18 de junio

Mi relevo ha partido hoy desde la Tierra.

Por supuesto, pasarán al menos tres meses antes de que llegue. Pero ya está en camino.

Hoy ha despegado desde El Cabo, como lo hice yo cuatro años atrás. Una vez en la Estación Komarov, se dirigirá hacia una nave lunar, luego girará en órbita alrededor de Luna, en la Estación del Espacio Profundo. Allí comenzará realmente su viaje. Hasta entonces sólo habrá estado rondando terreno familiar.

Hasta que La Charon no abandone la Estación del Espacio Profundo y se sumerja en la noche, no lo sentirá, no lo sentirá realmente, como no lo sentí yo hace cuatro años. No le afectará el golpe hasta que la Tierra y la Luna se desvanezcan a sus espaldas. Por supuesto, sabe desde el principio que ya no puede echarse atrás. No obstante, hay una diferencia entre saberlo y sentirlo. Ahora, lo sentirá.

Se producirá una parada orbital intermedia alrededor de Marte para enviar suministros a la ciudad de Burroughs. Y otras escalas en el cinturón. Pero, La Charon comenzará entonces a ganar velocidad. Viajará velozmente cuando llegue a Júpiter. Y mucho más después de rodearlo utilizando la gravedad del enorme planeta como un disparador que aumentará su aceleración.

A partir de este momento, La Charon no volverá a detenerse. No, hasta llegar adonde estoy, aquí, en el Anillo de la Estrella Cerbero, seis millones de millas más allá de Plutón.

Mi relevo dispondrá de un largo tiempo para meditar. Como me ocurrió a mí.

Aún hoy sigo meditando, cuatro años después. Lo que sucede es que no hay otra cosa que hacer aquí. Las naves anulares llegan con rareza y, a la larga, uno se aburre de las películas, de los tapes, de los libros. Entonces, uno medita. Se piensa en el pasado y se sueña con el futuro. Se lucha para que la soledad y el aburrimiento no le vuelvan loco a uno.

Han sido cuatro largos años. Sin embargo, están a punto de terminar. Será maravilloso regresar. Quiero caminar otra vez sobre el césped y ver las nubes, y comer un helado de nata.

No obstante, a pesar de todo, no lamento haber venido. Creo que estos cuatro años que he pasado a solas con la oscuridad me hicieron bien. No creo haber perdido demasiado. Ahora, mis tiempos en la Tierra me parecen remotos, pero si intento puedo recordarlos. No todos los recuerdos son agradables. A decir verdad estaba bastante fastidiado entonces.

Necesitaba tiempo para pensar, y eso es algo fácil lograrlo aquí. El hombre que embarcará en La Charon no será el mismo que llegó hace cuatro años. Cuando vuelva a la Tierra, me forjaré una nueva vida. Sé que lo haré.

20 de junio

Hoy ha llegado una nave.

Por supuesto, no sabía que vendría. Nunca lo sé. Las naves anulares son irregulares, y el tipo de energía que se emplea en este lugar convierte las señales de radio en un ruido caótico. En el momento en que la nave, por fin, atravesó la atmósfera, los radares de la estación la detectaron y me dieron aviso.

Seguramente se trataba de una nave anular. Mucho más grande que aquellas equipadas con el viejo sistema de paletas herrumbrosas como La Charon y mejor preparada para soportar las tensiones del vórtice del no-espacio. Venía en línea recta, sin intenciones aparentes de frenar.

Mientras bajaba hacia el cuarto de control para atarme, un pensamiento irrumpió en mi mente. Ésta debía ser la última. O tal vez no, por supuesto. Todavía faltan tres meses, y se trata de un período de tiempo lo suficientemente largo como para que vengan una docena de naves. Pero nunca se sabe. Las naves anulares son irregulares, como ya dije.

En cierto modo, el pensamiento me inquietó. Las naves han constituido parte importante de mi vida durante cuatro años. Y la de hoy podría ser la última. Si así fuere quiero que descienda. Creo que me asisten buenas razones para desearlo. Cuando viene una nave todo parece andar mejor.

El cuarto de control está en el centro de mi puesto de mandos. Es el centro de todo, es donde confluyen los nervios, los tendones y los músculos de la estación. No obstante, no tiene un aspecto demasiado espectacular. El cuarto es pequeño, y una vez se cierra la puerta sólo quedan el piso, el techo y las paredes pintadas de un color blanco sin matices.

Sólo hay un artilugio en el cuarto: una consola en forma de herradura que rodea una única silla acolchada.

Me senté hoy en aquella silla tal vez por última vez. Me até, me coloqué los auriculares y bajé el casco. Llevé una mano hacia los controles, los toqué y los encendí.

Y el cuarto de control se desvaneció.

Por supuesto, esto a causa de los hológrafos. Lo sé. Sin embargo, saberlo significa bien poco cuando me acomodo en aquella silla. Entonces, en lo que a mí respecta, ya no estoy más dentro del cuarto. Salgo de él, estoy en el vacío. La consola de control y la silla siguen en el mismo lugar. Pero, el resto desaparece. En cambio, la dolorosa oscuridad está en todas partes: encima, debajo y a mí alrededor.

El lejano sol es sólo una estrella más entre tantas, y todas las estrellas quedan tremendamente lejos.

Así sucede. Así ocurrió hoy. Cuando pulsé los controles me quedé solo en el Universo con las frías estrellas y el anillo. El Anillo de la Estrella Cerbero.

Lo veía desde arriba como si me encontrara en su exterior. Se trata, en realidad, de una estructura muy vasta. No obstante, desde afuera no lo parece. La inmensidad del conjunto la devora. Un delgado hilo de plata perdido en la inmensidad.

Sin embargo, conozco la verdad. El anillo es enorme. Los cuarteles donde habito ocupan un solo grado del círculo que forma, un círculo cuyo diámetro supera los ciento cincuenta kilómetros. El resto son circuitos, radares y depósitos de energía. Y la maquinaria, la maquinaria del no-espacio.

El anillo quedó en silencio; su porción más lejana se perdía en la nada. Presioné un botón de la consola. Más abajo, la máquina del no-espacio se despertó.

En el centro del anillo apareció una nueva estrella.

Al principio parecía un punto de luz en medio de la oscuridad. De color verde, de un verde brillante. Así ocurrió hoy, pero no siempre. El espacio vacío es variopinto.

De haberlo deseado habría podido ver entonces la parte más alejada del anillo. Brillaba con luminosidad propia. Vivas y despiertas, las máquinas del no-espacio vertían inimaginables cantidades de energía para cavar un agujero en el mismo espacio.

El agujero había estado allí mucho antes de que existiera Cerbero, mucho antes de la llegada del hombre. Lo hallaron, quizá por accidente, cuando llegaron a Plutón. Y construyeron un anillo a su alrededor. Después encontraron otros dos agujeros y les colocaron sus anillos también.

Los agujeros eran pequeños, demasiado pequeños. Sin embargo, podían agrandarse.

Temporalmente, se lograba abrirlos más a expensas de grandes cantidades de energía.

Se les podía inyectar energía sin refinar a través del limpio y pequeño agujero hasta que la plácida superficie del espacio vacío se desgastara, se plegara y diera lugar a la formación del vórtice.

Y ahora ocurrió lo previsto.

En el centro del anillo, la estrella aumentó de tamaño y se aplanó. Se trataba de un disco que latía, no de un globo. Era lo que más brillaba en el espacio. Y latía visiblemente.

Del disco hilador verde salían y volvían a entrar lanzaderas de vivo color naranja.

Asimismo, se desprendían unas volutas de humo azules. Motas rojas bailaban y titilaban, crecían y se empequeñecían rodeadas por el verde. Los colores comenzaron a mezclarse y a danzar al unísono.

La estrella plana y multicolor duplicó su tamaño; lo que repitió una y otra vez. Minutos antes, no existía. Ahora, llenaba el anillo, se adhería a las paredes plateadas, las taladraba con su poderosa energía. Comenzó a enrollarse cada vez a mayor velocidad, parecía un remolino en el espacio, un torbellino de luz y llamas.

El vórtice. El vórtice del no-espacio. La rugidora tormenta que ni es tal tormenta ni ruge porque no existe sonido en el espacio.

Hacia él se aproximó la nave anular. Al principio, parecía una estrella con movimiento propio. Después, rápidamente, más rápidamente de lo que mi vista podía captar, fue cobrando forma visible. Se convirtió en una oscura bala de plata en la oscuridad. Una bala disparada hacia el vórtice.

La puntería era buena. La nave golpeó casi en el centro del anillo. Los serpenteantes colores la envolvieron. Tecleé mis controles. Aún más rápidamente de lo que había aparecido el vórtice se esfumó. También la nave por supuesto. Una vez más, quedaba sólo yo; y el anillo, y las estrellas.

Entonces, pulsé otro botón y me encontré de nuevo en el vacío y blanco cuarto de control. Desatado. Quizá desatado por última vez.

De algún modo, espero que no sea verdad. Nunca pensé que añoraría algo de aquí.

Sin embargo, así será. Extrañaré las naves anulares. Echaré de menos momentos como el de hoy.

Espero que ocurra unas cuantas veces más, antes de irme. Quisiera percibir otra vez bajo mis manos el despertar de las máquinas del no-espacio. Y ver al vórtice hervir, y temblar mientras floto solo entre las estrellas. Siquiera una vez más. Antes de que me vaya.

23 de junio

Aquella nave anular me dio que pensar. Más de lo usual.

Resulta gracioso descubrir que nunca se me ocurriera antes la idea de subir a una de esas naves. Existe un nuevo mundo completo al otro lado del no-espacio; Segunda Oportunidad, un planeta verde muy rico que está tan alejado que los astrónomos dudan si pertenece o no a nuestra misma galaxia. Eso es lo bueno que tienen los agujeros. No estás seguro de dónde están hasta que se descubren.

Cuando era niño, leí mucho acerca de los viajes estelares. Muchos creían que eran imposibles. Pero los que creían siempre afirmaron que Alfa Centauro sería el primer sistema que exploraríamos y colonizaríamos. Porque era el más cercano y por muchas otras razones. Resulta gracioso descubrir cuánto se equivocaron. Por el contrario, nuestras colonias se emplazaron en soles que ni siquiera podemos ver. Además, creo que no llegaremos jamás a Alfa Centauro.

De alguna manera, nunca pensé en las colonias en un sentido personal. Y todavía no puedo hacerlo. La Tierra fue teatro de mi fracaso. Y es donde ahora triunfaré. Las colonias sólo significan para mí otra evasión.

¿Cómo Cerbero?

26 de junio

Hoy apareció otra nave. A fin de cuentas, la anterior no fue la última. ¿Lo será ésta?

29 de junio

¿Por qué un hombre acepta voluntariamente un trabajo de esta naturaleza? ¿Por qué un hombre se entierra en un anillo de plata que está millones de kilómetros más allá de Plutón para cuidar de un agujero en el espacio? ¿Por qué pierde cuatro años de su vida, solo y a oscuras?

¿Por qué?

Al principio, los primeros días, me lo preguntaba continuamente. Ignoraba la respuesta entonces. Ahora, creo saberla. Lamentaba amargamente el impulso que me había traído hasta aquí. Ahora, creo comprenderlo.

En realidad, no se trataba de un impulso. Me refugié en Cerbero. Me refugié para huir de la soledad.

¿Tiene algún sentido lo que digo?

Sí, lo tiene. Conozco la soledad. Ha sido el tema central de mi vida. He estado solo desde que tengo memoria.

No obstante, existen dos clases de soledad.

Mucha gente no aprecia la diferencia. Yo lo he hecho. Sufrí ambas.

Se escribe y se habla sobre la soledad de los hombres que habitan los anillos estelares. Los faros del espacio y toda esa cháchara. Y tienen razón.

A veces, aquí, en Cerbero, pienso que soy el único hombre del Universo. Que la Tierra sólo fue un sueño febril. Que las personas que recuerdo sólo son productos de mi imaginación.

Aquí, a veces, necesito hablar con alguien de manera tan imperiosa que grito y me golpeo la cabeza contra las paredes. A veces, cuando el aburrimiento se hace carne en mí, creo que voy a enloquecer.

Sin embargo, existen otras veces. Cuando llegan las naves anulares. Cuando salgo a efectuar alguna reparación. O cuando me siento en la silla de la sala de control y me imagino afuera, en la oscuridad, mirando las estrellas.

¿Solitario? Sí. Pero una soledad solemne, enriquecedora, trágica. Una soledad teñida de cierta grandeza. Una soledad que llegas a odiar con todas tus fuerzas… y a amar tanto que pides más.

Y ésta es la segunda clase de soledad.

Para ella, no es preciso venir al Anillo de la Estrella Cerbero. Se la puede encontrar en cualquier parte de la Tierra. Lo sé. La he vivido. La he experimentado en todas partes, en todo cuanto he hecho.

Se trata de la soledad de los que están encerrados en sí mismos. La soledad de aquéllos que tantas veces han dicho lo que no debían, que ya no tienen ánimos para decir nada más. Una soledad hecha de miedo, no de distancia.

La soledad de la gente que se siente sola en cuartos amueblados de ciudades populosas porque no tienen dónde ir y nadie con quien hablar. La soledad de los tipos que van a un bar para hablar con alguien, y que descubren que no saben cómo iniciar una conversación, y que carecen del coraje suficiente para entablarla.

Esa clase de soledad carece de grandeza. No tiene sentido ni poesía. Es la soledad sin significado. Es triste, escuálida, patética y apesta a autocompasión.

Sí, a veces resulta doloroso estar solo entre las estrellas. Sin embargo, es más triste estar solo en una fiesta. Bastante más triste.

30 de junio

He leído lo que escribí ayer. Hablaba de la autocompasión…

1 de julio

He leído el comentario que escribí ayer. Mi máscara de petulancia. Después de cuatro años, aún sigo resistiendo a ser sincero conmigo mismo. Eso es malo. Si quiero que esta vez las cosas resulten diferentes, tengo que comprenderme.

Entonces, ¿por qué tengo que burlarme de mí cuando admito que estoy solo y que soy vulnerable? ¿Por qué tengo que luchar en contra de mí mismo para reconocer que tengo miedo de vivir? Nadie jamás va a leer estas páginas. Estoy hablando sobre mí y sólo para mí.

Entonces, ¿por qué me repugna decir ciertas cosas?

4 de julio

Hoy no apareció ninguna nave anular. Malo. Los de la Tierra jamás han podido encender el vórtice del no-espacio. Y siempre lo he celebrado.

No obstante, ¿por qué conservo aquí un calendario de la Tierra? ¿Aquí donde los años son siglos y las estaciones un recuerdo impreciso? Julio es igual a diciembre. Entonces, ¿de qué me sirve?

10 de julio

Anoche soñé con Karen. Y ahora no puedo quitármela de la cabeza.

Pensé haber enterrado su recuerdo desde hacía mucho tiempo. Pero no, sólo era una fantasía. Oh, yo le gustaba bastante. Tal vez me amara. Pero no más que a media docena de otros tipos. Yo no era algo extraordinario para ella, y nunca se dio cuenta de lo extraordinaria que ella era para mí.

Y no es que quisiera ser extraordinario para ella… necesitaba, alguna vez, fundamentalmente resultar extraordinario para alguien.

Así que fue mi elegida. Pero no pasó de ser una fantasía. Y me daba cuenta de ello en mis momentos de lucidez. No tenía por qué sentirme tan herido. Nada podía exigirle.

Pero creo que lo hice, en mi imaginación. Me sentía lastimado. Fue mi culpa, no de Karen.

Ella nunca lastimaría a alguien voluntariamente. Lo que ocurrió es que nunca se dio cuenta de lo frágil que yo era.

Incluso aquí, al principio, seguí soñando. Soñaba en el modo en que ella cambiaría mi vida; en la forma en que me esperaría. Y otras cosas.

Pero no eran más que vanos deseos. Aquello ocurrió antes de llegar a comprenderme a mí mismo. Ahora sé que no me estará esperando. Que no me necesita y que nunca me necesitó. Que yo sólo era un amigo más.

Por tanto, me disgusta soñar con ella. Es malo. Haga lo que haga, no debo buscar a Karen cuando regrese. No debo comenzar todo de nuevo. Tengo que encontrar a alguien que sí me necesite. Y no debo buscarla si no quiero hundirme otra vez en mi antigua vida.

18 de julio

Ya ha pasado un mes desde que mi relevo abandonó la Tierra. A esas fechas, La Charon debe haber llegado al Cinturón. Faltan dos meses.

23 de julio

Ahora tengo pesadillas. Dios mío, ayúdame.

Sueño de nuevo en la Tierra. Y en Karen. No puedo evitarlo. Todas los noches igual.

Resulta gracioso llamar «pesadilla» a Karen. Hasta ahora, siempre había sido un bello sueño. Un sueño hermoso, con su cabello largo y suave, y su risa, y aquella maravillosa forma de sonreír. Pero aquellos sueños eran sólo vanos deseos. En ellos, Karen me necesitaba y me amaba.

Las pesadillas me muestran la verdad. Todas son iguales. Son una repetición de la última noche que Karen y yo pasamos juntos.

De acuerdo con mi escala de valores, aquélla fue una buena noche. Comimos en uno de mis restaurantes preferidos y fuimos a ver un espectáculo. Conversamos con fluidez sobre muchas cosas. Y también nos reímos mucho juntos.

Sólo más tarde, de regreso en su casa, modifiqué la situación.

Ocurrió cuando traté de decirle cuánto significaba ella para mí. Recuerdo lo incómodo y estúpido que me sentí, cómo luché para que las palabras salieran de mi boca, cómo tartamudeé. Casi todo me salió mal. Recuerdo la mirada de Karen en aquel momento. Era una mirada extraña. El modo como trató de desilusionarme. Amablemente. Karen siempre se comportaba con amabilidad. La miré a los ojos y escuché su voz. No encontré amor, ni necesidad. Sólo… sólo piedad, me parece. Piedad hacia un impulso incapaz de expresarse que había pasado junto a su vida sin siquiera rozarla. Y no porque yo no quisiera. Sino porque tenía temor y no sabía qué es lo que debía hacer. Karen había captado aquel impulso y, a su manera, lo amaba… claro, Karen amaba a todo el mundo.

Trató de ayudarme, de contagiarme algo de su seguridad, algo de su coraje y de la impetuosidad con que enfrentaba la vida. Los tenía sobrados.

Sin embargo, no bastó. El impulso fantaseaba con el día en que dejaría de estar solo para siempre. Y cuando Karen trató de ayudarme, pensé que aquel impulso, aquel sueño se hacía realidad. O me obligué a pensarlo así. Por supuesto, sospechaba la verdad; pero prefería engañarse al respecto.

Y cuando llegó el día en que no pude mentirme más, era aún lo suficientemente vulnerable como para sentirme herido. No pertenecía al tipo cuyas heridas cicatrizan rápidamente. Carecía del valor para intentarlo de nuevo. Por eso huí.

Espero que las pesadillas se acaben. No puedo soportarlas, noche tras noche. No soporto revivir aquella hora en el piso de Karen.

He permanecido aquí durante cuatro años. Me he analizado en profundidad. He cambiado en aquello que no me gustaba; o, al menos, hice el intento. He tratado de cultivar mi capacidad de cicatrizar, de ganar confianza en mí mismo para enfrentar los nuevos rechazos que sufriré antes de que alguien me acepte. Sin embargo, sé que estoy condenado, y que sólo he obtenido éxitos parciales. Siempre existirán cosas que me lastimen, situaciones que nunca estaré capacitado para enfrentar como me gustaría.

El recuerdo de esa última hora con Karen es una de ellas. Dios mío, espero que las pesadillas terminen.

26 de julio

Más pesadillas. Por favor, Karen. Te he amado mucho. Déjame solo. Por favor.

29 de julio

Gracias a Dios, ayer pasó una nave estelar. Necesitaba una. Me ayudó a olvidar por un momento a la Tierra, a Karen. Por primera vez en una semana, no tuve pesadillas por la noche. En cambio, soñé con el vórtice del no-espacio. La rugiente tormenta silenciosa.

1 de agosto

Las pesadillas han vuelto. No siempre es Karen la protagonista. Viejos recuerdos, también. Infinitamente menos importantes, pero igualmente dolorosos. Todas las tonterías que he dicho, todas las muchachas que conocí, todo lo que nunca he hecho.

Malo. Malo. No debo olvidarlo. Ya no soy más aquél. Soy un ser nuevo, un ser que yo mismo he construido aquí, millones de kilómetros más allá de Plutón. Hecho de acero y de estrellas y de no-espacio; duro, confiado y autosuficiente. Alguien que no teme vivir.

El pasado ha quedado atrás. Sin embargo, todavía duele.

2 de agosto

Una nave, hoy. Las pesadillas continúan. ¡Maldición!

3 de agosto

Anoche no tuve pesadillas. La segunda vez que ocurre. He descansado bien después de abrir un agujero para una nave anular durante el día. ¿Día?, ¿noche? Palabras sin sentido. Sin embargo, aún escribo como si aquí tuvieran algún significado. Cuatro años no han hecho mella sobre el concepto que tengo de la Tierra. Sin embargo, antes no sentía la necesidad de ahuyentar los pensamientos acerca de Karen. Además, no debería necesitar de apoyos.

10 de agosto

Hace pocas noches llegó otra nave. No tuve sueños después. ¡Una fórmula!

Lucho contra los recuerdos. Pienso acerca de otras cosas que me sucedieron en la Tierra. Cosas buenas. Realmente, hubo muchas; y habrá más cuando regrese. Tengo que asegurarme de que eso ocurra.

Esas pesadillas son estúpidas. No permitiré que continúen. Existían otras cosas aparte de lo que compartí con Karen, otras cosas que me gustaría recordar. ¿Por qué me resulta imposible?

18 de agosto

Falta un mes para que llegue La Charon. Me pregunto quién será mi relevo. Me pregunto qué lo traerá hasta aquí.

Los sueños con la Tierra persisten. No. Debo llamarlos «los sueños con Karen».

¿Acaso me asusta escribir su nombre?

20 de agosto

Una nave, hoy. Después de marcharse, me quedé afuera mirando las estrellas.

Durante varias horas, creo. En aquel momento no me daba cuenta del paso del tiempo.

Estar en el exterior es hermoso. Solitario, sí. Pero ¡qué soledad! Uno está solo con el universo; las estrellas como una alfombra a mis pies y titilan sobre mi cabeza.

Cada una es un sol. Sin embargo, parecen frías. Me pongo a temblar, perdido en la inmensidad, preguntándome cómo llegaron hasta allí y qué significan.

Espero que mi relevo, sea quien sea, apreciará todo esto como se merece. Hay tantos que no pueden o no quieren. Hombres que caminan en la noche y no miran hacia el cielo.

Espero que mi relevo no sea uno de ellos.

24 de agosto

Cuando regresé a la Tierra, buscaré a Karen. Debo hacerlo. ¿Cómo puedo esperar que las cosas resulten diferentes esta vez sí soy incapaz de levantar mis ánimos para enfrentarme con una situación semejante? Y las cosas tienen que resultar diferentes. Por tanto, debo enfrentar a Karen, y probarme que he cambiado.

Realmente cambiado.

25 de agosto

Las tonterías de ayer. ¿Cómo podría enfrentarme a Karen? ¿Qué le diría? De nuevo he tratado de engañarme a mí mismo, de volver a lo que era. No. No debo ver a Karen.

Demonios, no logro controlar mis sueños.

30 de agosto

He estado visitando el cuarto de control y he permanecido afuera largas horas. No había naves anulares. No obstante, he descubierto que si salgo, los recuerdos de la Tierra se desvanecen.

Cuanto más lo conozco, más seguro estoy de que echaré de menos Cerbero. De aquí a un año, estaré de vuelta a la Tierra, mirando el cielo nocturno y recordando cómo el anillo emitía destellos de plata a la luz de las estrellas. Sé que lo haré.

Y el vórtice. Recordaré el vórtice y la manera en que los colores caracoleaban y se entremezclaban. Cada vez de un modo diferente.

Es una pena que nunca fuera un gran comerciante. Podría hacer una fortuna de regreso en la Tierra con una filmación del vórtice en el momento en que gira. La danza del vacío. Me sorprende que nadie haya pensado en ello.

Tal vez se lo sugiera a mi relevo. Algo para llenar las horas, si es que le interesa.

Espero que sí. El saber de la Tierra se enriquecería si alguien le lleva un film. Lo haría yo mismo, pero mi equipo no funciona bien y no tengo tiempo para repararlo.

4 de septiembre

La semana pasada he salido cada día. No tengo pesadillas. Sólo sueños de la oscuridad, interrumpida por los colores del no-espacio.

9 de septiembre

Sigo saliendo y absorbiendo lo que veo. Pronto, muy pronto ahora, perderé todo esto.

Para siempre. Siento que debo aprovechar cada segundo. Debo memorizar todo lo que sucede aquí en Cerbero para conservar el asombro, la maravilla y la fresca belleza dentro de mí cuando haya vuelto a la Tierra.

10 de septiembre

No han llegado naves durante un largo período de tiempo. ¿Habrán terminado entonces? ¿Habré visto ya la última?

12 de septiembre

Hoy no hubo naves. Sin embargo, salí y encendí las máquinas y dejé que el vórtice rugiera.

¿Por qué siempre hablo de rugidos y de los gritos del vórtice? No existen los sonidos en el espacio. No oigo nada. Pero observo. Y ruge.

Lo hace.

Los sonidos del silencio. Pero no en el sentido en que lo dicen los poetas.

13 de septiembre

Aunque no hubo naves, hoy miré el vórtice otra vez.

Nunca antes había hecho cosa semejante. Ahora, ya lo he hecho dos veces. Está prohibido. El precio, en términos de energía, es enorme y Cerbero se nutre de energía.

Entonces, ¿por qué? Es como si me resistiera a abandonar el vórtice. Pero debo hacerlo.

Pronto.

14 de septiembre

¡Idiota, idiota, idiota! ¿Qué he estado haciendo? La Charon está a menos de una semana de distancia y me he quedado observando las estrellas como si nunca las hubiera visto. Ni siquiera he comenzado a empacar mis cosas. No he preparado las grabaciones para el relevo ni he dejado la estación en orden.

¡Idiota! ¿Por qué pierdo el tiempo escribiendo este maldito diario?

15 de septiembre

Casi he terminado de empacar. También han salido a la luz algunas cosas extrañas.

Cosas que he estado tratando de esconder durante los primeros tiempos. Mi novela, por ejemplo. Durante los primeros seis meses escribí una; pensaba que era muy buena. Casi no podía esperar el regreso a la Tierra para publicarla y convertirme en un Autor. Ah, sí.

La leí de nuevo el año pasado. Basura.

También encontré una fotografía de Karen.

16 de septiembre

Hoy llevé una botella de whisky escocés y un vaso al cuarto de control, me senté frente a la consola y me até. Bebí en honor de la oscuridad, de las estrellas y del vórtice. Los extrañaré.

17 de septiembre

Un día, según mis cálculos. Un día. Y estaré de viaje a casa, a una estrella fresca, a una nueva vida. Si tengo el valor de vivirla.

18 de septiembre

Casi es medianoche. No hay señales de La Charon. ¿Qué habrá fallado?

Probablemente nada. Estos programas nunca son precisos. A veces se dilatan durante una semana. Entonces, ¿por qué me preocupo? Diablos, yo mismo llegué tarde cuando vine. Me pregunto qué pensaría entonces el pobre tipo al que reemplacé.

20 de septiembre

La Charon tampoco llegó ayer. Después de que me harté de esperar, cogí la botella de whisky y regresé al cuarto de control. Y afuera. A beber otro trago de estrellas. Y de vórtice. Desperté al vórtice y lo bebí a tragos.

Un montón de tragos. Terminé la botella. Hoy he tenido una resaca que pensé que jamás regresaría a la Tierra.

Me he comportado como un imbécil. La tripulación de La Charon puede haber visto los colores del vórtice. Si me denuncian, tendré que pagar una fortuna que saldrá del dinero que me espera en la Tierra.

21 de septiembre

¿Dónde está La Charon? ¿Le ha ocurrido algo? ¿Vendrá?

22 de septiembre

Salí de nuevo.

Dios mío, qué hermoso, qué solitario, qué vasto. Inolvidable, ésa es la palabra. La belleza que hay allí afuera es inolvidable. A veces pienso que soy un tonto por regresar.

Cambio la eternidad por una pizza, una circunstancia, una palabra amable.

¡NO! ¿Qué estoy escribiendo? No. Voy a regresar. Por supuesto que voy a hacerlo.

Necesito la Tierra, la extraño, la quiero. Esta vez será diferente. Encontraré a otra Karen, y esta vez no cometeré errores.

23 de septiembre

Estoy enfermo. Dios, estoy enfermo. Las cosas que he pensado. Creía haber cambiado pero sé que no lo he hecho. Se me ha dado por quedarme aquí, por firmar contrato por otro período. No quiero. No. Sin embargo, pienso que sigo temiéndole a la vida, a la Tierra, a todo.

Date prisa, Charon. Date prisa, antes de que cambie de idea.

24 de septiembre

¿Karen o el vórtice? ¿La Tierra o la eternidad? ¡Maldito sea, cómo puedo pensar así!

¡Karen! ¡La Tierra! Debo tener valor, debo enfrentar el dolor, debo disfrutar de la vida. No soy una piedra. Ni una isla. Ni una estrella.

25 de septiembre

Ni señales de La Charon. Lleva una semana completa de retraso. A veces ocurre. Pero no con demasiada frecuencia. Llegará pronto. Lo sé.

30 de septiembre

Nada. Todos los días observo, y espero. Controlo los radares y salgo a mirar y recorro el anillo. Pero nada. Nunca se han demorado tanto. ¿Qué es lo que ha fallado?

3 de octubre

Una nave, hoy. No era La Charon. Lo pensé al principio, cuando los radares la detectaron. Grité, lo suficientemente alto como para despertar al vórtice. Pero eché una mirada y se me partió el alma. Era demasiado grande y venía en línea recta, sin frenar.

Salí y la dejé pasar. Y me quedé afuera mucho tiempo.

4 de octubre

Quiero ir a casa. ¿Dónde están? No lo entiendo. No lo entiendo. No pueden abandonarme aquí. No pueden. No lo harán.

6 de octubre

Una nave, hoy. Otra vez se trataba de una nave anular. Antes las observaba. Ahora las odio porque no son La Charon. Sin embargo, la dejé pasar.

7 de octubre

He desempacado. Es absurdo tener todo guardado en las maletas si no sé cuándo vendrá La Charon. Si es que viene.

A pesar de todo, aún la espero. Está en camino. Lo sé. Sólo que se ha demorado en alguna parte. Una avería en el cinturón, tal vez.

Existen muchas explicaciones.

Mientras tanto, realizo tareas extrañas alrededor del anillo. Nunca me dediqué a ponerlo en forma para mi relevo. Estuve demasiado ocupado contemplando las estrellas, y me olvidé de mis deberes.

8 de enero (O algo así)

Oscuridad y desesperación.

Ya sé por qué La Charon no ha llegado. No me cabe la menor duda. El calendario estaba revuelto. Es enero, no octubre. He vivido equivocado con respecto a las fechas durante meses. Incluso he celebrado la fiesta nacional de mi país un día equivocado.

Lo descubrí ayer cuando efectuaba unos ajustes en el anillo. Quería asegurarme de que todo funcionara bien. Para mi relevo.

Sólo que no existe ningún relevo.

La Charon llegó hace tres meses. La destruí.

Enfermo. Estaba enfermo. Enfermo y loco. Tan pronto como lo hice, tomé conciencia de lo que hice. ¡Oh, Dios! Grité durante horas.

Entonces, barajé las hojas del calendario. Y olvidé. Quizá deliberadamente. Tal vez no soportaba recordar una cosa semejante. No lo sé. Todo lo que sé es que lo olvidé.

Pero ahora recuerdo. Ahora lo recuerdo todo.

Los exploradores me avisaron que La Charon se aproximaba. Yo estaba afuera, esperando. Observando. Tratando de que la última visión de las estrellas, de la oscuridad, permaneciera en mi para siempre.

La Charon vino a través de la oscuridad. Parecía tan lenta comparada con las naves anulares. Y tan pequeña. Era mi salvación, mi relevo; sin embargo, parecía tan frágil, tan tonta y, de alguna manera, tan fea. Escuálida. Me recordó la Tierra.

Se dirigió hacia los muelles, introduciéndose en el anillo, desde arriba, hacia la sección habitable de Cerbero. Tan, tan lentamente. La miré venir. Me pregunté qué dirían la tripulación y mi relevo. Qué pensarían de mí. Me mordía los puños.

Y de repente no soporté más. De repente, la nave me dio miedo. De repente, la odié.

Y desperté al vórtice.

Una llamarada roja, ramificada en lenguas amarillas, creció rápidamente disparando rayos verdeazulados. Uno de ellos pasó cerca La Charon. Y la nave se sacudió.

Ahora comprendo que no me di cuenta de lo que hacía. Sabía que La Charon no estaba blindada. Sabía que no podría soportar las descargas de energía del vórtice. Lo sabía.

La Charon era tan lenta, y el vórtice tan veloz. En dos segundos, el remolino envolvió la nave. En tres, la había devorado.

Todo ocurrió muy rápido. No sé si la nave se derritió, o ardió, o estalló. No obstante, sé que no habría podido salvarse. Sin embargo, no hay sangre en el anillo estelar. Los restos están en algún lugar, del otro lado del no-espacio. Si es que quedaron restos.

El anillo y la oscuridad parecen los de siempre.

Por eso lo olvidé tan fácilmente. Y seguramente que deseaba mucho olvidarlo.

¿Y ahora? ¿Qué voy a hacer ahora? ¿Lo descubrirán los de la Tierra? ¿Habrá otro relevo?

Quiero ir a casa.

Karen, yo…

16 de junio

Mi relevo ha partido hoy desde la Tierra.

Por lo menos, es lo que creo, Por alguna razón, se han mezclado las hojas del calendario y no estoy seguro de la fecha. Pero, volveré a ordenarlas.

De todos modos, sólo debe de haberse alterado en uno o dos días, sino me habría dado cuenta. Por consiguiente, mi relevo ya está en camino. Por supuesto, tardará tres meses en llegar.

Pero, ya está en camino.