XIII

Los dos carros avanzaron retumbando sobre las calles de piedra hasta llegar a un par de sólidas puertas de hierro que se abrieron en cuanto se detuvieron frente a ellas. Los carromatos entraron en cuestión de instantes y las puertas se cerraron tras ellos. Temuge miró hacia atrás y se mordió el labio cuando vio que cubrían los barrotes con unas portezuelas de madera que bloqueaban la visión de los transeúntes.

Después del ajetreo y la presión de verse rodeados de tantas personas, aquello habría sido un alivio si no fuera por la sensación de estar encerrados. La ciudad lo había dejado aturdido y abrumado por su complejidad. Aunque excitaba sus sentidos, les exigía demasiado, y le hacía añorar las desiertas planicies, aunque sólo para tomar una bocanada de aire antes de zambullirse de nuevo en la ciudad. Sacudió la cabeza un par de veces para despejarla, sabiendo que necesitaba tener la mente alerta para afrontar lo que estuviera por llegar.

Los carromatos crujieron y se bambolearon cuando los hombres bajaron de un salto, y Chen Yi empezó a darles órdenes. Temuge descendió para reunirse con Khasar, sintiendo que su nerviosismo retomaba con toda su intensidad. Parecía que Chen Yi se hubiese olvidado de sus pasajeros. Un nutrido grupo de hombres salió al trote de los edificios, cada pareja con un rollo de seda sobre los hombros, y la preciosa carga no tardó demasiado en desaparecer en el interior de la casa. Temuge se maravilló una vez más ante la extensa telaraña de contactos que Chen Yi parecía tener en la ciudad.

No había ninguna duda de que la casa que rodeaba el patio pavimentado pertenecía a un hombre rico, se dijo Temuge. Desentonaba con el laberinto de viviendas amontonadas que habían atravesado para llegar allí, aunque quizá había otras casas similares igual de bien escondidas. Un solo piso cubierto con un tejado de tejas rojas se extendía a su alrededor por todos los lados, aunque la parte que miraba a la puerta de entrada se elevaba en apuntados vértices en un segundo nivel. Temuge se admiró ante el esfuerzo que debían de haber realizado para colocar tantos cientos o miles de tejas. No pudo evitar comparar ese edificio con las gers de fieltro y mimbre en las que había vivido toda su vida y sintió una punzada de envidia. ¿De qué lujos había disfrutado su pueblo en las estepas? De ninguno.

En los cuatro lados, el tejado sobresalía más allá de los muros, sustentado por columnas de madera pintadas de rojo, lo que daba lugar a un claustro de forma alargada. Había hombres armados en todas las esquinas y Temuge empezó a ser consciente de que eran prisioneros de la voluntad de Chen Yi. Escapar de ese lugar no debía de ser tarea fácil.

Cuando acabaron de vaciar los carros, los conductores se los llevaron y Temuge se quedó en medio del patio junto a Ho Sa y Khasar sintiéndose vulnerable bajo la mirada de aquellos extraños. Se dio cuenta de que Khasar tenía la mano dentro del rollo de tela que envolvía su arco.

—No podemos escapar luchando —susurró a Khasar que dio un respingo al escuchar sus propios pensamientos en voz alta.

—No veo que nadie vaya a abrirnos las puertas para que nos marchemos —respondió Khasar en voz igualmente baja.

Chen Yi había desaparecido dentro de la casa y todos ellos se sintieron aliviados al verlo regresar. Se había puesto una túnica negra de manga larga, así como unas sandalias de cuero. Temuge vio que el hombrecillo llevaba una espada curva en la cadera y que el peso de esa arma era para él algo habitual.

—Ésta es mi jia: mi hogar —dijo Chen Yi. Temuge se quedó estupefacto, aunque no lo mostró—. Sois bienvenidos aquí. ¿Queréis comer conmigo?

—Tenemos asuntos que tratar en la ciudad —respondió Ho Sa haciendo un ademán hacia la puerta.

Chen Yi frunció el ceño. En sus maneras no quedaba rastro del afable capitán de barco. Parecía haberse deshecho de ese papel por completo y los miraba con expresión severa y las manos cruzadas a la espalda.

—Debo insistir. Tenemos muchas cosas de las que hablar. —Sin esperar su respuesta, regresó a la casa con amplias zancadas y el pequeño grupo lo siguió. Mientras entraba en la sombra del patio, Temuge se quedó mirando la puerta por encima del hombro. Cuando pensó en el tremendo peso de las tejas acumuladas sobre su cabeza, tuvo que contener un escalofrío. Ho Sa no parecía estar preocupado en absoluto, pero Temuge se imaginó que las gigantescas vigas se rompían y se desplomaban, aplastándolos a todos. Repitió entre dientes una de las salmodias de Kokchu, buscando la calma que no lograba recobrar.

A la casa principal se accedía atravesando una puerta de madera recubierta de bronce pulido sobre el que se habían realizado una serie de perforaciones ornamentales que formaban distintos dibujos. Temuge reconoció las siluetas de varios murciélagos grabadas en el metal y se preguntó cuál sería su significado. Antes de que pudiera hacer ningún comentario al respecto, pasaron a la habitación más recargada de decoración que había visto jamás. Khasar adoptó la expresión impasible del guerrero para no parecer sorprendido, pero Temuge se quedó con la boca abierta ante la opulencia de la casa de Chen Yi. Para hombres nacidos en gers, aquello era asombroso. El aire olía a algún extraño incienso y, sin embargo, a aquellos hombres que habían crecido en el viento y las montañas les pareció que estaba levemente viciado. Temuge no pudo evitar lanzar miradas intermitentes hacia el techo, consciente en todo momento del inmenso peso que tenía sobre la cabeza. También Khasar parecía sentirse incómodo e hizo crujir sus nudillos en el silencio.

Había sofás y sillas colocados delante de paneles de ébano y seda pintada que dejaban pasar la luz de las otras estancias de la casa. Todo parecía haber sido construido en madera con colores a juego, para resultar agradable a la vista. Columnas de madera pulida y brillante se elevaban por toda la estancia, uniéndose a las vigas transversales. El suelo también estaba compuesto de miles de segmentos, pulido hasta el punto de que parecía resplandecer. Tras la suciedad de las calles de la ciudad, la habitación resultaba limpia y acogedora y la madera dorada transmitía una sensación de calidez. Temuge se fijó en que Chen Yi se había cambiado las sandalias que llevaba y se había puesto unas limpias en la puerta. Ruborizándose, Temuge dio marcha atrás para hacer lo mismo. Mientras se estaba quitando las botas, un sirviente se aproximó y se arrodilló frente a él para ayudarle a ponerse un par limpio de fieltro blanco.

Temuge vio líneas ininterrumpidas de humo blanco ascender desde unos platos de cobre situados en una mesa tallada apoyada contra la pared más lejana de la estancia. No comprendía qué podía merecer un signo tal de devoción, pero Chen Yi agachó la cabeza ante el pequeño altar y murmuró una oración de agradecimiento por haber retornado sano y salvo al hogar.

—Vives rodeado de una inmensa belleza —dijo Temuge con cuidado, esforzándose en pronunciar correctamente los sonidos.

Chen Yi inclinó la cabeza hacia un lado en ese gesto que ya les era familiar, un hábito que había sobrevivido a la transformación.

—Eres generoso —contestó—. A veces pienso que era más feliz cuando era joven, transportando mercancías por el río Amarillo. Entonces no tenía nada, pero la vida era más sencilla.

—¿Y cuál es tu profesión ahora, para poseer tanta riqueza? —preguntó Ho Sa.

Chen Yi asintió con la cabeza en su dirección, en vez de responder.

—Querréis daros un baño antes de comer —dijo—. Todos tenemos el olor del río pegado en el cuerpo. —Hizo un gesto de que lo siguieran y los tres intercambiaron miradas mientras los guiaba a través de otro patio. Tanto Temuge como Khasar se enderezaron de manera apenas perceptible cuando sintieron la luz del sol sobre ellos y se libraron por un momento de las pesadas vigas. Desde allí se oía el murmullo del agua y Khasar se acercó a un estanque en el que unos peces se agitaban perezosamente bajo su sombra. Chen Yi no había notado que se habían detenido, pero cuando se dio media vuelta y vio que Khasar había empezado a desnudarse, se rió encantado.

—¡Vas a matar a mis peces! —exclamó—. Avanza un poco más, más adelante hay baños para vosotros.

Khasar se encogió de hombros, irritado, metiéndose la túnica otra vez por los hombros. Siguió a Temuge y a Ho Sa, haciendo caso omiso del regocijo que se había pintado en el rostro del soldado Xi Xia.

Al fondo del segundo patio, vieron unas puertas abiertas y volutas de vapor elevándose en el cálido aire. Chen Yi les indicó que entraran con un ademán.

—Haced lo que haga yo —les dijo—. Os gustará.

Se desnudó rápidamente dejando al descubierto el cuerpecito nervudo y cubierto de cicatrices que tan bien habían llegado a conocer en el barco. Temuge se fijó en las dos piscinas de agua que estaban excavadas en el suelo; de una de ellas brotaba el vapor en olas lentas y perezosas. Él se habría dirigido hacia éste, pero Chen Yi lo notó y negó con la cabeza, así que Temuge se quedó observando cómo dos esclavos se aproximaban y Chen Yi alzaba los brazos. Para asombro de Temuge, cada uno de ellos volcó un cubo de agua sobre su amo y, a continuación, con las manos envueltas en unos paños, le frotaron el cuerpo con una sustancia que hacía espuma hasta que Chen Yi estuvo blanco y resbaladizo. Volcaron otra vez cubos de agua sobre él y sólo entonces entró en la piscina con un gruñido de placer.

Con cierto nerviosismo, Temuge tragó saliva y dejó caer al suelo la túnica. Estaba tan sucia como él mismo y la idea de que unos extraños lo restregaran no le hacía ninguna gracia. Cerró los ojos mientras le vaciaban los cubos de agua en la cabeza y los mantuvo firmemente cerrados mientras le frotaban esas ásperas manos que parecían aporrearle el cuerpo, haciendo que se bamboleara de un lado para otro. El agua de los últimos cubos estaba helada y emitió un grito ahogado.

Temuge entró con precaución en el agua caliente. Sintió cómo se le relajaban los músculos de la espalda y los muslos y, al encontrar un asiento de piedra bajo la superficie, expresó su apreciación con un suave sonido gutural. La sensación era exquisita. ¡Así es como debía vivir un hombre! A sus espaldas, Khasar se quitó de encima bruscamente las manos de los asistentes cuando trataron de frotarlo con los paños. Se quedaron paralizados ante su reacción, pero uno de ellos lo intentó de nuevo. Sin previo aviso, Khasar le pegó un puñetazo en la sien, tirándolo contra las duras baldosas.

Chen Yi se echó a reír a carcajadas. Gritó una orden y los esclavos se apartaron. El que había caído al suelo se levantó con cautela, con la cabeza gacha, mientras Khasar cogía uno de los paños y se restregaba el cuerpo hasta que el trapo se puso negro. Temuge miró hacia otro lado cuando Khasar levantó una pierna, la apoyó en un saliente de piedra de la pared y se limpió los genitales. Concluyó el proceso volcándose un cubo de agua por encima, sin dejar de mirar con aire hostil al hombre que había golpeado.

Khasar le devolvió el cubo y murmuró algo que hizo que el esclavo se pusiera tenso y apretara la mandíbula. Ho Sa soportó el proceso sin tantos aspavientos y ambos entraron juntos en la piscina, Khasar maldiciendo en dos idiomas mientras se agachaba para acomodarse en el agua.

Los cuatro permanecieron allí sentados un rato, sin hablar; hasta que Chen Yi se puso en pie y se zambulló en la otra alberca. Con gesto frustrado, los otros tres lo imitaron, cansados de tanta rutina y tanto retraso. En la segunda piscina, Khasar soltó un soplido al comprobar lo fría que estaba el agua y, a continuación, se sumergió entero y salió con un rugido, sintiendo la energía renovada despertando su cuerpo. Ninguno de los mongoles se había bañado antes en agua caliente, pero la gélida zambullida no era peor que los ríos de su hogar. Temuge se volvió a mirar con añoranza la piscina humeante, pero se quedó donde estaba.

Para cuando se habían acomodado en el agua fría, Chen Yi ya había salido y los esclavos lo estaban secando con unas toallas. Khasar y Temuge no se entretuvieron y salieron detrás de él, Khasar boqueando como un pez fuera del agua. Los dos esclavos no se acercaron a él esta vez, sino que le entregaron un retazo grande de tela áspera para que se secara él mismo. Lo hizo con movimientos vigorosos, y su piel adquirió un aspecto saludable y tonificado. Se había quitado el cordel que le sujetaba la melena y sus largos mechones negros se movían como látigos a izquierda y derecha.

Temuge miró hacia el lamentable montón de ropa sucia que era su túnica y ya había alargado la mano hacia ella cuando Chen Yi dio unas palmadas y los asistentes aparecieron en la habitación trayendo prendas limpias. Deshacerse del hedor del barco era un verdadero placer se dijo Temuge, acariciando la suave tela. Mientras regresaban a la parte delantera de la casa para comer, todo lo que podía hacer era conjeturar sobre lo que les habría preparado Chen Yin.

La comida era abundante, aunque las miradas de Khasar y Temuge buscaron en vano una pieza de cordero entre los distintos platos.

—¿Esto qué es? —preguntó Khasar y cogió un pedazo de carne blanca con los dedos.

—Serpiente en salsa de jengibre —respondió Chen Yi. Señaló otro de los boles—. El perro lo conocéis, seguro.

Khasar asintió.

—Cuando atravesamos una época difícil… —contestó, introduciendo los dedos en una sopa para coger otro bocado. Sin hacer ningún gesto de desagrado, Chen Yi levantó un par de delgados palos de madera y les enseñó a los mongoles a sujetar una porción de alimento entre ellos. Sólo Ho Sa se sentía cómodo con los palillos y el rostro de Chen Yi enrojeció un poco al ver que tanto a Khasar como a Temuge se les caían una y otra vez los trozos de carne y de arroz sobre el mantel. Les volvió a mostrar la manera correcta de cogerlos, pero esta vez puso los pedazos de comida en las fuentes que los mongoles tenían frente a ellos para que pudieran cogerlos con los dedos.

Khasar logró mantener la calma. Lo habían frotado, bañado y vestido con ropas que picaban. Estaba rodeado de cosas nuevas que no comprendía y bajo la superficie hervía de ira. Cuando se cansó de pelearse con aquellos extraños palitos y los hundió en posición vertical en un tazón de arroz, Chen Yi se rió entre dientes, y los sacó de allí con un gesto rápido y diestro.

—Es un insulto dejarlos en esa posición —dijo Chen Yi— aunque no podías saberlo. —Khasar encontró que la fuente de brochetas de saltamontes era más fácil de manejar y mordió uno de los insectos fritos con manifiesto placer.

—Esto está mejor —replicó, masticando con aplicación.

Temuge estaba dispuesto a imitar todo lo que hiciera Chen Yi y mojó las bolas de masa frita en agua salada antes de metérselas en la boca. Cuando acabó con todos los saltamontes, Khasar alargó la mano hacia un montón de naranjas y cogió dos. Tras escupir un trozo de piel, peló la primera con los pulgares y se relajó visiblemente mientras arrancaba pedazos de pulpa y se los comía. Ambos hermanos estaban esperando que Chen Yi empezara a hablar y cada vez estaban más impacientes.

Cuando todos los demás habían terminado de comer Chen Yi observó los esfuerzos de Khasar para comerse la naranja y colocó sus palillos sobre la mesa, sin decir nada mientras los esclavos retiraban los platos de comida hasta que no quedó ni rastro. Cuando estuvieron solos de nuevo, se echó hacia atrás en su sofá. Sus ojos perdieron la languidez que habían adoptado mientras se bañaban y comían y recuperaron la vivacidad del capitán de barco que conocían del río.

—¿Por qué habéis venido a Baotou? —le preguntó a Temuge.

—Para comerciar —contestó Temuge al instante—. Somos comerciantes.

Chen Yi negó con la cabeza.

—Los comerciantes no llevan un arco mongol consigo ni lo disparan como tu hermano. Pertenecéis a ese pueblo. ¿Qué os ha traído a las tierras del emperador?

Temuge tragó con dificultad mientras intentaba pensar. Chen Yi había adivinado que eran mongoles muchos días atrás y no los había delatado, pero no conseguía confiar en aquel hombre, sobre todo después de tantas experiencias extrañas y confusas.

—Pertenecemos a las tribus del gran khan, sí —admitió—, pero hemos venido a iniciar relaciones comerciales entre nuestros dos pueblos.

—Yo soy un mercader. Presentadme a mí vuestras ofertas —replicó Chen Yi. La expresión de su rostro seguía siendo inescrutable, pero Temuge percibió la viva curiosidad de aquel hombrecillo.

—Ho Sa te preguntó quién eras para poseer tantas riquezas —dijo Temuge con lentitud, eligiendo las palabras—. Eres el propietario de una casa como ésta y tienes esclavos, pero asumiste el papel de contrabandista en el río y has sobornado a los guardias y organizado una maniobra de distracción para poder cruzar la puerta de la ciudad. ¿Quién eres que te hace ser digno de nuestra confianza?

Chen Yi los estudió con mirada fría.

—Soy un hombre a quien le inquieta la idea de veros deambular por su ciudad dando tumbos y metiendo la pata. ¿Cuánto tardarían los soldados imperiales en capturaros? ¿Y cuánto tiempo pasaría a partir de ese momento hasta que les contarais todo lo que habéis visto?

Aguardó mientras Temuge le traducía sus palabras a su hermano.

—Dile que si nos matan o nos hacen prisioneros, Baotou quedará arrasada —intervino Khasar mientras abría la segunda naranja en dos y sorbía una de las desgarradas mitades—. Gengis vendrá a por nosotros dentro de un año. Sabe dónde estamos y este hombrecillo vera su preciosa casa devorada por las llamas. Dile eso.

—Más vale que te quedes callado, hermano, si queremos salir de aquí con vida.

—Déjalo hablar —dijo Chen Yi—. ¿Cómo reducirían mi ciudad a cenizas si os matan?

Temuge comprobó con horror que Chen Yi hablaba la lengua de las tribus. Tenía un fuerte acento, pero pronunciaba con suficiente claridad y ambos pudieron entenderle. Se quedó paralizado al pensar en todas las conversaciones que Chen Yi habría oído durante las semanas que habían tardado en alcanzar Baotou.

—¿Cómo has aprendido nuestra lengua? —preguntó con brusquedad, olvidando su miedo por un momento.

Chen Yi soltó una risita aguda que intranquilizó aún más a los tres hombres que había sentado a su mesa.

—¿Creíais que habíais sido los primeros viajeros que han llegado a las tierras de los Chin? Los uighurs han recorrido la ruta de la seda. Algunos se han quedado aquí. —Dio una palmada y otro hombre entró en la sala. Estaba tan limpio como ellos y vestía una sencilla túnica Chin, pero su rostro era mongol y la anchura de sus hombros reflejaba que había aprendido a usar un arco en su infancia. Khasar se levantó para saludarlo, dándole un apretón de manos y golpeándole la espalda con el puño. El extraño sonrió de oreja a oreja ante aquella bienvenida.

—Es agradable ver una cara de verdad en esta ciudad —dijo Khasar.

El recién llegado pareció sentirse casi abrumado al escuchar esas palabras.

—Para mí también —contestó, tras lanzar una breve mirada a Chen Yi—. ¿Cómo están las estepas? Llevo muchos años sin volver a casa.

—Siguen igual —respondió Khasar. De repente le asaltó un pensamiento y su mano descendió hacia donde solía estar su espada—. ¿Este hombre es un esclavo?

Chen Yi alzó la vista sin muestra alguna de turbación.

—Por supuesto. Quishan era comerciante, pero decidió jugarse su dinero conmigo.

El mongol se encogió de hombros.

—Es verdad. No seré un esclavo toda la vida. Unos cuantos años más y habré pagado mi deuda. Luego, creo que volveré a las estepas y me buscaré una esposa.

—Búscame cuando vayas a hacerlo. Te ayudaré en tu nuevo comienzo —le prometió Khasar. Chen Yi observó cómo Quishan inclinaba la cabeza ante él y cuando Khasar aceptó el gesto como si no fuera nada nuevo para él, su mirada se endureció.

—Explícame otra vez cómo va a arder mi ciudad —dijo.

Temuge abrió la boca, pero Chen Yi alzó la mano.

—No, no confío en ti. Tu hermano fue sincero cuando creía que no podía comprenderle. Deja que sea él quien lo cuente todo.

Khasar miró de reojo a Temuge, disfrutando al máximo la frustración de su hermano. Se detuvo unos instantes para elegir sus palabras. Puede que Chen Yi los mandara matar cuando conociera sus planes. Situó la mano junto a un pequeño cuchillo que había escondido entre los pliegues de su túnica.

—Una vez pertenecimos a la tribu de los Lobos —comenzó Khasar, por fin—, pero mi hermano ha reunido a todas las tribus. El reino de Xi Xia es nuestro primer súbdito, aunque le seguirán otros. —Ho Sa se revolvió incómodo al oír sus palabras, pero ninguno de ambos interlocutores le prestó atención. Khasar hablaba sin mover ni un músculo, mirando a Chen Yi fijamente a los ojos—. Es posible que muera aquí, esta noche, pero si eso sucede, mi pueblo se lanzará sobre los Chin y destruirá vuestras magníficas ciudades, una a una, piedra a piedra.

El rostro de Chen Yi había adoptado una expresión tensa mientras lo escuchaba. Su dominio de la lengua se reducía al conocimiento que necesitaba para comerciar y habría sugerido que volvieran a comunicarse en su propio idioma, si no hubiera parecido una debilidad.

—Las noticias viajan con rapidez por el río —dijo, negándose a responder a la mortífera intensidad de Khasar—. He oído hablar de la guerra en Xi Xia, aunque no de que vuestro pueblo resultara vencedor. Entonces, ¿el rey ha fallecido?

—Estaba vivo cuando yo me marché —contestó Khasar—. Pagó un tributo y entregó a su hija. Una hermosa joven, me pareció a mí.

—No has respondido a mi pregunta, lo único que has hecho es proferir amenazas —le recordó Chen Yi—. ¿Qué os ha traído aquí, a mi ciudad?

Khasar notó el leve énfasis que Chen Yi había puesto en la palabra «mi». Él carecía de la sutileza necesaria para jugar con las palabras o tejer una red de mentiras que Chen Yi pudiera creer.

—Necesitamos hombres expertos en la construcción —contestó Khasar. Oyó el fuerte suspiro que emitió Temuge a su lado, pero hizo caso omiso de él—. Necesitamos conocer los secretos de vuestras ciudades. El propio gran khan es quien nos ha enviado. Baotou es sólo un lugar en un mapa que no tiene verdadera importancia.

—Es mi hogar —murmuró Chen Yi, pensativo.

—Te lo puedes quedar —añadió Khasar, presintiendo que era el momento adecuado para hablar así—. Baotou quedará intacta si informamos de tu ayuda.

Aguardó a que Chen Yi, con la frente perlada de sudor, sopesara su propuesta. Un grito suyo y la estancia se llenaría de hombres armados, no tenía ninguna duda. Era verdad que Gengis arrasaría la ciudad en venganza, pero Chen Yi no podía saberlo a ciencia cierta. Perfectamente podía tratarse de una fanfarronada o una mentira.

Fue Quishan quien rompió el silencio. Había palidecido mientras escuchaba las palabras de Khasar y habló en voz baja, lleno de admiración.

—¿Las tribus se han unido? —preguntó—. ¿También los uighurs?

Khasar asintió con la cabeza, sin dejar de mirar a Chen Yi.

—La cola azul forma parte del estandarte del gran khan. Los Chin nos han oprimido durante mucho tiempo, pero eso se ha terminado. Vamos a combatir, hermano.

Chen Yi observó con atención la cara de Quishan, notando la asombrada esperanza que se dibujaba en su expresión ante tales noticias.

—Os propongo un trato —dijo de pronto—. Sea lo que sea lo que necesitáis, os lo daré yo. Informaréis de ello a vuestro khan y le diréis que hay aquí un hombre en el que puede confiar.

—¿Y para qué puede servimos un contrabandista? —respondió Khasar. Temuge casi gimió mientras su hermano continuaba—. ¿Cómo puedes tú negociar el destino de una ciudad?

—Si fracasáis, o mentís, no habré perdido nada. Si estáis diciendo la verdad, necesitaréis aliados, ¿no? —replicó Chen Yi—. Tengo poder aquí.

—¿Traicionarías a la corte imperial? ¿A tu propio emperador? —inquirió Khasar. Había hecho esa pregunta para poner a prueba a Chen Yi y se quedó estupefacto al ver al hombrecillo escupir en el lustroso suelo.

—Ésta es mi ciudad. Todo lo que ocurre aquí llega a mis oídos. No siento ningún aprecio por los nobles que creen que todos los hombres pueden correr delante de sus carros como animales. He perdido familiares y amigos a manos de sus soldados, he visto a algunos de mis seres queridos ahorcados por negarse a delatarme. ¿Qué me importa lo que les pase a esos hombres?

Mientras hablaba, se había puesto de pie y Khasar se levantó a su vez, directamente frente a él.

—Siempre cumplo mi palabra —dijo Khasar—. Si digo que esta ciudad será tuya, será tuya cuando conquistemos las tierras Chin.

—¿Puedes hablar en nombre del khan? —preguntó Chen Yi.

—Es mi hermano. Puedo hablar en su nombre —contestó Khasar. Temuge y Ho Sa eran meros espectadores del diálogo entre ambos hombres que se miraban a los ojos con intensidad y fijeza.

—En el barco ya sabía que eras un guerrero —aseguró Chen Yi—. Eres un espía nefasto.

—Y yo sabía que eras un ladrón, pero uno bueno —respondió Khasar. Chen Yi se rió y se dieron un firme apretón de manos.

—Cuento con un amplio grupo de hombres dispuestos a hacer lo que les pida. Os daré lo que necesitéis y me aseguraré de que retornéis sanos y salvos con vuestro pueblo —dijo Chen Yi. Se sentó y pidió vino, mientras Temuge empezaba a hablar Era incapaz de entender cómo aquel comerciante había llegado a confiar en Khasar pero no importaba. Tenían un aliado en Baotou.

Cuando cayó la noche, Khasar, Ho Sa y Temuge aceptaron la oferta de dormir unas cuantas horas antes de la larga noche que tenían ante si y se retiraron a unas habitaciones a las que se accedía a través del segundo patio. Chen Yi no había vuelto a necesitar más de unas pocas horas de sueño desde los días en los que tenía que huir de los soldados por los callejones de Baotou… siglos atrás. Se sentó con Quishan y dos de sus guardias y hablaron en voz baja mientras movían fichas de marfil sobre un tablero de mah-jong. Quishan permaneció largo tiempo en silencio, moviendo las fichas en su mano y haciendo que entrechocaran con suaves chasquidos. Conocía a Chen Yi desde hacía casi diez años y había visto florecer su implacable deseo de poder en aquel tiempo. El menudo comerciante había aplastado a otros tres líderes de bandas de delincuentes de Baotou y no había exagerado al decirle a Khasar que en la ciudad sucedían pocas cosas que no llegaran a sus oídos.

Quishan se descartó de una ficha y observó cómo la mano de Chen Yi se situaba sobre ella. Era obvio que aquel hombre al que había llegado a llamar su amigo no estaba concentrado en el juego, estaba pensando en otra cosa. Quishan se preguntó si debería elevar las apuestas y liquidar un poco más de su deuda. Decidió no hacerlo, recordando otras partidas en las que Chen Yi le había hecho confiarse con exactamente la misma estrategia y luego le había ganado de forma consistente.

Vio que Chen Yi finalmente tomaba otra ficha y el juego siguió dando la vuelta a la mesa, hasta que uno de los guardias exclamó «Pung», haciéndole maldecir entre dientes.

Mientras el guardia mostraba tres fichas casadas, Chen Yi puso la mano extendida sobre la mesa.

—Basta por esta noche. Estás mejorando, Han, pero ya prácticamente ha llegado vuestro turno de vigilancia en la puerta.

Ambos guardias se levantaron e hicieron una pequeña inclinación de cabeza. Habían sido rescatados de los peores barrios de la ciudad, y eran fuertes y leales al hombre que lideraba el Tong. Quishan se quedó, intuyendo que Chen Yi deseaba hablar.

—Estás pensando en los recién llegados —dijo Quishan mientras recogía las fichas que habían dispuesto sobre la mesa durante el juego. Chen Yi asintió, mirando fijamente hacia la oscuridad a través de las traslúcidas puertas. La noche había refrescado y se preguntó qué le depararían las horas que estaban por llegar.

—Son gente extraña, Quishan. Te lo he dicho antes. Los subí a bordo para proteger mi seda cuando tres de mis hombres cayeron enfermos. Quizá me guiaban mis ancestros cuando tomé esa decisión. —Suspiró y se frotó los ojos, cansado—. ¿Te fijaste en cómo Khasar tomaba nota de las posiciones de los guardias? Sus ojos no se detenían ni un momento. En el barco pensé que nunca lo había visto relajado, pero tú eres igual. Quizá todo tu pueblo sea así.

Quishan se encogió de hombros.

—La vida es una lucha, amo. ¿No es eso lo que creen también los budistas? En las llanuras de mi hogar, los débiles mueren pronto. Siempre ha sido así.

—Nunca he visto a nadie disparar un arco con tanta destreza como él. En una oscuridad casi completa, en un barco que se bamboleaba, mató a seis hombres sin vacilar. ¿Sois todos tan hábiles en tu pueblo?

Quishan, con manos rápidas, empezó a meter las fichas de mah-jong en el estuche de cuero.

—Yo no lo soy, pero los uighurs valoran el estudio y el comercio más que ninguna otra tribu. Los Lobos son famosos por su ferocidad. —Hizo una pausa y sus manos se detuvieron—. Es casi increíble que las tribus hayan llegado a reunirse bajo un solo hombre, un solo khan. Debe de ser un hombre extraordinario.

Quishan cerró el estuche con un chasquido y se echó hacia atrás en la silla. Le apetecía beber algo para asentar su estómago, pero Chen Yi nunca permitía el alcohol cuando la noche requería que tuvieran la mente despejada.

—¿Vas a darle la bienvenida a mi pueblo cuando se presenten ante las murallas de la ciudad?, preguntó Quishan con voz suave. Sintió que la mirada de Chen Yi se posaba en él, pero no alzó la vista de sus manos, que había apoyado sobre la mesa con los dedos entrelazados.

—¿Crees que he traicionado a mi ciudad? —le preguntó Chen Yi.

Quishan levantó la mirada, advirtiendo la oscura ira que reflejaba el rostro del hombre en quien había llegado a confiar a lo largo de los años.

—Todo esto es nuevo. Tal vez este nuevo khan sea destruido por los ejércitos del emperador y los que se hayan declarado aliados suyos sufran el mismo destino que él. ¿Has considerado esa posibilidad?

Chen Yi resopló.

—Por supuesto, pero he vivido demasiado tiempo con una bota pisándome el cuello, Quishan. Esta casa, mis esclavos, todos aquéllos que me siguen son sólo lo que los ministros del emperador no han descubierto gracias a que son perezosos y corruptos. Ni siquiera merecemos su atención, como las ratas de sus almacenes. A veces, envían a un hombre para dar ejemplo y ahorcan a varios cientos. A veces incluso capturan a personas que son valiosas para mi O a las que amo. —Mientras hablaba, la expresión del rostro de Chen Yi permanecía imperturbable, pero Quishan sabía que estaba pensando en su hijo, que era sólo un chiquillo cuando lo capturaron en una redada en los puertos dos años atrás. El propio Chen Yi había bajado el cuerpo de donde colgaba acariciado por la brisa del río.

—Pero un fuego no sabe a quién quema —dijo Quishan—. Estás invitando a las llamas a entrar en tu casa, en tu ciudad. ¿Quién sabe cómo acabará todo?

Chen Yi guardó silencio. Sabía tan bien como Quishan que podían hacer desaparecer a los tres extraños sin grandes problemas. Siempre había cadáveres, desnudos y abotargados, flotando a la deriva en el río Amarillo. Las muertes nunca serían relacionadas con él Y, sin embargo, Chen Yi había visto algo en Khasar que había despertado una sed de venganza que había permanecido enterrada desde la mañana en la que recibió en sus brazos el cuerpo sin vida de su hijo.

—Deja que venga este pueblo tuyo de arcos y caballos. Los juzgo más por lo que sé de ti que por las promesas de unos hombres que no conozco. ¿Cuánto tiempo llevas trabajando para mí?

—Nueve años, amo —contestó Quishan.

—Y has mantenido tu palabra de honor de que pagarías tu deuda. ¿Cuántas veces podrías haber escapado y regresado junto a tu pueblo?

—Tres veces —admitió Quishan—. Tres veces en las que pensé que podría estar lejos de aquí antes de que te pusieran al corriente de mi huida.

—Estaba al tanto de esas ocasiones —respondió Chen Yi—, sabía que un capitán de barco te había hecho la primera oferta. Trabajaba para mí. No habrías llegado muy lejos sin que te cortaran el cuello.

Quishan frunció el ceño al recibir esa información.

—Entonces, me pusiste a prueba.

—Por supuesto. No soy ningún tonto; Quishan. Nunca lo he sido. Deja que las llamas entren en Baotou. Me alzaré de las cenizas cuando hayan concluido. Deja que los soldados imperiales se quemen los penachos en ellas y me sentiré contento. Me sentiré feliz por fin.

Chen Yi se puso en pie y estiró brazos y espalda, haciendo crujir los huesos de la columna con un sonido que resonó en el silencio de las estancias.

—Eres un jugador Quishan, por eso llevas tanto tiempo trabajando para mí. Yo nunca lo he sido. He hecho mía esta ciudad, pero aún tengo que agachar la cabeza cuando veo a uno de los favoritos del emperador pavoneándose sobre sus caballos por las calles. Por mis calles, Quishan, y aun así agacho la cabeza y meto el pie en la suciedad de las alcantarillas para retirarme de su camino.

La mirada de Chen Yi se perdió en la oscuridad exterior, los ojos carentes de expresión.

—Ahora voy a mantener la cabeza alta, Quishan, y las fichas caerán como lo quiera el destino.