27
richard estaba cada vez más preocupado. Había esperado que en uno de los partidos vería su oportunidad, pero después de que Jagang y Kahlan hubieran acudido al primer partido de Ja’La hacia una docena de días, el emperador no había vuelto a aparecer para ver un partido.
Richard estaba frenético de preocupación respecto al motivo. Intentaba no pensar en lo que Jagang podría estarle haciendo a Kahlan, y sin embargo no podía evitar imaginar lo peor.
Sentado, encadenado al carro, rodeado por un corro de guardias, no había gran cosa que pudiera hacer al respecto. No obstante lo desesperadamente que quería actuar, tenía que usar la cabeza y buscar la oportunidad adecuada. Siempre había sido un riesgo que una buena oportunidad pudiera no presentarse y entonces se viera obligado a actuar, pero hacer algo sólo llevado por la frustración no era probable que consiguiera nada, excepto tal vez arruinar cualquier posibilidad que tuviese de conseguir la oportunidad que necesitaba. La espera lo estaba enloqueciendo.
Dolorido como estaba por el partido de Ja’La de aquel día, anhelaba tumbarse y descansar un poco. No obstante, sabía que su ansiedad iba a impedirle dormir mucho, tal y como le había impedido dormir durante días. Iba a necesitar dormir, de todos modos, porque al día siguiente tenían el partido más importante que habían disputado hasta el momento. Un partido que esperaba que le conseguiría la oportunidad que buscaba.
Alzó los ojos cuando oyó a un soldado acercándose con la cena del equipo. Hambriento como estaba Richard, incluso los acostumbrados huevos duros resultaban apetecibles. El soldado, arrastrando la carretilla pequeña que siempre utilizaba para transportar la comida, se abrió paso entre los guardias que rodeaban a los cautivos del equipo de Richard. Los soldados dedicaron al hombre sólo una mirada superficial. Las ruedas de la carretilla chirriaron con un ritmo familiar mientras el individuo avanzaba pesadamente. Se detuvo delante de Richard.
—Alarga las manos —dijo a la vez que cogía un cuchillo y empezaba a cortar algo que tenía en la carretilla.
Richard obedeció. El hombre alzó algo de la carretilla y se lo arrojó a Richard. Con gran sorpresa, vio que era una buena tajada de jamón cocido.
—¿Qué es esto? ¿Una última buena comida antes del aciago partido de mañana?
El hombre alzó las asas de la carretilla.
—Han llegado provisiones. Hay comida para todo el mundo.
Richard se quedó mirando la espalda del soldado mientras éste conducía su carretilla hacia adelante para dar de comer a los otros hombres. No muy lejos, La Roca, su rostro y su cuerpo cubiertos con líneas de pintura roja, silbó con satisfacción al ver que recibía algo que no eran huevos. Era la primera vez desde que estaban en el campamento que les habían dado carne, pues hasta aquel día los habían alimentado por lo general con huevos. Algunas veces les habían dado estofado con unos pocos preciosos pedazos de cordero o buey.
Richard se preguntó cómo habían conseguido llegar los suministros al campamento. Se suponía que el ejército d’haraniano impediría que llegara cualquier suministro al ejército de la Orden. Matar de hambre a los hombres de Jagang era la única posibilidad real que tenían de detenerlos.
Por si Richard no hubiera estado ya bastante preocupado, la gruesa tajada de jamón de su mano representaba una nueva inquietud. Supuso que tenía sentido que algún que otro convoy de suministros consiguiera pasar. Con la comida agotándose, este reabastecimiento había sido oportuno.
El Viejo Mundo era un lugar enorme. Richard sabía que no había modo de que el ejército d’haraniano pudiera cubrir todo el territorio. Por otra parte, se preguntó si el jamón que sostenía podría ser un indicio de que las cosas no les estaban yendo tan bien al general Meiffert y a los hombres que se había llevado al sur.
La Roca gateó más cerca de él, arrastrando la cadena.
—¡Ruben! ¡Nos dan jamón cocido! ¿No es maravilloso?
—Ser libre seria maravilloso. Comer bien como un esclavo no es mi idea de lo maravilloso.
El rostro de La Roca mostró una expresión alicaída, luego se animó.
—Pero ser un esclavo que come jamón es mejor que ser un esclavo que come huevos, ¿no crees?
Richard no estaba de humor para discutirlo.
—Supongo que tienes razón.
La Roca sonrió ampliamente.
—Eso pensaba yo también.
En la creciente oscuridad del anochecer los dos hombres comieron en silencio. Saboreando el jamón, Richard tuvo que admitir para sí que La Roca realmente tenía razón. Casi había olvidado lo bueno que podía ser algo que no fueran huevos. Esto, también, ayudaría a proporcionarles energías a él y a su equipo. Iban a necesitarlas.
La Roca, masticando un gran bocado de jamón, gateó un poquitín más cerca. Tragó y luego se lamió los dedos.
—Dime, Ruben, ¿sucede algo malo?
Richard dirigió una ojeada a su fornido alero derecho.
—¿Qué quieres decir?
La Roca arrancó una tira de carne.
—Bueno, no lo hiciste tan bien hoy.
—Ganamos por cinco puntos.
La Roca alzó los ojos por debajo de sus espesas cejas.
—Pero acostumbrábamos a ganar por más.
—La competición se está volviendo más dura.
La Roca encogió un hombro.
—Si tú lo dices, Ruben. —Lo meditó un momento, claramente nada satisfecho—. Pero ganamos por más puntos contra aquel equipo de hombres tan grandotes… hace unos pocos días. ¿Recuerdas? Los que nos insultaron e iniciaron la pelea con Bruce antes de que el partido hubiera empezado siquiera.
Richard recordaba al equipo. Bruce era el nuevo alero izquierdo. Había reemplazado al jugador original, el que habían matado durante el partido al que habían asistido Jagang y Kahlan. A Richard le había preocupado en un principio que un soldado regular de la Orden Imperial no fuera a hacerlo tan bien al jugar bajo un hombre punta que era un cautivo, pero Bruce había estado a la altura.
El día del que La Roca hablaba, el alero del otro equipo había insultado a los soldados regulares del equipo de Richard por jugar a las órdenes de un cautivo. Bruce había respondido a los insultos dirigiéndose con suma tranquilidad hasta el hombre y partiéndole el brazo. La pelea que había seguido había sido desagradable, pero el árbitro le había puesto fin con rapidez.
—Lo recuerdo. ¿Qué tiene que ver?
—Creo que eran más duros que el equipo de hoy y los derrotamos por once puntos.
—Ganamos el partido de hoy. Eso es lo que importa.
—Pero nos dijiste que debemos aplastar toda oposición si hemos de conseguir jugar con el equipo del emperador.
Richard inhaló con fuerza.
—Todos lo hicisteis bien, La Roca. Supongo que simplemente defraudé a todo el mundo.
—No, Ruben… no nos has defraudado. —La Roca lanzó una risotada y golpeó el hombro de Richard con el dorso de su enorme mano—. Como dices, ganamos. Si ganamos mañana, entonces jugaremos con el equipo del emperador.
Richard contaba con que Jagang aparecería como mínimo para ver jugar a su propio equipo por el campeonato. Seguramente no se perdería ese partido.
El comandante Karg había contado a Richard que el emperador era muy consciente de la creciente reputación del equipo rojo, pero a Richard le preocupaba por qué Jagang no había ido a verlo por sí mismo. Richard había pensado que aquel hombre querría evaluar a los probables adversarios de su equipo y que, por lo tanto, asistiría al menos a los últimos encuentros antes del partido final.
—No te preocupes, La Roca. Vamos a derrotar ese equipo mañana y conseguiremos jugar contra el equipo del emperador.
La Roca lanzó a Richard una sonrisa torcida.
—Y entonces, cuando ganemos, podremos elegir a la mujer que queramos. Cara de Serpiente nos lo prometió.
Richard masticó jamón mientras contemplaba al hombre cubierto de dibujos pensados para aumentar su fuerza y su poder.
—Hay cosas más importantes que ésa.
—Es posible, pero ¿qué otras recompensas hay para nosotros en la vida? —La sonrisa burlona de La Roca regresó—. Si ganamos contra el equipo del emperador, conseguiremos mujeres.
—¿Has pensado alguna vez que tu recompensa podría no ser otra cosa que una pesadilla aterradora para la mujer que elijas?
El otro frunció el entrecejo, mirando con fijeza a Richard un momento. En silencio, volvió a comer jamón.
—¿Por qué dices eso? —preguntó por fin, incapaz de reprimir su irritación—. Yo no haría daño a una mujer.
Richard dirigió una ojeada a la expresión agria del hombre.
—¿Qué piensas de las mujeres que siguen al campamento?
—¿Las que siguen al campamento? —La Roca, sorprendido por la pregunta, se rascó el hombro mientras reflexionaba—. La mayoría de ellas son unas arpías viejas y horrendas.
—Bien, si no estás interesado en ellas, eso sólo deja a las cautivas, mujeres arrancadas de sus hogares, sus familias, sus esposos, sus hijos, de todo lo que amaban. Las que son obligadas a servir como prostitutas para unos soldados que con toda probabilidad fueron los mismos que asesinaron a sus padres, esposos e hijos.
—Bueno, yo…
—Las mujeres que a menudo oímos gritar por la noche. Las que oímos llorar.
La mirada de La Roca se desvió. Picoteó un trozo de jamón.
—A veces, sus gritos no me dejan dormir por la noche.
Richard miró entre los carros y guardias al campamento situado más allá. A lo lejos, los trabajos en la rampa proseguían. Imaginó que la gente que había arriba, en el Palacio del Pueblo, el último lugar que resistía a la Orden Imperial, no podía hacer otra cosa que esperar la llegada de la horda. No había nada que pudieran hacer. No había ningún lugar seguro al que pudieran ir. Las creencias que movían a la Orden Imperial estaban engullendo a toda la humanidad.
Abajo, en el campamento, puñados de hombres se reunían alrededor de fogatas. Entre las sombras y la penumbra Richard pudo ver cómo arrastraban a una mujer a una tienda. Ella había tenido en el pasado sus propios sueños y esperanzas para el futuro; ahora que la Orden prescribía su visión a la humanidad, ella no era más que una propiedad. Empezaba ya a formarse una fila de hombres en el exterior, aguardando su recompensa por servir a la Orden Imperial. En última instancia, a pesar de todas sus grandilocuentes declaraciones de fe, era esto de lo que iba todo en realidad: el ansia de algunos de gobernar sobre todos los demás, de imponer su voluntad, la pretensión de tener una superioridad moral que les daba el derecho de tomar, por cualquier medio, lo que querían.
En otros lugares Richard pudo ver a hombres reunidos que bebían y apostaban. El convoy de suministros debía haber traído licor. Iba a ser una noche ruidosa.
Kahlan estaba en algún lugar allí fuera, en aquel mar de hombres.
—Bien, pues —dijo Richard—, a menos que quieras ser partícipe de los abusos que se cometen con esas mujeres, eso deja a las seguidoras del campamento, que se prestan voluntariamente.
La Roca pensó en silencio durante un rato mientras mordisqueaba su comida.
Si la ira silenciosa pudiese cortar el acero, Richard se habría quitado el collar y estaría haciendo algo para sacar a Kahlan de allí y llevarla a lugar seguro… a cualquier lugar seguro que quedara en un mundo que había enloquecido.
—Sabes, Ruben, tú sí que sabes cómo estropear las cosas.
Richard le dirigió una ojeada.
—¿Preferirías que mintiese? ¿Qué me invente algo sólo para aliviar tu conciencia?
La Roca suspiró.
—No. Pero de todos modos…
Richard comprendió entonces que era mejor que no desanimara a su alero derecho o el hombre podría muy bien no jugar todo lo bien que sabía. Si perdían el siguiente partido no tendrían la posibilidad de jugar con el equipo del emperador y entonces Richard podría no tener una oportunidad de volver a ver a Kahlan.
—Bueno, te estás haciendo muy famoso, La Roca. Los hombres empiezan a aclamarte cuando te ven salir al campo. Podría ser que hubiera muchas mujeres hermosas que estuvieran ansiosas de estar con el grandote y apuesto alero del equipo campeón.
La Roca sonrió por fin.
—Eso es cierto. Estamos ganándonos a muchos soldados. Los hombres empiezan a vitorearnos. —Agitó su trozo de jamón en dirección a Richard—. Tú eres el hombre punta. Tú tendrás una barbaridad de mujeres hermosas que querrán estar contigo.
—Sólo hay una que quiero.
—¿Y piensas que estará dispuesta? ¿Y si no quiere saber nada de ti?
Richard abrió la boca, pero luego la cerró. Kahlan no lo conocía. Sí conseguía tener una oportunidad de apartarla de Jagang, ¿qué haría si ella pensaba que no era más que otro desconocido que intentaba capturarla? Después de todo, ¿no tendría ella que pensarlo? ¿Y si no estaba dispuesta a ir con él? ¿Y si se resistía? Desde luego no habría tiempo para explicarle las cosas.
Suspiró. Ahora tenía otro motivo para mantenerse despierto por las noches.