EN los terrenos de Hiddenwood no quedaba ni rastro de la lluvia caída unos días atrás. El sol brillaba radiante en un cielo completamente despejado, típico de mediados de agosto. Pese a los problemas que poco tiempo antes habían amenazado el mundo elemental, todo parecía sintonizar en perfecta armonía. Todo menos el rostro contrariado de Elliot Tomclyde, que paseaba cabizbajo por las callejuelas de Hiddenwood sin un rumbo definido.
Estaba avergonzado. El hecho de haber sido pillado in fraganti en una casa que no era la suya y a horas tan intempestivas no le afectaba especialmente.
Lo que realmente había hecho que se le encogiera el estómago, el corazón y, de paso, el cuerpo entero, era quién le había encontrado. No soportaba la idea de que hubiese sido Goryn, un maestro —un amigo— que siempre había tenido un comportamiento exquisito con él. Fue precisamente él quien le había introducido en aquel fantástico mundo de la magia elemental y…
Paseaba tan abstraído por lo que había a su alrededor que no se dio ni cuenta de la persona que venía de frente hasta que se dio de bruces con él.
—¡Elliot! —exclamó el hombre, deteniéndole con las manos. Iba vestido completamente de negro.
El muchacho reconoció aquella voz inmediatamente. La última persona que esperaba —y deseaba— encontrarse en aquel instante era, precisamente, Goryn. No obstante, levantó la cabeza y vio que el hechicero le sonreía. Elliot frunció el entrecejo. Aunque en un primer momento no le hizo ninguna gracia distinguir esa expresión en su rostro, poco a poco comenzó a comprender que no había signo alguno de reproche por lo que había pasado.
—Lo siento, iba un poco despistado —se excusó el aprendiz, que dudaba entre mirarle a la cara o no.
Pinki, que revoloteaba a sus anchas sobre sus cabezas, se acercó hasta donde se encontraba su amo.
—¡Buenos días! ¡Buenos días!
—Sí, ya me he dado cuenta —replicó Goryn, saludando al mismo tiempo al loro—. ¿Te sucede algo? Te noto un tanto… apagado.
¿Cómo podía hacerle semejante pregunta? ¿Acaso se estaba burlando de él?
—Es… es por lo de la casa —confesó finalmente.
—¿Por lo de la casa? ¿A qué te refieres? —preguntó el maestro, sin ocultar la extrañeza en su rostro.
Elliot lo miró estupefacto. Definitivamente, o Goryn le estaba tomando el pelo o le tomaba por tonto. ¡Qué casa iba a ser!
—Ya sabes, la que veo desde mi habitación. La del jardín… descuidado. —Prefirió ser comedido con sus palabras, para no resultar ofensivo.
Entonces sí, al maestro de Naturaleza le cambió la expresión. Su frente se arrugó bajo su brillante calva, su faz se tornó pálida y seria, como si lo que hubiese dicho Elliot le hubiese afectado profundamente. El joven tuvo el convencimiento de que, entonces sí, iban a saltar chispas.
—Cierto… —musitó Goryn, hablando para sus adentros. Entrecerró sus ojos y contempló seriamente al muchacho—. Tú tienes una vista privilegiada desde tu dormitorio.
El aprendiz se llevó la mano a la nuca y se la acarició suavemente. No comprendía absolutamente nada. ¿Acaso no iba a echarle de nuevo en cara que anduviese por allí la otra noche?
—Normalmente no suelo hablar de ello pero, dadas las circunstancias… —siguió dialogando Goryn en un tono de voz meditabundo—. Elliot, me gustaría comentarte una cosa.
El joven, cada vez más atónito, alzó las cejas esperando la bronca…
—Esa vivienda tan tétrica que ves desde tu casa lleva muchos años ahí, muchos más años de los que te puedas imaginar. Se trata de la vivienda de mis antepasados, comúnmente conocida como la mansión de los Lamphard.
Lamphard, Lamphard… ¡Claro! ¡Pero cómo no se le había ocurrido! Estaba tan acostumbrado a llamar a Goryn por su nombre de pila que había olvidado que tenía apellido. Y, al oírlo de sus labios, lo había recordado: Goryn Lamphard. Por lo tanto, Weston Lamphard, el nombre que leyó en la parte superior del marco del espejo, debía de ser el del dueño de éste. O quien lo mandara fabricar…
La mente de Elliot comenzó a atar cabos. Era, pues, absolutamente normal que se encontrara a su antiguo maestro en mitad de la noche en aquel sótano siniestro. Debía de ser su propia casa… Pensando en el jardín, el joven comenzó a comprender por qué Goryn vestía siempre de negro. Sin duda, le gustaba lo tétrico.
—Sin entrar en detalles, pues no es mi intención aburrirte, debes saber que la estirpe de los Lamphard ha tenido… una larga historia. Sí, una historia muy particular —completó el maestro, aportando un halo de misterio a sus palabras—. Y gran parte de ese pasado está guardado, de alguna manera, en esa vivienda. No sé si me sigues…
—Perfectamente —contestó Elliot, aunque la verdad era que no comprendía nada. Lo que le estaba relatando Goryn sobre la casa estaba tan claro como el agua, pero la cuestión radicaba en que le hablaba como si Elliot no la conociese de nada. Como si jamás hubiese puesto un pie allí. Y ambos sabían que eso no era así…
—Me gustaría saber si tú, desde tu ventana, últimamente has detectado o visto que sucediese algo extraño en la mansión…
Un sudor frío recorrió la médula espinal del muchacho. Cada vez tenía más claro que Goryn no sabía —o no recordaba— nada de su aventura nocturna, lo cual resultaba verdaderamente sospechoso y le ponía la carne de gallina.
—¿Algo extraño? —preguntó Elliot, como si no estuviese al corriente de nada. A la vista de los acontecimientos, necesitaba un poco más de información.
—Verás… Alguien ha entrado en la casa y se ha llevado un objeto de bastante valor —confesó.
Elliot tragó saliva. ¿Habían entrado a robar? Eso sí que era toda una sorpresa. El se había colado dentro en un par de ocasiones, una de ellas con Gifu. Desde luego, no pensaba confesárselo a Goryn ni por asomo. Ahora bien, ¿un robo? Era cierto que había detectado una luz por la noche y, por eso, había acudido raudo y veloz hasta allí, para ver si averiguaba quién habitaba en la casa. Entonces, se había encontrado con Goryn —con «un» Goryn, para ser más exactos—, y después de todo…
—¿Han robado en tu casa? —preguntó Elliot mostrando su asombro—. ¿Se han llevado muchas cosas?
—No, no. Afortunadamente sólo una… Pero de un valor incalculable.
—¿Algo grande? —insistió el muchacho, haciéndose el despistado—. Tal vez pueda ayudarte a encontrarlo…
—Gracias, Elliot. Sólo es una llave… —Iba a decir algo más, pero se lo calló—. En cualquier caso, por tus preguntas, intuyo que no sabes nada del tema.
¡La llave! ¿Acaso sería la llave que había bajo el escalón la que había desaparecido? Por lo que recordaba, después de tenerla en sus manos, la había vuelto a colocar en su sitio. ¿Y si alguien le había visto? Tanto Gifu como él habían oído algo extraño y tuvieron la impresión de que había alguien más en la casa. Por eso huyeron despavoridos. Un escalofrío le sacudió la nuca.
Elliot se encogió de hombros y acarició nerviosamente la cabeza de Pinki.
—El otro día vi una luz por la noche, pero si es tu casa no creo que sea nada raro… —dijo, como quien no quiere la cosa—. Supongo que serías tú.
—¿Dices que viste una luz? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿A qué hora? —Goryn estaba más pálido que la cera.
A Elliot le sorprendió la ansiedad con la que formuló las preguntas.
—Bueno, fue por la noche, hace escasamente una semana. Era una luz que procedía de la planta baja —aclaró el aprendiz—. Entonces, ¿no eras tú?
—No, Elliot. Ya sabes que yo vivo en la escuela. Esta mañana he realizado mi visita mensual a la casa y me he encontrado con tan desagradable sorpresa.
¿Un mes? Si Goryn llevaba un mes sin entrar, entonces, ¿con quién había hablado él aquella noche? ¿Acaso tenía un hermano gemelo? Porque, desde luego, era un doble perfecto… Y, lo que era peor, la llave parecía haber desaparecido. Elliot estaba convencido de que la había dejado debajo del escalón y que, quienquiera que fuese ese segundo Goryn, se la había llevado.
El hechicero cerró los ojos con resignación y ladeó la cabeza.
—Todos estos años conservándola y ahora, de pronto, desaparece. Y yo soy el culpable de todo.
Goryn no se tiraba de los pelos porque no tenía, pero su cara mostraba una profunda decepción. De pronto, Elliot se sintió responsable de lo ocurrido. Al fin y al cabo, él había sido quien había tropezado con la llave, él la había puesto al descubierto y, sin duda, el malhechor estaría en la casa vigilándoles y le habría visto con ella en sus manos. Definitivamente, si alguien tenía la culpa, era él.
—No, Goryn, tú no tienes la culpa. —La garganta le ardía, pero se sentía incapaz de revelarle la verdad—. Estaré bien atento por si el ladrón vuelve. En el mundo humano se dice que el criminal siempre regresa a la escena del crimen…
—Te lo agradezco, Elliot. De todas formas, no creo que sirva de mucho. Veré lo que puedo hacer. Gracias de nuevo.
El hechicero hizo un leve gesto de despedida con la mano y prosiguió su camino. Después de aquella conversación, el ánimo de Elliot se había visto sacudido de una manera brutal. Tenía que recuperar la llave como fuese pero, antes que nada, debía hablar con Gifu.
Sin perder un instante, fue en busca del duende. Pese a las prisas, tardó más de media hora en encontrarle. Lo buscó por todas partes y, al final, estaba en el sitio más inesperado de todos: el jardín de su propia casa. Gifu estaba arrancando unos hierbajos desaprensivos que habían brotado en el parterre que con tanto mimo cuidaba.
—¡Qué me estás contando! —exclamó el duende cuando Elliot le contó lo sucedido.
—Como comprenderás, Goryn está hecho polvo —concluyó el muchacho.
—No es para menos —dijo el duende, pellizcándose el labio inferior—. Así que tenemos un ratero por Hiddenwood… Un ratero que, además, es capaz de cambiar su apariencia. ¿No crees que deberíamos ir a hablar con tu… con Úter?
Le sorprendió que fuese precisamente el duende quien hiciera esa sugerencia, pero eso no quitaba que tuviese razón: la importancia de los hechos invitaban a hacer una visita a su tatarabuelo. El trayecto hasta el mohoso y destartalado refugio en el que había vivido Úter Slipherall durante el último siglo fue amenizado a partes iguales por los disparatados gritos proferidos por Pinki y por los del propio Gifu, que no cesó de reprocharle a Elliot que no hubiese tenido la deferencia de avisarle para el segundo asalto nocturno a la casa.
—¡No tenía tiempo! —se excusó el muchacho una vez más—. Si hubiese ido a avisarte, hubiese dado tiempo suficiente al intruso para que se marchase.
—Posiblemente tampoco se hubiese llevado la llave tan fácilmente —dictaminó el duende justo antes de llamar con sus menudos nudillos a la puerta de la vivienda del fantasma.
Elliot hizo una mueca. Sabía que Gifu tenía razón, pero no tuvo tiempo de dar rienda suelta a sus remordimientos porque la sonriente cara de su tatarabuelo atravesó de improviso el dintel de la puerta.
—¡Elliot! ¡Gifu! —exclamó el fantasma, no exento de sorpresa—. ¡No esperaba veros hoy por aquí!
Una vez se hallaron dentro, el aprendiz y el duende se acomodaron en dos estupendos butacones que había frente a la gran chimenea del salón. Úter desapareció y volvió cinco minutos después con una bandeja de té y pastas. Una vez la dejó sobre la mesa, revoloteó hasta colocarse frente a ellos.
—Bien, ¿a qué se debe esta visita de cortesía?
—Tenemos un problema —reveló Elliot con severidad, provocando que el fantasma frunciese sus pobladas cejas. Por su parte, Gifu se mantuvo en silencio balanceando nerviosamente las piernas al borde del butacón—. Parece ser que Goryn ha sufrido un robo.
—¿Un robo, dices? —inquirió Úter, que se recostó contra la chimenea, mirando inquisitivamente a los recién llegados—. ¿A Goryn?
Elliot asintió. Acto seguido comenzó a contarle a su tatarabuelo cómo él y Gifu se habían adentrado en la mansión de los Lamphard unos días después de que viera aquella luz, que él había regresado unos días más tarde por el mismo motivo y que había encontrado un espejo de muy bella factura. Le explicó la particularidad de aquel espejo y cómo comenzó a transmitirle una serie de imágenes cuando fue interrumpido por Goryn.
Por último, le contó también cómo habían encontrado una llave escondida bajo un escalón, y que parecía que era lo que se habían llevado.
—En cualquier caso, lo más interesante viene ahora —interrumpió Gifu, saltando de la butaca—. Cuéntaselo, Elliot, cuéntaselo.
Tras dar un profundo suspiro, Elliot retomó el relato en el momento en el que se topó con Goryn por las calles de Hiddenwood. Aunque al principio no entendía nada, no tardó mucho tiempo en darse cuenta de que algo raro pasaba. El Goryn que había encontrado en la mansión de los Lamphard aquella noche era, ni más ni menos, un impostor. Un doble perfecto.
Úter Slipherall no dijo nada durante unos instantes, como si asimilara lo que acababa de oír. Elliot pensó que su tatarabuelo iba a proceder a echarle un buen rapapolvo, pero su pregunta lo descolocó.
—¿Goryn sabe algo de todo esto? Me refiero al Goryn de verdad, lógicamente.
—No —contestó el aprendiz—. Únicamente le dije que había visto una luz y que…
—Mejor —sentenció el fantasma, dejando estupefacto a Gifu—. Lo que has dicho sobre el doble de Goryn es muy revelador… Que yo sepa, no tiene ningún hermano, aunque lo confirmaré. También investigaré sobre sus parientes más cercanos. En ocasiones, hay primos hermanos muy parecidos.
—Pero éste no era parecido a Goryn —protestó Elliot—, ¡era idéntico! Hasta tenía su mismo tono de voz…
Úter asintió.
—Si el falso Goryn habló, hemos de descartar que fuese una ilusión.
—Pues muy bueno hubiese tenido que ser ese encantamiento ilusorio, porque la figura era perfecta —musitó Elliot.
—Eso nos deja dos posibilidades —dijo Úter, que seguía pensando en voz alta, moviéndose de un lado a otro de la chimenea—: podría ser alguien que hubiese ingerido una poción para transformarse en Goryn…
—Pero para transformarte en una determinada persona, necesitas una parte de esa persona, ¿no es así? —intervino Gifu, al tiempo que Úter hacía un gesto de asentimiento—. En este caso, el farsante habría necesitado una uña del pie de Goryn, porque lo que se dice pelo no tiene mucho, la verdad.
Gifu soltó una carcajada imaginándose al ladrón mientras buscaba un pelo del hechicero. Tanto Elliot como Úter le dirigieron sendas miradas reprobatorias.
—Perdón —se disculpó el duende.
—Lo que dices no es ninguna tontería —aseveró el fantasma poco después—. Es cierto que, si ha empleado una poción de transformación, el ladrón lo ha tenido harto complicado.
—Habías dicho que había una segunda opción —recordó el muchacho.
—Cierto. Y es tan complicada como la de la poción… si no más —dijo Úter—. Cabe la posibilidad de que haya sido una criatura quien se haya transformado en Goryn.
—¿Una criatura? —preguntaron los dos amigos al unísono.
—Que yo sepa, las nereidas están dotadas de esa capacidad, aunque desconozco si hay alguna otra criatura capaz de hacerlo.
—¡Nereida! ¡Nereida! —gritó el loro, batiendo sus alas con alegría por el salón.
—¡Eh! —exclamó Gifu—. ¿Y un multimorfo? Pinki no podría hacerlo, porque no es muy grande pero… ¿y un multimorfo mayor?
—Lo dudo mucho —confesó Úter—. Que yo sepa, los multimorfos no pueden adoptar una apariencia humana. Sin embargo, en el caso de que existiese tal posibilidad, sería prácticamente imposible que pudiese transformarse en un doble perfecto de Goryn… Por no hablar de una imitación perfecta de su voz. Sinceramente, es una opción que se me antoja improbable.
—Pues estamos bien —resumió Elliot después de unos segundos de silencio.
—En resumidas cuentas —dijo Gifu— sabemos que se ha robado una llave, pero no tenemos ni idea de quién ha podido ser. Nos queda una pregunta importante por responder: ¿por qué?
—Efectivamente —constató Úter—. A lo mejor es un robo de menor importancia y estamos haciendo un castillo de un grano de arena.
—Goryn hizo referencia a la historia de su familia —informó Elliot—. Al parecer, era una llave muy importante. Concretamente, era un objeto muy antiguo, de un valor incalculable y que estaba bien escondido en la casa…
Las campanadas de un reloj de pared avisaron de lo tarde que se había hecho. Elliot acabó su taza de té y se puso de pie.
—Tenemos demasiados interrogantes por el momento —dijo Úter frotándose la sien—. Como Gifu tendrá que ocuparse de los jardines que ha dejado descuidados durante su larga ausencia, y tú, Elliot, empezarás el curso en breve, ya me encargo yo de indagar sobre la familia de Goryn. A ver si saco algo en claro y vamos descartando opciones.
—¿Qué has querido decir con eso de que he dejado descuidados los jardines? —protestó el duende, que había captado la ironía del fantasma a la primera.
Pinki comenzó a gritar emocionado, al ver que estaba a punto de dar comienzo un combate dialéctico en el que podría animarse a participar.
—No empecéis a discutir —pidió encarecidamente Elliot, apartando a un lado al duende—. Supongo que este curso me toca estudiar en Windbourgh, aunque nadie me ha dicho nada de momento.
—¡Windbourgh! —exclamó Úter, acompañando a su tataranieto a la puerta—. Siempre tuve ganas de conocer la capital del elemento Aire. Dicen que es una ciudad flotante espectacular.
—Sí, eso me han contado —reconoció Elliot.
—Qué suerte tienen algunos —dijo Gifu para sus adentros, ya fuera de la casa de Úter.
Dieron los primeros pasos de su camino de regreso y, cuando ya se adentraban por la senda del bosque en dirección a Hiddenwood, oyeron al fantasma gritar:
—¡Os mantendré informados!
Ya era tarde cuando Elliot llegó a su casa. Su madre asomó la cabeza por la puerta de la cocina y, al ver a su hijo, sacó el cuerpo entero. Las arrugas que surcaban su frente se relajaron al instante.
—¡Estaba preocupada por ti! —exclamó—. Como no has avisado de que ibas a estar tanto tiempo fuera… Pensé que te podía haber pasado algo.
—No te preocupes, mamá —dijo Elliot, haciendo un ademán con las manos—. He ido con Gifu a ver al tatarabuelo Finías. Se nos ha hecho un poco tarde y, como su casa no está precisamente cerca…
—Está bien, hijo —aceptó finalmente la señora Tomclyde, dando por buena la justificación del muchacho—. Es sólo que se oyen rumores y los bosques ya no son un lugar tan seguro… Ya sabes, preferiría que la próxima vez me avisases, eso es todo. Por cierto, esta tarde han llegado dos cartas para ti.
—¿Dos cartas? —preguntó Elliot, contento por la sorpresa. —Sí. Las dejé sobre tu cama.
Elliot se lanzó a la escalera y subió los peldaños de dos en dos. En cuanto entró en su dormitorio, vio los dos sobres. Uno de ellos, de un blanco deslumbrante, le llamó especialmente la atención. Le dio la vuelta y vio que en el reverso había un escudo grabado en relieve, en forma de piel de toro. En su interior destacaba la silueta de un castillo medieval asentado sobre una esponjosa nube. Elliot no reconoció su procedencia, pero algo le decía que había sido enviado desde alguna localidad del elemento Aire. ¿Acaso sería de Eric?
Al rasgar el sobre, extrajo un pergamino más blanco aún que su envoltorio. En la parte superior de la hoja estaba grabado el mismo escudo que en el reverso del sobre. Al comenzar a leer el texto, comprendió que la carta no había sido redactada por su íntimo amigo. Decía lo siguiente:
Estimado señor Tomclyde: El motivo de la presente carta es comunicarle que el próximo lunes 3 de septiembre dará comienzo el nuevo curso académico en la escuela de Windbourgh. Tal como se acordó con el Oráculo en su prueba de selección, celebrada tres años atrás, realizará un año de aprendizaje en cada una de las escuelas mágicas. Puesto que ya ha cursado sus estudios en los otros tres centros, el aprendizaje de este año deberá llevarlo a cabo en la capital del elemento Aire. Debido a la acumulación de trabajo en el mundo elemental y a que tan sólo le resta este año de aprendizaje, en esta ocasión no tendrá lugar encuentro alguno con el Oráculo. Cloris Pleseck, en calidad de directora de la escuela de Hiddenwood, así como Aureolus Pathfmder y Magnus Gardelegen, han sido debidamente informados al respecto. Por lo tanto, le esperamos en Windbourgh, como es costumbre, el día antes para celebrar la tradicional cena de inauguración del curso. Hasta entonces, le deseo que siga disfrutando de sus vacaciones de verano. Saludos cordiales,Mathilda Flessinga Directora de Windbourgh —¡Vaya! —dijo Elliot, moviendo la cabeza con satisfacción—. Después de todo, parece que voy a aprender la magia del Aire.
En cualquier caso, al margen de la ilusión por comenzar la última etapa de aprendizaje, sintió una profunda decepción por no poder ver al Oráculo en esta ocasión. Ahora que su período de instrucción mágica llegaba a su fin, tenía muchas ganas de saber qué iba a ser de él en el mundo elemental. Había realizado un aprendizaje a marchas forzadas en todos los elementos para hacer frente a un destino que sólo la Madre Naturaleza conocía, pero ¿qué destino era? ¿Qué le deparaba el futuro? ¿Qué debía hacer para encarar su vida una vez concluyese ese cuarto curso? ¿Cómo debía enfocar su elección? Lo desconocía. Por eso le hubiese gustado tener unas palabras con el Oráculo.
Con cierta desazón, despegó el lacre del segundo sobre y extrajo un papel azulado que olía a mar. El corazón de Elliot palpitó con intensidad al ver quién le había escrito.
Querido Elliot: Me hizo mucha ilusión recibir tu carta. La verdad es que yo también me acuerdo mucho de ti. A menudo me vienen a la cabeza los estupendos momentos que pasamos en la escuela de Blazeditch el año pasado. Eso sí, espero no volver a encontrarme nunca más con una profesora como Iceheart. ¡Qué mujer más odiosa! Pero, aparte de ella y del calor, tengo muy buenos recuerdos. Seguro que este año lo echaré de menos… No puedo negar que me apetece empezar este último año. Todo el mundo dice que cuarto es el mejor año de todos, y estoy ansiosa por comprobarlo, si bien aún no sé qué será de mi vida después… Aunque todavía nos queda una semana de vacaciones, ¡y hay que aprovecharla a tope! ¿Cómo lo estás pasando tú? Yo, divinamente. Unos tíos míos me invitaron a unas tierras que tienen no muy lejos de Lagoonoly. Allí he montado en hipocampo y he visitado unas cuevas submarinas espectaculares atiborradas de criaturas luminiscentes. ¡Ha sido fantástico! Con un poco de suerte, el próximo fin de semana podré ir a RockSplash… ¡Ya te contaré! Por cierto, estoy pensando que podríamos hacer algo para vernos. Aprovechando que puedes utilizar los espejos sin restricciones —¡vaya una suerte!—, sería genial que te vinieses a Bubbleville un día. ¿Qué tal el primer fin de semana después del inicio de las clases? No creo que para entonces nos manden muchas tareas. Podríamos vernos en la heladería BurbuChoco, que está por el centro. ¿Qué te parece mi idea? Besos deEloise.
¿Hacer una visita a Eloise? ¡Sería fantástico! ¡Claro que sería una gran idea! Además, como bien decía su amiga, nadie podría ponerle pega alguna porque, desde el curso anterior y pese a que aún era un aprendiz, Aureolus Pathfmder —secundado por el Consejo de los Elementales— le había permitido usar los espejos con total libertad. ¡Tenía que aprovecharse de una ventaja como ésa! Además, el hecho de visitar a Eloise era una causa más que justificada…