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mientras se alejaban, Nicci alcanzó a ver una mirada de despedida que Ann dirigió a Nathan. Fue una mirada íntima acompañada por la calidez de una sonrisa infantil, una mirada de comprensión y afecto compartidos. Nicci casi se sintió violenta por ser testigo de un momento tan privado, que, al mismo tiempo, revelaba una cualidad tanto en Ann como en Nathan que halló cautivadora. Era la clase de gesto sencillo que casi cualquiera que lo viera comprendería y apreciaría.

El vislumbre de esos sentimientos proporcionó a Nicci una sensación de consuelo y paz. Ann no era simplemente la prelada a la que había temido durante gran parte de su vida, sino una mujer que compartía los mismos sentimientos, anhelos y valores que cualquiera.

Mientras volvían atrás, por el pasillo, mientras Nathan y Cara desaparecían por una escalera que descendía, Nicci le dijo a Ann:

—¿Lo amas, verdad?

Ann sonrió.

—Sí.

Nicci se la quedó mirando, incapaz de pensar o decir algo.

—¿Sorprendida de que lo haya admitido? —preguntó Ann.

—Sí —confesó Nicci.

Ann rió entre dientes.

—Bueno, imagino que hubo un tiempo en que yo también me habría sorprendido.

—¿Cuándo fue esto?

Ann clavó la mirada en sus recuerdos.

—Probablemente hace siglos. Sencillamente yo era demasiado estúpida, demasiado absorta en ser la Prelada, para reconocer lo que estaba justo allí, frente a mí. A lo mejor pensé que tenía un deber que era lo primero. Pero me parece que eso no es más que una excusa por haberme comportado como una estúpida.

Nicci se quedó atónita ante una admisión tan sincera por parte de aquella mujer.

Una expresión divertida se adueñó de Ann cuando vio el rostro de su acompañante.

—¿Te escandaliza descubrir que soy humana?

Nicci sonrió.

—Ése no es un modo muy halagador de expresarlo, pero imagino que en el fondo debe ser eso.

Doblaron por un largo tramo de escalones con descansillos que descendían a través del palacio. La barandilla era de hierro forjado trabajado con maestría de modo que imitase ramas cubiertas de hojas.

—Bueno —suspiró Ann—, supongo que también yo me escandalicé al descubrir que era humana. Y al mismo tiempo, al principio por lo menos, me entristeció bastante.

—¿Te entristeció? —Nicci frunció el entrecejo—. ¿Por qué?

—Porque tuve que reconocer que había arrojado por la borda la mayor parte de mi vida. Había sido bendecida por el Creador con una vida muy larga, pero no me di cuenta hasta ahora, que me acerco al final de ella, que había vivido muy poco de esa vida. —Alzó los ojos hacia Nicci a la vez que llegaban a un descansillo—. ¿No te hace sentir remordimientos darte cuenta de lo mucho de tu vida que desperdiciaste por no comprender lo que tenía importancia en realidad?

Nicci se tragó un remordimiento de conciencia propio mientras alcanzaban el borde del descansillo e iniciaban el descenso por un nuevo tramo de peldaños.

—Tenemos eso en común.

Juntas escucharon el rumor de sus pisadas mientras descendían el resto de la escalera. Cuando por fin llegaron abajo tomaron un corredor amplio que conducía directo al frente en lugar de uno de los pasillos que se bifurcaban a los lados. En el corredor flotaba el olor especiado de las lámparas de aceite colocadas a intervalos regulares.

Paneles de madera de cerezo revestían las paredes a cada lado, cada panel separado por cortinajes color paja dispuestos a intervalos regulares. Cada conjunto de cortinas estaba festoneado por una cuerda dorada terminada en borlas doradas y negras. Las lámparas colgadas cada dos aberturas entre los cortinajes prestaban al pasillo un resplandor cálido.

Cada dos paneles de cálida madera albergaba un cuadro. La mayoría lucía marcos muy elaborados, como si se hubiera tenido un gran amor por aquellas obras de arte.

Si bien el tema variaba enormemente, desde una escena de montaña al atardecer junto a un lago, o una escena de un corral, pasando por una cascada imponente, lo que todos los cuadros tenían en común era una utilización de la luz de una belleza desgarradora. El lago de montaña estaba ubicado entre elevaciones imponentes con una luz procedente de detrás de las montañas abriéndose paso entre hinchadas nubes doradas. Un haz de aquella luz soberbia se derramaba sobre la ribera. El bosque que lo rodeaba retrocedía al interior de una oscuridad acogedora, mientras en el centro, una lejana pareja, de pie sobre una prominencia rocosa, quedaba bañada por la calidez del haz de luz.

En la escena del corral las gallinas arañaban pavimentos de piedra con paja esparcida por encima. Una fuente invisible de luz apagada hacía que toda la pintura resultara más cálida. Nunca antes había considerado Nicci que un corral fuera hermoso, pero aquel artista había visto la belleza que contenía, y la había plasmado.

En primer plano del cuadro con la imponente cascada derramándose sobre una lejana y majestuosa cresta montañosa, el arco de un puente natural de piedra emergía de unos bosques oscuros a ambos lados. Una pareja se contemplaba a través de aquel puente, iluminada por detrás por la puesta de sol, que había conferido a las majestuosas montañas un intenso tono morado. Bajo aquella luz las dos personas estaban envueltas en una nobleza que paralizaba.

A Nicci le resultó interesante advertir que muchas cosas en el Palacio del Pueblo estaban consagradas a la belleza. Desde el diseño del interior, hasta la variedad de piedras utilizadas para los suelos, escaleras y pilares, pasando por las estatuas y obras de arte, el lugar parecía ser todo él una loa a la belleza de la vida. Todo, desde la estructura misma del palacio a su contenido, parecía tener el propósito de exhibir los mayores logros del hombre. Era casi un escenario dedicado al virtuosismo más inspirador.

Lo que resultaba tal vez más intrigante era que aquellas pinturas magistrales las verían pocas personas. Aquél era un corredor privado, en las profundidades del palacio, de camino a las tumbas de pasados dirigentes, y sería utilizado casi exclusivamente por el lord Rahl.

Algunos podrían verlo como una exhibición privada de posesiones, pero tal cosa sería un error producto del cinismo.

Nicci sabía qué clases distintas de hombres habían sido un lord Rahl. El propio padre de Richard había sido un tirano brutal, pero sus antepasados, si uno se remontaba muy atrás en el tiempo, habían sido cualquier cosa menos eso. La intención original a menudo era distorsionada y corrompida por las generaciones siguientes, tal y como había sucedido con la intención original de aquellas obras de arte, pervirtiéndose hasta pasar a ser un derecho de la élite. A líderes prudentes les seguían a menudo idiotas que desperdiciaban todo lo que habían obtenido sus antepasados. Nicci supuso que todo lo que podía esperarse era que cada generación fuera educada para ser lo bastante sensata como para aprender del pasado, no perder de vista las cosas que importaban y comprender por qué importaban.

De todos modos, cada persona tenía que elegir por sí misma. Aquellos que perdían de vista los valores por los que se había luchado y que se habían obtenido en el pasado, acostumbraban a perder aquellos valores, dejando a las generaciones posteriores la tarea de luchar para recuperarlos, para que luego fueran dilapidados por sus herederos, que no tenían que luchar para conseguirlos.

Nicci vio los cuadros mientras recorría aquel largo paseo para visitar a los muertos como mensajes de generaciones pasadas que servían para recordar el valor de la vida al último en acceder al título de lord Rahl. El pasillo estaba pensado para indicarle dónde debía poner su atención. En cierto modo, eran un recordatorio para el lord Rahl de su deber para con la vida.

Muchos que habían efectuado ese largo paseo habían perdido de vista ese objetivo, y al hacerlo, generaciones de personas habían perdido también aquello de lo que sus antepasados habían disfrutado, y que ellos habían dado por sentado.

Por eso todo el palacio fue creado en la forma de un hechizo para dar a la Casa de Rahl más poder, y el motivo de que el lugar estuviera tan lleno de belleza no era otro que recordarle lo que era importante, y darle el poder para conservarlo para su pueblo.

No obstante, nada de ello era tan hermoso para Nicci como la estatua que Richard había tallado en Altur’Rang. La estatua que había estado tan poderosamente repleta de la vitalidad y que había tocado el alma de Nicci y cambiado a la hechicera para siempre.

Richard era un lord Rahl que llevaba consigo aquel sentido de la vida, que comprendía lo que se podía perder.

—¿Lo amas, verdad?

Nicci pestañeó y dirigió la mirada a Ann mientras recorrían el pasillo.

—¿Qué?

—Amas a Richard.

Nicci hizo que su mirada volviera a girar al frente.

—Todos amamos a Richard.

—Eso no es lo que yo quería decir y lo sabes.

Nicci mantuvo la compostura.

—Ann, Richard está casado. No tan sólo casado, sino casado con una mujer a la que ama. Que no tan sólo ama, sino que la ama más que a la vida misma.

Ann no dijo nada.

—Además —añadió Nicci en el incómodo silencio—, yo podría haberle destrozado la vida… las vidas de todos nosotros… cuando me lo llevé al Viejo Mundo. Casi lo hice. En justicia debería haberme matado entonces.

—Es posible —repuso Ann—, pero eso fue entonces. Esto es ahora.

—¿Qué quieres decir?

La mujer se encogió de hombros mientras giraban en una intersección para dirigirse a otra escalera que las haría descender al nivel en el que estaban las tumbas.

—Bueno, imagino que Nathan tenía motivos sobrados para odiarme, de un modo muy parecido a como Richard los tenía para odiarte a ti. Lo que pasa, es que las cosas simplemente no resultaron de ese modo.

»Tal y como mencioné hace poco, todos cometemos equivocaciones. Nathan fue capaz de perdonar las mías. Puesto que tú sigues viva, es evidente que Richard perdonó las tuyas. Debes importarle.

—Ya te lo he dicho, Richard está casado con la mujer que ama.

—Una mujer que puede o no existir.

—Yo puse el poder de las cajas en funcionamiento. Créeme, ahora sé que ella existe.

—No es eso lo que quería decir.

Nicci aflojó el paso.

—Entonces ¿qué quieres decir?

—Mira, Nicci… —Ann calló un momento como si sintiera desazón—. ¿Tienes idea de lo difícil que es para mí no llamarte hermana Nicci?

—Te estás saliendo del tema.

Ann le dedicó una breve sonrisa.

—Efectivamente. Lo que quiero decir es que esto va mucho más allá.

—¿De qué hablas?

Ann alzó los brazos.

—De todo esto. Toda esta guerra, el que él sea el lord Rahl, su don, la guerra con la Orden Imperial, los problemas con la magia causados por los repiques, el hechizo Cadena de Fuego, las Cajas del Destino… todo ello. Ahora mismo, quién sabe en que problemas se encuentra él. Fíjate en todo a lo que se enfrenta. No es más que un hombre. Un hombre aislado. Un hombre sin nadie que lo ayude.

—No puedo negar la veracidad de eso —repuso Nicci.

—Richard es un guijarro en el estanque… un individuo en el centro de muchísimas cosas. Ha resultado ser un elemento esencial en todas nuestras vidas. Todo gira alrededor de lo que hace, de las decisiones que toma. Si da un paso equivocado, todos nosotros caemos.

»Y fíjate en el pobre muchacho, el primero en tres mil años que nace con Magia de Resta, criado sin aprender a usar su don. Nació mago guerrero sin siquiera saber utilizar su propia habilidad.

—¿Y?

—Nicci, ¿puedes imaginar cómo debe de ser para él? ¿Puedes imaginar la presión que debe sentir? Creció en la Tierra Occidental, en un lugar pequeño, y se convirtió en un guía del bosque. Creció sin saber nada sobre magia. ¿Puedes imaginar lo que debe de ser tener tanta responsabilidad depositada sobre tus hombros sin ni siquiera saber cómo invocar tu don? Y por si fuera poco, es ahora un jugador por el poder de las cajas.

»Cuando descubra que el poder de las cajas está en funcionamiento… en su nombre… ¿puedes imaginar hasta qué punto algo así lo aterrará? ¿Ni siquiera sabe cómo conectar con su han y ahora se espera de él que manipule lo que es quizá la magia más compleja jamás concebida por la mente del hombre?

—Para eso estoy yo —dijo Nicci mientras su compañera volvía a iniciar la marcha por el pasillo—. Yo le enseñaré. Yo seré su guía.

—Eso es lo que quiero decir. Te necesita.

—Me tiene. Haría cualquier cosa por él.

—¿Lo harías?

Nicci contempló con cara de pocos amigos la expresión ilegible de la Prelada.

—¿Qué quieres decir?

—¿Harías cualquier cosa?

—¿Y qué sería eso?

—Ser su compañera.

La nariz de Nicci se arrugó junto con su frente.

—¿Compañera?

—Su compañera en la vida.

—Tiene una compañera. Tiene una…

—¿Puede ella usar magia?

—Es la Madre Confesora.

—Sí, pero ¿puede usar magia? ¿Puede invocar su han del modo en que puedes hacerlo tú?

—Bueno, yo no…

—¿Puede usar Magia de Resta? Tú puedes. Richard nació con el don para la Magia de Resta. Tú sabes manejar ese poder. Yo no, pero tú sí. Eres la única en nuestro bando que lo sabe. ¿Has pensado alguna vez que acabaste cerca de él por un motivo?

—¿Un motivo?

—Desde luego. Él no puede hacer esto solo. Tú eres quizá la única persona viva que puede ser lo que Richard más necesita… una compañera que lo ame, capaz de enseñarle, capaz de ser su pareja correcta.

—¿Su pareja correcta? —Nicci apenas podía creer lo que oía—. Queridos espíritus, Ann, él ama a Kahlan. ¿De qué hablas?

—Su pareja correcta. —Gesticuló con una mano—. Su igual. Su igual en la vertiente femenina. ¿Quién mejor que tú para ser lo que Richard realmente necesita? ¿Lo que realmente necesitamos?

—Oye, conozco a Richard —dijo Nicci, alzando una mano para detener la conversación antes de que fuera más lejos—. Sé que si ama a Kahlan, entonces ella debe ser alguien excepcional. Debe ser su igual. Uno ama lo que admira.

»Puede que ella no sea capaz de utilizar la magia del mismo modo que él, pero tiene que ser alguien a quien él admire, alguien que lo complete y complemente. No estaría tan entregado a ella si no lo fuera. Richard no amaría a nadie que fuera menos.

»La estás descartando sin el beneficio de recordar nada sobre ella. No recordamos a Kahlan, ni qué aspecto tiene, pero sólo tienes que conocer a Richard para comprender hasta qué punto tiene que ser una mujer extraordinaria.

»Además, es la Madre Confesora… una mujer muy poderosa. Tal vez no pueda llevar a cabo las mismas clases de cosas con su poder que puede hacer una hechicera, pero una Confesora puede hacer lo que ninguna hechicera puede.

»Antes de que los límites y barreras cayeran, la Madre Confesora supervisaba la Tierra Central. Reyes y reinas se inclinaban ante ella. ¿Podemos hacer tal cosa? Tú gobernaste un palacio. Yo no soy más que la Reina Esclava. Kahlan es una auténtica gobernante, una gobernante de la que dependía su gente, una gobernante que luchó por ellos, luchó por mantenerlos libres. Una mujer que, según Richard, cruzó el límite… atravesó el inframundo… para conseguir ayuda para su gente. Mientras yo tenía a Richard allá, en el Viejo Mundo, ella lo sustituyó. Combatió y dirigió las fuerzas d’haranianas, haciendo más lento el avance de Jagang para conseguir tiempo y detenerlo.

»Richard ama a Kahlan. Eso lo dice todo… dice todo lo que hay que decir.

Nicci apenas podía creer que se estuviera viendo obligada a discutir aquello.

—Sí, todo lo que dices puede muy bien ser cierto. Puede que él ame de verdad a esta mujer, a esa Kahlan, pero ¿quién sabe si está viva? Conoces mucho mejor que yo la infame naturaleza de las Hermanas. No hay forma de saber si Richard la volverá a ver jamás.

—Si conozco a Richard, lo hará.

Ann abrió las manos.

—Y si lo hace, ¿entonces qué? ¿Qué puede salir de ello?

A Nicci se le puso la piel de gallina.

—¿A qué te refieres?

—He leído el libro Cadena de Fuego. Sé cómo funciona el hechizo. Enfréntate a ello: la mujer que era Kahlan ya no existe. Cadena de Fuego eliminó todo eso. El hechizo Cadena de Fuego no tan sólo hace que la gente olvide su pasado, destruye esos recuerdos, destruye su pasado. A todos los efectos, la Kahlan que era, ya no existe.

—Pero ella…

—Tú amas a Richard. Anteponlo a todo en tu mente. Piensa en sus necesidades. Kahlan se ha ido… su mente, al menos. Todo lo que dices sobre lo mucho que ella significaba para él, lo maravillosa que debe de haber sido, puede muy bien ser cierto, pero esa mujer, esa mujer que Richard amaba, ya no está. Incluso aunque Richard la hallara, sería sólo el cuerpo de la mujer que amaba, un cascarón vacío. Ya no hay nada allí, dentro de ella, para que él lo ame.

»La mente que la hizo ser Kahlan ha desaparecido. ¿Es Richard la clase de hombre que la amaría tan sólo por su figura, que la querría sólo por su cuerpo? Difícilmente. Es la mente la que convierte a las personas en lo que son, y Richard amaba su mente, pero esa mente ya no está.

»¿Vas a desperdiciar tu vida como yo desperdicié la mía? Yo me perdí toda una vida que podría haber tenido con Nathan, un hombre al que amaba, por haber estado tan entregada a mi deber. No desperdicies tú vida también, Nicci. No permitas que cualquier posibilidad de que Richard sea feliz se le escape también a él.

Nicci apretó con fuerza sus temblorosos dedos entre sí.

—¿Olvidas con quién estás hablando? ¿Te das cuenta de que intentas imponerle una Hermana de las Tinieblas a Richard, el hombre que dices que es la esperanza para el futuro de todo el mundo?

—Beee —se mofó Ann—. Tú no eres una Hermana de las Tinieblas. Tú eres distinta de las otras Hermanas de las Tinieblas. Ellas son auténticas Hermanas de las Tinieblas. Tú no. —Dio un golpecito en el pecho de Nicci—. Aquí dentro, no lo eres.

»Ellas se convirtieron en Hermanas de las Tinieblas porque eran codiciosas. Querían lo que no podían obtener. Querían poder y recompensas.

»Tú eres diferente. Tú te convertiste en una Hermana de las Tinieblas no porque codiciases poder, sino por el motivo contrario. Pensabas que eras indigna de tu propia vida.

Era cierto. Nicci era la única Hermana de las Tinieblas que no se había convertido para obtener poder o recompensas, sino más bien por el sentimiento de que no era digna de nada bueno. Odiaba tener que ser desinteresada, tener que sacrificarse a los deseos y necesidades de todos los demás, odiaba no disponer de su propia vida para sí y pensaba que todos aquellos sentimientos la hacían egoísta, la convertían en una mala persona. A diferencia de las otras Hermanas de las Tinieblas, ella no creía realmente que mereciera nada, salvo un castigo eterno.

Aquella motivación, basada en la culpa, en lugar de la codicia, inquietaba a las otras Hermanas de las Tinieblas, que no confiaban en Nicci. Ella no era en realidad una de ellas.

—Queridos espíritus —murmuró Nicci, apenas capaz de creer que aquella mujer a quien apenas veía, durante lo que parecieron décadas, mientras vivieron en el Palacio de los Profetas, pudiera comprender con tanta claridad cómo habían sido las cosas.

—No sabía que hubiera sido tan transparente.

—Fue siempre un motivo de tristeza para mí —dijo Ann con voz queda— que una criatura tan hermosa, con tanto talento, como tú, tuviera una opinión tan pobre de sí misma.

Nicci tragó saliva.

—¿Por qué no intentaste nunca decirme eso?

—¿Me habrías creído?

Nicci se detuvo en lo alto de la escalera, posando una mano en el pilar de arranque de mármol blanco.

—Supongo que no. Hizo falta Richard para hacer que lo viera.

Ann lanzó un suspiro.

—A lo mejor tendría que haber tenido una charla contigo e intentado hacer que tuvieras una mejor opinión de ti misma, pero siempre temí ser considerada demasiado benévola y que la familiaridad acabara por menoscabar mi autoridad. También temía que decir a las novicias lo que realmente pensaba de ellas provocara que se tornasen engreídas. No eras tan transparente como podrías pensar, de todos modos. Jamás me di cuenta de la profundidad de tus sentimientos. Pensaba que lo que veía como tu recato te sería útil a medida que te convirtieses en una mujer. Estaba equivocada respecto a eso también.

—Jamás lo supe —dijo Nicci, con los pensamientos aparentemente perdidos en la remembranza de aquella época lejana.

—No creas que eras sólo tú, de todos modos. A otras, debido a que tenía tan buena opinión de ellas, las traté peor. Confiaba en Verna quizá más que en cualquier otra. Jamás se lo dije. En su lugar, la envié en una persecución a ciegas durante veinte años porque era la única persona a la que me atrevía a confiar una misión así. Todo parte de mi implicación en varios acontecimientos proféticos. —Ann meneó la cabeza—. Cómo me odió por esos frustrantes veinte años…

—¿Te refieres al viaje para encontrar a Richard?

—Sí. —Ann sonrió para sí—. Fue un viaje en el que ella también se encontró a sí misma.

Tras permanecer absorta en sus recuerdos por un momento, alzó la cabeza para sonreír a Nicci.

—¿Recuerdas cuando Verna le trajo por fin? ¿Recuerdas aquel primer día, en el gran salón, cuando todas las Hermanas estaban reunidas para dar la bienvenida al muchacho que Verna había traído y que era Richard, convertido ya en un hombre?

—Lo recuerdo —respondió Nicci a la vez que, también ella, sonreía al recordarlo—. Dudo que fueses a creer todo lo que se desencadenó aquel día. Cuando lo vi aquel primer día me juré que me convertiría en una de sus maestras.

Se había convertido en su maestra. Y al final Richard se había convertido en el suyo.

—Richard te necesita ahora, Nicci. Necesita a alguien que le dé su apoyo, ahora. En esta batalla necesita una compañera. Es una carga excesiva para un hombre solo. Necesita a una mujer que lo ame. Kahlan se ha ido. Si está viva es tan sólo un cascarón de lo que fue en el pasado. No recuerda a Richard ni lo ama. Él es un desconocido para ella. Lo triste del asunto es que Richard la ha perdido debido a esta guerra. Necesita a alguien, ahora, para que sea su compañera en la vida.

»Richard te necesita, Nicci, para que le susurres al oído por la noche esas cosas que debe oír. Tanto si lo sabe como si no, te necesita más que a ninguna otra cosa.

Nicci estaba a punto de prorrumpir en sollozos. Hallarse discutiendo en contra de aquello por lo que daría la vida la desgarraba por dentro. No había nada en su vida que pudiera querer más que a Richard.

Pero porque lo amaba, no podía hacer lo que Ann quería.

Empezó a descender la escalera, y cambió de tema.

—Necesito ver la tumba y luego hablar con Verna y Adie. No tengo tiempo que perder. Tengo que bajar a Tamarang para ayudar a Zedd a anular el hechizo de Seis. Justo ahora eso es lo que Richard más necesita.

»Por eso necesito saberlo todo sobre Seis. Puede que tú no conocieras a la mujer, pero tenías una red de espías desplegada por el Viejo Mundo.

—¿Sabías lo de los espías? —preguntó Ann, siguiendo a Nicci escaleras abajo.

—Lo sospechaba. Una mujer como tú no conserva el poder durante tanto tiempo como tú lo conservaste sin ayuda. Bajo tu gobierno el Palacio de los Profetas fue un remanso de estabilidad en un mundo lleno de confusión, un mundo que caía bajo el hechizo de la Fraternidad de la Orden. Tenías que haber tenido tu red desplegada por todos los rincones para mantenerte al tanto de todo lo que sucedía en el mundo exterior, para mantenerte al corriente de todas las amenazas potenciales. Al fin y al cabo, mantuviste el palacio a salvo y libre durante cientos de años.

Ann alzó una ceja.

—No lo hice tan bien como piensas, querida. De lo contrario, las Hermanas de las Tinieblas no se habrían establecido justo bajo mis narices.

—Pero tú sospechabas, y tomaste precauciones.

—No fueron suficientes, en ninguno de los casos, por lo que se ve.

—Nadie puede ser perfecto, y nadie es invencible. Sigue siendo cierto que conseguiste durante un largo espacio de tiempo mantenerlas a raya. Tenías una red de informadores para que te ayudaran a estar al corriente de lo que sucedía en el mundo exterior. Sé que las Hermanas de las Tinieblas estaban siempre mirando por encima del hombro. Te temían.

»Con la clase de telaraña que sólo una Prelada puede tejer, debes haber oído algo sobre Seis a lo largo de los años.

—No sé, Nicci. Durante aquellos años pasaron muchas cosas importantes. Los rumores sobre una bruja no tenían mucho interés para mí. Había problemas más acuciantes. En lo referente a Seis, no oí realmente nada de interés.

—No estoy interesada en que traiciones confidencias, Ann. Sólo estoy interesada en cualquier cosa que pudieras saber sobre ella. Por alguna razón cogió la caja del Destino. Necesito recuperarla para Richard. Cualquier retazo de información podría ayudarme.

—Sencillamente jamás oí nada sobre ella de mis fuentes. Pero conozco su existencia en un sentido general —asintió Ann por fin—, y también sé que no puede poner en funcionamiento el poder de la caja.

—¿Entonces por qué la cogió?

—Si bien no sé nada en detalle sobre ella, aparte de lo que Shota nos contó, sí sé que el deseo de destruir lo bueno en la vida es lo que define a algunas personas. Las retorcidas creencias que adoptan no son más que la justificación para su odio hacia el bien. Ese impulso central les proporciona una afinidad con otros que tienen el mismo objetivo, el de aplastar a cualquiera que viva en libertad, que busque mejorar en la vida. Su fin… es destruir cualquier cosa buena… y eso los enardece.

»En última instancia, odian la vida. Se sienten incompetentes para enfrentarse a los desafíos de la vida. Aborrecen la necesidad de tratar con el mundo del modo en que éste es en realidad, así que aprovechan atajos. En lugar de trabajar duro, eligen destruir a aquellos que lo hacen. En lugar de crear algo que valga la pena, quieren robar lo que otro ha creado.

—Así pues —sugirió Nicci—, estás diciendo que si bien no sabes nada específico sobre Seis, crees que, debido a su naturaleza, buscará a otros a los que impulse el odio.

—Correcto —repuso Ann—. ¿Y qué significa eso?

Al llegar al final de la escalera, Nicci se detuvo un momento, descansando una muñeca sobre el pilar de arranque. Dio unos golpecitos con una uña al blanco mármol, la mirada absorta en sus pensamientos.

—Eso significa que, a la larga, buscará una alianza con aquellas que poseen las otras dos cajas: las Hermanas de las Tinieblas. Puede que crean en cosas muy diferentes, pero las hermana su odio.

Ann sonrió para sí.

—Muy bien, criatura.

—Ella misma no puede usar la caja —dijo por fin Nicci, pensando en voz alta—. Eso significa que tiene que haberla cogido como una herramienta para negociar. La quería para obtener poder. Cuando la gran barrera cayó vio el Nuevo Mundo como algo vulnerable. Conspiró y al final robó lo que Shota había creado aquí, en el Nuevo Mundo, pero en última instancia no era suficiente para ella. Su intención es tener poder a cambio de la caja que ahora posee.

Ann asentía.

—Se está asegurando de que cuando se libere el poder ella estará incluida. La atraen las posibilidades de destrucción masiva de todo lo que es bueno. Puede que desee poder para sí misma, pero creo que su auténtica pasión es ser parte del desmantelamiento de todos los valores positivos.

—Hay una cosa, de todos modos, que carece de sentido. —Nicci meneó la cabeza a la vez que clavaba la mirada en el largo corredor—. No es probable que las Hermanas de las Tinieblas quieran tener tratos con Seis. La temen.

—Temen más al Custodio. Deben tener la caja si quieren liberar el poder. No lo olvides. Ahora que han puesto las cajas en funcionamiento, perderán la vida si no consiguen abrir la caja correcta. Se verán obligadas a tratar con Seis.

—Supongo —dijo Nicci.

Parecía que faltaba algo, sólo que Nicci no conseguía encontrar qué. Daba la impresión de que tenía que haber algo más en todo aquello.