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deja de comportarte como un niño grande y quédate quieto —dijo Richard.
La Roca pestañeó frenéticamente.
—No me la metas en los ojos.
—No voy a metértela en los ojos.
La Roca inhaló con ansiedad.
—¿Por qué tengo que ser el primero?
—Porque eres mi alero derecho.
La Roca no tuvo una respuesta inmediata para aquello. Apartó con energía la barbilla de la mano de Richard.
—¿Realmente crees que esto nos ayudará a ganar?
—Lo hará —dijo Richard a la vez que se erguía—, si hacemos bien todo lo demás. La pintura por sí sola no va a ganar partidos, pero la pintura añadirá algo importante, algo que el simple hecho de ganar no podría lograr… ayudará a forjar una reputación. Esa reputación desestabilizará a aquéllos con los que tengamos que enfrentarnos.
—Vamos, La Roca —lo instó uno de los otros hombres mientras cruzaba los brazos con impaciencia.
El resto del equipo, reunido alrededor, observando, asintió para dar su conformidad. En realidad ninguno de ellos quería ser el primero. La mayoría de ellos, pero no todos, se habían dejado convencer por la explicación de Richard.
La Roca, paseando la mirada por todos los que esperaban, indicó por fin con una mueca.
—De acuerdo, adelante.
Richard echó una ojeada, más allá de su alero derecho, a los guardias con flechas colocadas y listas para ser disparadas. Ahora que habían retirado las cadenas a los cautivos, vigilaban cualquier señal de problemas. El comandante Karg colocaba siempre una guardia numerosa cada vez que Richard y los otros cautivos no estaban encadenados. Richard advirtió, no obstante, que la mayoría de flechas lo apuntaban a él.
Concentrándose otra vez en La Roca, extendió los dedos y agarró la parte superior de la cabeza del hombre para mantenerlo inmóvil.
Richard le había estado dando vueltas a qué pintaría en los rostros del equipo. En un principio, cuando se le había ocurrido la idea, había pensado que tal vez podía limitarse a hacer que cada hombre se pintara su rostro del modo en que quisiera. Tras una breve consideración comprendió que no podía dejárselo al capricho de aquellos hombres. Había demasiado en juego.
Además de eso, todos querían que Richard lo hiciese. Él era el hombre punta. Había sido idea suya. Suponía que la mayoría se habían sentido indecisos porque creían que se iban a reír de ellos, y por lo tanto querían que fuera obra suya.
Richard sumergió el dedo en el pequeño cubo de pintura roja. Había decidido no utilizar el pincel que el comandante Karg había traído junto con la pintura.
En el poco tiempo del que había dispuesto, había pensado mucho sobre lo que pintaría. Sabía que tenía que ser algo que lograra lo que había buscado en un principio. Y para que funcionara del modo en que lo había descrito, tenía que dibujar cosas que conocía.
Tenía que dibujar la danza con la muerte.
La danza con la muerte, al fin y al cabo, estaba en última instancia centrada en la vida, si bien el significado de dicha danza no era simplemente el concepto de la supervivencia. El propósito de las figuras era ser capaz de enfrentarse al mal y destruirlo, permitiendo de ese modo preservar la vida, incluso la propia. Era una distinción muy sutil pero importante: se reconocía la existencia del mal para poder luchar por la vida.
Si bien la necesidad vital de reconocer la existencia del mal era evidente para Richard, era un concepto al que muchas personas rehusaban deliberadamente enfrentarse. Elegían estar ciegos, vivir en un mundo de fantasía. La danza con la muerte no permitía tales fantasías letales. La supervivencia requería el reconocimiento claro y consciente de la realidad. Por consiguiente la danza con la muerte requería que uno reconociera la verdad.
Los elementos de la danza con la muerte —sus figuras— eran los componentes de toda clase de combate, fuera un partido, o una lucha a muerte. Dibujados en un lenguaje de emblemas, esos componentes establecían los conceptos que conformaban la danza. Usar esos conceptos implicaba ver lo que sucedía en realidad —en parte y en conjunto—, para poder contrarrestarlo. El propósito final de la danza con la muerte era ganar la vida. La traducción de Ja’La dh Jin era el Juego de la Vida.
Las cosas que pertenecían a un mago guerrero desempeñaban todas algún papel en la danza con la muerte. De ese modo un mago guerrero estaba consagrado a la vida. Entre otras cosas, los símbolos en el amuleto que Richard había llevado eran un diagrama resumido del concepto central de la danza. Conocía aquellos movimientos por haber combatido con la Espada de la Verdad.
Aun cuando ya no tenía la espada, comprendía bien la totalidad de lo que estaba involucrado en el significado de la danza con la muerte, y por lo tanto el conocimiento que había obtenido al utilizar la espada permanecía con él tanto si tenía el arma como si no. Como Zedd le había recordado a menudo al principio, la espada no era más que una herramienta: era la mente que había tras el arma lo que importaba.
Sobre la marcha, desde el momento en que Zedd había dado a Richard la espada, éste había llegado a comprender el lenguaje de los emblemas. Le hablaban. Reconocía los símbolos pertenecientes a un mago guerrero, y comprendía lo que significaban.
Utilizando su dedo, Richard empezó a pintar unas líneas en el rostro de La Roca. Eran las figuras utilizadas para enfrentarse al enemigo. Cada combinación de líneas tenía un significado. Hiere, esquiva, lanza una estocada, tuerce el cuerpo, gira en redondo, acuchilla, acompaña el golpe, da muerte con rapidez al tiempo que te preparas para enfrentarte al siguiente objetivo. Las líneas que puso en la mejilla derecha de La Roca eran admoniciones para que estuviera atento a todo lo que pudiera ir contra él, sin concentrarse demasiado en nada en concreto.
Además de los elementos de la danza, Richard descubrió que dibujaba partes de hechizos que había visto. Al principio no se dio cuenta. Mientras dibujaba aquellos componentes, tuvo problemas para recordar dónde los había visto antes. Luego recordó que eran partes de los hechizos que Rahl el Oscuro había dibujado en la arena del hechicero en el Jardín de la Vida, mientras había invocado la magia necesaria para abrir las Cajas del Destino.
Sólo entonces advirtió Richard que la visita de la extraña figura espectral de la noche anterior todavía pesaba mucho en su mente. La voz le había dicho que lo habían designado jugador. Éste era el primer día de invierno. Tenía un año para abrir la caja del Destino correcta.
Richard estaba agotado, pero apenas pudo pensar en otra cosa tras aquel encuentro. No había conseguido dormir mucho. Aturdido por el dolor de la herida de la pierna y de la que tenía en la espalda no había podido dedicarse por completo a entenderlo. El primer día de invierno había traído la inspección de Jagang, y con su repentina preocupación por cómo evitar ser reconocido, Richard no había podido considerar cómo era posible que él fuera un jugador por el poder de las Cajas del Destino.
Se preguntó si podría ser alguna clase de equivocación… algún mal encauzamiento de la magia provocado por la contaminación de los repiques. Incluso si poseyera el conocimiento, que no lo poseía, aquella bruja, Seis, le había amputado el don, así que no veía cómo podía haber puesto en funcionamiento las cajas accidentalmente. No se le ocurría cómo podría abrir la caja correcta sin su don. Se preguntó si Seis podría estar en el centro de todo ello, si aquello podría ser alguna parte de una conspiración que él no comprendía aún.
Años atrás, cuando Rahl el Oscuro había estado dibujando aquellos hechizos justo antes de que abriera una de las cajas, Richard no había comprendido nada sobre su composición. Zedd le había contado que dibujar tales hechizos era de lo más peligroso, y que una línea mal colocada, dibujada por la persona correcta, en las circunstancias correctas y en el medio correcto, podía invocar un desastre. Por aquel entonces todos los dibujos le habían parecido motivos arcanos que formaban parte de algún complejo y misterioso idioma extranjero.
A medida que Richard había ido aprendiendo más sobre dibujos y emblemas mágicos, había llegado a captar el significado de algunos de sus elementos; de un modo muy parecido a como había aprendido por primera vez el antiguo d’haraniano culto, empezando primero por reconocer palabras individuales. A medida que su comprensión de las palabras aumentaba, fue capaz de captar las ideas que tales palabras expresaban.
Así había llegado a aprender también que algunas de las partes de los hechizos que Rahl el Oscuro había dibujado para abrir las Cajas del Destino eran también partes de la danza con la muerte.
En cierto modo eso tenía sentido. Zedd le había contado en una ocasión que el poder de las cajas era el poder de la vida misma. La danza con la muerte trataba en realidad de preservar la vida, y el poder de las cajas mismas estaba centrado alrededor de la vida y en protegerla de los desastres provocados por el hechizo Cadena de Fuego.
Richard volvió a mojar el dedo en la pintura roja y dibujó una línea en arco sobre la frente de La Roca, luego la sustentó con líneas que creaban un símbolo para centrar la fuerza. Utilizaba elementos que conocía, pero los combinaba en modos nuevos para alterarlos. No quería que una Hermana viera los dibujos y reconociera su significado. Si bien los dibujos que pintaba estaban compuestos de elementos que conocía, eran del todo originales.
Los hombres reunidos alrededor se inclinaron un poco al frente, cautivados no sólo por el proceso, sino por el dibujo mismo. Éste poseía una especie de poesía, y si bien ellos no comprendían el significado de las líneas, apreciaban en ellas un propósito significativo: una amenaza.
—¿Sabes lo que todo esto, este dibujo, me recuerda? —preguntó uno de los hombres.
—¿Qué? —murmuró Richard mientras perfilaba un emblema que representaba un ataque potente pensado para quebrar la fuerza de un adversario.
—En cierto modo me recuerda el desarrollo del juego. No sé por qué, pero las líneas tienen un parecido a los movimientos de ciertos ataques en el Ja’La.
Sorprendido de que aquel cautivo pudiera detectar un rasgo tan significativo en el dibujo, Richard le lanzó una mirada inquisitiva.
—Cuando era un herrero —explicó éste—, tenía que comprender a los caballos si quería herrarlos. No puedes preguntar a un caballo qué le molesta, pero si prestas atención puedes aprender a darte cuenta de cosas, como el modo en que el caballo se mueve, y al cabo de un tiempo empiezas a entender el significado de sus gestos y movimientos. Si prestas atención a esos pequeños movimientos puedes evitar que te pateen, o muerdan.
—Eso está muy bien —dijo Richard—. Eso es algo parecido a lo que hago. Voy a daros a cada uno una especie de representación visual de poder.
—¿Y cómo es que sabes tanto sobre dibujar símbolos de poder? —preguntó Bruce en tono suspicaz.
Era uno de los soldados de la Orden que estaban en el equipo; uno de los hombres que dormían en su propia tienda y a los que molestaba tener que seguir las órdenes de un pagano inculto al que tenían encadenado como a un animal.
—Vosotros, los de aquí arriba, dais mucho crédito a creencias trasnochadas sobre magia y cosas así, en lugar de dedicar vuestras mentes a las cosas correctas, a los asuntos del Creador, a vuestras responsabilidades y deber para con el prójimo.
Richard se encogió de hombros.
—Imagino que lo que yo quería decir con eso es que es mi visión, mi idea, de unos símbolos de poder. Mi intención es dibujar sobre cada hombre lo que creo que le hace parecer más poderoso, eso es todo.
Bruce no pareció satisfecho por la respuesta. Indicó con un ademán la cara de La Roca.
—¿Qué te hace pensar que todas esas líneas serpenteantes parecen representaciones de poder?
—Bueno, no lo sé —repuso Richard, intentando dar con algo que hiciera que el individuo dejara de hacer preguntas sin tener que revelar nada que fuera importante—, la forma de las líneas simplemente me parece poderosa.
—Eso son tonterías —dijo Bruce—. Los dibujos no significan nada.
Algunos de los soldados del equipo observaron con atención a Bruce y aguardaron la respuesta de Richard como si creyeran que iba a haber una rebelión contra su hombre punta.
Richard sonrió.
—Si piensas eso, Bruce, si estás convencido de que los dibujos no significan nada, entonces qué tal si te pinto una flor en la frente.
Todos los hombres rieron… incluso los soldados.
Bruce, pareció de improviso menos seguro de sí mismo, su mirada pasó como una flecha por sus divertidos compañeros. Finalmente carraspeó.
—Supongo, ahora que lo expresas así, que puedo ver algo de lo que quieres decir. Supongo que también me gustaría tener alguno de tus dibujos de poder. —Se golpeó el pecho con un puño—. Quiero que los otros equipos me teman.
Richard asintió.
—Lo harán, si todos hacéis lo que digo. Tened presente que antes de este primer partido los jugadores de los otros equipos probablemente verán esta pintura roja en vuestras caras y pensarán que es una estupidez. Tenéis que estar preparados para eso. Cuando les oigáis reírse de vosotros, dejad que esas risas os enfurezcan. Dejad que llenen vuestros corazones con el deseo de meterles esas carcajadas cuello abajo.
»En ese primer momento cuando salgamos al terreno de juego, el otro equipo, así como muchos de los que estén mirando, probablemente no sólo reirán, sino que nos insultarán. Dejadlos. Dejad que nos subestimen. Cuando hagan eso, cuando se rían de vosotros y os insulten, quiero que guardéis la cólera que estéis sintiendo. Llenad vuestros corazones con ella.
Richard trabó la mirada con cada hombre.
—Tened presente que estamos aquí para salir victoriosos en los torneos. Estamos aquí para ganar la oportunidad de jugar contra el equipo del emperador. Sólo nosotros somos dignos de esa oportunidad. Esos hombres que se están riendo de vosotros son la despreciable escoria de los jugadores de Ja’La. Debemos barrerlos a un lado para poder llegar hasta el equipo del emperador. Los equipos de los primeros partidos se interponen en nuestro camino. Se interponen en nuestro camino y se están riendo de nosotros.
»Cuando entréis en el terreno de juego dejad que sus carcajadas resuenen en vuestros oídos. Empapaos en ellas, pero manteos en silencio. Que no vean ninguna emoción en vosotros. Retenedla dentro hasta el momento oportuno.
»Dejad que piensen que somos unos idiotas. Dejad que se distraigan creyendo que seremos blancos fáciles, en lugar de concentrarse en cómo jugar contra nosotros. Dejad que bajen la guardia.
»Luego, en cuanto empiece el partido, de un modo concentrado y coordinado, soltad vuestra cólera contra aquellos que se rieron de vosotros. Tenemos que golpearles con toda nuestra fuerza. Tenemos que aplastarles. Tenemos que hacer que ese partido sea tan importante como si fuera contra el equipo del emperador contra el que jugáramos.
»No podemos simplemente ganar este primer partido por un punto o dos como acostumbra a suceder. No podemos darnos por satisfechos con esa clase de victoria baladí. Debemos ser implacables. Debemos arrollarles. Debemos darles una auténtica paliza.
»Debemos vencerles por al menos diez puntos.
Los hombres se quedaron boquiabiertos. Sus cejas se alzaron. Tales victorias desproporcionadas ocurrían sólo en los partidos desiguales de los niños. Que un equipo de Ja’La a este nivel ganara por más de cuatro o cinco puntos era insólito.
—Cada miembro del equipo perdedor recibe un latigazo por cada punto por el que pierden —dijo Richard—. Quiero que esa sangrienta flagelación esté en boca de todos los demás equipos de este campamento.
»A partir de ese momento, nadie se reirá. Cada equipo que tenga que enfrentarse a nosotros se preocupará. Cuando los hombres se preocupan, cometen errores. Cada vez que cometan uno de esos errores nosotros estaremos listos para saltar sobre ellos. Haremos que su preocupación sea justificada. Daremos vida a sus peores temores. Probaremos que cada uno de sus momentos insomnes de sudor frío ha estado justificado.
»Al segundo equipo lo venceremos por doce puntos.
»Y entonces, el siguiente equipo aún nos temerá más.
Richard agitó el rojo dedo en dirección a los soldados del equipo.
—Ya conocéis la efectividad de tales tácticas. Vosotros aplastáis cualquier ciudad que se alce contra vosotros, de modo que aquellas que aún estaban por conquistar tiemblan de miedo mientras os aguardan. Esas gentes conocen vuestra reputación y les produce pavor pensar en vuestra llegada. Su miedo os permite conquistarles con mayor facilidad.
Los soldados sonrieron ampliamente. Ahora podían colocar el plan de Richard en un marco de referencia que entendían.
—Queremos que todos los otros equipos teman al equipo con los rostros pintados de rojo. —Richard alzó un puño—. Entonces, los aplastaremos a cada uno por turno.
En el repentino silencio, todos cerraron los puños para igualar el suyo y se golpearon los pechos jurando que así lo harían. Todos querían ganar, cada uno por sus propios motivos.
Ninguno de aquellos motivos era comparable al de Richard.
Él esperaba no tener que jugar jamás contra el equipo del emperador —esperaba conseguir su oportunidad mucho antes—, pero tenía que estar preparado para llegar tan lejos si era necesario. Sabía que una buena posibilidad podría no aparecer antes de entonces. Si no lo hacía, tenía que asegurarse de que llegaban al partido final del torneo, que era cuando tenía más confianza en obtener la oportunidad que necesitaría.
Richard se volvió finalmente hacia La Roca y en poco tiempo completó el dibujo con unos cuantos emblemas a lo largo de cada uno de los sumamente musculosos brazos de La Roca.
—Píntame a mí a continuación, ¿quieres, Ruben? —le propuso uno de los hombres.
—Luego a mí —gritó otro.
—De uno en uno —dijo Richard—. Ahora, mientras trabajo, es necesario que repasemos nuestra estrategia. Quiero que cada hombre juegue sabiendo con exactitud qué va a hacer. Todos tenemos que conocer el plan para que todos podamos seguirlo. Todos tenemos que conocer las señales. Quiero que estemos listos para atacar al adversario desde el primer instante. Quiero dejarles sin aliento mientras se estén aún riendo.
Cada hombre por turno se sentó y dejó que Richard le pintara el rostro. Richard abordaba cada hombre como si el dibujo fuera una cuestión de vida o muerte. En cierto modo lo era.
La seria charla de Richard había hecho mella en los hombres y una atmósfera solemne descendió sobre ellos mientras permanecían sentados en silencio, observando cómo Richard dibujaba lo que sólo él sabía eran algunos de los conceptos más letales que sabía reproducir. Incluso aunque no comprendieran el lenguaje que había tras tales símbolos, podían ver que cada hombre tenía un aspecto aterrador.
A medida que acababa con cada jugador, Richard advirtió que era como mirar a una colección casi completa de los diseños que conformaban la danza con la muerte, con elementos de las Cajas del Destino añadidos por si acaso.
Los únicos símbolos que había omitido eran los que guardaba para sí mismo, los elementos de la danza que invocaban las heridas más letales… las que herían el alma misma del enemigo.
Uno de los soldados del equipo ofreció a Richard un pedazo bruñido de metal para que pudiera verse mientras empezaba a aplicarse los elementos de la danza con la muerte. Él sumergió el dedo en la pintura roja, pensando en ella como si fuera sangre.
Todos los demás lo observaron con profunda atención. Era su líder en la batalla, aquél al que seguían en el Ja’La dh Jin. Aquélla era su nueva cara y todos se la tomaban muy en serio.
Como un elemento final, Richard añadió los rayos del Con Dar, los símbolos que representaban un poder que Kahlan había invocado cuando los dos intentaban impedir que Rahl el Oscuro abriera las Cajas del Destino, y ella creía que habían matado a Richard. Era un poder pensado para la venganza.
Pensar en Kahlan, en sus recuerdos perdidos, en que le habían robado su identidad, en que estaba a merced de Jagang y de las malvadas creencias de la Orden, así como imaginarla con aquel moretón en la cara, hizo que le hirviera la sangre de rabia.
Con Dar significaba Cólera de Sangre.