15
El Reencuentro

Mientras Akabar trataba de convencer a Breck de que se estuviera quieto para que Zhara pusiera en práctica sus dotes curativas y le sanara las heridas, Dragonbait se acercó a Alias y calibró el daño que la mirada de Xaran había infligido a su compañera espiritual; le impuso las manos y musitó una oración.

Dragonbait ya le había explicado en una ocasión que, para curar, oraba, pero ella nunca había oído las palabras. En esos momentos, una especie de vergüenza la invadió al escuchar las piadosas palabras del paladín que rogaba a los dioses el favor de librarla del dolor. Comprendió que la devoción del saurio era equiparable a la de los sacerdotes y sacerdotisas que tanto había escarnecido siempre en su presencia.

Cuando la herida del pecho cesó de sangrar y la carne y la piel se cerraron, Dragonbait le cosquilleó la marca del brazo tiernamente, como para recordarle que seguía apreciándola a pesar de su bárbara impiedad.

—El argos también ha herido a Innominado en una mano —le informó.

Dragonbait se volvió sin decir nada y tomó la mano del bardo entre las suyas al tiempo que repetía la plegaria. La hemorragia cesó y el corte se cerró, aunque al arpero le quedó una profunda cicatriz.

Mientras Olive observaba las escenas del improvisado sanatorio, un conocido brillo amarillo que salía del cinturón del saurio captó su atención.

—¡Mentor! —exclamó—. ¡Dragonbait ha encontrado tu piedra!

—Estaba en el túnel que atraviesa los escombros —manifestó en saurio, entregándosela a Alias.

—La solté cuando me apresaron los orcos —recordó Alias. Se quedó mirando a la halfling y al bardo de hito en hito con una expresión de auténtica sorpresa—. ¿Cómo te ha llamado Olive? —preguntó.

—Mentor —contestó el bardo—. Me llamo Mentor Wyvernspur. Los arperos no consiguieron barrer mi nombre por completo de todas las memorias, y Olive lo descubrió.

—Olive sería capaz de descubrir los secretos más recónditos de los arperos en cualquier momento —musitó Alias y rompió a reír—. ¡Mentor, el que guía! ¡Como la Piedra de Orientación! De modo que «Piedra de Orientación» es una especie de enigma de tu nombre. ¡Y nosotros nombrándote tanto tiempo sin saberlo! —Le dio la gema al bardo y añadió—: Creo que te pertenece. La utilizamos para que nos guiara hasta ti.

—Es la segunda vez en otros tantos días que una mujer hermosa me devuelve lo que es mío —comentó él con una sonrisa arrebatadora.

Tanto Olive como Alias apreciaron el cumplido. La halfling respondió a la adulación con una simple sacudida de la cabeza y se inclinó para recoger la trompa mágica. Pero Alias no lo había visto durante más de un año y la emoción la desbordaba. El júbilo por encontrarlo vivo y toda la ansiedad por estar junto a él y por complacerlo saltaron de pronto a la superficie; le tiró los brazos al cuello y lo abrazó.

—¡Cuánto te he echado de menos! —susurró—. Intenté ir a verte en el Valle de las Sombras pero los arperos me lo prohibieron, y después he estado muy preocupada por tu desaparición.

Por unos momentos, Mentor se sintió incómodo entre los brazos de Alias, quien nunca se había mostrado tan efusiva con él. Después se dio cuenta de que Dragonbait lo miraba con curiosidad. Se imaginó que el paladín lo observaba para descubrir si quería a la muchacha como a una hija y no sólo como a su simulacro cantor.

Entonces la abrazó ostentosamente y, sorprendido, descubrió que, tras el orgullo indomable que sentía como creador, albergaba un cierto sentimiento real de ternura hacia ella.

—Yo también te he echado mucho de menos —admitió suavemente.

Akabar también observaba el reencuentro con satisfacción. Apreciaba a Dragonbait, pero comprendía que la muchacha necesitaba más contacto con seres humanos. Por otra parte, aún le produjo mayor placer el hecho de que Breck contemplara la emotiva escena reflexivamente. «Espero que el arpero se muestre clemente y tenga en cuenta el afecto recíproco entre padre e hija en el momento de emitir el veredicto sobre el bardo», pensó.

Olive, que trataba de mantener una apariencia indiferente ante la efusividad de Mentor hacia Alias, clavó los ojos en Zhara, quien aún estaba curando al leñador arpero. A pesar de su tez morena y de la textura tan diferente del cabello, se dio cuenta enseguida de que la sacerdotisa era otra de las «hermanas» de la espadachina. Mentor ni siquiera la había visto; sólo tenía ojos para la «hija» mayor, la que cantaba.

Cuando la turmita terminó su labor sanadora con el leñador, comenzó a hablar en voz baja con Akabar en su lengua. La halfling aún llevaba el pendiente mágico que le había regalado el bardo y así se inmiscuyó en la conversación de los esposos.

—Aún no hemos celebrado nuestro reencuentro con tanta ternura como ellos —dijo la mujer, tras tirar a su esposo de la manga para llamar su atención—. ¿Todavía estás enfadado conmigo por haber peleado con Alias?

Akabar la miró y suspiró, dándose cuenta de que ella también necesitaba contacto humano. Desde el día anterior no había dejado de pasar por situaciones espantosas, y, a pesar de su gran parecido con Alias, no estaba acostumbrada a los rigores de la aventura. Le rodeó los hombros con los brazos y la besó dulcemente en los labios.

—De mi enfado no queda más que humo —le susurró.

Zhara lo estrechó por la cintura, apoyó la cabeza en su pecho y suspiró profundamente. Su esposo le acarició el espeso cabello cobrizo. Sin previo aviso, una imagen de Kyre le invadió la mente; no podía evitar la visión de la sedosa melena negra de la mujer semielfa.

—¿Qué te ocurre? —preguntó Zhara, preocupada al percibir su agitación.

—Nada —replicó. No tenía sentido agobiar a Zhara con sus sentimientos por una mujer que ya no existía. Abrazó a su esposa más estrechamente, pero la visión no desapareció.

Olive se azoró ante el abrazo de los esposos y centró la atención en los restos mortales de Xaran. Le habían explicado en una ocasión que los alquimistas compraban ojos de argos como ingredientes para sus pócimas, pero calculó que por los de Xaran no iban a darle mucho porque, incluso antes de que lo machacara el alud del techo, le rajara algunos ella misma y Grypht le congelara y quemara los demás, su aspecto no era exactamente fresco y vital.

Pero había algo que sí valía la pena recuperar: el puñal de Mentor, que todavía sobresalía clavado en el ojo central. De forma que dio la vuelta al cadáver para asir el mango del arma.

Grypht captó la mirada de Dragonbait y torció la cabeza ligeramente. El paladín se acercó a él.

—Bien, Champion, ¿qué indica tu shen con respecto al bardo? —le preguntó con discreción.

—No está bajo el poder del Oscurantista —contestó sin una nota de alivio o alegría en la voz.

—De modo que no es el fuego del mal lo que lo quema por dentro, pero no me has dicho lo que ves —recalcó el mago.

—Es el mismo de siempre, Supremo: una montaña de orgullo envuelta en nieblas grises.

—Neutral…, ni bueno ni malo —concluyó Grypht—. Un hombre de grandes valores no exento de la fortaleza necesaria para respetar sus propias convicciones… en caso de que las tuviera —farfulló.

—Tal vez las convicciones no le interesan tanto como su propia persona —sugirió Dragonbait.

—Mentor, ¿quieres el puñal? —preguntó Olive en voz alta.

—Claro que sí, mi pequeña dama fortuna —contestó el bardo con un guiño a la ratera.

Olive hizo un gesto desdeñoso al epíteto lisonjero del bardo y se dio la vuelta para que nadie viera su sonrojo. Se inclinó sobre el cadáver de Xaran y arrancó la daga del ojo de la bestia.

Cuando la pierna de la halfling rozó los restos de la capa, Grypht observó que la gruesa semilla que Xaran había lanzado a la pequeña todavía estaba incrustada entre los pliegues chamuscados de la tela. Vio con alarma creciente que el erizo comenzaba a hincharse; corrió hacia Olive, la levantó en el aire por el brazo y la alejó de allí.

—¡Oye! —protestó ésta—. ¡Bájame! ¡Me haces daño en el brazo!

Un crujido explosivo estalló en la capa de la halfling al abrirse la simiente y dejó escapar una nube de polvo negro azulado. Con la mano libre, Grypht tiró a Akabar del vestido para que Zhara y él se separaran de la nube.

—¡Coge la piedra! ¡Sácanos de aquí de inmediato! —gritó el gran saurio.

Mentor levantó el cuarzo mágico en la mano sana y tomó la de Alias con la otra.

—Dragonbait, ven aquí —le dijo al saurio.

El paladín dio la mano a Alias mientras la nube de polvo, como si tuviera voluntad propia, se acercaba a la halfling, escondida bajo el brazo del mago.

Dragonbait le dio la mano a Zhara y ésta a su esposo; Grypht sujetó la de Akabar. Mentor cantó una nota y el grupo quedó envuelto en un resplandor amarillo antes de desvanecerse de allí. La nube de polvo oscuro viró en el lugar que antes ocupaba y cayó al suelo, incapaz de sostenerse sin huésped.

Cuando la luz del sortilegio desapareció, los aventureros se encontraban de nuevo en la colina junto a las ruinas de la mansión.

—Aquí estaremos a salvo durante un rato, al menos —dijo Mentor—. Debes tener más cuidado, pequeña dama fortuna —le indicó a Olive.

—¿Quién? ¿Yo? —replicó ella, pensando en los riesgos innumerables a que el bardo se había expuesto en un solo día.

Grypht dejó a Olive en el suelo y la halfling se hundió entre la hierba, agotada por el sortilegio y quejándose del dolor en el hombro herido. El gran saurio la señaló con el dedo entre una emanación de madreselva.

—Grypht también te recomienda que andes con cuidado, Olive —tradujo Alias—. Has estado a punto de convertirte en la sierva más diminuta de Moander.

—¿Por qué no he entendido lo que me dijo, Mentor? —preguntó la halfling, confusa, tocándose el mágico pendiente de diamante.

—Es que sólo sirve para las lenguas de los Reinos —explicó el bardo. De pronto se volvió hacia Alias—. ¿Cómo lo has entendido tú?

—Pronuncié el sortilegio de lenguas con la Piedra de Orientación, es decir con la de Mentor, o sea la tuya.

—¡Imposible! Sólo hace encantamientos en manos de un Wyvernspur… —Se detuvo en medio de la frase y frunció el entrecejo—. En este caso, Olive tenía razón —dedujo—. A los ojos de los dioses, tú eres hija mía.

—¿Es cierto, entonces, que el sortilegio de lenguas de la gema es de efectos permanentes? —interrumpió Grypht—. ¿Sigues entendiéndome? —Mentor asintió—. Sin embargo, los efectos permanentes requieren un enorme poder. ¿De dónde procede ese poder?

—De la piedra misma —explicó el bardo en lengua sauria—. Antes de que le insertara una partícula de hielo paraelemental era un artefacto común, pero ahora retiene música, saber y magia.

—¿Deformaste la naturaleza de un artilugio? —interrogó Grypht mirándolo como si estuviera loco.

—¿Por qué no? —repuso Mentor—. Fue un éxito. —Se dio la vuelta y miró a los demás aventureros—. ¡Has reunido un buen grupo para rescatarme, Alias! —comentó.

—¡Eres un presumido, bardo! —lo acusó Zhara, molesta por la actitud del hombre—. Estamos aquí porque teníamos que asegurarnos de que no te sometías a Moander.

Mentor miró a la turmita muy sorprendido al percatarse de su gran parecido con Alias.

—Eres una de las copias de Alias que fabricó Phalse, ¿no es cierto?

—Innominado… bueno, Mentor… —interrumpió Alias—, te presento a Zhara, sacerdotisa de Tymora y esposa de Akabar.

Aunque logró pronunciar esas palabras con voz natural, no pudo evitar un sentimiento de rencor hacia el mago mercader. Mientras tanto, Mentor hacía una reverencia a Zhara.

—Es un gran placer conocerte, señora.

—¿Por qué es un gran placer? —repuso Zhara fríamente—. Yo no canto.

—¿Cómo? ¿Ni siquiera la oración a las estrellas? —interrogó el bardo con un gesto de burla y los ojos chispeantes de malicia—. Creía que todas las sacerdotisas de la Dama Fortuna cantaban esa plegaria todas las noches.

Zhara se quedó aturdida; no esperaba que ese hombre tan autosuficiente supiera nada de religión, y menos aún de los detalles más íntimos con respecto a las oraciones a su diosa.

—Bueno…, sí; eso sí que lo canto —admitió.

—Y apuesto a que además lo interpretas maravillosamente —remató el bardo; se volvió hacia Breck Orcsbane con una amable sonrisa. Aunque no sabía quién era, ya lo había deducido por el alfiler de arpero que llevaba en la capa—. ¿Y tú, arpero? —preguntó—. ¿Tú también has venido a comprobar si me había sometido a Moander? ¿O tal vez pretendes llevarme otra vez a la prisión?

—Antes debo escuchar tu historia, señor —repuso Breck Orcsbane—, para decidir si coincide con la versión de Grypht y Akabar o la desmiente. Por favor, cuéntame todo lo que te ha sucedido desde ayer —le pidió.

—Pues será un relato muy largo —repuso el bardo—; no te importará que me siente antes de empezar, ¿verdad?

—Naturalmente, siéntate —repuso el arpero cortésmente.

Mentor se sentó en la hierba. Olive le devolvió el puñal y la trompa, y ella y Alias se sentaron a ambos lados del bardo como dos hijas complacientes. Los demás, excepto Grypht, se acomodaron enfrente como un auditorio infantil preparado para el cuento de la hora de dormir.

El saurio mago observaba con interés al bardo desde cierta distancia mientras aquél explicaba los acontecimientos del día conforme a la más pura tradición bárdica. El mago oía pero no comprendía, de modo que captaba intensamente el poder que el humano ejercía sobre sus compañeros, que escuchaban el relato con fascinación, cautivados todos por la magia de su voz.

Saber ganarse la atención de los demás y mantenerla era un don raro que ejercía sobre la gente el mismo magnetismo que las cosas extraordinarias. Grypht lo consideró una especie de encantamiento de rango menor, pero tan sutil que resultaba prácticamente irresistible. Ni siquiera Breck Orcsbane permanecía inmune a ese poder. Durante las primeras palabras de Mentor, el leñador mostraba una expresión imparcial pero enseguida sucumbió, como el resto, al ensalmo de sus inflexiones y miraba al hombre mayor con admiración y respeto. «Espero que ahora el guardabosque acepte la verdad sobre Kyre», se dijo el gran saurio.

Olive escuchaba con entusiasmo el heroico retrato que hacía Mentor de su intervención en la primera ocasión en que se libraron de los orcos y de su posterior regreso a solas al laboratorio. Cuando vio la expresión indiferente de Grypht y se dio cuenta de que no entendía el relato del bardo, se levantó sin llamar la atención y se deslizó hasta él; se quitó el pendiente y se lo ofreció haciéndole seña de que se lo pusiera. Grypht, divertido, aceptó la diminuta joya y la encajó en uno de los pinchos que tenía cerca de la hendidura del oído.

—Ya sé que podrías hacer un conjuro para entender lo que está explicando —le susurró—, pero mi pendiente no se gasta como tus hechizos y te lo presto un rato.

Con el pendiente cerca del oído, el gran saurio entendía a la halfling a la perfección, aunque no podía responder, de forma que se limitó a asentir con la cabeza en señal de agradecimiento. Mientras la veía alejarse hacia su sitio al lado de Mentor se preguntó si la pequeña se habría dado cuenta de que, por su gentileza, le abría el camino para caer bajo el influjo del bardo igual que los demás.

Mentor concluyó el relato con una descripción de la batalla final contra Xaran, en la que habían tomado parte todos ellos. Sólo Olive era consciente de las omisiones del bardo; por ejemplo, no había dicho nada de los planes de huida de la torre de Ashaba en caso de que el fallo del tribunal no le fuera favorable, ni de la idea de eludir el juicio en cuanto escapara de Kyre. Y, por supuesto, tampoco habló de la persona que había saqueado el laboratorio. No obstante, la leal halfling no reveló ninguno de esos detalles. «Sería un desastre —se dijo— si los arperos descubrieran la verdad sobre Flattery».

—Y ahora, arpero —interpeló a Breck—, ¿cuál es tu veredicto? ¿Vas a llevarme encadenado al Valle de las Sombras?

—Debido a las presentes circunstancias, tengo cosas mucho más importantes que hacer que escoltar prisioneros por los caminos, señor —repuso el leñador.

Akabar y Breck pusieron a Mentor al corriente de todo: la desaparición de Elminster, la muerte de Kyre, la huida de Grypht de la torre con Akabar, de los escrutinios mágicos de Morala y de la persecución de Grypht.

—Según Grypht —explicó Breck a Mentor—, Moander ha esclavizado prácticamente a la totalidad de su pueblo y los ha obligado a salir de su mundo y a cruzar la región Tartárea para llegar a los Reinos. Ahora esos esclavos están construyéndole un cuerpo.

—¿Cómo sabes todas esas cosas? —preguntó Mentor a Grypht.

—He observado a mi pueblo por medios mágicos durante meses y he presenciado todos sus sufrimientos.

—Tenemos que encontrar ese cuerpo y destruirlo antes de que consigan terminarlo —declaró Breck.

Abrió el zurrón, sacó de él un gran mapa de pergamino y una fina mina de escribanía y extendió el mapa sobre la hierba.

—¡Qué bonito! —comentó Alias, impresionada por la exactitud y el detalle de los accidentes topográficos y la proporción de la escala—. ¿De dónde lo has sacado?

—Lo he hecho yo —contestó Breck sin darle importancia, aunque su sonrisa delataba lo orgulloso que se sentía de su obra—. Aquí está el calvero próximo al Valle de las Sombras donde nos reunimos con Zhara, Grypht y Akabar —explicó señalando con la mina—. La Piedra de Orientación señaló esta dirección cuando Grypht pensó en el compatriota suyo que Moander se llevó de sus tierras —prosiguió al tiempo que trazaba una línea de noroeste a oeste—. ¿El saurio en el que pensaste estaba colaborando en la construcción del cuerpo de Moander? —preguntó a Grypht, y éste asintió—. Así pues, deben de estar en alguna parte por esta zona —concluyó mientras repasaba con el dedo la misma línea de antes. Señaló sobre la carta la región de los Valles—. No creo que lleven tres meses trabajando en un rincón de los Valles sin que Elminster los haya detectado; supongo que en las montañas habrán encontrado escondites mucho más apropiados. —Breck pasó un dedo por los picos aislados de las Montañas del Desierto—. Tal vez estén en Anauroch, pero en el desierto no hay nada con que construir un cuerpo para Moander, ni nada que comer y beber para un grupo nutrido de aventureros, menos aún para una tribu entera.

—¿Estás seguro de que el trazo es exacto? —preguntó Mentor—. Tal vez te hayas equivocado en cuestión de kilómetros.

—Vosotros los bardos —arguyó Breck— os jactáis de no perder nunca la noción de las proporciones, pero nosotros los guardabosques también nos jactamos de una cosa: nunca nos perdemos. Me situé al lado de Grypht y seguí el rayo orientador con mucha atención; desaparecía justo entre estas dos cumbres, la del monte Andria y la del monte Dix.

—Entonces, los servidores de Moander deben de estar trabajando por aquí —dedujo Mentor—, en el Valle Perdido. —Señaló un punto de la línea situado al sur del monte llamado Hans.

—El Valle Perdido no es más que un mito —objetó Breck—. Muchas partidas de aventureros lo han buscado durante siglos y no han encontrado el menor rastro.

—¡Qué rápidamente se olvidan los secretos antiguos de los arperos! —exclamó el bardo—. ¡No es posible buscar el Valle Perdido! ¡Sólo se puede llegar si alguien te transporta mágicamente! Me parece muy probable que Moander escogiera ese enclave porque, gracias a un encantamiento, permanece oculto y conserva una temperatura ideal; además hay unas puertas de acceso a la región Tartárea cerca de allí. ¿Es así como Moander introdujo a tu pueblo en los Reinos desde el Tártaro, a través de unas puertas? —Grypht asintió—. Si queréis podemos describir un triángulo con la piedra, pero apuesto todo mi oro por el Valle Perdido. ¿Aceptas, leñador? Mis cien contra uno a que tengo razón.

—¡Imposible negarse! —replicó Breck al tiempo que recogía el mapa.

—Desde lo alto del cerro el panorama es más amplio —advirtió Mentor, poniéndose en pie. Los demás siguieron su ejemplo, excepto Olive, que se quedó tumbada.

—Yo os espero aquí —les dijo.

Grypht la miró pensativamente y, sacando una ampolla, se la dio a Dragonbait.

—Quédate con Olive —le ordenó—, y comprueba si este bálsamo le alivia el dolor.

Mientras todos seguían al bardo colina arriba, el paladín se arrodilló junto a la halfling. Hasta ese momento no se había dado cuenta de que la pequeña estaba malherida; no era propio de ella sufrir en silencio. Descubrió enseguida lo que debía de haber alarmado a Grypht: una mancha de sangre en la hombrera de la túnica.

¿Qué te pasó en el hombro?, le preguntó por señas.

—Xaran me lanzó una mirada anoche con el ojo que hiere. —Olive se sentó de pronto y se quedó mirando al saurio, sorprendida—. ¡Me has hablado con el código de los ladrones! —exclamó—. ¿Cómo lo aprendiste? Se supone que nadie lo enseña a los que no pertenecen al gremio.

Dragonbait señaló hacia Alias, que ya se alejaba.

—¡Esa chica sólo trae problemas! —se quejó la halfling—. ¡Pues es lo único que nos faltaba en los Reinos! ¡Un paladín que entiende el código secreto de los ladrones! ¡Señor de las Sombras! ¿Es que ya no hay nada sagrado en este mundo?

Dragonbait rió entre dientes ante la última queja de la halfling.

Grypht me dijo que probaras este bálsamo, le comunicó.

—No estoy tan mal —replicó, pero cuando intentó encogerse de hombros el dolor le hizo retorcer la boca sin querer.

Enséñame la herida, insistió el paladín.

Olive dejó escapar un suspiro y desató el cordón del cuello de la túnica; la hombrera resbaló por el brazo al tiempo que dejaba al descubierto un vendaje empapado de sangre.

El paladín levantó las vendas con sumo cuidado mientras un intenso aroma de madreselva, expresión de preocupación, emanaba de las glándulas de su cuello. Aquel hombro tenía peor aspecto que la mano de Mentor, y, sin embargo, la pequeña no había dicho nada cuando él empleaba todas sus energías curativas con Alias y el bardo. Regó la herida con el ungüento de Grypht, pero no se trataba de un remedio mágico. Pese a ello, cuando el saurio sacó una camisa limpia de su propio morral y se la colocó a modo de vendaje, el dolor remitió considerablemente. En cuanto terminó de colocárselo, Olive se puso en pie y le dijo:

—¿Vamos con los demás?

¿Vienes con nosotros a luchar otra vez contra Moander?, preguntó el paladín mientras subían hacia la cumbre.

—Yo voy con Mentor. Lo seguiré a donde vaya.

Dragonbait frunció el entrecejo imperceptiblemente. Se acordó de un comentario de Alias con respecto a la influencia benéfica que el bardo ejercía sobre la halfling, pero él no estaba completamente de acuerdo con esa apreciación; opinaba que era la reputación del hombre, y no el hombre en sí mismo, quien ejercía esa influencia. Sin duda Olive lo consideraba básicamente bueno, igual que la espadachina; ambas opinaban que su genio brillante compensaba su enorme vanidad y las deferencias que tenía con las dos debían contribuir a que ninguna de ellas apreciara el egoísmo y la osadía del arpero en toda su dimensión. Dudaba de llegar a convencerlas de la verdadera naturaleza de Mentor. De pronto, Olive lo sorprendió con una insólita revelación.

—Necesita que alguien lo vigile constantemente para que no llegue a cometer ninguna estupidez supina.

Creía que lo querías.

—Lo adoro, pero no soy idiota, ¿sabes?

Ya lo sé, contestó el saurio.

En lo alto del cerro, entre las ruinas de la casa solariega, Mentor pasó la Piedra de Orientación a Grypht y le dijo:

—Piensa en el mismo saurio en quien pensaste la otra vez. —Ante la vista de todos, un rayo de luz salió de la gema en dirección noroeste—. En estos momentos estamos aquí —le dijo a Breck al tiempo que señalaba en el mapa la posición del refugio—, y el rayo se dirige hacia la cara este de ese monte, ése que parece cortado por la mitad.

—Es el pico llamado Locura de los Magos. Hace treinta años estaba entero, pero dos hechiceros lo escogieron como campo de batalla. —El guardabosque trazó una segunda línea en el mapa, cuyo punto de intersección con la anterior coincidía exactamente con el que Mentor ya había señalado como enclave del Valle Perdido—. Al parecer has ganado la apuesta —admitió Breck.

Olive y Dragonbait llegaron en el preciso momento en que el guardabosque sacaba una moneda de oro de una cartera que llevaba en el cinturón y se la entregaba al bardo.

Mentor la hizo girar entre los dedos y la moneda desapareció en el aire. Únicamente Olive captó el destello dorado que se colaba por la manga del manipulador.

—Entonces, ¿la piedra mágica puede llevarnos al Valle Perdido? —preguntó Breck.

—A la Gruta Sonora, situada en el extremo norte del valle —precisó el bardo—. Desde la entrada se domina todo el paisaje.

—Antes deberíamos averiguar qué es la semilla —terció Grypht—. No dijiste nada en tu relato, pero ¿estás seguro de que el argos no te habló de ninguna semilla?

—Estoy seguro. ¿De dónde ha salido eso de la semilla?

—Yo se lo explicaré —interrumpió Alias con una mirada de advertencia a los demás. No quería que Mentor supiera que había tergiversado sus canciones, pues sólo conseguiría enfurecerlo, de modo que decidió omitir ese detalle—. Debido a que Dragonbait y yo compartimos la misma alma, he desarrollado ciertas habilidades extrañas —comenzó con tiento—. Caigo en una especie de trance y canto cosas relacionadas con el pueblo de Dragonbait. Los saurios son ahora servidores de Moander y saben lo que es la semilla, y así lo hemos descubierto, a través de mi cántico.

—Canta esa canción ahora para que yo la escuche —ordenó Mentor.

Alias repitió las estrofas del cántico saurio; ahora que estaba segura de que el bardo no había caído en poder de Moander, se concentró con facilidad en la primera. Tenía la sensación de que un ser extraño le había revelado los secretos del dios en sueños y le bastaba recordar las imágenes y lo que había sentido para comprender el mensaje a la perfección. Con alarma repentina se dio cuenta de que ahora conocía la finalidad de la semilla con la misma seguridad con que había percibido las intenciones del dios de poseer a Mentor.

—¡Los esclavos ya han terminado de fabricar el cuerpo! —declaró—, ¡por eso ahora necesitan la semilla!

—¿Cómo? —preguntaron Grypht y Akabar al unísono.

—El cántico se refiere a una semilla de posesión —explicó Alias.

—¿Como la que Xaran lanzó a Mentor para dominarlo? —inquirió Olive.

—No exactamente. El año pasado, Moander depositó todo el poder que había adquirido en los Reinos en esa semilla. Se trata de una mucho más poderosa, y mucho mayor también, creo. —Se quedó dubitativa un momento—. Los saurios no la han visto nunca, de modo que no la veo, pero Moander la necesita para encarnarse de nuevo, y sin ella no podrá regresar a los Reinos.

—Bien —declaró Breck—, lo único que tenemos que hacer es encontrarla y destruirla.

—Si Moander no la encuentra, ¿cómo vamos a hacerlo nosotros? —arguyó Akabar.

—Por medio de la Piedra de Orientación —repuso Breck, entusiasmado.

—No funciona si no piensas con exactitud en lo que quieres localizar —explicó el bardo.

—Intentémoslo —insistió el leñador.

Mentor pasó la piedra a Alias y ella se concentró intensamente en el cántico. Le parecía percibir que Moander emanaba excitación e impaciencia. La piedra brillaba en sus manos pero no envió ningún rayo.

—¡Escuchad! —interrumpió Olive—. ¡Es posible que la semilla sea la Piedra de Orientación y que esté señalando hacia sí misma!

—Procura calmar esa imaginación, pequeña dama fortuna —se burló Mentor—. Esa teoría es imposible. Moander jamás ha estado cerca de la Piedra de Orientación.

—No es cierto —lo contradijo Akabar—. Alias la llevaba el año pasado cuando liberó a Moander de su prisión en Yulash, y Dragonbait la utilizó para seguirlo por las puertas que había creado para ir a Westgate. Aunque es cierto que no llegó a tocarla nunca, sí estuvo cerca de ella.

—Xaran no dijo nada de mi piedra —replicó Mentor, molesto—, y yo me habría dado cuenta enseguida si alguien la hubiera manipulado.

—Pero ¿nos lo dirías si lo supieras? —preguntó Akabar con tono de sospecha—. ¿Cómo podemos estar seguros de que Moander no te ha poseído?

—¿Y cómo sabemos que no te posee a ti? —retrucó el bardo.

—Dragonbait no ha percibido maldad en Mentor —intervino Grypht, deseoso de restablecer la unidad.

Alias tradujo las palabras del saurio mago, y el paladín las confirmó con un gesto de la cabeza.

—Sin embargo, Akabar sí que tiene algo que ocultar —anunció Olive al recordar la conversación que había escuchado subrepticiamente—, o por lo menos eso cree Zhara.

—¿De qué se trata, sacerdotisa? —inquirió Breck.

Zhara bajó la mirada al suelo, incapaz de contradecir la declaración de la halfling pero negándose a hablar en contra de su esposo.

—No me ha poseído, aunque sí he sufrido un hechizo —admitió Akabar con un suspiro—, uno de ésos que jamás escapan a la sensibilidad de las mujeres. Kyre me administró un filtro de amor para que la siguiera hasta Moander.

Alias observó el gesto de dolor en el rostro de Breck. Ya había sufrido bastante por la pérdida de Kyre, y la noticia de que había utilizado la magia para seducir a otro hombre fue como un bofetón más en la cara.

—Grypht sabe cómo deshacer ese hechizo —declaró Mentor—, así Moander no podrá utilizar tu amor por Kyre contra nosotros.

—Breck también la amaba —alegó Akabar—. ¿Intentaréis desencantarlo también a él? Kyre era una mujer muy bella e inteligente. ¿Por qué no habríamos de recordarla los dos con cariño? No malgastes tus poderes, mago —le dijo a Grypht—. Lo que sentía por Kyre no importa ya, ahora que está muerta.

—Tiene razón —lo apoyó Breck.

Sólo Alias se dio cuenta del sufrimiento de Zhara. «Es típico de Akabar —pensó la mercenaria—. Siempre le parece que amar a otra no tiene importancia. Espera de Zhara que comparta su afecto con otras esposas o cualquier mujer que desee. Si no hubiera sido porque tenía otros amigos como Dragonbait, Mentor y Olive, también yo habría terminado por aceptar los amores compartidos de ese mercader». Un sentimiento de compasión por la sacerdotisa la embargó, y la conciencia le remordió al recordar cuánto había deseado que Akabar se enamorara de la arpera semielfa y abandonara a Zhara.

El resto de la compañía ya había aceptado la postura de Breck con respecto a la decisión de Akabar y retomaron la discusión sobre la Piedra de Orientación.

—Según tu versión, Kyre se apoderó de tu gema mágica en el momento en que la utilizabais para teletransportaros a este lugar ayer —resumió Grypht—. Esta mañana, el argos la recogió ávidamente cuando se le cayó a Alias de las manos. Estos hechos parecen sugerir que los servidores de Moander tienen cierto interés en poseerla.

—A lo mejor la necesitan para localizar la semilla —apuntó Mentor.

—Es posible, pero eso no descarta la teoría de que tal vez la piedra sea la semilla.

—Moander viajó por tierra desde Yulash hasta las profundidades del Bosque de los Elfos —recordó Mentor, ceñudo—. Pudo dejar su poder en cualquier parte y la semilla podría ser cualquier cosa.

Olive se maldijo por haber tenido esa estúpida ocurrencia. El bardo sentía gran apego por su trozo de cuarzo mágico y, si los demás se empeñaban en destruirlo, Mentor se enfadaría con ella. Se estrujó el cerebro en busca de otro argumento para convencerlos de que la idea era errónea. Por fortuna, Alias palió su falta de imaginación oportunamente.

—Moander jamás pensaría en la piedra de Mentor como escondite de la semilla —anunció—. La cáscara que la contenga tiene que estallar para liberar las esporas de posesión, pero, si la Piedra de Orientación se abriese, soltaría el fragmento de hielo paraelemental que contiene y la simiente moriría por congelación.

—Sí —admitió Grypht—, eso es cierto.

Olive suspiró aliviada cuando Alias devolvió la gema a Mentor; el bardo se quedó mirándola con atención.

—Entonces, si no podemos encontrar la semilla —intervino Breck—, tendremos que volver al primer plan, es decir: eliminar el cuerpo de Moander antes de que lo encuentren sus esclavos y lo resuciten. ¿Estás preparado para llevarnos a la Gruta Sonora, bardo?

—En cuanto deje a Alias en lugar seguro.

—¿Cómo? —exclamó la mercenaria.

—Moander ya te utilizó en una ocasión y lo intentará otra vez —repuso Mentor—. No quiero que te acerques a él.

—Mentor, ¿para qué te molestaste en hacerme espadachina sino para la batalla? —le espetó.

—Para proveerte de medios de defensa propios si te encontrabas con problemas, no para que fueras en busca de pelea… y menos aún para que anduvieras correteando por ahí, persiguiendo deidades malignas a quienes exterminar.

—Sé razonable, bardo —terció Breck—. No es el momento adecuado para paternalismos negativos. Alias es una gran guerrera y la necesitamos.

—Nos escuda con su presencia de los escrutinios de Moander y sus servidores —añadió Grypht.

—Zhara también —arguyó Mentor.

—Pero es posible que Alias entone otro cántico espiritual y nos proporcione pistas sobre cómo enfrentarnos al Oscurantista —insistió el gran saurio.

—No pienso tolerar que la utilices para cánticos espirituales.

—¿Sólo tú tienes derecho a utilizarla para que interprete las tuyas, Mentor? —inquirió Akabar.

—¡Ya basta! ¡Callaos todos! —gritó Alias—. ¡A mí no me utiliza nadie! ¡Hago o dejo de hacer lo que me parece bien a mí! —Se giró hacia Mentor con los brazos en jarras—. Dragonbait es hermano mío, y su tribu es mi tribu también. No lo olvides, padre. Voy a ayudar a los saurios y tú no vas a impedírmelo. Grypht ha contemplado el valle por medio de escrutinios de modo que, si tú no me llevas, me llevará él.

—Hace sólo una hora, el mero pensamiento de Moander te llenaba de pavor —le recordó Dragonbait.

—No tiene importancia —se empecinó Alias—. No pienso quedarme atrás.

—De acuerdo —aceptó Mentor fríamente.

Alias lo miró como si le hubiera dado un bofetón en la cara. Olive comprendía con exactitud lo que sentía y pensaba la guerrera en ese momento. Estaba a punto de replantearse la decisión, igual que le había sucedido a ella tantas veces con Mentor. «No lo permitiré», se dijo y, acercándose rápidamente al bardo, le tomó la mano y se la puso en la de Alias.

—Bien, ahora que está decidido, vámonos —declaró Olive con determinación.

Mentor la miró irritado, pero, para su propia sorpresa, se dio cuenta de que creía en la superstición acerca de las acciones intuitivas de los halflings y no se atrevió a oponerse. Apretó la mano en torno a la de Alias y la miró de soslayo. Alias sonrió tímidamente.

—Es que no quiero que te hieran —le dijo.

—Lo sé —repuso Alias.

Los demás se apresuraron a completar la cadena dándose la mano. Mentor entonó una serie de notas y el resplandor mágico del teletransporte los envolvió.

La Voz de Moander levantó la vista de pronto del cuerpo de su dios. Por orden del Oscurantista gritó:

—Reunid a los voladores. Hacedlos invisibles con un hechizo y que vayan a patrullar por el valle.

Varios servidores de rango menor se apresuraron a cumplir las órdenes de la gran sacerdotisa del amo y bajaron a toda prisa el inmenso montículo de vegetación que Moander habitaría pronto.

Coral sintió que el corazón le daba un vuelco. Cuando el escrutinio de Xaran y el Bardo Innominado se había borrado, supo con certeza que Alias, la espadachina, había rescatado al hombre.

No, sacerdotisa mía, le susurró Moander dentro de la cabeza. Noto el poder de la semilla. El bardo la ha traído al valle. Ya te advertí que estaba bajo mi poder.

—En ese caso, ¿por qué no te la ha traído directamente? —inquirió Coral, desafiante—. ¿Por qué es necesario que los voladores rastreen el valle en su busca?

Sin duda, el bardo habrá traído también a mi sierva Alias, prosiguió sin hacerse eco de la provocación de la sauria, y a donde va Alias, también va el paladín. Tenemos que cobrar esas dos piezas con sumo cuidado, y tú tendrás ese honor, Coral. Champion se alegrará mucho de verte… al principio.

Coral se quedó mirando hacia abajo, mucho más allá de la cima del cuerpo del dios. «Si consigo llegar al borde y saltar, terminaré con este tormento», pensó.

Curiosamente, Moander no pareció percatarse de ese oscuro pensamiento ni sometió a control los miembros de la sacerdotisa. Coral corrió hasta el final del cerro con el nombre de su diosa en los labios y se lanzó al vacío. Comenzó a descender suavemente, como una pluma; abajo, en el suelo, vio la figura de un encantador poseído que la miraba. Moander había utilizado el cuerpo del saurio mago para lanzarle un hechizo, con lo que había abortado su intento de suicidio.

He aprendido mucho, le habló de nuevo Moander. Ahora sé exactamente hasta dónde estás dispuesta a llegar. Tendré que atarte más corto, ¿no? Es inútil que me desafíes. Tú, y sólo tú, sacrificarás a Champion, y a nadie más, tan pronto como plantes la semilla que permite mi reencarnación en los Reinos.

Coral lloraba copiosamente, y las lágrimas caían al suelo en un torrente. Poco después, ella aterrizaba al lado. Se puso en pie bajo el control de Moander y se alejó a grandes pasos para realizar los preparativos de captura de Dragonbait y Alias.