Tokio, 3 de noviembre de 2007
La residencia de Yasutaka Tsutsui en Tokio está situada en uno de los barrios más conocidos de la capital, donde pasa temporadas que combina con las de su casa en Kobe. Ataviado al más puro estilo tradicional japonés —un impecable kimono azul—, su imagen se adapta a la perfección al conjunto de su residencia, decorada con numerosos muebles, cómodas y objetos antiguos.
Da la impresión de ser una persona seria y circunspecta. Habla con parsimonia, pensando mucho lo que dice, si bien se dispara cuando toca algún tema que le interesa especialmente, como si declamara; sin duda, le surge inconscientemente la vena de actor.
Nacido en Osaka el 24 de septiembre de 1934, ha ido desarrollando a lo largo de sus casi 600 obras un peculiar estilo literario que se ha definido como metaficción. En él introduce lo que en japonés se denomina dotabata kigeki, el slapstick en inglés, que en español se podría traducir como astracanada o comedia bufa. No obstante, su humor es de difícil clasificación, como podremos apreciar en esta entrevista.
—Usted es natural de Osaka, según tengo entendido. El hecho de nacer allí, ¿cree que le ha marcado en su peculiar sentido del humor? Me refiero a la diferencia que existe entre el humor de Tokio y el de Osaka.
—En efecto, el humor de Tokio es sumamente refinado. Nunca llega a la carcajada, es un humor elegante que intenta escapar de las situaciones comprometidas. Aunque al final no se diga el desenlace, se sobreentiende. Sin embargo, el humor de Osaka es directo y las cosas se dicen claramente. En cuanto a mi humor, yo diría que no es muy refinado que digamos… [Y sonríe maliciosamente.]
—Su carrera literaria empezó como escritor de ciencia ficción. ¿Por qué eligió este género como base de su expresión literaria?
—Cuando empecé a escribir novelas, quería dedicarme a la interpretación, ser actor. Quería sobre todo ser actor cómico, era lo que más me gustaba. Pero, por circunstancias que no vienen al caso, no pude llegar a serlo. Aun así, seguía pensando en la interpretación. En mi época universitaria todavía no tenía ninguna experiencia, no sabía cómo materializar esa inquietud. Entonces me interesé por la psicología. Leí las obras completas de Freud, entre otros autores. La verdad es que entonces no había otra cosa. Luego, en la universidad estudié Bellas Artes [se especializó en Estética y Arte en la Universidad Dōshisha de Kioto]. Fue allí donde me topé con el surrealismo. Y ese encuentro me planteó cómo utilizar todos esos conocimientos; era el final de la guerra, entonces surgió en Estados Unidos la edad de oro de la ciencia ficción: y leí a Roben Anson Heinleín, Robert Sheckley, Fredric Brown, Ray Bradbury. Para mí fue un shock, y pensé que con ello sí podría aprovechar lo que había estudiado hasta entonces sobre el surrealismo. Así que dejé a un lado la interpretación y empecé a escribir ciencia ficción. Por otra parte, mi padre era zoólogo y quería enseñarme sus conocimientos científicos. Y esto me hizo inclinarme hacia la ciencia ficción. Al principio no era capaz de escribir novelas en tercera persona, como se hace convencionalmente, y como no me salía nada, empecé a escribir astracanadas en primera persona, pues me encantaba el teatro cómico. Y tuve éxito. Bueno, ahora puedo escribir de todo, ¿eh? [risas].
—Ha ganado varios premios importantes de ciencia ficción. ¿Qué es lo que más le interesa de este género literario y cuáles son los escritores que más le gustan?
—Por supuesto, me gustan muchos. Pocas formas literarias permiten hacer una crítica tan rotunda a la civilización como la ciencia ficción. Ningún género puede criticar mejor lo peligrosa que ha resultado ser finalmente la tecnología, ¿verdad? Por ejemplo, en Estados Unidos, creo que Robert Sheckley destacó en ese sentido. Si hablamos de obras de carácter cómico, tenemos que citar a Fredric Brown. Y… a mí, como no soy ni romántico ni sentimentalista, no me va mucho Ray Bradbury [risas]…
—¿Cree que la ciencia ficción es la mejor manera de predecir la realidad futura, o es la mejor manera de describir en términos simbólicos nuestra realidad actual?
—Predecir el futuro no es difícil, y no hay más que ver el rumbo que está tomando el mundo: la economía, la política, el problema de las guerras, el medio ambiente… Todo va de mal en peor. Y, en fin, si sigue así, para predecir lo que puede pasar habría que emplear lo que en matemáticas se denomina «extrapolación». Para ello, lo que hace la ciencia ficción es escoger un aspecto del futuro y adentrarse en él para ver cómo va cambiando. Todos los buenos escritores del género han utilizado este método.
—A usted se le ha denominado el «gurú de la metaficción». ¿Se considera cómodo con esa etiqueta y nos podría explicar en qué consiste la metaficción?
—[Risas.] Bueno, yo no he sido el pionero de la metaficción. Hubo mucho antes numerosos escritores que la utilizaron. El escritor está implicado en la historia, hace tonterías y los personajes le hacen trastadas o critican su propia obra, etcétera. Me parece que el primero que empleó la metaficción fue André Gide en Les faux-monnayeurs [Los falsos monederos, 1925]. Y a raíz de entonces es un recurso muy utilizado en el mundo del manga en Japón. Así, por ejemplo, en muchas obras de Osamu Tezuka, él mismo sale en la historia y los personajes lo maltratan…, eso es la metaficción. Hay un denominador común que caracteriza a este género, pero a fin de cuentas esto no sorprende demasiado al lector. Por eso me puse a pensar en cómo lograr una nueva forma de metaficción, cómo sorprender más al lector, cómo divertirle y lograr que se interesara más, y en ese sentido ideé varias formas. Pero lo cierto es que, hagas lo que hagas, siempre habrá alguien que lo ha hecho antes que tú.
—Algunos de sus relatos de los años 60 y 70 son proféticos, en el sentido de que hablan de la aceleración y el crecimiento de los media en nuestra sociedad. ¿Cree que esto ha tenido como resultado la ambigua transformación de las ficciones en realidades, y viceversa?
—En la vida real, ficción y realidad no se entremezclan, pero en el mundo literario yo creo que no se diferencian. Por eso, como forma de vincular la ficción y la realidad, pensé en introducir los sueños. Y con ese tema de fondo he escrito muchísimas obras.
—En varias ocasiones ha declarado que Charles Robert Darwin, Sigmund Freud, Carl Gustav Jung y los hermanos Marx, entre otros, han tenido una importante influencia en su obra. ¿Podría explicarnos en qué sentido le ha influenciado cada uno de ellos?
—Sí, Freud, Darwin, Carl Jung, los hermanos Marx… No Karl Marx, ¿eh? Los hermanos Marx [risas]. Sí, como quería dedicarme al teatro cómico, las películas de los hermanos Marx tuvieron una enorme influencia en mí. Sus gags son verdaderamente surrealistas. En esa época yo aún estudiaba secundaria y no conocía ni la palabra surrealismo. Luego, cuando entré en la universidad, la escuché por primera vez y… me enteré de que en Francia los surrealistas valoraban muchísimo a los hermanos Marx, lo cual me complació mucho y me indicó, en cierta manera, que iba por buen camino. Posteriormente, mi tesis universitaria trataba sobre «La escritura automática dentro del surrealismo» [el título concreto de la tesis es: «Crítica psicoanalítica de la psicología creativa en el surrealismo que tiene como factor fundamental la escritura automática»]. Esto es, el flujo de una escritura libre de todo control de la razón, libre de preocupaciones estéticas o morales. Eso era para mí el surrealismo. Lo cierto es que al profesor encargado de revisar mi tesina le disgustaba el psicoanálisis, de modo que no me puso muy buena nota [risas]. Luego, por lo que respecta a Darwin, como mi padre era zoólogo, en casa había libros de él, y adquirí los conocimientos científicos necesarios. Claro que también aprendí mucho de otros libros que tenía mi padre, y él mismo me enseñó muchas cosas.
—¿De qué modo le influyeron Freud y Jung?
—¡Ah, sí! Jung. Bien, decía hace un momento que ante todo descubrí a Freud estudiando los sueños, y para conocer al ser humano pensé que me sería muy útil en mi carrera de actor… Empecé, pues, a interesarme por los sueños, y en conexión con ellos pasé a Jung. Me relacioné con gente que estaba muy familiarizada con el mundo onírico. Por ejemplo, yo destacaría a Shū Kishida, un seguidor de Freud. Y también otro muy versado en Jung que falleció recientemente, Hayao Kawai. Ambos tienen puntos de vista muy interesantes. Claro que cuando a Kishida le sacan a colación a Jung se enfada mucho. Como es partidario de Freud… [risas]. En fin, que me planteé con cuál de los dos quedarme y, como yo no soy científico sino escritor, me quedé con los aspectos que más me gustaban de cada uno.
—Usted es un hombre polifacético: es novelista, escritor de ciencia ficción, actor, crítico literario, autor teatral, estrella de televisión, músico (clarinetista) de jazz. ¿En cuál de estas actividades se encuentra más a gusto? ¿Qué han aportado estas experiencias a su visión como escritor?
—La verdad es que sólo hago lo que me gusta. Por ejemplo, cuando escribo una novela lo hago en casa, tranquilamente, con un ordenador. En cuanto a mi actividad como actor, es diferente. Estoy rodeado de mucha gente. Por ejemplo, en el cine, o en las series de televisión, te hacen esperar eternamente para grabar. Y en el teatro, tengo que ensayar y repetir una y otra vez el guión. Todo esto es diametralmente opuesto a la soledad del escritor. Por eso hay tan pocos escritores que a la vez sean actores. De vez en cuando sale alguno, ¿no? Por ejemplo, Topor. Roland Topor era también actor teatral. El hecho es que esas personas que realizan cosas tan diferentes no hacen más que enriquecer su actividad. Yo creo que no hay que hacer actividades que se parezcan. A modo de ejemplo, destacaría al crítico Hideo Kobayashi, ya fallecido. Este hombre era un auténtico polifacético en lo que al arte se refiere. Escribió acerca de Norinaga Motōri [erudito clásico del periodo Edo que se esforzó por abanderar el Kokugaku, esto es, el estudio del pensamiento y la cultura del antiguo Japón], Mozart, Van Gogh, y lo sabía todo sobre música y cine. Era una persona con una cultura vastísima. Es decir, respecto al arte era una persona omnidireccional, alguien que sabía de todo, de música, de literatura, de pintura. Pero, en relación con la literatura, las personas que escribimos tenemos que saber, hasta cierto punto, un poco de todo. Creo que eso es algo que se da por supuesto. Yo también hago todo lo que puedo para intentarlo. Pero, claro, aunque hablemos de polifacéticos, eso no afecta a todas las artes. Así, por ejemplo, lo que encuentro increíble es que alguien se dedique a la política y también a la literatura, como Shíntarō Ishihara [actual gobernador de Tokio]. Estas dos disciplinas son totalmente antagónicas. Por eso, yo no podría dedicarme a la política. En todo caso, siento mucho respeto hacia él.
—¿En qué se inspira para crear sus obras? Antes me ha comentado que los sueños le han proporcionado una buena parte de sus personajes e historias…
—Sí. Eso es así en parte, pero también, por ejemplo, se me ocurren cosas cuando leo un libro. Sin embargo, no me suele pasar cuando leo una novela. Lo que más me inspira son los libros de Ciencias Sociales, de Psicología, de Zoología, etcétera. Y también, claro está, lo que más me ha servido de base han sido los montones de películas cómicas que he visto, sobre todo las de Estados Unidos, que me encantaban. Todas ellas eran de serie B. Pero el argumento estaba muy bien urdido y el clímax muy conseguido, y su desarrollo lógico era muy claro. Eso es lo que más me ha inspirado. Según dicen los críticos, yo suelo sacar las ideas para mis obras de los libros. Hay quien dice que por eso soy un bookish [un bibliófilo]. Pues sí, es cierto que lo soy, aunque al principio creía que me llamaban bukitcho [torpe, desmañado] y me enfadaba mucho [risas]. En fin, que soy muy de libros, pero también me inspiro mucho en el cine. Claro que, por otro lado, conozco bien la vida de la sociedad, ya que durante una época fui asalariado [trabajó en la importante empresa Nomura Kógeisha dedicada al diseño].
—¿Le interesa la literatura clásica japonesa?
—Como no tenía intención de ser escritor, no tengo ninguna formación literaria. Así pues, apenas he leído la literatura clásica japonesa.
—¿Conoce la literatura española o latinoamericana?
—Sí, conozco a Blasco Ibáñez. Sale en mi último libro [Kyosen Berasu Retorasu, «El transatlántico “Bellas Letras”»].
—Sí, estuvo en Japón en el año 1923.
—Así es, al parecer le gustaba mucho. También se hizo una película de su obra Sangre y arena, protagonizada por Tyrone Power. De los clásicos, he leído Don Quijote… Y por lo que respecta a los escritores latinoamericanos, García Márquez (¡sobre todo El otoño del Patriarca!), Mario Vargas Llosa, Alejo Carpentier, Manuel Puig… ¡Ah! Y Donoso. Me encanta José Donoso. Bueno, me gustan todos, la verdad. En Latinoamérica la fantasía es increíble. El obsceno pájaro de la noche [1970] es una historia apasionante [risas]. Me encantaría haber escrito cualquiera de esas obras…
—En el verano de 1993 dejó de escribir, en parte por una reacción a las protestas de la Asociación de Epilépticos de Japón, que no vieron con buenos ojos su relato Mujin Keisatsu («El robot policía»), y en febrero de 1997 volvió a la actividad literaria con Jaganchô. ¿Cree que es duro escribir en Japón? ¿Hay mucha censura?
—Es evidente que hay presión, pero es una presión que se puede combatir, así que hay que resistir. Lo bueno es que no hay pena de muerte por eso [risas]. Yo no le doy ninguna importancia. Ahora bien, sobre las protestas de la Asociación de Epilépticos de Japón, no hay nada de malo en ello. Tienen todo su derecho y libertad para protestar, y yo también tengo libertad para escribir sobre ellos. Lo que es intolerable es lo que hicieron los medios de comunicación al meterse en medio. A su capricho decidieron crear palabras discriminatorias, autolimitarse. Mis protestas no iban dirigidas contra la Asociación de Epilépticos, sino contra la autocensura por parte de los medios de comunicación. Y es que éstos no recogieron mi opinión, sino que sólo tuvieron en cuenta la de la Asociación de Epilépticos de Japón. Eso era discriminación… Por eso me encolericé. Fue una protesta dirigida contra los medios de comunicación.
—En septiembre de 1993 usted escribió un manifiesto literario. ¿Cuáles son las líneas esenciales de su teoría sobre la ficción literaria?
—En la literatura tiene que haber libertad. Por otro lado, en japonés hay una serie de palabras consideradas discriminatorias que no se pueden usar en la vida cotidiana. Yo creo que realmente es mejor no usarlas en esas situaciones. Ahora bien, en la literatura aparecen personajes que siguen empleando esos vocablos, que expresan lo que se decía en una época determinada, por lo que hay que dejarlos así para la posteridad. Si la gente común no puede usar esas palabras, son los literatos quienes deben hacerlo. Si no, si se consideran palabras ofensivas, acabarán por desaparecer. Y nunca sabremos por qué nacieron. Por esa regla de tres, ¿qué pasaría en el reino animal si se exterminaran todos los mosquitos o las moscas, que se consideran insectos dañinos? En ese caso desaparecerían también las libélulas que se alimentan de ellos. Y a su vez dejarían de existir los pájaros que se comen a las libélulas. Esto tendría una gran influencia en los ecosistemas de toda la Tierra. Lo mismo se puede decir del mundo de las palabras. Ese fue mi argumento fundamental y por eso formulé la protesta contra las empresas periodísticas.
—Después de abandonar la letra impresa se refugió en Internet (en julio de 1996), pasando a ser uno de los pioneros en su país en cultivar la ciberficción. ¿Qué puede decirnos al respecto?
—Sí, un poco antes de dejar de escribir, un periódico me pidió que escribiera novelas por capítulos. Sentía curiosidad por saber quién las leía. Si vamos a una librería podemos elegir entre una enorme cantidad de novelas, pero así, desmenuzadas, leyéndolas cada día, me pregunté: ¿a quién le pueden interesar? Me enteré de que la mayoría de los lectores eran pacientes de hospitales o clínicas [risas], o ancianos que gozaban de tiempo libre. Antes, cuando había poca información, leíamos con deleite las novelas de los periódicos. En aquella época todavía se podían usar todas las palabras. Entonces pensé que sería útil hacer la prueba de escribir una novela por entregas, que los lectores la leyeran y escribieran sus sugerencias para ir desarrollando la historia. A posteriori, me enteré de que esto ya lo había hecho Charles Dickens, que tenía su propia editorial, además de ser escritor. Lo que hacía era reunir en el salón de su casa a unas cuantas mujeres, leían en voz alta y discutían. De esa manera se podía mejorar lo escrito. Y ha habido otros que también han hecho lo mismo que Dickens. El caso es que escribí una historia que fui desarrollando teniendo en cuenta las cartas de los lectores. La titulé Asa no Gaspar [«Gaspar de la mañana»; ganó el premio de Ciencia Ficción de Japón en 1992] y eso se convirtió, podríamos decir, en ciberficción. Como llevaba un tiempo recibir las comunicaciones de los lectores, leerlas y seguir escribiendo, empecé a utilizar el ordenador, porque, de esta forma, las sugerencias me llegaban el mismo día que yo escribía algo y, gracias a una persona que me ayudó, empecé a meterme en el mundo de la informática. Posteriormente, cuando dejé de escribir, decidí publicar mis novelas en Internet, ya que ahí no había censura.
—En sus cuentos la realidad no sigue un desarrollo lineal, sino que es pura contingencia. ¿Piensa que el fundamento de la vida humana es la contingencia?
—Vaya, esto empieza a adquirir tintes filosóficos [risas]. Bien, hay una filosofía de lo casual y otra de lo inevitable. Yo, la verdad, al leer un libro enseguida veo si me convence o no. A veces pienso que es algo casual, pero si me dicen que es inevitable, pues también puede ser. En este sentido, no tengo una opinión única. Creo que las dos corrientes son posibles. Particularmente, es posible que tenga dos personalidades que puedan discutir eternamente entre la contingencia o la inevitabilidad de la realidad.
—El escritor y filósofo español Miguel de Unamuno tenía un sentimiento trágico de la vida. ¿Es el suyo un sentimiento cómico, una sensibilidad cáustica de la existencia humana?
—Siempre se ha dicho que la existencia es un gran escenario cómico y que todos los seres humanos somos actores y personajes de una obra bufa [risas], cosa que, en estos tiempos, no ha cambiado mucho. Está claro que no me gusta nada «pasarlas moradas», pero lo que yo no puedo entender es el sufrimiento. Por ejemplo, las heridas de bala sufridas en la guerra o cuando Yukio Mishima se hizo el haraquiri. La verdad, no soy capaz de entenderlo, porque me parece que siempre hay cierto fondo de bufonada en la sociedad humana, y debido a ello no logro comprender demasiado bien ese carácter trágico que quieren otorgar al asunto humano.
—¿Qué piensa sobre el Japón actual?
—Pues… todo va de mal en peor. No puedo decir hasta cuándo durará, pero lo que está claro es que vamos en esa dirección.
—¿Qué opina del boom actual de la literatura japonesa? Me refiero, en concreto, a casos como Haruki Murakami.
—No sé qué responder. Yo cada vez soy más viejo, y Murakami es todavía joven, y sus lectores lo son aún más. ¿Qué será lo que les gusta de él? La verdad es que no lo sé. Yo he leído su obra y, bueno, por supuesto creo que está bien. No obstante, me parece que en Japón hay otros escritores de su mismo nivel…
—En algunas de sus obras, como El mundo se inclina, aparecen comentarios con los que las mujeres podrían sentirse incómodas.
—[Risas.] Sí, por supuesto, está escrito en clave de humor. Pero también hay protagonistas varones que, en esa misma tesitura, son tratados de manera cómica. Creo que doy el mismo trato a ambos sexos. Pero, más bien, a mí me han dicho muchas veces los críticos que soy sumamente respetuoso en mis obras con las mujeres. Por ejemplo, en Paprika, y lo mismo se puede decir de la protagonista de mi trilogía titulada Nanase, a quien idolatro enormemente.
—Como primer escritor posmoderno de Japón, también se interesó por un subgénero como el manga y, según tengo entendido, también posteriormente han sido los mangas y las películas de animación los que han tomado sus historias como base para algunos de sus guiones, como es el caso de Paprika. ¿Qué puede decirnos en este sentido?
—Está bien informado, ¿eh? Veamos… Toki o kakeru shōjo [«La niña que traspasó el tiempo»] la escribí hace 40 años y Paprika hace 20. En aquel momento no sé qué me impulsó a escribirlas, pero el caso es que Toki o kakeru shōjo se ha llevado al cine una y otra vez, y como película de animación es la primera vez que aparece [en 2006]. Además, el libro tiene mucho éxito: creo que se han vendido tres millones de ejemplares. Así que su protagonista es como una hija para mí. Y lo mismo puedo decir de Paprika y de Nanase, que también se ha llevado a la pantalla grande y de la que se ha hecho una serie de televisión. Es otra de mis hijas.
—Por cierto, ¿es usted el autor de la historia de la película El show de Truman, de Peter Weir (1998)?
—Pues es una película que se podría decir que me la robaron. Pero aparte de El show de Truman hay otras muchas [risas]. Ésa se parece muchísimo, la verdad. Y también otra que se titula Tarde de perros, de Al Pacino [1975], es muy similar a una de mis obras. ¡Ah! Y la de Woody Allen: Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo y nunca se atrevió a preguntar [1972]. El episodio final de la película es clavado a mi cuento corto Kekkan basu no totsugeki [«La embestida del autobús averiado»]. Se dio la circunstancia de que un crítico japonés, que no sabía nada de esto, dijo que las obras de Tsutsui no valían nada, pero que la película de Woody Allen era una maravilla [risas]. Lo cierto es que yo lo escribí primero. Y no son las únicas.
—¿Qué piensa del cambio climático?
—Yo creo que es uno de los motivos por los que se extinguirá la humanidad. Por eso mismo he pensado en escribir algo sobre ese futuro que nos espera. Actualmente estoy escribiendo una, digamos, light novel o novela ligera [una novela con ilustraciones de estilo manga orientada a los jóvenes. El término «light novel» es lo que se denomina un waseieigo o una palabra japonesa formada por vocablos del idioma inglés], una historia destinada a los jóvenes con el fenómeno del cambio climático como trasfondo. El nivel de la superficie del mar va subiendo y se van hundiendo las ciudades costeras. La gente se traslada a las zonas montañosas y a las mesetas. Eso es sobre lo que estoy escribiendo ahora.
—¿Qué le parece que su obra se traduzca a otros idiomas? ¿Cree que lo que escribe es extrapolable a otras culturas?
—Hay naciones tristes y alegres. Yo preferiría que mi obra se tradujera a naciones alegres [risas].
—Por último, ¿qué reflexión haría sobre el destino que ha tenido su obra?
—Como he dicho anteriormente, al principio yo escribía en primera persona como si fuera el protagonista y sólo hacía bufonadas. La verdad es que, mientras escribía, tenía la sensación de que estaba representando una obra de teatro, que estaba actuando. Me lo pasaba en grande. Y, por otro lado, empleaba el surrealismo para expresar la ciencia ficción… Poco a poco, mis obras no sólo se publicaban en revistas especializadas en ese género, sino también en otras de carácter general. Y entonces surgieron ciertas críticas que afirmaban que ya no escribía astracanadas, y otras decían que todavía seguía haciendo esas astracanadas, «¡vaya estupidez!» [risas]. Sin embargo, seguí escribiendo, y mientras lo hacía se fueron produciendo nuevas corrientes literarias que fui introduciendo en mis novelas, y así fue como, poco a poco, llegué al estado en el que me encuentro ahora. Al principio los galardones literarios me eran completamente ajenos, pero con Kyojin tachi [«Personas virtuales»] me concedieron el premio Izumi Kyoka, y después otros muchos. Incluso me han concedido la medalla del lazo púrpura de Japón. Aunque ahora también hay gente que dice: «Las payasadas que escribía antes Tsutsui eran mejores». En este mundo hay de todo… [risas].