12
los ojos de Nicci se abrieron de golpe. Jadeó presa del pánico.
Formas nebulosas pasaban ante su visión y no lograba interpretar las figuras poco definidas que veía. En un esfuerzo por orientarse, su mente intentó hacerse con recuerdos de toda clase, buscando frenéticamente a través de la esencia en constante movimiento de éstos, en un intento de encontrar unos que parecieran relevantes, que encajaran. El gran almacén de todos sus pensamientos parecía estar tan desorganizado como una biblioteca llena de libros desperdigados por los vientos de una tormenta. Nada parecía tener sentido para ella. Era incapaz de comprender dónde estaba.
—Nicci, soy yo, Cara. Estás a salvo. Tranquilízate.
Una voz distinta en la lóbrega y borrosa distancia dijo:
—Iré a buscar a Zedd.
Nicci vio moverse la oscura forma y luego desaparecer en una oscuridad aún más negra.
Comprendió que tenía que ser la persona que había hablado mientras cruzaba una puerta. Era la única cosa que tenía sentido. Pensó que podría llorar de alivio por poder, al fin, ser capaz, de entre todas las formas y sombras, captar una puerta, y el concepto, infinitamente más complejo, de que había una persona.
—Nicci, tranquilízate —repitió Cara.
Sólo entonces reparó Nicci en que forcejeaba vigorosamente, intentando mover los brazos, y que la sujetaban. Era como si su mente y cuerpo estuvieran ambos revueltos, e intentaran, como a través de un tumulto y una confusión, aferrarse a algo sólido.
Pero las cosas empezaban a tener sentido para ella.
—Seis —dijo con un gran esfuerzo—. Seis.
El negro recuerdo se alzó en su mente como si lo hubiera invocado y hubiera regresado para acabar con ella.
Fijó la atención en el significado de aquella palabra, de aquel nombre, de aquella figura oscura que flotaba en su mente. Reunió en sus adentros fragmentos aleatorios, juntándolos alrededor de la palabra. Cuando un recuerdo encajó —el recuerdo del corredor con Rikka, Zedd y Cara más adelante, paralizados, donde estaban en la escalera—, siguió adelante con el siguiente y se esforzó por añadir otra pieza.
Por pura fuerza de voluntad, las cosas empezaron a moverse y encajar. Sus pensamientos se fusionaron y adquirieron coherencia. Sus recuerdos empezaron a tomar forma.
—Estás a salvo —dijo Cara, sujetando aún los brazos de Nicci—. Quédate quieta.
Nicci no estaba a salvo. Ninguno de ellos estaba a salvo. Tenía que hacer algo.
—Seis está aquí —consiguió decir entre los dientes apretados mientras forcejeaba para apartar a Cara—. Tengo que detenerla. Tiene la caja.
—Se ha ido, Nicci. Cálmate.
Nicci pestañeó, intentando todavía aclarar su visión, intentando todavía recuperar el aliento.
—¿Ido?
—Sí. Estamos a salvo por el momento.
—¿Ido? —Nicci aferró un pedazo de cuero rojo, atrayendo a la mordsith más cerca de ella—. ¿Se ha ido? ¿Cuánto hace que se ha ido?
—Ayer.
El recuerdo de la oscura figura pareció estirarse, perdiéndose en la distancia.
—Ayer… —musitó Nicci mientras volvía a desplomarse sobre la almohada—. Queridos espíritus.
Cara se irguió por fin. A Nicci ya no le importaba levantarse.
Todo había sido para nada.
Pensó que quizá no querría volver a levantarse jamás.
Clavó la mirada en el vacío.
—¿Resultó herido alguien más?
—No. Sólo tú.
—Sólo yo… —repitió Nicci en un tono inexpresivo—. Debería haberme matado…
Cara frunció el entrecejo.
—¿Qué?
—Seis debería haberme matado…
—Bueno, estoy segura de que probablemente le habría gustado hacerlo, pero no lo consiguió. Estás a salvo.
Cara no había comprendido lo que había querido decir la hechicera.
—Todo para nada —farfulló Nicci para sí.
Todo estaba perdido. Todo el trabajo había sido para nada. Todo lo que Nicci había conseguido se había desintegrado, disipándose en la risa resonante de una sombra oscura. Todo su estudio, el unir todos los pedazos, su esfuerzo monumental para comprender por fin cómo funcionaba todo en realidad, la tarea de invocar tal poder, de controlarlo, de dirigirlo… todo había sido en vano.
Había sido una de las cosas más difíciles que había hecho jamás… y ahora se había convertido todo en cenizas.
Cara sumergió una tela en un cuenco de agua situado sobre una mesa auxiliar. Escurrió la tela, y el sonido de cada gota al caer al interior del cuenco fue agudo, penetrante, doloroso.
Más que una masa borrosa de formas y sombras, como había sido en un principio cuando despertó, ahora todo estaba enfocado con cruda nitidez. Los colores parecían cegadoramente brillantes, los sonidos estridentes. Las velas de un pequeño candelabro brillaban como soles.
Cara presionó la tela húmeda sobre la frente de Nicci. El color rojo del traje de cuero de la mord-sith hirió los ojos de la hechicera, por lo que ésta los cerró. La tela parecía un seto de espinos presionado contra su tierna carne.
—Hay otro problema —dijo Cara con voz queda.
Nicci abrió los ojos.
—¿Otro problema?
Cara asintió a la vez que pasaba la tela por el cuello de Nicci.
—Con el Alcázar.
Nicci echó una ojeada a las gruesas colgaduras azules y doradas de la estrecha ventana. No se filtraba la menor luz, así que comprendió que tenía que ser de noche.
Mientras volvía los ojos otra vez hacia Cara, Nicci frunció el entrecejo a pesar de que hacerlo le producía dolor.
—¿Qué quieres decir con que hay problemas con el Alcázar? ¿Qué clase de problemas?
La mord-sith abrió la boca para hablar, pero entonces giró la cabeza ante el sonido de un alboroto procedente de detrás de ella.
Zedd entró como una exhalación en la estancia sin llamar, moviendo los codos al compás de cada larga zancada y su sencilla túnica ondulando tras él como si fuera el rey del lugar, que acudía a ocuparse de temas regios. Nicci supuso que, en cierto modo, lo era.
—¿Está despierta? —preguntó a Cara antes de haber llegado junto al lecho. Su ondulada melena blanca parecía muy revuelta.
—Estoy despierta —respondió Nicci.
Zedd frenó con brusquedad, alzándose sobre ella. Se inclinó, con cara de pocos amigos, echando una mirada por sí mismo como si no confiara en su palabra.
Presionó las yemas de sus largos dedos huesudos contra la frente de la hechicera.
—Tu fiebre ha bajado.
—¿Tenía fiebre?
—Algo así.
—¿Qué quieres decir con «algo así»? La fiebre es fiebre.
—No siempre. La fiebre que tenías fue inducida por el empleo de ciertas fuerzas, más que por una enfermedad. En este caso, para ser precisos, tus propias fuerzas. La fiebre fue la reacción de tu cuerpo a la tensión.
Nicci se incorporó sobre los codos.
—¿Quieres decir que tuve una fiebre provocada por lo que Seis me hizo?
—En cierto modo. La tensión de ejercer fuerza contra toda la brujería que ella llevaba a cabo arrojó tu cuerpo a un estado febril.
Nicci paseó la mirada del uno al otro.
—¿Por qué no te afectó a ti? ¿O a Cara?
Zedd se dio golpecitos en la sien.
—Porque fui lo bastante listo como para lanzar una telaraña mágica. Nos protegió a Cara y a mí, pero tú estabas demasiado lejos. A aquella distancia sus propiedades no podían protegerte del todo. Pero fue suficiente para salvarte la vida.
—¿Tu hechizo me protegió?
Zedd agitó un dedo ante ella como si se hubiera portado mal.
—Tú no hacías nada para defenderte.
Nicci pestañeó, sorprendida.
—Zedd, lo intentaba. No creo que me haya esforzado nunca tanto por utilizar mi han. Intenté con todas mis fuerzas proyectar mi poder… lo juro. Pero no servía de nada.
—Claro que no. —Alzó los brazos en un gesto de exasperación—. Ése era tu problema.
—¿Qué era mi problema?
—¡Lo intentabas con demasiada energía!
Nicci se acabó de incorporar. El mundo empezó de repente a dar vueltas y tuvo que poner una mano sobre los ojos. La sensación de que todo giraba le provocaba náuseas.
—¿De qué hablas? —Alzó la mano justo lo suficiente para mirarlo con ojos entornados—. ¿Qué quieres decir con que lo intentaba con demasiada energía?
Pensó que iba a vomitar. Como si le irritara la distracción, Zedd se subió las mangas por los brazos y luego presionó un dedo de cada mano en los lados de la frente de la hechicera. Nicci reconoció la sensación hormigueante de la Magia de Suma reptando bajo su piel. Le pareció un poco extraño no sentir nada del lado de Resta como un elemento del poder del mago, pero él carecía de Magia de Resta.
La sensación de mareo desapareció.
—¿Mejor? —preguntó él en un tono que sugería que pensaba que todo había sido culpa de ella misma.
Nicci giró la cabeza a un lado y a otro, estirando los músculos del cuello, poniendo a prueba su sentido del equilibrio. Intentó sentir las náuseas, temerosa de que surgieran de improviso, pero no lo hicieron.
—Sí, imagino que sí.
Zedd sonrió ante aquel pequeño triunfo.
—Estupendo.
—¿Qué quieres decir con que lo intentaba con demasiada energía?
—No puedes combatir a una bruja del modo que intentabas hacerlo. Y menos a una bruja tan poderosa como ésa. Empujabas con demasiada fuerza.
—¿Empujaba con demasiada fuerza? —Se sintió tan incómoda como se había sentido de novicia cuando era incapaz de captar una lección que enseñaba una Hermana impaciente—. ¿A qué te refieres?
—Cuando utilizas tu fuerza para intentar ejercer presión contra lo que ella está haciendo, ella se limita a girarla contra ti. No puedes alcanzarla con tu poder porque la fuerza que usas no ha establecido aún una conexión fundamental entre vosotras dos. Está aún en su fase formativa, como en flotación libre.
Nicci comprendía lo que le decía, en teoría, pero no sabía cómo encajarlo en aquel caso.
—¿Intentas decir que es como un rayo que necesita encontrar un árbol, o algo alto, que fije su conexión con el suelo para poder prender? ¿Qué si no hay ningún lugar a su alcance con el que enlazar, se limita a saltar hacia atrás y prende dentro de la nube? ¿Que gira contra sí mismo?
—Jamás pensé en ello en esos términos, pero podría decirse así. Podríamos decir que tu poder se volvió contra ti. Una bruja es una de las pocas personas que comprende de un modo instintivo la naturaleza precisa de las complejidades y conexiones de la magia.
—Te refieres a que sabe cómo funcionan… los rayos —dijo Cara— y que le quitó a Nicci… la alfombra de debajo de los pies.
Zedd lanzó a la mujer una mirada atónita.
—Tú realmente no tienes ni idea de magia, ¿verdad? ¿Ni sobre giros idiomáticos?
La expresión de Cara se ensombreció.
—Con la imagen de la alfombra bajo los pies, creo que se comprende la mar de bien.
Zedd miró al techo.
—Bueno, creo que es una simplificación exagerada, pero imagino que podrías expresarlo de esa manera… En cierto modo —añadió por lo bajo.
Nicci no escuchaba en realidad; tenía la cabeza en otra parte. Recordaba que ella misma había hecho algo que involucraba aquellas mismas relaciones de poder cuando la bestia había atacado a Richard en la zona protegida del Alcázar. Ella había creado un nódulo de conexión pero negado a esa conexión el poder para completarla. Aquella expectación, que no se veía realizada, atrajo el poder más próximo —un rayo— hacia la bestia, eliminándola por el momento. Dado que la bestia no estaba viva de verdad, no se la podía destruir en realidad, de un modo muy parecido a como a un cadáver, puesto que ya está muerto, no se le puede matar, ni hacer que esté más muerto.
Pero esto era distinto. Esto iba mucho más allá de lo que Nicci había hecho con la bestia. Esto, de algún modo, era lo opuesto a lo que ella había hecho.
—Zedd, no comprendo cómo es posible una cosa así. Es como arrojar una roca; una vez lanzada, la trayectoria está fijada. La roca seguiría esa trayectoria hasta colisionar en un punto de esa trayectoria.
—Ella te golpeó en la cabeza con tu propia roca antes de que la hubieses lanzado —dijo Cara.
Zedd clavó en ella una mirada asesina, como si fuera un alumno impetuoso que hubiera hablado antes de que le tocara. La boca de Cara adoptó una mueca de obstinación, pero la mantuvo cerrada.
Nicci hizo caso omiso de la interrupción:
—Ella habría necesitado actuar sobre un poder específico a medida que éste era engendrado… antes de que estuviera totalmente formado… cuando empezaba a entrar en acción. Es también cuando se forma el nódulo fundamental. En ese punto, la naturaleza y el poder totales del hechizo ni siquiera podían haber cobrado vida.
Zedd dirigió a Cara una mirada de soslayo para asegurarse de que tenía intención de permanecer callada. Cuando ésta cruzó los brazos y permaneció muda, Zedd volvió a dirigirse a Nicci:
—Eso es precisamente lo que ella hace.
Al no haber tropezado nunca antes con una bruja, los mecanismos que utilizaba eran un misterio para Nicci.
—¿Cómo?
—Una bruja cabalga sobre los remolinos del tiempo. Ve cómo fluyen los acontecimientos hacia el futuro. Su habilidad es en muchos modos una forma de profecía. Eso significa que está lista para el hechizo antes de que lo lances. Sabe que lo vas a lanzar. Sabe lo que va a ocurrir. Su propia habilidad, su propio don, le permiten actuar contra ti antes de que puedas completar lo que estás haciendo.
»Es algo que les sale de forma natural… como levantar la pierna cuando alguien te da en la rodilla y tú estás sentado. Su bloqueo ya está allí mientras tu telaraña se forma… mientras empiezas a lanzar tu puñetazo. Te niega una conexión fundamental, de modo que tu telaraña no puede ni siquiera acabar de formarse. Como he dicho, posee la capacidad de hacerle dar la vuelta antes de que esa conexión entre principal y objeto se establezca. Tu poder se desploma sobre sí mismo… en ti.
»No hace falta mucho poder por su parte. Su fuerza es tu fuerza. Cuanto más te esfuerces por hacer algo, más difícil se vuelve. Ella no aumenta su esfuerzo, simplemente le niega al tuyo un nódulo que lo complete. Cuanto más presionas tú, más fuerza te devuelve su bloqueo.
»Una bruja te utiliza. Esa fuerza, tu fuerza, se pliega hacia dentro, sobre ti, una y otra vez, mientras tú te esfuerzas cada vez más tu propia fuerza, doblada hacia atrás, sobre ti, una y otra vez, mientras intentabas conjurar tu habilidad para subyugarla, te provocó la fiebre.
—Zedd, eso no puede ser. Tú usaste magia. Te vi, vi perfectamente la telaraña que lanzaste y no te dañó. Se limitó a apagarse con un chisporroteo.
El anciano mago sonrió.
—No, no se apagó con un chisporroteo. Fue un fracaso desde el principio. Yo usaba tan poco poder que ella no podía extraer fuerza de él. Puesto que no podía extraer poder de él, no podía bloquearlo o hacerlo regresar. No había suficiente para que pudiera atraparlo.
—¿Qué clase de hechizo puede hacer algo así?
—Lancé una telaraña de protección entretejida dentro de un hechizo de serenidad. Deberías haber hecho lo mismo.
Nicci se pasó una mano por el rostro.
—Zedd, he sido una hechicera durante muchísimo tiempo. Nunca había oído hablar de un hechizo de serenidad.
Él se encogió de hombros.
—Bueno, imagino que no lo sabes todo, claro. Utilicé un hechizo de serenidad porque si calculaba mal y lo hacía sólo un poquitín demasiado fuerte, y ella me lo devolvía, bueno, yo podría haberme recuperado. Estar aún más calmado me habría ayudado, para volver a intentarlo y tener una mejor posibilidad de tener éxito la segunda vez.
Nicci sacudió la cabeza. No entendía nada. Pero intentó comprender las explicaciones del mago.
—Ya veo que… yo no tenía conocimientos suficientes para tratar con Seis. Lo que tú hiciste puede que no consiguiera alcanzarme… pero al menos fue suficiente para impedir que me matara.
Zedd se limitó a sonreír.
—¿Dónde aprendiste un truco así?
Él se encogió de hombros.
—La cruda experiencia. He tratado con brujas antes, así que sabía que sólo podía hacer eso.
—¿Te refieres a Shota?
—En parte —respondió—. Cuando recuperé la Espada de la Verdad tuve grandes problemas. Esa mujer es astuta, y una fuente de problemas tras unos ojos centelleantes y una sonrisa artera. Descubrí que hacer cosas del modo acostumbrado sencillamente no funcionaba. Ella encontró mis esfuerzos divertidos. Cuanta más fuerza utilizaba yo, más empeoraban las cosas para mí, y más ampliamente sonreía ella.
Se inclinó un poco al frente.
—Ése fue su error… sonreír. —Alzó un dedo para recalcarlo—. Su sonrisa me puso sobre aviso. Comprendí en aquel instante que mi uso de la fuerza era lo que le proporcionaba el poder que necesitaba.
—Así que no usaste fuerza.
Él extendió las manos como si ella hubiese por fin captado la lección.
—En ocasiones hacer lo que más te gustaría hacer puede ser lo peor que puedes hacer. En ocasiones para conseguir lo que quieres al final, tienes que contenerte al principio.
A medida que los conceptos que había expresado penetraban en la mente de Nicci, los recuerdos desordenados de ésta —pedazos desconcertantes de algún rompecabezas grandioso que jamás había encajado en ninguna parte— fueron a encajar donde les correspondía. Era como si lo viera todo bajo una luz nueva.
La repentina comprensión fue como una sacudida para Nicci.
Nicci se quedó boquiabierta. Los ojos se le abrieron como platos.
—Ahora lo comprendo… Queridos espíritus, lo comprendo. Conozco el propósito del campo estéril.