21
alzando las faldas de su vestido negro, Nicci pasó por encima del borde elevado del pedestal que sostenía el ataúd. Se aferró el borde de la abertura para mantener el equilibrio mientras empezaba a bajar la empinada escalera. Las dos primeras Hermanas descendían ya, y el fluctuante resplandor de sus antorchas no mostraba otra cosa que un pozo casi vertical con peldaños.
Una vez que hubo pasado dentro detrás de Nicci, la hermana Armina empujó la palanca de vuelta al interior de la pared, luego cogió una antorcha. En lo alto, el ataúd volvió a su lugar, cerrando la entrada.
A Nicci le pareció como si estuvieran a punto de descender al inframundo mismo.
El hueco de la escalera era sólo lo bastante ancho para que las personas bajaran de una en una y, descendiendo en un ángulo pronunciado, los peldaños giraban en pequeños descansillos para luego seguir bajando. Los escalones mismos habían sido tallados de un modo rudimentario; eran irregulares, lo que convertía el descenso en traicionero. Daba la impresión de que quien fuera que había tallado los peldaños había seguido las vetas más blandas en la roca allí donde estaban disponibles. Tal trabajo daba como resultado una ruta sinuosa y tortuosa.
La escalera descendía tan pronunciadamente que Nicci se encontró teniendo que respirar el humo de las dos antorchas que llevaban las Hermanas situadas justo por debajo de ella. Mientras su mente trabajaba a toda prisa, intentando estudiar sus opciones, consideró por un breve instante arrojarse por el pozo cortado a pico con la esperanza de partirse el cuello, tal vez incluso haciendo caer con ella también a las dos mujeres que tenía debajo. Pero con lo estrecha que era la abertura imaginó que probablemente quedaría atascada antes de caer muy lejos. Como, además, los descansillos eran numerosos, lo más probable era que sólo se rompiera un brazo, no el cuello.
Bajaron durante lo que a Nicci se le antojó mucho tiempo. Descender en un ángulo tan inclinado hacía que le ardieran los muslos. Por el modo en que les costaba respirar, las tres Hermanas acusaban también el esfuerzo. Quedaba claro que no estaban a la altura del exigente esfuerzo y se estaban cansando.
Si bien Nicci también empezaba a estar cansada, ella no experimentaba las dificultades tan acusadas de las otras. Las Hermanas tenían que detenerse varias veces para tomar breves descansos. Cuando paraban, se sentaban en un escalón, recostándose en la pared, jadeantes, mientras recuperaban el resuello. A Nicci la obligaban a permanecer de pie.
A ninguna de las tres les gustaba Nicci. Tal y como había dicho Ann, ella era diferente del resto de las Hermanas de las Tinieblas. Ellas siempre habían pensado que merecían recompensas eternas. Nicci siempre pensó que merecía un castigo eterno. Era una sombría paradoja que, sólo tras haber comprendido por fin el valor de su vida, fuese a obtener el castigo que había pensado que merecía. Jagang se ocuparía de eso.
Cuando pareció que no podría conseguir bajar otro tramo de escalones, llegaron a un rellano que resultó ser un corredor.
En algunos lugares el angosto túnel era tan bajo que tenían que pasar agachadas para no golpearse con el techo de roca. Las paredes estaban excavadas en la roca, y eran irregulares, por lo que el corredor tenía el aspecto de una cueva. En algunos puntos apenas había espacio para pasar. En los lugares pequeños el humo de las antorchas provocaba que a Nicci le escocieran los ojos.
El estrecho túnel se ensanchó de pronto para pasar a ser un corredor lo bastante ancho para que al menos dos personas pudieran caminar una al lado de la otra. Las paredes, en lugar de estar talladas en la roca, estaban construidas con bloques de piedra. El techo, compuesto por enormes bloques de piedra que abarcaban la anchura del pasadizo, era bajo y estaba ennegrecido por hollín, pero al menos no era tan bajo que Nicci tuviera que encorvarse.
Al poco rato empezaron a encontrar pasillos a los lados. No tardó en resultar evidente que había una maraña de corredores bifurcándose en todas direcciones. Al pasar ante estas intersecciones, la luz de las antorchas iluminaba brevemente largos pasillos oscuros. En algunas de las entradas laterales, no obstante, Nicci vio habitaciones con nichos excavados en las paredes.
La curiosidad pudo más que ella. Echó una ojeada por encima del hombro a la hermana Armina.
—¿Qué es este lugar?
—Unas catacumbas.
Nicci no había sabido que hubiera catacumbas debajo del Palacio del Pueblo. Se preguntó si alguien de palacio estaba enterado… Nathan, Ann, Verna, las mord-sith. Al mismo tiempo que se le ocurría la pregunta supo la respuesta. Nadie lo sabía.
—¿Qué hacemos aquí abajo?
La hermana Julia volvió la cabeza para dedicar a Nicci una burlona sonrisa ensangrentada y sin dientes.
—Lo averiguarás muy pronto.
Ahora que sabía lo que era aquel lugar, Nicci comprendió que lo que había visto amontonado en algunas de las habitaciones laterales eran cuerpos, cuerpos a millares, envueltos en mortajas y cubiertos de polvo a lo largo de oscuros, tranquilos y silenciosos siglos. Al pasar ante otras habitaciones colocadas a intervalos empezó a ver huecos en las paredes que no contenían restos individuales, sino montones de huesos. Los huesos estaban apilados en cantidades pasmosas, llenándolos por completo. Cuando la luz de las antorchas fue a parar al interior de habitaciones situadas a cada lado, Nicci vio cráneos apilados desde el suelo hasta el techo. No podía saberse hasta dónde llegaban en la oscuridad aquellas estancias con cráneos perfectamente apilados.
Nicci sintió consternación al pensar en los esqueletos que veía. Todos habían sido en el pasado personas que habían nacido, crecido y vivido. Ahora no había más que huesos para indicar que habían existido alguna vez.
La hechicera tragó saliva ante la aterradora idea de que pronto acabaría como otro cráneo anónimo más. Del mismo modo que ella no sabía nada sobre esas personas, lo que soñaban, en lo que creían, lo que amaban, o incluso qué aspecto habían tenido en vida, ella sería un esqueleto que se convertiría poco a poco en polvo.
Hacía tan poco tiempo que había estado arriba, entre la belleza del palacio, entre sus colores y su vida… Ahora lo que la rodeaba no era otra cosa que polvo, mugre y muerte, mientras iba camino de acabar igual.
Las dos Hermanas que iban delante enfilaron una confusa serie de intersecciones. Algunos de los pasillos que tomaron descendían, y en varias zonas tuvieron que bajar más tramos de escalera hasta corredores todavía más enterrados.
Por todas partes había habitaciones llenas de huesos, algunas con cráneos, algunas con otros huesos apilados con esmero en todo espacio disponible, todos dando testimonio silencioso de vidas que se habían vivido en alguna ocasión. Algunos de los pasillos que cruzaban estaban construidos con ladrillos pero la mayoría eran de piedra. A juzgar por la diversidad de tamaños de las piedras y estilos de construcción parecía como si pasaran de una era a otra, y que cada época hubiera preferido un método distinto para ampliar las cada vez más grandes catacumbas.
El siguiente giro que dieron las hizo pasar ante una habitación con una clase diferente de entrada. Habían deslizado a un lado unas gruesas losas de piedra que habían mantenido cerrada la caverna situada al otro lado. A Nicci le sorprendió ver a otra Hermana montando guardia allí. Más allá, en el interior, entre las sombras, había fornidos guardias de la Orden Imperial. A juzgar por su tamaño, la clase de cotas de malla que llevaban y las correas de cuero que les cruzaban los pechos, junto con los tatuajes que lucían atrás sobre las cabezas afeitadas, eran algunos de los soldados de más confianza y más hábiles de Jagang.
Por detrás de ellos, Nicci vio que la baja estancia estaba repleta de estanterías que contenían innumerables libros. Más allá, la luz de unos quinqués revelaba que había personas rebuscando entre los volúmenes. Jagang tenía a equipos de estudiosos dedicados a registrar escondites de libros para él. Estaban adiestrados y sabían lo que Jagang buscaba.
El lugar recordó muchísimo a Nicci las catacumbas que había en Caska. Era allí donde, con la ayuda de Jillian, Richard había hallado el libro Cadena de Fuego.
—Tú —dijo la hermana Armina a uno de los guardias—, ven aquí.
Cuando el soldado se detuvo fuera, en el pasillo, y se apoyó en su lanza, ella indicó con un ademán atrás.
—Reúne a unos cuantos obreros y…
—¿Qué clase de obreros? —interrumpió el hombre.
A guerreros como él no les intimidaban las Hermanas de las Tinieblas: eran simples cautivas, esclavas del emperador.
—Hombres que sepan trabajar —respondió ella— con losas de mármol. La hermana Greta irá con vosotros y os mostrará lo que debe hacerse. Su Excelencia no quiere que nadie sepa que hemos descubierto un modo de entrar en el palacio.
Jagang, al ser un Caminante de los Sueños, penetraba con frecuencia en las mentes de las Hermanas, y al soldado empezaba a resultarle cada vez más evidente que la hermana Armina operaba bajo la dirección del emperador mismo, así que asintió sin poner reparos mientras ella seguía hablando.
—Hay un lugar cerca de donde entramos, en la parte de arriba, donde la piedra ha resultado dañada. Es una pequeña red secundaria de pasillos. Tendréis que arrancar algunas de las losas intactas de la pared y utilizarlas para cegar esa bifurcación de pasillos. Por el otro lado tienen que parecer como parte de la pared. El arreglo tiene que engañar a cualquiera que recorra ese corredor para que piense que no hay ninguna entrada allí. Es necesario hacerlo inmediatamente. —Inclinó la cabeza en dirección a Nicci—. Antes de que cualquiera que la busque descubra los daños.
—¿La gente que conoce el lugar no advertirá que se ha cerrado el acceso a una intersección?
—No si parece que ha estado así siempre. Es la zona de las tumbas del palacio. El lord Rahl visita allí a sus antepasados, pero sólo de vez en cuando. Es muy infrecuente que cualquier otra persona baje ahí, de modo que no es probable que nadie más advierta que falta una intersección… al menos hasta que sea demasiado tarde.
El hombre dirigió una mirada ominosa a Nicci.
—Entonces ¿qué hacía ella ahí abajo?
Cuando la hermana Armina le dirigió una mirada inquisitiva, Nicci sintió una repentina sacudida de dolor provocada por el collar.
La Hermana enarcó una ceja.
—¿Bien? Responde a su pregunta.
Nicci inhaló entrecortadamente para superar el agudo dolor que le llameaba por la espalda y las piernas.
—Sólo paseaba… para tener una conversación privada… donde nadie pudiera molestarnos —consiguió decir entre agónicos jadeos.
La Hermana pareció indiferente a la explicación, y se volvió hacia el guardia.
—¿Lo ves? Es una zona que no se utiliza. Pero antes de que nadie baje allí a buscarla, y a la mujer que matamos, es necesario hacer lo que te he dicho. Trabajad tan deprisa como sea posible.
El hombre pasó una mano hacia atrás por su calva cabeza tatuada.
—De acuerdo. Pero parece mucho trabajo para ocultar unos pocos daños. —Se encogió de hombros—. Al fin y al cabo, si lo ven, no sabrán por qué está dañado. Probablemente pensarán que es de antaño. Ha habido batallas en el palacio en el reciente pasado.
A la hermana Armina no pareció complacerla que le llevaran la contraria.
—Su Excelencia no quiere que nadie de ahí arriba sepa que hemos encontrado un modo de entrar. Esto es de primordial importancia para él. ¿Quieres que le diga que sugieres que no merece la pena molestarse en llevar a cabo la tarea y que simplemente no debería preocuparse por ello?
El individuo carraspeó.
—No, por supuesto que no.
—Además de eso, nos proporcionará un lugar donde reunirnos y prepararnos sin que nadie sepa que estamos justo allí, justo al otro lado de un revestimiento de mármol.
Él agachó la cabeza.
—Me ocuparé de ello al momento, Hermana.
Nicci sintió náuseas. Una vez que la abertura quedara tapiada con losas de mármol la Orden podría reunir una considerable fuerza de asalto oculta a los que vivían en el palacio. Nadie sabría que el enemigo había hallado un modo de entrar. Esperaban que la Orden tuviera que acabar la rampa para atacar. Las fuerzas defensivas del palacio serían cogidas por sorpresa.
Una punzada de dolor hizo que Nicci volviera a ponerse en movimiento. La hermana Armina la guiaba con aquel dolor, en lugar de limitarse a decirle dónde tenía que girar. Recorrieron innumerables corredores, todos construidos con bloques de piedra y con techos en bóveda de cañón.
Cuando doblaron una esquina, Nicci vio a un grupo de personas iluminado por antorchas. A medida que se aproximaban vio una escala de mano que ascendía hacia la oscuridad. Hacía ya mucho que había comprendido dónde debían estar, y adónde iban.
Había guardias reales concentrados alrededor de un agujero en un tejado de bóveda. Aquellos hombres eran la élite. Conocían su trabajo.
Al pensar en lo que había en lo alto de aquella escala, Nicci temió que las piernas fueran a doblársele.
Uno de los guardias reales, que evidentemente reconoció a la hechicera, se hizo a un lado, sin apartar los ojos de ella.
—Empieza a subir —ordenó la hermana Armina.