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la mano de Nicci resbaló fuera del pilar y cayó a su costado mientras se ponían en marcha. Los suelos, paredes y techo del silencioso corredor que se extendía a lo lejos estaban hechos totalmente de pulidas losas de mármol blanco. Suaves zarcillos de vetas grises y doradas serpenteaban a través del mármol.

Antorchas en soportes de hierro dispuestas a intervalos uniformes a lo largo de las paredes proporcionaban al solemne corredor una luz titilante. El aire inmóvil transportaba el espeso olor de la brea y una pálida neblina de humo acre. En diferentes lugares a lo largo del pasillo había otros corredores que conducían a otras tumbas.

—Es una época peligrosa ésta en la que estamos —dijo Ann, las pisadas de ambas resonando en el mármol—. Nos aproximamos al punto más peligroso en la profecía. Nos aproximamos a lo que contiene el potencial para ser nuestro fin.

Nicci echó una mirada a la anciana Prelada.

—Por eso tengo que ayudar a Zedd y luego encontrar a Richard. Y asimismo hay que detener a Seis antes de que pueda unir las tres cajas. Ya ha demostrado lo peligrosa que es, pero si podemos encontrarla, Zedd podría ser capaz de manejar a la bruja.

»Creo que podría ser más importante para mí ponerles las manos encima a las hermanas Ulicia y Armina. Ellas tienen las otras dos cajas. Si unen las tres Cajas del Destino, no creo que las Hermanas de las Tinieblas tengan intención de dejar que Richard disponga de hasta el primer día de invierno del próximo año para abrir una de las Cajas del Destino. Sin lugar a dudas intentarán abrirlas tan pronto como tengan las tres. Tengo la sensación de que se nos podría estar agotando el tiempo.

—Estoy de acuerdo —dijo Ann mientras pasaban ante una antorcha sibilante—. Por eso es tan importante que estés ahí para Richard, tan importante que lo ayudes…

—Tengo intención de ayudarlo.

Ann alzó la mirada hacia Nicci.

—Un hombre necesita a una mujer para templar sus elecciones, en especial cuando esas elecciones pueden cambiar el rumbo de la vida misma.

Nicci contempló cómo sus sombras rotaban a su alrededor cuando pasaron ante otra antorcha.

—No estoy segura de saber de qué hablas.

—Únicamente una mujer que lo ame, que esté a su lado, en la que se confíe, puede ser una influencia positiva para él.

—Lo amo de verdad y estaré a su lado.

—Es necesario que hagas algo más que estar a su lado, Nicci, para ser la mujer que pueda tener la influencia necesaria.

Nicci le dirigió una mirada por el rabillo del ojo.

—¿Y qué influencia es, exactamente, la que crees que es necesaria?

—Una criatura necesita la fortaleza de un padre así como los cuidados de una madre. —Alzó sus dos índices presionados con fuerza uno contra otro—. Un varón y una hembra trabajando juntos nos dan forma, nos definen, nos guían. En esto no es diferente. Un hombre necesita el elemento femenino en su vida si tiene que ser un gobernante adecuado para guiar a la humanidad.

»Un general poderoso sin una mujer puede librar batallas y ganar guerras. Jagang puede aplastar a los que encuentre en su camino, pero no puede hacer más que eso… nada que merezca realmente la pena.

»Nuestro bando, nuestra causa, es diferente. No luchamos para ganar una guerra como a la que nos enfrentamos, luchamos por el futuro que esperamos que sea el resultado. Richard no sólo necesita que alguien lo ame, necesita a alguien a quien pueda amar. Vivir de la espada únicamente no es suficiente. Necesita ese aporte emocional. Necesita dar amor así como recibirlo.

Nicci no quería volver a aquella discusión otra vez.

—No soy esa mujer.

—Puedes serlo —la presionó Ann con voz suave.

—Estoy segura de que Kahlan es la mujer que merece el amor de Richard. Yo no. He hecho cosas terribles, cosas que jamás podré deshacer. He recorrido una senda muy tenebrosa. Todo lo que puedo hacer es pelear para detener las ideas malvadas por las que combatí una vez. Si puedo hacer eso, entonces puedo ganarme la redención en mi propio corazón. Pero no podría merecer el amor de Richard. Kahlan es esa clase de mujer. Yo no lo soy.

—Nicci, Kahlan no es una opción para nosotros. Carece de sentido formularlo como una elección entre tú y Kahlan. Ella ya no puede ocupar ese puesto. Cadena de Fuego se llevó a esa mujer. Sólo tú puedes ocupar ese puesto ahora. Debes casarte con Richard y ser esa mujer para él.

—¡Casarme con él! —Nicci soltó una risita amarga a la vez que negaba con la cabeza—. Richard no me ama. No tendría ninguna razón para querer casarse conmigo.

—¿Es que no aprendiste nada en el Palacio de los Profetas? —Ann chasqueó la lengua con impaciencia—. ¿Cómo conseguiste llegar a ser una Hermana?

Nicci alzó las manos con desesperación.

—¿Y ahora de qué estás hablando?

—Los hombres tienen necesidades. —Ann agitó un dedo ante Nicci—. Ocúpate de ellas con todo tu talento como mujer… como la mujer hermosa que el Creador te hizo ser… y él querrá más. Se casará contigo para conseguirlo.

Nicci quiso abofetear a la mujer, pero en su lugar, dijo:

—Richard no es así. Él comprende que el amor es lo que hace que la pasión entre un hombre y una mujer tenga sentido.

—Al final eso es lo que tendrá. Tú te limitarías a ayudar a que esa pasión con sentido llegue a existir. El corazón de un hombre seguirá sus necesidades. ¿Tienes tan poco seso como para pensar que todas las parejas se casan por amor? La sabiduría de los mayores a menudo crea una mejor boda. En ausencia de Kahlan, eso es lo que debemos hacer.

»Es tarea tuya empujarlo a tu cama y mostrarle lo que puedes hacer por él, lo que se pierde, lo que necesita. Si te ocupas de sus pasiones, su corazón será tuyo y, al final, sentirá esa pasión con sentido.

Nicci notó que enrojecía. No podía creer que estuvieran teniendo aquella conversación. Quería cambiar de tema pero no parecía capaz de articular palabra.

Sabía que tenía la amistad y confianza de Richard. Hacer lo que Ann sugería sería violar esa amistad e invalidar esa confianza. La sinceridad y el refugio que ofrecía a Richard la amistad de Nicci capacitaba a ésta para obtener su amor, pero hacer lo que Ann sugería destrozaría la confianza y la amistad que él sentía, y al hacerlo se descalificaría para llegar a ser de verdad alguna vez digna de él.

—No debes permitir que esta oportunidad se te escape, criatura, que se nos escape.

Nicci agarró el brazo de Ann y la detuvo en seco.

—¿Se nos escape?

Ann asintió.

—Tú eres nuestra conexión con Richard.

Nicci entornó los ojos.

—¿Qué conexión?

El rostro de Ann se tensó, pareciéndose la mujer cada vez más a la Prelada que Nicci recordaba.

—La conexión que nosotras necesitamos tener con jóvenes magos.

—Richard es nuestro líder, no por nacimiento, sino por su propia capacidad y fuerza de voluntad para llevar esto a buen término. Puede que no tuviera la intención de convertirse en el lord Rahl, de convertirse en quien nos lidere en esta guerra, pero a lo largo del camino fue haciéndose con el papel. Decidió que la vida significaba lo suficiente para él para que tuviera que pelear por su derecho a vivirla como le pareciera conveniente. Ha inspirado a otros a sentir lo mismo. Sólo debido a eso hemos conseguido llegar hasta aquí.

»No es un muchacho en el Palacio de los Profetas con un rada’han alrededor del cuello. Es su propio dueño.

—¿Lo es? Retrocede, criatura, y mira el contexto general. Sí, Richard es nuestro líder… y soy sincera al decirlo… pero es también un hombre que posee el don y no sabe nada sobre él. Más que eso, es un mago con ambos lados del don. ¿Cuál es el propósito de una Hermana de la Luz si no es enseñar a tales hombres a controlar su habilidad y…?

—No soy una Hermana de la Luz.

Ann hizo un ademán displicente.

—Pura semántica. Juegos de palabras. Negarlo no lo cambiará.

—No soy…

—Lo eres. —Ann golpeó con un dedo la parte central del pecho de la hechicera—. Aquí dentro, lo eres. Eres una persona que, por las circunstancias que sean, ha abrazado la vida. Ésa es la llamada del Creador. Llámate como quieras, Hermana de la Luz, o simplemente Nicci. No importa. No cambia nada. Peleas por nuestra causa… la causa de la vida, la causa del Creador. Eres una Hermana, una hechicera, que puede guiar a un hombre en lo que éste necesita hacer.

—No soy una prostituta. Ni por ti, ni por nadie.

Ann miró al techo.

—¿Te he pedido que lleves a tu cama a un hombre al que no amas? No. ¿Te he pedido que le quites algo con engaños? No. Te he pedido que vayas a ver a un hombre a quien amas, que le des amor, y que seas la mujer que tan desesperadamente necesita, que seas la mujer que recibirá su amor. Eso es lo que él necesita: una mujer que sea su conexión con su necesidad de amar. Ésa es la conexión final con su humanidad.

Nicci la fulminó con la mirada.

—Una niñera procedente del Palacio de los Profetas, eso es lo que en realidad quieres que sea para él.

Ann masculló una plegaria en demanda de fortaleza interior.

—Criatura —dijo, con la mirada descendiendo por fin para clavarse en Nicci—, sólo te pido que no desperdicies más tu vida. No captas del todo qué es lo que no ves. Puede que pienses que esto trata de amor, pero tú en realidad no conoces el amor, ¿lo conoces? Sólo conoces su inicio: el anhelo.

»Las circunstancias pueden no ser lo que tú pedirías en un mundo perfecto, pero ésta es la oportunidad que el Creador te ha dado, tu oportunidad de tener la mayor dicha que nos es posible alcanzar en esta vida: el amor. El amor total. Tu amor en estos momentos es unilateral, incompleto, deficiente. No es más que un dulce anhelo y una felicidad imaginada. No puedes saber lo que el amor es en realidad a menos que esos sentimientos que hay en tu corazón sean devueltos con la misma moneda. Sólo entonces es amor real, amor completo. Sólo entonces puede el corazón desbordarse. Todavía no conoces el gozo de la más humana de las emociones.

A Nicci la habían besado bestias en celo. No sintió ningún gozo ni placer. Ann tenía razón: Nicci no pensaba que pudiera comprender en realidad lo que sería ser besada por un hombre al que amara de verdad, un hombre para quien estuviera por encima de todo lo demás en su corazón. Sólo podía imaginar tal dicha. Qué pena para todos aquellos que no conocían la diferencia.

Ann abrió una mano en un gesto de súplica.

—Si en esa dicha de amor completo… para ambos… puedes guiar al hombre que amas a efectuar elecciones que no son otra cosa que las elecciones correctas, ¿qué hay de malo en eso?

Dejó caer la mano.

—No te pido que provoques que haga cosas malas, sino cosas correctas, que haga lo que él mismo querría hacer. Sólo te pido que lo salves de la clase de dolor que corre el riesgo de hacerle cometer un error, un error que nos arrastre a todos con él.

Nicci volvió a sentir que se le ponía la piel de gallina.

—¿De qué hablas?

—Nicci, cuando estabas con la Orden… cuando fuiste conocida como la Señora de la Muerte… ¿qué sensación te producía?

—¿Qué sensación me producía? —Nicci buscó en su mente una respuesta a la inesperada pregunta—. No lo sé. No sé qué quieres decir. Supongo que me odiaba a mí misma, odiaba la vida.

—¿Y en tu odio hacia ti misma te importaba si Jagang te mataba?

—No, en realidad no.

—¿Actuarías del mismo modo hoy? ¿Actuarías movida por el desinterés hacia ti misma?

—Desde luego que no. Por aquel entonces no me importaba lo que me sucediera. ¿Qué futuro podía existir? No pensaba que fuera merecedora de ninguna felicidad… no pensaba que pudiera tener jamás ninguna felicidad… así que nada me importaba en realidad, ni siquiera mi propia vida. Simplemente no pensaba que nada importara.

—No pensabas que nada importara —repitió Ann, y chasqueó la lengua antes de proseguir con su teatral consternación—. No pensabas que pudieras tener ninguna felicidad, y por lo tanto no pensabas que nada importara. —Sostuvo un dedo en alto para dejar algo en claro—. No tomaste la misma clase de decisiones entonces que tomarías hoy porque no sentías ningún cariño hacia tu persona. ¿Estoy en lo cierto?

Nicci sospechó que se acercaba a las fauces invisibles de una trampa.

—Así es.

—¿Y cómo supones que un hombre como Richard va a sentirse cuando por fin comprenda que ha perdido a Kahlan… cuando asimile de verdad la irrevocabilidad de tal hecho? ¿Pensará que vale la pena vivir? ¿Crees que sentirá la misma conexión con nosotros… tendrá la vida la misma importancia para él… si está perdido, solo, desesperado, abatido… sin esperanza? Si piensa que jamás podrá conocer la felicidad, ¿crees que le importará mucho lo que le suceda? Tú sabes como es eso, criatura. Dímelo tú.

A Nicci el corazón le dio un vuelco. Temía responder a la pregunta.

Ann movió un dedo.

—Si no tiene a nadie, ni amor, ¿crees que le importará mucho si vive o muere?

Nicci tragó saliva, obligándose a contemplar la verdad.

—Supongo que es posible que no le importe.

—Y si no tiene esperanza para sí mismo, ¿tomará las decisiones correctas para nosotros? ¿O simplemente se rendirá?

—No creo que Richard vaya a rendirse.

—No crees que lo haga. —Ann se inclinó más cerca—. ¿Deseas hacer la prueba? ¿Someter nuestras vidas, nuestro mundo, la existencia misma, a una prueba semejante?

La intensidad de la expresión de Ann parecía haber petrificado a Nicci donde estaba.

—Criatura, si perdemos a Richard, entonces todos estamos perdidos.

Siguió hablando con voz queda, haciendo que Nicci sintiera como si la trampa estuviera cerrándose por fin a su alrededor.

—Tú misma sabes que él es de fundamental importancia. Por eso pusiste las Cajas del Destino en funcionamiento en su nombre. Sabes que es el único que nos puede liderar en esta batalla. Sabes que, sin él, las Hermanas de las Tinieblas liberarán al Custodio del inframundo. Sin Richard para detenerlas, soltarán la muerte sobre la vida. Pondrán fin al mundo de la vida. Nos conducirán al Gran Vacío.

»Sin Richard estamos todos perdidos —repitió, como si clavara el último clavo en un ataúd.

Nicci se tragó el nudo que se le había formado en la garganta.

—Richard jamás nos abandonaría.

—Puede que no adrede. Pero si va a esta batalla solo, habiendo perdido el amor y la esperanza, puede tomar la clase de decisiones que no tomaría si tuviera a su cuidado el corazón de una mujer que amase. Ese amor podría ser el hilván que lo mantuviera todo unido, que lo mantuviera a él de una pieza.

»Esa clase de amor puede ser la única cosa que impide a un hombre darse por vencido cuando carece de fuerzas para seguir adelante.

—Eso puede muy bien ser cierto, pero sigue sin darte el derecho a decidir lo que debe sentir su corazón.

—Nicci, no creo que…

—¿Por qué luchamos, si no es por la inviolabilidad de la vida?

—Yo lucho por la inviolabilidad de la vida.

—¿Lo haces? ¿Lo haces de verdad? Toda tu vida ha estado consagrada a moldear a otros según querías. Quizá no fue porque odiaras lo bueno, ciertamente, pero tú decidiste cómo debían vivir antes, y por qué debían vivir. Moldeaste novicias para convertirlas en Hermanas de modo que pudieran cumplir el deber que tú les asignabas. Usaste Hermanas para formar a magos que asimismo hicieron lo que tú creías que el Creador quería.

»Todo aquél sobre el que has tenido control ha sido obligado a aceptar tu visión de cómo deberían vivir sus vidas y qué creencias seguir. Rara vez dejaste que las personas tomaran sus propias decisiones. A menudo no les permitías instruirse sobre la vida; tú les decías qué aspectos de ella importaban y cómo la vivirían. La única excepción parcial que conozco es Verna, cuando la enviaste lejos durante veinte años.

»Has estado planeando la vida de Richard cientos de años antes de que naciera. Planificaste cómo debía vivir su existencia… su única vida. Tú, Annalina Aldurren, basándote en tu propia interpretación de lo que leías en las profecías, decidiste cómo viviría Richard. Ahora estás planeando sus emociones por él. Probablemente incluso has planeado cuál será su lugar en el mundo de los espíritus.

»Tuviste encarcelado a Nathan casi toda su vida, aun cuando pasó siglos ayudándote en tus propósitos. A pesar de que llegaste a amarle, lo condenaste a una vida de encarcelamiento por lo que temías que era posible que hiciera.

»Ann, ¿por qué peleamos si no es por la capacidad de vivir nuestras propias vidas? Tú no puedes decidir lo que otros harán o no harán. No puedes erigirte en la versión buena de Jagang, la otra cara de la misma moneda.

Ann pestañeó con sincera sorpresa.

—¿Es lo que piensas que hago?

—¿No lo haces? Estás decidiendo la vida de Richard por él ahora igual que hiciste incluso antes de que naciera. Es su vida. Ama a Kahlan. ¿De qué le sirve su vida si no puede tener dominio sobre su propio corazón, si tiene que hacer lo que tú digas? ¿Quién eres tú para decidir que debe abandonar lo que más quiere y en su lugar amarme a mí?

»¿Cómo podría ser yo la clase de mujer a la que realmente podría amar si fuese a manipularlo del modo que quieres? Si hiciera lo que pides, invalidaría automáticamente cualquier emoción que creara en él, convertiría en una parodia cualquiera de tales sentimientos.

Ann pareció descorazonada.

—No quiero que lo ames en contra de tu voluntad. Sólo quiero lo que es mejor para ti, también.

—Daría cualquier cosa por ser capaz de utilizar tu incitación como excusa para hacer esto, pero jamás volvería a respetarme. Richard ama a Kahlan. No soy quién para reemplazar ese amor. Debido a que lo amo, jamás podría traicionar su corazón.

—Pero yo no pienso que…

—¿Te haría feliz tener el amor de Nathan como premio de una artimaña? ¿Sería eso satisfactorio para ti? ¿Te proporcionaría felicidad?

Ann desvió la mirada, a la vez que las lágrimas empezaban a llenar sus ojos.

—No, no lo haría.

—Entonces ¿cómo puedes pensar que me sentiría satisfecha seduciendo a Richard a expensas de mi amor propio? El amor, el amor real, es algo que obtienes por quien eres. No es un premio por tu actuación en la cama.

La mirada de Ann no sabía donde posarse.

—Pero yo sólo…

—Cuando me llevé a Richard al Viejo Mundo, cuando me lo llevé prisionero, quería obligarle a aceptar las creencias de la Orden. Pero también quería hacer que me amara. Con ese fin pensé en hacer algo muy similar a lo que me estás pidiendo que haga ahora. Richard lo rechazó.

»Ése es uno de los motivos por los que lo respeto tanto. No se parecía a ninguno de los hombres que había conocido, que simplemente me querían en su cama. Pensé que podría tenerle por los mismos medios. No era un animal como otros que permitían que sus pasiones los gobernaran. Es un hombre gobernado por la razón. Por eso es nuestro líder, no, como pareces pensar, porque tú has tirado de los hilos adecuados.

»De haber cedido ante mí jamás lo habría respetado del mismo modo en que lo hago ahora. ¿Cómo podría amarle de verdad si hubiera mostrado tal debilidad de carácter? Aun cuando yo accediera a tu plan, Richard no lo haría. Seguiría siendo el mismo Richard que el que era entonces. Todo lo que sucedería es que perdería el respeto que siente por mí. Al final el plan fracasaría. Fracasaría porque, en última instancia, tú tampoco lo habrías respetado.

»Pero ¿querrías de verdad que funcionase? ¿Querrías de verdad que un hombre que está gobernado por las pasiones en lugar de la razón fuera nuestro líder? ¿Deseas que sea simplemente una marioneta de tus deseos?

—No, supongo que no.

—Tampoco yo.

Ann sonrió entonces, y tomó el brazo de Nicci para conducirla por el corredor de mármol blanco.

—Odio admitirlo, pero entiendo lo que quieres decir. Supongo que he sido culpable de permitir que mi pasión por hacer la obra del Creador acabara transformándose en la creencia de que yo sola podía decidir cómo debía llevarse a cabo, y cómo deberían vivir otros.

Caminaron en silencio un momento, acompañadas por la luz titilante y el suave siseo de las antorchas.

—Lo siento, Nicci. A pesar de mí, has resultado ser una mujer de auténtico carácter.

Nicci clavó la mirada a lo lejos.

—Parece destinado a ser un sendero solitario…

—Richard sería sensato si te amara por tal y como eres.

Nicci tragó saliva, incapaz de hacer salir las palabras.

—Imagino que, en medio de todas estas urgencias, empecé a olvidar una lección muy parecida que ya había aprendido de Nathan.

—A lo mejor todo esto no es culpa tuya en realidad —concedió Nicci—. A lo mejor tiene más que ver con Cadena de Fuego, y cuánto estamos olvidando.

Ann suspiró.

—No estoy segura de poder achacar mis acciones de toda una vida a un hechizo que sólo se ha activado hace relativamente poco.

Nicci dirigió una mirada a la antigua Prelada.

—¿De qué lección de Nathan estás hablando?

—Un día me convenció de cosas muy parecidas a las que acabas de volver a hacerme ver. De hecho, usó un razonamiento muy parecido al que acabas de utilizar. Juzgué mal a Nathan, tal y como te he juzgado mal a ti, Nicci. Tienes mis disculpas, criatura, no tan sólo por esto, sino por otras muchas cosas que te he robado.

Nicci negó con la cabeza.

—No, no te disculpes por mi vida. Hice las elecciones que hice. Todo el mundo, en una medida u otra, debe enfrentarse a las pruebas de la vida. Siempre existirán aquellos que intenten influenciarnos o incluso dominarnos. No podemos permitir que tales cosas sean una excusa para tomar las decisiones equivocadas. En última instancia, cada uno de nosotros vive su propia vida y somos responsables de ella.

Ann asintió.

—Las equivocaciones de las que hablamos antes… —Posó una mano con ternura en la espalda de la hechicera—. Pero tú has reparado las tuyas, criatura. Has llegado a ser responsable de ti misma. Lo has hecho muy bien.

—Aunque he llegado a ver los graves errores en mi modo de pensar, y he intentado corregir mis equivocaciones, no creo que eso cuente como una reparación. Pero te prometo, Ann, que si Richard necesita algo, lo obtendrá de mí. Eso es lo que una auténtica amiga haría.

Ann sonrió.

—Creo que de verdad eres su amiga, Hermana.

—Nicci.

Ann rió entre dientes.

—Nicci, pues.

Caminaron en silencio dejando atrás una docena de antorchas. Nicci se sentía aliviada de que Ann hubiera comprendido por fin. Supuso que uno no podía ser nunca demasiado viejo para llegar a comprender cosas nuevas. Esperó que Ann comprendiera de verdad, y que aquello no fuera tan sólo otra estrategia, otro modo de ejercer su influencia sobre los acontecimientos. A lo mejor Nathan sí que la había cambiado, como Ann había sugerido.

Para Nicci, parecía sincera. También daba la impresión de haber sido una conversación con Ann que había estado esperando tener toda su vida.

—Al hablar —dijo Ann— de Nathan y la terrible cosa que había pensado para él justo antes de que me ayudara a recuperar mi sano juicio, me he acordado de algo importante que dejé abajo, en las mazmorras.

Nicci echó una mirada a su regordeta compañera.

—¿Y qué es eso?

—Tenía intención de…

—Bien, bien, bien —dijo una voz.

Nicci se quedó petrificada donde estaba, alzando los ojos justo a tiempo de ver a tres mujeres salir de un pasillo situado más adelante y a la izquierda.

Ann se las quedó mirando con expresión confusa.

—¿Hermana Armina?

La hermana Armina lucía una altanera sonrisita de suficiencia.

—Pero si es la difunta Prelada… de nuevo viva, al parecer. —Enarcó una ceja—. Creo que podemos remediar ese problema.

Ann usó su peso para empujar a Nicci detrás de ella.

—Corre, criatura. Te toca a ti ahora protegerlo.

No hubo duda en la mente de Nicci sobre a quién se refería Ann.