5
nicci se irguió, la espalda rígida y recta, mientras Zedd, desplomado en la silla ante ella, lloraba con el rostro entre las manos.
La hechicera había trabado las rodillas por temor a que las piernas cedieran bajo su peso. Se dijo que no permitiría que se le escapara una sola lágrima.
Casi lo había conseguido.
Cuando había puesto la caja en funcionamiento en nombre de Richard, aquel poder le había hecho algo a ella. Hasta cierto punto, había contrarrestado el daño provocado por el hechizo Cadena de Fuego que la infectaba.
Cuando Nicci designó a Richard como el jugador, completando las conexiones con el poder que había invocado, Nicci había conocido de repente a Kahlan.
No fue una reconstrucción de su recuerdo perdido de Kahlan —eso había desaparecido— sino que más bien fue una sencilla reconexión de la conciencia con la realidad de la existencia de Kahlan.
Durante una eternidad, le parecía ahora, Nicci había pensado que Richard se engañaba a sí mismo al creer en la existencia de una mujer que nadie excepto él recordaba. Incluso más tarde, cuando Richard había hallado el libro sobre Cadena de Fuego y les había demostrado lo que había sucedido en realidad, Nicci lo había creído por fin, pero había basado aquella creencia sólo en su fe en Richard y los hechos que éste había sacado a la luz. Era una convicción intelectual.
Aquella convicción carecía de base en sus propios recuerdos. Nicci carecía de un recuerdo personal de Kahlan, únicamente tenía la memoria de Richard en la que basarse, su palabras, y la evidencia de que disponían. Mediante aquella especie de conocimiento de segunda mano había creído en la existencia de la mujer, de Kahlan, porque creía en Richard.
Pero ahora Nicci sabía de verdad que Kahlan era real.
La hechicera seguía sin tener ningún recuerdo de la mujer, pero ya no necesitaba basarse en la palabra de Richard para saberlo. Ahora era manifiesto, casi como si lo percibiera directamente. Era un tanto parecido a recordar conocer a alguien en el pasado pero no ser capaz de recordar el rostro. Si bien no se conseguía recordar el rostro de aquella persona, la existencia de tal persona no se ponía en duda.
Nicci sabía que, ahora, debido a la conexión con el poder de las cajas, debido a lo que había llevado a cabo dentro de ella, sería capaz de ver a Kahlan tal y como podía ver a todas las demás personas. El hechizo Cadena de Fuego seguía residiendo dentro de Nicci, pero el poder de la caja había contrarrestado, al menos en parte, el hechizo, había detenido el daño continuado, permitiéndole ser consciente de la verdad. Su recuerdo de Kahlan seguía sin ser vital, pero Kahlan sí lo era.
Nicci sabía en aquellos momentos, lo sabía de verdad, que el amor de Richard era real, y Nicci sentía un dolorido júbilo por el corazón de Richard, aun cuando el suyo propio se hubiera partido.
Cara avanzó hasta colocarse junto a ella e hizo algo que Nicci jamás podría haber imaginado que hiciera una mord-sith: le pasó un brazo con delicadeza alrededor de la cintura a Nicci y la atrajo hacia ella.
Al menos, era algo que ninguna mord-sith habría hecho jamás hasta la llegada de Richard. Richard lo había cambiado todo. A Cara, como a Nicci, la pasión de Richard por la vida la había traído de vuelta del borde de la locura. Las dos compartían una comprensión única de Richard, una conexión especial, una perspectiva que Nicci dudaba que nadie más, ni siquiera Zedd, pudiera percibir.
Más que eso, nadie excepto Cara podía entender todo a lo que Nicci acababa de renunciar.
—Hiciste bien, Nicci —susurró la mord-sith.
Zedd se puso en pie.
—Sí, lo hizo. Lo siento, querida, si he sido injusto contigo. Veo ahora que sí que lo meditaste a conciencia. Hiciste lo que creías que era correcto. Debo admitir que, dadas las circunstancias, hiciste la única cosa que tenía sentido.
»Me disculpo por hacer estúpidas suposiciones apresuradas. He tenido motivos para conocer muchos de los profundos peligros que rodean el uso del poder de las cajas; probablemente sé más sobre ello que nadie vivo hoy en día. He visto cómo era invocada la magia de las Cajas del Destino por Rahl el Oscuro. Debido a eso, tengo un punto de vista un tanto distinto del que tú has presentado.
»Si bien no estoy necesariamente de acuerdo por completo contigo, lo que hiciste fue un acto de gran inteligencia y valor, por no mencionar la desesperación. Pero estoy familiarizado, también, con actos desesperados ante probabilidades increíbles, y puedo darme cuenta de hasta qué punto son a veces necesarios.
»Espero que tengas razón en lo que has hecho. Incluso si ello significa que yo estoy equivocado. Yo preferiría que fueses tú la que estuviese en lo cierto.
»Pero no importa ahora. Lo hecho, hecho está. Has puesto las Cajas del Destino en funcionamiento y nombrado a Richard como el jugador. A pesar de lo que yo pueda creer, estamos todos de acuerdo en nuestra causa. Ahora que eso está hecho, debemos hacer todo lo que podamos para ocuparnos de que funcione. Todos necesitaremos esforzarnos al máximo para ayudar a Richard. Si él fracasa, todos fracasaremos. Toda la vida fracasará.
Nicci no pudo evitar sentir cierto grado de alivio.
—Gracias, Zedd. Con tu ayuda, haremos que funcione.
Él negó tristemente con la cabeza.
—¿Mi ayuda? A lo mejor no soy más que un estorbo. Cómo desearía que me hubieses consultado primero…
—Lo hice —dijo Nicci—. Te pregunté si le confiabas a Richard tu vida, toda vida. ¿Qué más consultas podría haber aparte de ésa?
Zedd sonrió por entre la tristeza que persistía en su rostro.
—Imagino que tienes razón. Podría ser que la combinación del hechizo Cadena de Fuego y la contaminación de los repiques hayan erosionado mi capacidad de pensar.
—No creo eso ni por un momento, Zedd. Creo que lo que ocurre es que quieres a Richard y estás preocupado por él. No habría buscado tu consejo de no haber sido importante. Me contaste lo que necesitaba saber.
—Si vuelves a sentirte confuso —le dijo Cara al anciano—, yo te lo dejaré todo bien claro.
Zedd la miró con el entrecejo fruncido.
—Qué tranquilizador.
—Bueno, Nicci se extendió mucho —dijo Cara—, pero en realidad no es tan complicado. Cualquiera debería de ser capaz de verlo… incluso tú, Zedd.
Zedd puso cara de pocos amigos.
—¿Qué quieres decir?
Cara encogió un hombro.
—Nosotros somos el acero contra el acero. Lord Rahl es la magia contra la magia.
Para Cara no era más complicado que eso. Nicci se preguntó si la mordsith no se daba cuenta en realidad de que únicamente raspaba la superficie, o si comprendía todo el concepto mejor que nadie. A lo mejor ella tenía razón y en realidad no era más complicado que eso.
Zedd posó una mano sobre el hombro de Nicci. A ella le recordó el delicado contacto de Richard.
—Bien, a pesar de lo que Cara dice, esto puede significar la muerte de todos nosotros. Si funciona, no obstante, tenemos mucho trabajo que hacer. Richard va a necesitar nuestra ayuda. Tú y yo sabemos muchísimo sobre magia. Richard apenas sabe nada.
Nicci sonrió para sí.
—Sabe más sobre ella de lo que crees que sabe. Fue Richard quien descifró la mácula en el hechizo Cadena de Fuego. Ninguno de nosotros comprendía todo aquello sobre el lenguaje de los símbolos, pero Richard se percató. Por sí solo aprendió a comprender dibujos, diseños y emblemas antiguos.
»Jamás pude enseñarle nada sobre su don, pero él me sorprendió a menudo con lo mucho que captaba de lo que estaba más allá de la comprensión convencional de la magia. Me enseñó cosas que no habría podido imaginar jamás.
Zedd asentía.
—A mí también me vuelve loco.
Rikka, la otra mord-sith que vivía en el Alcázar del Hechicero, asomó la cabeza por la puerta.
—Zedd, se me acaba de ocurrir que deberías saber algo. —Señaló con un dedo hacia el cielo—. Yo estaba unos cuantos niveles más arriba y debe de haber alguna clase de ventana rota o algo. El viento hace un ruido extraño.
Zedd frunció el entrecejo.
—¿Qué clase de ruido?
Rikka se puso en jarras y clavó la mirada en el suelo, reflexionando.
—No lo sé. —Volvió a alzar los ojos—. Es difícil de describir. Me recordó un poco al viento soplando por un pasadizo estrecho.
—¿Un aullido? —preguntó Zedd.
Rikka negó con la cabeza.
—No. Era más bien como cuando el viento sopla a través de las almenas.
Nicci dirigió una veloz mirada a las ventanas.
—Acaba de amanecer. He estado lanzando telarañas mágicas. El viento no se ha alzado aún.
Rikka se encogió de hombros.
—No sé que podría haber sido, entonces.
—El Alcázar a veces emite sonidos cuando respira.
Rikka arrugó la nariz.
—¿Respira?
—Sí —dijo el mago—. Cuando cambia la temperatura, como ahora en que las noches son cada vez más frías, el aire que hay abajo, en las miles de habitaciones, se mueve de un lado a otro. Al verse obligado a pasar por los espacios angostos de los pasillos en ocasiones gime a través de los corredores del Alcázar aun cuando no haya viento fuera.
—Bueno, no llevo aquí el tiempo suficiente para haber presenciado algo así, pero eso debe ocurrir. El Alcázar debe de estar respirando —Rikka empezó a alejarse.
—Rikka —la llamó Zedd, aguardando a que la mord-sith se detuviera—. ¿Qué hacías ahí arriba de todos modos?
—Chase está buscando a Rachel —repuso Rikka, volviéndose—. Simplemente ayudaba. ¿No la has visto, verdad?
Zedd negó con la cabeza.
—Esta mañana no. La vi por última vez anoche, cuando se fue a acostar.
—De acuerdo. Se lo diré a Chase. —Rikka miró al interior de la habitación un momento y luego apoyó una mano en la entrada—. ¿Y qué es esa cosa de la mesa? ¿Qué tramáis vosotros tres?
—Problemas —dijo Cara.
Rikka asintió con expresión sagaz.
—Magia.
—Lo has acertado —repuso Cara.
Rikka dio un golpecito con la palma de la mano en el marco de la puerta.
—Bueno, será mejor que vaya en busca de Rachel antes de que Chase la encuentre primero y le lea la cartilla por andar explorando.
—Esa niña es una auténtica rata del Alcázar —suspiró Zedd—. A veces pienso que conoce el Alcázar tan bien como yo.
—Lo sé —replicó Rikka—. Me he tropezado con ella en lugares que no podía ni creer. En una ocasión tuve la certeza de que tenía que haberse perdido. Ella insistió en que no era así. Hice que me condujera de vuelta para demostrarlo. Regresó a su habitación sin equivocarse de pasillo ni una sola vez, luego me miró con una sonrisa burlona y dijo: «¿Lo ves?».
Sonriendo, Zedd se rascó la sien.
—Yo tuve una experiencia similar con ella. Los niños aprenden tales cosas con rapidez. Chase la anima a aprender cosas, a saber dónde está, de modo que no se pierda con tanta facilidad. Imagino, que puesto que yo crecí aquí, ésa es la razón de que no me pierda en este lugar.
Rikka giró en dirección al pasillo pero luego se volvió cuando Zedd pronunció su nombre.
—¿El ruido del viento? —Meneó un dedo en dirección al techo—. ¿Has dicho que fue ahí arriba?
Rikka asintió.
—¿Te refieres al corredor que discurre ante la hilera de bibliotecas? ¿El lugar con las zonas para sentarse espaciadas a lo largo del pasillo?
—Sí ése es el lugar. Estaba comprobando las bibliotecas en busca de Rachel. Le gusta mirar libros. Pero como has dicho, debe de ser el Alcázar que respira.
—El único problema es que ésa es una de las zonas donde el Alcázar tiende a no emitir ningún sonido cuando respira. Los extremos sin salida de ese corredor desvían el movimiento del aire a otra parte, impidiendo que haya suficiente aire moviéndose por esa zona lo bastante deprisa como para emitir tal sonido.
—Podría haber venido de más lejos… y yo pensé que era en ese corredor.
—¿Y dices que sonaba como un gemido? —quiso precisar Zedd.
—Bueno, ahora que lo pienso, parecía más un gruñido.
La frente de Zedd se arrugó.
—¿Un gruñido?
Cruzó la gruesa alfombra y sacó la cabeza por la puerta, para escuchar.
—Bueno, no un gruñido como un animal —indicó Rikka—. Más bien como un retumbo sordo… me recordó el sonido que hace el viento al pasar por entre las almenas. Ya sabes, un sonido parecido a una especie de revoloteo sordo.
—No oigo nada —masculló Zedd.
Rikka hizo una mueca.
—Bueno, no puedes oírlo aquí abajo.
Nicci se reunió con ellos en la entrada.
—Entonces ¿por qué siento algo que vibra en el centro de mi pecho?
Zedd miró fijamente a la hechicera por un momento.
—¿A lo mejor por algo relacionado con todos esos conjuros que tenían que ver con la caja?
Nicci se encogió de hombros.
—Podría ser, supongo. Nunca antes he tratado con algunos de esos elementos. No hay forma de saber cuáles podrían ser los efectos secundarios.
—¿Recuerdas cuando Friedrich disparó accidentalmente aquella alarma? —preguntó él, volviéndose hacia Rikka, quien asintió—. ¿Sonó algo parecido a eso?
Rikka negó categóricamente con la cabeza.
—No a menos que pusieras la alarma bajo el agua.
—Las alarmas son magia construida. —Zedd se frotó el mentón pensativo—. No puedes ponerlas bajo el agua.
Cara empuñó su agiel.
—Basta de charlas. —Se abrió paso entre ellos para cruzar la puerta—. Yo digo que vayamos a echar una mirada.
Zedd y Rikka la siguieron. Nicci no.
Indicó con un ademán la caja del Destino que descansaba sobre la mesa, en el interior de la refulgente telaraña de luz.
—Será mejor que no me aleje.
Además de velar por la caja, necesitaba estudiar El libro de la vida, junto con otros volúmenes, más a fondo. Todavía existían partes de la teoría que regía las cajas que no había sido capaz de comprender por completo, y la desazonaban una cantidad de preguntas sin respuesta. Si quería acabar siendo de alguna ayuda a Richard, necesitaba conocer las respuestas a esas preguntas.
Lo que más le preocupaba era una cuestión en la parte central de la teoría relacionada con las conexiones entre el poder de la caja y el sujeto que sufría más personalmente el hechizo Cadena de Fuego: Kahlan. Nicci necesitaba comprender mejor la naturaleza de los requisitos para las conexiones basadas en fundamentos primordiales. Necesitaba entender por completo cómo se establecían tales fundamentos. Le molestaban las restricciones sobre protocolos predeterminados…, su necesidad de disponer de un campo estéril para recrear el recuerdo. También necesitaba saber más cosas sobre las condiciones precisas en las que era necesario aplicar las fuerzas.
En el centro de todo ello, no obstante, estaba aquel requisito cautelar de un campo estéril. Era necesario que comprendiera la naturaleza precisa del campo estéril que las cajas requerían y, lo que era más importante, por qué los protocolos de éstas lo prescribían.
—Tengo todos los escudos activados —le indicó Zedd—. Las entradas al Alcázar están selladas. Si alguien hubiera entrado sin permiso sonarían todas las alarmas. Nos tendríamos que poner tapones en los oídos hasta hallar la causa.
—Hay personas con el don que saben sobre tales cosas —le recordó Nicci.
Zedd no necesitó meditarlo mucho rato.
—No vas desencaminada. Teniendo en cuenta todo lo que está pasando, y todo lo que aún no sabemos, hemos de ser cautelosos. No sería una mala idea que no perdieras de vista la caja.
Nicci asintió mientras les seguía fuera de la puerta.
—Hacédmelo saber en cuanto todo esté despejado.
El altísimo pasillo del exterior, si bien no llegaba a los cuatro metros de anchura, se alzaba hasta quedar casi fuera de la vista sobre sus cabezas. El corredor formaba un largo y estrecho pasaje en la montaña en la parte más inferior del Alcázar. En el lado izquierdo se alzaba una pared que había sido tallada directamente en el granito de la misma montaña. Incluso miles de años más tarde, las marcas dejadas por las herramientas de tallar todavía eran visibles.
Aquella grieta en apariencia interminable a través de la montaña constituía parte del límite de la zona de contención. Las habitaciones situadas dentro de esta zona estaban todas alineadas a lo largo del borde exterior del Alcázar, que ascendía surgiendo de la montaña misma.
Nicci siguió a los demás sólo un corto trecho por el pasillo, observándolos hasta que llegaron a la primera intersección.
—Éste no es momento para volverse descuidado o indulgente —les gritó—. Hay demasiado en peligro.
Zedd aceptó su advertencia con un asentimiento de cabeza.
—Regresaremos en cuanto eche un vistazo.
Cara lanzó a una mirada atrás, a Nicci.
—No te preocupes, estaré allí y no estoy de humor para ser indulgente. De hecho, no voy a estar de buen humor otra vez hasta que vea a lord Rahl vivo y a salvo.
—¿Tú tienes ratos de buen humor? —preguntó Zedd mientras se alejaban a toda prisa.
Cara lo miró con cara de pocos amigos.
—Con frecuencia me muestro alegre y amable. ¿Estás sugiriendo que no es así?
Zedd alzó las manos en señal de rendición.
—No, no. «Alegre» te describe a la perfección.
—Bueno.
—De hecho, «alegre» iría por delante incluso de «sanguinaria» en mi opinión.
—Ahora que lo pienso, creo que aún me gusta más lo de «sanguinaria».
Nicci no podía compartir el espíritu de sus bromas. Ella no servía para hacer reír a la gente, y con frecuencia la dejaba perpleja el modo en que Zedd y otros podían aliviar la tensión con tales frases.
Nicci conocía muy bien la naturaleza de las personas que intentaban matarles. En una ocasión fue una de ellas, y había sido tan despiadada como letal.
Ni una sola vez había visto al emperador Jagang mostrarse jovial o despreocupado. No era precisamente un hombre dado a las agudezas. Había pasado mucho tiempo con él, y jamás fue otra cosa que sistemáticamente letal. Su causa era terriblemente seria para él y estaba consagrado a ella de un modo fanático. Conociendo a la clase de personas que iban a por ellos, personas como ella misma había sido en una ocasión, y puesto que comprendía su naturaleza desalmada, Nicci no consideraba que ella pudiera actuar con menor seriedad que ellos.
Miró con atención como Zedd, Cara y Rikka se alejaban a toda prisa por el primer pasillo a la derecha, en dirección a la escalera.
Mientras ellos iniciaban el ascenso, Nicci comprendió de improviso qué era el sonido, la vibración que había experimentado.
Era una alarma, en cierto modo.
Y supo por qué Rikka no la había reconocido.
Abrió la boca para llamar a los otros justo cuando el mundo pareció detenerse en seco.
Una nube oscura descendió como una exhalación por el hueco de la escalera. Era como una serpiente esbozada por miles de motas en el aire, que avanzaba, giraba, se retorcía, adelgazaba y engordaba mientras descendía en medio de un rugido. El retumbo producido por su aleteo era ensordecedor.
Miles de murciélagos doblaron la esquina en tropel, formando como una bandada en el aire, constituida por un número incalculable de aquellas pequeñas criaturas. El espectáculo de tantos miles de murciélagos fusionados en una única figura en movimiento era fascinante. La barahúnda resonó en las paredes, inundando aquella hendidura en la montaña con una explosión de ruido. Los murciélagos parecían huir presas del pánico.
Zedd, Cara y Rikka parecían petrificados en el punto donde habían empezado a subir la escalera.
Y entonces los murciélagos que huían desaparecieron, empujados por el terror que recorría el Alcázar tras ellos.
Con la vista fija en la escalera por la que habían venido los murciélagos, Nicci sintió como si estuviera petrificada, inmóvil en un expectante momento de silencio en el tiempo, esperando algo inimaginable. Con una sensación de pánico creciente, comprendió que en realidad no podía moverse.
Y entonces una forma oscura descendió veloz la escalera como un mal viento. Sin embargo, al mismo tiempo, parecía, de un modo inexplicable, estar inmóvil. Parecía compuesta de arremolinadas formas negras y sombras ondulantes, que creaban un negro torbellino de oscuridad. La mareante forma, sus corrientes de oscuridad entrelazadas, insinuaban un movimiento que no tenía.
Nicci pestañeó, y la cosa ya no estaba.
Renovó con urgencia el esfuerzo por moverse, pero sintió como si estuviera suspendida en cera tibia. Podía respirar hasta cierto punto, y avanzar, pero sólo de un modo increíblemente lento. Cada centímetro precisaba de un esfuerzo monumental y parecía tardar una eternidad. El mundo se había vuelto terriblemente espeso mientras todo aminoraba hacia un paro total.
En el corredor, justo detrás de los otros que estaban en el pasillo al pie de la escalera, la forma volvió a aparecer, suspendida en el aire, por encima del suelo de piedra. Parecía una mujer vestida con un ondulante vestido negro, flotando bajo el agua.
Incluso en mitad de su creciente terror, Nicci halló fascinadora la extraña visión. Los otros, a los que la intrusa había dejado ya atrás, estaban ascendiendo la escalera, tan quietos como si estuvieran atrapados en una pintura.
Los negros cabellos hirsutos de la mujer se alzaban perezosamente alrededor de todo su rostro pálido. La amplia tela de su vestido negro se arremolinaba como en torbellinos de agua. En el interior de la lenta turbulencia de la tela y los pelos negros, la mujer parecía casi no moverse.
Daba toda la impresión de estar flotando bajo unas aguas turbias.
Entonces la figura volvió a desaparecer.
No, no estaba bajo agua, comprendió Nicci.
Estaba en la sliph.
Así era como Nicci se sentía, también. Era aquella clase de extraña y sobrenatural sensación de vagar suspendido a la deriva. Era increíblemente lento y al mismo tiempo cegadoramente veloz.
La figura volvió a surgir de repente, más cerca esta vez.
Nicci intentó llamar, pero no pudo. Intentó alzar los brazos para lanzar una telaraña mágica, pero sus movimientos eran demasiado lentos. Pensó que podría necesitar todo un día sólo para alzar el brazo.
Fragmentos centelleantes de luz titilaron y relampaguearon en el aire entre Nicci y los demás. Era magia, comprendió, lanzada por Zedd. No alcanzó a la intrusa. Aun cuando el breve aluvión de poder se apagó con un chisporroteo sin tener el menor efecto, a Nicci la dejó atónita que Zedd hubiera conseguido activarlo de todos modos. Ella había intentado algo muy parecido sin ningún resultado.
Oscuros regueros de tela se movieron a la deriva, agitándose por el pasillo. Formas y sombras serpenteantes se enroscaron sobre sí mismas mientras se movían con gran lentitud. La figura no caminaba, ni corría. Resbalaba, flotaba, fluía.
Luego volvió a desaparecer.
En un abrir y cerrar de ojos, reapareció, mucho más cerca aún. Tenía una piel espectral muy tirante, sobre un rostro huesudo que parecía no haber sido tocado jamás por la luz del sol. Guedejas de ingrávidos cabellos negros se alzaban junto con jirones del ondulante vestido negro.
Era el espectáculo más desorientador que Nicci había visto jamás. Sintió como si se ahogara y el pánico brotó en ella ante la sensación de no ser capaz de respirar lo bastante rápido, de conseguir el aire que necesitaba. Sus ardientes pulmones eran incapaces de funcionar más deprisa que el resto de ella.
Cuando Nicci concentró la mirada, la figura de la mujer había desaparecido. Se le pasó por la cabeza que también sus ojos eran demasiado lentos. El corredor volvía a estar vacío. Parecía que su concentración era incapaz de mantener el mismo ritmo que el movimiento.
Pensó que a lo mejor padecía alguna clase de alucinación provocada por los hechizos que había lanzado, por el poder de la caja al que había accedido. Se preguntó si podría ser alguna clase de efecto secundario. A lo mejor era el poder mismo de las cajas que había venido a por ella por haberlo manipulado indebidamente.
Tenía que ser eso… algo relacionado con todas las cosas peligrosas que ella había conjurado.
La mujer apareció otra vez, como si flotara hacia arriba a través de turbias profundidades, emergiendo de improviso a la vista, fuera del oscuro abismo.
Esta vez Nicci pudo ver con claridad las facciones austeras y angulosas de la mujer.
Sus ojos, de un azul desvaído, se clavaron en Nicci. Aquel escrutinio llevó un gélido temor al alma de Nicci. Los ojos de la mujer eran tan pálidos que parecía que tenían que estar ciegos, pero Nicci sabía que esa mujer podía ver a la perfección, no sólo a la luz, sino también en la cueva más negra.
La mujer sonrió con la mueca más perversa que Nicci había visto nunca. Era la sonrisa de alguien que no tenía miedo pero que disfrutaba causándolo, una mujer que sabía que lo tenía todo bajo su dominio. Un lento escalofrío recorrió a Nicci.
Y a continuación la mujer desapareció.
A lo lejos, más magia de Zedd centelleó y chisporroteó brevemente antes de extinguirse.
Nicci pugnó por moverse, pero el mundo era demasiado espeso, tal y como lo parecía a veces en aquellos sueños terribles que ella tenía, sueños en los que luchaba por moverse pero no lo conseguía a pesar de lo mucho que lo intentaba. Era el sueño en el que intentaba huir de Jagang. Él estaba siempre cerca, yendo a por ella, alargando las manos para cogerla. Era como la muerte misma, resuelto a llevar a cabo las crueldades más inimaginables, mientras iba hacia ella. Ella siempre deseaba desesperadamente correr en aquellos sueños, pero, a pesar de sus denodados esfuerzos, sus piernas no querían moverse con la velocidad suficiente.
Tales sueños la ponían siempre en estado de pánico. Era un sueño que convertía la muerte en tan real que podía paladear su terror.
Había tenido aquel sueño en una ocasión estando acampada. Richard había estado allí. La despertó preguntando qué sucedía, y ella se tragó las lágrimas entre jadeos mientras se lo contaba. Él le cogió el rostro con la mano y le dijo que sólo era un sueño, y que a ella no le pasaba nada. Y ella habría dado cualquier cosa por que él la hubiera abrazado y le hubiera dicho que estaba a salvo, pero él no lo hizo. Con todo, tener su mano sobre el rostro, cubierta con las dos suyas, y sus palabras amables, su empatía, habían sido un consuelo que calmó el terror que sentía.
Esto, no obstante, no era un sueño.
Nicci intentó tomar aire, llamar a Zedd, pero no pudo hacer ninguna de esas cosas. Intentó invocar a su han, su don, pero no parecía capaz de conectar con él. Era como si su don fuera sumamente veloz y ella sumamente lenta.
La mujer, cuya carne era del color pálido de los que acaban de morir, el pelo y el vestido tan negros como el inframundo, estaba de improviso justo allí, justo al lado de Nicci.
El brazo de la mujer flotó al exterior, alargándose por entre la arremolinada tela negra. La carne reseca, estirada al máximo sobre los nudillos, realzaba más su esqueleto. Sus dedos huesudos rozaron la parte inferior de la mandíbula de Nicci. Fue un contacto altanero, un arrogante acto de triunfo.
Ante el contacto, la vibración que sentía la hechicera en el pecho se agudizó. Le dio la impresión de que iba a ser capaz de hacerla pedazos.
La mujer rió. Fue una carcajada, hueca, lenta y borbotante, que resonó dolorosamente por los pasillos de piedra del Alcázar.
Nicci supo sin la menor duda lo que la mujer quería, lo que había venido a buscar, e intentó con desesperación activar su poder, agarrar a la mujer, abalanzarse sobre ella, hacer cualquier cosa para detenerla, pero no pudo hacer nada. Su poder parecía estar increíblemente lejos, necesitaría toda una eternidad para alcanzarlo.
Al mismo tiempo que su dedo rozaba la mandíbula de Nicci, la mujer volvió a desaparecer, desvaneciéndose de vuelta al interior de las oscuras profundidades.
La siguiente vez que apareció, estaba ante las puertas abiertas, revestidas de latón, de la habitación que contenía la caja. La mujer flotó a través de la entrada, sin que sus pies tocaran el suelo en ningún momento, y con el vestido ondeando levemente a su alrededor.
Una vez más desapareció del centro de visión de Nicci.
La siguiente vez que apareció, estaba entre la habitación y Nicci.
Tenía la caja del Destino bajo un brazo.
Mientras aquella risa horrible resonaba por la mente de Nicci, el mundo se sumió en la oscuridad.