Para los pájaros
Pese a que estaba a punto de cumplir los cuarenta años y se hallaba en perfecto estado de salud, Charles Modine nunca había ido al espacio. Había visto las Colonias del Espacio en la televisión y había leído ocasionalmente sobre ellas en los periódicos, pero eso era todo.
A decir verdad, no estaba interesado en el espacio. Había nacido en la Tierra, y la Tierra era suficiente para él. Cuando deseaba un cambio de entorno, se dedicaba al mar. Era un ávido y hábil marinero.
Por eso sintió repulsión cuando la representante de la Space Structures Limited, le dijo que, a fin de realizar el trabajo que le estaban pidiendo que hiciera, tendría que abandonar la Tierra.
—Escuche —dijo Modine—. Yo no soy una persona del espacio. Yo diseño ropa. ¿Qué sé yo de cohetes, aceleraciones, trayectorias y todo lo demás?
—Nosotros lo sabemos. Usted no necesita saber nada —dijo con urgencia la mujer.
Su nombre era Naomi Baranova, y andaba de esa extraña manera tentativa de quien ha permanecido tanto tiempo en el espacio que no está seguro de cuál es la situación gravitatoria precisa en un momento determinado.
Su traje, observó Modine con cierta irritación, funcionaba como una simple cobertura y muy poco más. Una lona impregnada hubiera valido lo mismo.
—Pero ¿por qué necesito ir a una estación espacial? —pregunté.
—Para lo que usted ya sabe. Deseamos que diseñe algo para nosotros.
—¿Ropas?
—Alas.
Modine pensó en ello. Poseía una frente alta y pálida, y el proceso de pensar siempre parecía enrojecerla un tanto. Siempre se lo decían. Esta vez, sin embargo, si enrojeció, fue en parte a causa de su irritación.
—¿Y creen que yo puedo hacer eso, allí?
Baranova movió firmemente la cabeza. Su pelo tenía un color rojizo oscuro que lentamente iba siendo invadido por el gris. No parecía importarle. Dijo:
—Deseamos que comprenda la situación, señor Modine. Hemos consultado a los técnicos y a los expertos en computadoras, y han construido las alas más eficientes posibles, según nos han dicho. Han tenido muy en cuenta tensiones, superficies, flexibilidades, maniobrabilidades, y cualquier otra cosa que usted pueda imaginar…, pero no ha servido de nada. Pensamos que quizá un toque de extravagancia…
—¿Extravagancia, señorita Baranova?
—Algo distinto de la perfección científica. Algo que despierte el interés. De otro modo, las Colonias del Espacio no sobrevivirán. Por eso deseamos que vaya allí; para que aprecie por sí mismo la situación. Estamos dispuestos a pagarle muy bien.
Fue la cifra prometida, incluido un generoso anticipo, lo consiguiera o no, lo que llevó a Modine al espacio. No se sentía más ansioso de dinero que cualquier otro ser humano normal, pero tampoco era insensible a él, y le gustaba que su reputación fuera apreciada.
Tampoco fue tan malo como había esperado. En los primeros tiempos del viaje espacial todo se había limitado a cortos períodos de fuerte aceleración y largos períodos de incómoda tensión en angostos módulos. En cierto modo, eso era lo que la gente de la Tierra pensaba todavía cuando se hablaba del viaje al espacio. Pero había transcurrido un siglo desde entonces; ahora las lanzaderas eran cómodas, y los asientos hidráulicos parecían absorber la aceleración, hasta el punto que lo máximo que podía a uno ocurrirle era que se le derramara un poco de café.
Modine pasó el tiempo estudiando fotografías de las alas en acción y observando holovídeos de los voladores.
—En todo esto hay una cierta gracia —dijo.
Naomi Baranova se permitió una sonrisa más bien triste.
—Está contemplando usted a expertos atletas… Si pudiera verme a mí intentando manejar esas alas y dar brincos y cabriolas, me temo que se echaría a reír. Y sin embargo, soy mejor que la mayoría.
Estaban acercándose a la Colonia del Espacio Número Cinco. Oficialmente su nombre era Crisálida, pero todo el mundo la llamaba Cinco.
—Seguramente pensará usted que lo lógico hubiera sido al revés, que prevaleciera el nombre poético —dijo Baranova—, pero este lugar no despierta ninguna poesía. Ese es el problema. No es un hogar; es simplemente un trabajo, y resulta difícil conseguir que la gente haga una familia en él y se instale. Hasta que se convierta en un hogar…
Cinco se presentó ante ellos como una pequeña esfera, idéntica a como Modine la había visto en la televisión de la Tierra. Sabía que era mucho más grande de lo que parecía, pero se trataba tan sólo de un conocimiento intelectual. Sus ojos y emociones no estaban preparados para el constante incremento de tamaño a medida que se acercaban. La nave y él fueron empequeñeciéndose progresivamente y, al final, se encontraron orbitando un enorme objeto de cristal y aluminio.
Observó durante mucho rato antes de darse cuenta que aún seguían orbitando.
—¿No vamos a aterrizar? —preguntó.
—No tan de prisa —dijo Baranova—. Cinco da una vuelta en torno a su eje cada dos minutos, a fin de conseguir un efecto centrífugo que mantenga todo lo que hay dentro pegado contra las paredes interiores y cree una gravedad artificial. Tenemos que igualar esa velocidad antes de poder aterrizar. Eso lleva tiempo.
—¿Debe dar vueltas tan rápido?
—Para conseguir que el efecto centrífugo se asemeje a la gravedad terrestre, sí. Ese es el problema básico. Sería mucho mejor si pudiéramos utilizar una rotación más lenta para producir un décimo de la gravedad normal o incluso menos, pero eso interfiere con la psicología humana. La gente no soporta durante mucho tiempo la baja gravedad.
La velocidad de la nave casi se había equiparado con el período de rotación de Cinco. Modine pudo ver claramente la curva del espejo exterior que captaba la luz del sol e iluminaba con ella el interior de Cinco. Pudo distinguir la estación de energía solar que proporcionaba la energía para la colonia, sobrándole incluso para exportar a la Tierra.
Finalmente, entraron por uno de los polos de la esfera, y se hallaron dentro de Cinco.
Modine llevaba todo un día en Cinco y se sentía agotado…, pero, inesperadamente, le gustaba. Ahora estaban sentados en una amplia extensión de césped, frente a una panorámica de los suburbios.
Había nubes sobre sus cabezas…, la luz del sol, sin una visión clara del sol en sí…, viento…, y, en la distancia, un pequeño riachuelo.
Resultaba difícil creer que se hallaban en una esfera flotando en el espacio en una órbita lunar, dando una vuelta a la Tierra cada mes.
—Esto es como un mundo —dijo.
—Sí, eso es lo que parece cuando uno es nuevo aquí —dijo Baranova—. Sin embargo, cuando llevas un cierto tiempo, te das cuenta que ya conoces hasta su último rincón. Todo se repite.
—Si vives en una pequeña ciudad de la Tierra, todo se repite también.
—Lo sé. Pero en la Tierra puedes viajar a otros sitios si lo deseas. Y aunque no lo hagas, sabes que puedes hacerlo. Aquí no puedes. Eso… no resulta bueno; pero tampoco es lo peor.
—Aquí no tienen lo peor de la Tierra. Estoy seguro que no sufren inclemencias climáticas.
—El clima, señor Modine, es por supuesto paradisíaco, pero uno también se cansa de eso… Déjeme mostrarle algo. Aquí tengo una pequeña pelota. ¿Es usted capaz de lanzarla hacia arriba, directamente hacia arriba, y atraparla luego?
Modine sonrió.
—¿Está hablando en serio? —dijo.
—Completamente en serio. Por favor, inténtelo.
—No soy bueno en los juegos de pelota, pero me siento capaz de lanzarla hacia arriba. Creo que incluso me siento capaz de recogerla a la vuelta.
Lanzó la pelota hacia arriba. Trazó una curva parabólica, y Modine se dio cuenta que tenía que avanzar para intentar atraparla, luego echar a correr. Cayó fuera de su alcance.
—No la tiró usted verticalmente hacia arriba, señor Modine —dijo Baranova.
—Por supuesto que lo hice —jadeó Modine.
—Sólo según los estándares de la Tierra. La dificultad es que aquí entra en acción lo que llamamos la fuerza de Coriolis. Aquí, en la superficie interna de Cinco, nos movemos muy rápido en un gran círculo alrededor de su eje. Si arroja usted la pelota hacia arriba, la lanza hacia un lugar donde el eje está más cerca y las cosas trazan un círculo más pequeño y por lo tanto se mueven más lentamente. Sin embargo, la pelota conserva la velocidad que tenía aquí abajo, de modo que lo que hace es avanzar, y cae fuera de su alcance. Si deseaba usted atraparla, hubiera tenido que lanzarla hacia atrás, de modo que trazara un arco y regresara a usted como un boomerang. Los movimientos aquí en Cinco son muy distintos de como son en la Tierra.
—Supongo que ustedes están acostumbrados a ello —dijo Modine pensativamente.
—No del todo. Vivimos en las regiones ecuatoriales de nuestra pequeña esfera. Aquí es donde el movimiento es más rápido y donde conseguimos el efecto de una gravedad normal. Si nos movemos hacia arriba y hacia el eje, o siguiendo la superficie hacia los polos, el efecto gravitatorio decrece rápidamente. Con frecuencia tenemos que ir hacia arriba o hacia el polo y, cuando lo hacemos, hay que tener en cuenta el efecto de Coriolis. Disponemos de pequeños monorrieles que deben moverse en espiral hacia los dos polos; uno hacia ellos, el otro descendiendo. Durante el viaje nos sentimos constantemente empujados hacia un lado. Se necesita mucho tiempo para acostumbrarse a ello, y hay personas que nunca consiguen dominar la sensación. A nadie le gusta vivir aquí por esa razón.
—¿Y no pueden hacer nada para corregir ese efecto lateral?
—Si pudiéramos reducir nuestra velocidad de rotación, disminuiría el efecto Coriolis, pero con ello disminuiría también la sensación de gravedad, y no podemos hacer eso.
—Malo si lo hacen, malo si no lo hacen.
—No del todo. Podríamos arreglárnoslas con una gravedad menor si nos ejercitáramos, pero eso significaría ejercitarnos cada día durante considerables períodos de tiempo, lo cual no sería divertido. A la gente no le gusta tener que someterse a una calistenia diaria que resulta difícil o aburrida. Pensamos que el volar podría ser la respuesta. Cuando nos encontramos en las regiones de baja gravedad cercanas a los polos, la gente casi carece de peso. Casi puede alzarse por los aires simplemente aleteando con los brazos. Si atáramos ligeras alas de plástico a nuestros brazos, reforzadas con varillas flexibles, y si esas alas pudieran replegarse y extenderse a un ritmo correcto, la gente podría volar como los pájaros.
—¿Serviría eso como ejercicio?
—Oh, sí. Volar es un ejercicio duro, se lo aseguro. Puede que los músculos de los brazos y de los hombros no tengan que hacer mucho esfuerzo para mantenerlo a uno en el aire, pero es preciso utilizarlos constantemente para maniobrar con propiedad. Eso mantiene el tono muscular y el calcio de los huesos, si se efectúa de un modo regular… Pero la gente no lo hace.
—Pensaba que a la gente le encantaría volar.
Baranova resopló.
—Le encantaría, si fuera fácil. El problema es que mantenerse estable requiere una hábil coordinación de músculos. Los más ligeros errores dan como resultado giros y volteretas, y casi inevitablemente náuseas. Algunos consiguen aprender a volar graciosamente, como en las holocasetes que vio usted, pero muy pocos.
—Los pájaros no se marean.
—Los pájaros vuelan en campos gravitatorios normales. La gente de Cinco no.
Modine frunció el ceño y quedó pensativo.
—No puedo prometerle que conseguirá usted dormir —dijo Baranova—. La gente no suele conseguirlo las primeras noches que pasa en una Colonia del Espacio. De todos modos, inténtelo. Mañana iremos a las zonas de vuelo.
Modine se dio cuenta de lo que Baranova había querido decir al indicarle que la fuerza de Coriolis era desagradable. El pequeño vehículo monorriel que los llevó hacia el polo parecía estar deslizándose constantemente hacia la izquierda, y sus entrañas parecían estar haciendo lo mismo. Permaneció todo el viaje aferrado a las asas de sujeción, con los nudillos blancos por la fuerza con que se sujetaba.
—Lo siento —dijo compasivamente Baranova—. Si fuéramos más lentos no sería tan malo, pero la intensidad del tráfico requiere que vayamos a esta velocidad.
—¿Ha conseguido usted acostumbrarse a ello? —gruñó Modine.
—Un poco. Pero no lo suficiente.
Se alegró de detenerse al fin, pero sólo parcialmente. Le costó un poco acostumbrarse al hecho que parecía estar flotando. Cada vez que intentaba moverse, era como si fuera a caerse, y cada vez que parecía caerse no caía, sino que flotaba lentamente hacia delante o hacia arriba, y regresaba a su sitio sólo de modo gradual. Su reacción automática de agitar las piernas aún empeoraba más las cosas.
Baranova dejó que se las arreglara solo durante un rato, luego lo sujetó y lo afianzó lentamente.
—Hay a quien le gusta esto —dijo.
—A mí no —jadeó Modine, sintiéndose fatal.
—A muchas personas tampoco. Por favor, ancle los pies en los estribos que hay en el suelo, y no haga movimientos bruscos.
Había cinco personas volando en el cielo. Baranova dijo:
—Esos cinco pájaros están aquí todos los días. Hay unos pocos centenares que vienen aquí de tanto en tanto. En este polo y en el otro, así como a lo largo del eje, podemos acomodar a unos cinco mil a la vez. De hecho, podemos utilizar todo el espacio para mantener a los treinta mil habitantes de Cinco en buenas condiciones. ¿Qué hacemos?
Modine hizo un gesto, y su cuerpo se echó hacia atrás en automática respuesta.
—Esos pájaros de ahí arriba tienen que haber aprendido cómo hacerlo. No nacieron pájaros. ¿No pueden los demás aprender también?
—Esos de ahí arriba poseen una coordinación natural.
—Entonces, ¿qué puedo hacer yo? Soy un diseñador de modas. No puedo crear coordinación natural.
—El no poseer una coordinación natural no le ha detenido a usted. Se puede suplir trabajando duro y practicando más. ¿Hay alguna forma en que pueda usted hacer el proceso más… fácil? ¿Puede diseñar un traje volador, sugerir una campaña psicológica que haga decidirse a la gente? Si podemos preparar unos programas de ejercicios y adaptación física adecuados, podremos reducir la rotación de Cinco, disminuir el efecto Coriolis, convertir este lugar en un hogar.
—Quizá esté pidiendo usted un milagro… ¿Puede hacer que se acerquen un poco?
Baranova hizo un gesto, y uno de los pájaros la vio y planeó hacia ellos en una larga y grácil curva. Era una mujer joven. Flotó a tres metros de ellos, sonriendo, agitando ligeramente las puntas de sus alas.
—Hola —dijo—. ¿Qué ocurre?
—Nada —contestó Baranova—. Mi amigo desea observar cómo manejas las alas. Muéstrale cómo funcionan.
La joven sonrió y, girando primero un ala, luego la otra, dio la voltereta. Se enderezó deteniéndose con una sacudida hacia atrás de ambas alas, luego se alzó lentamente, con los pies colgando y las alas agitándose lentamente. El movimiento de las alas se hizo más rápido, y partió hacia arriba en una fugaz aceleración.
Al cabo de un rato, Modine dijo:
—Parece ballet, pero las alas son inadecuadas.
—¿Lo son? ¿De veras?
—Por supuesto —aseveró Modine—. Parecen alas de murciélago. Las uniones están mal.
—Díganos entonces lo que debemos hacer. ¿Debemos diseñar plumas en ellas? ¿Animará eso a los voladores y les hará esforzarse más en aprender?
—No. —Modine pensó durante un rato—. Quizá podamos hacer que todo el proceso resulte más fácil.
Sacó los pies de los anclajes, se dio un ligero empuje, y flotó en el aire. Agitó experimentalmente brazos y piernas, y osciló de un modo errático. Intentó volver a bajar para sujetarse a los estribos, y Baranova alzó una mano para sujetarlo.
—Le diré lo que voy a hacer —dijo Modine—. Diseñaré algo, y si alguien puede ayudarme a construirlo de acuerdo con el diseño, intentaré volar con ello. Nunca he hecho nada así; acaba de ver cómo intentaba agitarme un poco en el aire, y ni siquiera eso he conseguido. Bien, si utilizo mi diseño y puedo volar, entonces cualquiera podrá hacerlo.
—Yo también lo creo así, señor Modine —dijo Baranova, en un tono que parecía suspendido entre el escepticismo y la esperanza.
A finales de la semana, Modine empezaba a tener la sensación que la Colonia del Espacio Número Cinco era su hogar. Mientras permanecía a nivel del suelo en las regiones ecuatoriales, donde el efecto gravitatorio era normal, no había ningún efecto Coriolis que le molestara, y tenía la sensación que todo lo que le rodeaba era muy parecido a la Tierra.
—La primera vez que lo pruebe —dijo—, no quiero ser observado por la gente, porque puede que resulte más difícil de lo que creo, y no deseo que las cosas tengan un mal comienzo. Sin embargo, me gustaría que algunas de las autoridades de la Colonia me observasen, por si acaso la prueba tiene éxito.
—Creo que primero deberíamos intentarlo en privado —dijo Baranova—. Un fracaso la primera vez, sea cual sea la excusa…
—Pero un éxito sería tan impresionante…
—¿Cuáles son las posibilidades de éxito? Sea razonable.
—Hay bastantes posibilidades, señorita Baranova. Créame. Lo que han estado haciendo ustedes aquí estaba totalmente equivocado. Intentaban volar por el aire, como los pájaros…, y eso es tan difícil… Usted misma lo dijo. Los pájaros, en la Tierra, actúan bajo gravedad. Los pájaros de aquí arriba actúan sin gravedad…, de modo que todo debe ser diseñado de forma completamente distinta.
La temperatura, como siempre, estaba perfectamente ajustada. También lo estaba la humedad. La atmósfera era tan perfecta que era como si no existiera…, y sin embargo Modine transpiraba como un actor novel a punto de salir a escena. También estaba jadeando. El aire era más tenue en aquellas regiones casi desprovistas de gravedad que en el ecuador; no mucho más, pero sí lo suficiente para que tuviera problemas para llenar los pulmones, con el corazón latiéndole alocadamente.
El aire estaba libre de pájaros humanos: los espectadores eran apenas un puñado…, el Coordinador, el Secretario de Salud Pública, el Comisionado de Seguridad, y unos cuantos más. Había presentes una docena de hombres y mujeres. De todos ellos, sólo conocía a Baranova.
Había sido equipado con un pequeño micrófono, e intentó evitar que le temblara la voz.
—Estamos volando sin gravedad —dijo—, y ni los pájaros ni los murciélagos son un buen modelo para nosotros. Ellos vuelan con gravedad. En el mar, la cosa es muy distinta. Hay muy poca gravedad efectiva en el agua, puesto que la flotabilidad lo eleva a uno. Cuando volamos por el agua desprovista de gravedad, lo llamamos nadar. En la Estación del Espacio Número Cinco, donde no hay gravedad en esta región, el aire es para nadar, no para volar. Debemos imitar al delfín, no al águila.
Saltó al aire mientras hablaba, llevando un estilizado traje de una sola pieza que ni se pegaba a su piel ni colgaba suelto. Empezó a girar sobre sí mismo inmediatamente, pero tensar un brazo fue suficiente para activar un pequeño cartucho de gas. Una aleta suavemente curvada surgió a lo largo de su columna vertebral, mientras que una corta quilla marcaba la línea de su abdomen.
Inmediatamente dejó de girar.
—Sin gravedad —dijo—, esto es suficiente para estabilizar el vuelo. Pueden seguir girando y dando vueltas, pero siempre bajo control. Es posible que al principio cueste un poco, pero no se necesita mucha práctica para dominarlo.
Extendió el otro brazo, y cada uno de sus pies quedó perfilado por una aleta, y cada codo por otra.
—Eso suministra la fuerza propulsora —dijo—. No es necesario agitar los brazos. Unos suaves movimientos serán suficientes para todo, pero es necesario arquear el cuerpo y curvar el cuello a fin de realizar algunos giros y cambios de dirección. Deberán girar y alterar el ángulo de sus piernas. Todo el cuerpo debe participar en el movimiento, pero con suavidad y sin ninguna violencia. Lo cual es una gran cosa, ya que todos los músculos del cuerpo participan en el ejercicio, y pueden ustedes mantenerse en el aire durante horas sin cansarse.
Se dio cuenta que se movía cada vez con más seguridad y gracia…, y cada vez más rápido. Iba cada vez más aprisa, más aprisa, con el aire azotándole, hasta que de pronto se sintió presa del pánico ante el temor de no ser capaz de frenar. No obstante, giró los talones y codos casi instintivamente, y notó que se arqueaba y frenaba.
Débilmente, más allá del latir de su corazón, pudo oír los aplausos.
Admirada, Baranova dijo:
—¿Cómo vio usted lo que nuestros técnicos fueron incapaces de ver?
—Los técnicos partieron de la inevitable base de las alas, gracias a los pájaros y a los aviones, y diseñaron las alas más eficientes que pudieron concebir. Eso es un trabajo de técnicos. El trabajo de un diseñador de modas es ver las cosas desde un punto de vista artístico. En seguida me di cuenta que las alas no encajaban en las condiciones de la Colonia del Espacio. Ese es mi trabajo.
—Fabricaremos esos trajes de delfín y enviaremos a la población al aire —dijo Baranova—. Ahora estoy segura que podemos hacerlo. Y entonces podremos llevar adelante nuestros planes de empezar a disminuir la rotación de Cinco.
—O detenerla por completo. Sospecho que todo el mundo preferirá nadar durante todo el tiempo a caminar. —Se echó a reír—. Puede que no deseen volver a caminar nunca más. Yo no lo desearía.
Le extendieron el cheque por la importante cantidad que le habían prometido, y Modine, sonriendo ante la cifra, dijo:
—Las alas son para los pájaros.