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kahlan mantuvo un brazo alrededor de Jillian en actitud protectora mientras seguían de cerca a Jagang. El séquito del emperador se abrió paso a través del extenso campamento ante el silencioso sobrecogimiento de algunos, y las aclamaciones de muchos. Algunos coreaban el nombre de Jagang a su paso, lanzando gritos de aliento por su liderazgo en su lucha por exterminar la oposición a la Orden Imperial, mientras que muchos más lo loaban como «Jagang el Justo». Jamás dejaba de desanimarla que tantos pudieran considerarle así.

De vez en cuando, los confiados ojos de color cobre de Jillian contemplaban a Kahlan con gratitud por el refugio que le proporcionaba. Kahlan se sentía un tanto avergonzada, ya que sabía que en realidad podía ofrecer poca seguridad a la muchacha. Lo que era peor aún, Kahlan podría muy bien acabar siendo la causa de cualquier daño que acaeciera a Jillian.

No. Se recordó que ella no sería la causa de tal daño, en el caso de que sucediera. Jagang, como defensor de las creencias corruptas de la Orden y adalid de una justicia injusta, sería la causa. Las creencias retorcidas de la Orden justificaban cualquier injusticia que ayudara a sus fines. Kahlan no era responsable —ni siquiera en parte— del mal cometido por otros. Ellos tenían que rendir cuentas de sus propias acciones.

Se dijo a sí misma que no debía permitirse desplazar la culpa del culpable a la víctima. Uno de los sellos distintivos de las personas que representaban creencias malvadas era culpar siempre a la víctima. Tal era su juego, y ella no se permitiría jugar a él.

Con todo, a Kahlan le partía el corazón que Jillian fuera una vez más una cautiva aterrada de aquellos animales. Aquellas personas procedentes del Viejo Mundo que hacían daño a inocentes en nombre de un bien mayor traicionaban el concepto mismo del bien. No eran capaces de sentimientos sinceros de pena porque no valoraban el bien; incluso los contrariaba. Más que unos altos valores, era una especie de envidia corrosiva lo que guiaba sus acciones.

La única satisfacción auténtica que Kahlan había experimentado desde que la capturara Jagang había sido fraguar una huida para Jillian. Ahora ni siquiera tenía aquello.

Mientras cruzaban el campamento, el brazo de Jillian rodeaba con fuerza la cintura de Kahlan y sus dedos le aferraban la camisa. Era evidente que si bien la naturaleza siniestra de los soldados que las rodeaban la asustaba, la aterraban mucho más los guardias personales de Jagang. Habían sido hombres como ésos los que le habían dado caza. Había conseguido eludirles durante bastante tiempo pero, no obstante lo bien que conocía las ruinas desiertas de la antigua ciudad de Caska, no dejaba de ser una criatura y no podía escapar de una búsqueda llevada a cabo por hombres tan decididos y con tanta experiencia. Ahora que Jillian era una prisionera en aquel extenso campamento, Kahlan sabía que tenía pocas posibilidades de volver a ayudar a la muchacha a escapar de las garras de la Orden.

Mientras caminaban entre el lodo y los desperdicios, serpenteando alrededor del desorden de tiendas, carros y montones de equipos y suministros, Kahlan miró el rostro de Jillian y vio que al menos el corte había dejado de sangrar. Uno de los anillos que Jagang lucía había sido el responsable del irregular corte en la mejilla de Jillian. Si sólo fuera ésa su mayor preocupación… Kahlan acarició con la mano la cabeza de la muchacha en respuesta a una sonrisa valerosa de la niña.

Jagang se había mostrado bastante complacido por tener de vuelta a la muchacha que había osado escapar de él —y por contar con otro medio más de atormentar y controlar a Kahlan—, pero había estado más interesado en averiguar todo lo posible sobre el descubrimiento llevado a cabo en el pozo. A Kahlan le daba la impresión de que sabía algo más sobre aquello que estaba enterrado de lo que daba a entender. Para empezar, no le había sorprendido tanto el descubrimiento como ella habría esperado.

Una vez que se hubo ocupado de que la zona quedara acordonada y vacía de soldados regulares, dio instrucciones estrictas a los oficiales para que fueran en su busca de inmediato en cuanto hubieran abierto una brecha en las paredes de piedra y accedido al interior de aquella construcción tan profundamente enterrada en las llanuras Azrith. En cuanto quedó convencido de que todo el mundo comprendía exactamente como quería que se tratara el descubrimiento, y de que todo el mundo allí trabajaba con diligencia, decidió volver a evaluar algunos de los posibles adversarios de su equipo de Ja’La.

Kahlan se había visto obligada a ir con él a varios partidos de Ja’La con anterioridad, y no sentía la menor ilusión por volver a asistir, principalmente porque la excitación y la violencia de aquellos encuentros ponía al emperador de un humor violento, aderezado con salvajes deseos carnales. Normalmente ya resultaba bastante aterrador, capaz de una violencia instantánea y brutal, pero tras un partido de Ja’La, resultaba por completo intratable.

Después de la primera vez que habían ido a contemplar partidos el foco de su lascivia depravada había sido Kahlan. Ella había luchado por contener su pánico, llegando a aceptar finalmente que él iba a hacer lo que iba a hacer y no estaba en su mano detenerlo. Al final había quedado petrificada por el terror de estar debajo de él, resignándose a lo inevitable. Había desviado los ojos de su mirada libidinosa y liberado la mente para que viajara a otro lugar, diciéndose que guardaría su furiosa cólera hasta que llegara el momento oportuno.

Pero entonces él había parado en seco.

«Quiero que sepas quién eres cuando haga esto —le había dicho—. Quiero que sepas lo que significo para ti cuando haga esto. Quiero que lo aborrezcas más de lo que has aborrecido nada en toda tu vida.

»Pero tienes que recordar quién eres, tienes que saberlo todo, si esto ha de ser realmente una violación… y tengo intención de que sea la peor violación que puedas padecer. Una violación que te dará un hijo que él verá como un recordatorio, como un monstruo».

Kahlan no sabía quién era «él».

«Para que sea todo eso —le había dicho Jagang—, tienes que ser totalmente consciente de quién eres, y de todo lo que esto significará para ti, todo lo que dañará, todo lo que mancillará para toda la eternidad».

La idea de hasta qué punto sería peor para ella tal violación entonces era más importante para Jagang que saciar sus impulsos inmediatos. Eso por sí solo lo decía todo sobre su ansia de venganza, y sobre lo mucho que ella había hecho para engendrar tal deseo.

La paciencia era una cualidad que convertía a Jagang en mucho más peligroso aún. Podía mostrarse impulsivo con facilidad, pero era un error pensar que era posible hacer que se volviera imprudente.

Sintiendo la necesidad de hacerle comprender el mayor alcance de su propósito, Jagang le había explicado que era muy parecido al modo en que castigaba a las personas que lo enojaban. Si mataba a tales personas, había señalado, estarían muertas e incapaces de sufrir, pero si les hacía soportar un dolor atroz, entonces ellas desearían la muerte, y él podría negársela. Al contemplar su interminable tormento, él podría estar seguro de que se arrepentían de sus crímenes, y de su insoportable pena por todo lo que habían perdido.

Eso, le había contado, era lo que tenía le tenía preparado a ella: la tortura de la pena y de la pérdida total. El que careciera de memoria la dejaba insensible a tales cosas, así que esperaría hasta que llegara el momento adecuado. Tras haber refrenado sus ansias inmediatas a favor de ambiciones mayores cuando ella por fin lo recordara todo, el emperador había gozado en su lecho de varias cautivas.

Kahlan esperaba que Jillian fuera demasiado joven para su gusto. No lo sería, Kahlan lo sabía, en el caso de que ella hiciera algo que desagradara a Jagang.

Mientras avanzaban a través de multitudes de soldados que aclamaban un partido que estaba ya en juego, los guardias reales apartaban a empujones a aquellos que consideraban que estaban demasiado cerca del emperador. Varios que no se movieron de suficiente buen grado, o con la rapidez suficiente, recibieron un codazo que casi les partió el cráneo. Un borracho corpulento con mal talante, que no tenía intención de permitir que lo empujaran a un lado por nadie, ni siquiera un emperador, se revolvió enfurecido contra los guardias reales que avanzaban. Al mismo tiempo que el soldado se mantenía firme en su sitio, gruñendo audaces amenazas, un veloz tajo lo destripó. El incidente no hizo aminorar ni un paso la marcha de la comitiva. Kahlan protegió los ojos de Jillian de la visión de las entrañas del hombre.

Puesto que había dejado de llover, Kahlan se echó atrás la capucha de la capa. Nubes oscuras cruzaban bajas sobre las llanuras Azrith, incrementando la sensación sofocante de estar cercado. Las espesas nubes oscuras sugerían que el primer día húmedo y frío del invierno no ofrecería la menor posibilidad de ver el sol. Parecía como si todo el mundo descendiera poco a poco al interior de una gélida, entumecedora y permanente penumbra.

Cuando llegaron al borde del terreno de juego de Ja’La, Kahlan se puso de puntillas, mirando por encima o alrededor de los hombros de los guardias, en un intento de ver los rostros de los hombres que estaban ya en pleno juego. Cuando reparó en que se estaba estirando para poder ver el partido, volvió a descender al instante. Lo último que quería era que Jagang le preguntara por qué estaba de repente tan interesada en el Ja’La.

En realidad no le interesaba el juego, sino si podía divisar al hombre de los ojos grises, el cautivo que había tropezado y caído deliberadamente en el barro para ocultar su rostro a Jagang… o quizás a la hermana Ulicia.

Si la lluvia no regresaba, no tardaría en resultarle difícil mantener el rostro embarrado para ocultar su identidad. Incluso con lluvia y barro Jagang no tardaría en sentir suspicacias si el hombre punta del equipo del comandante Karg andaba siempre por ahí con el rostro embarrado. Entonces ese desconocido descubriría que el barro, en lugar de ocultarlo, no hacía más que atraer las sospechas de Jagang. A Kahlan la inquietaba lo que sucedería entonces.

Gran parte del público vitoreó cuando el hombre punta de uno de los equipos consiguió penetrar en el terreno del equipo contrario. Los bloqueadores entraron en tromba para impedir que ganara más terreno. Los espectadores rugieron mientras los jugadores se derribaban unos a otros a la vez que otros hombres avanzaban para proteger su terreno.

El Ja’La era un juego en el que los hombres corrían, esquivaban y avanzaban a toda velocidad, o bloqueaban, o perseguían al jugador que llevaba el broc, una bola pesada, recubierta de cuero, un poco más pequeña que una cabeza. Los jugadores a menudo caían o eran derribados. Al rodar por el suelo sin camisas, muchos no tardaban en quedar empapados no sólo por el sudor, también por la sangre.

Los campos cuadrados de Ja’La estaban marcados con una cuadrícula. En cada esquina había una meta, dos para cada equipo. El único que podía marcar, y solamente cuando era el turno cronometrado de su equipo, era el hombre punta, e incluso entonces tenía que hacerlo desde una sección específica del lado del terreno del adversario. Desde aquella zona de puntuación, un área que discurría a lo largo de la anchura del terreno de juego, podía arrojar el broc en dirección a cualquiera de las redes de las porterías del rival.

No era fácil puntuar. Era un disparo efectuado desde cierta distancia y las redes de las porterías no eran grandes.

Para hacerlo todo mucho más difícil, los contrarios podían bloquear el lanzamiento del pesado broc. También podían derribar al hombre punta mientras intentaba marcar. El broc también podía usarse como una especie de arma para quitar de en medio a jugadores que interfirieran. El equipo del hombre punta podía intentar sacar a los adversarios de delante de la red de una portería, o podía proteger a éste de los bloqueadores de modo que pudiera intentar hallar una abertura en una u otra red para poder efectuar un disparo, o podía dividirse e intentar hacer ambas cosas.

Existía también una línea muy por detrás de la zona de disparo habitual desde donde el hombre punta podía intentar un lanzamiento. Si tal disparo entraba, su equipo anotaba dos puntos en lugar del acostumbrado único punto, pero raras veces se malgastaban disparos desde tal distancia porque la posibilidad de intercepción era mucho mayor. Tales intentos por lo general sólo se llevaban a cabo por desesperación, como un último esfuerzo alocado por parte del equipo que iba perdiendo antes de que se acabara el tiempo.

Si el equipo contrario placaba al hombre punta, entonces, y sólo entonces, se permitía a los aleros de éste recuperar el broc e intentar puntuar. Si un intento de marcar erraba la red y el broc salía fuera del terreno, entonces el equipo atacante recuperaba el broc, pero les era devuelto en su propio lado del campo. Desde allí tenían que volver a iniciar la carrera de ataque desde el principio. Durante todo ese tiempo su turno cronometrado con el broc seguía corriendo.

En unos pocos cuadrados del campo el hombre punta estaba a salvo de la amenaza de ser placado y que le arrebatasen el broc. Tales cuadrados, no obstante, podían convertirse fácilmente en isletas peligrosas donde podía quedar atrapado e incapaz de moverse. En ese caso, aún podía pasar el broc a un alero y, una vez que volviera a tener libertad de movimientos, recuperarlo.

En el resto de los cuadrados, y en la zona normal de puntuación, el equipo defensor podía capturar el broc para impedir que el equipo atacante puntuara. Sin embargo, si el equipo defensor capturaba el broc, no podía puntuar con él hasta que llegara su turno de atacar, pero podían intentar mantener la posesión para negar al equipo a quien pertenecía el turno la posibilidad de puntuar.

Un reloj de arena cronometraba el turno de juego de cada equipo. Si no había un reloj de arena disponible, podían utilizarse otros medios de cronometraje, como un cubo de agua con un agujero en él. Las reglas del juego eran bastante complicadas, pero en general su aplicación resultaba muy laxa. A menudo a Kahlan le daba la impresión de que no había reglas… aparte de la regla más importante de que un equipo podía puntuar sólo durante su turno de juego.

La norma de un tiempo de juego cronometrado impedía que un único equipo dominara la posesión del broc y mantenía el juego en movimiento. Era un juego acelerado y agotador, con un constante ir y venir y, sin auténtico tiempo para descansar.

Debido a que era tan difícil marcar un punto, los equipos raras veces marcaban más de tres o cuatro puntos en un partido. Entre equipos de aquel nivel, la diferencia final en la puntuación por lo general era tan sólo de un punto o dos.

Un número prescrito de giros del reloj de arena para cada bando conformaba el tiempo oficial del partido, pero si la puntuación estaba igualada al final entonces el juego continuaba, sin importar cuántos giros más del reloj de arena hicieran falta, hasta que un equipo marcaba otro punto. Cuando eso sucedía finalmente, el otro equipo no tenía más que un giro de reloj de arena para intentar igualar el punto. Si fracasaban, el partido terminaba. Si marcaban, el otro equipo obtenía otro turno. El partido se prorrogaba así hasta que un equipo marcaba y el contrincante era incapaz de marcar otro punto dentro del tiempo asignado de prórroga. Por ese motivo, ningún partido de Ja’La dh Jin podía finalizar jamás en empate. Siempre había un ganador, siempre un perdedor.

Cuando el partido finalizaba se hacía salir al equipo perdedor al terreno de juego y cada jugador era azotado. Un látigo espantoso, hecho de un haz de cuerdas de cuero era utilizado para imponer el castigo. Cada una de aquellas cuerdas de cuero estaba rematada con gruesos trozos de metal. Los hombres recibían un latigazo por cada punto por el que habían perdido, y la multitud contaba entusiasmada cada latigazo asestado a cada hombre del equipo perdedor arrodillado en el centro del terreno de juego. Los vencedores a menudo se paseaban orgullosamente alrededor del perímetro del campo, exhibiéndose ante la multitud, mientras los perdedores, con las cabezas gachas, recibían sus azotes.

La flagelación siempre acababa siendo un espectáculo macabro. Al fin y al cabo, a los jugadores los seleccionaban por su brutalidad, no sólo por su habilidad en el juego.

Las multitudes que contemplaban los partidos de Ja’La esperaban encuentros sangrientos, y la sangre no ahuyentaba en absoluto a las espectadoras. Si algo hacía, era que estuvieran más ansiosas por llamar la atención de los jugadores favoritos. Para la gente del Viejo Mundo, la sangre y el sexo estaban inextricablemente unidos… tanto si se trataba de un partido de Ja’La o de saquear una ciudad.

Si no había mucha sangre durante un partido la multitud podía enfadarse porque los equipos no se esforzaran lo suficiente. En una ocasión, Kahlan había visto a Jagang ordenar la ejecución de un equipo porque pensaba que no habían peleado con suficientes ganas.

Cuanto más brutales eran los jugadores, mucho mejor. Piernas y brazos se rompían con facilidad, al igual que cráneos. Aquellos que habían matado anteriormente a un oponente en un partido de Ja’La eran bien conocidos y muy aclamados. Tales hombres eran idolatrados y penetraban en el terreno de juego al inicio de partidos entre los vítores desaforados de los espectadores. Las mujeres que buscaban estar con los jugadores tras un partido preferían con mucho estar con ellos.

Kahlan fue a colocarse más cerca por detrás de Jagang mientras éste permanecía parado, cerca del borde del campo, en el punto medio. El partido se había iniciado mientras ellos estaban aún en el pozo.

Los guardias reales permanecían a los costados de Jagang y le protegían la espalda. La propia guardia especial de Kahlan rodeaba a ésta lo bastante de cerca como para asegurarse de que no intentaría huir. Ella sospechó que las emociones encendidas de los aficionados, así como la bebida ingerida, contenían el potencial para crear problemas más que considerables.

Con todo, Jagang, a pesar de la demostración de fuerza de sus guardias, era un hombre que no temía a los problemas. Había obtenido el mando merced a la fuerza bruta, y lo mantenía siendo absolutamente despiadado. Había pocos, incluso entre los más corpulentos de su guardia, que lo igualaran en musculatura, por no mencionar su habilidad y experiencia como guerrero. Kahlan sospechaba que podría aplastar con facilidad el cráneo de un hombre sólo con una mano. Además de eso, era un caminante de los sueños. Probablemente podría haber paseado a solas entre los soldados borrachos más asesinos y miserables y no haber tenido nada que temer.

En el terreno de juego los equipos se encontraron en un gran choque de cuerpos musculosos. Kahlan contempló al hombre punta mientras éste perdía el broc al ser golpeado por ambos lados a la vez. Con una rodilla en tierra, se llevó una mano a las costillas mientras jadeaba, intentando recuperar el aliento. No era el cautivo a quien ella buscaba.

Sonó el cuerno, lo que significaba el final de aquel turno de juego. Los aficionados del otro equipo lanzaron frenéticas aclamaciones porque el adversario no había puntuado. El árbitro llevó el broc al otro extremo del campo y lo entregó al hombre punta del otro equipo. Kahlan lanzó otro suspiro silencioso. Tampoco era él. Al mismo tiempo que se daba la vuelta al reloj de arena el cuerno volvió a sonar. El hombre punta y su equipo empezaron a correr campo adelante, y el equipo contrincante inició su carrera para defender sus porterías.

El choque fue horripilante. Uno de los jugadores chilló de dolor. Jillian, detrás de la pared que formaban los guardias e incapaz de ver gran cosa de lo que sucedía en el terreno de juego, se encogió ante el sonido de los chillidos. Se apretó más fuerte aún contra Kahlan. El juego continuó a la vez que los ayudantes del árbitro arrastraban fuera del terreno al jugador caído.

Jagang, habiendo visto suficiente, empezó a andar en dirección al siguiente campo de Ja’La. Los espectadores, dando violentos empujones mientras intentaban ver el juego, dejaron paso al emperador. La muchedumbre era enorme, aun cuando constituía sólo una pequeña fracción de la tropa asentada en el campamento.

La construcción de la rampa proseguía a pesar de los partidos, y la mayoría de los que trabajaban en ella tendrían mucho tiempo, una vez terminado su turno, para ver otros partidos, pues se seguirían disputando durante todo el día y la noche. Por lo que Kahlan pudo deducir de retazos de conversación, había muchos equipos contendiendo por el derecho a jugar contra el equipo del emperador. Los torneos constituían una grata diversión para aquellos guerreros que no tenían nada que hacer aparte de soportar inagotables días de trabajo y el asedio interminable al Palacio del Pueblo.

Fue un largo trayecto a través de los espectadores que vitoreaban, chillaban y abucheaban mientras contemplaban el partido que el emperador abandonaba. Abriéndose paso por el campamento enlodado, mugriento y apestoso, llegaron por fin al siguiente terreno de juego de Ja’La, donde habían acordonado una zona para el emperador y sus guardias. Jagang y varios oficiales que se habían unido a él conversaron extensamente sobre los equipos que estaban a punto de competir. Al parecer, el partido que acababan de abandonar era entre equipos de menor categoría. De éste se esperaba que ofreciera un espectáculo mejor.

Los dos hombres punta llegaban justo en aquel momento al centro del campo para echar a suertes mediante pajitas qué equipo tenía la oportunidad de jugar el primero. El silencio descendió sobre la multitud mientras aguardaban. Los hombres punta sacaron cada uno una pajita de varias que el árbitro sujetaba en un puño. Los dos sostuvieron en alto las pajitas. El hombre que había sacado la más corta profirió un juramento. El vencedor sostuvo su pajita bien en alto mientras lanzaba un grito de triunfo. Sus compañeros de juego y la multitud partidaria de su equipo soltaron una estruendosa aclamación.

La pajita larga le permitía llevar el broc en el primer juego o entregarlo al hombre que había sacado la corta. Ni que decir tiene ningún equipo renunciaba jamás a su oportunidad de ser el primero en puntuar. Marcar los primeros era un buen augurio.

Por lo que Kahlan pudo oír de soldados y guardias a su alrededor, la mayoría de la gente creía que el Juego de la Vida se ganaba o perdía gracias a aquella primera elección. Aquella pajita, creían, revelaba lo que deparaba el destino.

Ninguno de los hombres punta era el que Kahlan buscaba.

En cuanto empezó el juego, resultó evidente que esos jugadores eran mejores que los del partido anterior. Los placajes eran titánicos. Los hombres se arrojaban por el aire en desesperados intentos de establecer contacto; bien para derribar al hombre punta o para protegerlo. El hombre punta, además de correr con el broc, usaba el peso de éste para que le ayudara a apartar de su camino a un adversario. En cuanto otro jugador se le acercó, lanzó el broc con todas sus fuerzas. El bloqueador lanzó un gruñido por el peso del impacto del broc y cayó. Los hinchas lanzaron gritos de aliento y abucheos. Uno de los aleros recogió el broc y lo arrojó al hombre punta mientras cargaban a través del terreno de juego.

—Lo siento —musitó Jillian en dirección a Kahlan mientras los guardias, oficiales y Jagang contemplaban el juego, algunos de ellos efectuando comentarios.

—No fue culpa tuya, Jillian. Hiciste todo lo que pudiste.

—Pero tú hiciste tanto… Ojalá fuera tan buena como tú y entonces…

—Silencio. Soy una cautiva también. Ninguna de las dos somos rivales para estos hombres.

Jillian sonrió sólo un poco.

—Al menos me alegro de estar contigo.

Kahlan le devolvió la sonrisa. Echó una ojeada a sus guardias. Estaban absortos en la contemplación del emocionante partido.

—Intentaré pensar en un modo de sacarnos de esto —susurró.

De vez en cuando Jillian se asomaba entre los fornidos hombres para ver qué sucedía en el terreno de juego. Cuando Kahlan advirtió que la muchacha se frotaba los brazos desnudos y empezaba a tiritar, pasó su capa alrededor de la joven en un gesto protector, compartiendo el calor con ella.

Al cabo de un tiempo de juego, cada equipo había marcado un tanto. Con el juego empatado, el tiempo casi agotado, y ambos equipos incapaces de obtener una gran ventaja, Kahlan sabía que podría transcurrir un buen rato en tiempo de juego suplementario hasta que se decidiera un vencedor.

No hizo falta tanto rato como había pensado, ni tampoco hizo falta pasar una prórroga. El hombre punta de un equipo recibió un placaje bajo por detrás mientras que al mismo tiempo otro bloqueador, en un ataque coordinado, volaba hacia él, alcanzándole directamente en el pecho con un hombro. El hombre punta quedó flácido y golpeó con fuerza contra el suelo. Dio la impresión de que el placaje podría haberle partido la espalda. La multitud enloqueció.

Kahlan giró el rostro de Jillian y lo oprimió contra ella.

—No mires.

Jillian, al borde de las lágrimas, asintió.

—No sé por qué les gustan juegos tan crueles.

—Porque son gente cruel —murmuró Kahlan.

Se designó a otro hombre punta mientras sacaban a su camarada caído en medio de un rugido ensordecedor de satisfacción por un lado y gritos enojados por el otro. Los dos bandos de espectadores parecían al borde del combate pero, al reanudarse el juego con rapidez, no tardaron en ensimismarse en la veloz acción.

El equipo que había perdido al hombre punta peleó desesperadamente, pero pronto quedó de manifiesto que libraban una batalla perdida. El nuevo hombre punta no estaba a la altura del sustituido. Cuando terminó el último juego, habían perdido por dos puntos… una victoria rotunda para el otro equipo. Tal diferencia en el tanteo, así como la eliminación del hombre punta contrario de un modo tan salvaje, aumentaría en gran medida la reputación del equipo vencedor.

Jagang y sus oficiales daban la impresión de estar complacidos con el resultado del partido. Había tenido todos los elementos de brutalidad, sangre y triunfo despiadado que creían que debía tener el Ja’La dh Jin. Los guardias, embriagados por la ferocidad asesina del juego, cuchichearon entre ellos, repasando lo que más les había gustado respecto a algunos de los choques más violentos. La multitud, exaltada ya por el juego, se excitó aún más con los azotes que siguieron. Estaban entusiasmados, y ya esperaban con ansiedad el siguiente partido.

Mientras aguardaban, iniciaron un canto rítmico, instando a los equipos siguientes a salir. Daban palmadas al compás de sus gritos pidiendo acción.

Uno de los equipos apareció por el extremo derecho del campo. Por el modo en que lo aclamaban, debía ser el favorito de la multitud. Cada jugador alzó un puño por encima de la cabeza mientras paseaban ufanos describiendo un círculo por el campo, exhibiéndose para sus seguidores. La mayor parte de los espectadores los vitorearon y jalearon.

Uno de los guardias de Jagang comentó al hombre que tenía al lado que aquel equipo era muy bueno, y que esperaba que aplastara a su adversario. Por el clamor de la muchedumbre, la mayoría de los espectadores parecían ser de la misma opinión. Al parecer, era un equipo popular con la clase de reputación hostil con la que los seguidores de la Orden Imperial disfrutaban. Tras el partido anterior, la turba estaba excitada y ansiosa de sangre.

Toda la vasta aglomeración se estiró y alargó el cuello para ver al otro equipo cuando éste se abrió paso por fin por entre la multitud situada a la izquierda. Emergieron en fila india, sin puños alzados, sin exhibiciones bravuconas.

Kahlan los contempló, atónita por la sorpresa, junto con todos los demás. Un silencio descendió sobre la multitud. Nadie gritó entusiasmado.

Estaban demasiado estupefactos.