He encontrado mi diario de navegación bajo un fárrago de cartas deslavazadas y papeles arrugados por el agua del mar. He dado algunas hojas sueltas a la principetta, que me ha dicho que necesita anotar las incidencias de su viaje.
Mi diario ha quedado malparado y las notas que había dejado antes de la tempestad se han borrado, pero ya es hora de que reanude mi tarea de capitán. Mi fiebre ha remitido milagrosamente; ya vuelvo a sentirme yo mismo.
Lo que he vivido en la isla de Jahalod-Rin me inquieta y me obsesiona. Lei, que posee un gran conocimiento sobre los fenómenos extraños, piensa que fui hechizado por el sonido de la flauta. Malva opina lo mismo. De hecho, cuando partió la caña en dos, quedé libre. No hay duda de que tienen razón, pero en realidad yo pienso que Jahalod-Rin percibió mi debilidad. Con él, yo era igual de sumiso y servil que con mi padre de verdad. ¿Cuándo lograré desprenderme de mis temores infantiles?
Hace poco, he convocado a la tripulación en el castillo de proa. Les he dado las gracias a todos por haberme arrebatado de las garras de Jahalod y he pedido perdón por todas las insensateces que haya podido decir en la isla, especialmente contra Malva.
La principetta ha aceptado mis disculpas, y yo se lo agradezco. Si no recuerdo mal, la he tratado de niña mimada… ¡Por la Santa Armonía, cuánto me arrepiento! Con la de agravios y peligros mortales que ha afrontado últimamente, ¿cómo le he podido decir eso? Malva no es una niña mimada, ¡al contrario! Ella es noble y valerosa, decidida, recta y…
Orfeo dejó la pluma sobre las páginas arrugadas. La imagen de la cara luminosa de Malva bailaba ante sus ojos cansados. Sus rasgos finos, su cabellera negra y abundante, su mirada de ébano. Tenía que admitir que su belleza tenía una merecida fama. Al fin, sacudió la cabeza y cogió la pluma.
El tiempo pasa. La segunda piedra de vida se ha partido hace poco en dos pedazos. La próxima noche se habrá fundido.
Chanclo me ha preguntado hace un rato qué tesoro enterrado he encontrado en la isla de Jahalod. «Catabea nos dijo que había uno en cada isla, ¿no?», ha dicho.
He vacilado, pero he recordado que Catabea nos había recomendado ser sinceros, y entonces me he decidido. Creo que me he ruborizado antes de contestarle: «He encontrado dos cosas en esta isla. Por un lado, por fin he comprendido que he perdido a mi padre y que nadie puede ocupar su lugar. Ni Jahalod ni nadie más. Aníbal Mac Bott no ha sido un buen padre para mí. Ha sido mi padre y punto. Ahora tengo que seguir viviendo mi vida sin él, del mismo modo que seguí sin mi madre desde que nací». Antes de proseguir, he hecho una pausa. Los gemelos se han dicho algo privado entre murmullos y luego Peppe ha dicho que yo era como ellos, un huérfano. Los dos hermanos parecían extremadamente contentos de considerarme un igual.
«El segundo tesoro que he encontrado en esta isla sois precisamente vosotros. Todos vosotros. Sin vuestra ayuda, todavía estaría tocando la flauta.»
Finopico me ha confesado que tuvo ganas de huir y abandonarme a mi triste suerte. ¡Viniendo de él, no me extraña! Ese energúmeno nunca me ha apreciado mucho, pero no le guardo rencor. Me llama «capitán» como los demás y yo sé que, en el fondo, no haría daño ni a una mosca.
Tenemos que proseguir nuestra travesía por este Archipiélago inquietante. Ahora sabemos que los peligros que nos acechan pueden adoptar formas inesperadas, y percibo una gran tensión entre mis compañeros. Es de noche, y estoy seguro de que nadie duerme, salvo Al, que siempre ha tenido el sueño fácil. Babilas y Lei están de guardia en la cubierta; creo que voy a hacerles co
[frase inacabada]