Ho Sa le dijo a los hermanos que para llegar a Baotou deberían recorrer varios kilómetros a pie desde el bullicioso puerto fluvial que la aprovisionaba. La ciudad era el último centro comercial entre el reino Chin del norte y el reino Xi Xia, y cuando viraron para adentrarse en esa zona, el río estaba repleto de barcas. Desde que abandonaron sus ponis habían transcurrido tres semanas y Temuge estaba harto de la lentitud del paso del tiempo, de las húmedas neblinas sobre el agua y de la dieta de arroz y pescado. Chen Yi y su tripulación bebían agua del río sin ponerse enfermos y Khasar parecía tener un estómago de hierro, pero las tripas de Temuge habían estado flojas tres días seguidos al final de los cuales el joven estaba totalmente abatido y tenía la ropa sucia. Nunca antes había visto o comido pescado y esas cosas cubiertas de escamas plateadas que sacaban del río no le infundían ninguna confianza. Los marineros parecían encantados cuando, tirando de unas delgadas cuerdas conseguían sacarlos del agua y los animales se retorcían y daban coletazos sobre la cubierta hasta que los hombres se abalanzaban sobre ellos y les machacaban la cabeza. Temuge había lavado las prendas manchadas mientras estaban amarrados, pero le seguían sonando las tripas y expulsaba aire fétido por ambos extremos de su cuerpo.
A medida que el río Amarillo, serpenteando, se iba adentrando entre las colinas, aparecían ante sus ojos más y más aves, que vivían de las sobras de los comerciantes y las tripulaciones. Temuge y Khasar se quedaron fascinados ante el impresionante número de hombres y embarcaciones que transportaban mercancías por el río y que, en aquel lugar, eran más que en ningún otro sitio que hubieran visto antes. Aunque Chen Yi parecía capaz de abrirse camino entre la aglomeración de barcas utilizando sólo la vela, muchos de los marineros llevaban largas pértigas para alejar a otros botes cuando se acercaban en exceso al suyo. Era un ambiente ruidoso y caótico, con cientos de mercaderes compitiendo a voces para vender desde pescado fresco hasta telas estropeadas por el agua que pudieran emplearse aún para las ropas más bastas. Un aire impregnado de aromas de extrañas especias los envolvió mientras Chen Yi maniobraba entre sus competidores, buscando un espacio para atracar durante la noche.
Chen Yi era todavía más conocido en aquellas aguas y Temuge observó con ojos entrecerrados cómo lo saludaban sus distintos amigos. A pesar de que la tripulación parecía haber admitido a Khasar como a uno de los suyos, Temuge no confiaba en el menudo capitán. Estaba de acuerdo con Ho Sa en que la bodega debía de estar llena de alguna mercancía de contrabando, pero el hombrecillo tal vez podría ganarse algunas monedas extra informando de su presencia a los soldados imperiales. La tensión corroía a los tres hombres por tener que permanecer a bordo sin saber si estaban a salvo.
Era obvio que no habían llegado al puerto de noche por casualidad. Chen Yi se había retrasado en una curva del río, sin dignarse a contestar cuando Temuge lo presionó para que se diera prisa. Fuera lo que fuera lo que guardaba en su bodega, lo descargarían en la oscuridad, cuando los recaudadores de impuestos y sus soldados estuvieran menos alerta.
Enfadado, Temuge murmuró entre dientes. No le importaban nada los problemas de Chen Yi. Su tarea era llegar al puerto lo antes posible para dirigirse sin dilación a la ciudad. Ho Sa había dicho que el trayecto se podía recorrer en unas pocas horas y que el camino era bueno, pero tantas cosas y sonidos extraños a su alrededor estaban poniéndolo nervioso y quería ponerse en marcha de inmediato. Mientas buscaban un lugar donde amarrar y esperar su turno para descargar en el desvencijado puerto, también la tripulación dejaba traslucir su nerviosismo.
El puerto no resultaba en absoluto impresionante, consistía en unos cuantos edificios de madera que parecían tener que apoyarse los unos sobre los otros para no caerse. Era un lugar sórdido, construido pensando en el comercio y no en el confort. A Temuge eso le daba igual, pero vio a un par de soldados bien armados que no perdían de vista todo lo que se descargaba en el muelle y deseó que su atención no recayera sobre ellos.
Oyó que Chen Yi hablaba en voz baja a sus marineros y Temuge entendió que les estaba dando órdenes al verles agachar la cabeza con movimientos bruscos. Se esforzó en ocultar su irritación por tener que sufrir un nuevo retraso. Pronto, sus compañeros y él abandonarían el río y se alejarían de ese pequeño mundo que no lograba comprender. Durante un breve instante, se había preguntado si podría comprar manuscritos ilustrados en ese mercado fluvial, pero no parecía haber nadie que comerciara con ellos y los lingotes de plata o las figuritas talladas no le interesaban. Esos artículos se los ofrecían chicos de manos mugrientas que se aproximaban remando en barquichuelas de junco trenzado a todos los barcos que acababan de incorporarse al mercado. Temuge miró con expresión glacial a los pilluelos hasta que pasaron. Cuando Chen Yi se acercó a la popa a hablar con su pasaje, Temuge tenía un humor de perros.
—Tenemos que esperar hasta que haya un hueco en el muelle —afirmó—. Podréis marcharos antes de medianoche, o unas horas después. —Ante el fastidio de Temuge, el hombrecillo hizo una inclinación de cabeza a Khasar—. Si no comieras tanto, te haría miembro de mi tripulación —Khasar no le entendió, pero le dio una palmada a Chen Yi en el hombro como respuesta. Él también estaba impaciente por seguir adelante y el capitán percibió el ánimo de sus pasajeros—. Si queréis puedo encontraros plaza en algún carro para que os lleven a la ciudad. Será un precio justo.
Temuge vio que el hombre los observaba atentamente. No tenía ni idea de si el viaje a Baotou era fácil o no, pero sospechaba que un mercadea la profesión que él mismo había declarado, no rechazaría una oferta así. La idea de seguir viajando bajo la mirada recelosa de Chen Yi le incomodaba, pero esbozó una sonrisa forzada y le respondió en la lengua de los Chin.
—Nuestra respuesta es sí —contestó—, a menos que tardéis mucho en descargar vuestras mercancías.
Chen Yi se encogió de hombros.
—Tengo amigos aquí que pueden ayudarme. No tardaré mucho. Para ser comerciantes, me parece a mí que sois muy impacientes. —Lo dijo sonriendo, pero no les quitó los ojos de encima mientras hablaba, absorbiendo cada detalle de su reacción. Temuge se alegró de que Khasar no le entendiera. Su hermano era más fácil de leer que un mapa.
—Lo decidiremos más tarde —respondió Temuge, girando la cabeza para asegurarse de que Chen Yi notara que había dado la conversación por terminada. Puede que el hombrecillo se hubiera marchado, pero Khasar señaló a los soldados que había en el muelle.
—Pregúntale por esos hombres —le dijo a Ho Sa—. Queremos alejarnos de ellos y yo creo que él también. Pregúntale cómo piensa descargar sin que se den cuenta.
Ho Sa vaciló, sin decidirse a dejar que Chen Yi supiera que habían adivinado que su carga era ilegal o no había pagado impuestos. No sabía cómo iba a reaccionar. Antes de que empezara a hablar Khasar resopló.
—Chen Yi —dijo, señalando otra vez a los soldados.
El capitán alargó la mano y bajó el brazo de Khasar antes de que alguien pudiera notar el gesto.
—Tengo amigos en el puerto —replicó—. No tendremos problemas aquí. Baotou es mi ciudad, la ciudad donde he nacido, ¿entendéis?
Ho Sa tradujo y Khasar asintió.
—No deberíamos separarnos de este tipo, hermano —le indicó a Temuge—. No puede traicionarnos mientras descarga porque llamaría demasiado la atención sobre lo que sea que ha estado durante estas semanas bajo nuestros pies.
—Gracias por tu interés, Khasar —respondió Temuge, en tono ácido—. Ya he reflexionado sobre lo que tenemos que hacer. Aceptaremos su oferta de llevarnos a la ciudad y entrar en la ciudad junto a él Después de eso, encontraremos a los hombres que buscamos y regresaremos.
Habló sabiendo que Chen Yi no podía entenderle, pero aun así lo hizo con aprensión. Encontrar a los albañiles de Baotou era una parte del plan que no habían podido predecir desde el reino de los Xi Xia. Nadie sabía si sería fácil o difícil localizarlos, o qué peligros se presentarían en la ciudad. Aunque tuvieran éxito, Temuge no estaba seguro de cómo sacarían a unos prisioneros si un solo grito de socorro podía lanzar a los soldados sobre ellos. Pensó en la plata que Gengis le había entregado para hacerles más fácil el viaje.
—¿Volverás al río después, Chen Yi? —le preguntó—. Puede que no nos quedemos mucho en la ciudad.
Para su decepción, el capitán negó con la cabeza.
—Aquí está mi casa y tengo muchas cosas que hacer. No volveré a salir hasta dentro de muchos meses.
Temuge recordó la elevada cantidad que Chen Yi les había exigido por el viaje, fingiendo que no quería tener que navegar hasta tan lejos.
—¿Así que ibas a venir aquí de todas formas? —preguntó, indignado.
Chen Yi sonrió de oreja a oreja.
—Los pobres no van a Baotou —contestó, riéndose. Temuge lo fulminó con la mirada mientras el capitán se reunía con paso tranquilo con su tripulación.
—No confío en él —murmuró Ho Sa—. No le preocupan los soldados del muelle. Transporta algo tan valioso como para sufrir un ataque armado y todos los barqueros de Baotou lo conocen. Esto no me gusta nada.
—Estaremos preparados —replicó Temuge, aunque al oír aquellas palabras le había invadido el pánico. Los hombres de los puertos y del río eran enemigos y confiaba en que pudieran pasar entre ellos sin ser vistos. Gengis había puesto sus esperanzas en ellos, pero en ocasiones daba la impresión de que les había encomendado una misión imposible.
La luna era una helada línea blanca y arrojaba sólo un pálido destello sobre las aguas. Temuge se preguntó si Chen Yi habría planeado su llegada con más cuidado todavía de lo que había notado. Al principio, la negrura de la noche fue un obstáculo cuando Chen Yi desató las cuerdas que los sujetaban a un poste del muelle y envió a dos miembros de la tripulación a popa a manejar el timón para virar. Mientras surcaba las aguas adelante y atrás, el propio Chen Yi utilizó una larga pértiga para abrirse camino entre las barcas del puerto. Varios hombres somnolientos le insultaron cuando el palo golpeó la madera haciendo un ruido sordo en la oscuridad. Temuge pensó que la luna se había desplazado en el cielo cuando por fin llegaron al muelle en sí, aunque Chen Yi apenas tenía una gota de sudor en el cuerpo.
El muelle estaba oscuro, a pesar de que algunos de los edificios de madera aún tenían luz en las ventanas y oyeron algunas risas provenientes del interior. El resplandor amarillo que despedían aquellas construcciones parecían ser todo cuanto Chen Yi necesitaba para orientarse en el puerto y fue el primero que se situó de un salto sobre la estructura de pilares de madera con una maroma en las manos para amarrar el barco. No había ordenado silencio pero ninguno de los marineros pronunció una sola palabra mientras desmontaban la vela. Hasta el sonido que hicieron al abrir las trampillas que daban a la bodega fue un ruido apagado.
Temuge expulsó un largo suspiro de alivio por haber llegado a tierra firme, pero, al mismo tiempo, sintió que el pulso se le aceleraba. Vislumbró unas cuantas sombras humanas, descansando o durmiendo y entornó los ojos para verlas mejor; preguntándose si eran mendigos, prostitutas o incluso informadores. Sin duda los soldados que había visto estarían preparados para reaccionar ante la posibilidad de que un barco atracara durante la noche. Temuge temía oír un súbito grito o el ruido de un grupo de hombres armados a la carrera que diera al traste con todo lo que habían logrado hasta entonces. Habían llegado hasta la ciudad que Gengis quería, o al menos al lugar junto al río que estaba más próximo a ella. Tal vez precisamente por qué estaban tan cerca de su objetivo, estaba convencido de que todo quedaría en nada y adelantó a los demás a trompicones para saltar la borda del barco y llegar a los tablones, pero con las prisas dio un traspié. Fue Ho Sa quien lo sujetó por el brazo ayudándolo a recobrar el equilibrio, mientras Khasar desaparecía en la oscuridad.
Temuge deseaba más que ninguna otra cosa dejar atrás aquella barca y su tripulación, pero seguía preocupado porque Chen Yi los traicionara. Si el capitán del barco había captado el significado del hecho de que Khasar llevara un arco mongol, la información podría servirle para librarse de cualquier problema que se le presentara. En una tierra extraña, incluso con la ayuda de Ho Sa, les resultaría muy difícil poder escapar de una persecución, sobre todo si sabían que se dirigían a Baotou.
Un crujido surgió de la oscuridad y la mano de Temuge se movió hacia el cuchillo. Se obligó a relajarse al ver que se trataba de dos carros que se aproximaban tirados por unas mulas cuya respiración creaba una nube de niebla en el aire helado. Los carreteros descendieron, hablaron en voz baja con Chen Yi y uno de ellos soltó una risita mientras empezaban a descargar la pequeña barca. Temuge no pudo evitar aguzar la vista para ver qué sacaban de allí, pero no consiguió distinguir ningún detalle. Fuera lo que fuera lo que transportaban, a juzgar por los sonidos que emitieron los hombres al levantarlo, era algo pesado. Tanto Temuge como Ho Sa avanzaron de modo inconsciente, movidos por la curiosidad. Fue la voz de Khasar; que pasó junto a ambos con una masa negra sobre el hombro, la que se oyó en la oscuridad.
—Seda —susurró a Temuge—. He palpado el extremo de un rollo. —Lo oyeron gruñir al subir el peso al carro más próximo antes de regresar junto a ellos—. Si toda la mercancía es igual, hemos metido seda de forma clandestina en la ciudad.
Ho Sa se mordió el labio.
—¿En tanta cantidad? Debe de venir de Kaifeng o de la propia Yenking. Un cargamento así es muy valioso para defenderlo sólo con unos cuantos marineros.
—¿Cómo de valioso? —preguntó Khasar; alzando el volumen lo suficiente para hacer que el rostro de Temuge se crispara, aprensivo.
—Miles de lingotes de oro —respondió Ho Sa—. Suficiente para comprar cien barcos como éste y una mansión para guardarlos. Este Chen Yi no es ningún pequeño mercader ni un ladronzuelo. Si ha organizado este viaje para transportar la carga por el río sólo lo ha hecho para desviar la atención de aquéllos que pudieran querer robarla. Aun así, podría haberlo perdido si no hubiéramos estado a bordo. —Se quedó pensando un momento antes de continuar—. Si la bodega está llena, la carga sólo puede pertenecer a las reservas imperiales. No se trata de pagar impuestos o no. Lo someten a una estricta protección antes de la venta. Quizá ésta sea sólo la primera etapa en una ruta que la llevará a miles de kilómetros hasta su destino final.
—¿Y eso qué importa? —le preguntó Khasar—. Todavía tenemos que conseguir entrar en la ciudad y es el único que se ha ofrecido a llevarnos.
Ho Sa respiró profundamente para ocultar un arrebato de ira.
—Si alguien está buscando esta seda, estaremos más en el punto de mira que si estuviéramos solos. ¿Entiendes? Entrar en Baotou con esto, podría ser nuestro mayor error. Si los guardias de la ciudad registran los carros, nos capturarán y nos torturarán hasta que les digamos todo lo que sabemos.
A Temuge le dio un vuelco el estómago al imaginárselo. Estaba a punto de ordenar a los demás que se alejaran de los muelles cuando Chen Yi apareció junto a él. Llevaba una lámpara con las puertecitas cerradas, pero el leve resplandor le iluminaba el rostro: su expresión estaba más tensa que nunca y su piel relucía por el sudor.
—Subid, todos vosotros —dijo. Temuge abrió la boca para inventar alguna excusa, pero la tripulación había abandonado el barco. Todos llevaban cuchillos en la mano y estaban listos para utilizarlos y Temuge no encontró ninguna frase que pudiera calmar su creciente temor. Habían dejado suficientemente claro que los pasajeros no podían marcharse sin más y adentrarse en la noche, no después de lo que habían visto. Maldijo a Khasar por ayudarlos con los rollos de tela. Quizá eso hubiera despertado aún más sus sospechas.
Chen Yi pareció percibir su incomodidad y le hizo un gesto con la cabeza.
—No os conviene entrar por vuestros propios medios en la ciudad en la oscuridad —aseguró—. No lo permitiré.
Temuge se estremeció y alargó la mano para ayudarse a subir a uno de los carromatos. Vio cómo la tripulación le hacía gestos a Ho Sa para que se encaramara al segundo, aunque permitieron que Khasar se acomodara al lado de su hermano. Desalentado, se dio cuenta de que Chen Yi los había separado de forma deliberada. Se preguntó si llegaría a ver Baotou o se desharían de él arrojándolo al camino con un tajo en la garganta. Al menos aún conservaban las armas. Khasar llevaba su arco envuelto en tela y Temuge tenía su pequeño cuchillo. Sin embargo sabía que él nunca conseguiría escapar si la huida dependía de su capacidad para luchar.
Los carros permanecían inmóviles cuando un suave silbido surgió de las sombras de los edificios del puerto. Chen Yi descendió de un ágil salto y respondió silbando a su vez. Temuge observó entre nervioso y fascinado cómo una forma negra salía de la sombra y se dirigía hacia el pequeño grupo. Era uno de los soldados de antes, u otro muy parecido. El hombre hablaba en voz baja y Temuge se esforzó para oír lo que decía. Vio que Chen Yi le entregaba una bolsa de cuero y oyó el gruñido de placer que emitió el soldado al notar lo pesada que era.
—Conozco a tu familia, Yan. Conozco tu pueblo, ¿entiendes? —dijo Chen Yi. El cuerpo del hombre se tensó, captando la implícita amenaza. No respondió—. Eres demasiado viejo para ser guardia del puerto —prosiguió Chen Yi—. Lo que tienes entre manos es suficiente para jubilarte con dinero, tal vez puedas comprar una granja, con esposa y gallinas. Quizá ya sea hora de que dejes los muelles de una vez.
El soldado asintió en la penumbra, apretando la bolsa contra su pecho.
—Si me cogen, Yan, tengo amigos que te encontrarán te escondas donde te escondas.
El hombre asintió de nuevo, con un movimiento brusco. Su miedo era evidente y Temuge se preguntó una vez más quién era ese Chen Yi, si es que ése era su verdadero nombre. Era obvio que nadie habría confiado un cargamento de seda imperial robada a un mero capitán de barco.
El soldado volvió a desaparecer entre los edificios, moviéndose deprisa para poner a salvo el tesoro que llevaba consigo. Chen Yi se encaramó al carro de nuevo y los carreteros chasquearon la lengua para ordenar a las mulas que avanzaran. Temuge palpó con los dedos debajo de él buscando el resbaladizo tacto de la seda, pero todo lo que tocó fue una tela áspera con una línea de puntadas muy gruesas. Habían cubierto la seda, pero esperaba que Chen Yi hubiera sobornado a más hombres en Baotou. Se sentía perdido, atrapado en una cadena de acontecimientos que no podía controlar. Un registro minucioso en las murallas de la ciudad y nunca volvería a ver las montañas Khenti. Como le había enseñado Kokchu, rezó a los espíritus rogándoles que lo guiaran a través de las oscuras aguas de los próximos días y lo mantuvieran a salvo.
Uno de los miembros de la tripulación se quedó atrás para llevar el barco de vuelta al río. Apenas podía controlarlo él solo y Temuge adivinó que planeaban hundirlo en algún lugar donde no hubiera oficiales que pudieran hacer preguntas indiscretas. Chen Yi no era del tipo de hombres que cometiera errores, y Temuge pensó en cuánto le gustaría saber si se encontraba ante un amigo o un enemigo.
A Temuge le pareció que el cálculo de la distancia de Baotou realizado por Ho Sa había sido correcto. La ciudad había sido construida a unos doce kilómetros del río, o veinticinco li, en la medida que utilizaban los Chin para las distancias. El camino era bueno, estaba pavimentado con piedras planas para que los comerciantes no tardaran demasiado tiempo en alcanzar la ciudad desde el río. La aurora era apenas visible en el este cuando Temuge alargó el cuello para otear en la penumbra y vio la negra sombra de las murallas de la ciudad acercándose. Sucediera lo que sucediera, tanto si se trataba de un registro de los carros que acabara llevándolos a la muerte como si conseguían entrar en Baotou sin ser descubiertos, sucedería pronto. Sintió que un sudor nervioso le empezaba a hacer cosquillas y se rasco las axilas. Aparte del peligro que rodeaba aquel momento, nunca antes había entrado en una ciudad de piedra. No podía desterrar de su mente la imagen de un hormiguero que se lo iba a tragar de algún modo mezclándolo con una masa bullente de extraños. La idea de su proximidad le hizo respirar entrecortadamente. Ya estaba asustado. Tuvo la impresión de que las familias de su propio pueblo estaban muy lejos. Temuge se apoyó en la oscura silueta que era su hermano, llegando casi a tocar su oreja con los labios para que nadie pudiera oírlos.
—Si nos descubren en la entrada, o encuentran la seda, tenemos que escapar y buscar un escondite en la ciudad.
Khasar miró de reojo hacia Chen Yi, que estaba sentado en la parte delantera del carro.
—Confiemos en que no sea necesario llegar a eso. Nunca nos volveríamos a encontrar y creo que nuestro amigo es algo más que un simple contrabandista.
Cuando Chen Yi se giró para mirarlos, Temuge se echó hacia atrás sobre los sacos. En la creciente luz, la inteligencia que Temuge vio brillar en la mirada del hombrecillo le desconcertó y el joven miró hacia los muros de la ciudad, cada vez más nervioso.
Ya no estaban solos en el camino. La luz del alba revelaba una hilera de carros que se iban reuniendo delante de las puertas. Era evidente que muchas más personas habían pasado la noche junto al camino, aguardando a que les dieran permiso para entrar. Chen Yi los dejó atrás mientras empezaban a agitarse, haciendo caso omiso de esos hombres que bostezaban y habían perdido su puesto en la fila. Amplios campos del color del barro se extendían en la distancia. No quedaba arroz en las plantas, que había sido recogido para alimentar a la ciudad. Baotou se cernía sobre ellos y Temuge tragó saliva y alzó la vista una y otra vez hacia las grises piedras.
La puerta de la ciudad era una masiva construcción de madera y hierro, cuyas inmensas dimensiones buscaban tal vez impresionar a los viajeros. A cada lado se elevaban sendas torres de la mitad de altura de la puerta, unidas mediante una plataforma. Había soldados sobre ella y Temuge se dio cuenta de que desde allí disfrutaban de una visión muy clara de todo lo que acontecía debajo. Vio que iban armados con ballestas y se le encogió el estómago.
La puerta se abrió y Temuge dirigió hacia allí su atenta mirada: unos soldados tiraron de ambas hojas hacia atrás y bloquearon la entrada con una vara de madera a cuyo extremo había un contrapeso. Los carromatos más próximos no se movieron mientras los soldados tomaban posiciones, disponiéndose para iniciar el día. Los carreteros de Chen Yi tiraron con suavidad de las riendas, conteniendo a sus mulas. No parecían experimentar la inquietud que sentía Temuge y éste se esforzó en recordar cómo se adoptaba la expresión impasible que le enseñaron de niño. No podía permitir que los soldados lo vieran sudar en una mañana tan fría y se limpió la frente con las mangas.
Detrás de ellos, otro comerciante detuvo su carro y saludó alegremente a alguien que estaba a un lado del camino. La hilera de carromatos avanzó lentamente hacia el interior de la ciudad y Temuge vio que los soldados detenían a uno de cada tres carros y, con sequedad, intercambiaban unas cuantas palabras con los comerciantes. Habían levantado la vara de madera para dejar pasar al primer carro y no habían vuelto a bajarla. Temuge empezó a repetir las frases de relajación que había aprendido de Kokchu, confortándose con su familiar sonido. El sonido del viento. La tierra bajo los pies. El alma de las colinas. La liberación de las cadenas.
El sol estaba ya muy alto en el horizonte cuando el primer carro de Chen Yi alcanzó la puerta. Temuge había estudiado el patrón de los registros y pensó que pasarían sin ser detenidos cuando el mercader que los precedía fue cacheado y lo dejaron pasar sin problemas. Presa de un terror cada vez más intenso, vio que los soldados miraban al impertérrito conductor de Chen Yi. Uno de ellos, que parecía estar más alerta que su adormilado compañero, dio un paso adelante.
—¿Qué venís a hacer a Baotou? —preguntó el soldado. Se dirigió al carretero, que empezó a divagar y Temuge sintió que el corazón le latía con fuerza. Entonces Chen Yi miró hacia la ciudad por encima de la cabeza del guardia. Más allá de la puerta se abría una plaza en la que se estaba celebrando un mercado que, aunque apenas acababa de amanecer, ya bullía lleno de actividad. Temuge vio que el capitán hacía un brusco gesto de asentimiento con la cabeza y de repente se produjo un estrépito entre los puestos que hizo que los soldados se giraran a mirar.
Repentinamente, toda la plaza se llenó de niños que corrían de un lado para otro gritando y zigzagueando para escapar de los dueños de los puestos. Sorprendido, Temuge vio que había columnas de humo elevándose de varios puntos distintos y oyó que los soldados maldecían y gritaban órdenes a sus compañeros. Algunos tenderetes fueron retirados y muchos más se desplomaron cuando alguien derribó de una patada el palo que sostenía sus toldos. Se oyeron gritos de «¡Al ladrón!» y el caos crecía por momentos.
El guardia de la puerta dio una palmada en el costado del carro de Chen Yi, aunque no quedó del todo claro si era una orden de que se quedaran parados o de que avanzaran. Con otros cinco soldados, se precipitó a intentar controlar lo que estaba a punto de transformarse en un disturbio callejero. Temuge se atrevió a echar una ojeada hacia arriba, pero los ballesteros estaban fuera del alcance de su vista. Rogó que ellos también se hubieran distraído y, cuando el conductor de Chen Yi chasqueó la lengua y entró en la ciudad, se obligó a sí mismo a fijar la vista al frente.
El fuego ardía cada vez con más furia en la placita a medida que, uno tras otro, los tenderetes fueron presa de las llamas, crepitando entre los chillidos de los vendedores. Temuge alcanzó a ver imágenes fugaces de soldados corriendo, pero los niños eran rápidos y ya estaban escurriéndose en diversos refugios y callejones, algunos con mercancías robadas en las manos.
Chen Yi no dirigió ni una sola mirada a la caótica escena que se estaba desarrollando en la ciudad mientras sus dos carros salían de la plaza y entraban en una calle más tranquila. Los sonidos fueron disminuyendo a sus espaldas y Temuge se desplomó sobre los sacos, limpiándose de nuevo el sudor de la frente.
No podía haber sido una coincidencia, lo sabía. Chen Yi había hecho una señal. Una vez más, Temuge se preguntó sobre la identidad del hombre con el que se habían topado en el río. Con un cargamento tan valioso en su bodega, tal vez lo que le había movido a aceptarlos no habían sido en absoluto aquel par de monedas extra. Tal vez lo único que quería era unos cuantos hombres más para defenderlo.
El carro avanzó lentamente por un laberinto de calles, girando una y otra vez y entrando en senderos cada vez más estrechos entre las casas. Temuge y Khasar se sintieron encerrados entre los edificios, construidos tan cerca unos de otros que el sol naciente no alcanzaba a borrar las sombras entre ellos. En tres ocasiones, otros carros habían tenido que echar marcha atrás hacia callejones secundarios para dejarlos pasar y, cuando el sol estuvo más alto, las calles se llenaron de más gente de la que Temuge o Khasar pudieran creer que existiera. Temuge vio docenas de tiendas que vendían comida caliente en tazones de barro. Le costaba imaginar poder encontrar comida siempre que tuviera hambre, sin tener que matar o cazar para conseguir carne. Los trabajadores matutinos se apiñaban en torno a los comerciantes, que comían con los dedos y se limpiaban la boca en un paño antes de regresar a la muchedumbre. Muchos de ellos llevaban monedas de bronce enhebradas en una cuerda o un alambre. Aunque Temuge tenía alguna idea del valor de la plata, nunca había presenciado el intercambio de monedas por bienes y miraba boquiabierto cada nueva maravilla. Vio a ancianos escribas redactando mensajes como pago, pollos a la venta que no dejaban de graznar estantes repletos de cuchillos y a hombres que los afilaban en piedras girantes que sostenían entre las piernas. Vio a hombres tiñendo telas con las manos manchadas de azul o de verde, vio a mendigos y vendedores de amuletos contra la enfermedad. Todas las calles estaban abarrotadas, eran ruidosas y vibraban llenas de vida y, para su sorpresa, Temuge estaba encantado.
—Esto es fantástico —masculló entre dientes.
Khasar lo miró de reojo.
—Hay demasiada gente y la ciudad apesta —replicó.
Temuge miró hacia otro lado, irritado con su necio hermano, que era incapaz de apreciar lo emocionante que era aquel lugar. Durante un momento, casi se olvidó del miedo que le atenazaba. Parte de él aún seguía esperando que se oyera un grito en algún sitio, como si los guardias de la puerta pudieran haberlos seguido hasta tan lejos en el laberinto de Baotou. Pero el grito no llegó y Temuge vio que Chen Yi se iba relajando mientras continuaban girando y girando cada vez más lejos de las murallas, desapareciendo en el palpitante corazón de la ciudad.