Cuando Alias conducía a Dragonbait y a Zhara desde la sala del tribunal a la antigua celda de Innominado, el lagarto se paró de pronto a olisquear el aire. «Seguro que el saurio huele a Grypht», se dijo la espadachina. Se volvió para darle una explicación.
—Un ser llegó teletransportado a la torre; una criatura rara, un mago quizá. Raptó a Elminster y a Innominado, y probablemente también a Olive.
Dragonbait sacudió la cabeza, confundido, y agitó nerviosamente la cola, pero Alias no se dio cuenta porque unos ruidos secos provenientes del pasillo que llevaba a la celda de Mentor le llamaron la atención. Apresuró el paso en dirección a la celda, ansiosa por saber lo que ocurría.
Lord Mourngrym y Breck estaban en la puerta. Breck asestaba furiosos golpes con un hacha de guerra, pero, a pesar de la fuerza del leñador y del filo penetrante del arma, la puerta no cedía.
—No sirve de nada, Orcsbane —dijo Mourngrym—. La puerta es de madera herrada.
—¿Qué ocurre? —preguntó Alias corriendo hacia allí, seguida por Zhara y Dragonbait.
—Akabar y Kyre no contestan —explicó lord Mourngrym. Giró el pomo pero la puerta no se movió—. No está cerrada con llave pero tampoco se abre. Parece que es por obra de magia.
La mercenaria se inquietó de pronto al recordar las palabras de Morala; Grypht podía ser un mago al servicio del mal, y Kyre tal vez hubiera hecho un pacto con él. No había creído a la semielfa cuando aseguró que el monstruo era un morador de los Nueve Infiernos y, sin embargo, estaba tan deseosa de que Kyre rompiera los lazos que unían a Akabar con Zhara y le quitara de la mente las ideas sobre el regreso de Moander, que había confiado en ella plenamente a pesar de todo.
—Tal vez no quieran ser molestados —insinuó Alias, aunque no lo creía posible.
Breck bajó el hacha y le clavó una mirada penetrante.
—Kyre no es tímida. Si deseara estar a solas con un hombre, nos diría que nos alejáramos sin el menor escrúpulo. Ahí pasa algo anormal —replicó—. Es necesario que venga un encantador y abra la puerta.
Zhara empujó a Alias para abrirse camino hasta primera fila.
—Apartaos todos —dijo con tono autoritario. Llevaba en la mano un pedazo de arcilla modelado exactamente en la misma forma que el arco de piedra del dintel de la celda. Con un dedo quitó un fragmento de la reproducción en arcilla y después lo acercó al arco de piedra al tiempo que susurraba—: Escultura. —Alias contuvo el aliento cuando la pared se rizó como la monda de una patata y dejó un hueco del tamaño de una persona. Ella fue la primera en entrar en la estancia, sin dar tiempo a que nadie se lo impidiera, y miró alrededor, aturdida—. ¡Aquí no hay nadie! —murmuró—. ¿Dónde está Akabar? ¿Qué le habéis hecho?
Alias entró detrás y observó el cuarto con el mismo desconcierto que Zhara. Akabar y Kyre no se encontraban en ninguna parte. El corno se hallaba sobre la mesa partido en dos y algunas clavijas se habían desencajado; había también fragmentos de cristal. Algo crujió en la alfombra bajo los pies de la espadachina, y al mirar vio cáscaras de nuez hechas añicos.
Entonces descubrió las cenizas y se quedó pálida; un montón de cenizas grises formaban la silueta inconfundible de una persona y junto a ellas, a un lado, se encontraban un par de botas élficas, una daga, un cinturón, una espada y su vaina. Al otro lado había dos anillos de oro, un brazalete plateado de tobillo y un alfiler arpero.
—¡Mourngrym! —llamó a gritos—. ¡Venid a ver esto!
—¿Qué hay? ¿Qué pasa? —inquirió Breck entrando a empellones. Cuando vio las cenizas y los restos sólidos tendidos en el suelo, su rostro se encendió de furia—. ¡Kyre! ¡No! —exclamó—. ¡Está muerta! ¡La mató él! ¿No es cierto? ¡Ese maligno Akabar ha matado a Kyre!
Mientras tanto, en la sala del tribunal de los arperos, Morala, cansada de seguir las andanzas de Innominado y Olive Ruskettle por los laberintos subterráneos del Refugio, abandonó el escrutinio cuando el bardo y su asociada halfling cavaban con ahínco en los montones de cascotes. Ahora la papisa se disponía a realizar un tercer sortilegio en el agua de la vasija de plata, con la esperanza de descubrir cosas interesantes si dirigía su atención a la criatura responsable de la desaparición de Elminster e Innominado. Sacó el fragmento de arcilla que Grypht había dejado caer y tuvo una visión de la colosal criatura.
Los colores comenzaron su danza en el agua del recipiente hasta conformar la silueta de Grypht. La bestia se hallaba agachada bajo un enorme roble recogiendo un puñado de brotes del suelo. Se irguió y comenzó a masticarlos con aire ausente mientras estudiaba una gema amarilla que tenía en la otra mano.
De pronto, un rayo luminoso surgió de una de las caras de la piedra y Morala contuvo la respiración al reconocer al instante la Piedra de Orientación. Los arperos se la habían confiado a Elminster para mayor seguridad, pero esa criatura escamosa la tenía ahora en su poder. «¿Ése es el motivo del secuestró de Elminster e Innominado? —se preguntó la gran sacerdotisa—. ¿Los han raptado sólo para hacerse con el juguete de Innominado?».
Grypht sacudió la cabeza y el rayo desapareció de la superficie de cristal, pero surgió otro por una cara diferente que se dirigió hacia el suelo. Morala amplió el campo de visión para captar mejor la imagen general; a los pies de Grypht yacía un hombre de tez oscura y barba, ropajes a rayas y la frente tatuada con los tres puntos azules de los eruditos y magos del sur. La luz de la Piedra de Orientación le daba en los ojos, pero el hombre no se movió; al parecer estaba inconsciente. Morala frunció el entrecejo y se preguntó quién sería.
El saurio miraba con satisfacción la piedra mágica. «Está experimentando con ella», pensó Morala. Grypht sacudió la cabeza, y el rayo que iluminaba al sureño desapareció. Después cerró los ojos, y toda la gema comenzó a relucir, pero no despedía ningún rayo; el saurio apretó los párpados como si realizara un esfuerzo de concentración, y la piedra brilló aún más pero sin emitir indicación alguna sobre el paradero de la persona en la que pensaba el escamoso ser. Con un suspiro, éste abrió los ojos, y la piedra dejó de brillar.
—¡Qué deliciosa ironía! —musitó Morala—. Te has tomado tantas molestias para robar la Piedra de Orientación, y ahora ésta no sabe decirte dónde se encuentra quien buscas.
Grypht se agachó otra vez a recoger más retoños del suelo y, de pronto, un rayo de luz brotó espontáneamente de la piedra en dirección al sol poniente. El saurio dio un respingo de sorpresa y se incorporó. Tras escudriñar en el horizonte unos momentos, se cargó al sureño inconsciente sobre los hombros.
—¿A quién buscas? —preguntó Morala en un susurro mientras Grypht se incorporaba y emprendía la marcha hacia el oeste.
Mourngrym contempló las cenizas y los objetos de Kyre y sacudió la cabeza con pesar.
—Esto no augura nada bueno, Alias —musitó al oído de la mercenaria.
—No puedo creer que sea obra de Akabar —manifestó Alias—. Seguro que el ataque vino de otra parte.
—En ese caso, ¿por qué no está el cuerpo de Akabar convertido en cenizas en el suelo? —objetó Breck, temblando de furia y casi incapaz de controlar su tristeza.
—¿Cómo sabes que no están mezcladas ahí las cenizas de los dos? —replicó Alias con ardor.
Zhara gimió y se dejó caer en el lecho. Dragonbait miró a la espadachina con dureza pero ésta hizo caso omiso de su amigo. No podía permitirse tratar a Zhara con consideración sólo para no herirla; tenía necesidad de dejar bien clara la reputación de Akabar.
—Si hubiera sido incinerado junto con Kyre, sus botas estarían aquí.
—Llevaba sandalias de cuerda —arguyo Alias.
—¿Y no llevaba ni un solo objeto metálico? —preguntó Breck.
Alias comprendió que eso era prácticamente imposible y cambió de táctica.
—El asesino de Kyre pudo llevarse a Akabar de aquí —sugirió—. Por lo poco que sabemos, Grypht ha podido volver para comérselo.
Zhara lanzó un gemido; la espadachina la miró con fastidio, y Dragonbait le dio un codazo en reprimenda.
—Definitivamente, creo que Grypht se ha llevado a Akabar —sentenció una voz—, aunque esa bestia prefiere los vegetales a la carne humana para comer. Akabar sigue vivo.
Todos se volvieron en redondo; junto a la entrada abierta por Zhara por medios mágicos se hallaba Morala. La anciana sacerdotisa se apoyaba con esfuerzo en el brazo del capitán Thurbal, pero sonreía.
—He formulado un escrutinio para ver a Grypht, y llevaba a hombros a un mago sureño con traje de rayas rojas y blancas —anunció.
—¡Akabar! —exclamó Zhara emocionada—. ¡Llevaba un traje de rayas rojas y blancas!
—Eso significa que está aliado con Grypht —declaró Breck.
Mourngrym intercambió con Alias una mirada de preocupación.
—¿Akabar iba con él por la fuerza o lo utilizaba como montura? —preguntó Su Señoría a Morala.
—Estaba inconsciente, de modo que no he podido deducir sus deseos —contestó la sacerdotisa al tiempo que ponía un pie en la estancia asistida por el capitán Thurbal.
—¿Y qué sabes de Innominado? —inquirió Alias ansiosamente—. ¿Estaba con Grypht también?
—No —repuso la papisa sacudiendo la cabeza—. Al parecer, Innominado se encuentra en un túnel debajo de la tierra, cavando para abrirse camino, aunque ignoro si para salir de allí o para penetrar más aún en las profundidades. Lo acompaña una mujer halfling y ninguno de los dos parece estar herido; de todos modos, la localización exacta no me ha sido revelada. Opino que deberíamos concentrarnos en las huellas de Grypht, porque ese ser tiene la Piedra de Orientación y con ella podríamos encontrar a Elminster y a Innominado.
—¿Una piedra de orientación? —preguntó Alias—. ¿Como la que me regaló Elminster?
—La Piedra de Orientación —la corrigió Morala—. Sólo existe una; se trata de un antiguo artefacto que Innominado creó para conservar su música y sus sortilegios —explicó—. Los demás sólo pueden utilizarla como brújula.
—La perdimos en Westgate durante la batalla contra Moander —comentó Alias.
Las arrugas del rostro de Morala se hicieron más profundas mientras intentaba figurarse cómo habría llegado la gema a manos de Grypht desde Westgate. Incapaz de llegar a una conclusión razonable, la anciana soltó un bufido de contrariedad.
—En fin, Grypht la ha encontrado en algún sitio y ahora está en su poder —dijo—. Cuando lo vi por última vez la estaba utilizando. Se hallaba en lo alto de un cerro poblado de retoños de roble y coronado por un solo árbol adulto e inmenso cubierto de muérdago, hiedra y musgo.
—Debe de ser el cerro del Robledal, Señoría —intervino el capitán Thurbal—, al este del río.
—Un monstruo de semejantes proporciones será fácil de perseguir —aseguró Breck al tiempo que se dirigía hacia la puerta.
Mourngrym estiró un brazo y retuvo a Breck por la túnica para hacerlo retroceder.
—Espera un minuto, muchacho —lo conminó—. Esa… cosa ya te ha atacado una vez hoy; no puedes ir en su busca tú solo. Los valles están repletos de rincones donde esconderse y tardarías días en encontrar el rastro. Permíteme que reúna un grupo de hombres y provisiones. Tardaré sólo unas horas.
—¡Sólo unas horas! —protestó Breck con vehemencia—. ¡Han asesinado a Kyre y pretendéis que espere unas horas! Voy a entregaros la cabeza de esa criatura ensartada en una lanza… y la de Akabar también, si está aliado con el monstruo.
Zhara se levantó de un salto y, abalanzándose sobre Breck, lo arrinconó contra la mesa a empujones en un sorprendente alarde de fuerza.
—Mi marido —siseó— es un hombre honorable, un erudito, un mago. —La voz de la joven sacerdotisa iba in crescendo, cada vez más furiosa, y sus ojos despedían llamaradas de cólera—. ¿Cómo te atreves a insinuar semejante infamia? —gritó—. ¡Si le tocas un solo pelo de la cabeza, echaré sobre ti la maldición de Tymora!
Breck se quedó petrificado ante el ataque verbal de la mujer del velo, pero sólo tardó un momento en recuperarse.
—Por lo visto, tú también estás aliada con él —replicó.
Zhara insultó al leñador con una de las pocas palabras turmitas que Mourngrym conocía, y Su Señoría se sonrojó; por fortuna, Breck no comprendía el epíteto que le habían dedicado.
Dragonbait separó a Zhara del guardabosque con delicadeza; después le hizo una seña a Alias, y ésta asintió en silencio.
—Señoría, Dragonbait y yo estaremos listos para partir en quince minutos —anunció a Mourngrym—. Si puedes esperar un cuarto de hora, Breck Orcsbane, iremos contigo.
—Claro que esperará —aseguró Mourngrym—. Orcsbane, recuerda que si sólo nos traes cabezas ensartadas no encontraremos jamás a Elminster, a Innominado ni a Olive Ruskettle. Comprendo tus sentimientos hacia Kyre pero debemos pensar en los que aún siguen con vida. Quiero que intentes capturar a la bestia.
—¿Capturar a un morador de los Nueve Infiernos? —protestó el leñador enérgicamente—. ¡Eso es imposible!
—Inténtalo —insistió lord Mourngrym—. Quizá no sea enemigo nuestro.
—¡Kyre dijo que lo era! —replicó entre dientes.
—Sea como fuere, haz lo posible por capturarlo —insistió Mourngrym—, y trae a Akabar bel Akash vivo, por la fuerza si es necesario.
—Yo también voy, para comprobar que este hombre obedece —anunció Zhara.
—¡Oh, no! ¡Ni hablar! —se opuso Breck—. Señoría, esta mujer es la esposa del hombre. Quiero que la arrestéis.
—No puedo arrestar a una mujer por ser la esposa de un hombre —contestó Mourngrym, conteniendo a duras penas la irritación que le provocaba el leñador.
—Pero le avisará que vamos tras él y frustrará todos nuestros intentos de sorprenderlo —arguyó Breck.
—Dama Zhara —intervino Morala con suavidad—, sería preferible que te quedaras aquí en la torre. Tal como afirmaste antes, tu esposo es un hombre honorable, de modo que lo menos que podemos hacer es resguardarte hasta que regrese.
—¡Lo que quieres es tenerme prisionera! —exclamó Zhara con hostilidad.
—Nos dirigimos a zonas salvajes y seguramente tendremos que enfrentarnos a ese Grypht —señaló Alias irritada—. Sólo servirías de estorbo.
—Yo voy a buscar a mi marido —repitió Zhara con rabia.
—¡No! —exclamó Breck.
—Por favor, quédate aquí, dama Zhara —rogó Morala.
Dragonbait hizo un par de gestos escuetos a la mujer turmita, gestos que Alias no percibió. Zhara se mordió el labio y respiró profundamente.
—Me quedo —anunció en voz baja—. Llevadme a mi habitación.
—Capitán Thurbal, escolta a esta dama a las habitaciones de mi esposa y pide a lady Shaerl que la atienda debidamente —dijo Mourngrym.
—Sí, Señoría —respondió el capitán—. Por aquí, señora —le indicó a Zhara, e inició la marcha.
La esposa de Akabar tocó el pecho de Dragonbait y lo miró a los ojos. El paladín le pasó un dedo por la manga del vestido y asintió. Después, Zhara se giró y fue en pos de Thurbal, sumisa como una niña.
Dragonbait indicó a Alias que iba a recoger las cosas de la posada, y Alias hizo un gesto afirmativo.
—Yo me ocuparé de las provisiones si el arpero Breck se ocupa de ensillar los caballos —dijo.
—Os esperaré en el puente —contestó Breck, y salió de la celda a grandes zancadas; Dragonbait lo siguió.
—Se te avecina un trabajo duro —advirtió Mourngrym a Alias—. Si crees que necesitas ayuda para controlar a Breck, ensillaré mi caballo e iré con vosotros.
—No, gracias, Señoría —repuso Alias—. Estoy segura de que Kyre se equivocó con respecto a la procedencia de Grypht; pero, si estaba en lo cierto y en realidad sirve a los zhentarim, es posible que los zhentarim se estén preparando para atacar el Valle de las Sombras, en cuyo caso, las gentes de los valles os necesitan aquí. No obstante, como favor personal os ruego que vigiléis a la esposa de Akabar para que no salga de la torre.
—La mantendremos a salvo —prometió Morala.
—Limitaos a mantenerla lejos de mí —murmuró Alias.
Mourngrym frunció los labios en un gesto de reprobación. Alias nunca se había llevado bien con el clero, pero por fortuna Dragonbait parecía ejercer una gran influencia sobre la mujer turmita. Su Señoría se preguntaba qué le habría comunicado mediante aquellos gestos para conseguir que obedeciera con tanta prontitud.
—Diré a los guardias que no le permitan salir de la torre, Alias. Ahora vamos a las despensas a preparar las provisiones.
—Yo me quedo a descansar un rato —dijo Morala al tiempo que se acercaba a la espadachina—. Es la hora de las despedidas, Alias de Westgate. Si por casualidad Innominado se cruza en tu camino antes de que nos reunamos de nuevo, acuérdate de pedirle que te cuente toda la verdad.
—No lo olvidaré —aseguró Alias.
Morala puso una mano sobre el hombro de Alias.
—Tu camino está lleno de dolor y sufrimientos. Que la dulce música y las canciones valerosas te confieran fortaleza para perseverar hasta que encuentres la felicidad otra vez. —Morala retiró la mano.
Alias dejó escapar un suspiro; no creía en los efectos positivos de las oraciones, pero, al menos, la bendición de la anciana sacerdotisa no sonaba estúpida.
—Adiós, Morala —respondió la espadachina—. Ha sido… interesante conocerte.
Morala esbozó una sonrisa irónica. Alias se dio media vuelta y salió a grandes pasos de la estancia seguida por Mourngrym.
Grypht observó con gran satisfacción el barranco que atravesaba el camino; era bastante profundo y prolongado y demasiado ancho para salvarlo de un salto, precisamente lo que necesitaba para dificultar los progresos de posibles perseguidores. Avanzó en dirección norte unos cien metros por el borde del collado y se detuvo. Un aroma de heno recién segado impregnó el aire mientras trazaba un portal dimensional para cruzar con la carga. Al llegar al otro lado, se movió con toda precaución para no dejar huellas de su paso visibles desde la otra parte. Después, se dirigió otra vez hacia el sol poniente en pos del rayo del cristal amarillo.
Dragonbait regresó presuroso a la torre con dos bultos además del morral de Alias y el suyo propio. En uno había todo el armamento de la mercenaria y, en el otro, raciones sobrantes de alimentos deshidratados que había ido almacenando en su cuarto. Saludó amablemente al centinela de la puerta con un gesto y siguió camino de la entrada principal. Atravesó rápidamente el vestíbulo y se lanzó por la escalera hasta los pasillos del piso superior, pues no disponía de mucho tiempo. Se detuvo ante la puerta de las habitaciones de lady Shaerl y respiró unas cuantas veces para calmar los nervios.
Estaba a punto de perpetrar un engaño y eso siempre lo ponía nervioso, aunque lo hiciera por una causa que él creía justa, como ayudar a Zhara a que se uniera al equipo de rescate de su marido. Sin el apoyo de Alias, sabía que nunca lograría hacer cambiar de opinión a Breck con respecto a la presencia de la sacerdotisa; convencer a la mercenaria habría sido cuestión de tiempo, pero las cosas se habían precipitado mucho. No deseaba enfrentarse a Alias ni a lord Mourngrym, pero no tenía otra salida. Llamó a la puerta de lady Shaerl.
—Adelante —respondió la señora desde dentro.
Dragonbait abrió y entró en la estancia. Zhara estaba sentada en un sillón al lado de la esposa de Mourngrym, quien tenía en el regazo un terrier dormido. El saurio dijo algo a la señora con unos gestos rápidos. Shaerl le comprendió enseguida y estalló en carcajadas.
—Naturalmente, Dragonbait; siempre que desees quedarte a solas con una dama, no tienes más que pedirme mis habitaciones —respondió en tono ligero.
El paladín levantó los ojos al techo. Las bromas de Su Señoría resultaban muy inconvenientes en ciertas ocasiones, pero ¿qué otra cosa podía esperarse de una noble cormyta que comprendía el lenguaje gestual de los ladrones? Ni siquiera la maternidad, observó Dragonbait, había empañado la malicia y el deseo de aventuras de la mujer. Era evidente que no tenía la menor intención de que el futuro fuera menos animado que el pasado. El saurio le comunicó que el asunto era urgente.
—Discúlpame, Zhara —dijo Shaerl—, voy a acostar a este monstruito.
Su Señoría se puso en pie, se llevó al terrier a la habitación contigua y cerró la puerta tras de sí.
—Hice lo que me dijiste —habló Zhara en voz baja en cuanto se quedaron solos—. Fingí obediencia, pero no estoy dispuesta a permanecer encerrada mientras mi marido corre peligro.
Dragonbait le indicó que estaba convencido de que Akabar no tenía nada que temer por parte de Grypht, porque éste era amigo suyo. La puso al corriente de los planes de huida a toda prisa y comenzó a sacar la armadura de Alias del fardo. Minutos después, los dos descendían por la escalinata hacia el vestíbulo principal.
—Esto no va a funcionar —susurró Zhara al tiempo que tiraba del correaje que se había puesto alrededor de la garganta—. Aunque me parezca a Alias, tengo la piel mucho más oscura —arguyó.
Dragonbait emitió una especie de silbido y Zhara comprendió que estaba riendo.
No van a fijarse en la piel, sino en la carne, replicó.
Zhara se estremeció y se apretó contra el pecho el bulto donde llevaba su ropa. Dragonbait se situó delante de ella y la obligó a retirar los brazos hacia abajo dejando al descubierto la espléndida hendidura entre los senos que la armadura encantada de Alias no cubría.
Lleva la bolsa bajo el brazo, le ordenó el saurio con gestos de los dedos. La cabeza más erguida, y no muestres esa actitud tan modesta. Bien saben los dioses que Alias no lo es. Dragonbait le colocó un rizo sobre el tatuaje de tres puntos azules que llevaba en la frente. No apoyes la mano en la cruz de la espada; eso sólo lo hacen los principiantes fanfarrones.
Zhara retiró la mano del mango de la hoja y Dragonbait continuó dándole instrucciones mientras bajaban la escalera.
Saluda con la cabeza a los centinelas al pasar. Presta atención a mis gestos; así creerán que estamos muy ocupados y que no podemos detenernos a charlar.
Cuando llegaron al vestíbulo, el saurio fue animando a Zhara con tranquilos comentarios.
Recuerda que eres Alias, la guerrera que venció al kalmari servidor del Trono de Hierro y del maligno Phalse. Todos te admiran por tu bravura. Además eres la cantora de mayor talento de todos los Reinos y embelesas a todo el mundo con tus canciones. Eres bellísima; todas las jóvenes desean ser como tú y todos los jóvenes desean estar contigo.
Los ojos de Zhara toparon con los de un centinela de la puerta. El soldado saludó amablemente con un gesto y la mujer respondió de la misma forma, pero rápidamente volvió la mirada hacia las manos parlantes de Dragonbait. Notó que se ruborizaba. Era la primera vez que aparecía en público sin el velo, y menos aún sin sus vestiduras talares. Sólo su marido había contemplado tantos centímetros desnudos de su piel, y la sacerdotisa se sentía tan avergonzada como si hubiera cometido una deslealtad para con Akabar.
En cuanto sobrepasaron la verja principal de la torre, Dragonbait la tomó por el brazo y la llevó rápidamente hacia las cuadras. Al pasar frente a una pérgola rosada, el saurio se coló dentro arrastrando a Zhara consigo. Bajo la glorieta quedaban a cubierto de la lluvia, que no cesaba de caer, y de posibles miradas indiscretas.
Dame la espada, pero ponte tus vestidos sobre la armadura. Es posible que necesites estar protegida, le indicó Dragonbait.
—¿Hasta qué punto me sirve de protección? —cuestionó Zhara al tiempo que soltaba la funda de la espada del cinturón metálico que se había ceñido—. No es nada especial. Además ¿qué llevará Alias?
No te equivoques con lo que parece la cota de malla. Posee grandes poderes, explicó el paladín. Y Alias se pondrá la armadura de recambio. No olvides lo que te he dicho, le advirtió mientras le ajustaba la ropa. En cuanto pases el puente, escóndete en el bosque hasta que nos veas pasar; después espera un rato antes de ponerte en marcha tras nuestros pasos y guíate por los trozos de tela blancos o azules. Aquí tienes esta capa; póntela, le ordenó, tendiéndole un viejo abrigo de Alias. Cúbrete la cabeza con la capucha, pues un velo llamaría mucho la atención. Le dio también una bolsa con comida deshidratada. Es todo lo que he encontrado, pero pasaremos por muchos campos y granjas; a los campesinos no les importará que recojas algunos frutos. Cuídate mucho, señora. Hasta la vista.
Zhara le tiró de la túnica.
—Todo eso que dijiste de Alias en la torre… Yo no soy como ella. No tengo su valor ni su belleza y no me creo capaz de hacer esto —confesó en un ansioso murmullo.
Dragonbait le acarició el brazo y la sacerdotisa sintió un cosquilleo en la piel, sobre la marca azul, igual que la primera vez que la había tocado. Era una sensación extraña y reconfortante.
Eres diferente de Alias, dijo por señas, pero puedes hacerlo. Tienes que hacerlo y lo conseguirás.
Un aroma de ajo, la emanación sáurica de la determinación, los rodeó. Sin más palabras, Dragonbait le dio un empujoncito hacia el camino. La mujer se apresuró hacia el puente y pasó junto a los centinelas apostados a ambos lados. Con la llovizna, no les pareció extraño que una viajera llevara el rostro protegido bajo la capucha de la capa. Cuando la mujer llegó al otro lado, el lagarto regresó a toda prisa a la torre con el morral de Alias y el suyo y el fardo de la armadura de recambio de la espadachina.
Los vigilantes de la puerta intercambiaron una mirada de perplejidad cuando lo vieron volver.
—Te olvidaste de algo, ¿eh, Dragonbait? —comentó uno de ellos.
El saurio asintió y pasó de largo sin detenerse. Los hombres hicieron un gesto de incomprensión mientras el paladín se apresuraba hacia las despensas de la torre.
Siguió el rastro de Alias con el olfato hasta que la encontró en la sala de armas junto a Mourngrym examinando unos arcos; para llamar su atención, sacudió el bulto donde llevaba el armamento.
—Un momento, Dragonbait —dijo la espadachina, mientras seleccionaba un arco de asta y madera y se lo pasaba a Mourngrym.
—Cambiate —indicó Mourngrym al tiempo que cogía unas cuantas flechas—. Yo voy a cargar esto en tu montura y a asegurarme de que Breck no se marcha sin vosotros.
Su Señoría salió de la estancia y, tan pronto como se quedaron a solas, Alias preguntó a Dragonbait:
—¿Por qué has tardado tanto?
Dragonbait dejó el saco en el suelo y comenzó a explicarse con las manos.
Fui a despedirme de Zhara y a reiterarle que cuidaríamos a Akabar.
—¡Por Tymora! ¡Pero qué ingenuo eres! —lo reprendió—. Zhara no necesita consuelo de ninguna clase. No le importa Akabar en absoluto. Para la clase sacerdotal, los dioses son lo primero, mientras que los consortes quedan relegados a un lejano segundo puesto —declaró.
Te equivocas, indicó el paladín. Te has limitado a negar todo lo que decían Akabar y Zhara sin detenerte a considerarlo ni un momento.
—Moander no va a regresar ahora —espetó Alias.
Tus argumentos se basan en las emociones, no en la razón. Negar la verdad no implica que deje de existir, y te aseguro que Moander está en camino, Alias, y Akabar tiene que destruirlo.
—¿Por qué Akabar? —gritó la mercenaria—. ¿Por qué él tiene que enfrentarse a Moander una vez más? ¿Por qué no va otro ahora?
Lo ignoro, pero el hecho de que insultes a su esposa y reniegues de su fe no lo ayuda en nada.
Alias bajó los ojos. Comprendía que Dragonbait podía estar en lo cierto pero no quería admitirlo, y esa contradicción la desazonaba.
—Démonos prisa o Breck se marchará sin esperarnos —dijo, inclinándose para vaciar el saco del armamento—. ¿Dónde está la otra cota de malla? —preguntó.
Dragonbait encogió los hombros y le dijo por señas que no la había visto por ninguna parte.
—¡Dragonbait! —exclamó irritada—. ¡Estaba encima de la silla! ¿Estás seguro de que, sencillamente, no has querido traérmela?
El saurio hizo otro gesto de inocencia. Durante meses, el paladín había intentado convencerla de que no utilizara la camisa metálica de la maléfica bruja Cassana. Era una prenda guerrera excesivamente atrevida, y en consecuencia atraía demasiadas miradas masculinas; no obstante, estaba dotada de grandes poderes que la protegían mucho más que un peto completo. Ella la había usado más de un año, y al cabo Dragonbait había dejado de insistir. Alias creía que por fin lo había vencido con su lógica…, hasta ese momento.
—Eres un auténtico retrógrado —farfulló—. Seguro que ahora pretenderás que me ponga un velo, como Zhara.
Sería más fácil que Zhara se pusiera la cota de Cassana, replicó el saurio.
Alias soltó una carcajada.
—Bueno, ahora no tenemos tiempo para discusiones. —Recogió la cota vieja y se la puso sobre la túnica, tras lo cual se ciñó la coraza—. En fin, ahora que no me queda más remedio que ponerme esta lata vieja, al menos podrías ayudarme a ajustarla.
Dragonbait le puso el peto y el espaldar alrededor del torso, y ajustó las hombreras con las cadenas.
—¡No me pongas las otras partes! —dijo Alias—. No estoy acostumbrada a llevar tanto peso. Las dejaremos aquí.
Se ciñó la espada y se cargó el morral al hombro mientras Dragonbait dejaba el resto de las piezas en una estantería vacía. La mujer se situó a espaldas del saurio y, cuando éste se giró, agachó la cabeza mansamente y dijo:
—Lamento haber sido tan brutal con Zhara. ¿Me perdonas?
Debes pedir disculpas a Zhara, no a mí, repuso muy serio.
—De acuerdo —convino—; después, la próxima vez que la vea, pero no te enfades conmigo ahora…, por favor. —Dragonbait le acarició el brazo y el tatuaje cosquilleó cálidamente. Alias notó, por las emanaciones del saurio, que algo lo preocupaba—. ¿Qué sucede?
Grypht no procede de los Nueve Infiernos, dijo por señas.
—Ya lo sabía. No podía ser, pero no serviría de nada discutirlo con Breck; Kyre dijo que procedía de allí y él adoraba a Kyre.
Grypht es amigo mío, los dos somos de la misma raza.
—O sea, ¿que es un saurio? —inquirió asombrada. Dragonbait asintió—. ¿Por qué no lo has dicho antes?
Breck no confía en Zhara porque es la esposa de Akabar, y no confiaría en mí si supiera que soy amigo de Grypht. Está demasiado furioso.
—Naturalmente. ¿No lo estarías tú si me hubieras encontrado reducida a cenizas como Kyre?
Su furia es peligrosa. No se puede confiar en él. Tal vez Grypht y Akabar no mataron a Kyre, pero está tan ofuscado que no piensa en otras posibilidades.
—Se calmará durante la búsqueda.
Sólo el derramamiento de sangre lo calmará, aseguró el paladín, pero Alias se había distraído con la voz de Heth que la llamaba. El paje apareció sin resuello en la puerta de la armería.
—Lord Mourngrym os pide que os apresuréis —anunció—. Dice que sería más sencillo detener la marea que obligar al leñador a seguir esperando.
—Ya vamos.
Salgamos por la puerta de la cocina… Está más cerca de las cuadras, señaló Dragonbait.
Alias asintió y partieron raudos a reunirse con Breck Orcsbane.
Grypht depositó a Akabar sobre un lecho de hierba prensada y se dejó caer en el suelo junto a él. La carga había empezado a moverse, y el lagarto consideró que el antropoide preferiría despertar en una posición menos comprometida que atravesado sobre los hombros de un desconocido. En realidad, también se alegró de encontrar una excusa para descansar, ya que no estaba acostumbrado a las largas caminatas subiendo y bajando colinas. Como no quería perder el tiempo, se colocó el báculo en el regazo y se puso a estudiar las muescas y líneas que lo surcaban. Tendría que aprender de nuevo la fórmula que Kyre le había impedido pronunciar al llegar a este mundo.
El antropoide se agitaba cada vez más en el sueño; comenzó a manotear, a girarse y a murmurar. Cuando el saurio dio por terminada la sesión de estudio, volvió la atención a la criatura que había rescatado, y que había empezado a gritar en sueños. No comprendía su lenguaje, pero le pareció que estaba muy agobiado, de modo que lo sacudió con suavidad.
Akabar volvió en sí con un sobresalto y enseguida se dio cuenta de que estaba muy débil y no podía sentarse. Miró a su alrededor lleno de confusión, y advirtió que el ser que había librado de la trampa de almas de Kyre estaba sentado a su lado.
—¿Elminster? —musitó.
Grypht negó con la cabeza; había entendido la palabra «Elminster» y estaba seguro de que no lo designaba a él. El lagarto señaló hacia sí mismo y dijo: «Grypht» en saurio, pero, como era de esperar, el antropoide no conocía esa lengua.
Grypht sacó un terrón de arcilla del bolsillo y comenzó a modelar una serie de cinco cilindros cortos, cada uno con un diámetro menor que el anterior; los apiló por orden hasta construir una especie de zigurat.
Akabar comprendió que el zigurat de arcilla era el componente del sortilegio de lenguas, y la emoción le proporcionó la energía necesaria para sentarse. No podía con la impaciencia mientras Grypht completaba el encantamiento para establecer comunicación.
Un aroma a heno recién segado llenaba el aire en torno a los dos, y la torre en miniatura que se erguía en la palma del lagarto lucía como si estuviera sobre un horno. De pronto estalló en varios pedazos; Grypht volteó la palma, y los fragmentos de arcilla amasada se esparcieron sobre la hierba.
—Soy Grypht —dijo con voz grave y profunda.
—Yo soy Akabar bel Akash —repuso el turmita—. Supongo que no eres una criatura del mal, tal como nos aseguró la dama Kyre.
—No, soy saurio.
—¡Saurio! —exclamó Akabar, emocionado—. ¿Como Dragonbait?
Grypht rió entre dientes. Estaba sumamente intrigado por el sobrenombre tan extraño que Champion había escogido y deseaba conocer las razones.
—Entre los de nuestra tribu, ése al que llamas Dragonbait es conocido como Champion, y es el protector de nuestro pueblo por juramento. Tengo que encontrarlo por encima de todo.
—Está aquí, en el Valle de las Sombras.
—¿En el Valle de las Sombras? —inquirió Grypht.
—La ciudad donde nos hallamos… —Akabar se detuvo un momento y miró alrededor—. La ciudad donde nos hallábamos. ¿Dónde estamos ahora?
—Salí huyendo de la torre contigo después de destruir a Kyre.
—Kyre —repitió el sureño en un susurro—. ¿La mataste?
A pesar del alivio que sintió al saberse libre de las garras de la mujer semielfa, el turmita no pudo evitar la sensación de pérdida irremediable que le causaba la noticia de su desaparición.
—Era servidora de Moander —explicó Grypht, inquieto por la expresión de Akabar—. Te habría sorbido el espíritu y te habría entregado como carnada a su amo.
—Ya lo sé, pero la amaba.
Grypht sacudió la cabeza. «El amor convierte en locos a los magos», pensó.
—La última vez que realicé un escrutinio sobre Champion, él y tú y una halfling viajabais a lomos de una bestia roja de las cavernas, lo que denomináis dragón, creo; pero desde entonces, hace más de un año, no he podido localizarlo de nuevo. ¿Estás seguro de que Champion se encuentra en la ciudad que hemos dejado atrás?
Grypht esperó unos minutos la respuesta de Akabar, pero únicamente un grillo llenaba el aire de sonido. Por fin, el saurio dio un empujón al turmita y gruñó:
—Olvídate de Kyre y responde a mi pregunta.
Akabar lo miró sobresaltado. Comprendió que era de importancia primordial comunicarse con Grypht mientras durara el encantamiento y se sacudió la tristeza para contestarle.
—Seguramente no has podido encontrar a Dragonbait porque viaja con Alias, una guerrera que posee un fuerte sortilegio de ilocalización que también protege a los que van con ella.
—A ti tampoco he podido localizarte mágicamente. ¿Has estado con ellos todo este tiempo?
—No; mi esposa también posee ese sortilegio, pero ahora se encuentra en el Valle de las Sombras. Si no podías localizar a Dragón…, quiero decir, a Champion, ¿cómo se te ocurrió ir al Valle de las Sombras?
—Lo escogí porque sabía que Olive estaba allí, y, como había sido compañera de Champion en una ocasión, pensé que tal vez conocería su paradero.
—¿Olive? ¿Olive Ruskettle está en el Valle de las Sombras? —preguntó Akabar, asombrado.
—Estaba en la torre —contestó Grypht—. Yo me teletransporté allí preparado para lanzar el sortilegio de lenguas y justificar mi presencia, pero Kyre lo rompió y convenció a los demás de que me atacaran, de modo que tuve que huir. Encontré a Olive, pero no tuvimos ocasión de hablar. Sin embargo, hablé con su amigo; un bardo tan alto como tú y muy arrogante. No quiso decirme dónde estaba Champion so pretexto de que necesitaba pruebas que confirmaran mi identidad, pero, en realidad, creo que no deseaba decirme dónde estaba Champion bajo ningún concepto. Entonces irrumpió Kyre y me confinó en una jaula de almas. Pensé que ella había matado a Olive y al bardo, pero ahora estoy convencido de que escaparon porque esta piedra señala la localización de la halfling. —El saurio le mostró el cuarzo amarillo.
—¡La Piedra de Orientación! —exclamó Akabar—. Dragonbait la perdió en Westgate. ¿Cómo es que la tienes tú?
—La tenía el bardo; después la encontré en la bota de Kyre, y por eso deduje que había matado a los dos. La he empleado para localizar a Champion, pero no he logrado nada hasta ahora. En una ocasión, por casualidad, pensé en Olive, en lo habilidosos que eran sus dedos y el temple descarado que la caracterizaba, y al instante la piedra envió un rayo orientador. Apenas podía dar crédito a mi suerte, ni a la de la halfling. Se había librado de Kyre, cosa que yo no habría logrado jamás sin tu ayuda.
—Pero ¿cómo llegó la piedra a manos del bardo?
—Me dijo que la había creado él. Utilizó sus poderes para hablar conmigo.
Akabar frunció el entrecejo. El bardo no podía ser otro que Innominado. Era posible que él hubiera creado la piedra; no en vano lo llamaban el artífice, además de Bardo Innominado. Se preguntó qué motivos tendría Innominado para ocultar a Grypht el paradero de su congénere. ¿Tenía alguna razón para sospechar de él? De pronto recordó que todavía no sabía nada de Elminster.
—¿Qué le hiciste a Elminster? —inquirió—. Desapareció antes de que tú llegaras.
—Lo transferí a mi torre y yo me puse en su lugar —explicó el saurio—. Era la única forma de asegurarme un aterrizaje perfecto en este mundo.
—¿Tienes idea de los problemas que has causado? Todos creímos que lo habían secuestrado.
—Mis pupilos tenían órdenes de recibirlo y disculparme debidamente por las molestias causadas. Podía regresar en cuanto quisiera; es un gran mago con poder para viajar de un plano a otro. Estuve mucho tiempo escrutando a Olive a la espera de que se acercara a un ser de sus cualidades para no dejar desamparada en mi mundo a cualquier criatura sin recursos.
—Si tenía libertad para volver en cualquier momento, ¿por qué no ha regresado todavía?
—¿No ha regresado? —preguntó Grypht a su vez.
Akabar movió la cabeza negativamente.
—¡Oh, vaya! —exclamó el saurio en voz baja.
—¡Oh, vaya! —repitió Akabar—. ¿Es que no se te ocurre otra cosa que decir? Te llevaste a Elminster a otra dimensión sólo para asegurarte la llegada a ésta para encontrar a Dragonbait.
—Es de suma importancia que lo encuentre. La existencia misma de nuestro pueblo está amenazada. Su ayuda es imprescindible para salvarlo.
—¿Por qué? ¿Qué le sucede a tu pueblo? —inquirió Akabar con tono de sospecha.
—Los servidores de Moander provenientes del Abismo han invadido nuestra tierra y han esclavizado a todos los saurios. Únicamente quedamos mis tres pupilos y yo. Los demás han sido obligados a atravesar el plano tartáreo para llegar a este mundo. El Oscurantista los está utilizando para crearse un cuerpo nuevo y encarnarse en los Reinos.
—Moander —susurró Akabar con un estremecimiento—. Es decir que mis sueños no mentían: Moander regresa.
—¿Tú también eres enemigo de Moander?
—He venido al norte para destruirlo —contestó Akabar con voz trémula.
—En ese caso, tu camino es peligroso, Akabar bel Akash, porque has de saber que, de los servidores de Moander en este plano, la barda Kyre era la menor, y aun así estuvo a punto de destruirte.