10.EL MANASLU

TRAS aquel encuentro en Hiddenwood con sus amigos, Elliot regresó sin mayores problemas a la escuela. El lunes asistió a la lección de Meteorología como si nada hubiera ocurrido durante el fin de semana aunque, eso sí, tuvo muy en mente la recomendación de Úter de andar con los ojos bien abiertos. El muchacho era consciente de que Mariana podía haberse transformado en cualquier persona, si es que era ella misma quien andaba detrás de todo el asunto de la llave y del espejo, y si había sido capaz de llegar hasta la ciudad flotante. Miraba receloso a todo el mundo. Podía ser cualquiera de los compañeros que asistían a aquella misma clase. Podía ser el maestro Tronero —o cualquiera de los demás profesores— que, de una manera sencilla y cercana, lo tendrían bastante controlado. Incluso podía ser el mismísimo Coreen Puckett con quien había entablado una gran amistad desde su llegada a Windbourgh.

Regresó a su dormitorio con la túnica chorreando, después de haber estado lidiando con una de las potentes tormentas generadas por Tronero. Mientras recorría los corredores junto a Coreen, se cruzó con un par de muchachas que no recordaba haber visto hasta entonces y se dio cuenta de que la nereida podía haber mutado en mucha más gente: el bedel, personal de limpieza, aprendices de otros cursos…

No obstante, pensó que Mariana era una criatura inteligente y, si verdaderamente quería controlarle, seguramente se habría camuflado en alguien cercano. Por eso debía estar más atento que nunca. No perdía de vista cualquier gesto, una mirada, un carraspeo. Hasta el más mínimo detalle podía ser determinante para tener una pista. Sin embargo, no hubo suerte. Lo peor de todo fue que, transcurrida la semana, seguía sin tener ni idea de cómo iba a lograr identificar a una persona que no era ella misma. Más aún cuando apenas conocía a la mayoría de la gente que le rodeaba. Salvando a Coreen Puckett.

Y a Coreen lo necesitaba.

Precisamente por eso, en el desayuno del sábado siguiente, Elliot mantuvo una conversación muy especial con su amigo.

—¡Cómo pasa el tiempo! Parece mentira que estemos a las puertas de diciembre —dijo Elliot, iniciando un diálogo premeditado—. Y pensar que ya ha pasado casi un año y medio desde que te conocí… ¿Te acuerdas?

—¡Cómo lo iba a olvidar!

—¿Recuerdas qué estábamos haciendo exactamente la primera vez que nos viste? —preguntó Elliot para sorpresa de su amigo.

—Claro, estabais pescando —contestó éste, arrugando la frente tratando de acordarse de algo más—. ¡Ah! Y el hermano de Eric lo hacía de una manera poco ortodoxa, usando el encantamiento Flotatum… Pero ¿a qué viene esta pregunta? ¿Acaso lo de la pesca era una tapadera o algo por el estilo?

Elliot rió por la suspicacia de Coreen. Del verdadero Coreen, porque con su respuesta no le cupo la menor duda de que era él.

—En absoluto —reconoció Elliot—. Simplemente estaba comprobando tu memoria…

—¿Mi memoria?

El aprendiz asintió, al tiempo que bajaba notablemente el tono de su voz.

—Eso es. Necesito tu ayuda para algo muy importante.

—¿En serio? —preguntó Coreen arrimándose a su amigo. Su incredulidad se mezclaba con un sentimiento de curiosidad difícil de ocultar—. ¿De qué se trata?

Elliot procedió a contarle todo lo que le había sucedido en la mansión de los Lamphard y sus sospechas de que la nereida Mariana andaba tras sus pasos, tratando de averiguar qué se encerraba tras los muros de la tétrica casona.

—Como te puedes imaginar, es un secreto y no conviene ir comentándolo por ahí —advirtió Elliot.

—Descuida, puedes estar tranquilo.

Precisamente tranquilo no podía estar, pero no tenía más remedio que confiar en Coreen. Aunque joven, era un elemental del Aire y conocía aquellos parajes mejor que cualquiera del grupo.

—Necesito que me ayudes a localizar una montaña —reveló Elliot transcurridos unos segundos.

—¿Una montaña? —repitió el muchacho—. Estamos en la cordillera del Himalaya, una de las más extensas del planeta. Aquí hay montañas para todos los gustos, aunque si lo que buscas son montañas grandes, las de esta zona son las más altas del mundo. Windbourgh sobrevuela el K2 y pasa muy cerca del Everest, sin ir más lejos… ¿Cuál es la cumbre que te interesa?

—Desconozco su nombre, aunque sí te puedo describir algunos detalles… La ciudad de Windbourgh realiza una de sus escalas en ella, tiene un embarcadero cuyo suelo es completamente de mármol blanco y…

—Aguarda, ¿has dicho mármol blanco?

—Sí…

—¿Estás seguro de que no era nieve? Muchas de estas cumbres están permanentemente nevadas, y no sería difícil confundirlo si no se presta la suficiente atención.

Elliot hizo un movimiento de negación con la cabeza.

—Mármol blanco con vetas de color gris, para ser más exactos —puntualizó—. Y del embarcadero surge una escalera que rodea la montaña como si de una serpiente se tratara.

—¿Algún detalle más?

—Es todo lo que puedo decirte.

Coreen se quedó pensativo por unos instantes y después dijo:

—Si estás tan convencido de que la ciudad efectúa una parada ahí, entonces… No, no me suena de nada —El joven mostró una irónica sonrisa al formular la siguiente pregunta—: Por cierto, ¿estás seguro de que Windbourgh se detiene en ese embarcadero… en la actualidad?

—¿A qué te refieres? —preguntó Elliot sin comprender muy bien adonde quería ir a parar su amigo.

—Es muy sencillo. La órbita que sigue ahora la ciudad de Windbourgh no es la misma que hace, pongamos, cincuenta años. O cien años, si te gusta más.

—¿Quieres decir que ese recorrido es variable?

—Con el tiempo, sí —confirmó el joven elemental del Aire, haciendo un mohín—. Pero eso sucede cada muchos, muchos años, porque modificar el área de movimiento de una ciudad flotante requiere un gran esfuerzo mágico.

—¿Cuándo fue la última vez que sucedió eso?

—Ufff… ¿Treinta? ¿Cuarenta años? No lo sé. Pero te puedo asegurar que entonces yo no había nacido.

Elliot frunció el ceño mientras repasaba mentalmente la escena que visualizó en el espejo, y se dio cuenta de que en ningún momento se dejaba constancia de que aquella sucesión de imágenes fuesen actuales. A decir verdad, lo que había visto reflejado en el espejo eran montañas, la ciudad de Windbourgh, un mirador, una escalera, una puerta labrada en la roca… Todo era piedra. Eran elementos sin vida y, por lo tanto, no le ofrecían ninguna información útil sobre un período de tiempo concreto. Eran, por así decirlo, atemporales.

—Pues ahora que lo dices, no sabría decirte… —reconoció Elliot después de mucho meditar. Coreen había puesto el dedo en la llaga—. Sin embargo, no me extrañaría que fuese hace ya mucho tiempo. Esa llave es muy antigua…

—Es posible que en el archivo de la biblioteca encontremos alguna información al respecto —comentó Coreen, retomando el tema de conversación—. Al menos, podremos hacernos con las antiguas rutas de la ciudad.

—¡Es una idea estupenda! —exclamó el aprendiz, casi pegando un bote del banco en el que se hallaba sentado.

—Aún es pronto —anunció Coreen, dando por concluido el desayuno y dejando a un lado la bandeja—. Si nos damos prisa, yo creo que en una hora o así tendremos la información que necesitamos.

No sabía lo equivocado que estaba. Llegaría la hora del almuerzo y los dos aprendices aún seguirían inmersos entre papeles, registros y libros, como dos ratones de biblioteca.

Nada más salir del comedor, se dirigieron al ala oeste del castillo, donde estaba emplazada la biblioteca. Una vez allí, hubieron de rellenar los formularios correspondientes para poder acceder al archivo, que contenía valiosa información histórica tanto de la escuela como de la ciudad. Elliot hubo de dejar a Pinki encerrado en su habitación, para indignación del loro. En la biblioteca no aceptaban loros parlanchines… y maleducados.

Cuando por fin se pusieron a trabajar, agradecieron que todo estuviese perfectamente clasificado, por lo que no tuvieron grandes problemas a la hora de acceder a los documentos y mapas que mostraban las órbitas recorridas por la capital del Aire. No tardaron en descubrir que unos cincuenta años atrás, para su sorpresa, la órbita de Windbourgh también incluía las montañas del Transhimalaya, actualmente conocido como el Karakórum. Por lo tanto, el gran problema con el que se toparon fue la cantidad de documentos y el volumen de información que hubieron de manejar. Y es que, como desconocían la fecha exacta en las que se databan las imágenes del espejo, no tuvieron más remedio que analizar más de doscientos años de órbitas y recorridos aéreos de la ciudad, hasta que sus estómagos pidieron a gritos una buena comida, además de un merecido descanso.

—Creo que con esto será suficiente —dijo Elliot, sacudiéndose el polvo, poco después de oír las campanas que anunciaban el almuerzo.

—Doscientos treinta y siete años analizados —puntualizó Coreen, colocando unos cuantos libros de registros en sus correspondientes estantes—. Si con esto no es suficiente…

Antes de salir de la biblioteca, Elliot enrolló el pergamino que contenía toda su investigación. Más de cinco horas indagando reducidas a un pergamino con poco más de cincuenta nombres en su haber. Todos los destinos en los que la ciudad flotante de Windbourgh había hecho escala, al menos una vez, en los últimos doscientos treinta y siete años.

Una vez saciados y ya con Pinki sobre el hombro de Elliot, decidieron dedicar la tarde a dar una vuelta por la ciudad, a la vez que comentaban las distintas montañas en las que podía esconderse ese lugar secreto que aparecía en el espejo. Después de excluir las cumbres que componían el circuito actual, restaban un total de cuarenta y ocho. Y sólo les interesaba una.

—Si llegásemos a identificar la montaña en cuestión, ¿te has parado a pensar en algún momento cómo llegaríamos hasta allí? —preguntó Coreen.

—Está claro que la propia ciudad no nos va acercar, porque queda fuera de su recorrido —contestó Elliot que, sin embargo, estaba más preocupado por otra cosa—. En cualquier caso, lo que me interesa en estos momentos es saber cómo vamos a conseguir identificarla. Si tuviésemos fotografías tomadas por satélite con suficiente resolución… Pero claro, eso no es una opción en el mundo de los elementales.

Coreen lo miraba igual que si fuese un extraterrestre, preguntándose si su amigo había perdido la cordura. ¿De qué diantres estaba hablando? El único satélite que conocía era la Luna y no creía que desde allí se tomasen fotografías.

—Ya está —dijo Elliot al cabo, haciendo un chasquido con sus dedos—. Además, eso resolvería la cuestión de cómo llegaríamos hasta allí.

—¿Se puede saber a qué te refieres?

—Me refiero a visitar las cumbres una a una —contestó Elliot como si nada.

—Ah, estupendo —repuso Coreen, nada convencido—. ¿Y puedo preguntar cómo pretendes desplazarte hasta ellas?

—En alfombra voladora, por supuesto.

—¿Qué? ¿Te has vuelto loco? No tenemos tanta experiencia de vuelo como para aventurarnos en un recorrido de cientos… ¡de miles de kilómetros!

—No me negarás que sería una forma rápida y divertida de proseguir con la investigación —dijo Elliot frotándose las manos—. Además, nos servirá de entrenamiento para las próximas lecciones con Wings.

—Sí, pero…

—Mañana, domingo, podríamos comenzar a buscar por las montañas que se encuentren más próximas a Windbourgh —sugirió un decidido Elliot—. No es mi intención visitar todas las montañas en un solo día, claro está.

Y, mostrando una sonrisa, dio el tema por zanjado. Mañana mismo iniciarían la búsqueda.

Debieron de ser los primeros en levantarse de todo el castillo porque, cuando abandonaron sus habitaciones, no había ni un alma por los helados pasillos. Al amparo de las titilantes antorchas, se movieron con todo el sigilo que pudieron para no despertar a nadie; aun así, ya fuera por el agitado aleteo de Pinki o por un ligero carraspeo de Coreen al pasar por uno de los ventanales que daban al pasillo, la maestra Foothills salió de su dormitorio emitiendo un sonoro bostezo.

—¡Muchachos! —exclamó, mientras se tapaba la boca como podía—. ¿Qué hacéis levantados tan temprano? Elliot iba a contestar, pero Coreen se le adelantó.

—Buenos días, maestra Foothills —saludó el muchacho con cordialidad, mostrando una sonrisa muy convincente—. Como bien sabe, hoy tiene lugar el tradicional encuentro de trovadores en Windbourgh. Este evento tiene lugar únicamente una vez al año, y he pensado que a Elliot le podría gustar verlo.

—Pero es muy temprano para ir a una actividad así…

—Es cierto que es un poco pronto, pero es la mejor forma de hacerse con un buen sitio.

—No sabía que fueseis tan aficionados a la música y a la literatura —comentó la profesora, haciendo un ademán de volver a su habitación—. Pensaba que os gustaba más la… acción. En fin, que lo paséis bien.

—Gracias —respondieron los aprendices a dúo, suspirando aliviados.

No se cruzaron con nadie más de camino al aula de vuelo, donde permanecían guardadas bajo llave las alfombras voladoras. Aunque la sala era de libre acceso, Elliot hubo de emplear el encantamiento Sesamus para abrir la puerta de uno de los armarios. Nadie echaría en falta un par de modelos entre la pila de esteras enrolladas. Después de dejar todo como si nada hubiera ocurrido, abandonaron la escuela portando sendas alfombras sobre los hombros.

Aunque el domingo resultó ser un día bastante productivo en cuanto a la extensión de terreno analizada, no consiguieron sacar nada en claro. Tuvieron tiempo de recorrer la totalidad del macizo Annapurna, una impresionante serie de picos que la ciudad había sobrevolado durante el día anterior. Los dos muchachos iban sentados sobre las alfombras, mientras Pinki se resguardaba entre las piernas de su amo para no salir despedido como un saco de plumas. Así recorrieron los cincuenta y cinco kilómetros de extensión que abarcaban estas montañas, de más de siete mil metros de altura, realizando numerosos y constantes vuelos de reconocimiento sobre cada cima. Sus ojos ansiaban toparse con esa escalinata que abrazaba el monte como una serpiente o con la plataforma marmórea que Elliot afirmaba haber visto, pero nada de eso sucedió.

En cuanto se les echó el atardecer encima, algo que ocurrió bastante pronto, no tuvieron más remedio que regresar a la escuela muertos de frío y con sus estómagos rugiendo. Antes hubieron de desprenderse de las alfombras, que decidieron esconder en un pequeño cúmulo de nubes fácilmente reconocible, a las afueras de la escuela. Así las podrían usar siempre que quisieran, sin temor a ser vistos. Afortunadamente, una vez se hallaron en el castillo no hubieron de aguardar mucho tiempo hasta que las puertas del comedor se abrieron y pudieron devorar la cena.

Ése fue el plan que se repitió los fines de semana anteriores a las vacaciones de Navidad, siempre y cuando Elliot consiguiese esquivar a la maestra Phipps. En su siguiente expedición, le llegó el turno al macizo Dhaulagiri, que alberga el séptimo pico más alto del mundo. Pero obtuvieron idénticos resultados que con el Annapurna. Ni siquiera las gruesas túnicas de abrigo que portaban evitaron que regresaran tiritando a la escuela, deseosos de engullir un buen plato de sopa de cebolla con pan remojado.

A medida que se acercaba el invierno, las condiciones empeoraban cada día que pasaba. Para visualizar el mayor número de zonas posible, no tenían más remedio que efectuar numerosos descensos por debajo del nivel de las nubes, enfrentándose así a terribles ventiscas y durísimas tormentas de nieve. Ciertamente, ponían en práctica los hechizos aprendidos con el maestro Tronero contra la meteorología más feroz, pero de poca o ninguna utilidad sirvieron el día que visitaron el Lhotse y el Everest.

Los muchachos sobrevolaron primero el Lhotse en varias ocasiones, antes de acometer la dura prueba del punto culminante del Himalaya: el monte Everest. Sin duda, se trata de la montaña por excelencia. Un gigantesco coloso de casi nueve mil metros de altura, conocido por los nepalíes como «Cabeza del Cielo». Las alfombras fueron sacudidas en más de una ocasión por los fortísimos golpes de viento que les atacaban constantemente tratando de desestabilizarles. De hecho, uno de aquellos azotes estuvo a punto de tirar a Elliot de su alfombra. Por fortuna, tuvo suficientes reflejos para sujetarse con su única mano libre a los flecos traseros. La otra sostuvo a un entumecido Pinki, incapaz de batir sus alas en aquellas condiciones. Así hubo de aguantar hasta que Coreen acudió en su ayuda.

Pese a todos sus esfuerzos, ni en el Lhotse ni en el Everest encontraron rastro alguno de las imágenes que atormentaban a diario la mente de Elliot. Y tampoco fueron fructíferas las primeras visitas realizadas al Karakórum en el mes de diciembre. Grandes extensiones de nieve y roca fue todo lo que encontraron en el Falchan Kangri (también conocido como Broad Peak) o el Gasherbrum, ambos ubicados en la cordillera vecina del Himalaya.

El fin de semana anterior a las vacaciones de Navidad, Elliot y Coreen hicieron una última intentona. A esas alturas y, visto lo visto, Pinki prefería quedarse en la cálida habitación de su amo, en la escuela. El sábado no dispusieron de mucho tiempo, pues por la mañana habían tenido que cumplir un castigo impuesto por Foothills. Los había vuelto a pillar deambulando por los pasillos a una hora muy temprana, y los muchachos no fueron lo suficientemente hábiles como para inventarse una justificación convincente a tiempo.

—¡Pero si es sábado! —protestó Coreen, haciendo un ademán con los brazos.

—Me trae sin cuidado —replicó la profesora, tirándoles de las orejas—. Además, la otra vez me acerqué al encuentro de trovadores y no os vi por allí. Sé que andáis tramando algo, pero, como no me lo vais a decir, estaréis mejor limpiando los establos de los pegasos.

Y así de ocupados estuvieron, hasta que pudieron salir de la escuela, recoger las alfombras a toda prisa y planear sobre el Makalu, que volvió a ser tan decepcionante como todos los demás montes. Estuvieron tentados de dirigirse al pico del Chorno Lonzo, pese a la escasez de luz, pero se encontraban tan desanimados que lo dejaron para el día siguiente.

A tenor de los acontecimientos que tuvieron lugar el domingo, aquella decisión fue muy acertada. Hacía mucho frío, pues la parte más dura del invierno estaba cada vez más próxima. No obstante, como siempre, Windbourgh amaneció con un sol radiante. La ciudad flotante había abandonado la frontera con China para adentrarse de nuevo en territorio nepalí. Cuando Elliot y Coreen montaron sobre sus alfombras, el monte que tenían más cerca era el Manaslu, que aún no habían inspeccionado.

El viento que azotó sus rostros fue más eficaz que una buena ducha de agua fría a primera hora de la mañana. Sus ojos, bien despiertos, no tardaron en toparse con las escarpadas rampas de la octava montaña más alta del mundo.

El Manaslu, nombre que proviene de la palabra manasa, es un monte que, de alguna manera, podría considerarse místico. Quizá por eso, en sus apuntes, Elliot había anotado con un remarcado signo de exclamación que manasa en sánscrito significaba «Montaña del Espíritu». ¿Acaso el monte estaba protegido por un peligroso ente espiritual? ¿Deberían enfrentarse a algún enemigo en las proximidades de aquellos riscos?

Desde luego, si era cierto que un fantasma vagaba por aquel lugar, no dio señales de existencia. Pero lo que si encontraron los ojos de Coreen fue una superficie blanca y pulida sobre la que los rayos de sol se reflejaban con fulgor.

—¡Mira aquello! —exclamó el muchacho, señalando con dedos temblorosos. Acto seguido, inclinó su alfombra en esa dirección.

Elliot no tardó en seguir sus pasos. Su corazón palpitaba con mayor intensidad a medida que se acercaba. No tardó en distinguir las vetas grises entre las láminas de mármol blanco que conformaban el suelo de aquel antiquísimo mirador. Resultaba curioso que, pese a la dura climatología que asolaba ese paraje año tras año, la plataforma se conservase en tan buen estado. A Elliot no le cabía ninguna duda de que la magia tenía mucho que ver en todo aquello.

Con la suavidad de una pluma, ambas alfombras se posaron en el suelo. Los muchachos se pusieron en pie y desentumecieron sus piernas. Las habían tenido cruzadas tanto tiempo, que al andar les dolían las articulaciones. Elliot percibió que se levantaba un poco de aire pero, aun así, no pudo evitar dar sus primeros pasos en la dirección en la que, se suponía, debía encontrarse el acceso a la escalinata que llevaba hasta la puerta empotrada en la montaña.

Comprobó cómo de ambos lados de la plataforma surgían sendas barandillas de roca, acompañando una desgastada escalera. Al parecer, ni siquiera la magia elemental había podido hacer frente a las inclemencias del tiempo a lo largo de tantos años.

—Juraría que la escalera estaba ubicada en el lado derecho —dijo Elliot, a quien aquella barandilla no le sonaba de nada. Recordaba perfectamente cómo la escalera envolvía la ladera de la montaña por su vertiente derecha.

—A lo mejor no es la cumbre que buscábamos —comentó Coreen—. Quién sabe, incluso es posible que ésta no sea la plataforma.

—No —negó Elliot con rotundidad. En su fuero interno, sentía que había estado allí con anterioridad. Sabía que había sido así y, por eso, se mostraba tan seguro de cuanto decía—. Hemos venido al lugar correcto, sólo que… que… No está la escalera. Al menos no era así…

—¿Y si la han reformado? —preguntó Coreen, tratando de aportar soluciones.

—Es una posibilidad pero, aun así, no lo creo —dijo Elliot pensativo—. Ahora que lo pienso, las imágenes no me llevaban hasta el fondo del mirador. Daban pequeños saltos. Uno de ellos, precisamente, con la escalera. ¿Y si…? —Dejó de pellizcarse el labio y se sujetó con firmeza a la barandilla de piedra, pues el viento estuvo a punto de tirarle al suelo—. ¿Y si hay otra escalera… escondida? O, al menos, que no pueda verse desde aquí. Coreen se encogió de hombros.

—Tiene sentido —afirmó, alzando la voz. El viento crecía en intensidad y cada vez se hacía más difícil oír lo que se decían el uno al otro—. Si el lugar es tan secreto como dices, no sería nada extraño que tuviese un acceso oculto.

—Puede ser —exclamó Elliot a grito pelado, con su melena sacudida por el intenso viento que empezaba a arreciar.

—El tiempo está cambiando. ¡Tenemos que largarnos! —se desgañitó Coreen, que sujetaba las alfombras con todas sus fuerzas—. ¡Esto se está poniendo cada vez más feo!

Y era cierto. Desde que posaran sus pies sobre la plataforma de mármol, el viento había ido cobrando intensidad hasta volverse huracanado. Los aprendices debían abandonar aquel lugar inmediatamente, si es que querían sobrevivir a lo que se avecinaba.

—¡Rápido! —gritó de nuevo Coreen, dando un salto sobre su alfombra.

Elliot pegó un brinco y vio cómo la alfombra de su amigo se alzaba del suelo sin perder un instante. Inmediatamente después, dio a la suya la orden de levantar el vuelo. La alfombra se elevó un metro y, cuando se disponía a abandonar el recinto, Elliot vio que un gigantesco tornado se le venía encima. La descomunal fortaleza de la espiral de aire lo sacudía como a un vulgar mosquito, impidiéndole la salida de aquel lugar. ¡Estaba atrapado!

Mientras el tornado avanzaba irremisiblemente hacia su posición, Elliot hacía todo lo que podía para capear el temporal que le atacaba sin compasión. Tenía que hacer algo para no sucumbir aplastado contra las rocas. ¡Y rápido!

Pero en aquellos instantes estaba desbordado. Por su mente aún titilaba la imagen de la escalera que no habían sido capaces de encontrar. Habían estado tan cerca de conseguirlo… Con Tronero había aprendido a frenar la potencia de un tornado, pero su concentración no era lo suficientemente intensa. Sus nudillos estaban blancos de la fuerza con la que se aferraba a los flecos delanteros de la alfombra persa para no salir despedido. Mantenía los ojos entornados, casi cerrados, y apretaba los dientes con ímpetu. Aquello era todo lo que podía hacer.

Le pareció ver una sombra fugaz que venía en dirección opuesta al tornado. De pronto, creyó oír algo. Una voz.

—… atento… grite ya…

¡Era Coreen! ¡Regresaba para ayudarle! ¡El muy loco pretendía enfrentarse al tornado para rescatarle!

Elliot no perdió ni un segundo. Vio cómo su amigo, tras el enorme remolino de aire, alzó los brazos como buenamente pudo y, sin perder un segundo, Elliot espoleó su alfombra en cuanto el tornado perdió un poco de fuerza. Pasó a su lado como un misil, afrontando las turbulencias con decisión. Un par de segundos más tarde, estaba fuera de peligro.

—¡Por los cuatro elementos! —exclamó Coreen, ya de vuelta a Windbourgh—. ¡Sí que ha estado cerca!

—Ya lo creo —reconoció Elliot, quien agradeció a su amigo al menos un centenar de veces que hubiese vuelto para sacarle de aquel apuro—. De no haber sido por ti…

—Oh, déjalo. De veras. Seguro que tú hubieses hecho lo mismo por mí.

Pálidos, y aún con el susto en el cuerpo, los muchachos llegaron a la escuela. Se preocuparon de poner a buen recaudo las alfombras en su escondite habitual para cuando regresaran al Manaslu, porque si había algo que estaba claro es que pensaban volver. Un tornado accidental no iba a hacerles desistir de sus propósitos después de todo lo que habían sudado. Aunque, ¿acaso el tornado había sido accidental? ¿Podían estar seguros de eso?

Sea como fuere, afrontaron con renovados ánimos la última semana de clase. No lograban quitarse de la cabeza la idea de que habían estado muy cerca de la puerta, y aprovecharon las últimas clases para hacer planes con vistas a la próxima incursión.

—Podríais veniros a casa Eric y tú unos días en Navidad —sugirió Coreen en mitad de la lección de Seres Mágicos del Aire—. Estando en Windbourgh, lo único que tendríamos que hacer sería esperar a que la ciudad flotante volviese a pasar cerca del Manaslu y… ¡zas!

—¡Sería estupendo! —exclamó Elliot ahogando un susurro. Aún se le ponía la piel de gallina cada vez que pensaba en el tornado que estuvo a punto de estamparle contra las paredes de la montaña—. ¿No crees que a tus padres les molestará?

—¡Bobadas! —dijo Coreen—. Tú preocúpate de hablarlo con Eric. Doy por hecho que podréis venir porque, ahora sí, me has dejado con la intriga en el cuerpo. Parece ser que, después de todo, esa puerta existe…

Con la promesa de enviarse unas rápidas contestaciones vía Buzón Express, los aprendices se despidieron al finalizar las clases del viernes. Se formó un gran jolgorio en el salón mientras los jóvenes iban abandonando la escuela a través del espejo que los conduciría a sus respectivos hogares.

Elliot le hizo un guiño de complicidad a Coreen justo antes de poner rumbo a Hiddenwood. Volverían a verse muy pronto. Antes, incluso, de que terminase ese mismo año.