DESPUÉS de las dos primeras semanas, el curso se volvió mucho más exigente. Elliot quería escaparse a Hiddenwood para comprobar sus teorías y colarse una vez más en la mansión de los Lamphard, pero el trabajo se le comenzó a acumular de tal manera que tuvo que aparcar la idea. Tampoco podía ir a Bubbleville a visitar a Eloise. Por no tener, no tuvo ni tiempo siquiera de enviar una carta a sus amigos.
Como si le fuese la vida en ello, Phipps estaba empeñada en que Elliot pusiese en práctica todos y cada uno de los hechizos que ella había enseñado a sus alumnos. Para ello, no dudaba en citarlo en su despacho muchas tardes y, si era preciso, algunos fines de semana.
No le costó mucho convocar el Escudo Protector del Aire, pues ya lo había practicado en otros elementos con anterioridad. Por el contrario, tuvo más problemas de los previstos con un encantamiento de limpieza, mediante el cual brotaba un soplo de aire de las manos que lo dejaba todo como si fuese nuevo, sin dañar los objetos ni hacer volar los papeles de la mesa del escritorio. Elliot no le encontró mucha utilidad al hechizo, aunque sospechó que lo que Phipps buscaba con él era una limpieza a fondo de su propio despacho.
Mucho más útiles fueron unos hechizos de ataque, «expresamente recomendados por Mathilda Flessinga», aclaró la maestra a regañadientes. El Electronub era muy práctico en el combate uno contra uno, pues generaba una pequeña tormenta eléctrica sobre la cabeza del oponente. Desde luego, no era un arma mortal, pero sus descargas eran lo suficientemente intensas como para que el contrario perdiese gran parte de su concentración y llegase, incluso, a perder el conocimiento. También resultó muy interesante, aunque extremadamente agotador, el Aerolazo. Al ejecutarlo correctamente, surgía una corriente de aire a un metro de altura, que giraba en espiral a gran velocidad. A semejanza de los huracanes, su interior hacía prisionero a todo aquel que cayese en sus fauces. Tenía el inconveniente de consumir mucha energía al que lo practicaba, y por ello no era muy recomendable para elementales poco experimentados.
También se había vuelto muy exigente el maestro Tronero en Meteorología, pues parecía empecinado en que aprendieran cuanto antes a controlar las tormentas de granizo y el tamaño de las bolas de hielo que de éstas se desprendían. Seguro que a Eric le hubiese hecho mucha gracia imaginarse a Graveyard y a las gemelas Pherald bajo una de aquellas tormentas… Pero mucho más le hubiese gustado aprender a hacer los loopings con las alfombras voladoras que les mostró Wings. Aquello era más divertido que los mejores parques de atracciones del mundo humano.
Eleanor Foothills pronto dejó de hablar de las gárgolas y, para el agrado de los jóvenes, decidió dar un amplio repaso a los pegasos. A Elliot no le fue demasiado bien, pues su caballo alado se desbocó y terminó propinándole una buena coz a la maestra. El accidente le costó dos fines de semana de castigo, sin salir de la escuela… y sin lecciones extraordinarias con Phipps.
El resto del tiempo lo ocupó la disciplina de Astronomía en la que, pese a ser una materia que Elliot dominaba bastante bien, les caían tareas y deberes con la misma intensidad que las tormentas de granizo de Tronero. Eso había hecho que los fines de semana se hubiesen vuelto terriblemente tediosos.
Con tanto trabajo por delante, Elliot aprovechó la primera oportunidad que tuvo para escaparse de la escuela. Estaban en la tercera semana de noviembre y se había acostado todos los días más allá de la medianoche, tratando de acabar cuanto antes sus tareas para poder disponer de un fin de semana libre. Cuando se despertó aquel sábado, Elliot no se lo podía creer. ¡Por fin iba a hacer lo que quisiera, aunque sólo fuese durante aquel día!
Ya en el comedor, Coreen le preguntó si le apetecía acercarse a la ciudad junto a unos compañeros de clase, pero Elliot alegó que tenía un terrible dolor de cabeza y que, en principio, se quedaría en el castillo. Al ver a sus compañeros atravesar la puerta del comedor, se sintió mal por haberles mentido. No obstante, no quería alardear ante todo el mundo de que podía utilizar los espejos, y que había decidido pasar aquel día en Hiddenwood.
Esperó poco más de una hora hasta que la escuela quedó vacía. Después de haber aleccionado a Pinki para que se comportara como un loro educado, Elliot y su mascota se colaron con total sigilo en el lugar donde se hallaba el gran espejo de la escuela de Windbourgh. En un santiamén, estaban en su dormitorio del paseo de los Cipreses.
No pudo resistir la tentación de abrir la ventana y encontrarse con el apagado verdor de un triste día de invierno. Oyó el alegre gorjeo de unos pajarillos y respiró hondo. Al instante, percibió el intenso aroma de los pinos y abetos que crecían en las proximidades de su casa. Volvió a abrir los ojos y, entre tanto follaje helado, atisbo la inhóspita mansión de los Lamphard, tan falta de vida como de costumbre.
Pasó un buen rato con sus padres quienes, como era de esperar, se alegraron muchísimo por su inesperada visita. Sin duda, aquella sorpresa borró de la mente de la señora Tomclyde la intranquilidad por la escasez de noticias que había tenido de su hijo en los dos últimos meses. Aunque no cesó de insistir en que se quedase a almorzar, Elliot tenía otros planes, y lo primero que necesitaba era reunir a sus amigos.
El más asequible y próximo de todos era Gifu. El duende se llevó una gran sorpresa —y un buen picotazo de Pinki— cuando reconoció la voz de Elliot llamándolo a los pies de su casita volante. Poco le faltó para bajar de un brinco al saludar a su amigo.
—¿Qué haces tú por aquí?
El semblante sonriente del muchacho se tensó ligeramente antes de decir:
—Creo que será mejor que nos reunamos.
—¿Pasa algo grave?
—No lo sé, pero tengo una corazonada —comentó el muchacho, pellizcándose el labio—. Escucha, ¿serías capaz de ir a buscar a Eric? No me gustaría que me viese el resto de la gente de la escuela… Ya sabes.
—Cuenta con ello.
—Perfecto. Yo iré a por Úter —anunció—. Podríamos vernos frente a la mansión de los Lamphard… dentro de una hora. ¿Te parece bien?
El duende no pudo evitar una mueca de desconcierto.
—No pretenderás volver a entrar ahí…
Elliot asintió.
—Sabes que Úter no te lo va a permitir. Además, no creo que a Goryn le haga mucha…
—Créeme, no lo haría si no fuera necesario.
—¿Qué pretendes encontrar allí, si puede saberse?
—Eso te lo explicaré más tarde, cuando estemos todos.
El duende hizo un gesto de afirmación, pero no formuló más preguntas.
—Entonces nos veremos allí en una hora.
Los dos amigos se separaron y Elliot volvió a su casa. Ir caminando hasta la casita de Úter le llevaría mucho tiempo, mientras que desde el espejo de su cuarto se plantaría en un abrir y cerrar de ojos. Por eso, unos pocos minutos después, apareció en la suntuosa mansión de su tatarabuelo.
Salió de la habitación en la que el fantasma escondía su espejo y se asomó a la escalera. Vio a Úter en la planta inferior, haciendo unos rutinarios cambios en la decoración, y no pudo evitar la tentación de darle un susto morrocotudo.
—Jovencito, eso no ha tenido ninguna gracia —gruñó el fantasma, recuperando la compostura mientras trataba de reparar el ilusorio lienzo que acababa de colgar. Y es que, con el sobresalto, a la mujer del cuadro le había salido un enorme mostacho—. Y ahora que lo pienso, ¿se puede saber qué haces aquí? ¿No deberías estar en Windbourgh?
—Debería… Pero, como bien sabes, el Consejo me dio permiso para usar los espejos…
—Y eso incluye que te escapes de la escuela en un fin de semana. ¿No crees que eso supondría hacer un uso excesivo de tu libertad? —le reprochó el fantasma, de brazos cruzados frente a él.
Elliot se puso serio. El tiempo de las bromas se había acabado.
—Tatarabuelo Finías…
—¡Bien sabes que no me gusta que me llames así, jovencito! —replicó el fantasma, brillando con más intensidad de la habitual.
El muchacho hizo oídos sordos a la queja de su antepasado y, riendo para sus adentros, continuó hablando:
—He venido por un asunto que considero extremadamente urgente.
El fantasma relajó sus brazos y frunció el entrecejo.
—¿En qué lío te has metido en esta ocasión?
—Aún no estoy seguro, pero necesito comprobar unas cosas y luego comentarlo con vosotros.
—¿Has dicho… «vosotros»?
—Eso mismo he dicho —corroboró el aprendiz—. He quedado con Gifu y Eric dentro de un rato frente a la mansión de los Lamphard.
Elliot, previendo que Úter iba a protestar, lo atajó inmediatamente:
—Como te digo, es algo muy importante. Y sí, tengo intención de volver a entrar en la casa, si es lo que pretendías echarme en cara. Por eso he venido a decírtelo, porque espero que quieras acompañarme.
Úter jamás había visto a Elliot tan decidido ni tan firmemente convencido. Quizá por eso aceptó la oferta sin rechistar. Además, no podía negar que también tenía ganas de visitar la vivienda de los antepasados de Goryn.
—Está bien. En ese caso, vayamos.
Elliot respiró. En un principio pensó que le iba a costar convencer a Úter pero, al final, había resultado más fácil de lo esperado. Sin perder más tiempo, regresaron a su dormitorio, y de allí se dirigieron al descuidado jardín de la mansión de los Lamphard.
Al mismo tiempo que llegaban Elliot y Úter, en una sincronización casi perfecta, las siluetas de Eric y Gifu se dibujaron por el camino. A decir verdad, la parcela resultaba mucho menos tenebrosa a plena luz del día. Decidieron no demorarse mucho en el exterior para no ser vistos y atravesaron los hierbajos a gran velocidad. Esta vez Gifu sí hubo de hacer alarde de su habilidad con las cerraduras aunque, cuando terminó, Úter ya los aguardaba en el interior de la vivienda.
Una vez dentro, Elliot y Eric se saludaron efusivamente y en pocas palabras se pusieron al día sobre sus respectivas escuelas. Elliot no tardó en hablarle de Coreen y de lo amable que estaba siendo con él.
—Me ha ayudado mucho a integrarme en Windbourgh…
—Ejem… —carraspeó Úter a sus espaldas, llamando la atención de todos—. Según tengo entendido, hemos venido por un asunto muy importante…
—Y es cierto —dijo Elliot—, pero antes necesito hacer un par de cosas.
Con paso decidido, se dirigió a la escalera que conducía al piso superior. Se inclinó sobre el cuarto peldaño e introdujo sus uñas por una minúscula hendidura hasta que levantó el tablón.
—Vacío, como era de esperar —anunció a sus amigos—. La llave no ha vuelto a su lugar.
—¿Acaso esperabas que el ladrón la hubiera devuelto a su sitio? —inquirió Gifu—. ¿O que, de haberla recuperado, Goryn la hubiese colocado allí aun a sabiendas de que no era un lugar seguro?
—Supongo que tienes razón… —admitió Elliot, llevándose la mano derecha al bolsillo interior de su túnica—. Sin embargo, estaba convencido de que Goryn no tenía la llave porque, o mucho me equivoco, o la tengo yo.
La majestuosa llave descansaba en las manos del joven aprendiz, ante los atónitos ojos de sus amigos.
—¿Cómo has hecho eso? ¿Cómo la has conseguido? —preguntó Eric, sin salir de su asombro.
—No he sido yo, sino Pinki —reconoció Elliot, dando unas cariñosas caricias a su loro—. Aún no sé de dónde la sacó ni cómo la logró, pero me la trajo hace algún tiempo… en Windbourgh.
—¿Quieres decir que el loro encontró esa llave en alguna parte de la capital del Aire, a miles de kilómetros de aquí?
Elliot asintió.
—¿Y no se te ha ocurrido pensar que pudiera ser una copia? —sugirió Gifu, tan perspicaz como siempre.
—Desde luego —admitió Elliot—. Ahora bien, ¿por qué realizar una copia de una llave tan… singular? ¿Por temor a perderla? Me temo que no —se respondió el muchacho a sí mismo—. Si esta llave guarda algo tan importante, debe de ser única. De lo contrario, aumentarían las posibilidades de que pudiera ser robada. Lo que nos lleva a una segunda pregunta…
—¿Qué hacía entonces esa llave en Windbourgh? —completó Eric.
—Efectivamente.
—Antes de responderla, creo que os interesará conocer un detalle —anunció Úter, dándose cierto aire de importancia—. Como bien sabéis, estuve investigando los parentescos más próximos a Goryn. Aunque es cierto que no encontré ningún familiar cercano que se pareciese a él, seguí indagando en su genealogía hasta unos doscientos años atrás en el tiempo.
—Tú lo que eres es un cotilla —le espetó Gifu—. ¿Acaso esperabas encontrar a un familiar de doscientos años merodeando por aquí? Apostaría a que hubiese estado tan pálido como tú…
Úter no se molestó en replicar al duende porque fue el propio Pinki el que sobrevoló su cabeza amenazadoramente.
—Pues bien, os interesará saber que Weston Lamphard, un antepasado directo de Goryn, fue miembro del Consejo de los Elementales. Concretamente, fue representante del Aire.
—¿Del Aire has dicho? —preguntó Elliot.
—Efectivamente.
—Luego, eso significa que el tal Weston Lamphard debió de residir en Windbourgh —dedujo el joven.
—Sí, es lo más probable.
El duende dio una palmada que los sobresaltó.
—De ser así, existiría una relación entre esta llave y Windbourgh —comentó Gifu mientras se sonrojaba—. ¡Buen trabajo, Úter!
—Todo eso está muy bien pero, si no es una copia, ¿cómo ha podido llegar la llave hasta allí? —inquirió Eric, que seguía dándole vueltas al tema.
La pregunta quedó en el aire, pues ninguno tenía una respuesta coherente. Úter rompió el silencio:
—Habías dicho que querías hacer dos cosas. ¿Cuál es la segunda? Tal vez aporte algo nuevo a la investigación…
—Es cierto —reconoció Elliot—, seguidme.
La pequeña comitiva volvió a atravesar el lujoso recibidor para adentrarse, poco después, en la biblioteca. Gifu contempló admirado los cuerpos de madera que se alzaban hasta el techo, albergando incontables volúmenes. Elliot, mientras tanto, fue directamente a la mesa escritorio y pulsó el botón camuflado que había sobre la lamparita. Al instante, la puerta secreta les dio vía libre.
No perdieron más tiempo y bajaron las escalinatas al amparo de la lámpara que sostenía Elliot en sus manos. Al llegar abajo, Pinki volvió a posarse sobre la cabeza de la gárgola mientras Elliot cogía la sábana y dejaba a la vista el majestuoso espejo.
—¡Increíble! —gritó Úter—. ¡Es el espejo más bonito que he visto en mi vida!
—¡Magnífico! —exclamó Eric.
—¡Debe de valer un montón!
Todas las miradas se clavaron en el duende.
—¿Qué? Seguro que Merak sacaría por él más piedras preciosas que las que han pasado por sus manos en toda su vida. Hablando de Merak… Hace mucho que no sé nada de él. Se fue de viaje y aún no ha vuelto…
Mientras sus amigos discutían con Gifu, Elliot acercó su mano hasta la fría superficie reflectante. Cuando la yema de sus dedos rozó el cristal, sintió ese chispazo que devolvió la vida al espejo y comenzaron a sucederse las mismas imágenes que visualizó en la anterior ocasión.
—¡Mirad! —dijo Elliot, zanjando de golpe las discusiones.
Úter, Gifu y Eric se acercaron a Elliot y contemplaron ensimismados en la dirección que les indicaba el muchacho. Estaban ansiosos por ver qué sucedería a continuación.
—¡Es Windbourgh! ¡Ahora sí estoy del todo seguro! —exclamó Elliot señalando la imagen en cuanto reconoció la inconfundible silueta de la escuela. Las banderas que ondeaban a la entrada del castillo sólo podían ser de allí—. ¿Lo habéis visto?
—¿Ver… el qué? —preguntó Úter.
—Yo ni siquiera me he visto reflejado —dijo Eric, visiblemente decepcionado.
—Ni yo —apuntó Gifu.
Elliot apartó su mirada del espejo durante unos segundos. Al contemplar los rostros perdidos de sus amigos, comprendió que no le estaban engañando. Algo raro sucedía. Si mal no comprendía, ellos no veían nada. Fuese por el motivo que fuese, el joven no podía hacer nada para remediarlo, pese a los incesantes murmullos de protesta de sus amigos. Además, las imágenes seguían sucediéndose y quería estar atento para que no se le escapase ningún detalle relevante.
Volvió a contemplar la espectacular montaña con la cumbre nevada, y distinguió unos afilados riscos en la cornisa derecha. Como ya ocurriera en la realidad, la escala blanca sobresalió de la nube una vez más. Distinguió un mirador, vacío de gente, con un brillante suelo de mármol de finísimas vetas grises, y unas escaleras labradas en la misma roca, tan estrechas que sólo podía recorrerlas una persona. Una puerta asombrosamente encajada en la misma montaña, hasta la cual parecían llegar las escaleras. Y la llave…
—¡La llave! ¡Acabo de ver la llave! —exclamó Elliot volviéndose hacia Úter. La última imagen que vio en el espejo, fugaz como un destello, fue la de la llave que tantos quebraderos de cabeza le estaba trayendo—. ¡Claro! Debe de abrir la puerta que aparecía justo antes…
—¿Se puede saber de qué estás hablando? —protestó Gifu, que seguía buscando el reflejo de su imagen en el espejo—. ¡Nos tienes a todos en ascuas!
—Debe de ser el espejo… —comenzó a explicar—. No sé qué clase de hechizo lo envuelve pero, cada vez que lo he tocado, me ha transmitido unas imágenes. El otro día no las vi todas porque desaparecieron en cuanto llegó Goryn. Bueno, su doble —aclaró, haciendo una pausa—. ¿De verdad que no habéis visto nada?
—Nada de nada —reconoció Úter.
Entonces, Elliot procedió a explicarles con detenimiento la sucesión de imágenes que le había mostrado el espejo.
—Es como sí quisiera… guiarme —dedujo Elliot, tratando de expresarse con las manos—. ¿Creéis que será algún tipo de mensaje oculto?
—Tal como nos lo has descrito y por el orden en el que han aparecido las imágenes, bien podrían indicar el modo de llegar hasta esa puerta —afirmó Úter, encogiéndose de hombros.
—Una puerta que, como dice Elliot, abriría esta llave —concluyó Eric, que había permanecido pensativo hasta el momento—. Sí, podría encajar…
—¿Qué puede haber tras esa puerta? ¿Albergará algún secreto? —preguntó Gifu, dando rienda suelta a su curiosidad—. ¿Algún tesoro?
—Sinceramente, no lo sé —reconoció Úter, mirando ceñudo al duende—. En serio, Gifu, deja en manos de los gnomos el tema de los negocios. Ellos ya lo hacen bastante bien y no necesitan más ayuda…
—¿Creéis que eso es lo que andaba buscando la nereida que escapó de Nucleum? —interrumpió Elliot.
—No podemos descartarlo —afirmó Úter con sensatez—. En resumidas cuentas, en la mansión de los Lamphard hemos encontrado un espejo y una llave. Al parecer, el espejo ha transmitido un mensaje que, por alguna razón, sólo puede ver Elliot. Esa sucesión de imágenes nos llevaría a Windbourgh o, para ser más exactos, a una montaña que hay en sus inmediaciones.
»Por otra parte, la llave desapareció misteriosamente de la casa para aparecer de nuevo… en Windbourgh. No cabe la menor duda de que tiene que existir una relación entre la mansión de los Lamphard y la capital del Aire; sin olvidar que Weston Lamphard fue en su día representante del Aire en el Consejo de los Elementales.
—¿Y qué pinta la nereida esa en todo este tinglado? —preguntó Gifu con nerviosismo.
—Según aquel artículo de periódico que me remitió Elliot, la nereida Mariana se fugó de Nucleum hace algunos meses —prosiguió Úter con su particular resumen de los hechos—. Por lo que sabemos, bien podría ser ella la que suplantó a Goryn la noche en la que se encontró con Elliot. Si no me equivoco, luego se pierde su rastro…
—Un momento —dijo Eric, golpeando su mano izquierda con el puño derecho—. No estoy muy seguro de que ahí se perdiera su rastro… Elliot, ¿recuerdas lo que te comenté de Héctor?
—Pero ¿de qué estás hablando ahora? —Gifu estaba cada vez más nervioso—. ¿Qué es eso que dices de Héctor? ¿No es un aprendiz de Hiddenwood? Cada vez estoy más perdido.
Eric explicó entonces cómo habían encontrado demacrado a Héctor, encerrado en un trastero de la escuela de Hiddenwood.
—Lo más sorprendente es que había asistido a todas las clases de la semana —completó Eric—. Quien sabe, la nereida también podría estar detrás de esto…
—Convirtiéndose en el segundo caso reciente de suplantación en Hiddenwood —aventuró Úter, aceptando que podía existir alguna relación entre los sucesos.
—Ahora bien, ¿qué buscaría Mariana en una escuela como Hiddenwood?
Eric lanzó aquella pregunta al aire, pero fue Gifu quien puso el dedo en la llaga.
—A ver, a ver… Elliot estaba delante de este espejo cuando supuestamente la nereida, transformada en Goryn, apareció a tus espaldas. O mucho me equivoco o, igual que nos ha sucedido a nosotros, el falso Goryn no pudo apreciar ninguna imagen en el espejo, ¿verdad?
—Ésa fue la impresión que me dio —reconoció Elliot.
—Pese a todo, pudo darse cuenta perfectamente de que sabías algo que ella, hasta el momento, desconocía —continuó Gifu, cada vez más convincente—. ¿Qué debía hacer entonces?
—Seguir a Elliot —concluyó Úter, meneando la cabeza con una sensación de disgusto—. Me parece que Gifu ha dado en el clavo.
—¿Por qué buscó a Elliot en Hiddenwood cuando este año está en Windbourgh? —preguntó inocentemente Eric.
—Amigo, eso es algo que sólo sabemos nosotros —reconoció Úter—. No es de extrañar que una nereida, que jamás ha pisado una escuela mágica y que ha pasado tanto tiempo encerrada en Nucleum, no estuviera al corriente.
—Podía haberle informado Tánatos —insistió Eric.
—En el supuesto caso de que él estuviese detrás de todo esto, claro está —rebatió Úter por enésima vez—. Aun así, tengo la sospecha de que Tánatos tampoco tiene conocimiento de las facultades de Elliot…
—¡Por los cuatro elementos! —exclamó Eric, llevándose las manos a la boca. Había dejado a todos estupefactos—. Yo le dije a Héctor que estabas en Windbourgh… ¡poco antes de que lo encontraran encerrado en aquel armario!
El aleteo de Pinki sacó a todos de su ensimismamiento.
—Genial —sentenció Elliot, para romper el silencio que había invadido la estancia—. Ahora resulta que la nereida me persigue.
—Piénsalo, no sería nada descabellado —aseguró Úter, que parecía bastante preocupado—. Además, eso explicaría que la llave hubiese aparecido en Windbourgh. Hay que felicitar a Pinki. Si pudiese decirnos a quién se la arrebató…
—Ya lo he intentado y no ha dicho ni pío —dijo Elliot.
—En ese caso, sería conveniente que mantuvieras los ojos bien abiertos —le recomendó Úter—. Si la nereida está tras tu pista, no sería extraño que estuviese en la escuela de Windbourgh… suplantando a alguien. Un aprendiz, un maestro, un vigilante…
—Si eso fuese cierto, ¿cómo puedo identificarla? —preguntó Elliot.
—Habrá que pensar en ello también.