EL rostro de Merak reflejaba seriedad y decisión a la luz de la vela que sostenían sus pequeñas manos. Se había pasado los dos últimos días sumido en una desesperante oscuridad, sin saber dónde quedaban las paredes que lo rodeaban y pudiendo localizar a duras penas la comida que le dejaban abandonada en uno de los rincones de la celda. Desgraciadamente, comenzaba a estar acostumbrado a aquella situación. Una vez se consumía el débil resplandor que alegraba mínimamente la estancia, los carceleros no se molestaban en cambiar el cirio hasta pasados unos cuantos días.
Aquel día habían colocado una nueva vela sobre la fría roca y, tan pronto la vio, Merak tomó la decisión de inmediato. Dejó transcurrir un rato que bien podían haber sido quince minutos como una hora completa. Sin la orientación solar y sin relojes que consultar, era imposible calcular el paso del tiempo con precisión. Sin embargo, sus oídos no captaban sonido alguno en los alrededores y estaba seguro de haber dejado transcurrir tiempo más que suficiente para poner en marcha su plan.
Hizo acopio de todas sus fuerzas y se puso torpemente en pie. Sintió un ligero mareo, se tambaleó un poco y no tuvo más remedio que apoyarse en la pared. Notaba que sus piernas apenas tenían fuerzas para sostener todo el peso de su desnutrido cuerpo, mientras que sus manos se aferraban a la vela como si de un último suspiro de vida se tratara. Pese a todo, su convicción era fuerte y revitalizaba su cuerpo entero. No soportaba la idea de quedarse encerrado en aquel lugar inmundo, hasta el fin de sus días, sin siquiera haber intentado escapar.
Si bien es cierto que mucho tiempo atrás —meses, sin duda— llegó a pensar que adentrarse en aquellos retorcidos túneles sin planos ni ayuda de ningún tipo era poco menos que un suicidio, ahora la situación era bien distinta. La desesperación, unida a la falta de noticias tanto de sus amigos como del mundo elemental en general, le había empujado a dar el gran salto. Al menos lo intentaría.
El tímido resplandor de luz guió sus temerosos pasos hasta la puerta. No supondría obstáculo alguno, pues no estaba cerrada con llave. Los carceleros ni siquiera se habían molestado en colocar una tranca, pues, ¿quién iba a ser tan sumamente estúpido para lanzarse a la aventura por aquellas galerías laberínticas y repletas de peligros? Si tenían algo claro era que, si alguien intentaba escapar, tardarían un tiempo en localizar su cuerpo… sin vida, claro. Tarde o temprano lo harían, porque era imposible salir de allí.
Merak llevó su mano al aldabón de hierro, y las bisagras sobre las que descansaba la destartalada hoja de madera protestaron cuando ésta se abrió. El gnomo alzó la vela y sus ojos constataron que el túnel se prolongaba ante él como si quisiera perderse en el infinito. No se llevó sorpresa alguna pues, de tanto oír ir y venir a sus carceleros durante su cautiverio, había llegado a la conclusión de que el túnel únicamente podía contar con una dirección.
—O mucho me equivoco —murmuró, mientras avanzaba por el sinuoso recorrido—, o no tardaré en llegar a una bifurcación.
Animado por la perspectiva de encontrar un camino hacia la libertad, Merak cubrió los siguientes metros con rapidez. Llegó a un punto donde el corredor se ensanchaba y su corazón palpitó con más energía aún. ¡Estaba en lo cierto! La luz de la vela reveló una estancia ligeramente más amplia de lo esperado, y el alma del gnomo se le vino a los pies. No eran dos las opciones que se le presentaban, tal como había esperado; ni siquiera tres. ¡Tenía hasta cuatro posibilidades por las que probar! Si éstas a su vez se ramificaban más veces, ¡podía pasarse toda una vida rastreando cada una de las vías!
Dejó pasar algunos segundos. Cerró los ojos y respiró lentamente. Lo último que podía hacer era perder los estribos. Así pues, armado de valor y de esperanza, se agachó. Antes de estudiar cada uno de los pasos, hizo una pequeña muesca al pie del túnel por el que había aparecido. Si tenía que elegir entre cuatro caminos, lo haría. Al fin y al cabo, no le quedaba otro remedio. Sin embargo, dejaría marcado con un número los lugares por los que pasase. De esta forma, como aquélla era su primera elección, iría marcada con el número 1.
Inmediatamente después, se dirigió a cada una de las aberturas y las analizó minuciosamente. Sabía que era muy difícil encontrar el rastro de alguna huella sobre la misma roca. No obstante, no era eso lo que estaba buscando. Mientras elaboraba un pequeño plan de acción en su celda, se le había ocurrido que si uno de los túneles tenía un mayor tránsito que los demás, probablemente el suelo estaría más desgastado. Aunque en principio había planteado esta teoría para dos túneles, podía emplearse perfectamente en estas circunstancias.
Merak era un gran observador. Sin embargo, la cosa no estaba nada clara. El suelo de uno de los conductos le daba mala espina, pues apenas presentaba arañazos ni desgaste alguno, mientras que dos de ellos parecían utilizarse a diario. ¿Hacia dónde llevarían? Era prácticamente imposible adivinar a simple vista cuál podría ser la elección correcta. Aunque no le gustaba nada, no iba a tener más remedio que echarlo a suertes.
Finalmente optó por la abertura que estaba ubicada a la derecha del marcado con el número 1, y se apresuró a grabar el 2 en la roca. Acto seguido, se adentró en aquella siniestra garganta.
El hecho de iniciar un ligero descenso tras los primeros cien metros de camino le hizo desconfiar de su elección. No obstante, sujetó la vela con fuerza y decidió seguir adelante. No descartaría aquella opción hasta que tuviese pruebas más sólidas de haberse equivocado.
Caminó y caminó al amparo de la luz durante un buen rato. Pasó por otros tres desvíos, que fueron debidamente marcados con el guijarro afilado que llevaba en su bolsillo. Incluso hubo de dar media vuelta al encontrarse uno de los pasillos bloqueados por un desprendimiento. Al regresar al cruce, tachó la marca indicando que aquel camino no conducía a ninguna parte.
Antes de hacer una nueva tentativa y aventurarse en un nuevo conducto, Merak se sentó a descansar un par de minutos. Fue entonces cuando el pánico le invadió. Pudo oír con total claridad el eco de unas voces procedentes del túnel sobre el que había marcado un 4. ¿Significaba aquello que habían descubierto su fuga? ¿Lo estarían buscando?
Sea como fuere, tenía que evitar a toda costa que detectasen la luz de la vela. Si echaba a correr, la llama no aguantaría prendida ni un instante. Y si se quedaba allí, lo atraparían y quién sabe qué harían con él. Las voces se percibían con mayor claridad ahora. Sin duda se dirigían hacia donde él se encontraba. Un escalofrío le recorrió la base de la nuca y, desesperado, sopló.
Al tiempo que la oscuridad lo cegaba por completo, su sentido del oído se agudizó al máximo.
—Eso a mí no me importa —oyó que decía una voz en un tono altivo y despreocupado—. Me trae sin cuidado lo que pueda suceder fuera de esta mina. Mientras me paguen…
—Dicen que las huestes de Tánatos se preparan para algo gordo —replicó el otro, al que le temblaba la voz.
—Paparruchas. No creo que un solo tipo se atreva a desafiar a los grandes y todopoderosos elementales —escupió el primero de ellos, con cierto aire de despecho—. Y si lo hiciese… De verdad que me da igual lo que pase. Al fin y al cabo, seguiremos trabajando para el Chupasangre y nuestras vidas no variarán ni un ápice.
—¿Tan seguro estás de ello, Mortek? —le espetó el que parecía más sensato de los dos—. Los gnomos nunca hemos guardado muy buenas relaciones con Tánatos, y si se confirma que éste anda detrás de la Flor de la Armonía…
—¡Siempre ha ido en pos de ella! —clamó el que hacía llamarse Mortek—. ¡Parece mentira que aún no lo sepas!
Como si no hubiese oído el comentario de su compañero, prosiguió:
—Aunque también se cuenta que está muy interesado en una piedra que brilla en la oscuridad. Se rumorea que ha ofrecido una jugosa recompensa al jefe si se la consigue…
¡La Piedra de la Luz! Inmediatamente pensó en ella. Así que Odrik ansiaba hacerse con ella para cobrar la recompensa que ofrecía Tánatos… ¡Maldita sabandija! Apenas tuvo tiempo de pensar en algo más, pues, acompañando los pasos y las voces, Merak percibió un ligero chirrido. Era agudo y constante. Sin duda, aquellos dos debían de estar transportando algo en algún tipo de carretilla.
—Ya pero… También dicen que busca al niño Tomclyde con más ahínco que nunca…
—Rumores, rumores y más rumores —bufó Mortek—. Hola, Winfred, ¿qué tal va todo por aquí?
Mientras que Merak no alcanzó a oír la respuesta del tal Winfred, sí captó el tono de reproche del otro individuo, que parecía haber dado la batalla dialéctica por perdida.
—¿Por qué lo llamas así? ¿No crees que…?
—No es más que un simple detalle de cortesía. Después de todo el tiempo que lleva con nosotros, algún nombre tiene que tener, ¿no crees? —interrumpió de malas maneras Mortek.
—Esto cada día huele peor —protestó su compañero unos segundos más tarde. Era cierto. Merak también había notado un ligero olor a podredumbre y descomposición—. Me produce náuseas tener que alimentar a estas criaturas…
—No seas exagerado, Gerek. No es para tanto… Además, nos pagan bien por ello.
Merak escuchó atentamente lo que decían los dos individuos llamados Mortek y Gerek. Por sus nombres, dedujo que debían de ser gnomos. No obstante, observó que las voces le llegaban más apagadas. Debían de haber tomado otro desvío.
No tuvo más remedio que ponerse en marcha si no quería quedarse en medio de las tinieblas, perdido y sin información. Se guardó lo que quedaba de vela en uno de los bolsillos de sus ajados ropajes y, con las manos pegadas a la pared, avanzó por el túnel número 4. Recordaba que había dejado atrás pequeñas aberturas que había considerado de menor relevancia. Seguramente los vigilantes se habrían adentrado por alguna de ellas.
Trotó sin despegar las manos de la roca, aguzando el oído todo cuanto podía para averiguar qué conducto habían tomado los dos gnomos.
—¿Para qué crees que los querrá?
Fue Gerek quien formuló la pregunta. Merak tanteó la áspera superficie y descubrió una estrecha abertura en la pared. No era excesivamente ancha, pero sí suficientemente amplia como para que cupiesen dos gnomos sin problemas. Además, las voces se percibían de nuevo con nitidez…
Decidió avanzar unos metros. No obstante, lo haría cautelosamente, pues, al parecer, un tal Winfred merodeaba por allí. Aunque no había ninguna tea encendida, sabía que no debía de andar lejos.
Pendiente como estaba de no ser descubierto por Winfred, Merak sólo era capaz de distinguir palabras sueltas entre los murmullos de Gerek y Mortek. Sus manos rozaban las frías paredes de roca cuando, de pronto, sintieron algo distinto. Era… Era… No tenía ni idea de lo que era, pero estaba seguro de que no era de piedra. Tampoco era una criatura viva. Además, aquel olor tan desagradable se había intensificado más aún.
Y al asir aquella pieza alargada, ensamblada con otra pieza que, a su vez, se unía a un conjunto de… Entonces cayó en la cuenta. Lo que estaban tocando sus manos no podían ser otra cosa que…
—¡Huesos! —murmuró e, instintivamente, ahogó un suspiro y dio un paso hacia un lado, con tan mala suerte que fue a tropezar con algo que había en el suelo.
El ruido que provocó su caída llegó a oídos de Gerek y Mortek, quienes reaccionaron al instante.
—¿Has oído eso?
—Sí, parece que tenemos visita. ¡Rápido!
Merak se puso en pie. Con la caída y los nervios, se sintió completamente desorientado. ¿Qué iba a ser de él? Para cuando identificó la procedencia de los pasos de sus perseguidores, ya era demasiado tarde. Las antorchas que portaban los dos gnomos revelaron su figura y de nada sirvió el ademán de huir.
—¡Allí está! —exclamó el que debía de ser Mortek.
Un extraño silbido surcó el aire, y Merak sintió que sus piernas quedaban bloqueadas al instante. Cayó al suelo como un fardo, golpeándose la cabeza en la dura superficie. El lanzamiento de la honda no podía haber sido más certero.
—¡Fantástico, Gerek! —lo felicitó su compañero, mientras se acercaban a la presa—. Veamos qué tenemos por aquí… ¡Vaya! ¡Un intruso!
—¿Lo reconoces? —inquirió Gerek.
—No… Pero servirá de pasto para los escorpiones —comentó Mortek—. Así no será necesario alimentarlos en una semana…
Merak, que había quedado aturdido por el golpe, sintió cómo lo levantaban unas manos encallecidas y lo cargaban en una robusta carretilla de madera. A partir de ese momento, todo se volvió muy confuso. Vio pasar los apuntalamientos en el techo al paso de las antorchas y los sádicos rostros de sus captores, oyó el desagradable chirriar de la rueda al girar… hasta que se detuvo unos metros más allá.
—Bien, bien, amiguito… Vas a desear no haber nacido —dijo Mortek tratando de ser mordaz y despiadado.
Merak era incapaz de resistirse. Su debilitado estado de salud, unido a sus piernas atadas, lo habían convertido en una presa fácil. Una vez más, unas manos izaron su esquelético cuerpo y, al girarlo, sus ojos se desencajaron al contemplar el foso que lo reclamaba con los brazos abiertos.
La caída apenas alcanzaría los tres metros de altura, pero eran insalvables. Ni el más experimentado escalador sería capaz de escapar con unos tabiques tan lisos. Por si fuera poco, al amparo de la penumbra y camufladas en sus negros caparazones, había al menos media decena de gigantescas criaturas. Sin duda alcanzaban los dos metros de longitud, sin tener en cuenta esa cola que se encorvaba sobre ellos y terminaba en un aguijón letal. Comparado con ello, las dos amenazadoras pinzas que tenían como extremidades delanteras no daban ningún miedo. El gnomo tragó saliva. Después de todo, su vida había llegado a su fin. Su intento por escapar de las minas del Chupasangre no había tenido éxito y ahora, más que nunca, supo que ni Elliot, ni Gifu, ni Úter vendrían a rescatarle. No quedaba más tiempo.
De pronto, unos gritos resonaron en los túneles.
—¡Alarma! ¡Alarma! ¡El prisionero Merak ha escapado!
Gerek y Mortek se miraron entre sí. ¿Sería ése el prisionero fugado? Qué más daba… Al fin y al cabo, todos los fugados morían antes o después. Y éste les iba a ahorrar el trabajo de toda una semana.
Se disponían a lanzar a Merak al vacío cuando oyeron el bramido a sus espaldas.
—¡Alto, imbéciles! ¿No sabéis quién es ése? —preguntó la voz con indignación—. Si Odrik se entera de lo que habéis estado a punto de hacer, ¡Os lanzará personalmente a los escorpiones!
Entonces, los dos gnomos se desprendieron del pobre Merak como si tuviese la peste y lo arrojaron al suelo.
—¿Acaso queréis que Odrik la pague con todos nosotros? —insistió el recién llegado—. ¡Malditos estúpidos! Si al prisionero Merak le ocurriese algo, la ira del jefe se desataría y…
Merak no llegó a oír nada más. Su corazón palpitaba de tal manera y era tal la tensión que se acumulaba en sus venas, que no pudo aguantar un segundo más. Sus ojos se cerraron y perdió la consciencia al instante.
Se acababa de desmayar.