Decirlo de un vistazo
Elaine Metro aguardó con considerable compostura. Llevaba ya dos años —casi— como guía turística, y tener que manejar a hombres, mujeres y niños de una docena de mundos distintos (sin hablar de la propia Tierra), mantenerlos felices y seguros, responder a sus preguntas, y resolver las emergencias súbitas con acciones instantáneas, proporciona compostura.
Compostura o desmoronamiento, y Elaine nunca se había desmoronado. Ni esperaba hacerlo.
De modo que se sentó allí y practicó, como hacía a menudo, el tomar conciencia de su entorno. El calendario le destellaba la fecha —25 de febrero de 2076—, lo cual significaba que habían pasado seis días desde su cumpleaños número veinticuatro.
El espejo al lado del calendario reflejaba su rostro, o lo haría si simplemente se inclinaba un poco hacia un lado, proporcionándole un débil resplandor dorado. Eso ocultaba la palidez natural de su piel, y proporcionaba a sus ojos azules la ilusión de un ligero color avellana, y a su pelo castaño la ilusión de un toque de rubio. Algo halagador en su conjunto, pensó.
La cinta luminosa de las noticias parpadeaba encendiéndose y apagándose ocasionalmente. No parecía que estuviera ocurriendo nada vital en la Órbita. Se estaba construyendo una decimocuarta colonia, pero eso no tenía nada de extraordinario.
Había una sequía en África, allá abajo en la Tierra, pero eso tampoco tenía nada de extraordinario. Imaginen un mundo que no tenía ninguna forma de controlar su clima. ¡Primitivo!
¡Pero la Tierra era enorme! Como un millón de auténticos mundos puestos juntos.
Y sin embargo, había tan poco espacio. Incluso Gamma, donde había nacido y donde vivía Elaine…, incluso Gamma estaba un poco demasiado atestado. Quince mil personas y…
La puerta se abrió, y Janos Tesslen apareció. Era el presidente de la asamblea, y muy bueno por cierto, pensó Elaine. Al menos, ella había votado por él.
—Hola, Elaine —dijo el hombre—. ¿La he hecho esperar mucho?
—Según el reloj…, catorce minutos, señor.
Janos se echó a reír brevemente. Era un hombre robusto de sonrientes ojos, a veces incluso cuando sus labios no sonreían. Su canoso pelo estaba cortado muy corto, de una forma completamente pasada de moda, y le hacía parecer más viejo de los cincuenta años que probablemente tenía.
—Pase, Elaine —dijo—. Siéntese.
Se sentó, aceptando el uso de su nombre de pila de una forma completamente natural, aunque nunca había hablado con el presidente antes. En un mundo como Gamma, donde casi todo el mundo conoce a casi todo el mundo…, ¿por qué no?
Janos se sentó en el sillón giratorio de su amplia habitación —más amplia que cualquier otra habitación privada que Elaine hubiera visto nunca antes—, y dijo:
—Es interesante que me haya dicho usted que había estado esperando catorce minutos. ¿No hubiera sido mejor decir simplemente que llevaba esperando tan sólo un rato?
—Creo que la precisión en las cosas pequeñas puede ser importante —opinó Elaine.
—Muy bien. Me alegro que piense así, porque eso es precisamente lo que necesito de usted… Sus abuelos vinieron de la región de la Tierra de los Estados Unidos, ¿verdad?
—Sí, señor.
—Y ha retenido su herencia norteamericana, supongo.
—Estudié historia terrestre en la universidad. La historia norteamericana estaba incluida en ella…, pero soy una gammapersona.
—Sí, por supuesto. Todos lo somos. Pero usted es una gammapersona particularmente especial, puesto que va a salvarnos a todos.
Elaine frunció ligeramente el ceño.
—¿Perdón…?
—Ahora no importa. Me he adelantado más de la cuenta. Puesto que usted es una descendiente de estadounidenses, estoy seguro que sabrá que los Estados Unidos fueron fundados en mil setecientos setenta y seis.
—Sí. Este año es su tricentenario.
—Y que los Estados Unidos fueron fundados a partir de trece estados individuales. Como que hay ahora trece mundos independientes y funcionales en la Órbita Lunar; ocho de ellos aquí en la posición L-Cinco detrás de la Luna, y cinco en la posición L-Cuatro precediendo a la Luna.
—Sí, señor. Y un decimocuarto se está construyendo en L-Cuatro.
—Eso no importa. El Mundo Orbital Nu fue acelerado y el que ahora se está construyendo, Xi, está siendo retardado, para que durante todo el dos mil setenta y seis haya trece Mundos Orbitales, y no catorce o doce. ¿Entiende usted el porqué?
—¿Superstición? —preguntó Elaine, secamente.
—Su agudeza corta, joven, pero yo no sangro —dijo Janos—. No se trata de superstición. Se trata de sacarle ventaja al sentimentalismo. Los Estados Unidos constituyen la más importante región individualizada de la Federación de la Tierra, y si están dispuestos a votar a favor del establecimiento de una Federación independiente de Mundos Orbitales, este es el año en que conseguirlo. Combine el tricentenario con el número trece, y no podrán resistirse, ¿no cree?
—Sí, puedo ver que sería un buen impulso.
—Y la independencia sería útil para nosotros. La Federación de la Tierra es una fuerza conservadora que limita nuestra expansión. Cuando dejemos de estar atados a la Tierra, los Mundos Orbitales podrán ajustarse para que sus distintas economías encajen más eficientemente. Podremos ampliar esos estrechos límites en la órbita de la Luna y encaminarnos hacia el cinturón de asteroides, donde podremos convertirnos en una fuerza importante en la historia humana. ¿Está usted de acuerdo?
—Aquellos que saben de esos asuntos parecen opinar así.
—Desgraciadamente, hay fuerzas poderosas en la Tierra que están en contra de la independencia. Y también, aunque casi todos los habitantes de los Mundos Orbitales están por la independencia, no todos están por la unión. ¿Qué piensa usted de los habitantes de los Otros Mundos, Elaine? En su trabajo tiene constante contacto con ellos.
—La gente es la gente, señor —dijo Elaine—. Pero los habitantes de los Otros Mundos tienen diferentes costumbres y…, a veces los encuentro hostiles hacia nosotros.
—Exacto. Y ellos nos encuentran a nosotros… hostiles hacia ellos. Y a fin de no tener la unión, mucha de la gente de los Mundos rechazaría la independencia. Elaine, es asunto suyo conseguir esa unión para nosotros.
De vuelta a eso, pensó Elaine.
—¿Qué tengo que hacer para ello? —preguntó.
—Escuche —dijo Janos suavemente—, y se lo explicaré. Aquellos de la Tierra que se oponen a la independencia cuentan con la hostilidad entre los Mundos Orbitales, y pretenden hacer todo lo posible por incrementarla. ¿Qué ocurriría si se produjera algún sabotaje en Gamma, que es la fuerza más poderosa para la unión en la Órbita? ¿Qué ocurriría si ese sabotaje fuera grave, y pareciera que el responsable es algún otro mundo en particular? El sentimiento antiunionista aumentaría en Gamma, y habría muy pocas probabilidades de independencia este año. Más adelante, con la magia del setenta y seis ya no a nuestro lado, la cosa podría prolongarse años y años.
—Entonces debemos prevenirnos contra el sabotaje.
—¡Correcto! Y eso es lo que estamos haciendo. Es ahí donde entra usted. Hay cinco personas que vienen a Gamma. Turistas normales, aparentemente. Hay muchos más que esos cinco, por supuesto, pero son esos cinco en particular, uno de cada uno de cinco Mundos Orbitales distintos, los que nos interesan. Uno de nuestros agentes en la Tierra…, tenemos varios, ya sabe…
—Todo el mundo lo sabe. Especialmente la Tierra, supongo.
Janos reclinó su cabeza como para estudiarla más eficientemente.
—Tiene usted una forma de decir esas cosas que me gusta… Uno de nuestros agentes nos remitió un mensaje, que por desgracia nos llegó muy confuso. Un terrestre está viniendo a Gamma, un experto saboteador, y está viniendo como un habitante de los Mundos Orbitales. El mensaje nos decía la identidad falsa que había asumido, pero esa fue la parte que llegó más confusa.
—Supongo que no pueden comprobar ustedes con su agente porque ahora está muerto.
—Desgraciadamente, así es. Hicimos lo que pudimos por interpretar el mensaje, y lo que extrajimos puede aplicarse igualmente bien a cinco personas, de las cuales al menos cuatro son seguramente respetables habitantes de los Otros Mundos, y una de las cuales puede ser un terrestre disfrazado.
—Denieguen la entrada a los cinco, señor. O déjenles entrar, arréstenlos a todos, y examinen concienzudamente a cada uno.
—Pero si hacemos eso ofenderemos a los Otros Mundos en cuestión, y correremos el riesgo de conseguir exactamente lo que pretende el sabotaje.
—Una vez localizado el saboteador, podrán explicar satisfactoriamente el motivo de sus acciones.
—Si somos creídos. El mensaje era además lo suficientemente poco claro como para dejar abierta la posibilidad a que ninguno de los cinco sea un saboteador; a que todos ellos sean legítimos.
—Bien, entonces, ¿qué es lo que quiere que yo haga, Janos?
Janos se reclinó de nuevo hacia atrás en su sillón y por un momento sus sagaces ojos volvieron a evaluarla.
—Es usted una guía turística, y está acostumbrada a los de Otros Mundos y a la gente de la Tierra. Lo que es más, su historial muestra que es usted formidablemente inteligente. Haré que esas cinco personas le sean asignadas para un recorrido oficial por Gamma; no podrán negarse a un recorrido tal sin mostrarse descorteses; tan descorteses como para darnos una excusa para retenerlos. Usted estará con ellos durante varias horas, Elaine, y todo lo que tiene que hacer es decirnos cuál de ellos es el impostor…, o quizá que ninguno de ellos lo es.
Elaine agitó la cabeza.
—No veo cómo voy a poder conseguirlo. Sea quien sea, debe haber ensayado mucho su papel.
—Indudablemente. Supongo que incluso ha visitado el Otro Mundo del que pretende ser ciudadano; habla, actúa, y tiene el aspecto de uno de ellos; posee la documentación adecuada, y todo lo demás.
—¿Y bien, entonces?
—Pero nada puede hacerse a la perfección, Elaine. Descubra la imperfección. Ha estado usted en los distintos mundos en cuestión. Conoce a los de los Otros Mundos.
—No creo que pueda…
—Si fracasa —dijo Janos enérgicamente— puede que tengamos que recurrir a métodos más violentos y correr el riesgo de ofender a los Otros Mundos. O tendremos que hacer marcha atrás, si nos dice usted que no hay ningún impostor, o cometer un terrible error si señala a la persona equivocada, y entonces quién sabe el daño que puede hacerle el sabotaje a Gamma…, dejando completamente a un lado el fracaso de la unión. No debe usted fracasar.
Elaine apretó fuertemente los labios.
—¿Cuándo debo empezar? —preguntó.
—Llegarán mañana. Aterrizarán en el Muelle Dos, al otro lado del mundo.
Señaló con su dedo hacia arriba, en el casi inevitable gesto, y los ojos de Elaine se movieron brevemente hacia arriba, en una respuesta también casi automática.
Era completamente natural. Gamma, como todos los Mundos Orbitales, era una estructura en forma de rosquilla, toroidal. En el caso de Gamma, el hueco toroide dentro del cual vivía la población tenía algo más de tres kilómetros de diámetro. Uno podía viajar durante casi seis kilómetros a lo largo de la hueca curva del toroide para alcanzar el otro lado del mundo, o cortar siguiendo uno de los tres radios dobles que unían los lados opuestos del toroide.
Elaine recordó a un terrestre riéndose en una ocasión de la costumbre orbital de hablar del otro lado del «mundo» con referencia a la otra mitad del toroide, pero ¿por qué no? Gamma estaba rodeada por el espacio, del mismo modo que la Tierra.
Janos interrumpió los pensamientos de la mujer.
—Tiene que hacerlo, Elaine.
—Lo intentaré, señor —dijo.
—Y no debe fracasar.
El apartamento de dos habitaciones de Elaine estaba en el Sector Tres, y tenía la gran ventaja de estar cerca del Centro de Desarrollo de las Artes. (En su juventud había soñado con ser actriz, pero le había faltado voz para ello…, aunque seguía gustándole verse bañada por la atmósfera teatral).
En aquel momento, mientras se preparaba para subir hasta el Muelle Dos, deseó fervientemente que su voz hubiera sido mejor y sus talentos más acentuados…, de modo que ahora no tuviera que ser una guía turística enfrentándose a una tarea imposible.
Se vistió cuidadosamente. Su uniforme le sentaba como un guante y su aspecto era muy eficiente…, como siempre. Hizo un esfuerzo por parecer inexpresiva también. Se le ocurrió que si se presentaba a los cinco turistas mostrándose demasiado curiosa, demasiado inquisitiva, seguramente no conseguiría averiguar nada. De hecho, si sondeaba demasiado abiertamente, podía parecerle demasiado peligrosa a un hombre desesperado. Alguien preparado para sabotear todo un mundo no vacilaría en matar fríamente a una mujer joven.
Alzó la vista mientras salía de la casa. Había espacio suficiente dentro del toroide como para permitir edificios de cuarenta pisos en el centro, pero veinte pisos era lo máximo permitido, y diez pisos era la media. La mitad superior del toroide se necesitaba para dar la sensación de aire libre, sin tener en cuenta la entrada de luz solar.
Las celosías sobre su cabeza estaban abriéndose todavía a la graduación apropiada para primera hora de la mañana. El enorme espejo que flotaba en órbita junto con Gamma reflejaba la luz del sol al interior, que era recogida por otros espejos más pequeños dentro del toroide. La luz bañaba las estructuras del suelo lateral de la gran rosquilla y mantenía la temperatura dentro de unos límites perfectamente confortables.
Elaine no había estado nunca en la Tierra, pero había leído lo suficiente sobre ella, y a veces el regular clima de Gamma le hacía suspirar por un poco de sabor del viejo desorden del entorno de la Tierra. Sobre todo la nieve. Era algo que no llegaba a imaginar por completo. La lluvia era algo como tomar una ducha, la niebla algo parecido al vapor, el frío y el calor como accionar los mandos adecuados en los acondicionadores de las habitaciones. Pero…, ¿a qué se parecía la nieve?
Se interrogó al respecto mientras se dirigía a la batería de ascensores Tres y se situaba en la cola. No iba a tener que esperar mucho, puesto que había podido evitar la hora de máxima afluencia.
El ascensor la llevó radio arriba durante kilómetro y medio de decreciente gravitación. Era la rápida rotación del toroide, una vuelta cada dos minutos, lo que producía el efecto centrífugo que lo mantenía todo y a todo el mundo pegado contra el lado externo del toroide a todo lo largo de la rosquilla con una fuerza equivalente a la gravedad terrestre. Para todo el mundo, estuviera donde estuviera en Gamma, la parte exterior del toroide era «abajo», y el eje central era «arriba». Y, por supuesto, el otro lado del mundo más allá del eje era también «arriba».
Mientras Elaine subía en el ascensor, la velocidad a la cual giraba en torno al eje del toroide aminoraba, por supuesto, y lo mismo ocurría con el efecto centrífugo. Pesaba menos de la mitad de su peso normal cuando pasó por la zona del hospital, donde la menor gravedad era útil en el tratamiento de los pacientes cardíacos, casos respiratorios y otros parecidos.
A Elaine le gustaba la sensación. En una ocasión, en la universidad, había ganado el dinero necesario para matricularse como enfermera auxiliar, y conocía muy bien la sensación de poca gravedad.
Finalmente, el ascensor cruzó el ancho eje esférico en el centro del toroide, su movimiento cuidadosamente controlado por la computadora central de modo que ningún ascensor chocara con ningún otro mientras convergían en el eje en una calculada alternancia. En el eje, el efecto centrífugo era prácticamente cero y, durante los breves minutos necesarios para cruzarlo, se sintió ingrávida. Allí era donde estaba situada la estación energética de Gamma y (pensó sombríamente Elaine) donde podía producirse el sabotaje.
El ascensor cruzó el eje y luego se deslizó a lo largo del radio que conectaba con el otro lado del mundo. El efecto centrífugo se estaba incrementando de nuevo, y Elaine empezó a notar la sensación de estar cabeza abajo. Con la facilidad nacida de una larga práctica, se dio la vuelta rápidamente al mismo tiempo que, uno tras otro, lo hacían los demás pasajeros del ascensor. Ahora estaban todos de pie en lo que hasta unos minutos antes había sido el techo del ascensor.
La sensación era ahora de estar descendiendo, y de un incremento de la gravedad. Y luego, cuando el empuje hacia abajo hubo alcanzado su máximo y se sintió (con un cierto pesar) tan ligada al suelo como siempre solía estarlo, ya estaba en el otro lado. La puerta se abrió, y salió. El otro lado del mundo (alzó brevemente la vista) era ahora el lugar donde vivía.
Para evitar la hora de máxima aglomeración, Elaine iba con retraso, lo cual se reveló también problemático. Los otros tres guías, dos hombres y una mujer, estaban ya allí, apiñados en torno a la hoja diaria de trabajo.
La mujer, Mikki Burdot, la vio primero y dijo, como irritada:
—Aquí está.
Elaine alzó las cejas.
—Por supuesto. Trabajo aquí.
—No lo parece, por tu forma de actuar —dijo Mikki.
Dio unos pasos sobre sus zapatos de gruesa suela de corcho que añadían cinco centímetros a su diminuta estatura. Se echó hacia atrás su gorra reglamentaria. Aquello podía ser descrito como un hábito nervioso, pero revelaba su hermoso pelo color caoba.
—Te han asignado a cinco —prosiguió—. Exactamente a cinco. Vas a tener mucho trabajo.
Elaine se acercó a la hoja de trabajo.
—¿Cinco? ¿Eso es todo?
—¡Cinco! A mí me han asignado a catorce. Hannes tiene diez, y Robaire doce. ¿Crees que es un reparto justo? Yo no.
—Puede que no confíen en mi trabajo —dijo Elaine—, y estén preparándome para relevarme de mis funciones.
—¿Echándote a fases? —preguntó Robaire. En cada una de sus mejillas se formaba un hoyuelo cuando sonreía, así que sonreía a menudo—. Exactamente lo que yo dije. De modo que vas a encontrarte sin empleo, sin posibilidad de ocupar otro puesto de trabajo, y no tendrás más remedio que casarte conmigo. ¿Correcto?
—Tendré eso en cuenta, Robaire. ¡Constantemente! Tan pronto como me encuentre sin trabajo… ¿Le han llevado eso a Benjo Strammer? Él es el encargado de las hojas de trabajo.
—Sí, yo lo hice —afirmó Mikki—, y simplemente me dijo que así estaba bien. El viejo… —Su última palabra se perdió en un murmullo.
—Está bien —dijo Elaine—. Mira. Robaire, tus doce son casi todos de Alfa, lo cual significa que estarán interesados en nuestras instalaciones deportivas, y ese es tu tema preferido, ¿no? Hannes tiene a un montón de Mu, y todos ellos son de la primera generación, y probablemente están ansiosos de cualquier cosa nueva que puedan descubrir, y todos sabemos lo paternal que tú eres.
—Paternal es mi segundo nombre —dijo Hannes, cruzando los brazos sobre su hundido pecho.
—Y Mikki, tú los has conseguido de Zeta, y la mayoría de los zetanos odian nuestro valor, así que necesitarán a alguien que parezca pequeño e indefenso y muy agradable. Nadie podrá odiarte.
—Las mujeres sí —observó Mikki, ablandándose un poco.
—Sí, pero los turistas que tienes son en su mayoría hombres. ¿Correcto? En cuanto a mí, tengo a cinco, pero proceden de mundos distintos. Cada uno es diferente. Cada uno querrá concentrarse en algo distinto de los demás, y sospecho que todos son VIPs, y desearán un trato especial, y será imposible complacerles. —Se sentó, y permitió que una sonrisa melancólica cruzara su rostro—. Si alguien quiere cambiar…
—Yo no —dijo Hannes—. Mis pequeños muanos me necesitan.
—Y mis alfanos —dijo Robaire— necesitan a alguien que sepa distinguir un club de fútbol de uno de golf.
—Yo nunca dije que quisiera cambiar —añadió Mikki—. Simplemente argumenté que las cosas deberían ser más equitativas.
Elaine asintió y se dirigió a su pequeña oficina, no más grande que para albergar un pequeño escritorio y, en esta ocasión, a Benjo Strammer. Estaba esperándola. Tenía el pelo completamente blanco y ondulado, y la miró curiosamente desde unos ojos alojados en patas de gallo.
—Llevaste esto muy bien, Elaine.
—Supuse que estarías escuchando, Benjo —dijo ella.
—Tenía que hacerlo. Estaba un poco preocupado. Esa lista me llegó así. No la preparé yo.
—Entonces tenemos que tomarla tal cual. No hay otra cosa que podamos hacer.
—Pero ¿por qué, Elaine? —preguntó Benjo.
—¿Por qué, qué?
—¿Por qué me enviaron una lista así?
—¿No te lo dijeron, Benjo?
Benjo negó con la cabeza.
—No, no me lo dijeron.
—Entonces supongo que no quieren que lo sepas.
—De acuerdo, pero ¿lo sabes tú?
—Si se supone que tú no debes saberlo, no tendrías que preguntarlo siquiera. Mira, sea lo que sea, va a ser delicado. ¿Llega a su hora la nave?
—En estos momentos está entrando en el muelle.
—Estupendo, entonces. ¿Puedes arreglar las cosas de modo que mis cinco turistas sean separados de los demás tan discretamente como sea posible y traídos antes que el resto? Creo que será mejor que les eche una mirada antes de empezar; intenta estimar cómo se supone que debo manejar esto. Ya sabes, lo que les dije a los demás es probablemente cierto. Creo que se trata de VIPs, y no deseo estropear las cosas.
Benjo parecía hosco.
—Creo que hubiera sido mucho mejor, Elaine, si me hubieran dicho un poco de qué va todo esto. Si me mantienen en la oscuridad, luego que no me echen las culpas si cometo algún desliz.
—Si fuera por mí, Benjo, lo sabrías. Créeme cuando te digo que yo tampoco siento ningún deseo de meter las manos en este asunto, sea el que sea. ¿Y tú?
—Eso vino dirigido específicamente a ti, ¿no? Es cosa tuya. Y si tú quieres ver a esa gente, mejor que utilices mi oficina. Esta no es lo suficientemente grande. En cuanto a mí, una vez hayan entrado, voy a ir a dar un paseo en torno al mundo.
Elaine se sentó en el borde del escritorio de Benjo, en la esquina más cercana a la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho y una pierna colgando. Se había negado firmemente a considerar el problema la noche antes, con la sensación (completamente justificada, estaba segura) que, si lo hacía, iba a pasar la mayor parte de la noche despierta y tensa, y que hoy iba a estar en baja forma.
Ahora, sin embargo, ya no había ninguna excusa para seguir eludiéndolo.
Problema: cinco personas, cada una de un mundo distinto. Una de ellas podía ser (sólo podía ser) un terrestre pretendiendo ser un habitante de un Mundo Orbital. Suponiendo que el terrestre conociera su trabajo, ¿había alguna forma en que pudiera ser descubierto? ¿Había algo referente a los Mundos Orbitales a lo cual, pese a su práctica, no pudiera adaptarse?
El problema, pensó impacientemente Elaine, era que los Mundos Orbitales habían imitado deliberadamente las condiciones de la Tierra. Cada uno giraba a la velocidad necesaria para producir una gravedad terrestre normal en su toroide. Cualquier terrestre se sentiría completamente en casa a este respecto.
Por supuesto, la gravedad iba disminuyendo a medida que uno ascendía por los radios, y un terrestre sería incapaz de evitar una cierta torpeza allí. El problema era que pocos habitantes de los Mundos Orbitales pasaban mucho tiempo en los radios, de modo que muchos se mostraban también torpes en ellos.
La atmósfera típica de un Mundo Orbital poseía la misma presión de oxígeno que la atmósfera de la Tierra, pero mucho menos nitrógeno, de modo que la atmósfera de los Otros Mundos era tan sólo la mitad de densa que la de la Tierra. Eso, sin embargo, representaba muy poca diferencia. Los terrestres se adaptaban a ella casi inmediatamente. ¿Y por qué no? La Tierra tenía peores atmósferas que esa —menos presión y menos oxígeno— en sus montañas.
Los Mundos Orbitales eran mucho más pequeños que la Tierra, pero ¿qué diferencia representaba eso? Las vistas no eran tan extensas en todas direcciones como en la Tierra, y el efecto del horizonte era completamente distinto, pero seguramente un terrestre también se acostumbraría muy rápido a eso. El impostor, si es que había alguno, habría vivido seguramente en un Mundo Orbital el tiempo suficiente como para haberse habituado a ese efecto.
Seguramente, también debía saber todo lo necesario acerca de Gamma, si es que no había vivido algún tiempo en Gamma. Sin embargo, la gente de los Otros Mundos no tenía por qué conocer necesariamente nada de Gamma. De modo que, si el impostor había vivido un tiempo en Gamma, era probable que supiera demasiado al respecto. Pero no, no había nada que cualquier habitante de los Otros Mundos no hubiera podido leer acerca de Gamma antes de realizar su visita. Incluso era natural que cualquier visitante alardeara de ello.
Bien, entonces, ¿y acerca de los mundos de los que se suponía que procedían? La gente de cada Mundo Orbital en particular hablaba de una forma especial, tenía ciertas actitudes sociales e individuales. ¿Podía el terrestre imitar todo eso perfectamente, o era de esperar que se descubriera por ello, sin importar lo mucho que pudiera haber practicado?
Elaine bajó la vista hacia el escritorio y dio la vuelta a la hoja de trabajo, para ver los datos reflejados en ella.
Cinco mundos. Por orden de edad eran Delta, Epsilon, Theta, Iota y Kappa. Los había visitado todos, y había leído abundantemente acerca de cada uno de ellos, como parte de su trabajo. Uno no puede comprender a los turistas sin comprender a las sociedades que los han moldeado…, y un guía tiene que comprender a los turistas.
Delta era un mundo más bien apagado de gente trabajadora que hablaba su idioma con una especie de cantinela, y hacían lo mismo cuando hablaban el dialecto de Gamma. Tendían a ser robustos y de tez pálida, pero eso era tan sólo una tendencia. Había gente alta en cada uno de los mundos, y baja, y de tez pálida, y muy morenos. Uno no podía juzgar por la apariencia física.
Epsilon era el más atestado de los mundos, con gente más bien baja, en su conjunto, con una mezcla preponderante de descendientes de los países terrestres del este de Asia, mucho mayor que en el resto de los mundos.
Theta tenía cinco o seis secciones dedicadas a la agricultura, en vez de las tres habituales. Era el único de los Mundos Orbitales que se oponía a la existencia de un número reducido de animales de carne y disponía de grandes cantidades de ganado. Por otro lado, de las cinco sinfonías compuestas por músicos de los Mundos Orbitales que formaban parte del repertorio habitual de las orquestas terrestres, tres habían sido compuestas por thetanos.
Elaine se detuvo a pensar un momento en eso. No, uno no podía hacer la fácil generalización que los thetanos eran músicos por naturaleza. El noventa y cinco por ciento de ellos podían ser analfabetos musicales, y si el thetano que formaba parte del grupo era uno de ellos, eso no probaba nada.
Iota era el mayor exportador de energía de los Mundos Orbitales. Cada uno de los mundos disponía de la energía solar como su fuente primaria. Cada uno poseía una enorme estación energética —considerablemente mayor que la propia colonia—, absorbiendo la luz del sol y convirtiéndola en microondas, algunas de las cuales se quedaban en el propio eje esférico del mundo, mientras que otras, si había excedentes, eran enviadas a la Tierra. La de Iota era la estación energética más grande, y tenía las mayores facilidades para radiar microondas a la Tierra. Era completamente comprensible que la Tierra estuviera más preocupada por Iota que por cualquiera de los otros doce Mundos Orbitales.
Pero eso significaba que Iota era el más pro-Tierra de los mundos, el menos partidario de la independencia y la unión. ¿Acaso un iotano no estaría más dispuesto a cooperar con un agente de la Tierra que cualquier otro habitante de los Mundos Orbitales? Pero, por otra parte, ¿acaso un agente de la Tierra no dudaría más en asumir una identidad iotana, puesto que eso lo haría más sospechoso?
¿Cómo podía decirlo?, pensó impacientemente.
¿Y Kappa, centrado en el ocio, las diversiones y la cultura? Era el más atractivo de los mundos que había visitado. Eso significaba que tendría que prestar mucha mayor atención al kappano, puesto que sus propios prejuicios podían influir allí.
¿Cómo podía alguien distinguir a un kappano de un pseudokappano? ¿O a un thetano de un pseudothetano? ¿O cualquier otra variedad de la misma variedad falsificada?
El problema estribaba en que la Tierra era tan variada en sus tipos de población que cualquiera de los habitantes de los Mundos Orbitales podía ser fácilmente imitado por algún terrestre en particular.
Pero consideremos esto… El agente, fuera quien fuese, actuaba contra la independencia y contra la unión de los Mundos Orbitales. ¿Evitaría delatar eso mostrándose ostentosamente anti-Tierra? Quizá se diera cuenta que ese tipo de ostentación sería en sí misma sospechosa. Aunque, teniendo en cuenta que el agente no sabía que nadie estuviera buscándole (¿o sí?), la cuestión podía ser irrelevante.
¿Resultaría seguro intentar algo más sutil? Si las fuerzas de la independencia y la unión confiaban en los valores emotivos del tricentenario, ¿podría ser maniobrada la conversación en esa dirección? ¿Mostraría el agente impaciencia ante la mención del 2076? ¿Mostraría algún sentimiento antiestadounidense?
Pero era posible que algunos habitantes de los Mundos Orbitales no compartieran esos sentimientos, sin que por ello tuvieran que ser forzosamente un terrestre disfrazado.
Elaine se dio cuenta que su mente estaba moviéndose en círculos cada vez más pequeños, inútilmente. ¿Qué podía utilizar como criterio para separar lo verdadero de lo falso? ¿Existía algún criterio?
Pero Janos había dicho: «No debe fracasar».
Estaba a punto de rendirse al lujo de la desesperación, cuando Benjo metió la cabeza por la puerta y anunció:
—Tus turistas están aquí. Espero que todo vaya bien… Adiós.
Elaine se preguntó si el adiós no tendría una connotación particularmente desagradable. Compuso su rostro mientras los turistas entraban por la puerta, e intentó componer también sus pensamientos.
Estaban alineados ante ella, y Elaine habló lentamente y, esperaba, de modo congraciador.
—Mi nombre es Elaine —dijo—. Si se sienten ustedes más cómodos utilizando mi apellido, ese es Metro. En Gamma no se utilizan títulos, y el uso del nombre de pila es común, pero pueden utilizar ustedes el sistema que consideren más conveniente.
El deltano pareció absolutamente desaprobador. Era un hombre alto y de anchos hombros. Parecía más alto aún gracias a un estúpido sombrero que no se quitó y una blusa larga color gris pizarra que le llegaba hasta media cadera. Sus pesadas botas resonaban fuertemente cuando caminaba, y sus huesudas manos de gruesos nudillos estaban ligeramente cerradas.
—¿Cuántos años tiene usted? —preguntó secamente, con un tono canturreante.
Su nombre, sabía Elaine por sus papeles, era Sando Sanssen, y por su conocimiento de las costumbres deltanas sabía que debía dirigirse a él por su apellido.
—Tengo veinticuatro años, señor Sanssen.
—¿Sabe usted lo suficiente de este mundo, a su edad, para sernos de utilidad?
Su brusquedad era deltana…; ¿demasiado deltana? Seguro que ella no había hecho nada para merecer aquel ataque.
Sonrió, y contestó amigablemente:
—Espero saber lo suficiente. Tengo la experiencia necesaria para mi trabajo. De hecho, mi Gobierno ha depositado una considerable confianza en mí, puesto que espera que les muestre todos los aspectos de la vida en Gamma que ustedes deseen conocer.
Ravon Jee Andor, de Kappa, captó su atención. Era de mediana estatura, y su pelo estaba muy cuidadosamente moldeado. Era más rubio de lo que tendría que ser por naturaleza (Elaine estaba segura de eso porque no se correspondía con sus ojos oscuros y la tonalidad de su tez), e iba vestido con excesiva ornamentación. Exudaba un perfume ligeramente acre que Elaine encontró atractivo. (Todo aquello era kappano, pero ¿era kappano él también?).
Con un acento lleno de vocales abiertas y ligeramente sostenidas, dijo:
—Si desea complacer generosamente nuestros deseos, entonces creo que usted misma representa un aspecto de la vida en Gamma digno del más detenido estudio.
Quería ser un cumplido a la ornamentada manera kappana. Elaine estaba segura de ello. Utilizó los primeros dos nombres, tal como requerían las costumbres kappanas, para responder, también al estilo kappano:
—Me siento desolada, Ravon Jee, pero en estos momentos eso es imposible. Quizá algún momento futuro proporcione la oportunidad.
—¡Oh, ya basta, muchacha! —gruñó Medjim Nabellan, de Theta. El intenso color negro del rostro de la thetana (muchos thetanos, aunque no todos, eran negros) estaba rematado por ensortijados rizos grises, ocultos en su mayor parte bajo un sombrero de ala ancha sujeto a su barbilla por un elástico. Sus ropas lucían grandes franjas de alegres colores, y las llevaba sujetas con un nudo a su nuca—. Sigamos adelante con esto, y no malgaste su tiempo con esa basura kappana.
El kappano hizo una sardónica inclinación de cabeza y no perdió su sonrisa.
Elaine hizo una momentánea pausa. No había ninguna razón por la que el agente no pudiera ser una mujer o un negro o ambas cosas a la vez, y la impaciencia por seguir adelante bien podía ser la primaria e inocultable emoción de alguien cuya misión era el sabotaje a un mundo y que veía peligro en cualquier retraso.
—Creo que es estúpido tener un grupo en el que cada uno sea de un mundo distinto —dijo Yve Abdaraman, de Iota, la otra mujer del grupo, arrastrando las palabras de una forma tan pronunciada que hacía que su voz sonara soñolienta. Era bastante joven, bastante baja, bastante atractiva, con su tez ligeramente bronceada (y ella debía ser muy consciente de ese detalle, ya que su atuendo estaba todo él entonado en diversos tonos marrones)—. Si empezamos a discutir y a pelearnos entre nosotros, todo esto va a convertirse pronto en algo muy desagradable.
—Espero que no vayamos a discutir ni a pelearnos, Yve —dijo Elaine (los iotanos utilizaban sus nombres de pila, del mismo modo que los gammanos)—, y tan pronto como cada uno de ustedes me haga saber lo que desea ver particularmente…
—Sigamos adelante —dijo el quinto miembro, Wu Ky-shee, de Epsilon—, y se lo iremos diciendo por el camino, o vamos a perder nuestro tiempo.
Era bajo y regordete, y sus ojos tenían un pronunciado aspecto rasgado propio del este de Asia. Llevaba una especie de túnica que casi se arrastraba por el suelo, y hablaba con un ligero ceceo.
«Y es otro impaciente», pensó Elaine.
—Puesto que nos hallamos en una de las secciones residenciales —dijo—, creo que para empezar podemos dar una vuelta por las calles hasta la universidad. Allí encontrarán ustedes algunos ejemplos interesantes del diseño arquitectónico gammano…
Los condujo educadamente fuera, por delante de ella, rodeándolos para tomar la cabecera, mientras su mente iba inútilmente de uno a otro. Todos parecían merecedores de sus sospechas, pero ninguno de ellos parecía lo suficientemente merecedor.
Si tan sólo hubiera algo que fuera cierto para todos los Mundos Orbitales, y no para la Tierra…, algo tan sutil y penetrante que un impostor terrestre no pudiera prever y le descubriera… Pero ¿qué podía ser algo así? ¿El tamaño? ¿Algo diferente?
Tenía que concentrarse en su trabajo.
—Este es el edificio central de la universidad de Gamma, construido hace cuatro años, con una ilusión de curvatura, tan sólo lo suficiente como para…
Siguió hablando mecánicamente, pero su mente, trabajando en otras direcciones, captó la ilusión de curvatura y, de allí…
Habían caminado pausadamente hasta más allá de los agradables hogares de aquella sección, cada uno de ellos con sus variados diseños y sus verdes céspedes, todos ellos marcados ornamentalmente por ligeras vallas diseñadas para señalar diferenciación antes que barrera. Aquel sector carecía de los racimos de casas de apartamentos que podían encontrarse en las otras dos secciones residenciales.
—Estamos llegando a la esclusa de aire que separa este sector del agrícola que tenemos enfrente —informó Elaine.
—Veo que mantienen las esclusas abiertas —dijo Sanssen—. ¿No es eso un descuido?
Su pronunciación de la última palabra fue tan extraña según los estándares de Gamma, que Elaine casi no la captó. (Perfectamente deltano, por todo lo que podía decir).
—En absoluto —le aseguró—. Todo esta completamente automatizado. Cualquier vibración asociada con un impacto meteorítico o explosión interna, cualquier pérdida pequeña en la presión del aire, hará que todas las compuertas se cierren, sellando los seis sectores los unos de los otros. Y, naturalmente, se cierran durante la noche para impedir que la luz del día de las secciones agrícolas se filtre a las zonas residenciales.
—¿Qué ocurre si el meteorito o lo que sea golpea la maquinaria de las compuertas? —preguntó Ravon Jee, sonriendo.
—Eso es muy improbable que ocurra. Pero aunque ocurriera, no sería fatal. Toda la maquinaria vital existe en dos juegos completos muy separados el uno del otro, capaces independientemente de atender a las necesidades de todo el mundo.
Hizo una pausa para asegurarse que todos los que estaban a su cargo habían pasado bien de un lado a otro de la compuerta. Se trataba únicamente de subir un corto tramo de escalera y bajar otro; seis peldaños hacia arriba y seis hacia abajo, pero los peldaños se extendían a lo largo de la anchura del toroide, y por ello se curvaban suavemente. Los terrestres encontraban a menudo divertido recorrer toda la largura de uno de los peldaños hasta descubrirse a sí mismos ligeramente inclinados con respecto a los demás miembros de su grupo.
Pero aunque observó los pies de los cinco, ninguno pareció vacilar o girarse hacia un lado en una momentánea curiosidad.
Elaine suspiró inaudiblemente. El terrestre, quienquiera que fuese, estaba bien entrenado…, o no era un terrestre.
Javon Jee Andor había permanecido junto a ella a lo largo de todo el sector agrícola, sin demostrar el menor interés por él. Ahora, cuando penetraron en el Centro de Reciclado, retrocedió y puso cara de desagrado.
—Yo no pienso entrar ahí. Los desechos animales no son mi idea de un delicioso escenario.
Elaine intentó disimular su repentina alerta tanto como le fue posible.
—Seguro que ustedes reciclan los desechos en Kappa, ¿no? —preguntó.
(A ningún terrestre le gustaba visitar el centro).
—No en mi presencia —dijo Ravon Jee—. De hecho, no sé nada acerca de todos esos asuntos de ingeniería y estadísticas. Siga adelante, querida muchacha, yo esperaré aquí fuera. Lleve a ese deltano, sus botas son para eso precisamente, y a esa granjera de Theta, y a los demás también les gustará.
Elaine agitó la cabeza.
—Comprendo sus sentimientos, pero no puedo dejarle. Me temo que mi Gobierno lo desaprobaría. Venga. Yo sujetaré su mano, ¿de acuerdo?
Era el tipo de gesto galante que ningún kappano podía rechazar honorablemente. Ravon Jee, con una terrible expresión de desagrado, murmuró:
—Si es así, encanto, vadearé todo el estiércol que sea necesario, hasta las rodillas.
(Elaine no le creyó capaz de hacerlo).
Se mantuvo cerca de él mientras cruzaban los antisépticos corredores. La mayor parte del proceso de reciclado quedaba oculto a la vista y era realizado de una forma totalmente automática. Pese a la forma en la que Ravon Jee fruncía su rostro, el olor era apenas perceptible.
Sanssen lo miraba todo atentamente, con sus enormes manos unidas a la espalda. Wu Ky-shee, inexpresivo, tomaba notas, y Elaine consiguió situarse detrás de él y ver lo que estaba escribiendo. Estaba en epsiloniano y le resultaba ilegible.
Ravon Jee, todavía sujetando su mano, observó:
—Supongo que me dirá usted que todo esto es esencial.
—También lo es —dijo ella—, a una gran escala, en la Tierra.
El hombre no respondió a este último comentario.
—Un caballero kappano —dijo— prescinde de tales cosas.
—¿A qué se dedica usted en Kappa? —preguntó ella.
—Soy crítico dramático. Estoy aquí para estudiar la escena gammana para mi periódico.
—Oh, ¿visitará la Tierra para el festival dramático conmemorativo del tricentenario?
(Se preguntó si existiría tal festival).
—¿El qué, querida? —Su rostro siguió inexpresivo.
—El tricentenario estadounidense.
—No lo sé… —dijo él, vagamente—. ¿Dónde está situado su distrito teatral?
(¿Era excesiva su vaguedad? ¿Realmente no sabía nada en absoluto del tricentenario?).
—Está en la Sección Cuatro —contestó—, al otro lado del mundo.
Empezó a hacer el inevitable gesto, pero se contuvo.
Él alzó brevemente la vista, como todo el mundo hacía, y dijo desalentado:
—Bien, supongo que finalmente llegaremos allí.
Interesante, pensó Elaine. ¿Podía ser aquello la clave?
Medjim Nabellan dijo bruscamente:
—Mire, guía, estamos saliendo de este distrito granjero, y no hemos visto ningún ganado.
—Tenemos alguno, pero no en este sector. Consideramos el ganado antieconómico. Los pollos y los conejos pueden producir más proteínas mucho más rápidamente.
—¡Paparruchas! No saben ustedes cómo hacerlo adecuadamente. Sus métodos de manejo de los animales están completamente desfasados.
—Estoy segura —comentó Elaine suavemente— que a nuestra Oficina de Agricultura le encantaría oírla.
—Espero que sí. Por eso precisamente estoy aquí, y ahora que ya he visto lo que están haciendo ustedes en este lugar, cualquier futuro recorrido turístico es una pérdida de mi tiempo. Me gustaría ir directamente a esa oficina.
—Me temo que me va a poner en un problema si insiste usted en abandonar el grupo —dijo Elaine—. Mi Gobierno creerá que la he ofendido.
—Tonterías —dijo hoscamente Nabellan, frunciendo la nariz—. ¿Dónde puedo encontrar la oficina?
—Al otro lado del mundo —contestó Elaine. Esta vez hizo firmemente el gesto, y Nabellan miró hacia arriba—. Si usted se va ahora, el grupo puede disgregarse. Por favor, quédese.
Medjim Nabellan dijo algo para sí misma, pero no hizo ningún intento de marcharse.
Con su agradable voz de guía, Elaine informó:
—Los sectores agrícolas están bañados por la luz del sol durante todo el tiempo, pero en las tres secciones residenciales, por supuesto, hay dieciséis horas de luz y ocho horas de oscuridad, alternativamente.
—¿Duermen todos los gammanos al mismo tiempo? —preguntó Wu Ky-shee.
—No, por supuesto que no. Duermen cuando les parece. De hecho, algunos deben trabajar durante el período de oscuridad.
—¿Por qué no permiten que cada lugar de habitación controle su propia luz solar, entonces? ¡Esta conformidad es inútil!
Efectuó más anotaciones en su libro.
Yve Abdaraman dijo, con su fina y muy clara voz de soprano:
—Puesto que Epsilon es el único mundo sin una reflexión estándar día-noche, debe ser usted quien se aparta de la norma. Un intervalo nocturno reduce el aporte de energía y mantiene la temperatura confortable.
—En absoluto —replicó Wu Ky-shee, alzando las cejas—. Si con eso da a entender que Epsilon es un lugar cálido, está muy equivocada. Esta alternancia día-noche es únicamente una herencia terrestre carente de significado.
Elaine notó que le zumbaban los oídos. ¿Un ataque contra la Tierra? Dijo rápidamente:
—No creo que debamos ignorar nuestra herencia terrestre. El tricentenario se celebra este año, y una herencia de libertad…
Se interrumpió, pues nadie reaccionó. Yve le lanzó una mirada de impaciencia y luego se volvió hacia el epsiloniano.
—Yo he estado en Epsilon —dijo—, y lo encontré demasiado cálido.
—Puede que lo encontrara usted demasiado flexible e individual para sus gustos —le devolvió la pelota Wu Ky-shee, rígidamente.
—Por favor, ¿por qué no seguimos? —pidió Elaine—. Tenemos aún un largo camino por recorrer hasta llegar al otro lado del mundo. —Hizo el gesto, y automáticamente respondieron ambos. Prosiguió—: Debemos alcanzar a los demás.
Mientras los tres apresuraban el paso, Yve dijo:
—El Centro de reciclado tiene que tener un componente computarizado. Sería de gran ayuda para mí y mi misión si pudiera tener acceso a él.
—Estoy segura que podremos arreglarlo —dijo Elaine—. Creo que nuestro Gobierno es muy abierto en este sentido.
(¿Su misión? ¿Era eso un increíble descuido? ¿O pura inocencia? La mujer tenía apenas metro y medio de altura, pero…, ¿acaso su estatura podía impedirle el…?).
Sando Sanssen estaba aguardándoles impacientemente.
—Bien, señorita Metro, ¿falta mucho todavía?
—Seguiremos inmediatamente, señor Sanssen. ¿Hay algo que desee usted ver particularmente?
—La estación de energía. Soy ingeniero eléctrico, mujer, y no estoy interesado en los campos de grano ni en las factorías de peces.
—No estoy segura que el eje esté abierto a los turistas… —dijo Elaine, conciliadora.
—No soy ningún turista —dijo Sanssen, con voz fuerte—. Soy un oficial de mi Gobierno.
—Sí, por supuesto. Ahora vamos a subir para visitar una zona hospitalaria. Gamma se siente orgullosa de sus instalaciones médicas, y nos gustaría mucho que ustedes las vieran. Mientras estamos allí, solicitaré el permiso correspondiente para entrar en el eje.
Sanssen asintió, pero no pareció muy ablandado.
Había una zona hospitalaria en cada radio, seis en total. Aquella estaba más alta en el radio que las otras puesto que se dedicaba a la investigación biológica a baja gravedad.
Los cinco turistas parecían sentirse cómodos en baja gravedad, que era aquí menos de un cuarto de la normal. Medjim Nabellan tropezó una vez, pero pareció algo meramente circunstancial. Sanssen pareció irritado al moverse hacia arriba más de lo esperado en un determinado momento, y regresó abajo con un talonazo, pero no cayó. De todos modos, incluso Elaine se distraía a veces y daba un paso demasiado fuerte.
—Creo que todos ustedes estarán interesados en las investigaciones a baja gravedad que estamos efectuando aquí. Esta es una línea de investigación que no puede llevarse a cabo allá abajo en la Tierra, y aunque todos los Mundos Orbitales son activos en este campo, ninguno ha ido tan lejos como Gamma. Ahora estamos entrando en los laboratorios, y encontraremos allí a algunos ayudantes de investigación que nos describirán los trabajos que se están realizando en estos momentos y responderán a sus preguntas… Ah, señor Sanssen.
—¿Sí?
—Simplemente quería indicarle que nos hallamos en este momento a tan sólo cuatrocientos metros del eje. —Ahora estaban los dos solos, pues los otros habían desaparecido en la zona hospitalaria—. Voy a intentar conseguirle un permiso de entrada en el Gobierno central, que se halla, por supuesto, al otro lado del mundo.
Hizo el gesto…, y su corazón latió alocadamente ante la respuesta del otro. Tenía que ser aquello.
Pero no había ninguna forma en que pudiera impedir que su reciente conocimiento se asomara a sus ojos, y Sanssen lo vio…, y probablemente comprendió el error que acababa de cometer. Fue como si de pronto dejara caer su papel.
—Un momento, muchacha —dijo, sin rastro de acento deltano en su voz.
Avanzó rápidamente hacia ella.
Lo eludió como un torero esquivando a un toro con una ligera finta lateral. De alguna forma, no conseguía desbloquear su garganta para gritar pidiendo ayuda. ¿Se atrevería a matarla? ¿Cómo explicaría su cuerpo? ¿O quizá no importaba nada con tal que él cumpliera su misión? ¿Iba a matarla y luego echar a correr hacia lo que tenía que hacer?
Se lanzó hacia ella, pero sus pies resbalaron en un suelo que se había vuelto más resbaladizo de lo habitual por la baja gravedad. Elaine se giró de puntillas y se deslizó junto a él en una maniobra de baja gravedad a la que estaba acostumbrada. Esta vez él falló por un gran margen.
El hombre se detuvo, se volvió, cortó el camino entre ella y la puerta, se quitó el sombrero de un manotazo y, tirando del cierre estático que mantenía cerrada su blusa, se la quitó también. Tenía músculos duros y fuertes, y su rostro era sombrío. Sería cuestión de minutos acabar con ella antes que viniera alguien, y parecía dispuesto a hacerlo.
Elaine podía gritar ahora, pero por el momento no se atrevió a malgastar su aliento en ello. Mantuvo los ojos clavados en él mientras oscilaba de un lado para otro, moviéndose cautelosamente. Él también se movía con igual cautela, sin olvidar ahora en ningún momento la baja gravedad.
Avanzó a pequeños pasos, pero ella se deslizó hacia atrás y hacia un lado, observando, observando. De pronto, cambió de dirección y se lanzó hacia delante en un largo planeo, luego se giró atrás de él y empujó. El hombre vaciló hacia delante, pero consiguió mantener el equilibrio, y de nuevo estaba entre ella y la puerta.
Y entonces ella intentó alcanzar la puerta un minuto más tarde de lo que era seguro, y la mano de él saltó y aferró su brazo.
Por un momento permanecieron en una tensa inmovilidad, y luego los labios del hombre se distendieron en una despiadada sonrisa mientras la atraía hacia sí. Ella gritó roncamente y pateó, pero él bloqueó las patadas con su cadera. Elaine se retorció desesperadamente, pero él no soltó su presa.
… Y entonces un oscuro brazo pasó en torno a la garganta del terrestre, apretando su tráquea con una llave y haciéndolo envararse. Elaine se vio libre.
—Gracias —susurró.
La expresión de Medjim Nabellan era más oscura aún que su piel.
—¿Ha intentado este animal deltano…?
—No es deltano —informó Elaine, jadeando fuertemente ahora que ya todo había pasado. Miró a los rostros que se habían agrupado a su alrededor y añadió—: Por favor, llamen a la policía. Y por favor, no lo suelte, Nabellan.
—No tema por eso —dijo la otra mujer—, a menos que alguien quiera hacerse cargo de las cosas por un momento. ¿Debo partirle el cuello por usted?
Parecía completamente capaz de ello, y los ojos del terrestre se desorbitaron.
—No, por favor —pidió Elaine—. Creo que lo necesitamos vivo.
Estaba de vuelta en la oficina de Janos, dos días después de su anterior entrevista.
Él se mostró absolutamente jovial ahora, al decir:
—No hubiera podido ir mejor, Elaine. Era exactamente el hombre. Delta niega tener ningún conocimiento de él, y sea eso cierto o no, ahora van a verse obligados a adherirse a la unión. Hemos jugado bien la actuación de Medjim Nabellan, y Theta reforzará su adhesión a la unión. El Gobierno de la Tierra se halla en una situación embarazosa, y el tricentenario de la región estadounidense se halla ahora en una excelente posición. Aunque siempre hay cosas imprevisibles e impredecibles, creo realmente que vamos a conseguir la independencia y la unión antes que haya terminado el año mágico de dos mil setenta y seis. Pero ¿cómo lo consiguió, Elaine? ¿Cómo se descubrió él?
—Tenía que pensar en algo —contestó Elaine— que un terrestre olvidara en un Mundo Orbital, pese a que el mundo estaba diseñado de una forma tan parecida a la Tierra como era posible. En un momento determinado empecé a pensar en curvas. La Tierra es un mundo grande, y su gente vive en una superficie externa, que se curva muy imperceptiblemente hacia abajo. En los Mundos Orbitales la gente vive en una superficie interna, que se curva hacia arriba.
»En la Tierra, el “otro lado del mundo” es hacia abajo, muy hacia abajo. Si hablamos de ello, imagino a los terrestres señalando hacia abajo o no haciendo ningún gesto en absoluto. Por supuesto, no señalan hacia arriba. En un Mundo Orbital, “el otro lado del mundo” es hacia arriba, y sus habitantes siempre señalamos hacia arriba y miramos hacia arriba cuando hablamos de él. Usted lo hace, yo lo hago, todos lo hacemos.
»Así que intenté eso. Mencioné el otro lado del mundo a cada uno de ellos, y señalé hacia abajo mientras lo hacía. No importó lo que yo hiciera. Cuatro de ellos miraron de todos modos hacia arriba, automáticamente. Fue tan sólo un breve desviar de ojos en cada caso, pero por ese gesto yo podía decir que eran habitantes de los Mundos Orbitales. Cuando probé eso con Sanssen, sus ojos siguieron la dirección de mi dedo. Miró hacia abajo, y así supe que era terrestre. Se recobró inmediatamente, pero ya era demasiado tarde. Yo podía decirlo de un vistazo, ya sabe.
Janos asintió con la cabeza.
—Yo no hubiera sido tan eficiente, Elaine. Eso le va a representar mucho; será debidamente recompensada.
—Gracias —dijo Elaine—. Pero la independencia y la unión son la mejor recompensa para todos nosotros, ¿no cree?