del bosque. Liam tenía planeado que sería así con el tiempo, tras una meticulosa preparación. Pero el tiempo se había acabado.
—Tengo que daros noticias de suma gravedad —anunció Sean, en medio de un silencio sepulcral mientras hombres de armas, mujeres del servicio, mozos de cuadra y campesinos permanecían congregados en el salón para escucharle. Las puertas estaban cerradas con pestillo—. Lord Liam ha muerto. Lo ha matado la flecha de un britano, no han pasado ni dos días, mientras se dirigía hacia un consejo secreto. Mi tío ha sido traicionado, y no descansaré hasta que se identifique al autor y reciba su merecido.
Una oleada de terror recorrió la sala. La defunción de mi madre era tan reciente, así como la repentina partida de mi padre, que aquello suponía un golpe fatal del que la casa de Sieteaguas podría no recuperarse del todo.
—Sé que cuento con vuestro apoyo, y el de nuestros aliados —continuó Sean, que mantenía el tono firme y seguro—. Todos lamentamos su pérdida, y nos resultará difícil volver a nuestras tareas, ya sea la cosecha, el trabajo en la casa, o empuñar las armas. Pero mi tío deseaba que saliéramos adelante, que mantuviéramos fuertes las defensas, que protegiéramos el bosque y a sus habitantes como se comprometió mi familia a hacer hace mucho tiempo, y que persiguiéramos nuestro objetivo de recuperar lo que los britanos nos arrebataron. Se retrasará la campaña, pero no indefinidamente. Unidos nos recuperaremos. No podemos llorar a lord Liam como nos gustaría, no podemos guiarle en su camino con la ceremonia que un jefe de su rango merece, pues corren tiempos difíciles, y será mejor que se mantengan las noticias de este acto de traición en nuestra comunidad, de momento. Por esa razón, traeremos el cuerpo a casa con discreción para que descanse entre estas paredes durante un día y una noche, y le enterraremos bajo los robles. Llegado el momento, se celebrará el ritual debido para recordar su nombre y ofrecerle una despedida adecuada. Pero de momento conservad su imagen en vuestros corazones y mentes, y mantened la boca cerrada. ¿Entendido?
—Sí, mi señor. —Se oyeron muchas voces al unísono, y cuando se hubieron tomado su tiempo para expresar su asombro y tristeza, y para ofrecer sus respetos y condolencias a mi hermano y a mí, cada uno volvió de inmediato a su trabajo. Se reanudó la cosecha, las mujeres se ocuparon de secar y conservar la fruta, u orear la ropa blanca, y Felan salió a caballo, con tres hombres vestidos con ropa oscura, y un caballo de más.
* * *
Mi hermano había empezado bien. Ante la gente de la casa había mantenido un tono firme y su estilo fue una imitación encomiable del de Liam, muy autoritario. Sin embargo, más tarde, cuando llegó el cuerpo de nuestro tío, lo preparamos para el entierro, y montamos el velatorio en el salón, rodeado de cirios, fue un asunto diferente. Abajo, la gente pasaba junto a la figura inmóvil de su señor caído, contemplaba el rostro severo suavizado por el sueño de la muerte. Apenas tenía marcas en el cuerpo. Quienquiera que hubiese disparado esa flecha fue certero en su trabajo. Los perros lobo de Liam no abandonaron a su amo, se quedaron uno a la cabeza y otro a los pies, en inusual silencio, mientras hombres y mujeres desfilaban, con la cara pálida, y murmuraban Descanse en paz, mi señor, o Buen viaje, lord Liam.
—¿Quién iba a pensarlo? —exclamó Janis con tristeza mientras servía cerveza para los de la casa y se restregaba las mejillas con disimulo—. Primero Sorcha, y luego él, apenas una estación después. No va bien. Algo no va bien. ¿Cuándo vuelve a casa el Hombretón?
Johnny estaba con la niñera, y Sean y yo nos sentamos juntos en la habitación privada del piso de arriba, donde Niamh había intentado desafiar a los hombres de la familia, y había sido abatida. Sean estaba muy callado, y al mirarle vi que por fin, tras aquella larga jornada de autocontrol, estaba llorando.
—Lo siento —dije, muy inoportuna—. Era como un padre para ti, lo sé. Hoy has estado muy bien, Sean. Estaría orgulloso de ti.
—Deberías habérmelo dicho antes. Tendrías que haberme avisado, o a él. Podrías haberlo evitado, Liadan. —El tono era de tristeza, y sus palabras me hirieron en lo más profundo—. ¿Por qué no elegiste pararlo? ¿Es que hay alguna conspiración aquí que no alcanzo a comprender? Porque alguien le traicionó a los britanos. Alguien les dijo dónde estaría, y que estaría solo.
—Déjalo, Sean. —Mi propia voz no era firme, ni mucho menos—. No tiene sentido, y lo sabes.
—No tiene sentido, ¿verdad? Entonces dime una cosa. ¿Quién sabía de la reunión a la que acudía Liam, excepto nuestros aliados y el Hombre Pintado? Se le dio esa información precisamente con el objetivo contrario: asegurarse de que se desviaba la atención de Northwoods de la ubicación real y la intención de este consejo. Pero estaba en la posición ideal para pasar la información directamente a los britanos. ¿Cómo no voy a pensar, ahora, que me equivoqué al depositar mi confianza en tu amigo? Está claro que este asesinato revela que no es más que el embaucador que indica su reputación, un hombre que cambia sus lealtades en cuanto le conviene. Mi error al confiar en ese hombre ha matado a mi tío.
—¿Por qué haría Bran algo así?
Sean esbozó una sonrisa.
—Tal vez Edwin de Northwoods pague mejor que yo. La oportunidad de eliminar a mi tío del panorama, y a la vez trastocar nuestras negociaciones con los Uí Néill debe de haber exigido un buen precio, diría yo.
—Bran no lo haría, Sean. Era una misión para ti. Siempre hablaba de ti con respeto. No es cosa suya, estoy segura.
—No se puede confiar en un hombre así. —Sean hablaba con desdén—. Fui un ingenuo al actuar de ese modo, y tú lo fuiste aún más, por dejarte atrapar en sus bellas palabras. Ahora nuestro tío está muerto, y la alianza corre peligro de verdad. ¿No te das cuenta de que esto podría retrasar nuestra campaña durante años? Parte de la culpa es tuya, Liadan. No puedo creer que decidieras no decírmelo.
Me quedé sentada en silencio mientras sus palabras caían sobre mí como una lluvia funesta. Lo que Janis había dicho era pura verdad. No iba bien. Nada iba bien.
—Quiero a Aisling —dijo Sean de repente, con la voz quebrada al escapar de sus esfuerzos por dominarse—. Necesito a Aisling aquí. Pero no contesta a mis mensajes, y no puedo ir a buscarla. No puedo irme de Sieteaguas hasta que los nuestros se recuperen de este revés. ¿Qué te mostró tu visión, Liadan? ¿Qué peligro corría Aisling?
No le contesté, me había causado una herida demasiado profunda.
—Liadan, dímelo.
—No. Y no voy a decir nada en mi defensa, excepto que hablas desde la tristeza, y tus palabras me hieren, porque yo también siento la pérdida de Liam. Yo también le quería, y confiaba en su fuerza. No debería tener que decirte que la visión no siempre muestra imágenes reales de lo que se avecina. Si hiciera una advertencia cada vez, crearía tal revuelo que apenas podríamos seguir con nuestra vida cotidiana porque pasaríamos el tiempo controlando nuestras espaldas. Y te equivocas con Bran. Es un hombre de palabra, y no puede haber hecho esto. Valora su amistad conmigo, y no lastimaría a su hijo traicionando a nuestra familia al enemigo. Quienquiera que haya revelado este secreto, no fue el Hombre Pintado.
—Tu fe en él escapa a toda lógica. Quizá se base más en los deseos de la carne que en nada parecido al sentido común. Habría sido mejor que te casaras con Eamonn, te habría proporcionado algo de estabilidad, y no aliarte con un forajido que está claro que no te respeta ni a ti ni a su hijo.
—Nunca me habría casado con Eamonn. Espero no casarme nunca con nadie. En cuanto a tus argumentos, deberías dejar de culpar sin pruebas, y velar por tu seguridad, porque parece que en alguna parte hay un punto débil. No niego el hecho de que alguien ha revelado un secreto, y que eso ha causado la muerte de nuestro tío. Pero no fue Bran, lo sé; Sean, tienes que creerme. Tendrás que buscar a tu chivato en otra parte.
—Liadan. —La voz había recobrado la calma, como sucedía con la de mi padre a veces.
—¿Qué? —pregunté, con voz cansina.
—¿Harías algo por mí?
Que Brighid nos ayudase. ¿Qué esperaba de mí este chico, después de desahogar su resentimiento y helarme el corazón con palabras rencorosas y mal escogidas?
—¿De qué se trata?
—No puedo ir a buscar a Aisling. Y cuando envío mensajeros a su hermano, los rechazan. Eamonn no hablará con ellos, pero a ti no te rechazará. Puedes obligarle a escuchar. ¿Irás a Sídhe Dubh a hablar con él? ¿Irás a ver a Aisling por mí e intentarás traerla aquí?
Se me encogió el alma.
—No creo que…
—Así podrías reparar el daño —añadió mi hermano.
—No tengo ningún daño que reparar —repliqué—. Además, Eamonn es la última persona que me apetece ver ahora mismo. No tengo ninguna intención de volver jamás a Sídhe Dubh, Sean. Hay… malas vibraciones entre Eamonn y yo. Me resultaría muy difícil. Además, a mí también me necesitan aquí. La gente confía en mí. ¿Y qué hay de Johnny?
—Por favor, Liadan. —Por un momento me recordó a Niamh, aquella manera suya de sonsacarme un favor.
—No lo sé. Parece que has perdido la confianza en tu juicio, y en el mío. Quizá deberías enviar a otra persona. Si crees que Bran se volvería contra ti tan fácilmente, ¿por qué no iba a hacer yo lo mismo?
—Entonces todavía confías en él. —Su tono era de fatiga.
—El no te traicionaría así, Sean. Hacerlo supondría un fracaso de su misión. Si no ha vuelto, debe de ser porque… porque… —Hubo un instante de la visión, era oscura, tan oscura que al principio no sabía si estaba del derecho o del revés, o si las paredes se encontraban ahí fuera o justo a mi alrededor, encerrada, apretada con las rodillas junto a la barbilla y los brazos sobre la cabeza. Traté de moverme y los muros estaban ahí al lado, tan cerca, tan pequeños que era sofocante y no podía respirar. No podía hacer ruido alguno, ni un solo gemido, de lo contrario cuando me sacaran fuera me harían pagar por ello. Así que la voz chillaba en silencio en mi cabeza, mientras las cálidas lágrimas descendían con fiereza por las mejillas, me sangraba la nariz y ni siquiera podía tomar aire por miedo a que me oyeran. ¿Dónde estás? ¿Por qué me has soltado?
—Liadan —llamó Sean en voz baja—. ¡Liadan! —Y volví en mí, con un escalofrío—. Estás llorando.
—Yo no pedí el don de la visión —le dije, temblorosa—. Créeme, daría cualquier cosa por haber sabido que podía evitar la muerte de Liam. Pero no funciona así. Podría haberle avisado, y él podría haber tomado un rumbo distinto, y aun así habría muerto. No hay manera de saberlo.
Sean asintió con seriedad.
—Lo siento. Es difícil no culparte. De verdad que a veces me pregunto si tu relación con el Hombre Pintado te ha hecho perder el juicio. Lancé un suspiro.
—Estás nervioso por Aisling, y con razón. Siento lo mismo por Bran. Parece que te cuesta entender que pueda amar como tú.
—Tal vez podrías haber escogido con más inteligencia. Ese hombre nunca podrá formar parte de Sieteaguas. Es… salvaje.
—Lo sé. Pero he tomado una decisión. Ahora le has puesto en un gran peligro, por tus intereses, y le has acusado de traición, y a mí de debilidad. Y me pides un favor.
Se produjo una pausa.
—Sabes lo que viste. ¿Tu visión sobre Aisling te hizo pensar que corría peligro inmediato? Asentí recelosa. Sean palideció.
—Yo no puedo ir, Liadan. Mi gente me necesita. Por favor, hazlo, por mí y por ella. Eamonn no te rechazará, no podría negarte nada. Te proporcionaré una buena escolta, podrías partir por la mañana. Llévate a Johnny, y a tu niñera, si quieres.
—Lo pensaré —dije, el corazón se me helaba ante el panorama de los muros de la fortaleza de Sídhe Dubh cerrándose de nuevo a mi alrededor, y se me heló más al pensar en pedir a Eamonn cualquier cosa—. No será mañana. No tengo tiempo de preparar a Johnny.
—Ha de ser pronto.
—Lo sé.
Al levantarme para retirarme a mi dormitorio, usó la voz de la mente. Lo siento, Liadan. Liam tenía razón. No estoy preparado para esto, pero tengo que hacerlo. Tengo que tragármelo y ser fuerte ante todos. Eres mi hermana, y siempre estaré contigo, sean cuales sean tus decisiones.
Lo sé. —Me volví, pero no me estaba mirando. Estaba sentado, inclinado hacia delante, con la cabeza entre las manos—. Serás un jefe fuerte y sabio, Sean. Tus hijos, y los de Aisling, volverán a inundar de risas estas estancias.
Con esas palabras me comprometí a hacer lo que me pedía. Pero me daba miedo emprender ese viaje. Pensaba que me preocupaba en vano, pero tuve que reconocer que temía a Eamonn, y su extraño hogar en los pantanos, y las imágenes vislumbradas de cosas horribles que ocurrían entre sus muros de piedra. Prefería quedarme en casa con Johnny y ayudar a las mujeres en la cocina, llevarles remedios a los campesinos enfermos, segura en el corazón del bosque. Las hadas me habían avisado. Conor me lo había advertido. Era peligroso marcharse.
No fue la ansiedad de Sean lo que me convenció al final, sino algo mucho más aterrador. La luna empezaba a menguar, y esa noche su luz quedó oculta bajo un velo de espesas nubes. Un viento fuerte del sudoeste transportaba el sonido de ramas y hojas que se retorcían hasta mi habitación silenciosa mientras me preparaba para acostarme. Era muy tarde. La niñera se había retirado a descansar y me había dejado a Johnny arropado, casi dormido bajo su manta multicolor. Cuando se despertó para comer, lo coloqué en mi cama, pues su diminuta y cálida presencia era un agradable escudo contra los pensamientos perversos que amenazaban con abrumarme. Fiacha estaba posado en el respaldo de una silla, y no sabría decir si estaba dormido o despierto. Debo ser fuerte, me repetía, al tiempo que sostenía una astilla en las brasas del fuego, y me dirigí a prender mi vela especial. Muy fuerte, pues otros dependían de esa fortaleza para mantenerse a salvo.
La vela titiló y se apagó. Rodeé la mecha con la mano para protegerla de la corriente, y volví a acercar la astilla. La mecha prendió un instante y se extinguió. Sentí el roce de una mano fría en la nuca. Levanté la vela y me aparté de la ventana para colocarla en el arcón de roble junto a la cama. Las extrañas sombras de la astilla encendida bailaban por las paredes.
Allí no había corriente. Pero la vela decorada no prendía. Comprobé la mecha y lo intenté de nuevo. Una vez más, un miedo atroz empezó a apoderarse de mí. La mecha estaba limpia, la astilla ardía sin cesar junto a ella. Pero en cuanto retiraba la mano, la llama de la vela parpadeaba y se extinguía. Pensé que estaba comportándome como una estúpida, que lo provocaba yo sola, presa del pánico. Inspiré profundamente y lo probé de nuevo. Me quedé allí sentada mucho tiempo, intentando encenderla una y otra vez, hasta que las manos me temblaban y se me nubló la vista por el esfuerzo. Fuera estaba oscuro, la luna seguía cubierta por nubes densas. Y yo no podía infundir vida a la pequeña vela. Esa noche la vela no brillaría en la oscuridad.
Me senté en la cama, tiritando, con una manta sobre los hombros, pero no dormí nada en toda la noche. Johnny se despertó dos veces, lo agarré y le di de mamar, y agradecí su compañía. Pero esa noche, en aquel momento, quise tener una visión y no venía. Ni siquiera oía al niño que gritaba en la oscuridad. En su lugar era yo quien chillaba mentalmente: ¿Dónde estás? Muéstramelo. Muéstramelo. Pero no sucedió nada mientras esperaba, helada por las dudas, hasta que la primera luz pálida del amanecer tiñó el cielo.
* * *
Le dije a la adormilada niñera que estaría todo el día fuera, y que me llevaba a Johnny. En concreto, le ordené que dijera, si alguien preguntaba, que me había llevado un escolta para una visita breve, y que regresaría con tiempo de sobra para ver a mi tío Liam descansar en paz. No me apetecía nada estar en casa ese día. Tenía mis propios asuntos.
Ya había perfeccionado un método para transportar a Johnny durante mis viajes por el bosque, así que me lo coloqué sobre la espalda, até un trozo fuerte de arpillera cuyos extremos me anudé sobre los hombros y alrededor de la cintura. Él disfrutaba con este tipo de paseos que lo situaban cerca del calor de mi cuerpo y a la vez le permitían ver las rocas, el cielo y la multitud de tonalidades y dibujos de robles y fresnos, abedules y avellanos. Cuando fuera un hombre, pensaba mientras recorríamos sin hacer ruido la alfombra de hojas sobre el sendero que mi tío Conor me enseñó una vez, guardaría el recuerdo de esas formas y tonos en lo más profundo, y, como todos los niños de Sieteaguas, le resultaría casi imposible alejarse del bosque.
Caminaba a paso ligero. Si se me negaba la visión, cuando más necesitaba ver, debería recopilar cuanta información pudiera, por cualquier medio que estuviera a mi alcance. Ahora que mi madre no estaba, sólo se me ocurría una persona que me ayudaría sin juzgar, sin intentar decirme qué debía hacer y qué no.
Empezó a llover mansamente, pero los magníficos robles nos cobijaban, y, cuando remonté las orillas del séptimo arroyo, donde se dejaba caer por la colina rocosa hasta las tranquilas aguas del lago, las nubes se habían diluido y permitían el paso de una débil luz solar. Fiacha volaba en breves arrebatos, unas veces delante de nosotros, otras detrás, siguiéndonos el paso, siempre vigilante. No tuve oportunidad de enfriarme: al cubrir la distancia en tan poco tiempo, con Johnny a la espalda, era imposible; de hecho tuve que parar a recobrar la respiración cada vez con más frecuencia. Quizá las visitas de la visión me habían debilitado, o tal vez no tenía el cuerpo tan recuperado como pensaba tras el parto de mi hijo. Sé fuerte, Liadan. Tienes que ser fuerte. Por fin llegué al grupo de serbales, de nuevo relucientes con el fruto del otoño, y me adentré en los sauces. Ante mí apareció el manantial secreto, el pequeño estanque circular rodeado de piedras lisas, un lugar de inmensa tranquilidad. Desaté la tela que sujetaba a mi hijo a la espalda. Johnny se había quedado dormido, lo coloqué con cuidado en los helechos, bajo los árboles. No se despertó. Fiacha se aposentó en una rama cercana.
¿Tío? —Cuando me senté en las piedras junto al río, mi mente ya volaba—. Necesito tu ayuda.
Estoy aquí, Liadan. Y allí estaba, de pie en la otra orilla, pálido, con el oscuro cabello enmarañado y la indumentaria informe que disimulaba la prístina ala blanca. Tenía el semblante sereno y la mirada nítida.
Mi tío Liam ha muerto. Le alcanzó una flecha britana.
Lo sé. Conor ya está de camino a Sieteaguas. Pero yo no iré, esta vez no.
Tío, he tenido algunas visiones horribles. He visto la muerte de Liam y no les avisé hasta que ya era demasiado tarde. Mi hermano dijo… dijo…
Ya lo sé. Es muy duro. No hay manera de eludir esa culpa, hija. He vivido con ella muchos años. Tu hermano aprenderá, como hicieron mis hermanos en su momento, que no se puede dominar la visión. Que esas advertencias, si se dan, pueden provocar consecuencias mucho más amargas que si dejas que los acontecimientos sigan su curso. Tu hermano es joven. Llegado el momento, será tan fuerte como era Liam. Tal vez más.
Asentí. Yo también lo veo así, y se lo expliqué. Pero me mostraron otro futuro en el que Sean era viejo y se encontraba solo. Un futuro en el que Sieteaguas estaba vacío. Desolado. Para cambiar ese destino debería correr un gran riesgo. Supondría desafiar a aquellos que determinan nuestro rumbo, por muy poderosos que sean.
Finbar dejó escapar una risita mientras me observaba.
—Oh, Liadan. Si hubiera seguido un camino diferente y hubiera recibido la bendición de una hija, habría deseado una exactamente igual que tú. ¿Es que no estás desafiando a cada momento las normas establecidas de nuestras vidas? Ven, querías orientación para una visión que se muestre verídica. Lo veo en tu mirada, como leo tus prisas. Has llorado mucho, y creo que adivino por qué.
—Mi vela, mi pequeña llama en la oscuridad… no pude encenderla, aunque lo intenté una y otra vez. Y no se sabe nada. Sólo un silencio aterrador. Y ahora las visiones han cesado, y no le veo, no oigo su voz. Y vi a Aisling, vi…
—Te ayudaré. Si la verdad ha de mostrarse ante ti, será entre estas piedras ancestrales. Tu hijo duerme profundamente. Tenemos tiempo. Ven, abre tu mente a la mía y miremos el agua juntos.
Nos sentamos en las piedras y sentimos que estábamos a salvo, como abrigados por el intenso calor protector de una madre. Finbar estaba a un lado del estanque y yo en el otro. Eliminé los escudos de mi mente, él hizo lo propio y nuestros pensamientos se armonizaron y calmaron juntos. Pasó el tiempo, tal vez mucho tiempo, quizá no tanto, y los únicos sonidos eran el susurro de insectos en la hierba, la llamada aguda de los pájaros encima de nosotros y el viento que susurraba entre los sauces.
La superficie del agua se rizó y cambió. Algo brillante resplandecía, plata que relucía en la oscuridad. Contuve la respiración. Era un recipiente, labrado con maestría, con la superficie lujosamente decorada en un enrevesado diseño y el tapón de ámbar con forma de garito. Un frasco que compartí con el Hombre Pintado un día de muerte y renacimiento. Una mano tendida alcanzó el frasco y quitó el tapón. El hombre se lo llevó a los labios: era Eamonn. El estanque volvió a oscurecerse.
Respira lento, Liadan. Mantén la calma. Mi tío me envió una imagen de agua tranquila, de hojas de haya bajo la luz primaveral, de un niño dormido. Deseé que se me calmara el corazón acelerado, que la mente olvidara los miedos. Volví a mirar el agua.
Esta vez las imágenes se mezclaban unas con otras, y me pareció que eran el presente. Aisling, tumbada boca abajo en su cama, sin parar de llorar hasta agotar las lágrimas. Una sirvienta que entraba en el dormitorio con una bandeja de comida y bebida y se llevaba otra igual, casi intacta. Cerraba la puerta. Dejaba a mi amiga encerrada. De repente estábamos en el piso de abajo, en el gran salón de Sídhe Dubh. Era de noche, había antorchas encendidas en las paredes, y las bestias de piedra se mostraban feroces, a la luz que titilaba y jugaba con sus diminutos rasgos maléficos. Miradas perdidas, zarpas que se aferraban, dientes afilados, lenguas ardientes. Ahora veía dos hombres: Eamonn sentado en una silla de roble tallado, con el brillante y pulcro pelo castaño sobre los hombros, el semblante tranquilo. Sólo los ojos dejaban traslucir su emoción. Y Bran, con el lado de la cara sin tatuar convertido en un amasijo de magulladuras inflamadas, un corte profundo que sangraba sobre el ojo y una marca amoratada por todo el cuello, como si hubiera estado a punto de morir estrangulado. Los ojos marrones de Eamonn reflejaban un regodeo victorioso.
—Conociendo tu afición por cortar extremidades —comentó con soltura—, he decidido empezar por el dedo meñique y avanzar gradualmente hacia arriba. Es interesante comprobar el dolor que un hombre es capaz de soportar. Pero tal vez un negro no lo sienta como nosotros.
Bran mostraba calma y serenidad a través de su voz.
—No negociaré con su seguridad, ni él con la mía.
Eamonn soltó una carcajada burlona.
—No tengo previsto dar lugar a negociaciones. Tú no lo hiciste cuando masacraste a mis hombres ante mis propios ojos. Sólo quería mantenerte informado de los progresos de tu amigo. Allí donde vas necesitarás algo en que ocupar la mente. Vaya si tengo planes para ti. Los dos me serviréis para practicar, antes del final. Me han dicho que sientes cierta aversión por los espacios cerrados, que te muestras reacio a apagar la luz. ¿Quién lo iba a decir? ¿Al Hombre Pintado le da miedo la oscuridad?
Se hizo un silencio breve.
—Me das asco —dijo Bran—. Eres un traidor, igual que tu padre. ¿No la emprendió contra sus aliados, como has hecho tú? Cuentan que era despreciado y vilipendiado a ambos lados del mar. No me extraña que Liam ordenara su desaparición antes de que pudiera hacer más daño. Te suena la historia, ¿verdad? Es un secreto a voces. Tu propio abuelo estuvo implicado, hasta el turbio Hugh de Harrowfield. Pensaban que te convertirían en un hombre mejor que tu padre. Resultó ser una esperanza vana. ¿Qué precio pagaste por nosotros dos, Eamonn Dubh?
—No pronuncies ese nombre.
Eamonn se puso en pie y avanzó hacia su prisionero. Se movía con cautela, como reprimido por alguna herida. Quizá llevara un vendaje en las costillas, disimulado por la camisa. Alzó la mano y le dio un doloroso puñetazo a Bran en toda la cara. Vi que Bran estaba bien atado de pies y manos y que, a pesar de su aparente aplomo, el golpe le hizo tambalearse.
—Liam está muerto —continuó Eamonn—. Hay un nuevo jefe en Sieteaguas, joven e inexperto. Su posición se halla muy debilitada.
—¿Muerto, cómo? —Bran entrecerró los ojos. Estaba claro que no lo sabía.
—No tienes por qué preocuparte, nunca saldrás de aquí, forajido. Tú y el salvaje negro al que llamas amigo seréis mi diversión, y entonces… me desharé de ti. Simplemente desaparecerás sin dejar rastro. La gente dice que vendiste Sieteaguas a los britanos. Más tarde dirán que la gente de Liam actuó con diligencia para vengar su pérdida y eliminarte para siempre. No te atrevas a cuestionar mis acciones. ¿Qué sabe alguien como tú de alianzas y lealtad? Seguro que apenas alcanzas a comprender el significado de esos términos.
—Si no le juro lealtad a nadie —repuso Bran, sin apartar la vista de la cara de Eamonn—, por lo menos tampoco tengo a nadie a quien traicionar. —Parecía esforzarse mucho por pensar, como si intentara resolver un rompecabezas.
Eamonn dejó escapar una leve tos.
—Lo que ha ocurrido es… lamentable. Pero puede jugar a mi favor. ¿Y si mi abuelo y los Uí Néill se enteraran de que el joven Sean hizo tratos con el Hombre Pintado? ¿Y si supieran que su hermana se acostaba con un forajido, se le abría de piernas entre los matorrales de la cuneta? A Sieteaguas le costaría mucho recuperar su reputación después de eso.
Bran mantenía un tono sereno.
—Llegado el momento, te arrepentirás de esas palabras. Puede que ahora me tengas en cautiverio, y me creas indefenso. Pero cada repugnante palabra que pronuncias sobre ella te acerca un poco más a tu fin.
—Hay que ser tonto para no entender por qué pagué un precio tan alto para tenerte en mis garras. Desde el momento en que mataste a mis hombres, te coloqué el estigma de la muerte. Pero en cuanto supe que fuiste tú el que me arrebató a Liadan, que fueron tus asquerosas manos las que la tocaron, habría pagado un dineral. Me pregunto qué pensaría su madre al oír en su lecho de muerte que su hija se había echado a perder con escoria. Cuando supe la verdad, sólo fue cuestión de tiempo. Habría pagado cualquier precio por la satisfacción de verte sufrir y morir. Te sientes algo mareado, ¿verdad? Esta noche tu hombre conocerá el dolor. El roce de hierro candente sobre una herida abierta escuece. No ha gritado. Ni una sola vez. Una fortaleza sorprendente.
No obtuvo respuesta alguna. Bran tenía la mirada perdida, como si de alguna manera se hubiera alejado de donde se encontraba y de cuanto oía. Eamonn caminaba.
—No te gusta oírme hablar de Liadan o del niño, ¿verdad? Es raro, teniendo en cuenta cómo la trataste.
—Ten cuidado con lo que dices.
—¡Ja! Estás bien amarrado, eres incapaz de dar un paso sin caer al suelo. Un hombre que no soporta la luna nueva sin un farol a su lado, un hombre que teme a sus propios sueños. Tus desafíos me divierten, perro.
—Te lo he advertido. Pisas terreno peligroso al hablar de ella.
—Diré lo que me dé la gana, canalla. Esta es mi casa, y éste mi salón, y tú eres mi prisionero. Te diré lo que hace tanto que deseo contarte. Crees que tienes derecho sobre la hija de Sieteaguas porque la corrompiste, porque te aprovechaste de su inocencia y la pusiste en mi contra. Pero no es tuya, nunca lo ha sido. Si te lo dijo, te mintió. Una mujer sólo dice la verdad cuando le conviene. Hacía tiempo que Liadan estaba comprometida conmigo, desde que éramos niños. Y es una chica generosa. Conocía su cuerpo, cada dulce rincón, antes de que posaras tus nefandas manos sobre ella. —Hizo una pausa para causar efecto—. Divertido, ¿no? En realidad no se sabe si el niño es tuyo o mío.
Se hizo el silencio más absoluto. Bran ya no era capaz de ocultar la furia en su mirada, ni de controlar su respiración irregular.
—No. Oh, no —susurré, y llegó al instante la silenciosa advertencia de Finbar. Mantén la calma, Liadan, si no quieres perder esta imagen.
—Mientes —respondió Bran. Había perdido la firmeza en la voz.
—¿Sí? Va a resultarte difícil probar algo en un sentido o en otro. ¿Dónde están tus pruebas?
Bran inspiró profundamente e hizo amago de ponerse derecho. Me pareció que había más cardenales que no eran visibles. Miró a Eamonn a los ojos.
—No necesito pruebas —contestó en voz baja, con la voz bajo control precario—. Liadan no me mentiría, le confiaría mi vida. No vas a envenenar lo que hay entre nosotros con tus repugnantes palabras. Es mi luz en la oscuridad, y Johnny mi sendero en la vida.
Me rodaron las lágrimas por la cara mientras Eamonn llamaba a sus guardias, que sacaron a Bran a rastras de la sala.
—Apartad a esa escoria de mi vista. —La voz de Eamonn era fría—. Devolvedlo a la oscuridad a la que pertenece. Dejad que se pudra en ella.
Y Entonces Eamonn se quedó a solas, con el semblante no muy sereno. Se sirvió una jarra de cerveza, la vació y arrojó el recipiente vacío al otro lado de la habitación con tal violencia que el metal se rajó sobre las piedras de la chimenea.
—Te tragarás esas palabras, antes de que acabe contigo —susurró. Y se hizo la oscuridad en la superficie del estanque.
Respira hondo, Liadan. Sentí la reconfortante calma de los pensamientos de Finbar, que envolvió mi mente temblorosa en la suya, me mostró la luz del agua, la llama reluciente que eran los robles vestidos de otoño, la antorcha sobre la pequeña curragh de mi madre, con una vela encendida, los rayos del sol vespertino que caían sobre la silueta durmiente de mi hijo pequeño, silencioso bajo los sauces.
¿Mejor ahora? Ha sido muy duro. ¿Qué vas a hacer?
—No tengo alternativa —respondí en voz alta mientras me frotaba las mejillas húmedas con la manga—. Sean me pidió que fuera a por Aisling. Debo partir de inmediato, y cuando llegue, tengo que… —Mi mente se echó atrás ante las perspectivas. No podía contarle a Sean lo que había visto. Oía su voz: No se puede confiar en un hombre así… ¿quién tenía la posición ideal para pasar esa información a los britanos? ¿Quién iba a dar crédito a la palabra del Hombre Pintado antes que a la de Eamonn de los Pantanos? ¿Quién aceptaría las imágenes confusas de la visión como prueba? Sean había dicho: Tienes parte de culpa en esto, Liadan. No se lo podía contar. Deseaba que Padre estuviera en casa, él sabría qué hacer. Pero Padre no había vuelto de Harrowfield, no se sabía nada de él, y ahora no había tiempo. No pediría ayuda a Conor, sabía lo que diría. Ese hombre ha cumplido su objetivo. No malgastes energías con él. El niño es la clave.
—¿Qué vas a hacer? —La mirada límpida de Finbar era de compasión. No pretendía dar ningún consejo.
—Ahora mismo, dar el pecho al niño, cambiarle y volver a Sieteaguas. Por la mañana, partir a caballo hacia Sídhe Dubh. Y espero saber, cuando llegue, cuál es el siguiente paso.
Finbar asintió.
—Me preguntaba, pensaba que… hace mucho tiempo que no vivo en un mundo de alianzas, estrategias y traición. Pero me parece que aquí hay algo oculto.
—Algo que podría usar en mi favor, de estar en lo cierto.
—Exacto. Entonces hemos pensado lo mismo.
—Resulta difícil creer que Eamonn sea capaz de semejante traición —dije, pero en el interior de mi mente recordé su mirada al rechazar su propuesta de matrimonio, la mirada de un hombre que sólo ve lo que quiere ver, un hombre que no soporta que le derroten.
—Será mejor que vayas con pies de plomo —advirtió Finbar—. Te ayudaría más si pudiera. Aun así, ya tienes un mensajero del mundo espiritual. —Contemplaba a Fiacha, posado en una rama baja de un serbal, cerca de donde Johnny se despertaba entre los helechos.
—Tengo un mensajero, sí. —Me agaché para cambiar las prendas húmedas de Johnny. Estaba despierto, pero tranquilo, por una vez no se mostraba ansioso de alimento. Era como si el misterio y la serenidad de aquel lugar hubieran hecho mella hasta en la conciencia del niño.
—Uno muy poderoso. No tengo que preguntarte quién te lo entregó.
—Vino a Sieteaguas —aclaré, consciente de que Finbar era la única persona con la que podía hablar de ello—. Ciarán. La noche del velatorio de Madre. Dejó el pájaro y me contó la verdad sobre su identidad. Tío…
—¿Qué te inquieta, Liadan?
—Fue horrible no decirnos la verdad en cuanto se supo que mi hermana y Ciarán se amaban. Por lo menos, si lo hubieran hecho, Niamh habría podido aferrarse a eso en los peores momentos. Y yo habría comprendido antes la amenaza dirigida a mi hijo.
—¿Temes a Ciarán, a pesar del regalo?
—No lo sé. No sé si es amigo o enemigo. Ciarán dijo… dijo que su madre le había ofrecido el poder. Que estaba esperando su decisión. Estaba muy enfadado. —Me estremecí—. Enfadado y resentido.
Finbar asintió lentamente.
—Todavía es joven. Pero tantos años de disciplina servirán de algo. Conor diría que acontecerá como así ha de ser. —Exactamente lo que dijo Ciarán.
—Como padre e hijo, por eso es una lástima. Nuestro silencio se basaba en buenas razones, Liadan, tanto entonces como antes, cuando el niño fue devuelto al bosque. Ninguno de los dos desearía ver a nuestro hermanastro criado por la dama Oonagh, convertido en un arma que ansia nuestra ruina. Conor pretendía fortalecer al chico ante esas influencias. Pero el antiguo mal es muy fuerte. Oonagh sólo era una de sus herramientas. Tal vez haya algo oscuro en el alma de Ciarán que siempre saldrá a la luz, muy a su pesar, para sembrar la confusión entre los enemigos de su madre. Cuanto ocurrió no fue por casualidad. Todos reconocimos que lo que pensábamos haber derrotado volvía a revivir entre nosotros, y dudamos de nuestra fuerza para combatir su poder. Todos sentimos el mismo terror, el despertar de un miedo como el que sólo habíamos conocido una vez en la vida. Para mucha gente, la fechoría que Oonagh cometió con los niños de Sieteaguas se ha convertido en objeto de leyendas, una extravagancia de algún cuento mágico muy antiguo. Pero yo sólo tengo que cerrar los ojos para verla ante mí, riéndose en mi cara, con el cabello como una llama oscura, los ojos como bayas venenosas, para sentir que empiezo a cambiar, a temblar de pavor a medida que pierdo la conciencia humana. Nunca seré el mismo, el sendero que una vez vi ante mí está hecho pedazos para siempre. En lo que les ocurrió a Niamh y a Ciarán volví a ver la crueldad de la dama Oonagh y el dolor de mi hermana. El trabajo que esa hechicera inició aquel día durará toda la vida: el miedo, la culpa, el daño que causó permanecen entre nosotros todos los días. ¿Cómo puede uno empezar a compartir esa carga con un hijo o hija? ¿Cómo se puede soportar la pena de ver cómo empieza a arruinar vuestras jóvenes vidas? Quizá negamos la verdad, incluso a nosotros mismos.
—Has compartido mi visión. Si no le ayudo, Bran morirá, además de otras personas, y eso supondría un triunfo real de los poderes del mal. Pero estoy asustada. No por mí, sino por Johnny. Las hadas me avisaron de que no me lo llevara. Y está la profecía. Madre no habría querido que fuera contra eso.
—Eres fuerte. Pero lo que intentas será peligroso, no te quepa duda.
—Ahora mismo no me siento fuerte. —Coloqué a mi hijo en el pecho y deseé que se me calmara la respiración—. Me siento impotente y aterrorizada. Me da miedo que sea demasiado tarde.
Se produjo un silencio, luego se oyó la voz mental de Finbar, inusitadamente sugerente. Creo que no te veré durante algún tiempo, Liadan. No me olvides. Mi futuro está vinculado al de este niño. Lo he visto. Es importante, cielo. No lo olvides. Tendrás muchas distracciones.
No lo olvidaré. Y gracias por tu ayuda. Eres muy hábil en el dominio de las visiones, manteniendo alejados los terrores de la mente.
Tú también eres hábil. Y estás aprendiendo a dirigirla. De verdad, eres una joven extraordinaria. Tu hombre decía la verdad al llamarte luz en la oscuridad. Ah… ahora vuelves a llorar. Más te vale derramar esas lágrimas ahora, porque a partir de hoy no vas a tener tiempo de lamentarte.