23
nicci vio que un rada’han rodeaba el cuello de Kahlan. Eso explicaría por qué parecía estar plantada sobre la descolorida alfombra. La mirada de la mujer no pasó por alto el collar que Nicci llevaba. La hechicera no pensó que escaparan muchas cosas a la mirada de Kahlan.
Una expresión vacilante asaltó los ojos verdes de Kahlan mientras se miraban la una a la otra. Fue un esbozo de cauteloso ánimo provocado por el hecho de que Nicci podía verla. Quedaron hermanadas al instante en más de un modo, compartiendo mucho más que el sólo hecho de llevar collares en el cuello.
Qué sensación de soledad y desamparo debía producir una vida invisible, y olvidada.
Invisible, al menos, para cualquiera que no fueran las Hermanas de las Tinieblas… y Jagang. Tenía que ser un motivo de esperanza que otra persona, incluso una desconocida, pudiera verla.
Al mirarla ahora, Nicci apenas podía creer que pudiera haber olvidado a aquella mujer, incluso con el hechizo Cadena de Fuego. Podía ver con claridad por qué Richard no había renunciado ni por un instante a encontrarla.
Incluso sin tener en cuenta su belleza exquisita, tenía una presencia, una conciencia inteligente de sí misma, que Nicci reconoció al instante: era tal cual la estatua que Richard había tallado de ella. Aquella estatua, llamada Espíritu, no había sido pensada para parecerse a Kahlan, sino para representar su coraje interior, y lo hacía de un modo que, al ver a la persona que la había inspirado, casi dejó sin aliento a Nicci.
Empezaba a comprender por qué, incluso a su relativamente joven edad, habían nombrado a Kahlan la Madre Confesora. Ahora, no obstante, no había otras Confesoras. Ella era la última.
Aunque se había sorprendido al principio al encontrar a Kahlan allí, Nicci comprendió que tenía mucho sentido. La hermana Armina había sido una de las Hermanas que habían capturado a Kahlan y activado el hechizo Cadena de Fuego. La hermana Tovi había contado a Nicci que ellas habían conseguido eludir a Jagang utilizando el vínculo con Richard. Si bien suponía que Jagang podría haber conseguido superar el vínculo, Nicci pensó que tenía más sentido que el vínculo no las hubiera protegido nunca en realidad.
Si Jagang había capturado a la hermana Armina, tendría también a las hermanas Ulicia y Cecilia. Ése sería el motivo de que Kahlan estuviera allí. La habían tenido prisionera aquellas Hermanas, de modo que, también ella, habría sido atrapada en la red de Jagang.
Nicci vio que también Jillian estaba allí. Los ojos color cobre de la muchacha parpadearon sorprendidos al ver a Nicci. Si bien tenía sentido que Kahlan estuviera allí, Nicci era incapaz de comprender por qué estaba Jillian.
La muchacha se inclinó muy cerca de Kahlan, le acercó una mano a la oreja y le susurró algo… sin duda el nombre de Nicci. Kahlan respondió con un leve asentimiento, pero sus ojos revelaron muchísimo más. Había oído el nombre de Nicci antes.
Nicci señaló a toda prisa con dos dedos los ojos de Kahlan y los suyos propios, luego usó uno para posárselo sobre los labios, instándola a guardar silencio. Nicci no quería que Jagang supiera que podía ver a Kahlan, ni que conocía a Jillian. Cuanto menos supiera él, más seguras estarían ellas dos… si es que estar cautivo del emperador Jagang podía significar estar a salvo. Sin aguardar confirmación, Nicci apartó la vista de Kahlan y Jillian para volverse hacia Jagang.
Cuando éste arrojó el libro que leía a una mesilla y se dio la vuelta, clavando la negra mirada en ella, Nicci pensó que iba a desmayarse. Una cosa era recordarlo, otra muy distinta estar ante él.
Volver a estar bajo el escrutinio de aquellos ojos de pesadilla anuló su valor.
Sabía lo que la esperaba.
—Bien, bien —dijo Jagang a la vez que rodeaba la cama, con la mirada fija en ella—. Mira quién ha regresado. —Sonrió de oreja a oreja—. Eres tan hermosa como todos los sueños que he tenido sobre ti desde la última vez que estuviste conmigo.
A Nicci no le sorprendió el enfoque que él había tomado. No saber nunca cómo reaccionaría él mantenía a los que lo rodeaban en un estado de temor constante. Su cólera podía desencadenarla la cosa más nimia, o nada en absoluto. Nicci le había visto estrangular a un esclavo por dejar caer una tabla de cortar el pan, y sin embargo en otra ocasión le había visto recoger una bandeja de cordero que habían dejado caer y con toda tranquilidad devolvérsela al sirviente a quien se le había caído sin interrumpir ni por un segundo su conversación.
En un sentido amplio, tal carácter caprichoso en el emperador era más que un reflejo del comportamiento irracional e imprevisible de la Orden. La abnegación de uno por la causa era medida teniendo en cuenta principios inescrutables. La suerte o la desgracia siempre parecían depender del capricho. Para cualquier persona, aquella perpetua duda lacerante era extenuante. Esta tensión constante dejaba a la gente lista para acusar a cualquiera de sedición —incluso a amigos o familiares— con tal de que eso le garantizara seguir vivo.
Al igual que muchos otros hombres, Jagang también pensaba que podía obtener el afecto de Nicci con un poco de adulación. Le gustaba imaginar que podía ser encantador. La forma que adoptaban sus alabanzas, no obstante, revelaban mucho sobre sus valores.
Nicci no efectuó ninguna reverencia. Era plenamente consciente de que el collar de metal que rodeaba su cuello le impedía usar su don; pero si bien carecía de defensa ante aquel hombre, no iba a fingir respeto inclinándose, ni se dejaría adular por su disimulada lascivia.
En el pasado, a pesar de su han, su auténtica seguridad siempre había radicado en la indiferencia a lo que él podría hacerle. Durante aquellas ocasiones en que él había sido capaz de penetrar en su mente, y ella no había llevado ningún collar alrededor del cuello, sus habilidades como hechicera no le habían ayudado, del mismo modo que sus otras Hermanas cautivas estaban ahora indefensas a pesar de que ninguna de ellas llevaba un collar.
La protección de Nicci siempre había sido su actitud, no su don.
Antes, a Nicci sencillamente no le había importado si la hería, o incluso si podría decidir en cualquier momento matarla. Pensaba que merecía cualquier padecimiento que él pudiera infligirle y no le importaba si moría. Eso la dejaba indiferente a la omnipresente posibilidad de que el antojo de asesinarla pudiera cruzar por la mente del emperador.
Aun cuando todo eso había cambiado debido a Richard, ella no podía permitir que Jagang lo supiera. Su única posibilidad, su única defensa, era hacerle pensar que nada había cambiado en su actitud, que le importaba tan poco lo que pudiera sucederle ahora como le había importado en el pasado.
A la Señora de la Muerte no le importaría si podía usar su poder o no. Para la Señora de la Muerte un collar no significaba nada.
Jagang se acarició la larga perilla que crecía bajo su labio inferior con el índice y el pulgar. Examinó a la hechicera de pies a cabeza, y a continuación soltó un suspiro, como si considerará qué haría con ella primero.
Nicci no tuvo que esperar mucho.
Le asestó un revés con tanta fuerza que la lanzó volando por los aires. Cuando aterrizó, su cabeza chocó contra el suelo pero, por suerte, las gruesas alfombras amortiguaron el impacto. Sintió como si le hubieran desgarrado los músculos de la mandíbula y hecho añicos el hueso. El golpe la dejó aturdida.
Pese a que la habitación parecía dar vueltas, ella estaba decidida a volver a ponerse en pie. La Señora de la Muerte no se acobardaba. La Señora de la Muerte se enfrentaba a la muerte con indiferencia.
Una vez que consiguió alzarse sobre las rodillas, se limpió la sangre de la comisura de los labios con la muñeca. La mandíbula, a pesar del dolor, parecía estar intacta. Se esforzó por izarse sobre los pies.
Antes de que consiguiera ponerse en pie, Jillian corrió a colocarse entre Nicci y Jagang.
—¡Déjela en paz!
Mientras Jagang se ponía en jarras, mirando iracundo a la muchacha, Nicci dirigió una veloz mirada a Kahlan. La hechicera reconoció la mirada vidriada por el dolor en los ojos de la mujer. Y por el modo en que le temblaban los dedos, supo con exactitud la clase de dolor que Jagang le infligía mediante el collar. Tal sufrimiento preventivo estaba pensado para mantenerla donde estaba, para impedir que interfiriera.
Nicci juzgó que era, desde la perspectiva de Jagang, una decisión sensata.
Hasta donde podía recordar, Nicci había sido capaz de evaluar a las personas y hacerlo deprisa, y ello se había convertido en un talento valioso, ya que la supervivencia en choques violentos a menudo dependía de la evaluación exacta de aquéllos a los que se enfrentaba. Nicci podía advertir sólo mirando a Kahlan que era una mujer peligrosa, una mujer acostumbrada a interferir.
Jagang agarró a Jillian por el cogote y la alzó como a un gatito. Ella lanzó un quejido —más de miedo que de dolor— mientras él la sostenía en alto y la conducía a través de la habitación. La jovencita intentó arañarle las enormes manos sin resultado. Sus pies patearon el aire. Jagang alzó a un lado la gruesa colgadura que cubría la entrada a su dormitorio y arrojó a Jillian fuera.
—¡Armina! Vigila a la criatura. Quiero estar a solas con mi reina.
Nicci pudo ver cómo la hermana Armina atrapaba a Jillian entre sus brazos y la arrastraba atrás. Una ojeada le mostró a Kahlan todavía en el mismo lugar de la alfombrilla, con todo el cuerpo temblando levemente. Una lágrima de atroz dolor le corría por la mejilla. Nicci se preguntó si Jagang era consciente siquiera del mucho dolor que infligía a la mujer.
En el pasado había golpeado con frecuencia a Nicci más severamente de lo que había sido su intención o, cegado por la cólera, utilizando su habilidad como Caminante de los Sueños para infligir lo que podía ser con facilidad una dosis letal de dolor. Más tarde, tras comprender lo cerca que había estado de matarla, se disculpaba pero, al final, acababa diciendo que había sido culpa de Nicci por enfurecerlo tanto.
Mientras Jagang dejaba caer la colgadura, cerrando el acceso al dormitorio, los músculos tensos de Kahlan se aflojaron de repente. La mujer dejó caer el cuerpo, jadeando aliviada, dando la impresión de que apenas podía moverse tras el silencioso suplicio.
—Así pues —dijo Jagang a la vez que se giraba de nuevo hacia Nicci—, ¿lo amas?
Nicci pestañeó.
—¿Qué?
El rostro del hombre enrojeció de cólera al mismo tiempo que iba hacia ella.
—¡Qué quieres decir con qué! ¡Ya me has oído! —Le agarró un puñado de cabellos mientras se inclinaba hasta quedar a pocos centímetros de ella—. ¡No intentes fingir que no me entiendes o te arrancaré la cabeza!
Nicci sonrió, alzando la barbilla lo mejor que pudo para dejarle al descubierto la garganta.
—Por favor, hacedlo. Nos ahorrará a ambos muchísimos problemas.
Él le dedicó una mirada furiosa antes de soltarle el pelo. Se lo alisó antes de girar y apartarse unos cuantos pasos.
—¿Es eso lo que quieres? ¿Morir? —Volvió a girarse—. ¿Abandonar tu deber para con el Creador y la Orden? ¿Abandonar tu deber hacia mí?
Nicci se encogió de hombros.
—No importa mucho lo que yo quiera, ¿verdad?
—¿Qué se supone que significa eso?
—Sabéis muy bien lo que significa. ¿Desde cuándo os ha importado en absoluto lo que yo quiero? Vais a hacer lo que queráis sin importar lo que yo podría tener que decir sobre ello. Al fin y al cabo, no soy más que una súbdita de la Orden, ¿no es cierto? Yo diría que lo que queréis es lo que siempre habéis querido… matarme.
—¿Matarte? —Extendió los brazos—. ¿Qué te hace pensar que quiero matarte?
—Vuestras acciones inmoderadas.
—¿Inmoderadas? —Le lanzó una airada mirada—. No puede decirse que sea inmoderado. Soy Jagang el Justo.
—¿Olvidáis que fui yo quien os dio ese título? Lo hice no porque reflejara ninguna verdad, sino para contrarrestar la verdad… para crear una imagen que sirviera a los propósitos de la Orden. Soy yo quien creó esa imagen para vos, sabiendo que las personas irreflexivas lo creerían simplemente porque nosotros lo proclamábamos. No sabríais como representar ese papel ni aunque vuestra vida dependiera de ello.
Las formas nebulosas de los ojos del emperador se deslizaron por una oscuridad negrísima que le recordó a Nicci la caja del Destino negra como el mismo inframundo que ella había puesto en funcionamiento en nombre de Richard.
—No sé como puedes decir tales cosas, Nicci. Siempre he sido más que justo contigo. Te he dado cosas que no he dado a nadie más. ¿Por qué haría yo eso si quisiera matarte?
Nicci suspiró.
—Limitaos a decir lo que queréis decir, o aplastadme el cráneo, o enviadme a las tiendas de tortura. No tengo mucho interés en jugar a este juego con vos. Creéis lo que deseáis creer sin tener en cuenta la realidad. Vos sabéis, y yo sé, que lo que yo pueda tener que decir sobre cualquier cosa no va a cambiar nada en realidad.
—Lo que tú dices siempre ha influido. —Alzó una mano hacia ella al mismo tiempo que el acaloramiento de su voz crecía—. Mira lo que acabas de decir sobre bautizarme como Jagang el Justo. Eso fue idea tuya. Yo la escuché y usé porque era una buena idea. Servía a nuestros fines. Lo hiciste bien. Ya te dije antes que, cuando ganemos esta guerra, te sentarás a mi lado.
Nicci no le respondió.
Él juntó las manos a la espalda y se alejó unos pasos.
—¿Lo amas?
Nicci dirigió un vistazo a un lado. Kahlan estaba sentada en la alfombra, observándola. La mujer tenía la preocupación pintada en el rostro ante la sensación de amenaza que flotaba en el aire. Daba la impresión de que quería decir a Nicci que dejara de provocar a aquel hombre. Con todo, si bien parecía evidentemente preocupada por lo que Jagang iba a hacer, también parecía interesada en la respuesta a la pregunta del emperador.
La mente de Nicci trabajaba a toda prisa mientras intentaba pensar en cómo responder; no porque le preocupara lo que Jagang pudiera pensar de la respuesta, sino movida por la preocupación de qué podría pensar Kahlan. Había que considerar el hechizo Cadena de Fuego, la necesidad de un campo estéril. Tal y como parecían estar las cosas en aquellos momentos era probable que ella estuviera muerta para entonces, pero si Richard llegaba a tener la oportunidad de utilizar el poder de las cajas para contrarrestar Cadena de Fuego, Kahlan tenía que seguir siendo un campo estéril para que él tuviera una posibilidad de devolverla a lo que había sido.
—¿Lo amas? —repitió Jagang sin volver la mirada hacia ella.
Nicci llegó a la conclusión de que, para los propósitos de mantener un campo estéril, tanto daría el modo en que respondiera a la pregunta. No introduciría ninguna condición previa emocional en Kahlan. Era la conexión emocional de Kahlan con Richard, no la de Nicci, la que importaba.
—Mis sentimientos jamás han sido una carga para vos —respondió por fin Nicci con irritación—. ¿Qué podrían importaros?
Él dio la vuelta para mirarla fijamente.
—¿Qué podrían importarme? ¿Cómo puedes preguntar algo así? Te convertí prácticamente en mi reina. Me pediste que confiara en ti y que te permitiera marchar a eliminar al lord Rahl. Yo deseaba que permanecieras aquí, pero en su lugar te dejé ir. Confié en ti.
—Eso decís. Si de verdad confiaseis en mí, entonces no me interrogaríais. Da la impresión de que tenéis dificultades para comprender lo que significa la confianza.
—Eso fue hace un año y medio. No te he visto desde entonces. No he tenido noticias.
—Me visteis con Tovi.
Él asintió.
—Vi gran número de cosas a través de los ojos de Tovi… a través de los ojos de esas cuatro mujeres.
—Ellas pensaban que eran muy listas al utilizar el vínculo con el lord Rahl. —Nicci sonrió levemente—. Pero vos las vigilabais todo el tiempo. Lo sabíais todo.
Él sonrió con ella.
—Tú siempre fuiste más lista que Ulicia y las demás. —Enarcó una ceja—. Confié en ti cuando dijiste que ibas a matar a Richard Rahl. Y acabaste no teniendo ningún problema para hacer que el vínculo funcionase para ti. ¿Cómo es eso posible, querida? Un vínculo así sólo funcionaría si estuvieses consagrada a él. ¿Te gustaría explicármelo?
Nicci cruzó los brazos.
—No consigo ver cómo puede ser tan difícil de captar. Vos destruís. Él crea. Vos ofrecéis una existencia consagrada a la muerte. Él ofrece vida. No son palabras vacías… Él nunca me golpeó hasta hacerme sangrar, ni me violó.
El rostro de Jagang, y su cabeza afeitada, enrojecieron de cólera.
—¿Violación? Si quisiera violarte lo haría… y con derecho… pero no fueron violaciones. Tú lo querías. Tan sólo eres demasiado tozuda para admitirlo. Me ocultas tus deseos lujuriosos tras tu fingida indignación.
Los brazos de Nicci cayeron a los costados mientas ella se inclinaba hacia él para hablarle.
—Podéis inventar cosas para justificar vuestras acciones, pero eso no las convierte en ciertas.
Con una expresión asesina crispándole las facciones, él dio la espalda a la mujer para no verla. Nicci esperaba plenamente que se revolviera de improviso contra ella y le pegara con fuerza suficiente para partirle la cabeza. Quería que lo hiciera. Un final rápido era preferible a una tortura interminable.
Los millares de sonidos estridentes que surgían de la noche a su alrededor quedaban ahogados por las acolchadas paredes de la tienda. Estar fuera del estruendo constante del campamento era un lujo. Fuera, el terreno estaba plagado de bichos. Dentro de la tienda del emperador había esclavos que retiraban constantemente las cucarachas. Los aceites perfumados de la tienda también camuflaban algo del hedor que flotaba en el ambiente.
En cierto sentido la tienda del emperador podría parecer un refugio tranquilo, pero no lo era. En realidad era uno de los lugares más peligrosos de todo el campamento. El emperador tenía un poder absoluto sobre la vida y la muerte, y Jagang jamás permitía que lo cuestionaran o desafiaran.
—Así pues —dijo Jagang por fin, todavía de espaldas a ella—, responde a mi pregunta. ¿Lo amas?
Nicci se pasó una mano cansada por la frente.
—¿Desde cuando os han importado cuáles eran mis sentimientos? Jamás ha interferido con vuestra habilidad para violarme.
—¡Por qué todas esas estupideces sobre violaciones así de golpe! —rugió a la vez que daba una zancada hacia ella—. ¡Sabes que siento cosas por ti! ¡Y sé que tú sientes algo por mí!
Nicci no se molestó en responder. Él tenía razón sobre que ella nunca antes le había expuesto tales objeciones; no había sabido cómo oponerse. En el pasado no había creído que fuese dueña de su propia vida. ¿Cómo podía oponerse a que la Orden la usara para sus fines? Aún más, ¿cómo podía oponerse a que el líder de la Orden la utilizara para sus fines?
Gracias a Richard había llegado a comprender que su vida era suya, y eso significaba que también era dueña de su cuerpo y que no tenía por qué entregárselo a nadie si no quería.
—Sé lo que estás haciendo, Nicci. —Las manos del emperador volvieron a cerrarse en sendos puños—. Te limitas a utilizarle para ponerme celoso. Estás usando tus artimañas femeninas para hacer que te arroje sobre la cama y te arranque la ropa; ¡eso es lo que buscas en realidad y ambos lo sabemos! Lo estás utilizando para incitarme a una ardiente pasión por ti. Es realmente a mí a quien quieres, pero ocultas tus auténticas pasiones tras esas protestas de que te violé.
Nicci evaluó con frialdad su expresión acalorada.
—Estáis recibiendo un mal consejo de vuestros testículos.
Él echó un puño atrás. Ella se mantuvo firme donde estaba, contemplando las formas nebulosas que se movían por el paisaje nocturno de sus ojos.
La mano cayó por fin a un lado.
—Te he ofrecido lo que no he ofrecido a ninguna otra: ser prácticamente mi reina, estar por encima de todas las demás. Richard Rahl no puede ofrecerte nada. Únicamente yo puedo ofrecerte todo lo que un emperador puede ofrecer. Únicamente yo puedo ofrecerte una parte del poder que gobernará el mundo.
Nicci efectuó un amplio gesto con el brazo para indicar toda la tienda real.
—Ah, las recompensas de abrazar el mal. Todo sería mío con la condición de que renuncie a mi mente pensante y proclame que la injusticia total es una virtud.
—¡Te ofrecí el poder de gobernar conmigo!
La hechicera le lanzó una fría mirada colérica a la vez que dejaba caer el brazo.
—No, me ofrecisteis la obligación de ser vuestra furcia y la tarea de matar a aquellos que no quieren inclinarse ante vuestro mandato.
—¡Es el gobierno de la Orden! ¡Esta guerra no es para que yo gane gloria, y lo sabes! Este conflicto defiende la causa del Creador… para la salvación de la humanidad. Llevamos la auténtica voluntad del Creador a los infieles. Llevamos las enseñanzas de la Orden a aquellos que anhelan dar significado y propósito a sus vidas.
Nicci permaneció muda. Él tenía razón. Podría haber disfrutado enormemente del boato del poder, pero ella sabía que él creía sinceramente que no era más que un adalid de un bien mayor, un guerrero que servía a los auténticos deseos del Creador imponiendo las enseñanzas de la Orden en esta vida de modo que la humanidad pudiera alcanzar la gloria en la siguiente.
Nicci sabía muy bien lo que era creer. Jagang creía.
Se le ocurrió que era casi cosa de risa, no obstante, el modo en que la ideología que ella misma había fomentado le parecía en la actualidad tan profundamente estúpida. A diferencia de Jagang, y de la mayoría de las personas que abrazaban las creencias de la Orden, Nicci las había aceptado porque pensaba que tenía que hacerlo, que era el único modo de que alcanzara una vida moral. Soportó el yugo de la servidumbre, sin dejar en ningún momento de odiarse a sí misma por no ser feliz. Las Hermanas de la Luz en realidad no habían sido mejores, ofreciéndole sólo una variante de la misma abnegada llamada al deber, de modo que permaneció bajo el dominio invalidante de la Fraternidad de la Orden. Como un súbdito insensible de la Orden, ser utilizada por Jagang era uno de los muchos sacrificios que creía necesarios para ser una persona buena y moral.
Y entonces todo aquello había cambiado.
Cómo echaba de menos a Richard.
—Todo lo que le vais a traer a la humanidad es mil años de oscuridad —dijo, cansada de exponer la verdad a un creyente cuyos conceptos estaban basados en lo que la Orden predicaba, no en la realidad—. Todo lo que vais a hacer es arrojar al mundo a una era salvaje, larga y tenebrosa.
Él la miró con furia.
—Esa que habla no eres tú, Nicci. Sé que no lo es. Sólo dices esas cosas porque lord Rahl irradia odio por su prójimo. Lo repites sólo para hacerme pensar que lo amas.
—A lo mejor lo amo.
Él sonrió burlón.
—No. —Negó con la cabeza—. No, simplemente quieres utilizarle para manejarme a tu antojo. Así es como actúan las mujeres… intentando manipular a los hombres.
Antes que dejar que la condujera por el sendero de cuáles podrían ser sus sentimientos auténticos por Richard, Nicci cambió de tema.
—Vuestros planes de gobierno, vuestros planes para que la Orden lleve sus ideas a todo el mundo, no van a funcionar. Necesitáis las tres Cajas del Destino. Yo estaba allí cuando la hermana Tovi murió. Ella tenía la tercera caja pero se la robaron.
—Ah, sí, el valiente Buscador, empuñando la Espada de la verdad… —parodió una estocada—, interviniendo para liberar la caja del Destino de una Hermana de las Tinieblas malvada. —Le dedicó una mirada avinagrada—. Yo estaba allí, observando a través de sus ojos.
Había estado observando a Nicci a través de los ojos de Tovi.
—Sigue siendo un hecho que las Hermanas tenían las tres cajas. Puede que ahora tengáis a esas Hermanas, pero sólo tenéis dos cajas.
Una sonrisa astuta reemplazó la irritación de Jagang.
—Bueno, no creo que eso vaya a resultar un problema tan grande como piensas. Ni tampoco importará que hayas puesto esa caja en funcionamiento. Tengo modos de eludir dificultades tan insignificantes.
Nicci sintió cierta alarma al enterarse de que él sabía que había puesto en funcionamiento la caja, pero intentó no mostrarla.
—¿Qué modos?
La sonrisa de Jagang se ensanchó.
—¿Qué clase de emperador sería si no tuviera planes para toda eventualidad? No te preocupes, querida, lo tengo todo bajo control. Todo lo que importa es que al final me ocuparé de que las tres cajas vuelvan a reunirse. Cuando vuelvan a estar juntas usaré ese poder para acabar con toda resistencia al gobierno de la Orden.
—Si sobrevivís tanto tiempo.
La irritación de emperador regresó mientras estudiaba el rostro carente de expresión de la hechicera.
—¿Qué se supone que significa eso?
Ella hizo un ademán para indicar a lo lejos.
—Richard Rahl ha soltado a los lobos sobre vuestro amado rebaño.
—¿Lo que significa?
Ella enarcó una ceja.
—El ejército al que perseguisteis hasta aquí arriba ha desaparecido. No pudisteis destruirlo, ¿verdad? Adivinad dónde está ese ejército ahora.
—Desperdigado por miedo a perder sus vidas.
Nicci sonrió.
—No exactamente. Al ejército d’haraniano le han encargado que lleve la guerra a aquéllos en el Viejo Mundo que sustentan esa guerra, a aquellos que dieron origen a la agresión. Esas gentes van a tener que enfrentarse a las consecuencias de enviar asesinos al norte. Ellos, no menos que vos, tienen las manos manchadas con la sangre de inocentes. Piensan que la distancia los mantiene a salvo, pero el que estén muy alejados del mal que provocan directamente no los absolverá de sus delitos. Pagarán el precio.
—Estoy al corriente de los pecados más recientes de lord Rahl. —Los músculos de la mandíbula de Jagang se flexionaron cuando apretó los dientes—. Richard Rahl es un cobarde que va tras mujeres y niños porque no es capaz de enfrentarse a auténticos hombres.
—Ésa sería la clase peor de ignorancia si en realidad lo creyerais, pero no lo hacéis. Queréis que otros lo crean, de modo que extraéis medias verdades cuidadosamente seleccionadas para envolver vuestra causa en una falsa moralidad. Buscáis elaborar una excusa para lo inexcusable. Por así decirlo, os escondéis tras las faldas de mujeres mientras lanzáis flechas, de modo que cuando las flechas os sean devueltas, podáis fingir indignación ante esa atrocidad.
»Vuestro auténtico propósito, no obstante, es despojar del derecho incuestionable a la autodefensa a aquellos que deseáis destruir.
»Richard es un hombre que comprende la realidad de la amenaza que representan las creencias de la Orden. No deja que lo distraigan artimañas pensadas para oscurecer la verdad. Comprende que para sobrevivir tiene que ser lo bastante fuerte para eliminar la amenaza, sin importar la forma que adopte; incluso si se trata de destruir los campos que cultivan la comida que da a vuestros hombres la energía para degollar a personas que viven pacíficamente. Cualquiera que defienda esos campos es un cómplice de asesinato.
»Richard es un hombre que conoce la sencilla verdad de que, sin victoria, no existe supervivencia para su pueblo.
—Esas personas se buscan su propio sufrimiento al resistirse a las rectas enseñanzas de la Orden —replicó Jagang.
Los músculos de sus brazos se tensaron junto con los puños mientras paseaba. Daba la impresión de estar al borde de un ataque de violencia. No le gustaba que nadie le discutiera sus aseveraciones, así que se revolvió contra Nicci y las repitió con más energía, como si su voz alzada y las amenazas, fueran a dejar resuelta la cuestión.
—Richard Rahl demuestra su depravación, y la inmoralidad de aquéllos a los que lidera, al enviar a sus hombres a matar a mujeres y niños del Viejo Mundo, en lugar de alzarse y combatir a nuestros soldados. Sus atrocidades contra mujeres y niños demuestran el criminal cobarde que es en realidad. Tenemos la obligación de librar al mundo de personas tan pecadoras.
Nicci cruzó los brazos a la vez que le clavaba la clase de mirada iracunda que reservaba en el pasado para aquellos que no querían doblegarse a la voluntad de la Orden. Era una mirada que con frecuencia había precedido a acciones que le habían valido el título de Señora de la Muerte. Era una mirada que incluso daba que pensar al emperador.
—Todas las gentes del Nuevo Mundo son inocentes —dijo—. Ellos no llevaron la guerra a la Orden, la Orden llevó la guerra hasta ellos. Es cierto que personas en el Viejo Mundo… incluidos niños… resultaron lastimados o muertos. ¿Qué elección tienen esas personas? ¿Continuar siendo masacrados y esclavizados por temor a dañar a alguien inocente? Todos son inocentes. Sus hijos son inocentes. Los están matando, ahora.
»Sabéis, por vuestra presencia en la mente de la hermana Ulicia, la táctica que pensó que le procuraría la seguridad del vínculo con Richard y protegería su mente de vos. La hermana Ulicia sabía que la vida es lo más valioso para Richard, así que urdió la estratagema de que cuando usara el poder de las cajas para liberar al Custodio del inframundo de su prisión en el mundo de los muertos, ella concedería vida eterna a Richard. Que Richard no creería jamás que tal trato fuera posible, y mucho menos que lo aceptase, era irrelevante en la mente de Ulicia. Pensaba que hasta que la oferta fuera hecha y rechazada, sus intenciones de concederle vida eterna le proporcionaban inmunidad frente a vuestra habilidad como Caminante de los Sueños.
»Pero vos ya estabais secretamente incrustado en la mente de Ulicia. Es así como averiguasteis lo que más le importa a Richard, lo que es más valioso para él: la vida.
»Ése es un concepto ajeno a vos. La vida no es un valor para la Orden. Ellos enseñan que nuestras vidas son un estado transitorio sin sentido en nuestro camino a la vida eterna. Ellos creen que esta vida es un simple recipiente, un cascarón, para contener nuestra alma hasta que pueda alcanzar un plano superior de existencia. La Orden enseña que la gloria en la otra vida es nuestro mayor valor, y que esa gloria se obtiene mediante el sacrificio de esta vida a su causa. La Orden, por lo tanto, valora la muerte.
»Vos veis a aquellos que valoran la vida como débiles, inferiores. No podéis comprender lo que la vida, toda vida, significa para alguien como Richard, pero sí sabéis cómo utilizar lo que averiguasteis.
»Usáis ese valor para intentar intimidar a Richard para que no se enfrente al gran desafío de defender toda la vida. Al promover la mentira de que es un asesino de mujeres y niños creéis que podéis acobardarle, avergonzarle para que no ataque por miedo a que puedan morir civiles, y limitarle así a defenderse.
»Como guerrero experimentado sabéis muy bien que las guerras no se ganan poniéndose a la defensiva. Sin la dedicación total de la fuerza necesaria para aplastar las creencias despiadadas de un agresor, no se puede esperar jamás ganar una guerra porque esas creencias son lo que provoca la guerra en un principio.
»Richard también sabe que las guerras no se ganan a la defensiva, que para poner fin a la guerra con la mayor rapidez posible y la menor pérdida de vidas, el único modo es poner fin a la capacidad del agresor para perjudicarte y aplastar su devoción por las creencias que fueron las que dieron pie a su ataque.
»Vuestro objetivo, con esas mentiras vertidas contra un hombre que valora tanto la vida, es desacreditarlo, deshonrarlo y avergonzarlo para que tema actuar como debe si quiere ganar.
»Creáis una diversión con medias verdades para apartar todos los ojos de las implicaciones auténticas de vuestras creencias y ganar conversos a la ideología retorcida de la Orden. Acusáis a otros de las cosas de las que sois en realidad culpable, sabiendo que eso despertará emociones.
»Pero al final, esas acusaciones tan rimbombantes son simplemente una tapadera; un intento de agarrarse a un excusa para legitimar vuestras matanzas rutinarias.
»Vos y yo conocemos la realidad de los innumerables cadáveres de mujeres y niños que la Orden deja a su paso, pero ésos se pasan por alto en vuestra artificial indignación moral. Vuestra brutalidad, ferocidad y crueldad contra aquellos que no han hecho nada a los habitantes del Viejo Mundo define la naturaleza real de vuestras creencias. La enormidad de vuestra depravación queda agravada por el hecho de culpar a la víctima de los crímenes que vos cometéis sobre su pueblo, del mismo modo que me culpáis a mí de mi propia violación.
»Yo estaba allí el día que Richard dio a esas tropas sus órdenes. Conozco la verdad.
»La verdad es que las mentes de la mayoría de los habitantes del Viejo Mundo han sido irrevocablemente mancilladas por su devoción fanática a ideas que sólo acarrean sufrimiento y muerte. A esas personas ya no se las puede redimir mediante el razonamiento. Richard sabe que el único modo de tratar con la maldad, de romper el vínculo de la gente con él, es hacer que aferrarse a tales creencias resulte insoportable.
»La Orden ha hecho que esto sea una guerra hasta las últimas consecuencias. Richard sabe que su pueblo no puede sobrevivir intentando coexistir con tal maldad, o disculpando a aquellos que la alimentan.
»La Orden busca exterminar la libertad. El cuchillo que la Orden intenta clavar en su corazón lo empuja la devoción por las creencias corruptas de la Orden. Richard entiende que debe eliminar la fuente de esas creencias o los librepensadores de todo el mundo morirán, asesinados por hombres alentados y alimentados por los habitantes del Viejo Mundo.
»La guerra es algo terrible. Cuanto antes se le ponga fin, menos sufrimiento y muerte habrá. Ése es el objetivo de Richard. Los pobres de espíritu retrocederían ante lo que debe hacerse por temor a ser criticados por los malvados. A Richard no van a disuadirle las palabras de hipócritas y resentidos.
»Lo cierto es que sus órdenes fueron que, siempre que fuera posible, sus soldados tenían que evitar lastimar a la gente, pero poner fin a la guerra es su objetivo primordial. Para hacer eso, deben destruir la capacidad de la Orden para hacer la guerra. Como soldados, ésa es la responsabilidad que les ha encomendado Richard. Están defendiendo el derecho de su gente a existir. Les dijo que cualquier otra cosa es simplemente dirigirse a la propia sepultura.
»Esta guerra no es más que una extensión de la gran guerra que lo devastó todo hace mucho tiempo, pero que en realidad jamás finalizó. El Viejo Mundo ha vuelto a ser presa de las ideas perversas de la Orden. ¿Cuántas vidas se han desperdiciado debido a esas creencias? ¿Cuántas más se desperdiciarán?
»La última vez, aquellos que se defendían de tales creencias no tuvieron el valor para aplastarlas y convertirlas en cenizas frías e inertes, y como resultado esta antigua guerra se ha reavivado otra vez a manos de la Fraternidad de la Orden. Tal y como sucedió entonces, la han desencadenado esas mismas ideas sin sentido de que todo el mundo debe creer lo mismo que ellos o morir.
»Richard comprende que esta vez hay que ponerle fin de una vez por todas, que hay que liberar al mundo de la vida del veneno de la Orden. Él tiene el valor de hacer justo eso. Vuestras mentiras no lo disuadirán. A él no le importa lo que otras personas piensen de él. Únicamente le importa que no puedan volver a hacerle daño ni a él ni a aquellos que le importan.
»Para asegurarse de eso, se dará caza y se matará a aquellos que predican el odio.
»Es posible que el ejército d’haraniano no sea ni con mucho tan numeroso como el de la Orden Imperial, pero os estrangularán. Quemaran cosechas y huertos, destruirán molinos y establos, destrozarán presas y canales. Cualquiera que se interponga en su tarea de detener vuestra capacidad para librar una guerra del Viejo Mundo será eliminado.
»Lo que es más importante, esos soldados cortarán las líneas de suministros que se dirijan al norte. Poner fin a vuestra capacidad para matar a estas personas es el único objetivo de Richard. A diferencia de vos, él no necesita darle a nadie una lección sobre el poder… pero pondrá fin al vuestro.
»No habrá batalla final para decidirlo todo, como planeabais. A Richard no le importa cómo se detenga a vuestros hombres, únicamente que así sea… de una vez por todas.
»Sin suministros, vuestro ejército languidecerá y morirá aquí fuera en esta llanura estéril. Ésa es victoria suficiente.
Jagang sonrió de un modo que dio que pensar a Nicci.
—Querida, el Viejo Mundo es un lugar muy grande. Malgastan sus esfuerzos atacando cosechas. No pueden estar en todas partes.
—No tienen que estarlo.
Él se encogió de hombros.
—Es posible que puedan atacar convoyes de suministros aquí y allí, pero eso es simplemente el sacrificio que nuestro pueblo hará para el progreso de nuestra causa. Las bajas, no importa cuántas, son el coste de obtener fines morales.
»Debido a que comprendo el precio que debe pagarse para conducirnos a nuestra victoria final, ya he ordenado un aumento espectacular en el número de suministros que se envían al norte a nuestras valerosas tropas. Podemos enviar más hombres y suministros de los que Richard Rahl puede esperar detener.
»Las gentes del Viejo Mundo sacrificarán lo que deban para asegurarse de que tenemos lo que necesitamos para perseverar. El precio se ha elevado, pero nuestra gente lo pagará de buen grado. Imagino que tienes razón, que muchos de esos convoyes de suministros serán destruidos, pero las fuerzas d’haranianas no tienen hombres suficientes para detenerlos a todos.
A Nicci se le hizo un nudo en el estómago.
—Un alarde muy temerario…
—Si no me crees puedes juzgar por ti misma si digo la verdad. Otro convoy llegará pronto, un convoy de suministros tan largo que tendrías que permanecer en un mismo lugar durante dos días sólo para verlo pasar entero ante tus ojos. No te preocupes, nuestros valerosos hombres tendrán provisiones suficientes para llevar esta guerra a su conclusión.
Nicci negó con la cabeza.
—No veis la totalidad. Si no podéis atrapar y derrotar a las fuerzas d’haranianas, no podéis ganar esta guerra. Hay personas en el Viejo Mundo, igual que en cualquier otra parte, que ansían vivir sus propias vidas como deseen. La Orden puede que ciegue a muchos con sus enseñanzas, pero hay individuos en todas partes que utilizan la cabeza y comprenden la verdad de la vida. Hay personas así por todo el Viejo Mundo que se volverán contra la Orden.
»Sólo tenéis que mirar a Altur’Rang. Yo estaba allí cuando cayó. Había sido un lugar de padecimiento generalizado bajo el gobierno de la Orden Imperial. Ahora se ha quitado esas ataduras, las gentes del lugar prosperan. Otras personas verán tal cambio y eso las alentará a tener su propia vida. También ellas querrán prosperar.
Jagang pareció indignado ante tales palabras.
—¿Prosperar? No son más que infieles bailando sobre el terreno que será su sepultura. Serán aplastados. Eso es lo que verá la gente…, que la Orden castigará justamente a aquellos que dan la espalda a su deber para con su prójimo. El castigo que sufrirán por su egoísmo será recordado durante mil años.
—¿Y las fuerzas d’haranianas? ¿Los lobos lanzados sobre vuestro rebaño? No serán eliminadas tan fácilmente. Seguirán quebrando el dominio de la Orden. Seguirán persiguiendo a aquellos que han enviado la guerra al norte, eviscerando el núcleo mismo de la Fraternidad de la Orden.
Jagang sonrió burlón.
—¡Oh, querida, estás tan equivocada en eso! Olvidas las Cajas del Destino.
—Sólo tenéis dos.
—Por el momento, tal vez, pero tendré las tres. Cuando las tenga, entonces soltaré su poder para que haga lo que le ordenemos. Con el poder de las cajas bajo mi control, toda oposición quedará barrida en una tormenta de fuego. Utilizaré el poder de las cajas para abrasar la carne de cada uno de esos soldados d’haranianos, y dejaré que cada uno tenga una muerte lenta y atroz. Perseguidos por el poder de las cajas, no habrá ningún sitio en el que puedan esconderse. Sus alaridos serán el sonido de una dulce justicia para nuestro pueblo, que ahora padece su brutalidad. También haré que cada uno de esos infieles traidores de Altur’Rang sufra las consecuencias de traicionar nuestras enseñanzas.
»El poder de las cajas servirá a la causa de la Fraternidad de la Orden y al final abatirá a los d’haranianos… sin importar dónde estén.
»Trituraré los huesos de Richard Rahl hasta convertirlos en polvo. Es hombre muerto, simplemente no lo sabe todavía.
La sonrisa burlona de Jagang le puso la piel de gallina a Nicci.
—Pero primero —dijo con evidente delectación—. Quiero que viva el tiempo suficiente para verlo todo, que viva el tiempo suficiente para sufrir de verdad. Ya sabes lo mucho que me gusta que aquellos que se han opuesto a mí vivan de modo que puedan padecer el dolor de un auténtico sufrimiento.
Su voz descendió hasta ser un gruñido.
—Con ese propósito, tengo algo muy, muy querido para Richard Rahl. Cuando suelte el poder de las cajas podré por fin provocarle un dolor que no puede ni remotamente imaginar. Le provocará la clase de angustia emocional que aplastará su espíritu, aplastará su alma, antes de que yo aplaste su cuerpo.
Nicci sabía que Jagang hablaba de Kahlan, pero no se atrevió a dejarle saber que estaba enterada de ello. Tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no echarle una mirada a la mujer, para no delatar lo que sabía.
—Venceremos —dijo—. Te ofrezco la oportunidad de regresar a mi lado… al lado de la Orden. Al fin y al cabo, no tienes otra elección que aceptar la voluntad del Creador. Es hora de que aceptes tu responsabilidad moral hacia tu prójimo.
Ella había sabido desde el momento en que había entrado en el campamento que no tenía posibilidad de escapar a lo inevitable. Jamás volvería a ver a Richard, ni a ser libre.
Jagang hizo un ademán displicente.
—No puedes lograr nada con tu afecto infantil por Richard Rahl.
Nicci sabía lo que iba a suceder si no se sometía a su autoridad. Si no aceptaba, él haría que fuera todo mucho más atroz para ella.
Pero su vida era suya, ahora, y no la arrojaría por la ventana.
—Si vais a triturar a Richard Rahl hasta convertirlo en polvo —repuso en su tono más condescendiente—, si él no es nada más que un problema insignificante para vos, entonces ¿por qué estáis tan preocupado por él? —Enarcó una ceja—. Es más, ¿por qué estáis tan celoso de él?
Con el rostro enrojeciendo de cólera, Jagang la agarró por la garganta y con un rugido la levantó hasta depositarla en la cama. Ella inhaló bruscamente justo antes de que él le aterrizara encima. Se puso a horcajadas sobre ella, luego se inclinó a un lado y tomó algo. Con el cuerpo de Jagang sobre ella, Nicci apenas podía respirar.
Una mano enorme le sujetó el rostro para mantenerle la cabeza inmóvil aun cuando ella no hizo ningún esfuerzo por resistirse. Con la otra mano tiró hacia fuera del labio inferior de la hechicera, y cuando le soltó la cara ella vio que sostenía un punzón.
Jagang se lo clavó a través del labio inferior, retorciéndolo para hacer un agujero. Lágrimas de dolor ardieron en los ojos de Nicci, pero no osó moverse para que no le desgarrara el labio.
Tras extraer el punzón, introdujo un aro de oro abierto a través del labio recién perforado.
Inclinándose al frente, Jagang usó los dientes para cerrar el aro.
Su barba rala le arañó la mejilla cuando se apretó contra ella y susurró en su oreja:
—Eres mía. Hasta el día que decida que tienes que morir, tu vida me pertenece. Será mejor que te olvides de Richard Rahl. Cuando haya terminado contigo el Custodio te tendrá por traicionarme.
La abofeteó. El tortazo pareció hacer vibrar todos sus dientes.
—Se terminó el ser la furcia de Richard Rahl. Muy pronto admitirás que no hacías más que intentar ponerme celoso y que es en mi cama donde realmente querías estar todo el tiempo… ¿No es cierto?
Nicci alzó la mirada hacia él sin mostrar ninguna emoción ni decir nada.
Él le asestó un puñetazo.
—¡Admítelo!
Con todas sus energías, Nicci mantuvo la voz imperturbable.
—No podéis hacer que alguien sienta afecto por vos pegándole.
—¡Tú has hecho que te pegara! ¡Es culpa tuya! Dices cosas que sabes que me enfurecerán. No te pegaría si no estuvieras siempre empujándome a ello. Tú te lo buscas.
Como para demostrar lo que decía, le asestó dos poderosos golpes en la cara. Ella hizo todo lo posible por no hacer caso del dolor. Sabía que aquello era sólo el principio.
Alzó los ojos hacia él y no dijo nada. Había estado debajo de él suficientes veces como para saber muy bien lo que venía a continuación.
Empezaba a dirigirse ya a aquel lejano lugar en su mente. Ya no se concentraba en el hombre que tenía encima, golpeándola. La mirada fue a posarse en el techo de la tienda.
Mientras sus puños la machacaban, ella apenas lo sentía. Era tan sólo su cuerpo, en algún lugar distante, lo que sentía dolor.
Tenía que respirar entre un borboteo de sangre.
Sabía que él le estaba quitando el vestido, sabía que sus manazas la toqueteaban, pero también hizo caso omiso de eso.
En su lugar… mientras Jagang le pegaba, la manoseaba, se subía sobre ella y la obligaba a separar las piernas… pensó en Richard, en que él siempre la trataba con respeto.
Mientras empezaba la pesadilla, ella soñó otras cosas.