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cuando el soldado que pasaba ante los carromatos arrojó los huevos duros, Richard atrapó tantos como pudo. Sosteniéndolos en la parte interior del codo, gateó de vuelta bajo el carro para salir de la lluvia. Era un refugio frío y miserable, pero seguía siendo mejor que estar sentado bajo el aguacero.

Tras haber reunido su propio botín de huevos, La Roca, arrastrando su cadena tras él, correteó de vuelta bajo el otro extremo del carro.

—Huevos otra vez —dijo La Roca con repugnancia—. Eso es todo lo que nos dan siempre de comer. ¡Huevos!

—Podría ser peor —comentó Richard.

—¿Cómo? —quiso saber el otro, nada contento con su dieta.

—Podrían estarnos dando de comer a York.

La Roca miró en dirección a Richard y torció el gesto.

—¿York?

—Tu compañero de equipo, el que se partió la pierna —respondió Richard mientras empezaba a pelar uno de sus huevos—. El que Cara de Serpiente asesinó.

—Oh. Ese York. —La Roca lo consideró un momento—. ¿Realmente piensas que estos soldados comen personas?

Richard le echó una mirada.

—Si se quedan sin comida se pondrán a comer a los muertos. Si están lo bastante hambrientos y se quedan sin muertos, recolectarán una cosecha nueva.

—¿Piensas que se quedarán sin comida?

Richard sabía que así sería, pero no quiso decirlo. Había dado instrucciones a las fuerzas d’haranianas de destruir no sólo cualquier convoy de suministros procedente del Viejo Mundo, sino que destruyeran la capacidad del Viejo Mundo para mantener la enorme fuerza invasora que tenían en el norte.

—Me limito a decir que podríamos comer cosas peores que estos huevos.

La Roca contempló los huevos con otros ojos.

Mientras empezaba a pelar uno de ellos, La Roca cambió de tema.

—¿Crees que nos harán jugar a Ja’La bajo la lluvia?

Richard engulló un trozo de huevo duro antes de responder.

—Probablemente. Pero yo preferiría jugar un partido y calentarme en lugar de estar aquí sentado congelándome todo el día.

—Supongo —repuso La Roca.

—Además —le dijo Richard—, cuanto antes podamos empezar a derrotar a los equipos contrarios, antes ascenderemos en las categorías, y antes jugaremos contra el equipo del emperador.

La Roca sonrió burlón ante aquella perspectiva.

Richard estaba muerto de hambre, pero se obligó a tomárselo con calma y saborear la comida. Mientras pelaban cáscaras y comían en silencio, mantuvo la vista puesta en la actividad que tenía lugar a lo lejos. Incluso bajo la lluvia, los soldados estaban ocupados en toda clase de trabajos. El sonido de martillos en las forjas resonaba a través del sonsonete de la lluvia y el clamor de conversaciones, chillidos, discusiones, risas y órdenes dadas a gritos.

El vasto campamento estaba desplegado por las llanuras Azrith hasta lo que Richard podía ver de la línea del horizonte. Podía ver carros y un poco más allá las tiendas más grandes, en la media distancia. Pasaban caballos, y carros tirados por mulas se abrían paso entre las masas de combatientes. Hombres de pie, con aspecto abatido bajo la lluvia, formaban colas a la espera de recibir comida ante algunas tiendas.

A lo lejos el Palacio del Pueblo, descansando sobre una meseta elevada, se alzaba imponente por encima de todo. Incluso en la lobreguez de aquel día gris, los magníficos muros de piedra, las torres espléndidas y los tejados de tejas del palacio destacaban por encima del ejército mugriento que había venido a destruirlo. Con los vapores que se alzaban del campamento de la Orden Imperial, unidos a la lluvia y el cielo nublado, la meseta y el palacio situado encima parecían una aparición distante y noble. Había momentos en que nubes y neblina pasaban ante ella como una cortina y toda la meseta desaparecía en una penumbra gris, como si ya hubiera visto suficiente del hervidero de gente que había venido a profanarla.

No era fácil para ningún enemigo atacar el palacio. La carretera que ascendía por el lado de las paredes del precipicio era excesivamente angosta para un ataque que mereciera tal nombre. Además de eso, había un puente levadizo que Richard estaba seguro de que ya habrían alzado e, incluso de no ser así, había muros colosales en lo alto y poco espacio para reunir cualquier fuerza de proporciones considerables.

Excepto en tiempos de guerra, el Palacio del Pueblo atraía comercio de todo D’Hara. Constantemente se llevaban provisiones para las personas que vivían allí, y como era un centro de comercio, cantidades ingentes de personas acudían al palacio a comprar y vender mercancías. Para todas aquellas personas, la ascensión a la ciudad palacio se llevaba a cabo principalmente por el interior de la misma meseta. Escaleras y pasarelas acogían al gran número de visitantes y vendedores. También había rampas para caballos y carros. Debido a que tantas personas subían por el interior de la meseta, había tiendas y tenderetes a lo largo de todo el trayecto. Innumerables personas acudían para comprar en aquellos puestos de venta y jamás efectuaban todo el trayecto hasta la ciudad, situada en lo alto.

Todo el interior de la meseta era un entramado de tiendas. Algunos de los espacios interiores eran públicos pero otros no. Había muchos soldados de la Primera Fila —la guardia del palacio— acuartelados allí.

El problema desde la perspectiva de la Orden Imperial era que las grandes puertas a aquellas áreas de acceso interior estaban cerradas. Aquellas puertas habían sido construidas para resistir cualquier clase de ataque, y había suficientes provisiones almacenadas dentro para resistir un asedio largo.

Fuera, las llanuras Azrith no eran en absoluto un lugar ideal para congregar a un ejército dispuesto a un asedio. Si bien unos pozos profundos en el interior de la meseta proporcionaban agua a los habitantes, fuera del palacio, en las llanuras Azrith, no había ningún suministro regular de agua cercano, y tampoco existía ninguna fuente próxima de leña. Además, el clima en la llanura era muy riguroso.

La Orden Imperial tenía personas poseedoras del don, pero no podían resultar de mucha ayuda para abrir una brecha en las defensas del palacio. El edificio estaba construido bajo la forma de un hechizo de protección que amplificaba el poder del lord Rahl gobernante mientras que, al mismo tiempo, reducía el poder de cualesquiera otros. En el interior de aquella meseta, y en la ciudad situada encima, la habilidad de cualquier persona con el don que no fuera un Rahl quedaba severamente limitada por aquel hechizo.

Al ser un Rahl, un hechizo así sería beneficioso para Richard, de no ser porque lo habían separado de su don. Estaba bastante seguro de cómo se había llevado eso a cabo pero, encadenado a un carro, en mitad del campamento de un ejército enemigo, no podía hacer gran cosa al respecto.

Aparte de la meseta y el palacio situado encima, lo que más sobresalía en las llanuras Azrith era la rampa que la Orden Imperial estaba construyendo. Sin un modo fácil de atacar la sede del poder del Imperio d’haraniano, el último obstáculo que se interponía en el camino de su dominio total del Nuevo Mundo, a Jagang se le había ocurrido construir una rampa enorme para llevar fuerzas suficientes a lo alto de la meseta y abrir una brecha en las murallas.

En un principio, Richard había pensado que tal cosa era una tarea imposible, pero a medida que había estudiado lo que hacía el ejército de Jagang, se había sentido desanimado al comprender que podría funcionar. Si bien la meseta tenía una altura impresionante, alzándose muy por encima de las llanuras Azrith, la Orden Imperial disponía de cientos de miles de hombres que dedicar a la empresa.

Desde la perspectiva de Jagang, ése era su último objetivo, el último lugar que tenía que aplastar para poder instaurar el dominio sin oposición de la Orden Imperial. El emperador, ya no tenía más batallas que librar, ni más ejércitos que destruir, ni más ciudades que capturar. La ciudad en lo alto de la meseta era todo lo que se interponía en su camino.

La Orden Imperial no podía permitir que las gentes del Nuevo Mundo vivieran fuera de su control, porque ello contradecía las enseñanzas de sus líderes espirituales. Los Hermanos de la Orden predicaban que las elecciones individuales eran inmorales porque eran ruinosas para la humanidad. La existencia misma de personas prósperas, independientes y libres constituía un fuerte contraste con las doctrinas fundacionales de la Orden. La Orden había condenado a los habitantes del Nuevo Mundo como egoístas y malvados, y exigido que se convirtieran a las creencias de la Orden o murieran.

Tener cientos de miles de efectivos con demasiado tiempo libre mientras aguardaban para imponer las creencias de la Orden resultaba sin duda conflictivo. Jagang había hallado una tarea para mantenerlos a todos ocupados, un sacrificio por la causa; ahora estaban todos consagrados a trabajar por turnos todas las horas del día y la noche en la construcción de la rampa.

Si bien Richard no podía verlos, sabía que tenían que estar excavando tierra y rocas. A medida que aquellos pozos de excavación aumentaban de tamaño, otros hombres transportaban la tierra al emplazamiento de la rampa. En un número tan vasto, trabajando sin pausa, podían llevar a cabo perfectamente tan sobrecogedora empresa. Richard no llevaba mucho tiempo en el campamento, pero imaginaba que no tardaría en poder ver cómo la empinada rampa se acercaba a la cima de la meseta.

—¿Cómo morirás? —preguntó La Roca.

Richard estaba harto de contemplar la distante rampa, de contemplar el oscuro y cruel futuro que la Orden impondría a todo el mundo. La pregunta de La Roca, no obstante, no era exactamente un rayo de sol en la oscuridad. Richard se dejó caer hacia atrás, contra la parte interior de una rueda del carro.

—¿Crees que tendré elección? —preguntó por fin—. ¿Voz y voto en la cuestión? —Richard apoyó un antebrazo sobre la rodilla, gesticulando con medio huevo—. Efectuamos elecciones sobre cómo vivimos, La Roca. No creo que podamos decidir cómo moriremos.

A La Roca pareció sorprenderle la respuesta.

—¿Crees que podemos elegir cómo vivimos? Ruben, no tenemos elección.

—Podemos elegir —dijo Richard, sin más explicación, le dio un bocado al huevo.

La Roca alzó la cadena sujeta al collar.

—¿Cómo puedo hacer una elección? —Señaló fuera con un ademán—. Son nuestros amos.

—¿Amos? Ellos han elegido no pensar por sí mismos y vivir en su lugar de acuerdo con las enseñanzas de la Orden. Al hacer eso no son ni siquiera los amos de sus propias vidas.

La Roca sacudió la cabeza con asombro.

—A veces, Ruben, dices las cosas más raras. Soy un esclavo. Yo soy quien no tiene elección, no ellos.

—Hay cadenas más fuertes que las que llevas sujetas al collar que rodea tu cuello, La Roca. Mi vida significa mucho para mí. Daría mi vida para salvar la vida de alguien a quien tenga en mucha estima.

»Esos hombres han elegido sacrificar sus vidas para una causa sin sentido que sólo causa sufrimiento; han renunciado a sus vidas y no han obtenido nada que tenga ningún valor a cambio. ¿Es eso elegir vivir? No lo creo. Llevan cadenas que se han colocado al cuello, cadenas de una clase diferente, pero cadenas de todos modos.

—Yo peleé cuando vinieron a cogerme. La Orden Imperial ganó. Ahora estoy encadenado aquí. Esos hombres viven, pero si intentamos ser libres, moriremos.

—Todos tenemos que morir, La Roca… cada uno de nosotros. Es cómo elegimos vivir lo que importa. Al fin y al cabo, es la única vida que cada uno de nosotros tendrá jamás, así que cómo vivimos es de importancia capital.

La Roca masticó durante un momento mientras lo meditaba. Por fin, con una amplia sonrisa, pareció desestimar todo el asunto.

—Bueno, si realmente acabo teniendo que elegir cómo moriré, deseo que sea bajo las aclamaciones de la multitud por lo bien que he jugado un partido. —Echó una mirada en dirección a Richard—. ¿Y tú, Ruben? ¿Si tienes que elegir…?

Richard tenía otras cosas en la cabeza… cosas importantes.

—Espero no tener que decidir esa cuestión el día de hoy.

La Roca suspiró pesadamente. Los huevos parecían diminutos en las manos rollizas del hombretón.

—Quizá no hoy, pero creo que en este lugar perderemos la vida.

Richard no respondió, así que su compañero volvió a hablar en medio del sonsonete del aguacero.

—Lo digo en serio. —Frunció el entrecejo—. Ruben, ¿estás escuchando, o sigues soñando con esa mujer que crees que viste cuando entramos en el campamento ayer?

Richard reparó en que así era, y en que sonreía. A pesar de todo, sonreía. A pesar de lo ciertas que eran las palabras de La Roca —que podían muy bien morir en ese lugar—, él sonreía. Con todo, no quería hablar de Kahlan con él.

—Vi muchas cosas cuando entramos con el carro en este campamento.

—Muy pronto, tras los partidos —dijo La Roca—, y si lo hacemos bien, tendremos mujeres. Cara de Serpiente nos lo ha prometido. Pero ahora sólo hay soldados y más soldados. Ayer debiste ver fantasmas.

Richard clavó la mirada en la nada, asintiendo.

—No eres el primero que piensa que ella es un fantasma.

La Roca levantó con un esfuerzo un trozo de cadena para apartarlo y desplazó el cuerpo un poco más cerca de Richard.

—Ruben, será mejor que tengas la cabeza clara o vas a conseguir que nos maten antes de tener siquiera una oportunidad de jugar contra el equipo del emperador.

Richard alzó los ojos.

—Pensaba que estabas preparado para morir.

—No quiero morir. Al menos hoy.

—Ahí lo tienes, La Roca, has hecho una elección. Incluso encadenado, has tomado una decisión respecto a tu vida.

El hombretón meneó un grueso dedo ante Richard.

—Mira, Ruben, si acabo muerto jugando a Ja’La, no quiero que sea porque tienes la cabeza en las nubes, soñando con mujeres.

—Sólo una mujer, La Roca.

El hombretón recostó el cuerpo y se limpió el resto de cáscaras de huevos de los dedos.

—Lo recuerdo. Dijiste que viste a la mujer que querías que fuera tu esposa.

Richard no lo corrigió.

—Sólo quiero que juguemos bien y ganemos todos nuestros partidos para que tengamos la oportunidad de competir con el equipo del emperador.

La amplia sonrisa de La Roca regresó.

—¿De verdad piensas que podemos vencer al equipo del emperador, Ruben? ¿Piensas que podemos sobrevivir a un partido con esos hombres?

Richard rompió la cáscara de otro huevo contra su tacón.

—Eres tú quien quiere morir bajo las aclamaciones de las multitudes por lo bien que has jugado.

La Roca le dedicó una mirada de soslayo.

—A lo mejor haré lo que tú dices y elegiré vivir como un hombre libre…

Richard se limitó a sonreír mientras partía el huevo por la mitad de un mordisco.

Poco después de que Richard y La Roca hubieran terminado de comerse los huevos, el comandante Karg apareció, avanzando con paso firme hacia ellos por el barro.

—¡Salid aquí fuera! ¡Todos vosotros!

Richard y La Roca gatearon fuera de debajo del carro y salieron a la llovizna. Otros cautivos en carros situados a ambos lados se pusieron en pie, aguardando para oír lo que quería decirles el comandante. Los soldados que pertenecían al equipo se aproximaron más.

—Vamos a tener visita —anunció el comandante Karg.

—¿Qué clase de visita? —preguntó uno de los soldados.

—El emperador está haciendo un recorrido por los equipos que han venido para el torneo. El emperador Jagang y yo nos conocemos desde hace mucho tiempo. Espero que le demostréis que he sabido seleccionar un equipo digno de encomio. Cualquier hombre que no dé una buena imagen de mí, o que no sepa mostrar el respeto adecuado por nuestro emperador, no me será de utilidad.

Sin decir nada más, el comandante se marchó a toda prisa.

Richard sintió que oscilaba sobre los pies al mismo tiempo que el corazón le martilleaba con fuerza. Se preguntó si Kahlan estaría con Jagang, como había estado el día anterior. Si bien quería desesperadamente verla otra vez, detestaba pensar que ella tuviera que estar cerca de aquel hombre. De hecho, detestaba pensar que tuviera que estar cerca de cualquiera de aquellos hombres.

Durante el invierno, cuando Nicci había capturado a Richard y lo había llevado al Viejo Mundo, Kahlan, ocupando su lugar, había liderado las fuerzas d’haranianas. Ella era la persona responsable de impedir a Jagang que obtuviera la victoria en aquel entonces, que de otro modo habría logrado. Había sido responsable de reducir las filas de soldados de la Orden, incluso aunque los interminables suministros procedentes del Viejo Mundo hubieran incluido refuerzos que repusieron con creces a los hombres caídos. Kahlan no sólo había retrasado a los invasores, sino que se había ganado su odio imperecedero por todo el dolor que les había infligido. De no haber sido por ella la Orden probablemente habría atrapado al ejército d’haraniano y lo habría masacrado, pero ella lo había mantenido un paso por delante de Jagang, justo fuera de su alcance.

Intentando mostrarse sereno, Richard se recostó contra el carro y cruzó los brazos mientras aguardaba. No tardó mucho en avistar un séquito que se abría paso por el campamento. Pasaban a lo largo de la hilera de equipos situados a lo lejos, deteniéndose a intervalos regulares en el camino para echar una mirada más detenida.

A juzgar por los soldados que Richard podía ver que conformaban el grupo, debían escoltar al emperador. Richard reconoció a la guardia de élite del día anterior, cuando había penetrado en el campamento y pasado justo por delante de Jagang. Fue entonces cuando vio brevemente a Kahlan. Los guardias del emperador eran amedrentadores con sus cotas de malla y cuero y con sus armas bien confeccionadas, pero era el tamaño de los hombres y sus músculos protuberantes, y relucientes debido a la lluvia, lo que resultaba de verdad sobrecogedor.

Eran individuos que incluso metían el miedo en los corazones de las bestias que formaban la Orden. La Tropa se mantenía bien apartada de la guardia real. Richard no suponía que tales hombres fueran a tolerar nada que consideraran una amenaza potencial para el emperador.

La Roca se adelantó para unirse a los otros que aguardaban en fila a que el emperador les pasara revista.

Al ver Richard la cabeza afeitada de Jagang en el centro de las filas de aquellos hombres fornidos, cayó en la cuenta.

Jagang lo reconocería.

Jagang, como Caminante de los Sueños, había estado en las mentes de diferentes personas y había visto a Richard a través de sus ojos.

Richard apenas podía creer lo descuidado que había sido al no tener en cuenta que cuando jugara contra el equipo del emperador, para poder acercarse lo suficiente a Kahlan, Jagang estaría allí, y que Jagang lo reconocería. Obsesionado con la idea de conseguir llegar por fin hasta Kahlan, no había considerado tal posibilidad.

Richard reparó en algo más, entonces… una Hermana.

Parecía la hermana Ulicia, pero si era ella, había envejecido muchísimo desde la última vez que la había visto. Estaba más alejada, atrás, en la cola de todos los guardias que seguían a Jagang, pero Richard pudo ver de todos modos los pliegues flácidos de su rostro. La última vez que la había visto había sido una mujer atractiva, aunque Richard tenía dificultades para separar la belleza de una persona de su carácter. Y la hermana Ulicia era una mujer siniestra. No importaba lo superficialmente atractiva que fuera una persona, una personalidad cruel contaminaba la imagen que Richard tenía de ella. Un carácter corrompido influía en su valoración de una persona hasta tal extremo que no podía verla atractiva.

Ésa era también una de las razones por las que Kahlan le resultaba tan hermosa: no era tan sólo una belleza despampanante, sino ejemplar en todos los aspectos. Su inteligencia y perspicacia iban acompañadas de su pasión por la vida. Era como si su belleza cautivadora reflejara a la perfección su esencia.

La hermana Ulicia, a pesar de lo atractiva que había sido físicamente, en aquellos momentos sólo parecía reflejar la podredumbre que había en su interior.

Richard comprendió entonces que no sólo lo reconocerían Jagang y la hermana Ulicia, sino que habría otras Hermanas en el campamento que también lo conocían.

De improviso, se sintió muy vulnerable. Cualquiera de aquellas Hermanas podía pasar por allí en cualquier momento. No tenía dónde esconderse.

Cuando llegara lo bastante cerca, Jagang no dejaría de ver que lord Rahl, justo el hombre que perseguía, estaba allí mismo, entre ellos. Encadenado como se hallaba, sin su habilidad para utilizar su han, Richard estaría a merced de Jagang.

En un escalofriante abrir y cerrar de ojos pasó ante él una visión que Shota, la bruja, le había transmitido. Había visto cómo lo ejecutaban. Llovía en aquella visión, de un modo muy parecido a como lo hacía ahora. Kahlan había estado allí y, en lloroso terror había presenciado como le ataban las muñecas a la espalda y le obligaban a arrodillarse sobre el barro. Mientras él estaba arrodillado allí, con Kahlan chillando a voz en cuello su nombre, un soldado fornido de aspecto bestial había ido a colocarse detrás de él, prometiendo hacer suya a Kahlan mientras pasaba un cuchillo por delante del rostro de Richard, y luego le cercenaba la garganta.

Richard advirtió que se tocaba la garganta, como para aliviar la herida. Jadeaba, presa del pánico.

Sintió una ardiente oleada de náuseas ascendiendo a través de él. ¿Iba a ser realidad la visión de Shota? ¿Era esto sobre lo que ella le había querido advertir? ¿Iba a ser ése el día en que muriera?

Todo estaba sucediendo demasiado deprisa. No estaba preparado para esto. ¿Pero qué podría haber hecho para estar preparado?

—¡Ruben! —chilló el comandante Karg—. ¡Ven hasta aquí!

Richard luchó por controlar sus emociones. Inspiró profundamente y pugnó por serenarse mientras empezaba a avanzar, sabiendo que si no lo hacía sólo conseguiría que las cosas se pusieran feas aún más deprisa.

No muy lejos, el grupo de hombres estaba parado ante el siguiente equipo de la hilera. Richard pudo oír el murmullo de sus conversaciones por encima del sonido de la lluvia.

Su cabeza trabajaba a toda velocidad, intentando pensar qué podía hacer antes de que Jagang lo reconociera. Sabía que no podía esconderse detrás de los otros. Era el hombre punta. Jagang querría ver al hombre punta del equipo.

Y entonces avistó brevemente a Kahlan.

Richard se movió como en un sueño. Todo el grupo de soldados que rodeaba al emperador y a Kahlan había empezado a girar en la dirección en que estaba Richard y su equipo.

Sabiendo que tenía que reunirse con los otros hombres, Richard empezó a pasar por encima de la cadena sujeta al collar de La Roca. Justo entonces tuvo una idea. Apresuró el paso al frente y dejó a propósito que su pie se enganchara en la cadena. Cayó de bruces en el lodo.

El comandante Karg enrojeció de cólera.

—Ruben… ¡torpe idiota! ¡Levántate!

Richard se incorporó a toda prisa al mismo tiempo que los guardias de Jagang empezaban a dejar paso al emperador. Richard se puso en pie muy erguido junto a La Roca. Con un dedo, se retiró el barro de los ojos.

Pestañeó para aclararse la visión. Entonces divisó a Kahlan. Caminaba justo detrás de Jagang. La capucha de la capa, subida para protegerla de la lluvia, le ocultaba en parte el rostro. Richard reconoció cada familiar movimiento de su cuerpo. Nadie se movía como ella.

Los ojos de ambos se encontraron, y Richard pensó que el corazón se le pararía.

Recordó la primera vez que la había visto. Ella había tenido un aspecto tan noble con aquel vestido blanco… Recordó el modo en que lo había mirado directamente sin hablar; una mirada que era inquisitiva y al mismo tiempo cauta, una mirada que transmitía al instante y con claridad su inteligencia. Él jamás había visto a nadie hasta aquel momento que pareciera tan… valiente.

Pensó que probablemente había estado enamorado de ella desde aquel primer momento, desde aquella primera mirada a sus hermosos ojos verdes. Había estado seguro de que en aquella primera mirada a los ojos de Kahlan había visto su alma.

En aquellos momentos había todo eso en su expresión, junto con una insinuación de confusa inquietud. Debido al modo en que su mirada se fijó en ella, la siguió, Kahlan fue consciente de que podía verla. Al ser el objeto del hechizo Cadena de Fuego, ella no recordaría quién era él, ni quién era ella. Aparte de Richard y las Hermanas que la habían cogido prisionera y activado el hechizo Cadena de Fuego, nadie podía recordarla. Resultaba evidente que Jagang no se veía afectado por el hechizo, y Richard conjeturó que probablemente se debía a una conexión con las Hermanas. Pero Kahlan sería invisible para todos los demás.

De todos modos, ella notó que Richard podía verla. En el aislamiento impuesto por el hechizo, eso tenía que ser algo de una gran importancia y significado para ella. Por la expresión de su rostro, pudo darse cuenta de que así era.

Antes de que Jagang pudiera acercarse lo suficiente para inspeccionar al equipo, un hombre lo llamó a gritos a la vez que corría hasta donde estaba el grupo. El emperador le hizo una seña para que se acercara de un modo que sugería que el recién llegado era bien conocido. Los guardias se hicieron a un lado mientras él se abría paso por el círculo interior de protección. Puesto que sólo llevaba encima unas armas mínimas —un par de cuchillos—, Richard razonó que debía de ser un mensajero. Estaba sin resuello pero parecía tener mucha prisa.

Cuando alcanzó al emperador, se inclinó muy cerca de él, hablando muy excitado pero en voz baja. En un punto de su informe, señaló a través del campamento en dirección a la zona donde tenía lugar la construcción de la rampa.

Kahlan, apartando la mirada de Richard, inspeccionó al mensajero que hablaba con Jagang.

Richard examinó a los guardias que la rodeaban. No eran la guardia real, y de hecho procuraban mantenerse apartados de ellos. Estos hombres se parecían más a los soldados del campamento. Sus armas no estaban tan bien confeccionadas. No llevaban cota de malla ni coraza, y las ropas que vestían parecían ser una colección de lo que habían podido encontrar en sus correrías. Eran corpulentos, jóvenes y fuertes, pero no estaban a la altura de los guardias del emperador. Tenían más aspecto de matones.

Richard comprendió, entonces, que estaban custodiando a Kahlan.

A diferencia de los guardias de Jagang, que parecían hacer caso omiso de la presencia de la mujer, estos hombres dirigían frecuentes ojeadas a Kahlan, controlando cada movimiento que hacía. Eso sólo podía significar que la podían ver. Los guardias de Jagang jamás miraban a Kahlan, pero esos hombres sí lo hacían. Eran capaces de verla. De algún modo, Jagang había encontrado hombres para custodiarla a los que no afectaba el hechizo.

Cuestionándose en un principio si realmente ellos podían verla, y confundido por cómo podía ser posible tal cosa, Richard comprendió por fin que en realidad sí tenía sentido. El hechizo Cadena de Fuego, igual que el mundo de la magia, había sido contaminado por los repiques y esa contaminación había erosionado la capacidad de la magia para funcionar. La finalidad de los repiques era destruir la magia, y debido a la mácula dejada por su presencia en el mundo de la vida, la composición misma del hechizo Cadena de Fuego había quedado afectada. Cuando Zedd y Nicci habían llevado a cabo la red de verificación, Richard había descubierto el daño en la estructura del hechizo.

Debido a esa contaminación dentro del hechizo Cadena de Fuego, éste no funcionaba tal como lo habían diseñado. Estaba viciado. Tenía todo el sentido que un defecto así permitiera que unas cuantas personas escaparan a sus efectos.

Richard recordó que la plaga, que había arrasado a la población como un reguero de pólvora, no había afectado a todo el mundo. Hubo algunas personas —incluso algunas que cuidaban de enfermos y moribundos— que jamás contrajeron la plaga. Esto debía de ser algo parecido. Por fuerza tenían que existir unas cuantas personas que no estuvieran afectadas por el hechizo Cadena de Fuego y fueran capaces por lo tanto de ver a Kahlan.

Mientras aquellos guardias especiales, distraídos por el mensajero que hablaba a Jagang con tanta urgencia, se giraban para ver mejor lo que sucedía con el emperador, Kahlan efectuó un pequeño movimiento para girar con ellos. Pareció del todo natural; Richard supo que era cualquier cosa menos eso. Al girarse, Kahlan ajustó la capucha de la capa para protegerse de la lluvia, y cuando descendió, la mano pasó cerca de uno de sus vigilantes. Richard vio que la vaina del cinturón del hombre estaba vacía. A la vez que la mano de Kahlan desaparecía de nuevo bajo la capa, Richard captó un breve destello procedente de la hoja. Quiso lanzar una sonora carcajada, una aclamación, pero no se atrevió a mover un músculo.

Kahlan lo descubrió mirándola y comprendió que él había visto lo que acababa de hacer. Lo observó con atención por un momento para ver si la delataría. Utilizaba la capucha de la capa para ocultar el rostro a los que la custodiaban, para impedirles que vieran que miraba de refilón a Richard. Cuando él no se movió, ella se giró y, junto con los guardias, observó lo que tenía lugar entre el mensajero y el emperador.

Jagang dio media vuelta de repente y empezó a alejarse, regresando por donde había venido, con el mensajero pegado a sus talones. Kahlan echó una breve mirada atrás para poder dar una última mirada fugaz a Richard antes de que los guardias pudieran cerrar filas alrededor del emperador y su cautiva.

Al hacer ella eso, y moverse justo lo suficiente la capucha de la capa, Richard vio el oscuro moretón que tenía en la mejilla izquierda.

La cólera llameó a través de su cuerpo. Cada fibra de su ser quería hacer algo, actuar, apartarla de Jagang, sacarla del campamento. Su mente trabajó a toda prisa para dar con algo, cualquier cosa pero, encadenado como estaba, no había nada que pudiera hacer. Ése no era el momento ni el lugar.

Lo que era peor, sabía que si no hacía nada, los malos tratos de Jagang no harían más que continuar. Si no hacía nada y Kahlan padecía cosas peores, Richard sabía que jamás se lo perdonaría. No obstante, a pesar de lo desesperadamente que quería hacer algo, no podía hacer nada.

Permaneció de pie, callado y quieto, conteniendo la ira que le recorría de forma avasalladora, una cólera que era idéntica a la de la Espada de la Verdad, la espada a la que había renunciado para encontrar a Kahlan.

Kahlan, el emperador y todos los guardias desaparecieron de vuelta al interior de la arremolinada suciedad del campamento. Cortinas de niebla parecieron cerrarse tras ellos.

Richard se quedó allí, de pie, temblando, presa de una amarga frustración. Ni siquiera la gélida lluvia podía enfriar su furia reprimida. Ya mientras su mente revisaba toda acción posible, sabía que no había nada que pudiera hacer. Por ahora.

Al mismo tiempo su corazón anhelaba estar con Kahlan. Sentía una angustia terrible cuando pensaba a lo que ella debía de estarse enfrentando, y se le hizo un nudo en el estómago. Notaba las rodillas a punto de doblarse por el miedo que sentía por ella. Tuvo que fortalecer su determinación para no caer al suelo llorando.

Si tan sólo pudiera ponerle las manos encima a Jagang. Si tan sólo…

El comandante Karg avanzó con paso decidido para colocarse ante Richard.

—Tienes suerte —refunfuñó—. Evidentemente el emperador tenía cosas más importantes que hacer que examinar a mi equipo y a mi torpe hombre punta.

—Necesito un poco de pintura —dijo Richard.

El comandante Karg pestañeó sorprendido.

—¿Qué?

—Necesito un poco de pintura.

—¿Esperas que vaya a buscarte pintura?

—Sí, la necesito.

—¿Para qué?

Richard agitó un dedo ante el rostro del oficial, resistiendo con todas sus fuerzas el impulso de pasar un trozo de cadena alrededor del cuello del comandante y estrangularlo.

—¿Por qué tenéis todos esos tatuajes?

Confundido, el comandante Karg titubeó por un momento, considerando la pregunta como si pudiera contener alguna trampa.

—Para hacer que parezca mucho más feroz ante el enemigo —respondió por fin—. Un aspecto así me proporciona poder. Cuando el enemigo ve a nuestros hombres, ve combatientes feroces. Eso les mete el miedo en el cuerpo. Cuando quedan paralizados un momento por el miedo, nosotros triunfamos.

—Por eso quiero la pintura —dijo Richard—. Quiero pintar los rostros de nuestro equipo para meterles el miedo en el cuerpo a nuestros adversarios. Nos ayudará a derrotarlos. Ayudará a nuestro equipo a triunfar.

El comandante Karg estudió los ojos de Richard durante un momento, como para evaluar si hablaba en serio o tramaba algo.

—Tengo una idea mejor —dijo el comandante—. Haré que vengan los tatuadores y tatúen a todo mi equipo. —Dio un golpecito con un dedo a las escamas que cubrían un lado de su rostro—. Haré que os tatúen a todos con escamas y cosas así por todo el cuerpo. Hará que todos os parezcáis a mis hombres. Cuando todos tengáis tatuajes como los míos, todo el mundo sabrá que me pertenecéis.

El comandante dedicó a Richard una sonrisa siniestra, complacido con su idea.

—Todos tendréis tatuajes y aretes de metal en los rostros. Todos pareceréis animales inhumanos.

Richard aguardó hasta que el hombre hubo terminado y luego negó con la cabeza.

—No. Eso no servirá. No es lo bastante bueno.

El comandante Karg se puso en jarras.

—¿Qué quieres decir con que no es lo bastante bueno?

—Bueno —dijo Richard—, no se pueden ver esas clases de tatuajes a mucha distancia. Estoy seguro de que funcionan a la perfección en la batalla, cuando se está en una confrontación cara a cara con el enemigo, pero no será así en los partidos de Ja’La. Tales tatuajes se pasarían por alto.

—A menudo estás tan cerca en el campo de Ja’La como lo estás en combate —repuso el otro.

—Es posible —concedió Richard—, pero quiero que destaquemos no sólo ante nuestros adversarios de ese momento, no sólo ante los hombres del campo de juego, sino también ante los que estarán observando… ante cualquiera que esté observando. Quiero que todo el mundo vea nuestros rostros pintados y nos reconozca al instante. Quiero que tal visión meta el miedo en las mentes de los otros equipos. Quiero que nos recuerden, y que se preocupen.

El comandante Karg cruzó los musculosos brazos.

—Quiero que os tatúen para que parezcáis mi equipo. Así todos sabrán que es el equipo del comandante Karg.

—¿Y si perdemos? ¿Y si perdemos de un modo humillante?

El comandante se inclinó un poco al frente a la vez que le fulminaba con la mirada.

—Entonces seréis azotados como mínimo, y dejaréis de serme de utilidad. Creo que a estas alturas ya sabes qué pasa con los cautivos que no son de utilidad.

—Si eso sucede —dijo Richard—, todo el mundo recordará que el equipo al que ejecutasteis por ser inferiores estaban todos tatuados igual que vos. Si fracasamos, recordarán el dibujo de la serpiente, de vuestro tatuaje, eso nos vincularía a vos, pero también a vos con nosotros. Si perdemos, quedaréis estigmatizado por ese tatuaje. Si perdemos, cada vez que vean vuestro rostro tatuado se reirán de vos.

»Si por algún motivo perdiéramos, la pintura se puede lavar antes de que nos azoten o hagan algo peor.

El comandante Karg empezaba ya a captar lo que quería decir Richard, y se calmó visiblemente mientras se rascaba la mandíbula.

—Veré si puedo conseguir algo de pintura.

—Que sea roja.

—¿Roja? ¿Por qué?

—El rojo destaca. El rojo también hace que la gente piense en sangre. Quiero que nos vean y antes que nada se pregunten por qué queremos dar la impresión de que estamos pintados con sangre. Quiero que los otros equipos se preocupen por ello la noche antes de un partido. Quiero que suden y pierdan el sueño pensando en ello. Cuando por fin salgan a jugar contra nosotros, estarán cansados, y entonces les haremos sangrar.

Una lenta sonrisa se fue extendiendo por el rostro del comandante.

—Sabes, Ruben, de haber nacido en el lado correcto de esta guerra, apuesto a que seríamos buenos amigos.

Richard dudaba que el hombre comprendiera de verdad el concepto de amistad.

—Necesitaré pintura suficiente para todos los hombres —dijo.

El comandante Karg asintió mientras empezaba a alejarse.

—La tendrás.