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¿conoces las consecuencias de romper el sello que hay en esas puertas? —preguntó Cara.

Zedd se volvió hacia la mujer.

—¿Necesito recordarte que soy Primer Mago?

Cara le respondió con la misma moneda: una mirada iracunda.

—Bien, perdona. ¿Conoces las consecuencias de romper el sello que hay en esas puertas, Primer Mago Zorander?

Zedd se irguió.

—No era eso a lo que me refería.

La mujer seguía mirándolo furiosa.

—No has respondido a mi pregunta.

Una característica de las mord-sith era que no les gustaba recibir respuestas evasivas. No les gustaba ni un ápice. Hacía que se mostraran ariscas. Como norma Zedd consideraba prudente no dar a las mord-sith motivos para mostrarse ariscas, pero al mismo tiempo, a él no le gustaba que le dieran la lata cuando hacía algo importante. Eso lo volvía arisco.

—¿Cómo puede aguantarte Richard?

La mirada iracunda de Cara se intensificó.

—Jamás he ofrecido a lord Rahl una elección. Ahora, responde a mi pregunta. ¿Conoces las consecuencias de romper el sello que hay en esas puertas?

Zedd se puso en jarras.

—¿No te parece que sé una cosa o dos sobre la magia?

—Eso pensaba, pero empiezo a tener mis dudas.

—Vaya, ¿así que piensas que sabes más sobre magia que yo?

—Sé que la magia significa problemas. Da la impresión de que en este momento podría muy bien saber más sobre ella que tú. Sé bien que no debo atravesar como una tromba un sello de esa clase. Nicci sólo habría protegido esa puerta por un buen motivo. No creo que sea muy sensato, Primer Mago, atravesar como una tromba su escudo sin saber por qué está ahí.

—Bueno, creo que sé una o dos cosas sobre sellos y escudos.

Cara enarcó una ceja.

—Zedd, Nicci puede manejar Magia de Resta.

Zedd dirigió un vistazo a la puerta, luego volvió a mirar a Cara. Por el modo en que ella se inclinaba sobre él pensó que la mord-sith muy bien podría agarrarle por el cuello de la túnica y apartarlo por la fuerza de las puertas recubiertas de latón si decidía que tenía que hacerlo.

—Supongo que tienes razón. —Alzó un dedo—. Pero por otra parte, puedo percibir que algo serio tiene lugar ahí dentro… algo que no presagia nada bueno en absoluto.

Cara suspiró y por fin apartó su airada mirada. La mord-sith se irguió, pasando la larga trenza rubia a través de su puño mientras comprobaba ambos lados del pasillo.

Arrojó la trenza por encima de su hombro.

—No sé, Zedd. Si yo estuviera dentro de una habitación y hubiese cerrado la puerta con llave sería por una buena razón y no me gustaría que tú forzaras la cerradura. Nicci no quiso permitir que me quedara con ella… y nunca antes me ha pedido que la dejara sola de ese modo. No quería dejarla entrar allí por su cuenta, pero insistió.

»Estaba en uno de esos estados de ánimo silenciosos y escalofriantes suyos. Ha estado así una barbaridad últimamente.

Zedd suspiró.

—Así es. Pero no sin una buena razón… Queridos espíritus, Cara, todos hemos estado de un humor raro últimamente, y todos tenemos una buena razón.

Cara asintió.

—Nicci dijo que necesitaba estar sola. Le dije que no me importaba y que tenía la intención de quedarme con ella.

»No sé qué tiene, pero, a veces, cuando dice que hagas algo te encuentras haciéndolo. Con lord Rahl sucede lo mismo. Yo no acostumbro a prestar demasiada atención a sus órdenes… al fin y al cabo, sé mejor que él cómo protegerlo… pero a veces dice algo, y simplemente descubres que estás haciendo lo que te pidió. Nunca sé como se las arregla para hacerlo. Nicci hace lo mismo. Los dos tienen la curiosa habilidad de hacer que hagas cosas que no tienes intención de hacer… y ni siquiera alzan la voz.

»Nicci dijo que iba a hacer algo que involucraba magia; lo dijo de un modo que dejaba claro que quería estar a solas. Antes de que me diera cuenta, ya le había dicho que esperaría aquí fuera por si necesitaba algo.

Zedd ladeó la cabeza en dirección a la mujer, y le dirigió una mirada.

—Creo que esto tiene algo que ver con Richard.

La mirada iracunda de mord-sith de Cara regresó al momento. Zedd pudo ver cómo se le tensaba la musculatura bajo el cuero rojo.

—¿Qué quieres decir?

—Tal como te decía, estaba actuando de un modo de lo más extraño. Me preguntó si confiaría la vida de todo el mundo a Richard.

Cara lo miró fijamente por un momento.

—A mí me preguntó eso mismo.

—Eso me ha estado carcomiendo, haciendo que me pregunte qué quería decir. —Zedd agitó un dedo en dirección a la puerta—. Cara, está ahí dentro con esa cosa… con esa caja del Destino. Puedo percibirlo.

Cara asintió.

—Bueno, tienes razón respecto a eso. La vi ahí dentro justo antes de que ella cerrara la puerta.

Zedd apartó un mechón de su rostro.

—Ésa es parte de la razón por la que creo que esto tiene algo que ver con Richard. Cara, no suelo cruzar esta clase de sellos a la ligera, pero creo que ahora es importante.

Cara suspiró con resignación.

—De acuerdo. —Su boca se crispó por el desagrado de estar de acuerdo con su plan—. Si te arranca la cabeza de un mordisco, supongo que siempre puedo volvértela a coser.

Zedd sonrió al tiempo que se subía las mangas. Inspirando profundamente, volvió a encorvarse para desanudar el sello que Nicci había tejido con magia alrededor de la palanca.

Las inmensas puertas revestidas de latón estaban cubiertas de símbolos grabados que eran propios del campo de contención de aquella parte del Alcázar. Un lugar como aquél estaba ya reforzado contra la manipulación y protegido de un acceso fortuito, pero él había crecido en el Alcázar y sabía cómo funcionaban los distintos elementos mágicos del lugar. También conocía muchos de los trucos asociados con esos elementos. Este campo mágico en concreto era peliagudo porque, era un campo de contención de doble cara.

Deslizó tres dedos de la mano izquierda sobre la zona de convergencia. Sintió un cosquilleo en el brazo que le llegó hasta la altura del codo. No era una buena señal. Nicci había añadido algo al escudo, creando un escudo personal a partir de algo que había sido genérico. Zedd empezaba a pensar que Cara sabía más de lo que él creía.

Éste era un escudo que parecía responder de un modo excepcional a la aplicación de fuerza. Se detuvo un momento para considerarlo. Tendría que obtener lo que quería sin aplicar fuerza. Con sumo cuidado metió un fino hilo de inocente energía a través de la maraña, y con la mano derecha aflojó la enredada restricción de poder.

Sabía muy bien que no serviría de nada limitarse a intentar abrirse paso a través del sello, porque el campo de contención estaba estructurado de tal modo que la fuerza sólo provocaría que se cerrara más. Al parecer Nicci había añadido multiplicadores a esa cualidad. Si él aplicaba demasiada fuerza el escudo éste simplemente se compactaría más, igual que si tirara más de los extremos de una cuerda anudada. Si eso sucedía, no lo desharía nunca.

Además de eso, Cara tenía razón… Nicci poseía Magia de Resta y no había forma de saber qué elementos de ese poder siniestro podría haber tejido ella en el interior de la matriz para impedir que se violara el sello interior. No le gustaría meter la mano a través del agujero de la cerradura, por así decirlo, y encontrarse con que la había sumergido directamente en un caldero de plomo fundido. Era mucho menos arriesgado deshacer el nudo mágico que intentar romperlo.

Tales dificultades sólo conseguían que Zedd estuviera más empeñado en hallar un modo de atravesarlo. Era un rasgo personal suyo que había puesto de malhumor a su padre; en especial si se trataba de un escudo que el padre de Zedd había construido específicamente para mantener fuera a su curioso hijo.

La lengua de Zedd asomó por la comisura izquierda de su boca mientras trabajaba para abrirse paso por el tejido del escudo. Había penetrado ya mucho más de lo que había esperado. Amplió la sonda invisible de poder a través del mecanismo para poderlo controlar desde el interior.

Y entonces, a pesar de estar siendo increíblemente cuidadoso, la trama del escudo se tensó, liberándose de la incursión mágica. Era como si lo hubieran conducido a una emboscada.

Zedd permaneció encorvado ante las puertas revestidas de latón, sorprendido de que un escudo hubiera sido capaz de reaccionar de aquel modo. Después de todo, él no intentaba aún violarlo, sino simplemente sondear su mecanismo interior… echar una mirada por el ojo de la cerradura, por así decirlo.

Había hecho lo mismo un gran número de veces antes. Siempre había funcionado. Debería haber funcionado. Era el escudo más desconcertante con el que se había tropezado jamás.

Seguía inclinado sobre la palanca, considerando el siguiente paso, cuando la puerta se abrió hacia dentro.

Zedd giró la cabeza un poco, mirando hacia arriba. Nicci, con una mano en el picaporte de la parte interior, se alzaba ante él.

—¿No se te ocurrió llamar a la puerta? —preguntó.

Zedd se irguió, esperando que su cara no se estuviera poniendo colorada pero sospechando que así era.

—Bueno, a decir verdad, lo consideré, pero luego descarté la idea. Pensé que podrías haber estado trabajando hasta tarde en ese libro y podrías estar dormida… No quería molestarte.

La hechicera llevaba la rubia melena suelta por encima de los hombros de su vestido negro, un vestido que ceñía cada curva de su perfecta figura, y aun cuando daba la impresión de no haber pegado ojo en toda la noche, sus ojos azules eran tan penetrantes como los de cualquier hechicera. La combinación de su belleza seductora, dignidad distante e intelecto agudo —por no mencionar el hecho de que poseía poder suficiente para convertir a casi cualquiera en cenizas— desarmaba e intimidaba a la vez.

—Si hubiera estado dormida —dijo Nicci con aquella voz sosegada y sedosa—, ¿no crees que me hubiera despertado de todas formas tu intento de abrirte paso a través de un campo de contención con un escudo conjurado a partir de instrucciones de un libro de hace tres mil años y reforzado con cerrojos de Magia de Resta?

El nivel de alarma de Zedd creció. Tales escudos no se construían para echar una cabezadita en privado.

Extendió las manos.

—Sólo pretendía echar un vistazo para ver qué hacías.

La fría mirada de la mujer le estaba haciendo empezar a sudar.

—Pasé muchísimo tiempo en el Palacio de los Profetas enseñando a muchachos magos cómo comportarse y disciplinar sus poderes. Sé cómo hacer escudos que no pueden forzarse. Como Hermana de las Tinieblas he tenido ocasión de practicar muy a menudo.

—¿De verdad? Estaría muy interesado en aprender sobre tales escudos arcanos… desde una perspectiva estrictamente profesional, desde luego. Tales cosas son un poco como una… afición para mí.

Ella seguía con la mano sobre el picaporte de la puerta.

—¿Qué quieres, Zedd?

El mago carraspeó.

—Bueno, con toda franqueza, Nicci, estaba preocupado sobre lo que podría estar pasando ahí dentro, con esa caja.

Nicci sonrió de un modo apenas perceptible.

—Ah. No sé por qué, pero no pensaba que tuvieses la esperanza de pillarme retozando desnuda.

Retrocedió al interior de la biblioteca, dando a entender que podían entrar.

Era una habitación inmensa, con ventanales de arco discurriendo a lo largo de la pared del fondo. Gruesas colgaduras de terciopelo verde con un fleco dorado junto con columnas de brillante caoba se alzaban entre los ventanales.

Algunas de las hojas de cristal refractario que componían las ventanas que formaban parte del campo de contención de aquella sección del Alcázar se habían roto en un combate que había tenido lugar no hacía mucho, cuando Richard había estado allí. Nicci había invitado a un rayo a entrar a través de aquellas ventanas para hacer desaparecer a la bestia del inframundo que había atacado a Richard. Cuando le preguntaron cómo había sido capaz de convencer al rayo para que hiciera lo que ella quería, Nicci se había encogido de hombros y respondido sencillamente que había creado un vacío que el rayo necesitaba llenar, de modo que se había visto compelido a hacerlo. Zedd comprendía el principio. Pero era incapaz de imaginar cómo podía hacerse eso.

Si bien le había estado agradecido por haber salvado la vida de Richard, a Zedd no le había complacido la destrucción de un cristal tan valioso e irremplazable, que dejaba una brecha en el campo de contención. Nicci se había ofrecido a ayudar con las reparaciones. Zedd no habría sabido cómo llevar a cabo tal cosa él solo; tampoco habría pensado que existiera nadie vivo capaz de saber emplear fuerzas del modo en que ella lo había hecho, o que tuviera el poder para hacerlo. Y sin embargo ella lo había hecho.

Eso había hecho pensar a Zedd en una reina que bajara a las cocinas reales para demostrar con suma destreza cómo hacer un pan poco corriente con una receta largo tiempo olvidada.

Aunque Zedd había conocido a algunas hechiceras muy poderosas, jamás había conocido a ninguna que igualara a Nicci. Algunas de las cosas que ella podía hacer con aparente facilidad eran tan desconcertantes que lo dejaban sin habla.

Desde luego, Nicci era mucho más que una simple hechicera. Al haber sido una Hermana de las Tinieblas sabía hacer uso de la Magia de Resta. Como Hermana de las Tinieblas, habría tomado el poder de un mago y lo habría añadido al suyo, para crear algo por completo único… algo que a Zedd no le gustaba considerar.

Hasta cierto punto ella lo asustaba, pues si no hubiera sido por Richard, ella seguiría dedicada a la causa de la Orden. Con tantas facetas de la vida de aquella mujer siendo un misterio para él, con todo lo que había hecho pero que nunca mencionaba, con todo de lo que había formado parte en una ocasión, Zedd no estaba seguro de hasta dónde podía confiar en ella.

Richard confiaba en ella, no obstante; le confiaba su propia vida, y ella había demostrado ser digna de aquella confianza en numerosas ocasiones. Aparte de él y de Cara, Zedd no conocía a nadie que sintiera una devoción tan feroz por Richard como ella. Nicci iría sin la menor duda al mismo inframundo si tenía que hacerlo para salvarlo.

Richard había traído a aquella mujer excepcional de vuelta de las profundidades del mal, tal y como había hecho con Cara y las demás mordsith. ¿Quién, si no Richard, podía llevar a cabo una cosa así? ¿A quién que no fuera Richard se le podía ocurrir hacer una cosa así?

Cómo echaba en falta Zedd a aquel muchacho.

Nicci volvió a entrar silenciosamente en la biblioteca, y Zedd vio entonces lo que había sobre la mesa. Su habilidad le había dicho que estaba allí, pero no le había dado más detalles sobre ello.

Detrás de él, Cara soltó un silbido quedo. Zedd también estuvo a punto de silbar.

La caja del Destino, que descansaba encima de una de las macizas mesas de la biblioteca, era de un negro fascinante que daba la impresión de que podría succionarle la luz directamente al sol, un negro tan negro que casi parecía como si la caja misma no fuera otra cosa que un vacío en el mundo de la vida. Clavar la mirada en ella producía la inquietante sensación de estar mirando directamente al interior del inframundo, el mundo de los muertos.

Pero era el hechizo de contención que se había dibujado alrededor de la caja lo que le tenía alarmado. Había sido dibujado con sangre. Había otros sortilegios, otros hechizos, dibujados sobre el tablero de la mesa, también estaban dibujados con sangre.

Zedd reconoció algunos de los elementos de los diagramas. No conocía a nadie vivo que pudiera haber dibujado tales sortilegios. Tales cosas no eran del todo estables, lo que las convertía en increíblemente peligrosas. Muchos hechizos podían matar en un instante si se llevaban a cabo de un modo incorrecto. Estos hechizos, dibujados con sangre, nada menos, estaban entre los más peligrosos que existían. Emplearlos con éxito no era algo que Zedd, con toda una vida de conocimientos, preparación y práctica, se hubiera planteado intentar jamás.

El anciano había visto dibujados tales hechizos terribles sólo en una ocasión anterior. Aquéllos los había dibujado Rahl el Oscuro —el padre de Richard—, cuando había estado completando el conjuro asociado con la apertura de las Cajas del Destino. Abrir una de las cajas le había costado la vida.

Alrededor de la caja, flotando en el aire, líneas de luz de color verde y ámbar trazaban más hechizos aún. Recordaban en cierto modo las refulgentes líneas verdes de la red de verificación que habían llevado a cabo en aquella misma habitación, pero esta estructura de fórmulas tridimensionales era materialmente distinta. Y esas líneas refulgentes latían como si estuvieran vivas. Zedd supuso que tenía sentido. El poder de las cajas era el poder de la vida misma.

Otras líneas, conectadas a intersecciones de luz verde, y, en ciertos lugares, de color ámbar, eran tan negras como la caja. Mirarlas con detenimiento era como mirar a través de rendijas a la misma muerte. Se había mezclado Magia de Resta con Magia de Suma para crear una telaraña de poder como Zedd no había imaginado que pudiera llegar a ver en su vida.

Toda la telaraña de luz y oscuridad flotaba en el espacio.

La Caja del Destino descansaba en el centro de esa telaraña, como una gorda araña negra.

El libro de la vida estaba abierto a poca distancia.

—Nicci —consiguió decir Zedd con dificultad—, ¿qué has hecho, en nombre de la Creación?

Cuando llegó ante la mesa, Nicci se dio la vuelta y lo miró durante un momento incómodamente prolongado.

—No he hecho nada en nombre de la Creación. Lo he hecho en nombre de Richard Rahl.

Zedd apartó la mirada del terrible objeto situado en el interior de las líneas incandescentes para clavar la mirada en ella. Tenía dificultades para respirar.

—Nicci, ¿qué has hecho?

—La única cosa que podía hacer. Lo que tenía que hacerse. Lo que sólo yo podía hacer.

La confluencia de ambos lados del don sosteniendo a la Caja del Destino en el interior de su refulgente telaraña era algo que superaba todo lo imaginable.

Zedd eligió sus palabras con sumo cuidado.

—¿Estás sugiriendo que crees que puedes poner esa caja en funcionamiento?

El modo en que ella sacudió lentamente la cabeza hizo que él sintiera una opresión en el pecho provocada por el pavor. Los ojos azules de la hechicera lo dejaron paralizado donde estaba.

—Ya la he puesto en funcionamiento.

Zedd sintió como si el suelo fuera a abrirse bajo sus pies y él pudiera no dejar de caer jamás. Se preguntó durante sólo un instante si algo de todo aquello era real. Toda la habitación parecía dar vueltas a su alrededor. Notó que le temblaban las piernas.

La mano de Cara ascendió bajo el brazo del mago para sostenerlo.

—¿Te has vuelto loca? —preguntó él, el acaloramiento apareciendo en su voz al mismo tiempo que las piernas se le quedaban rígidas.

—Zedd… —Dio un paso en su dirección—, tenía que hacerlo.

Zedd no podía ni pestañear siquiera.

—¿Tenías que hacerlo? ¿Tenías que hacerlo?

—Sí. Tenía que hacerlo. Es el único modo.

—¡El único modo de qué! ¿El único modo de poner fin al mundo? ¿El único modo de destruir la vida?

—No. El único modo de concedernos una posibilidad de sobrevivir. Sabes lo que va a ser de este mundo. Sabes lo que la Orden Imperial va a hacer… lo que están a punto de hacer. El mundo está al borde del fin. La humanidad tiene ante sí un millar de años de oscuridad en el mejor de los casos. En el peor, el género humano jamás volverá a existir.

»Sabes que nos aproximamos a sendas de las profecías más allá de las cuales todo se oscurece. Nathan te ha hablado de esas ramificaciones que conducen a un gran vacío, más allá del cual no hay nada. Nos encontramos mirando al interior de ese vacío.

—¿Y has pensado en algún momento que lo que acabas de hacer podría muy bien ser la causa de ello… justo lo que lleve a la humanidad, a ese vacío, a la extinción?

—La hermana Ulicia ya ha puesto las Cajas del Destino en funcionamiento. ¿Crees que a ella y a sus Hermanas de las Tinieblas les importa la vida? Ellas trabajan para liberar al Custodio del inframundo. Si ella tiene éxito, el mundo de la vida está condenado. Sabes lo que son las cajas, conoces su poder, sabes lo que sucederá si es ella quien gobierna el poder de las cajas.

—Pero eso no significa…

—No tenemos elección. —La mirada de Nicci no flaqueó—. Tenía que hacerlo.

—¿Y tienes alguna idea de cómo invocar el poder? ¿Cómo conseguir el dominio sobre las cajas? ¿Cómo saber cuál es la caja correcta?

—No, no aún —admitió ella.

—¡Ni siquiera tienes las otras dos!

—Tenemos un año para conseguirlas —repuso ella con sosegada determinación—. Tenemos un año desde el primer día de invierno. Un año a partir de hoy.

Zedd alzó las manos, presa de furia y frustración.

—Incluso aunque pudiéramos encontrarlas, ¿crees que podrías ser capaz de dominar su poder? ¿Crees que puedes manejar el poder de quien las creó?

—Yo no —repuso ella en lo que era casi un susurro.

Zedd ladeó la cabeza, inseguro de haber oído en realidad lo que pensaba que había oído. Su sospecha estalló en forma de abrasador temor.

—¿Qué quieres decir con que tú no? Acabas de decir que has puesto las cajas en funcionamiento.

Nicci se aproximó más y le posó una mano en el antebrazo.

—Cuando abrí el portal se me pidió que designara al jugador. Designé a Richard. Puse las Cajas del Destino en funcionamiento en nombre de Richard.

Zedd se quedó estupefacto.

Quiso matarla.

Quiso estrangularla. Quiso descuartizarla.

—¿Designaste a Richard?

Ella asintió.

—Era el único modo.

Zedd pasó los dedos de ambas manos por la rebelde mata de pelo blanco, sosteniéndose la cabeza por temor a que le cayera a trozos.

—¿El único modo? ¡Rediantre, mujer! ¿Te has vuelto loca?

—Zedd, tranquilízate. Sé que es una sorpresa, pero esto no es un capricho. Lo he pensado a fondo. Créeme, lo he pensado muy bien. Si hemos de sobrevivir, si aquéllos a quienes les importa la vida han de sobrevivir, si ha de existir una posibilidad para la vida, entonces éste es el único modo.

Zedd se dejó caer pesadamente en una de las sillas que había ante la mesa. Antes de que hiciera algo irremediable, antes de que reaccionara llevado por una furia ciega, se dijo que no debía perder la cabeza. Intentó repasar todo lo que sabía sobre las cajas. Intentó tomar en cuenta todas las cosas desesperadas que había hecho en su vida. Intentó verlo desde la perspectiva de la hechicera.

No pudo.

—Nicci, Richard no sabe cómo utilizar su don.

—Tendrá que encontrar un modo.

—¡No sabe nada sobre las Cajas del Destino!

—Tendremos que enseñarle.

—Nosotros no sabemos suficientes cosas sobre las Cajas del Destino. No sabemos con seguridad cuál es el Libro de las sombras contadas correcto. ¡Sólo el libro correcto puede abrir las cajas!

—Tendremos que solucionar eso.

—¡Queridos espíritus, Nicci, ni siquiera sabemos dónde está Richard!

—Sabemos que la bruja intentó capturarle en la sliph y fracasó. Sabemos, por lo que Rachel nos contó, que, al parecer, Seis separó a Richard de su don dibujando hechizos en las cuevas sagradas de Tamarang. Rachel dijo que Seis lo perdió cuando lo capturó la Orden Imperial. Por lo que sabemos, en estos momentos podría haber escapado de ellos también y estar de camino aquí. Si no es así, tendremos que encontrarle.

Zedd no parecía hallar un modo de hacerle ver todo lo que se interponía en su camino.

—¡Lo que sugieres es imposible!

Ella sonrió entonces, con una sonrisa triste.

—Un mago que conozco y respeto, un mago que enseñó a Richard a ser el hombre que es, también le enseñó a pensar en la solución, no en el problema. Tal consejo siempre le ha sido de gran utilidad.

Zedd no estaba dispuesto a aceptar nada de aquello. Se levantó de golpe.

—No tenías derecho a hacer una cosa así, Nicci. ¡No tenías derecho a designar a Richard para esto!

La sonrisa de la hechicera desapareció para dejar ver su férrea determinación.

—Conozco a Richard. Sé cómo combate por la vida. Sé lo que significa para él. Sé que no hay nada que no hiciera para preservar la vida. Sé que si supiera todas las cosas que yo sé, habría querido que hiciera lo que he hecho.

—Nicci, tú no…

—Zedd —dijo en un tono de voz autoritario que le hizo callar—. Te pregunté si le confiabas a Richard tu vida, toda la vida. Dijiste que lo hacías. No vacilaste ni matizaste los límites de tu confianza.

»Richard es el único que puede conducirnos en la batalla final. La batalla por el poder de las cajas es la batalla final. Las Hermanas de las Tinieblas que tienen el dominio de esas cajas harán que sea así. De un modo u otro, se asegurarán de ello. El único modo de que Richard nos lidere es que él ponga en funcionamiento las cajas. De ese modo, él es la realización de la profecía: fuer grissa ost drauka… el portador de muerte.

»Pero eso es más que profecía. La profecía sólo expresa lo que ya conocemos, que Richard es quien ha estado liderándonos en la defensa de los valores que promueven la vida.

»El mismo Richard fijó los términos del combate cuando habló a las tropas d’haranianas. Como el lord Rahl, el líder del Imperio d’haraniano, dijo a aquellos hombres cómo se libraría la guerra a partir de ahora: Todo o nada.

»Esto no puede ser diferente. Richard es leal hasta la médula y no esperaría que ninguna otra persona hiciera lo que él mismo no pudiera hacer. Es el núcleo de todo lo que creemos. No nos traicionaría.

»Ahora estamos metidos en ello hasta el final. Ahora es de verdad todo o nada.

Zedd alzó los brazos.

—Pero designar a Richard como el jugador no es el único modo en que puede liderar esta batalla, no es el único modo en que puede tener éxito… pero puede muy bien ser la causa de que fracase. Lo que has hecho podría conducirnos a todos a la perdición.

Los ojos azules de Nicci brillaron con la clase de convicción, resolución y cólera que indicaba que podía reducirle a cenizas si se interponía en el camino de lo que ella creía que era necesario. Por primera vez Zedd veía a la Señora de la Muerte como aquellos que se interpusieron en su camino, que conocieron toda su furia.

—Tu amor por tu nieto te está cegando. Él es algo más que tu nieto.

—Mi amor por él no…

Nicci alargó un brazo con energía para señalar al este, en dirección a D’Hara.

—¡Esas Hermanas de las Tinieblas activaron el hechizo Cadena de Fuego! El hechizo Cadena de Fuego arde sin freno a través de nuestras memorias. Un acontecimiento así significa mucho más que la simple pérdida de nuestro recuerdo de Kahlan.

»Quiénes somos, qué somos, qué podemos ser, todo eso se desintegra momento a momento. No se trata de olvidar simplemente a Kahlan. El vórtice de ese hechizo crece día a día. El daño se multiplica. No somos conscientes de toda la vastedad de lo que ya hemos perdido mientras día a día perdemos aún más. Nuestras mentes o nuestra habilidad para pensar, para razonar, están siendo erosionadas por ese hechizo repugnante.

»Lo que es peor, el hechizo Cadena de Fuego está contaminado. El mismo Richard nos lo mostró. La contaminación de los repiques está enterrada profundamente en el hechizo Cadena de Fuego que ha infectado a todo el mundo. La contaminación que lleva consigo el hechizo arde a través del mundo de la vida. Además de destruir nuestra naturaleza, nuestro ser, está destruyendo el tejido de la magia misma. Sin Richard ni siquiera seríamos conscientes de ello.

»El mundo no sólo está al borde del abismo por culpa de Jagang y la Orden Imperial, sino que lo está destruyendo la tarea silenciosa e invisible del hechizo Cadena de Fuego y la contaminación que lleva en su interior.

Nicci se dio un golpecito en la sien con un dedo.

—¿Ha destruido ya esa contaminación tu capacidad para ver lo que está en juego? ¿Te ha quitado ya la capacidad de pensar?

»Lo único que puede contrarrestar el hechizo Cadena de Fuego son las Cajas del Destino. Es el motivo por el que se crearon las cajas… las crearon específicamente como la única salvación en el caso de que se activara alguna vez un acontecimiento Cadena de Fuego.

»Esas Hermanas activaron el hechizo. Para acrecentar lo que hicieron, para convertirlo en irreversible, ellas mismas pusieron en funcionamiento las cajas, nombrándose a sí mismas como el jugador. Creen que ahora no hay modo de que nadie las detenga. Puede que tengan razón. He leído El libro de la vida, las instrucciones sobre cómo funcionan las cajas. El libro no proporciona ningún modo de detener su funcionamiento una vez iniciado. No podemos desactivar Cadena de Fuego. No podemos detener el funcionamiento de las cajas. El mundo de la vida está a punto de girar sin control… tal y como ellas quieren.

»¿Por qué lucha Richard? ¿Por qué luchamos todos nosotros? ¿Deberíamos limitarnos a darnos por vencidos, decir que es demasiado difícil, demasiado arriesgado intentar impedir nuestra aniquilación? ¿Deberíamos retroceder ante la única oportunidad que tenemos? ¿Debemos entregar todo lo que importa? ¿Deberíamos permitir a Jagang masacrar a todos aquellos que desean ser libres? ¿Dejar que la Fraternidad de la Orden esclavice al mundo? ¿Permitir que Cadena de Fuego corra sin freno y destruya nuestro recuerdo de todo lo que es bueno? ¿Dejar que la contaminación que contiene ese hechizo erradique la magia del mundo junto con todo lo que depende de ella para vivir? ¿Debemos limitarnos a permanecer sentados y darnos por vencidos? ¿Debemos dejar que el mundo acabe en las manos de gente que lo destruiría todo?

»La hermana Ulicia abrió el portal que conduce al poder de las cajas. Puso las cajas en funcionamiento. ¿Qué tiene que hacer Richard? Tiene que disponer de las armas que necesita para librar esta batalla. Yo acabo de darle lo que necesita.

»La contienda está ahora realmente equilibrada. Los dos bandos de esta batalla están totalmente comprometidos en la lucha que lo decidirá todo.

»Tenemos que confiar en Richard en esta pelea.

»Hubo una época hace unos cuantos años que tuviste que enfrentarte a decisiones similares. Conocías tus opciones, tus responsabilidades, los riesgos y las consecuencias letales de no hacer nada. Tú nombraste a Richard el Buscador de la Verdad.

Zedd asintió.

—Sí, ya lo creo que lo hice.

—Y él estuvo a la altura de todo lo que tú creías, y más, ¿no es cierto?

El anciano era incapaz de obligarse a dejar de temblar.

—Sí, el muchacho hizo todo lo que esperaba y más.

—Esto no es diferente, Zedd. Las Hermanas de las Tinieblas ya no tienen el acceso exclusivo al poder de las cajas. —Alzó un brazo y cerró el puño—. He dado a Richard una posibilidad… nos he dado a todos una posibilidad. Acabó de poner a Richard en juego, dándole lo que debe tener para ganar esta lucha.

A través de unos ojos llenos de lágrimas Zedd miró al interior de los ojos de la hechicera. Además de la determinación y la furia, había algo más. Vio allí, en sus ojos azules, una sombra de dolor.

—¿Y…?

Ella se echó hacia atrás.

—¿Y qué?

—A pesar de que tu razonada exposición ha sido muy completa, hay algo más, algo que no has dicho.

Nicci le dio la espalda, arrastrando una mano por el tablero de la mesa, por entre los hechizos dibujados con su propia sangre, hechizos que había invocado arriesgando su vida.

De espaldas a él, Nicci gesticuló, fue una tímida sacudida de la mano, un sencillo movimiento que delataba una angustia inimaginable.

—Tienes razón —dijo con una voz cuyo control apenas podía mantener—. He dado a Richard otra cosa más.

Zedd permaneció allí, observando con atención a la mujer que le daba la espalda.

—¿Y qué es eso?

Ella se volvió. Una lágrima trazaba una lenta senda por su mejilla.

—Le acabo de dar la única posibilidad que tiene de recuperar a la mujer que ama. Las Cajas del Destino son la única contramedida al hechizo Cadena de Fuego, el hechizo que le arrebató a Kahlan. Si ha de recuperarla, las Cajas del Destino son el único modo.

»Le he dado la única posibilidad que tiene de tener lo que más ama en la vida.

Zedd se dejó caer en la silla y hundió el rostro en las manos.