En los años cincuenta, la revista líder en el campo de la ciencia ficción era Galaxy Science Fiction, que estaba dirigida por Horace L. Gold. Además, pagaba a sus autores mucho más que Astounding Science Fiction. Sin embargo, Gold era un individuo acerbo, y sus rechazos eran crueles. De modo que finalmente llegué a la conclusión que ya no quería seguir enfrentándome a esos rechazos, y dejé de escribir para él.
En marzo de 1957, sin embargo, me pidió que volviera a intentarlo, y me prometió rechazar mis escritos, si tenía que hacerlo, con una razonable educación. Pensé que podía volver a intentarlo, puesto que, excepto por sus rechazos, Horace me caía bien. El resultado fue A las ideas les cuesta morir, y no la rechazó. Fue publicada en el número de octubre de 1957 de Galaxy.
Ha pasado un cuarto de siglo desde entonces. ¿Por qué la historia no ha aparecido hasta ahora en ninguna de mis recopilaciones? En mi opinión, no se trata de una mala historia.
Sin embargo, se halla desfasada. Normalmente soy cuidadoso al escribir mis historias, a fin que les resulte muy difícil atravesarse en el camino del desarrollo de la ciencia, pero esta vez fracasé. En 1957, todo el mundo hablaba de ir a la Luna, pero nadie había puesto todavía ni siquiera un satélite en órbita. Así que me sentí seguro escribiendo una historia acerca de ir a la Luna. Supuse que los acontecimientos no me superarían demasiado rápidamente…, pero lo hicieron. En muy pocos años, no sólo había satélites orbitando la Tierra, sino que una sonda lunar había rodeado nuestro satélite y fotografiado la cara oculta de la Luna.
Ahora, sin embargo, tengo la impresión de poder seguir viviendo incluso sintiéndome desfasado, valiéndome de ello como de una experiencia educativa. He aquí un ejemplo de lo que en 1957 me parecía una idea ingeniosa; podrán ustedes ver por sí mismos cómo la ciencia puede pasar por delante incluso de la imaginación más cultivada.