Hill miraba fija y obstinadamente los últimos resultados del fútbol con caída libre de la Zona mientras danzaban a través de la superficie de la consola de control, pero su atención estaba en otra parte. Por la decimoséptima vez en aquella semana, maldecía silenciosamente la estupidez y miopía de los miembros del Concejo Municipal de Starport.
Los malditos concejales persistían en cortar la asignación, colocándola fuera del presupuesto del departamento, para una red de gravedad artificial cada vez que Hill lo proponía. Tuvieron el coraje de decirle que se ciñera a los deportes «tradicionales» al planificar su programa de recreación para este año.
Los viejos tontos no tenían idea de la manera en que el fútbol con caída libre se abría paso en el sistema, a pesar de que había intentado explicárselo Dios sabe cuántas veces.
Los deportes zonales deben ser parte integrante de todo programa recreativo que se respete. Y en la Tierra, esto significa que hay que disponer de una red gravitacional. Hill había planeado instalarla debajo del estadio, pero ahora…
La puerta del despacho se abrió deslizándose con un suave murmullo. Hill levantó la vista y frunció el ceño, apagando la consola. Un agitado Jack de Angelis entró, al despacho.
—Y ahora, ¿qué ocurre? —se quejó Hill.
—Uh, Rog, hay un tipo aquí fuera, creo que es mejor que le hables —contestó De Angelis—. Quiere inscribir un equipo en la liga de fútbol de la ciudad.
—La inscripción cerró el martes —dijo Hill—. Ya tenemos doce equipos. No hay sitio para ningún otro. ¿Y por qué demonios no puedes tú hacerte cargo de esto? Estás a cargo del programa de fútbol.
—Éste es un caso especial… —insistió De Angelis.
—Haz entonces una excepción e inscribe al equipo si así lo deseas —interrumpió Hill—. O no los dejes entrar. Es tu programa. Tuya es la decisión. ¿Acaso debo ser molestado por cada trivialidad en este condenado departamento?
—¡Eh!, tranquilízate, Rog —protestó De Angelis—. No sé porqué te altera tanto el asunto. Mira, yo… demonios, te mostraré el problema. —Se volvió y se encaminó hacia la puerta—. Señor, ¿podría entrar un minuto? —le dijo a alguien que se encontraba fuera.
Hill comenzó a levantarse de su asiento, pero se dejó caer lentamente otra vez en la silla cuando el visitante hizo su aparición por la puerta.
De Angelis sonreía.
—Éste es Roger Hill, director del Departamento Recreativo de Starport —dijo, afable—. Rog, déjame presentarte a Remjhard, responsable de la misión comercial Brish’diri en la Tierra.
Hill se levantó otra vez, y ofreció su mano fríamente al visitante. El Brish’diri era rechoncho y grotescamente ancho. Medía unos treinta centímetros menos que Hill, quien tenía más de un metro ochenta de estatura, pero aun así daba la impresión de empequeñecer de alguna manera al director. Una cabeza calva, como una bala lustrosa, estaba colocada en ángulo recto encima de los macizos hombros de alienígena. Sus ojos eran como brillantes canicas verdes hundidas en la extensa y correosa piel gris. No tenía orejas exteriores, tan solo dos incisiones en cada parte del cráneo. La boca era un tajo sin labios.
Ignorando diplomáticamente la mirada asombrada de Hill, Remjhard mostró sus dientes en una rápida sonrisa y estrechó la mano del director con la suya.
—Estoy sumamente contento de conocerle, señor —dijo, en un inglés fluido, con una voz que parecía un grave y profundo gruñido—. He venido para inscribir un equipo de fútbol en la excelente Liga que su ciudad lleva adelante tan graciosamente.
Hill hizo un gesto al alienígena para tomar asiento, y él mismo se sentó. De Angelis, todavía sonriendo frente a la mirada desafiante de su jefe, acercó otra silla al escritorio.
—Bueno, yo… —comenzó Hill, inseguro—. Este equipo, ¿es un… un equipo Brish’diri?
Remjhard sonrió nuevamente.
—Sí —contestó—. Su fútbol es un juego excelente. Nosotros en la misión lo hemos observado muchas veces jugar a través de las pantallas 3V que su gente ha tenido la amabilidad de instalarnos. Nos ha fascinado. Y ahora algunos de los semihombres de nuestra misión, desean intentar jugarlo —buscó lentamente dentro del bolsillo del uniforme negro y plateado que vestía, y sacó una hoja plegada.
—Ésta es una lista de nuestros jugadores —dijo, extendiéndola a Hill—. Entiendo que el boletín decía que una lista de este tipo era necesaria para entrar en su Liga.
Hill cogió el papel y lo observó inseguro. Era una lista de unos quince nombres Brish’diri mecanografiados claramente. Todo parecía estar en orden, pero aún…
—Tendrá que disculparme —dijo Hill—, pero el caso es que estoy algo falto de familiaridad con las expresiones de su pueblo. ¿Usted dice, semihombres? ¿Querrá decir niños?
Remjhard sacudió la cabeza parecida a una bala, con una rápida inclinación.
—Sí. Niños, los hijos del personal de la misión. Todos ellos de ocho o nueve años terrestres.
Hill suspiró de alivio silenciosamente.
—Me temo entonces que está fuera de discusión —dijo—. Mr. De Angelis dijo que usted estaba interesado en la Liga de la ciudad, pero dicha Liga es para muchachos de dieciocho años como mínimo. Ocasionalmente podemos admitir un muchacho más joven con talento excepcional y experiencia, pero jamás alguien de tanta juventud como los suyos —hizo una breve pausa—. Disponemos de varias ligas para muchachos más jóvenes, pero ya han comenzado. Tal como están las cosas, es ya demasiado tarde para agregar un nuevo equipo.
—Perdón, Director Hill, pero pienso que hay un malentendido de su parte —dijo Remjhard—. Un Brish’dir macho se considera totalmente maduro a la edad de catorce años terrestres. En nuestra cultura, es considerado como un adulto completo. Un Brish’dir de nueve años de edad es equivalente a un macho terrestre de dieciocho años en términos de desarrollo físico e intelectual. Es por ello es que nuestros semihombres desean registrarse para esta Liga y no para ninguna de las otras, ¿comprende?
—Está en lo cierto, Rog —dijo De Angelis—. He leído un poco acerca de los Brish’diri, y estoy seguro de ello. En términos de madurez estos jóvenes son aptos para la Liga de la ciudad.
Hill arrojó sobre De Angelis una mirada fulminante. Si había una sola cosa que no necesitaba en ese momento, ello era un equipo Brish’diri de fútbol en una de sus ligas, y Remjhard estaba argumentando de una manera lo bastante convincente sin la ayuda de Jack.
—Bueno, de acuerdo —dijo Hill—. Su equipo bien podría considerarse apto según la edad, pero aún subsisten algunos problemas. El programa de deportes del Departamento Recreativo es para residentes locales exclusivamente. Sencillamente, no disponemos de sitio para acomodar todo aquel que quiera participar. Y su planeta natal se encuentra, según tengo entendido, bastantes cientos de años luz más allá de los límites de la ciudad de Starport —sonrió.
—Es verdad —dijo Remjhard—. Pero nuestra misión comercial hace ya seis años que reside en Starport. Una ubicación ideal dada la proximidad de su ciudad al Puerto Espacial Interestelar de Grissom, desde el cual muchos de los comerciantes Brish’diri operan mientras se encuentran en la Tierra. Todos los miembros actuales de la misión han permanecido aquí por espacio de dos años terrestres, por lo menos. Somos residentes de Starport, Director Hill. No llego a entender cómo entra la localización de Brishun en el asunto que consideramos.
Hill se retorció incómodo en su asiento, y dirigió una mirada feroz a De Angelis, que sonreía.
—Sí, es probable que esté en lo cierto una vez más —dijo—. Pero sigo temiendo que nos veamos imposibilitados de ayudarle. Nuestras ligas juveniles son de fútbol con toque, pero la Liga Metropolitana, como debería usted saber, es con placaje. Puede desarrollarse con bastante violencia a veces. Regulaciones estatales exigen el uso de equipo especial. Para estar seguro que nadie pueda ser lastimado seriamente. Estoy seguro que usted comprenderá. Y los Brish’diri… —buscó a tientas las palabras, pendiente de no ofender—. La uh… contextura física de los Brish’diri es tan diferente de la terráquea que nuestro equipo difícilmente pueda llegar a adaptarse. Las posibilidades de lastimarse serían entonces muy grandes, y el Departamento sería el responsable. No.
Estoy seguro de que no podrá ser autorizado. Es demasiado riesgo.
—Hemos de proveernos de un equipo de protección especial —dijo Remjhard con tranquilidad—. Nunca arriesgaríamos nuestra propia descendencia sí no supiéramos que se encuentran seguros.
Hill comenzó a decir algo, se frenó, y miro a De Angelis en busca de ayuda. Se le habían agotado ya las razones por las cuales los Brish’diri no podrían entrar en la Liga.
—Hay un problema que de todas maneras subsiste —dijo Jack, sonriente, viniendo en rescate del director—. Un obstáculo burocrático, pero difícil. La inscripción para la Liga se cerró el martes. Hemos tenido que rechazar varios equipos, y si hacemos una excepción en su caso, bueno… —De Angelis se encogió de hombros—. Problemas. Quejas. Lo lamento, pero debemos aplicar el mismo reglamento para todos.
Remjhard se levantó lentamente de su asiento, y recogió la lista de sobre el escritorio.
—Por supuesto —dijo gravemente—. Todos han de respetar las reglas. Puede que el año próximo podamos inscribirnos a tiempo. —Hizo una reverencia formal, se dio vuelta, y salió de la oficina.
Cuando estuvo seguro que el Brish’dir estaba fuera del radio de escucha, Hill dio un sincero suspiro y giró quedando de cara a De Angelis.
—Asunto terminado —dijo—. Cristo, un equipo de fútbol de los Calvos. La mitad de los habitantes de la ciudad perdieron hijos en la guerra contra los Brish’diri, y aún los odian.
No puedo imaginarme las quejas.
Hill frunció el ceño.
—¡Y tú! ¿Por qué no pudiste deshacerte de él directamente sin ponerme a mí de por medio?
De Angelis sonrió.
—Demasiada diversión para dejarla pasar —dijo—. Me preguntaba si encontrarías la manera de desalentarlo. Los Brish’diri tienen un respeto casi religioso por las leyes, reglas y regulaciones. No podrían pensar en hacer nada que forzara a alguien a quebrantar una regla. En su cultura, ello es tan malo como quebrar una regla uno mismo.
Hill sacudió la cabeza.
—Tendría que haberlo recordado yo mismo, si no hubiera estado tan paralizado por la idea de un equipo Brish’diri de fútbol en nuestras ligas —dijo débilmente—, y ahora que esto está terminado, quisiera hablar contigo acerca de la red de gravedad. ¿No piensas que haya alguna forma de alquilar una en lugar de comprarla? El Concejo podría aceptarlo. Y estaba pensando…
Algo más de tres horas más tarde, Hill estaba firmando unos requerimientos de equipamiento cuando la puerta de la oficina se abrió deslizándose para dejar entrar a un hombre musculoso, de cabello oscuro, vestido con una indescriptible gabardina gris.
—¿Sí? —dijo el director, un poco impaciente—. ¿Puedo ayudarle en algo?
El hombre de cabello oscuro le enseñó rápidamente un DI gubernamental mientras tomaba asiento.
—Puede ser que sí. Pero en verdad no lo ha hecho hasta ahora. Mi nombre es Tomkins, Mac Tomkins. Pertenezco al Ministerio Federal de Relaciones E.T.
Hill refunfuñó.
—Supongo que será por el lío con el Brish’dir esta mañana —dijo, sacudiendo la cabeza a modo de resignación.
—Sí —irrumpió Tomkins inmediatamente—. Entendemos que los Brish’diri han querido registrar a algunos de sus jóvenes para la Liga local de fútbol. Usted se lo ha prohibido apoyándose en una argumentación técnica. Querríamos saber por qué.
—¿Porqué? —dijo Hill incrédulo, mirando fijamente al hombre del gobierno—. ¿Por qué? Por Dios, la guerra contra Brish’diri fue hace tan sólo siete años. La mitad de los muchachos en nuestros equipos de fútbol tenían hermanos que fueron muertos por los Cabeza de Bala. ¿Ahora usted quiere que yo les diga que jueguen al fútbol con los monstruos subhumanos de hace siete años? Me echarían de la ciudad.
Tomkins dibujó una mueca, y miró en derredor del cuarto.
—¿No podría cerrar la puerta? —preguntó, señalando la puerta por la que había entrado.
—Desde luego —respondió Hill, perplejo.
—Ciérrela, entonces —dijo Tomkins. Hill ajustó el control correspondiente en su escritorio.
—Lo que voy a contarle no debería salir más allá de este cuarto —comenzó diciendo Tomkins.
Hill lo interrumpió con un bufido.
—Oh, vamos, Mr. Tomkins. Seré tan sólo un insignificante oficial de deportes, pero no soy estúpido. Usted está a punto de develar algún secreto galáctico a un hombre que ha conocido hace un par de segundos.
Tomkins sonrió.
—Es verdad. La información no es secreta, pero es algo delicada. Preferiríamos que no todo Juan en la calle tuviera conocimiento de ella.
—De acuerdo, aceptaré esto por el momento. Ahora, ¿de qué va este asunto? Le pido disculpas si no tengo paciencia con las sutilezas, pero el problema más difícil que he tenido en el último año fue la protesta en la final de la Liga de Fútbol Clase B. La diplomacia no es precisamente mi fuerte.
—Seré breve —dijo Tomkins—. Nosotros… Relaciones E.T., eso es… queremos que usted admita al equipo Brish’diri en la Liga de Fútbol.
—¿Se da cuenta del furor que causaría? —preguntó Hill.
—Tenemos cierta idea. A pesar de ello, queremos verlos admitidos.
—¿Podría preguntar por qué?
—Por el furor que se generaría si no fueran admitidos. —Tomkins hizo una pausa para mirar fijamente a Hill por un segundo, luego aparentemente llegó a una decisión de algún tipo y continuó—: La guerra entre la Tierra y Brishun fue un espantoso, sangriento punto muerto, a pesar de que nuestros hombres de propaganda insistan en pretender que fue una gran victoria. Ninguna persona en su sano juicio en cualquiera de los dos bandos quisiera que continuara. Pero no todo el mundo está en su sano juicio.
El agente frunció el ceño disgustado.
—Hay elementos entre nosotros que ven a los Brish’diri, o Cabezas de Bala o Calvos, o cómo sea, como monstruos. Aún hoy, siete años después que la matanza ha terminado.
—¿Y cree usted que un equipo de fútbol Brish’diri podría ayudar a superar el odio del pasado? —interrumpió Hill.
—Parcialmente. Pero ésta no es la parte más importante. Mire, existen asimismo elementos entre los Brish’diri que ven a los humanos como subhumanos, gentuza que debe ser barrida de la galaxia. Son una raza muy viril y competitiva. Toda su cultura se basa en el combate. El elemento disidente que yo mencioné antes, verá en la negativa a admitir un equipo Brish’diri un signo de miedo, como si se admitiera la inferioridad humana. Usarán esto como argumento para resucitar la guerra. No queremos correr el riesgo dándoles una victoria propagandística como ésta. Las relaciones están demasiado tirantes tal como están las cosas.
—Pero el Brish’dir con el que hablé… —objetó Hill—. Le expliqué todo. Una regla. Con seguridad su respeto por la ley…
—Remjhard es el líder de la facción pacífica Brish’diri. Será él quien personalmente defienda su posición. Pero él y su hijo estaban enojados por el rechazo de su petición.
Hablarán. Ya han estado haciéndolo. Y ello significa que eventualmente la facción militarista cogerá el asunto y lo volverá en contra nuestra.
—Ya veo. Pero ¿qué es lo que puedo hacer, llegado a este punto? Ya le he dicho a Remjhard que la inscripción se cerró el martes. Si he comprendido correctamente, su propia moralidad no le permitirá nunca aprovechar las ventajas de una excepción.
Tomkins sacudió la cabeza.
—Es cierto. Usted no puede hacer una excepción. Simplemente cambie la regla. Deje entrar todos los equipos que ha rechazado. Expanda la Liga.
Hill sacudió su cabeza, poniendo mala cara.
—Pero nuestro presupuesto… no podrá afrontarlo. Tendremos más partidos.
Necesitaremos más tiempo, más árbitros, más equipamientos.
Tomkins restó importancia al problema con un movimiento de su mano.
—El gobierno ya está comprando los uniformes especiales de fútbol para los Brish’diri.
Estaremos muy contentos de cubrir los gastos extras que puedan surgirle. Contará con un programa recreacional superior desde todo punto de vista.
Hill aún miraba dubitativo.
—Bueno…
—Más aún —dijo Tomkins—, estaremos en condiciones de arreglar una subvención del gobierno para reforzar otras inversiones en su programa. Ahora, ¿qué le parece?
Los ojos de Hill centellearon con súbito interés.
—¿Una subvención? ¿Cuál será su importe? ¿Podrían subvencionar una red de gravedad?
—No hay problema —dijo Tomkins. Una lenta sonrisa se desparramó sobre su cara.
Hill devolvió la sonrisa.
—Entonces, señor, Starport ya tiene su equipo de Brish’diri de fútbol. Pero, oh, cómo van a gritar. —Conectó el intercomunicador de su escritorio—. Que venga Jack De Angelis inmediatamente —ordenó—. Tengo una pequeña sorpresa para él.
El cielo sobre el Estadio Municipal de Starport estaba desapacible y monótono, una mañana de sábado ventoso una semana después, pero a Hill no le importaba en lo más mínimo. La fuerza de la burbuja del Estadio dejaba fuera la fina, húmeda llovizna que había empapado a Hill hasta los huesos en el camino al Estadio, y el tiempo se adaptaba a su estado de ánimo maravillosamente.
Normalmente, Hill se encontraba sumamente atareado como para asistir a alguno de los eventos deportivos de su departamento. Normalmente todo el mundo estaba demasiado ocupado para asistir a los eventos deportivos del departamento. Las Ligas del Departamento Recreativo recibían una buena cobertura en el periódico local, pero rara vez arrastraban muchos espectadores. El récord era algo así como 400 personas para la final de Liga unos años atrás.
O, más bien, aquél fue el récord, Hill se recordó a sí mismo. Nunca más. El Estadio estaba hoy abarrotado, a pesar de la hora, la lluvia o lo que fuera. El Estadio Municipal no se llenaba nunca salvo para el tradicional partido de fútbol para el Día de Gracias entre Starport High y su archirrival Grissom City Prep. Pero hoy estaba lleno.
Hill sabía por qué. Luego que tomara la maldita decisión de dejar entrar al equipo Brish’diri en la Liga. La ciudad toda se había levantado en armas. Seis equipos locales renunciaron a la Liga antes de jugar contra «monstruos inhumanos». La centralita del despacho se había inundado con llamadas diarias, en su mayoría enfurecidas denuncias a Hill. Un miembro del Concejo había pedido su renuncia.
Y ello, Hill reflexionó tristemente, era lo que sucedería finalmente. El periódico local, que había mantenido siempre una posición conservadora en lo referente a asuntos exteriores, apoyaba el movimiento para forzar la salida de Hill del departamento. Uno de sus editoriales le había recordado jubilosamente que el Estadio Municipal de Starport estaba dedicado a aquellos que habían perdido sus vidas en la guerra Brish’diri, y gritaba acerca de una «profanación». Entretanto, en sus páginas deportivas, el periódico había comenzado a llamar al equipo Brish’diri, «las Águilas Calvas».
Hill se retorció incómodamente en su asiento de la línea 50, y rezó en silencio para que el juego comenzara. Podía sentir las miradas enfadadas directamente en su nuca, y tenía la nada cómoda impresión de que sería golpeado por una piedra en cualquier instante.
A través del campo, podía ver la instalación de la cámara de una de las tres grandes cadenas de 3V. Todas las cinco cadenas estaban aquí, por cierto; el juego había promovido una publicidad a todo lo largo del planeta. Las agencias planetarias habían mandado también reporteros, aunque se los notaba un poco confundidos acerca de qué tipo de evento estaban presenciando. Uno había enviado un reportero de política, el otro un reportero gráfico.
Sobre el césped artificial del Estadio, el equipo humano hacía sus ejercicios de precalentamiento. En sus brillantes uniformes color rojo se podía leer KEN’S COMPUTER REPAIR. En letras blancas, y usaban cascos blancos. Tenían bastante buen aspecto, decidió al observar sus evoluciones. A pesar de que estaban lejos del calibre de un campeón de Liga. De todas maneras, frente a un equipo que jamás había jugado al fútbol con anterioridad, deberían darles una buena paliza.
De Angelis, con una expresión dolorosa y vistiendo una camisa de arbitro rayada, estaba fuera en el campo hablando con sus ayudantes. Hill no quería dejar ninguna chance a los problemas en este juego. Había tenido la precaución de colocar a los mejores hombres del departamento para actuar de ayudantes.
Tomkins también estaba allí, sentado en las gradas unas pocas secciones alejado de Hill. Pero los Brish’diri no se encontraban presentes. Remjhard había querido asistir, pero Relaciones E.T., avisado por Hill, le aconsejaron se quedara en la misión. A cambio, el juego estaba siéndoles transmitido por circuito cerrado de 3V.
Hill se enderezó en su asiento súbitamente. El equipo Brish’diri, que se llamaba Kosg-Anjehn en honor a un carnívoro volador originario de Brishun, había arribado, y sus jugadores caminaban lentamente hacia el campo.
Hubo un breve instante de silencio, y entonces alguien entre la multitud comenzó a abuchear. Otros recogieron la propuesta. Luego otros. El estadio se llenó de abucheo. De todas formas, Hill advirtió con alivio, que no todos se les unían. Puede que hubiera gente que mirara las cosas según su punto de vista.
Los Brish’diri ignoraron los aullidos de gato. O así lo parecía, en cierta manera. Hill no había visto nunca un Brish’dir enfurecido, y no estaba seguro cómo demostraría uno de ellos su furia.
El Kosg-Anjehn lucía un ajustado uniforme negro, con extraños cascos alargados color plata para cubrir sus cabezas de balas lustrosas. No se parecían a ningún equipo de fútbol que Hill hubiera visto nunca. Sólo un puñado de ellos medían más de un metro sesenta y cinco pero eran todos tan rechonchos y anchos como un placaje para los Packers. Sus brazos y sus piernas eran finos y como muñones, pero ondulados con músculos sobresaliendo en lugares incorrectos. Las cabezas protegidas por los cascos, igualmente, daban la impresión de fragilidad, como cáscaras de huevos prontas a hacerse añicos al más débil impacto. Dos de los Brish’diri se separaron del grupo y caminaron hacia De Angelis. Evidentemente consideraban que no necesitaban tipo alguno de precalentamiento, y querían comenzar inmediatamente. De Angelis habló con ellos unos instantes, luego se volvió y se dirigió al capitán del equipo humano.
—¿Cuál piensa será el resultado?
Hill se volvió. Era Tomkins. El agente del E.T. había luchado contra la multitud, pudiendo finalmente llegar a su lado.
—Difícil de decir —respondió el director—. Los Brish’diri no han jugado al fútbol realmente con anterioridad, por lo que las probabilidades son de que pierdan. Siendo un planeta con gravedad más pesada, han de ser más fuertes que los humanos, lo cual podría darles una ventaja. Pero son también sumamente lentos según lo que he escuchado.
—Tendré que animarlos —dijo Tomkins con una sonrisa—. Para reforzar la causa de las relaciones interestelares y todo aquello.
Hill frunció el ceño.
—Anímelos usted, si así lo cree conveniente. Yo lo haré a favor de los humanos.
Gracias a usted, ya estoy metido en demasiadas complicaciones. Si me cogieran animando a los Brish’diri me cortarían en pedacitos.
Volvió su atención otra vez al campo de juego. Los Computermen habían ganado el sorteo, y eligieron recibir. Uno de los Brish’dir más altos se disponía a dar la patada inicial.
—Tugayh-dei —le comentó Tomkins con ánimos de ayudar—. El hijo del jefe lingüista de la misión. —Hill asintió con la cabeza.
Tugayh-dei corrió hacia delante con un medido torpe galope, prácticamente se detuvo cuando finalmente llegó a la pelota y la golpeó con su pie, torpe pero fuertemente. La pelota aterrizó en las gradas superiores, y un murmullo recorrió la multitud.
—Bastante bien —dijo Tomkins—. ¿No lo cree así?
—Demasiado bien —replicó Hill, sin pensarlo.
Los humanos cogieron la pelota en sus veinte yardas. Los Computermen se agruparon en un montón, lo rompieron con una fuerte palmada, y corrieron a sus posiciones. Una desigual ovación salió de las tribunas.
Los humanos se colocaron en la zona de tres puntos. Sus oponentes Brish’diri no hicieron lo mismo. La línea de jugadores alienígenas siguió parada ahí, los brazos balanceándose a ambos lados, encogiéndose un poco.
—No saben mucho de fútbol —dijo Hill—. Pero luego de ese puntapié inicial, me pregunto si es necesario que sepan.
La pelota fue recogida y el quarterback del Computer Repair, un ágil ex estudiante de enseñanza media, estrella del equipo, llamado Sullivan, retrocedió para intentar pasar.
Los Brish’diri se abalanzaron hacia delante como un relámpago, y penetraron dentro de la línea humana.
Un instante más tarde, Sullivan se hallaba boca abajo sobre el césped, enterrado bajo tres Brish’diri. Los alienígenas habían penetrado a través de la línea de ataque como si no hubiera existido.
Los humanos se agruparon nuevamente, se escuchó una nueva ovación, no tan fuerte como la precedente. La pelota fue cogida. Sullivan la pasó a un fornido fullback, quien se estrelló unos pasos más adelante. Uno de los Brish’diri lo derribó antes que recorriera media yarda. Fue un placaje torpe, alrededor de los hombros. Pero la fuerza del contacto arrojó al fullback varias yardas en la dirección contraria.
Cuando los humanos rompieron su formación por tercera vez, la ovación apenas pudo ser oída. Otra vez fue Sullivan quien trató de pasar. Otra vez los Brish’diri perforaron la línea masivamente. Nuevamente Sullivan dio por tierra.
Hill refunfuñó:
—Esto se pone peor cada minuto —dijo.
Tomkins no estaba de acuerdo.
—No pienso lo mismo. Lo están haciendo bien. ¿Qué importa quién sea el ganador?
Hill no se molestó en responder aquello.
No hubo ninguna aclamación cuando los humanos se dispusieron en formación. Una vez más los Brish’diri atacaron con fuerza, pero esta vez el jugador se hizo con la pelota tirándola afuera antes que lo alcanzaran.
Fue una buena patada, profunda. El Kosg-Anjehn puso en juego el balón en su propia línea de 25 yardas. Marhdaln-nei, el hijo de Remjhard, jugaba como quarterback de los Brish’diri. En el primer juego de melée, entregó el balón al halfback, un bóvido construido como un tanque.
Los bloqueadores Brish’diri aplastaron a sus oponentes humanos casi sin esfuerzo, y el bóvido se abrió camino a través del agujero abierto, corrió esquivando dos placajes y prorrumpió en el claro. Era terriblemente lento, de todas maneras, y los defensores finalmente lo voltearon luego de haber ganado unas modestas treinta yardas. Pero se necesitaron tres jugadores para detenerlo.
En la siguiente jugada, Marhdaln intentó pasar. Consiguió una excelente cobertura, pero quienes tenían que recibir luego el balón, caminaban dificultosamente a máxima velocidad, y ya tenían a todos los defensas sobre ellos. Y el balón, al ser lanzado, pasó silbando por sobre las cabezas de los Brish’diri y de los humanos también.
Marhdaln volvió al terreno después de aquello, y una vez más entregó el balón a un bóvido halfback. Esta vez intentó llegar hasta el final, pero fue tirado por tierra, luego de haber ganado tan sólo cinco yardas por un cuarteto de placadores humanos.
Otra vez Marhdaln entregó el balón a su otro halfback, y el fornido Brish’dir rompió la línea humana por el centro. Era un poco más rápido que el bóvido. Cuando llegó al claro, sólo un hombre se las ingenió para cogerlo de atrás. Y uno solo no era suficiente. El alienígena evitó el placaje y se movió pesadamente hacia la línea de gol.
El punto extra por ensayo se perdió por debajo del larguero en lugar de pasar sobre el mismo. Pero igualmente casi mata al pobre muchacho de la tribuna que intentó coger el balón.
Tomkins sonreía. Hill sacudió la cabeza con disgusto.
—Ésta no es la manera en la que se suponía se desarrollaría el partido —dijo—. Nos matarán si los Brish’diri resultan vencedores.
Esta vez el puntapié de salida sobrepasó enteramente los límites del Estadio. En el primer juego de la veintena, un jugador de línea Brish’diri irrumpió entre la línea humana y derribó a Sullivan precisamente en el momento en que efectuaba un pase. Sullivan cayó.
Otro Brish’diri recogió la pelota perdida por los humanos y la llevó hasta la zona final, mientras la mayoría de los humanos aún estaban en el suelo.
—Por Dios —dijo Hill sintiéndose algo paralizado—. Son demasiado fuertes. Son condenadamente fuertes. Los humanos no pueden hacer nada contra su fortaleza. No los pueden parar.
—Anímelos —dijo Tomkins—. No puede empeorar nada de su lado.
Pero sí que empeoraron las cosas. Se pusieron mucho peor.
En ataque, los Brish’diri eran completamente imparables. Sus corredores eran todos lerdos, pero lo compensaban con sus músculos. Jugada tras jugada, prorrumpían por el medio, detrás de una pared de bloqueadores, dejando placadores en el camino como si fueran insectos molestos.
Y luego Marhdaln comenzó a acertar en sus pases. Pases cortos, por supuesto. Los Brish’diri carecían de la velocidad necesaria para cubrir demasiado terreno. Pero saltaban mucho más alto que cualquier humano, y cazaban tramposamente pase tras pase en el aire. No tenían necesidad de preocuparse por interceptaciones. Los humanos sencillamente no podían alcanzar los tiros por elevación de Marhdaln.
En defensa las cosas eran tan amargas como malas. Los Computermen no podían de ninguna manera detener la línea de ataque Brish’diri. Y Sullivan pocas veces tenía tiempo de completar un pase, ya que los atacantes alienígenas eran imparables. Los pocos pases que logró efectuar salieron del campo; ningún Brish’diri podía coger a un humano por detrás. Pero éstos eran pocos y lejanos.
Cuando Hill abandonó el Estadio al terminar el primer periodo, el resultado era Kosg-Anjhem 37, Ken’s Computer Repair 7.
El resultado final fue de 57 a 14. Los Brish’diri completaron su performance en el segundo tiempo.
Hill no tenía valor para asistir al siguiente partido de los Brish’diri. Pero casi todos en la ciudad se hicieron presentes para comprobar si el Kosg-Anhjem podía repetir su actuación.
Y así lo hicieron. De hecho, lo hicieron aún mejor. Vencieron a Anderson’s Drugs por el abultado score de 61-9.
Después que los Brish’diri ganaron su tercera contienda por 43-17, las multitudes del principio comenzaron a disminuir. Sólo las tres cuartas partes del Estadio Municipal de Starport estaban llenas cuando el Kosg-Anjhem arrolló a los Stardusters por 38-0, y ya una cantidad exigua de gente estaba presente en la tarde lluviosa del jueves para ver a los extranjeros castigar a la Asociación Unida de Veteranos (UVA) por 51-6. Después de esto nadie volvió al Estadio para verles jugar.
Para Hill, la victoria Brish’diri sobre el equipo patrocinado por la UVA fue la gota que colmó el vaso. El periódico local armó un escándalo al respecto, insistiendo una y otra vez acerca de la «irónica injusticia» de ver derrotada a la UVA por los Brish’diri en un estadio dedicado a los veteranos muertos en la guerra Brish’diri. Y Hill, por supuesto, era el villano principal de la obra.
Las llamadas telefónicas se habían finalmente acabado. Pero el correo había estado llegando a su despacho puntualmente, y en su mayor parte no era nada reconfortante. El acosado Director recibió unas cuantas cartas de aliento, pero la gran mayoría especulaban crudamente sobre su ascendencia o amenazaban su vida y propiedades.
Otros dos concejales de la ciudad se habían definido públicamente por la renuncia de Hill luego de la victoria Brish’diri sobre la UVA. Otros muchos en el Concejo estaban dudosos, mientras que quienes lo apoyaban, respaldándolo fuertemente en privado, tenían miedo de decir alguna cosa que estuviera fuera de lugar. Sencillamente: las elecciones municipales estaban demasiado cerca, y nadie quería arriesgar su pellejo político.
Y por supuesto, el asistente del director de recreación, primero en la línea para suplantar a Hill, no perdió tiempo en decir que por su parte nunca hubiera hecho una cosa tan falta de patriotismo.
Con un desastre apilándose sobre otro desastre, era simplemente natural que Hill reaccionara con algo menos que entusiasmo cuando entró en su oficina unos cuantos días más tarde luego de la quinta victoria Kosg-Anjhem, y encontró a Tomkins sentado en su escritorio, esperándolo.
—¿Y qué demonios quiere usted ahora? —rugió Hill al hombre de Relaciones E.T.
Tomkins tenía cierto aspecto avergonzado, y se levantó de la silla del director. Había estado atendiendo a los últimos resultados de fútbol en la consola del escritorio mientras esperaba que Hill llegara.
—Tengo que hablarle —dijo Tomkins—. Tenemos un problema.
—Nosotros tenemos una pila de problemas —respondió Hill. Dio una zancada furiosa hasta su asiento, se sentó, apagó la consola, y extrajo un fajo de papeles que estaban dentro de un cajón.
—Éste es el último de ellos —continuó, zarandeando los papeles frente a Tomkins—. Uno de los muchachos se rompió la pierna. Es de los Starduster. Sucede siempre. El fútbol es un juego muy duro. No se puede hacer nada para evitarlo. En un caso normal el departamento habría enviado una carta de disculpas a sus padres, nuestro seguro pagaría los gastos, y todo sería olvidado.
—Pero no en este caso. Oh, no. Este daño fue inflingido en el partido contra los Brish’diri. Y por ello sus padres nos acusan de negligencia y han cursado una demanda.
Por lo mismo, nuestro seguro se niega a pagar. Afirman que la póliza no cubre daños por monstruos inhumanos y superfuertes. ¡Bah! ¿Qué tal como problema, Mr. Tomkins?
Tomkins frunció el ceño.
—Bastante desafortunado. Pero mi problema es un tanto más serio que éste que acaba usted de plantear. —Hill quiso interrumpir, pero el hombre de Relaciones E.T. no le dejó—. No, por favor, escúcheme. Esto es muy importante.
Miró en derredor buscándose un asiento, cogió la silla más cercana y la acercó al escritorio.
—Nuestros planes han fallado estrepitosamente, —comenzó diciendo—. Ha habido un serio fallo en los cálculos, enteramente por nuestra culpa, me temo. Relaciones E.T. no supo tener en cuenta todas las implicaciones del equipo de fútbol Brish’diri.
Hill le clavó una mirada de hierro.
—¿Qué sucede ahora de malo?
—Bueno —dijo Tomkins con dificultad—, sabíamos que la negativa a admitir al Kosg-Anjhem a la Liga hubiera sido un signo de debilidad y miedo para la facción militarista Brish’diri. Suponíamos que el problema quedaría resuelto una vez que fueran admitidos.
—No fue así. Interpretamos mal al afirmar que no tenía importancia para los Brish’diri quién ganara o perdiese. Para nosotros se trataba tan sólo de un juego. No importaba quién fuera el vencedor. Después de todo, se trataba de que los Brish’diri y Terráqueos se conocieran mutuamente, compitiendo sin hacerse daño en términos de igualdad.
Sentíamos que todo tenía que resultar para bien.
—¿Y entonces? —interrumpió Hill—. Vaya al grano.
Tomkins sacudió la cabeza tristemente.
—El caso es que no sabíamos que los Brish’diri pudieran ganar con tanta facilidad. Y tan regularmente. —Hizo una pausa—. Recibimos… uh… recibimos una transmisión ayer por la noche de uno de nuestros hombres en Brishun. Parecería ser que la facción militarista está utilizando los resultados de fútbol tan favorables como propaganda para probar la inferioridad de la raza humana. Parecen estar obteniendo grandes beneficios de ello.
Hill puso mala cara.
—Así que todo fue por nada. O sea que me he sometido a todo este abuso y he puesto en peligro mi carrera por absolutamente nada. ¡Fabuloso! Era todo lo que necesitaba, le diré.
—Todavía estamos a tiempo de salvar algo —dijo Tomkins—. Por ello es que he venido a verlo. Si pudiera usted hacer los arreglos para una derrota Brish’diri, crearía serios baches en aquel cuento exagerado de la superioridad, y mostraría a los militaristas como unos tontos. Los desacreditaría por bastante tiempo.
—Y ¿cómo haré yo para arreglar que pierdan, como usted plantea de manera tan hermosa? ¿Qué piensa usted que dirijo yo desde esta oficina, lucha profesional?
Tomkins contestó con poca convicción.
—Esperaba que usted tuviera algunas ideas —dijo.
Hill se inclinó hacia delante, y conectó el intercomunicador.
—¿Está Jack allí fuera? —preguntó—. Bien. Mándelo a mi despacho.
El desgarbado oficial apareció en menos de un minuto.
—Estás en la cumbre de este follón de Liga metropolitana de fútbol —le dijo Hill—. ¿Qué chances hay de que el Kosg-Anjhem sea derrotado?
De Angelis miró asombrado.
—Nada buenas, de antemano —contestó—. Tienen un condenado buen equipo.
Buscó en su bolsillo trasero y extrajo una libreta.
—Déjame analizar su calendario —continuó, señalando con el pulgar las hojas. Se detuvo cuando encontró lo que buscaba.
—Bueno, la Liga tiene un calendario circular, como usted sabe. Todo equipo juega contra los otros una sola vez, y el que acumule mejor puntuación es el campeón. En estos momentos los Brish’diri llevan un 5-0 a su favor, y ya han derrotado a varios de los mejores equipos. Quedan diez equipos en la Liga, por lo que les quedan cuatro partidos a jugar. Dos de ellos con los equipos más débiles de la Liga, y el tercer contrincante es sólo mediocre.
—¿Y el cuarto? —dijo Hill esperanzado.
—Ésta su única chance. Un equipo presentado por un bar de la ciudad, el Blastoff Inn.
Buen equipo. Rápido, potente. Lleno de talento. Tienen también una puntuación favorable de 5-0, y ocasionaron problemas a los Brish’diri. —De Angelis frunció el ceño—. Pero para ser francos, he visto jugar a ambos equipos, y apostaría a favor del Brish’diri. Su juego de terreno es demasiado bueno. —Cerró la libreta y la guardó nuevamente en el bolsillo.
—¿Podría un resultado no abultado ser suficiente? —dijo Hill, volviéndose hacia Tomkins.
El hombre de Relaciones E.T. sacudió la cabeza.
—No. Tienen que ser derrotados. Si los nuestros perdieran, todo el plan no serviría de nada. No prueba nada en especial más que las dos razas pueden competir en prácticamente igualdad de posibilidades. Pero si los Brish’diri ganaran, parecería que son invencibles. Y nuestra posición a los ojos de los Brish’diri caería en picado.
—Entonces, tendrán que perder —dijo Hill. Su mirada volvió a dirigirse a De Angelis—. Jack, tú y yo tendremos que hacer un esfuerzo y pensar cómo puede ser derrotado el Kosg-Anjhem. Y luego telefonearemos al entrenador de los Blastoff Inn y le daremos unos cuantos consejos. ¿Tienes alguna idea?
De Angelis movió la cabeza pensativamente.
—Bueno… —comenzó diciendo—. Podríamos…
Durante las dos semanas siguientes, De Angelis se encontró con el entrenador del Blastoff Inn regularmente para discutir planes y estrategias, y supervisó unas cuantas sesiones de entrenamiento. Hill, entretanto, peleaba desesperadamente para mantener su empleo, y apuntando ideas de cómo derrotar a los Brish’diri a cada momento.
Sin ser tocados por el furor, el Kosg-Anjhem ganó su sexto partido fácilmente, 40-7, y siguieron su marcha de victorias devastadoras. Los márgenes fueron 73-0 y 62-7. Ello los colocó con la puntuación récord de 8-0 faltando tan sólo un partido.
Pero el equipo Blastoff Inn ganaba también con regularidad, aunque nunca de manera tan contundente. Jugaría su último partido de la temporada siendo aún invicto.
El periodista local anunciaba el espectáculo con una página deportiva de grandes titulares un día antes del partido. Comenzaba diciendo: «Mucho será lo que se juega la raza humana mañana en el Estadio Municipal, cuando el Blastoff Inn se enfrente a las Águilas Calvas Brish’diri por el título de la Liga Metropolitana de Fútbol del Departamento de Recreación». El periodista que escribió el artículo nunca soñó que estuviera tan cercano a la realidad.
Las multitudes retornaron al Estadio para la final de Liga, aunque no llegaran a abarrotarlo. El periódico local también se hallaba presente. Pero las cadenas de 3V y la radio hacía tiempo que se habían retirado. La novedad de la historia se había anticuado rápidamente.
Hill llegó tarde, justo antes de que comenzara el partido, y se juntó con Tomkins en la línea de las 50 yardas. El agente del E.T. parecía estar de alguna manera más animado.
—Nuestros muchachos se mostraron bastante bien preparados durante el precalentamiento —le contó al director—. Pienso que tenemos una chance.
Su entusiasmo no era de todas formas asimilado por Hill.
—Blastoff Inn puede que tenga una chance, pero yo seguramente no —dijo Hill tristemente—. El Concejo de la ciudad se reúne esta noche para considerar una moción que pide mi renuncia. Tengo la fuerte sospecha de que esto será lo que ocurra, sin importar quién gane esta tarde.
—Hmmmmmmm —masculló Tomkins, sin encontrar nada mejor que acotar—. Ignore a esos viejos idiotas. Mire, el juego está comenzando.
Hill murmuró algo entre dientes, y volvió su atención al campo de juego. Los Brish’diri habían perdido el sorteo una vez más, y el puntapié inicial fue a parar otra vez fuera del Estadio. Estaban en saque para el Blastoff Inn en sus propias veinte yardas.
Y en aquel momento la escena cambió súbitamente. Los humanos se alinearon para la primera jugada pero con una diferencia. En lugar de colocarse inmediatamente detrás del centro, el Blastoff quarterback se encontraba algunas yardas más en profundidad, en una formación que asemejaba una escopeta.
La idea, según Hill dijera, era el aprovechar al máximo la velocidad humana, y montar una poderosa línea de ataque. Correr contra los Brish’diri era más que imposible; así lo habían considerado cuidadosamente De Angelis y él mismo. Ello significaba un ataque aéreo, y la única manera de conseguirlo era dándole al quarterback de Blastoff tiempo suficiente para poder pasar. De ahí la formación tipo escopeta. El pase al centro llegó a destino y los recibidores de Blastoff corrieron rápidamente hacia delante, traspasando con facilidad la potente defensa Brish’diri. Como de costumbre, el Kosg-Anjhem irrumpió en masa sobre la línea humana, pero habían cubierto sólo la mitad de la distancia hacia el quarterback dándole tiempo a ensayar el pase.
Fue un bombazo largo, un gambito psicológico para sacudir a los Brish’diri consiguiendo apuntar un gol en la primera jugada del partido. Desafortunadamente, el pase fue demasiado largo.
Hill perjuró.
Estaban ahora en el área defensiva. Otra vez los humanos se alinearon ofensivamente en forma de escopeta, y nuevamente el quarterback sacó el pase a tiempo. Fue un tiro corto y rápido en dirección a la línea lateral, suficiente para ganar nueve yardas. La multitud arrancó una ovación.
Hill no estaba seguro de lo que los Brish’diri esperarían en el saque. Pero fuera lo que fuera, no lo consiguieron. Con los alienígenas aún desconcertados, el Blastoff fue a por el balón otra vez.
Esta vez la carrera fue completa. Inmediatamente de la apertura, el veloz recibidor humano recogió la pelota limpiamente y recorrió el terreno que le faltaba hasta la línea de gol. Los Brish’diri no pudieron tocarlo siquiera una vez.
La multitud estaba sentada en un silencio contenido mientras el pase era recogido por el humano. Luego, cuando quedó suficientemente claro de que no había manera de que los Brish’diri evitasen el gol, la ovación comenzó, y fue creciendo hasta convertirse en un fabuloso rugido. El Estadio entero se puso de pie gritando salvajemente.
Por vez primera desde el comienzo de la temporada, el Kosg-Anjhem iba perdiendo. Un espléndido disparo por encima de los palos puso el resultado 7-0 a favor del Blastoff Inn.
Tomkins seguía de pie, gritando con fuerza. Hill, que había permanecido sentado, lo miró obstinadamente.
—Siéntese —le dijo—. El partido aún no ha terminado.
Los Brish’diri en seguida subrayaron la afirmación. Apenas cogieron el balón, comenzaron su feroz ataque campo arriba irrumpiendo en la línea humana una y otra vez.
Los humanos ensayaron doce tipos distintos de formaciones defensivas. Ninguna de ellas parecía surtir efecto. La aplanadora Brish’diri avanzaba inexorablemente.
El touchdown fue el anticlímax. Afortunadamente, de todas formas, el ensayo para el punto extra falló. Tuhgayh-dei perdió gran cantidad de balones, pero aún no había desarrollado una forma correcta de chutar colocando sus tiros entre los palos.
Los atacantes del Blastoff volvieron a tomar la iniciativa. Se los veía determinados. La primera jugada luego de la melée fue un pase corto hacia el centro, avanzando quince yardas. Seguidamente, un pase doble. Y se completaron otras doce yardas.
En la jugada siguiente, el fullback del Blastoff intentó llegar al medio del campo. Lo sancionaron con una pérdida de cinco yardas.
—Si detienen nuestros pases, estamos muertos —dijo Hill a Tomkins sin quitar los ojos del campo de juego.
Afortunadamente, el quarterback del Blastoff se hizo a la idea de establecer un juego de carreras. Un propicio retorno al juego aéreo dio a los humanos nuevas posibilidades.
Tres jugadas más tarde, anotaron un nuevo tanto. Una vez más la multitud rugió.
Perdiendo ahora por 14-6, los Brish’diri comenzaron nuevamente a pujar hacia delante.
Pero los humanos, estimulados por la diferencia de goles a favor, jugaban ahora mejor y con mayor rudeza. Prestando muchísima atención a los atacantes Brish’diri, los defensores comenzaron a placar fácilmente a los corredores alienígenas.
El Kosg-Anjhem jugaba lentamente, y se detenía. Fueron forzados a dejar la pelota cerca de las 50 yardas.
Tomkins comenzó a palmear a Hill en la espalda.
—Usted lo hizo posible —le dijo—. Los estamos parando también en ataque. Vamos a ganar.
—Tranquilícese —le contestó Hill—. Ha sido una casualidad. Algunos de nuestros hombres se encontraban justamente en el sitio adecuado en el momento preciso. Ya ha pasado otras veces. Nadie ha dicho nunca que los Brish’diri anotaran tantos cada vez que cogieran el balón. Aunque así suceda la mayoría de las veces.
Mientras tanto, en el campo de juego, el ataque del Blastoff seguía en pleno desarrollo.
Unos cuantos lanzamientos precisos colocaron a los humanos en las treinta yardas del Kosg-Anjhem.
Fue entonces cuando los extranjeros cambiaron sus posiciones. Cogieron varios hombres del ataque y los colocaron en la defensa. Comenzaron con marcaje doble a los recibidores del Blastoff. Excepto que no era un mareaje doble normal. El segundo defensa estaba jugando bastante más lejos de la línea de la melée. En el momento en que un humano lograra deshacerse del primer Brish’diri, el segundo estaría ya encima suyo.
—Me temía algo por el estilo —dijo Hill—. No somos los únicos con capacidad de reaccionar frente a las circunstancias.
El quarterback del Blastoff ignoró los cambios defensivos de los alienígenas y mantuvo su plan de juego aéreo. Pero su primer pase desde las treinta fue rechazado por un defensor Brish’diri que estaba precisamente al final de la jugada.
Lo mismo ocurrió en el intento siguiente. Esto puso al Blastoff a la defensiva. Los humanos solicitaron un minuto. Hubo una apresurada conferencia en el lateral.
Cuando se reanudó la acción, la línea de ataque del Blastoff había abandonado su formación de escopeta. Sin el impresionante ataque por sorpresa de los Brish’diri como preocupación principal, el quarterback se hallaba relativamente seguro en su posición usual.
Hubo una rápida jugada, y el quarterback se deshizo del balón igualmente de rápido, un instante antes que el Brish’diri que cargaba lo tumbara al suelo. El halfback que recogió el balón corrió hacia la izquierda. Los defensas Brish’diri se encaminaron hacia él en masa con la intención de cerrar el camino a la línea lateral. Pero justo en el momento de llegar a la línea lateral, todavía detrás de la línea de melée, el halfback del Blastoff devolvió el balón a un compañero de equipo que corría por el lado derecho.
Una sonrisa amplia se esparció por la cara de Hill. ¡Un cambio de frente!
Los Brish’diri eran dolorosamente lentos para cambiar de dirección. El humano se dirigió derecho hacia la zona final con ridícula facilidad y corrió hacia adelante, rodeado de bloqueadores. Los Brish’diri que aún estaban en la jugada se cerraron. Uno o dos fueron cogidos por los bloqueadores humanos. El resto encontraron imposible poner sus manos sobre el pequeño y veloz corredor humano. De esta manera, pudo atravesar las líneas alienígenas y penetrar en la zona final.
Una vez más el estadio todo se puso de pie. Esta vez, también Hill se levantó de su asiento.
Tomkins estaba eufórico otra vez.
—¡Ah! —dijo—. Creo que era usted quien afirmaba que sería imposible que un corredor nuestro atravesara sus líneas.
—Normalmente es imposible —replicó el director—. No hay manera de correr a través de ellos, por ello las escapadas en el centro están descartadas. Las escapadas en el sector final son mejores, pero si se encuentran en la posición normal, también entonces las perspectivas son malas. No hay manera de que un corredor humano atraviese la muralla de Brish’diri en situación de cargar.
—De todas formas, cuando se dispersan tal cual acaban de hacerlo, nos proporcionan un campo descubierto para poder aprovecharlo. No podemos atacar a través de ellos, no, pero seguramente podemos ir entre ellos cuando están dispersos por todo el campo. Y el Blastoff Inn cuenta con varios excelentes corredores de campo abierto.
La multitud lo interrumpió con un rugido que anunciaba la conversión del punto extra. El encuentro se ponía 21-6.
De todas maneras el partido estaba aún muy lejos del final. La defensa humana no estuvo tan acertada en la siguiente serie de ataques. En lugar de depender exclusivamente del juego de escapadas, Marhdaln-nei mantuvo a sus oponentes ocupados con algunos de sus pases evidentemente cortos, pero potentes.
Para llevar adelante un ataque más efectivo, la defensa del Blastoff se desparramó en amplios intervalos. La línea de ataque por lo tanto se abrió, y algunos humanos se las arreglaron para engañar a los lentos bloqueadores Brish’diri, atravesar sus líneas y llegar al quarterback. Marhdaln incluso llegó a ser derribado en una oportunidad.
Pero el éxito del Blastoff tuvo corta vida. Marhdaln encontró la solución rápidamente. La defensa humana desparramada a todo lo ancho, de gran efectividad contra los pases, era un fracaso absoluto contra las escapadas. Los humanos estaban demasiado alejados para intentar el placaje. Y no había forma alguna, salvo un asalto en masa, de detener a un Brish’dir en plena carrera.
A partir de entonces no hubo forma de parar al Kosg-Anjhem, debido a que Marhdaln alternaba entre el pase o la escapada, de acuerdo con la formación que adoptara la línea defensiva humana. Los alienígenas avanzaron rápidamente hacia su segundo tanto.
Esta vez incluso consiguieron el tanto extra de conversión. Los tantos anotados por los Brish’diri aplacaron la euforia de la multitud, pero el Blastoff Inn no parecía descorazonado cuando tomaron el campo otra vez. Con los alienígenas nuevamente en su formación defensiva tan original, el quarterback humano optó por la formación tipo escopeta otra vez.
Su primer pase fue demasiado largo, pero los tres siguientes fueron efectivos y llevaron al Blastoff sobre las catorce yardas del Kosg-Anjhem. Una jugada con escapada, insertada para romper con la monotonía, terminó a las seis yardas en el suelo. Luego hubo otro pase incompleto. El envío fue perfecto, pero el recibidor perdió la pelota.
Esto puso el juego en terreno del Blastoff, y un estremecimiento de aprehensión caló entre la multitud. Casi todo el mundo en el estadio se daba cuenta que los humanos debían seguir anotando tantos para sostener sus aspiraciones de triunfo.
El tiro desde el centro fue limpio y rápido. El quarterback del Blastoff recogió el balón, dio unos cuantos pasos sin apuro hacia atrás para mantener una distancia prudencial de los corredores Brish’diri, y trató de pasar la pelota a algún recibidor. Echó un vistazo cuidadoso por todo el campo. Luego retrocedió otro poco y sacó un buen bombazo.
Parecía un nuevo avance. Los humanos tenían a sus defensores alienígenas batidos por unas buenas cinco yardas y seguían ganando terreno. El pase fue hermoso.
Pero entonces, cuando el balón comenzó su espiral de caída, el defensa Brish’diri frenó de repente en mitad de su carrera. Renunciando a su persecución sin esperanzas, giró la cabeza en círculo para ver dónde estaba el balón, lo vio, se puso tenso… y saltó.
Los músculos de las piernas Brish’diri, desarrollados por la pesada gravedad de Brishun, eran mucho más potentes que los de sus adversarios humanos. A pesar de sus cuerpos pesados, los Brish’diri podían fácilmente superar a los humanos en cualquier salto. Pero solamente se habían aprovechado de este hecho para cazar en el aire los pases de Marhdaln.
Pero ahora, mientras Hill parpadeaba sin poderlo creer, el defensa del Kosg-Anjhem saltó por lo menos cinco pies en el aire para recoger el balón mientras descendía y tirarlo fuera de un manotazo.
El estadio gimió.
Forzados por la situación, el Blastoff Inn súbitamente pareció debilitarse. El jugador humano alejó el balón cuando intentó recogerlo. El Brish’dir que recogió el balón perdido recorrió veinte yardas antes que pudieran voltearlo.
La defensa humana puso esta vez tan sólo una simbólica resistencia, mientras Marhdaln conducía a su equipo hacía delante con una serie de pases cortos y escapadas devastadoras.
Le llevó a los Brish’diri exactamente seis jugadas para estrechar la diferencia a 21-19.
Por suerte, Tuhgayh desperdició otro punto extra.
Se produjo una larga ovación cuando el Blastoff Inn tomó otra vez el campo con su delantera. Pero desde la primera jugada del puntapié de salida, era evidente que algo extraño les pasaba.
El quarterback de los humanos, que hasta entonces estaba jugando brillantemente, súbitamente se volvió errático. Para hacer mayores sus problemas, los Brish’diri de repente saltaban por todo el campo.
El pase estilo canguro de los alienígenas tenía ciertas limitaciones. Exigía una precisa coordinación y excelentes reflejos de parte de los saltadores, condiciones que no eran propias en los Brish’diri. Pero era una táctica desconcertante que el quarterback del Blastoff no podía nunca evitar. No sabía cómo hacerlo.
Los humanos jugaban en sus propias catorce yardas, y fueron forzados a jugar la pelota. El Kosg-Anjhem se movió prontamente con el balón en dirección contraria y se anotaron un nuevo tanto. Por primera vez en el partido, estaban ganando.
La siguiente jugada del Blastoff fue más exitosa, y así pudieron llegar hasta las veinte yardas de los Brish’diri antes de verse obligados a detenerse. Los humanos salvaron la situación con un buen gol.
El Kosg-Anjhem aumentó su tanteo, unos segundos antes que finalizara el primer tiempo.
El resultado estaba en 31-24 a favor de los Brish’diri.
Y no era ningún secreto acerca de la manera cómo se desenvolverían los acontecimientos.
Esta idea había crecido silenciosamente en las gradas.
Tomkins, mostrando una expresión preocupada, se volvió de golpe hacia Hill.
—Bueno, puede que podamos dar vuelta al resultado en la segunda parte. Solamente nos aventajan por siete puntos. No está tan mal.
—Puede ser —dijo Hill dudando—. Pero no lo creo así. Tuvieron ya su oportunidad.
Odio decirlo, pero pienso que nos van a borrar del estadio en el segundo tiempo.
Tomkins frunció el ceño.
—Espero que no suceda de esa forma. Odio imaginarme lo que la facción militarista Brish’diri podría hacer con un resultado que les fuera favorable. Porque, ellos… —Se detuvo, dándose cuenta de repente que Hill no le prestaba la más mínima atención. Los ojos del director estaban otra vez fijos en el campo de juego.
—Mire —dijo Hill señalando—. Por el portón de entrada. ¿Está usted viendo lo mismo que yo?
—Parece un automóvil de la misión comercial —dijo el agente del E.T. tratando de entender qué pasaba.
—¿Y quién está saliendo de él?
Tomkins dudaba.
—Remjhard-nei —dijo finalmente.
El Brish’diri descendió torpemente del vehículo, caminó una corta distancia a través del campo y se introdujo por una puerta que conducía a los vestuarios.
—¿Qué está haciendo aquí? —preguntó Hill—. ¿No se suponía que debía mantenerse alejado de los partidos?
Tomkins sacudió su cabeza dificultosamente.
—Bueno. Eso es lo que le avisamos. En especial al principio de la Liga, cuando las hostilidades estaban en su peor momento. Pero no es un prisionero, como usted bien sabrá. No hay forma de obligarlo a mantenerse lejos de los partidos si desea estar presente.
Hill fruncía su ceño.
—¿Por qué les hizo caso durante toda la temporada y de repente hoy no lo hace?
Tomkins se encogió de hombros.
—Puede que quiera ver a su hijo ganar un campeonato de Liga.
—Es posible. Pero no lo creo. Algo extraño está ocurriendo ahí dentro.
Entretanto, el segundo tiempo estaba a punto de comenzar. Hill se sentía aún más aprensivo. El Kosg-Anjhem había salido al campo unos minutos antes, pero Remjhard no había reaparecido. Se encontraba aún en el vestuario alienígena.
Además, había algo sutilmente diferente en los Brish’diri por la manera que se colocaron para recibir el puntapié de salida. Nada drástico. Nada evidente. Pero de alguna manera la atmósfera había cambiado. Los alienígenas se mostraban más cuidadosos, más relajados. Casi como si hubieran dejado de considerar seriamente a sus oponentes.
Hill podía sentir la diferencia. Había visto a otros equipos en el mismo tipo de actitud anteriormente, en una docena de contiendas. Era la actitud propia de un equipo que ya sabía de antemano cómo iba a desarrollarse el encuentro. La actitud de un equipo que está totalmente seguro de su triunfo… o de su derrota.
El puntapié de salida fue pobre y débil. Un rechoncho Brish’dir la recogió cerca de las treinta y se encaminó hacia delante. Dos placadores del Blastoff le cerraron el camino en las treinta y cinco.
El alienígena rodó por tierra.
La multitud rugió. Por un segundo el balón quedó rodando sobre el césped. Una docena de manos buscó recogerlo, empujándolo para uno y otro lado. Finalmente, un fornido lineman del Blastoff se hizo con él.
Y de repente el partido cambió de signo.
—No puedo creerlo —dijo Hill—. Eso es lo que necesitábamos. La ruptura que necesitábamos. Después que aquel avance fuera interceptado, nuestro equipo se descorazonó. Pero ahora, después de esto, mírelos. Estamos otra vez en el juego.
La delantera del Blastoff corrió por el campo, rompió su confusión con un grito de entusiasmo, y se alineó. Estaban a la ofensiva en las veintiocho yardas de los Brish’diri.
El primer pase fue desviado por un Brish’diri. El segundo, sin embargo, fue bueno para un gol.
El tanteo estaba igualado.
El Kosg-Anjhem dio esta vez la patada de salida. Pusieron el balón cerca de las veinticinco.
Marhdaln abrió la serie de jugadas con un pase. Nadie, ni humano ni extranjero, se encontraba a diez yardas de donde cayó el balón. La jugada siguiente fue una escapada.
Pero el halfback del Kosg-Anjhem dudó torpemente antes de pasar la pelota con la mano.
Los humanos tuvieron tiempo para reaccionar, y cuatro de ellos se zambulleron encima del Brish’dir en la línea de melée. Marhdaln intentó nuevamente su pase por elevación.
Pero otra vez fue incompleto.
Los Brish’diri se vieron forzados a desprenderse del balón con una patada.
Arriba en las gradas, Tomkins se reía salvajemente. Comenzó a palmear a Hill en la espalda otra vez.
—¡Mire esto! Ni siquiera un derribo. Ya los tenemos. ¡Y usted decía que nos iban a echar del Estadio!
Una extraña media sonrisa danzó sobre la cara del director.
—Hummm —dijo—. Eso dije. —La sonrisa se escondió.
Fue una buena, sólida patada, pero el humano más en profundidad la recuperó soberbiamente y corrió de vuelta hasta las quince. Desde allí, sólo le tomó siete jugadas al quarterback de los humanos, que de repente se mostraban cálidos y confiados de nuevo, llevar la pelota hasta la zona final.
Los saltadores Brish’diri habían dejado evidentemente de perturbarlo. Simplemente arrojaba el balón escogiendo los sitios donde no estaban saltando.
Esta vez los humanos desperdiciaron la oportunidad del tanto extra. Pero a nadie le importó. El resultado estaba 37-31. Blastoff Inn volvía a ganar.
Y estaban luchando para mantener la victoria. Una vez que el Kosg-Anjhem tuvo otra vez el balón, Marhdaln tiró una interceptación. Era la primera interceptación que había provocado en toda la temporada. Naturalmente, ello significó una escapada para un gol.
Después de esto, los Brish’diri parecieron reanimarse un poco. Avanzaron las tres cuartas partes del terreno, pero luego se obstaculizaron en el instante en que se encontraron bajo la sombra de los palos. Cerca del gol el corredor Brish’dir más adelantado resbaló y cayó delante de la línea de melée.
Blastoff recogió el balón. Y anotaron un nuevo tanto.
De ahí en adelante, se fue repitiendo lo mismo. El resultado final fue 56-31. El equipo alienígena y no los humanos había sido borrado del Estadio.
Tomkins, desde luego, estaba en estado de éxtasis.
—Lo logramos. Sabía que podíamos hacerlo. Esto es perfecto, sencillamente perfecto.
—Los hemos humillado. La facción militar estará ahora totalmente desacreditada. No serán capaces de recuperarse del ridículo. —Sonrió y encajó una nueva palmada sonora en la espalda de Hill.
Hill hizo una mueca de dolor por el golpe, y echó un vistazo al hombre del E.T. atentamente.
—Hay algo extraño en todo esto. Si los Brish’dir hubieran jugado como en el segundo tiempo durante toda la temporada, no hubieran llegado nunca tan lejos. Algo ocurrió en aquel vestuario durante el descanso.
Nada podía quitarle a Tomkins su sonrisa, sin embargo.
—No, no —dijo—. Fue un milagro. Ello lo hizo posible. Se desmoralizaron y cayeron.
Se paralizaron, eso es todo. Pasa a menudo.
—No pasa con equipos tan buenos —replicó Hill. Pero Tomkins ya no estaba allí para oírle. El agente de E.T. se había vuelto abruptamente y se encaminaba a través de la multitud gritando algo acerca de que volvería en seguida.
Hill frunció el ceño y volvió su atención al campo de juego. El estadio se estaba vaciando rápidamente. El Director de Recreaciones se quedó allí por un segundo, mirando aún desconcertado. Luego, repentinamente saltó la valla baja que circundaba el campo, y cruzó el césped.
Caminó rápidamente a través del campo y entró en el vestuario visitante. Los Brish’diri estaban vistiéndose en silencio, y los que ya estaban listos enfilaban lentamente hacia el aerobús que los transportaría de regreso a la misión comercial.
Remjhard estaba sentado en un ángulo de la estancia.
El Brish’dir lo felicitó con un saludo apenas perceptible.
—Director Hill: ¿Le gustó el partido? Fue una pena que nuestros semihombres fracasaran en su última prueba. Pero de todas formas han hecho un buen papel, ¿no lo cree?
Hill ignoró la pregunta.
—No quiera dorarme la píldora con esto del fracaso, Remjhard. No soy tan estúpido como aparento. Es muy probable que nadie en el estadio se diera cuenta de lo que allí sucedía esta tarde, pero yo sí. Ustedes no perdieron este partido. Se entregaron.
Deliberadamente. Y quiero saber por qué.
Remjhard se quedó mirando fijamente a Hill durante un minuto largo. Luego, muy despacio, se levantó del banco en que estaba sentado. Su rostro estaba vacío y no mostraba expresión alguna, pero sus ojos centelleaban bajo la pálida luz.
Hill se dio cuenta de repente que se encontraban solos en el vestuario. Recordó entonces la impresionante fuerza del Brish’dir y dio unos cuantos pasos atrás alejándose del alienígena.
—Se dará cuenta —empezó diciendo con tono grave Remjhard—, que es un grave insulto acusar a un Brish’dir de conducta tan deshonrosa. —El emisario miró otra vez atentamente alrededor del vestuario para asegurarse que estaban solos. Luego dio un paso en dirección a Hill—. Pero, desde luego, no existe ninguna cuestión de deshonor aquí —continuó diciendo el alienígena—. El honor es algo muy importante para un semihombre. Y, para estar seguros, en los reglamentos que usted nos proporcionara, no había nada que requiriera a los participantes que… —hizo una pausa—, que jugaran lo mejor que supieran, ¿no es así?
Hill, intentando alejarse del vestuario, farfullo:
—Pero existen reglas que no están escritas, tradiciones. Lo que ustedes han hecho es antideportivo.
Remjhard seguía sonriendo.
—Para los Brish’diri nada tiene menos sentido que una regla no escrita. Es una contradicción de términos, como usted diría.
—Pero ¿por qué? —dijo Hill—. Eso es lo que no alcanzo a comprender. Todo el mundo insiste en que su cultura es viril, competitiva, orgullosa. ¿Por qué regalaron el partido? ¿Por qué tuvieron que mostrarse como pésimos jugadores? ¿Por qué?
Remjhard hizo un extraño ruido gutural. Si hubiera sido un humano Hill hubiera pensado que se estaba asfixiando. En cambio se dio cuenta que se estaba riendo.
—Los humanos me divierten —dijo el Brish’dir finalmente—. Ustedes le aplican unas cuantas frases a toda una cultura, y ya piensan que la entienden. Y, si algo desentona con el cuadro que se han hecho, reciben una fuerte conmoción. Lo lamento, Director Hill. Las culturas no son tan simples. Existen mecanismos sumamente complejos. Una palabra como ser orgullosos no describe en absoluto todo lo referente a los Brish’diri. Oh, somos orgullosos. De acuerdo. Y competitivos. De acuerdo. Pero somos también inteligentes. Y nuestros valores son lo suficientemente flexibles para poderse adaptar a toda situación particular.
Remjhard hizo una nueva pausa, y miró a Hill detenidamente. Luego se decidió a continuar.
—Este fútbol de ustedes es un buen juego, Director Hill. Se lo dije ya en otra ocasión.
Insisto. Es muy agradable, un buen ejercicio para la mente y el cuerpo. Pero se trata solamente de un juego. El competir en juegos es importante, desde luego. Pero existen numerosas competiciones. Más importantes. Y soy lo suficientemente inteligente para saber cuál ha de ser para nosotros prioritaria. Recibí una notificación esta tarde desde Brishun comunicándome acerca del empleo que le estaba dando a las victorias del Kosg-Anjhem. Su amigo de Relaciones Extraterrestres debe de haberle contado ya que soy un miembro importante del Partido Brish’diri por la Paz. No estaría aquí en la Tierra si no fuera por ello. Ninguno de nuestros oponentes desea trabajar con los humanos, a quienes consideran animales. Evidentemente, me vine rápidamente al Estadio e informé a nuestros semihombres de la situación, instándolos a perder. Y ellos, desde luego, cumplieron. Ellos también se percataron que ciertas competiciones son más importantes que otras. Al haber perdido, hemos ganado. Nuestros oponentes en Brishun no sobrevivirán a esta humillación. En las próximas elecciones generales muchos se volverán contra ellos. Y yo, y otros en la misión, sacaremos provecho de ello. Y el pueblo Brish’diri se beneficiará. Sí, Director Hill —concluyó Remjhard, siempre sonriendo—. Somos una raza competitiva. Pero la competencia por el control del mundo tiene su precedente en un partido de fútbol.
Hill también sonreía ahora. Luego comenzó a reírse.
—Desde luego —dijo—. Y cuando pienso en las mil maneras en que recargamos nuestras cabezas pensando en las estrategias para vencerles. Cuando todo lo que teníamos que hacer era ponerle al tanto de los que estaba sucediendo. —Se rió nuevamente.
Remjhard estaba a punto de agregar algo, cuando de repente la puerta del vestuario se abrió y entró Tomkins. El agente del E.T. seguía excitado.
—Pensé que le encontraría aquí, Hill —comenzó diciendo—. Aún tratando de investigar su teoría de la conspiración, ¿eh?
—No realmente —replicó Hill—. Era una teoría sin sentido.
—Desde luego, —dijo Tomkins—. Me alegro mucho de escucharle decir esto. De todas formas, tengo buenas noticias para usted.
—¿Oh? ¿De qué se trata? ¿El mundo se ha salvado? Bien. Pero yo estoy sin empleo a partir de esta noche.
—No del todo —contestó Tomkins—. A esto precisamente se refería mi llamada.
Tenemos un trabajo, para usted. Queremos que se incorpore a las Relaciones E.T.
Hill lo miró incrédulo.
—Oh, vamos —dijo—. ¿Yo? ¿Un agente del E.T.? No entiendo nada al respecto. Soy un insignificante burócrata local y oficial de deportes. ¿Cómo se supone que voy a cuadrar dentro de Relaciones E.T.?
—Como director de deportes —replicó Tomkins—. Desde que comenzó toda esta cuestión con los Brish’diri, hemos estado recibiendo docenas de solicitudes de otras misiones alienígenas y estaciones diplomáticas en la Tierra. Todos quieren participar.
Entonces, para promover buen entendimiento y todo aquello, vamos a desarrollar todo un programa. Y queremos que usted lo dirija. Ganará el doble de su salario actual, por supuesto.
Hill pensó acerca de las dificultades de dirigir un programa de deportes para una docena de tipos diferentes de extraterrestres. Luego pensó acerca del dinero que ganaría haciéndolo.
Luego pensó en el Concejo Municipal de Starport.
—Suena como una buena idea —dijo—. Pero, dígame. Aquella red de gravedad que iban ustedes a entregar a Starport… ¿también es negociable?
—Desde luego —dijo Tomkins.
—Entonces, acepto. —Echó una mirada sobre Remjhard—. A pesar que pueda llegar a arrepentirme cuando vea lo que los Brish’diri pueden hacer en una pista de baloncesto.