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cara asomó la cabeza fuera de la entrada lo suficiente para que el viento que ascendía por los muros del palacio alzara su rubia trenza.

—Quieres decir que si Richard nos conduce por una de esas dos bifurcaciones sobreviviremos, pero que si no lo hace, y seguimos la otra…

—Sólo existe el Gran Vacío —finalizó Nathan por ella, y luego se volvió hacia Nicci, posando una mano en su hombro—. ¿Comprendes la trascendencia de lo que te estoy contando?

—Nathan, puede que no sepa todo lo que las profecías dicen al respecto, pero indudablemente sé lo que está en juego. Al fin y al cabo, las Hermanas de las Tinieblas pusieron en funcionamiento las Cajas del Destino. En el caso de que ellas venzan, el resultado será el fin de todo lo que es bueno. Hasta donde alcanzo a ver, Richard es el único que tiene una posibilidad de impedir que eso suceda.

—Muy cierto —repuso él con un suspiro—. Es el motivo de que Ann y yo hayamos estado esperando quinientos años a que Richard llegara al mundo. Él era el destinado a abrirse paso por las bifurcaciones que nos conducirán con éxito a través de la peligrosa maraña de las profecías. Si tenía éxito, como lo ha tenido hasta el momento, debía liderarnos en esta batalla final. Hace ya bastante tiempo que lo sabemos.

Nathan se llevó un dedo a la sien.

—Siempre hemos dado por sentado que las Cajas del Destino eran el nódulo final en el que esta raíz cardinal se bifurca.

Nicci frunció el entrecejo mientras asimilaba las palabras del profeta. Comprendió de repente.

—Ahí es donde cometisteis el error —dijo, medio para sí.

Ann se inclinó un poco al frente a través de la entrada, entornando los ojos.

—¿Qué?

—Rastreabais la raíz equivocada de la profecía —dijo Nicci, al mismo tiempo que partes del rompecabezas seguían encajando en su mente—. Erais conscientes de la importancia de las Cajas del Destino, pero teníais la cronología equivocada y como resultado acabasteis siguiendo la pista a una bifurcación falsa. Erróneamente pensasteis que era Rahl el Oscuro quien, al utilizar las Cajas del Destino, creaba el nódulo terminal. Pensabais que era Rahl el Oscuro quien nos conduciría al Gran Vacío.

Comprendiendo la gravedad del error, Nicci clavó la mirada en la antigua prelada.

—Tú pensaste que tenías que preparar a Richard para que se ocupara de esa amenaza, pensando en esa bifurcación de la profecía… en la que nos encontramos justo ahora… así que robaste El libro de las sombras contadas y se lo entregaste a George Cypher, con la intención de que Richard lo tuviera cuando fuera mayor. Pensabas que Rahl el Oscuro era la batalla final, el nódulo terminal en la profecía. Querías que Richard combatiera a Rahl el Oscuro. Pensaste que le dabas las herramientas que necesitaba para librar la batalla final.

»Pero como habíais tomado un camino equivocado, acabasteis en una rama estéril de la profecía y no os disteis cuenta. Lo preparabais para la batalla equivocada. Pensabais que lo estabais ayudando, pero lo entendisteis todo mal y al final vuestro error de juicio acabó provocando que Richard derribara la gran barrera, lo que permitió a Jagang convertirse en la amenaza sobre la que las profecías habían advertido desde el principio. Por vuestra culpa, las Hermanas de las Tinieblas pudieron por fin hacerse con las Cajas del Destino. Sin lo que hicisteis, nada de esto habría sido posible.

Nicci pestañeó mirando a la antigua prelada mientras la magnitud de lo que habían hecho calaba en su interior. La comprensión le puso la carne de gallina.

—Sin querer, vosotros provocasteis todo esto. Intentasteis utilizar la profecía para conjurar un desastre y en su lugar hicisteis que se cumpliera. Vuestra decisión de interferir es lo que hizo posible el desastre.

El rostro de Ann se crispó con una expresión avinagrada.

—Si bien podría dar la impresión de que nosotros…

—Tanto trabajo, tanta planificación, tanto esperar durante siglos, y lo estropeasteis todo. —Nicci se apartó los cabellos azotados por el viento del rostro—. Resulta que era yo a quien la profecía necesitaba… debido a lo que vosotros haríais.

Nathan carraspeó.

—Bueno, eso es una enorme y exagerada simplificación… y hasta cierto punto engañosa, pero debo admitir que no es del todo inexacta.

Nicci vio de repente a la Prelada, una mujer a la que siempre había considerado casi infalible, una mujer siempre lista para señalar los errores más insignificantes cometidos por otros, bajo una luz nueva.

—Cometisteis un error. Lo entendisteis todo mal.

»Mientras trabajabais para asegurar que Richard pudiera llevar a cabo su parte como la pieza clave, acabasteis por ser el elemento fundamental que hizo caer sobre nosotros el potencial para la destrucción.

—Si no hubiésemos…

—Sí, cometimos algunos errores —dijo Nathan, interrumpiendo a Ann—. Pero me da la impresión de que todos cometimos equivocaciones. Después de todo, aquí estás tú, una mujer que peleó toda su vida por las creencias de la Orden, y que acabó dejándose convertir en una Hermana de las Tinieblas. ¿Debo invalidar todo lo que tú dices y haces ahora porque cometiste errores en el pasado? ¿Deseas invalidar todo lo que hemos aprendido y hemos sido capaces de conseguir porque tuvimos equivocaciones?

»Incluso podría ser que nuestros errores no fueran errores en realidad, sino más bien una herramienta de la profecía, una parte de un designio más amplio, porque todo el tiempo eras tú la persona predestinada a estar lo bastante cerca de Richard para ayudarlo. A lo mejor las cosas que hicimos son las que permitieron que te acercases lo suficiente a él para desempeñar un papel tan vital, un papel que sólo tú podrías desempeñar.

—El libre albedrío es una variable en el arte de las profecías —indicó Ann—. Sin él, sin todo lo que sucedió debido a los acontecimientos que Richard hizo que encajaran donde correspondía, ¿dónde estarías? ¿Qué serías si no hubiésemos actuado como lo hicimos? ¿Dónde estarías de no haber conocido nunca a Richard?

Nicci no quería considerar tal posibilidad.

—¿Cuántos más, como tú, al final podrían resultar salvados porque los acontecimientos dieron este giro? —añadió la Prelada.

—Podría muy bien ser —dijo Nathan— que, de no haber hecho nosotros las cosas que hicimos, por razones correctas o incorrectas, la profecía se hubiera limitado a hallar otro modo de lograr los mismos resultados. Es probable, por el modo en que estas raíces se entrelazan, que lo que está sucediendo ahora mismo, de un modo u otro, tuviera que suceder.

—¿Como el agua? ¿Que siempre encuentra su ruta por el terreno más bajo? —preguntó Cara.

—Exactamente —contestó Nathan, sonriendo ante el poder de observación de la mord-sith—. La profecía hasta cierto punto se restablece a sí misma. Podemos pensar que comprendemos los detalles, pero puede que seamos incapaces de ver la totalidad de acontecimientos en una escala más amplia, de modo que, cuando nos dedicamos a interferir, la profecía debe hallar otras raíces para alimentar el árbol, no sea que éste muera.

»En algunos aspectos, puesto que la profecía puede restablecerse a sí misma, cualquier intento de influir en acontecimientos es vano en última instancia. Y con todo, al mismo tiempo, la profecía está pensada para estimular la acción, de lo contrario, ¿cuál sería su propósito? No obstante, cualquier intervención es una acción peligrosa. El truco está en saber cuándo y dónde actuar. Es una disciplina imprecisa, incluso para un profeta.

—Tal vez debido a que tenemos tan plena conciencia de nuestros bienintencionados errores —dijo Ann—, puedas comprender por qué nos habría consternado tanto el que tú tomaras una elección de tal calibre por Richard… una figura central en la profecía… como es la de designarlo como un jugador por el poder de las cajas. Sabemos la magnitud del daño que puede ocasionar el interferir aunque sólo sea en cuestiones relativamente menores de la profecía.

Nicci no había querido que se la interpretara del modo en que se había hecho, pues jamás se consideró a sí misma libre de culpa… más bien lo contrario. Toda su vida se había sentido inferior, por no decir directamente malvada. Su madre, el hermano Narev, y más tarde el emperador Jagang le habían dicho siempre eso, haciéndole hincapié en lo inadecuada que era. Era tan sólo que había resultado una sorpresa averiguar que la Prelada podía ser tan… humana.

Nicci bajó la mirada.

—No era mi intención que sonara así. Simplemente jamás pensé que tú cometieras errores.

—Si bien no estoy de acuerdo con tu caracterización de los acontecimientos que han abarcado cinco siglos e innumerables años de trabajo y esfuerzo —repuso Ann—, me temo que todos cometemos equivocaciones. Una de las cosas que define nuestro carácter es el modo en que manejamos nuestros errores. Si mentimos cuando hemos cometido un error, entonces éste no se puede corregir y se emponzoña. Por otra parte, si nos damos por vencidos sólo porque cometimos un error, incluso un gran error, ninguno de nosotros llegará muy lejos en la vida.

»En cuanto a tu versión de nuestra interacción con la profecía, existen muchos factores que ni siquiera has tomado en cuenta, por no mencionar los elementos que ignoras. Conectas acontecimientos de forma muy simplista, por no decir inexacta. Las conjeturas hechas sobre la base de esas conexiones dan grandes saltos por encima de las circunstancias que han acontecido y que vendrán.

Cuando Nathan carraspeó, Ann prosiguió:

—Eso no significa, sin embargo, que en ocasiones nosotros no hayamos juzgado mal determinadas cosas. Hemos cometido errores. Algunas de nuestras equivocaciones involucran acontecimientos que acabas de señalar. Estamos intentando corregirlos.

—Así pues —dijo Cara, con cierta impaciencia—, ¿qué hay de esa profecía o no profecía, el Gran Vacío? ¿Necesitamos asegurarnos de que lord Rahl libre la batalla final porque la profecía dice que debe hacerlo, y sin embargo… al mismo tiempo parte de la profecía dice que la profecía misma está en blanco? Eso no tiene sentido…

Ann frunció la boca.

—¿Ahora incluso las mord-sith se han convertido en expertas en profecías?

Nathan miró por encima del hombro a Cara.

—No es tan fácil comprender el contexto de los acontecimientos según su relación con la profecía. La profecía y el libre albedrío, ¿sabes?, existen en tensión, en oposición. Sin embargo, interactúan. La profecía es magia y toda magia necesita un contrapeso. El contrapeso de la profecía, el contrapeso que permite existir a la profecía, es el libre albedrío.

—Vaya, eso sí que tiene muchísimo sentido —criticó Cara desde la entrada—. Si lo que dices es cierto, eso significaría que se anulan mutuamente.

El profeta alzó un dedo.

—Ah, pero no lo hacen. Son interdependientes y sin embargo antitéticos. Del mismo modo que las Magias de Suma y de Resta son fuerzas opuestas, pero ambas existen. Cada una sirve para equilibrar a la otra. Creación y destrucción, vida y muerte. La magia necesita un equilibrio para funcionar. De igual modo lo necesita la magia de la profecía. La profecía funciona mediante la presencia de su neutralizador: el libre albedrío. Ésa es una de las mayores dificultades que hemos tenido en todo el asunto… comprender la interacción entre la profecía y el libre albedrío.

Cara arrugó la nariz.

—¿Eres un profeta, y crees en el libre albedrío? Eso sí que no tiene sentido.

—¿Invalida la muerte la vida? No, la define, y al hacerlo crea su valor.

Cara no pareció en absoluto convencida.

—No veo cómo el libre albedrío puede arreglárselas para existir dentro de la profecía.

Nathan se encogió de hombros.

—Richard es un ejemplo perfecto. Hace caso omiso de la profecía y la equilibra al mismo tiempo.

—También hace caso omiso de mí, y cuando lo hace siempre se mete en problemas.

—Tenemos algo en común —comentó Ann.

Cara lanzó un suspiro.

—Bueno en cualquier caso, Nicci lo hizo bien. Y no creo que fuera la profecía, sino su libre albedrío lo que la llevó a hacer lo que razonó. Por eso lord Rahl confía en ella.

—No discrepo —repuso Nathan con otro encogimiento de hombros—. A pesar de lo nervioso que me pone, a veces debemos dejar que Richard haga lo que crea conveniente. A lo mejor eso es en última instancia lo que Nicci ha hecho: le ha dado las herramientas para tener la libertad de ejercer de verdad su libre albedrío.

Nicci ya no escuchaba en realidad. Tenía la mente en otra parte. Se giró repentinamente hacia Nathan.

—Necesito ver la tumba de Panis Rahl. Creo que sé por qué se está derritiendo.

Desde un punto a lo lejos, un rugido atronador ascendió a través de la creciente oscuridad, atrayendo la atención de todos ellos.

Cara estiró el cuello para ver.

—¿Qué sucede?

Nicci miró por encima del mar de hombres.

—Lanzan vítores en un partido de Ja’La. Jagang utiliza el Ja’La dh Jin como una distracción, tanto para la gente en el Viejo Mundo como para su ejército. Las reglas utilizadas en los partidos del ejército son bastante más brutales, de todos modos. Así satisface el ansia de sangre de sus soldados.

Nicci recordaba la devoción de Jagang por el Ja’La. Era un hombre que sabía controlar y dirigir las emociones de su gente. Los distraía de sus miserias diarias culpando continuamente de todo problema al que se enfrentaban a aquellos que rehusaban poner su fe en la Orden.

Nicci lo sabía, porque hizo justo eso como Señora de la Muerte. Achacaba cualquier padecimiento a aquellos que eran egoístas.

Jagang cosechó una pasión generalizada por la guerra fabricando odio contra un opresor imaginario al que se condenó por causar todos los problemas con los que la gente convivía diariamente. Se abandonó la responsabilidad personal a la enfermedad de asignar culpa por todas las penurias, y toda penuria se achacó a los codiciosos que no llevaban a cabo su parte.

Las peticiones para que Jagang destruyera a los infieles por ser la causa de todos sus problemas sirvieron a los fines de la Orden. Ésta necesitaba destruir a unas gentes libres y prósperas porque su misma existencia desmentía sus creencias y enseñanzas. La verdad acabaría por amenazar su imperio.

La distracción de culpar a otros de la miseria de la gente completó el círculo. ¿Quién iba a quejarse del coste y sacrificio de una guerra en el exterior que ellos mismos pedían?

También el Ja’La era una distracción que servía a sus fines. El cruel juego canalizaba las emociones y la energía de la plebe en un acontecimiento bastante carente de sentido. Ayudaba a dar a su gente una causa común a la que prestar apoyo, fomentando la idea de que estaban unidos en oposición a otros.

En su ejército, el Ja’La servía para distraer a sus hombres de la desdicha de servir en la guerra. Puesto que el público de soldados estaba compuesto de jóvenes agresivos, aquellos partidos se jugaban con unas reglas más brutales. La violencia de tales encuentros daba a aquellos hombres frustrados y combativos una salida a sus pasiones reprimidas. Sin el Ja’La, Jagang comprendía que podría no ser capaz de mantener la disciplina y el control sobre una fuerza militar tan vasta. Sin el Ja’La podrían canalizar hostilidad hacia sí mismos.

Jagang tenía su propio equipo, que servía para demostrar la indomable supremacía del emperador. Eran una extensión de su fuerza y poderío sobrecogedores. Su equipo de Ja’La conectaba al emperador con sus hombres, mientras al mismo tiempo recalcaba la superioridad del emperador.

Por haber pasado tantísimo tiempo con él, como su Reina Esclava, Nicci sabía que, a pesar de todos aquellos cálculos, Jagang, como sus hombres, en realidad había quedado enganchado al juego. Para Jagang, el combate era el juego supremo. El Ja’La dh Jin era una clase de combate del que podía disfrutar cuando no estaba ocupado en un combate auténtico. Entretenía sus propios instintos agresivos. Desde que reuniera a su nuevo equipo de hombres invencibles, un equipo temido mundialmente, había llegado a sentir que él, personalmente, era el amo del Ja’La dh Jin.

El Ja’La dh Jin había pasado a ser más que un juego para Jagang. Había pasado a ser una extensión de su personaje.

Nicci dio la espalda a las fuerzas de la Orden Imperial reunidas allá abajo. Ya no podía soportar su visión, ni pensar en los partidos sangrientos que tanto odiaba. Los rugidos ahogados la inundaron. Aquella creciente ansia de sangre acabaría por soltarse sobre el Palacio del Pueblo.

Una vez de vuelta en el interior, Nicci esperó hasta que Nathan empujó la pesada puerta y la cerró a la fría noche que descendía sobre el mundo exterior.

—Necesito bajar a ver la tumba de Panis Rahl.

Él se volvió mientras pasaba el pestillo.

—Eso dijiste. Vayamos, pues.

Cuando iniciaban la marcha, Ann vaciló.

—Sé lo mucho que odias bajar a esa tumba —dijo a Nathan a la vez que le cogía del brazo, deteniéndolo—. Verna y Adie estarán esperando. Quizá podrías ocuparte de eso mientras yo llevo a Nicci a la tumba.

Nathan le dedicó una mirada suspicaz. Estaba a punto de decir algo cuando Ann le dirigió una de sus miradas, y él pareció captar lo que quería decirle.

—Sí, es una buena idea. Cara y yo iremos a hablar con Verna y Adie.

El cuero del traje de Cara crujió al cruzar ésta los brazos.

—Permaneceré con Nicci. En ausencia de lord Rahl, es tarea mía protegerla.

—Realmente creo que a Berdine y a Nyda les gustaría discutir algunas cuestiones sobre la seguridad del palacio contigo —dijo Ann, y cuando Cara no pareció en absoluto inclinada a acceder a tal plan, la mujer añadió a toda prisa—: Para cuando Richard regrese. Quieren estar seguras de que se está haciendo todo para asegurar su seguridad cuando regrese al palacio.

Nicci pensó que había pocas personas tan cautelosas como una mordsith. Parecían desconfiar permanentemente y esperar siempre lo peor. Nicci se daba cuenta de que lo único que Ann quería era hablar a solas con ella, y no entendía por qué no le decía justo eso a Cara. Imaginó que la mujer probablemente no estaba convencida de que tal enfoque funcionara.

Posó una mano en la parte baja de la espalda de Cara y se inclinó hacia ella.

—No pasa nada, Cara. Ve con Nathan. Yo me reuniré contigo enseguida.

Cara paseó la mirada de los ojos de Nicci a los de Ann.

—¿Dónde?

—¿Conoces el comedor entre los alojamientos de las mord-sith y la plaza de la oración, junto al pequeño grupo de árboles?

—Claro.

—Ahí es donde Verna y Adie tienen que reunirse con nosotros. Os alcanzaremos allí después de que Nicci haya echado un vistazo a la tumba.

Sólo cuando Nicci asintió en dirección a Cara estuvo ésta finalmente de acuerdo.