XVI


La jaula tenía tres metros por tres aproximadamente. Había sólo una fina manta cubriendo el suelo, un tubo para beber agua, un agujero para los excrementos y un proveedor automático de alimentos. El hombre que había dentro era muy alto y muy delgado. Tenía cara de halcón, barbudo y famélico. El pelo le llegaba por detrás a las pantorrillas. La barba a las rodillas. Su cabello era negro pero estaba salpicado de mechones grises, por lo que Wolff supo que su padre llevaba mucho tiempo en la jaula. Las drogas llamadas de la inmortalidad prolongaban sus efectos durante años después de suprimidas.

Urizen se acercó a las rejas pero cuidando de no tocarlas. Wolff advirtió en voz baja a los otros que no se acercaran. Se acercó él hasta las rejas como si se propusiese cogerlas. Urizen le observó con ojos enfebrecidos y tristes, pero no abrió la boca. A unos centímetros de las rejas, Wolff se detuvo y dijo:

—¿Aún nos odias tanto, padre, que estás dispuesto a dejarnos morir?

Rozó las rejas con la punta de una flecha; sobre el metal corrieron venas de luz.

Urizen sonrió con amargura y dijo con voz hueca y dolorida:

—Tocar las barras es sólo doloroso, no fatal. ¡Ay, Jadawin, siempre fuiste un zorro! Sólo tú podrías haber llegado hasta aquí. Sólo tú y tu hermana Vala, y quizás Red Orc.

—Así que ella eludió todas tus trampas y cazó al cazador —dijo Wolff—. Es realmente una mujer notable, mi hermana.

—¿Dónde está? —preguntó Urizen—. ¿Murió esta vez? Sé que estaba con vosotros porque me dijo lo que se proponía hacer.

—Ella está en el palacio y aún tiene que enfrentarse con nosotros —dijo Wolff—. Ha estado convenciéndonos durante todo este tiempo de que tú ocupabas la Sede del Poder. Estuvo jugando con nosotros, compartiendo nuestros peligros y fingiendo ser nuestra aliada. Yo sospechaba que trabajaba para ti, pero esto… nunca lo imaginé.

—Estoy sentenciado —dijo Urizen—. No puedo salir de aquí; no podéis abrir esta jaula para liberarme. Aunque quisieseis hacerlo, no podríais. Y si no me ayudan moriré pronto. Vala me ha injertado un cáncer doloroso y lento. En realidad lo ha hecho ya tres veces, eliminándolo luego antes de que me llegase la muerte y haciéndome recuperar la salud para hacerme otro injerto.

—Mentiría si dijese que lo siento, y lo sabes —dijo Wolff—. Tienes lo que te mereces.

—¡Guárdate tu lecciones de moral, Jadawin! —rugió Urizen. Sus ojos relampaguearon con el viejo fuego, y Wolff sintió que algo se estremecía en su interior. Aún no había muerto en él el miedo a su padre.

—Oí que habías cambiado mucho después de vivir en la Tierra, pero no podía creerlo. Ahora sé que es verdad.

—No vine aquí a discutir contigo —dijo Wolff—. Queda poco tiempo para hablar, de todos modos. Dime, padre, ¿cómo podemos llegar a la sala de control? Si quieres venganza, debes decírnoslo. Vala está libre otra vez y probablemente esté en este momento allí.

—¿Y por qué iba a decíroslo? —preguntó Urizen—. Voy a morir, pero al menos tendré el placer de saber que tú, Rintrah, Luvah y Theotormon moriréis conmigo.

—¿Y te causa placer el que Vala triunfe? ¿Te complace que ella siga viva, y que tu cuerpo, también, sirva para adornar el salón de trofeos?

Urizen sonrió amargamente y dijo:

—Si te digo lo que quieres saber, Vala podría morir, pero tú vivirías. Es un dilema muy poco atractivo. De cualquier modo yo perderé.

—Puede que nos odies —dijo Wolff—, pero nunca te hicimos nada. Sin embargo, Vala…

—Los mares —dijo Theotormon— pronto llegarán a esta planta. Entonces moriremos todos. Y Vala, segura en su sala de control, se reirá. Y tomará la venganza que ha estado planeando contra Chryseis.

Wolff estaba desesperado. No podía amenazar a Urizen para obligarle a hablar. ¿Qué más podía hacerle de lo que le habían hecho?

—Vamos. No podemos perder más tiempo —dijo; luego añadió, dirigiéndose a Urizen—: Adiós para siempre, padre. Debes morir y pronto. Y piensa que si hablases podrías conseguir vengarte. Pero el odio te ciega y te lo impide.

—¡Un momento! —gritó Urizen.

Wolff se volvió ansioso hacia la jaula. Urizen se lamió los labios y dijo:

—Si os lo digo, ¿me haréis un favor?

—No puedo liberarte, padre —dijo Wolff—. Sabes que no tenemos tiempo para estudiar el modo de hacerlo. Además, aunque pudiese, no lo haría. Te mataría antes de dejarle libre en el mundo.

—El favor que pido es exactamente ése —dijo Urizen—. La muerte. Sufro un calvario, hijo mío. Mi orgullo me impidió confesarlo hasta ahora. Pero un minuto más de vida me parece como un millar de años. Si no fuese por mi orgullo me habría hincado de rodillas ante ti hace mucho. Para pedirte que me librases de mi tormento. Pero yo nunca haría eso. Urizen no pide ni suplica. Pero un intercambio, es otra cosa.

—De acuerdo —dijo Wolff—. Una flecha entre las rejas servirá.

Urizen les murmuró en pocas palabras lo que necesitaban saber. Justo cuando acababa se oyó una risa al fondo de la sala. Wolff dio la vuelta y vio a Vala caminando hacia ellos. Colocó una flecha en el arco, sabiendo mientras lo hacía que Vala no se habría presentado de aquel modo ante ellos de no sentirse suficientemente protegida.

Entonces vio a través de Vala la pared opuesta y se dio cuenta de que se trataba de una proyección. Ojalá no haya oído también las palabras de Urizen, pensó. Si las ha oído, podrá hacer lo que quiera con nosotros.

—No habría podido salirme mejor si lo hubiese planeado así —dijo la imagen—. Es muy propio, y es mi mayor deseo, que todos muráis juntos. ¡Una feliz reunión de familia! Podréis presenciar cómo agonizan vuestros hermanos. ¡Qué maravilla!

»Y dejaré este planeta y este universo y quizás pueda entonces atrapar al hermano superviviente y a mi querida hermana Aana. Aunque antes me dedicaré a divertirme un poco con tu Chryseis.

—¡Has fracasado hasta ahora y continuarás fracasando! —gritó Wolff—. ¡Aunque nos mataras, no vivirías para gozar de tu triunfo! Conoces el veneno etsfagwo de los nativos del mundo acuático, ¿verdad? ¿Sabes que puede mezclarse con los alimentos y que no tiene ningún sabor? ¿Sabes que penetra en las venas y permanece allí mucho tiempo sin causar daño? Y luego, de pronto, se produce la reacción y la víctima perece entre horribles dolores que se prolonga muchas horas. Y sabes también que no hay antídoto.

»Vala, como sabes yo sospechaba tu traición. Así que te puse ese veneno anoche en la comida. Pronto dará cuenta de ti, Vala, y entonces no podrás reírte de nosotros.

Wolff no había hecho tal cosa y hasta aquel momento no se le había ocurrido siquiera la posibilidad de hacerlo. Pero estaba decidido a que, si él moría, Vala pagase por ello con unas horas de angustia mental.

La imagen lanzó un grito de furia y desesperación.

—¡Mientes, Jadawin! —dijo—. ¡Tú nunca harías eso, no podrías hacerlo! ¡Sólo pretendes asustarme!

—¡Sabrás si te digo la verdad o no dentro de muy poco! —gritó Wolff.

Se volvió para disparar la flecha entre las rejas de la jaula y cumplir la promesa que había hecho a Urizen. Al dar la vuelta, vio que la imagen de Vala reverberaba y se desvanecía. Inmediatamente después, una espuma verde brotó de las tuberías ocultas que había en el techo. Cayó con gran fuerza, se desparramó, cubrió hasta las rodillas a los Señores y les hizo toser con sus vapores acres. A Wolff comenzaron a lagrimearle los ojos; se inclinó. Recogió el arco y la flecha que había dejado caer. Los vapores le hicieron toser aun más violentamente.

De pronto, la espuma le llegaba al cuello. Se debatió entre ella hacia la puerta del fondo, aunque podría haber allí esperándole otra trampa. La espuma le cubrió la cabeza. Contuvo el aliento y se colocó su mascarilla de aire. Luego la levantó un poco por encima de la cabeza y sopló la espuma que había penetrado en ella. Ojalá los otros tengan suficiente presencia de ánimo para pensar en sus mascarillas, se dijo.

A unos pasos de la salida, sintió que la espuma empezaba a endurecerse. Continuó avanzando penosamente. Pero su avance iba reduciéndose a un movimiento muy lento. De pronto, la espuma se convirtió en una especie de gelatina y la opacidad verde se aclaró. Estaba capturado como una mosca en ámbar.

Wolff no podía ver a los otros que estaban detrás. Contemplaban la entrada a la que había intentado llegar. Probó a mover los brazos y las piernas y descubrió que podía hacer lentos avances. Con un inmenso esfuerzo, pudo avanzar unos centímetros. Luego la gelatina, como una marea, le empujó de nuevo hacia atrás y se asentó a su alrededor. No podía hacer más que esperar a que se agotase su reserva de aire. El sistema de respiración era un sistema cerrado que no eliminaba el bióxido de carbono. Si hubiese sido un sistema abierto, habría muerto ya. La gelatina se cerraba a su alrededor con tanta fuerza que no habría habido espacio para expulsar el bióxido de carbono.

Le quedaba, más o menos, media hora de vida. Vala debía de estar riéndose ahora. Y Chryseis, la hermosa Chryseis, la de los grandes ojos, ¿qué estaría haciendo? ¿Se habría visto obligada a contemplar aquella escena? ¿O estaría escuchando la descripción de lo que Vala se proponía hacer con ella, de labios de la propia Vala?

Pasaron quince minutos durante los cuales se esforzó desesperadamente por hallar una salida. No había ninguna. Aquél era el final de veinticinco mil años de vida y de los poderes de un dios. Su vida había sido inútil; podría muy bien no haber nacido. Moriría, y Chryseis moriría también, y ambos pasarían a constituir dos ejemplares más de la sala de trofeos.

No, al menos eso no sería cierto. Vala tendría que abandonar aquel lugar. Las aguas que penetraban por la puerta del nivel más alto del palacio aseguraban esto. No podría permitirse aquel placer. Su cuerpo y el de Chryseis quedarían en el fondo del mar, en la oscuridad y el frío, hasta que la carne se pudriera y los huesos se desmenuzaran por la acción de las corrientes que los esparcirían por todas partes.

¡Las aguas! Había olvidado que continuaban descendiendo por las plantas, escaleras abajo. Si…

La primera oleada medio llenó el pasillo que había más allá de la arcada y arrancó un trozo de gelatina. El pasillo estaba totalmente lleno y la gelatina empezaba a disolverse. El proceso era lento, sin embargo. Las aguas avanzaban hacia él poco a poco, convirtiendo la gelatina en una espuma verde que el líquido absorbía. Había pasado más de media hora según sus cálculos. Tenía la sensación de que cada segundo sería el último.

La gelatina se convirtió en espuma verde y oscureció su visión. La masa espesa y compacta se disolvió y Wolff quedó libre. Pero el peligro pasaba a ser mayor. Sumergido en el agua, se ahogaría en cuanto se le acabase el aire.

Nadó hacia los otros, a los que podía ver a través de un velo verde. Los liberó de la gelatina que aún los atrapaba, pero descubrió que Rintrah estaba muerto. Se había colocado la mascarilla a tiempo, pero algo había ido mal. Wolff hizo un gesto a Theotormon y a Luvah y nadó hacia la otra salida. Se abría a su única esperanza. Intentar cruzar la puerta a través de la cual penetraba el agua era imposible debido a la corriente. Se veían arrastrados, quisieran o no, hacia la otra puerta.

Wolff cavó en la gelatina que tapiaba la puerta hasta abrirse camino y cayó de cabeza en la sala siguiente. Sus hermanos cayeron tras él y se deslizaron boca abajo por la estancia, tropezando con él en la pared opuesta. Se apartaron rodando de la corriente y se levantaron. Wolff se quitó la máscara. No sólo tenía que hablar con ellos sino que al cabo de un minuto o dos la habitación se llenaría también de agua.

—¡Urizen me dijo que había una puerta secreta que daba a un duplicado de la sala de control! ¡La tenía preparada por si alguien conseguía apoderarse de la sala de control principal! ¡Tiene mandos que pueden desactivar los de la sala principal! Pero para llegar allí, tenemos que cruzar la puerta de la trampa de rayos caloríficos. ¡No tuvo tiempo de decirme cómo se desconectaban esos rayos! ¡Volveremos a ponemos las mascarillas cuando nos cubra el agua y entonces iremos hasta allí! ¡Espero que el agua estropee los proyectores!

Se colocaron las mascarillas y se acuclillaron en un rincón próximo a la entrada para protegerse del empuje de la corriente. El agua golpeó la pared opuesta a la entrada y luego cubrió la estancia y atravesó la puerta. Viendo que el agua no activaba los rayos, Wolff lanzó su hacha de piedra hacia la puerta. Aun a través de sus párpados cerrados, vio el resplandor. Cuando abrió los ojos el agua hervía. El hacha había cruzado la entrada.

Las aguas se elevaban rápidamente, arrastrando a los Señores hacia el techo. Cuando quedaban sólo unos treinta centímetros de aire entre mar y techo, se pusieron las mascarillas. Wolff buceó aproximándose lo máximo posible al suelo y empezó a nadar. De pronto, el aire se agotó. Contuvo el aliento y continuó nadando. Hubo un resplandor de luz que le cegó y el agua pareció quemar sus manos desnudas y su nuca. Se lanzó contra un lado de la entrada y pasó a la habitación contigua. Echó allí los pies al suelo y se impulsó hacia arriba. Extendió las manos para aminorar el impacto contra el techo, que aún no podía ver.

Su cabeza chocó con piedra, se quitó la mascarilla y respiró. Sus pulmones se llenaron de aire, luego el agua le golpeó en la boca y tosió. Volvió a ver; Theotormon y Luvah estaban a su lado. Wolff alzó una mano y señaló hacia abajo.

—¡Seguidme! —gritó.

Buceó, los ojos abiertos, deslizando las manos a lo largo de la pared. Había en un nicho una estatua de jade verde, de unos treinta centímetros de altura, que debía haber sido en otros tiempos un ídolo de algún pueblo de algún universo. Wolff giró la estatua y una sección de la pared se abrió hacia adentro. Los tres Señores se vieron arrastrados a una gran sala. Se pusieron de pie y Wolff corrió hasta una consola y activó una palanca roja. La puerta se cerró rápidamente, tapiando el agua. Pero la habitación quedó cubierta, de todos modos, hasta unos treinta centímetros de altura.

Después de localizar la consola de la que Urizen le había hablado (había por lo menos treinta), Wolff accionó una placa rectangular sobre la que había grabado un ideograma del antiguo alfabeto que en otros tiempos utilizaban los Señores. Retrocedió y por primera vez en mucho tiempo sonrió.

—Vala no sólo no podrá ya utilizar los controles —dijo—, sino que ha quedado también atrapada en su sala de control. Y todas las puertas de salida de la sala están desactivadas. Sólo las puertas permanentes del palacio, como la puerta del mundo acuático, siguen funcionando.

Wolff extendió la mano hacia el botón que desactivaría la pantalla visual de la otra sala de control. Pero no llegó a pulsarlo; se detuvo un momento pensativo.

—Cuanto menos sepa nuestra hermana sobre la situación, mejor para nosotros —dijo—. Theotormon, ven aquí y escucha atentamente.

Wolff y Luvah se ocultaron detrás de una consola y atisbaron por una estrecha abertura que había entre ella y su pantalla. Theotormon pulsó el botón con la punta de una aleta. Vala le miraba fijamente, su pelo largo y rojizo empapado y la cara contraída de cólera.

—¡Tú! —exclamó.

—Saludos, hermana —dijo Theotormon—. ¿Te sorprende verme aún vivo? ¿Cómo te sienta saber que te he cortado la salida y te he dejado indefensa?

—¿Dónde están tus hermanos, tus aliados? —preguntó Vala, intentando ver en la habitación, por detrás de él.

—Han muerto. Sus tanques de aire se agotaron, lo mismo que el mío. Pero este cuerpo que mi padre me dio me permitió contener el aliento hasta que el agua deshizo tu gelatina.

—¿Así que por fin Jadawin está muerto? No lo creo. ¡Estás intentando engañarme, babosa estúpida!

—No estás en situación de poder insultarme.

—Déjame ver su cuerpo —dijo ella.

—Eso es imposible —dijo Theotormon, encogiéndose de hombros—. Debe de estar flotando por algún rincón del palacio. Apenas si pude llegar yo mismo a esta sala. No puedo salir por él, se inundaría esta habitación.

Vala miró el agua del suelo y luego sonrió.

—Así que también tú estás atrapado. Tú, pez apestoso e imbécil, ni siquiera tienes el cerebro de un pez… ¡Me has indicado exactamente cuál es tu situación!

Theotormon lanzó un gemido.

—Pero… pero… —dijo.

—Debes creer que me tienes en tu poder —dijo Vala—. Y en cierto modo es así. Pero también yo te tengo en mi poder. Yo sé dónde está el vehículo espacial. Ese vehículo puede llevarnos fuera de este planeta, hasta otro, otro planeta que tiene una puerta por la que podremos abandonar este universo. ¿Qué te propones hacer, dime?

Theotormon se rascó la piel de la cabeza con la punta de una aleta.

—No lo sé.

—¡Oh, sí, claro que lo sabes! ¡Eres estúpido, pero no tanto! Harás un trato conmigo. Me dejarás salir de aquí y yo te dejaré ir conmigo en la nave. Ninguno de los dos tenemos otra posibilidad.

Wolff no podía ver la expresión de Theotormon, pero podía deducir de su tono que fingía suspicacia y recelo.

—¿Cómo puedo confiar en ti?

—No tienes otro remedio. Podremos solucionar esto de modo que ninguno pueda engañar al otro. ¿De acuerdo?

—Bueno, no sé…

—Esta sala de control no se vería afectada aunque el mar alcanzase más de un kilómetro de altura y se asentase eternamente sobre el palacio. Tengo comida y agua suficiente para un año. Puedo sentarme simplemente aquí a esperar a que mueras. Y esperar luego hasta que encuentre un medio de salir. Y, no lo dudes, encontraré un medio.

—¿Por qué no lo haces, entonces? —preguntó Theotormon.

—Porque no quiero estar un año en esta sala. Tengo mucho que hacer.

—Está bien. ¿Y qué me dices de Chryseis?

—Ella viene conmigo. Tengo planes para ella —contestó Vala.

Su tono se hizo aun más suspicaz.

—¿Por qué te preocupas por ella? —añadió.

—No sé —dijo Theotormon—. Simplemente me lo preguntaba. Bueno… pensé que quizás accederías a dármela. Debe ser muy bella, por lo que dijo Jadawin.

Vala se echó a reír y dijo:

—Sería una buena forma de torturarla. Pero no es bastante. No, no te la daré.

—Entonces no hay trato —dijo Theotormon—. Quédatela. Veremos cómo te sienta estar atrapada con ella durante un año. Además, no creo realmente que puedas llegar nadando hasta la nave espacial. La presión del agua te matará.

—¡Óyeme, babosa estúpida! —dijo Vala—. ¡Eres capaz, por lo que veo, de morir antes que hacerme un favor! ¡Está bien, te la daré!

Wolff sonrió. Había dado instrucciones a Theotormon para que sacase el tema de Chryseis y apartase así el pensamiento de Vala de él. Este asunto de Chryseis era bastante irrelevante y tan theotormónicamente egoísta que Vala podría convencerse de que él no estaba ocultando la verdad.

Theotormon aplaudió con sus aletas alegremente. Wolff pensó que ojalá aquella alegría fuese fingida, pues no estaba seguro de que Theotormon no fuese a traicionarle en el último momento.

—De acuerdo —dijo Theotormon—. Ahora, dime, ¿cómo podemos llegar hasta la nave?

—Primero tendrás que liberarme. No voy a decírtelo para que luego te vayas sin mí.

—Pero si abro la puerta de tu sala, podrás salir y adelantarte.

—¿No puedes ajustar los controles de modo que se abran las puertas en el momento en que tú llegues aquí?

Theotormon lanzó un gruñido como si no se le hubiese ocurrido la idea.

—Está bien. Con la condición de que salgas de la sala sin ninguna ropa encima. Debes salir desnuda y sin nada en las manos. Yo saldré de mi sala sin armas. Ambos saldremos exactamente al mismo tiempo y nos encontraremos en el pasillo que une las dos salas.

—¡Yo pensaba…! —dijo Vala—. Por lo que dices sabías desde el principio cómo llegar aquí… ¡Así que ahí es donde están los otros controles! Y yo creía que el otro extremo del pasillo era una pared…

—De nada te servirá saberlo —dijo Theotormon—. No podrás pasar si yo no te dejo. Otra cosa, desnuda también a Chryseis. No quiero que ocultes armas entre su ropa.

—¿No quieres correr ningún riesgo, verdad? —dijo Vala—. Puede que seas más inteligente de lo que yo pensaba.

¿Qué estaría planeando Vala? Si se encontraba con Theotormon en mitad del pasillo, estaría desvalida frente a la mayor fuerza de éste. Él la atacaría en cuanto ella revelase el emplazamiento de la nave espacial, eso era seguro.

La verdad era que Wolff, Luvah y Theotormon sabían donde estaba la nave espacial. Theotormon había fingido ignorarlo sólo para aparentar darle una ventaja a ella. Tenía que convencerla de algún modo para que saliera de la sala de control, porque si no jamás saldría. Wolff conocía a su hermana. Era capaz de morir y arrastrar consigo a Chryseis antes que rendirse. Para ella era inconcebible el que un Señor mantuviese la promesa de no atacarla. Tenía buenas razones para pensar así. De hecho, el propio Wolff, aunque ya no se consideraba nunca un auténtico Señor, no estaba seguro de ser capaz de mantener la palabra dada. Desde luego, no pretendía que Theotormon respaldase sus garantías.

Entonces, ¿qué tendría pensado Vala?

Theotormon volvió de nuevo a repetir lo que habían de hacer, fingiendo no estar seguro del todo. Luego desactivó la pantalla y se volvió para que Wolff y Luvah pudiesen salir antes y adelantarse. Como había dicho Theotormon, el pasillo comunicaba las dos salas de control. Las salas de control y el vestíbulo que había entre ellas estaban en una unidad cerrada protegida por paredes de una aleación metálica de cinco metros de espesor. La unidad podría soportar cualquier presión del agua y resistir hasta el impacto directo de una bomba de hidrógeno. La pared interior estaba cubierta de una substancia capaz de rechazar los neutrones de una bomba neutrónica. Urizen había situado la sala de control secreta en esta unidad, junto a la sala de control principal, precisamente para situaciones de este género. Cualquiera que lograse penetrar en la sala principal no sabría que había una salida al pasillo hasta que se abriese parte de la aparentemente sólida pared de la sala de control principal.

El propio pasillo, aunque era un servicio de emergencia, estaba decorado como si fuese a utilizarse para sala de recepción de los Señores. Había en él cuadros, esculturas y muebles que ni siquiera un multimillonario terrestre podía adquirir con toda su fortuna. Había un candelabro tallado en un solo diamante, que pesaba media tonelada, colgando de una inmensa cadena de oro. Y no era éste el objeto más valioso del pasillo.

Wolff se ocultó detrás de un sofá cubierto por la piel sedosa, color chocolate y azul, de un animal. Luvah se escondió detrás del pedestal de una estatua. Theotormon se aseguró de que sus compañeros estaban dispuestos y volvió a la sala de control para informar a Vala que ya podían llevar a cabo el plan según lo previsto. Luego apretó el botón que abría la puerta de la sala de Vala.

La pared del otro extremo del pasillo se deslizó hacia arriba. Brotó luz de la abertura y Vala sacó cautamente la cabeza. Theotormon hizo lo mismo desde su puerta. Salió rápidamente, preparado sin embargo para retroceder si ella tenía un arma. Ella lanzó una sorda carcajada y salió al pasillo, con las manos abiertas para mostrar que no llevaba nada. Estaba desnuda y majestuosa.

Wolff la miró un instante, pero sólo tenía ojos para la mujer que la seguía. Era su Chryseis, la hermosa ninfa de grandes ojos y pelo atigrado. Ella, también, iba sin ropa.

—El Cuerno de Shambarimen —dijo Theotormon—. ¡Casi se me olvida! ¿Dónde está?

—Está en la sala de control —contestó Vala—. No lo traje porque me dijiste que debía salir con las manos vacías.

—Entra por él, Chryseis —dijo Theotormon—. Pero cuando vuelvas, traelo alzado sobre la cabeza y no apuntes hacia mí. Si haces un movimiento brusco con él, te mataré.

La risa de Vala inundó el pasillo.

—¿Tanto miedo tienes que sospechas hasta de ella? ¡Ella no te haría daño! ¡Ella no haría nada por mí!

Theotormon no contestó. Siguiendo las instrucciones de Wolff, jugaba el papel del Señor receloso, suspicaz y alerta en previsión de cualquier traición de Vala. Si Theotormon se hubiese mostrado demasiado seguro, ella habría sospechado inmediatamente algo.

Vala y Theotormon fueron aproximándose luego, avanzando lentamente y al unísono. Era como si siguiesen los pasos de una danza, y se movía rígidamente, a un ritmo coordinado.

Wolff, acuclillado, esperaba. Se había quitado el traje para que no entorpeciera sus movimientos. El sudor de la tensión cubría su cuerpo. Ni él ni Luvah llevaban armas. Las habían perdido todas antes de llegar a la sala secreta. Y, para su decepción, en la sala no había armas. Al parecer Urizen no lo había considerado necesario. O, mucho más probable, había armas ocultas detrás de las paredes, accesibles sólo a quien supiese encontrarlas. Urizen no había tenido tiempo para dar aquella información… si es que había tenido intención de hacerlo.

El plan era esperar a que Vala pasase ante Luvah, oculto al otro lado del vestíbulo. Cuando él saliese tras ella, Theotormon saltaría también a cogerla. Wolff abandonaría entonces su escondite y ayudaría a los otros dos.

Vala se detuvo a unos metros de distancia del candelabro de diamante. Theotormon se detuvo también.

—Bueno —dijo ella—, mi feo hermano, parece que has cumplido tu parte del acuerdo.

Theotormon asintió con un gesto y dijo:

—Ahora, dime, ¿dónde está la nave espacial?

Dio un paso con la esperanza de que también ella lo diese y se acercase más. Pero Vala se quedó quieta. Burlonamente, dijo:

—La entrada a la nave está precisamente al otro lado de ese espejo en forma de rosa. ¡Podrías haber entrado por ahí dejándome morir, si lo hubieses sabido, basura estúpida!

Theotormon gruñó y saltó hacia ella. Luvah salió de detrás de la estatua pero tropezó con Chryseis. Wolff se levantó y corrió directamente hacia Vala.

Ésta lanzó un grito y alzó la mano derecha, la palma en ángulo recto respecto al brazo, los dedos apuntando rígidamente hacia el techo. De la palma brotó un rayo de un blanco intensísimo, no más grueso que una aguja. Vala movió su mano hacia la izquierda en un arco horizontal. El rayo cruzó el cuello de Theotormon, decapitándolo. Por un instante el cuerpo quedó en pie, rígido, la sangre brotando del cuello como un surtidor. Luego se desplomó hacia delante.

Wolff se echó al suelo detrás de Theotormon. Vala, al oír a Luvah gritar cuando se recobró de su choque con Chryseis, dio la vuelta. Evidentemente pensó que aquél era el peligro más próximo y que ya tendría tiempo luego de enfrentarse a Wolff.

Chryseis había reaccionado rápidamente. Al ver la cabeza del hombre-foca caer, se había lanzado detrás de una estatua para protegerse. El rayo de Vala arrancó un trozo del pedestal de la estatua pero no alcanzó a Chryseis. Luvah se abalanzó hacia Vala con la cabeza baja. Vala saltó a un lado y le golpeó con el canto de la mano izquierda. Luvah cayó de bruces, inconsciente.

El por qué no le había matado con el pequeño lanzarrayos implantado en la palma de la mano era un misterio. Quizás quisiese reservar a alguien a quien poder torturar, actitud muy acorde con la psicología de los Señores.

Wolff se encontraba desvalido, o al menos eso pensaba Vala. Avanzó hacia él.

—Ahora te mataré a ti —dijo—. Eres demasiado peligroso para dejarte vivir un minuto más de lo necesario.

—Aún no estoy muerto —dijo Wolff.

Sus dedos se cerraron sobre la cabeza de Theotormon. La lanzó contra ella. Inmediatamente, Wolff se levantó y corrió hacia Vala, sabiendo que no tenía ninguna posibilidad pero con la esperanza de que sucediese algo que desviase suficientemente la puntería de ella.

Ella alzó la mano para protegerse del proyectil. El rayo partió la cabeza por la mitad, pero una sección continuó avanzando hacia ella.

El rayo, dirigido momentáneamente hacia el techo, cortó la cadena de oro. Y el candelabro de diamantes de media tonelada cayó sobre ella.

Wolff se lanzó al suelo para apartarse de la línea de fuego, en caso de que ella viviese aún y pudiese utilizar la mano. Vala alzó la cabeza, en sus ojos aún brillaba una luz. Sus brazos y su cuerpo estaban aplastados bajo el diamante, por debajo del cual salía sangre.

—Hermano… lo conseguiste —balbuceó.

Chryseis salió de detrás de la estatua y se arrojó en brazos de Wolff. Le abrazó, sollozando. Él no pudo reprochárselo, pero había aún cosas que hacer.

La besó unas cuantas veces, la abrazó y luego la apartó de sí.

—Tenemos que salir de aquí mientras podamos —dijo—. Aprieta la tercera gárgola de la izquierda, sobre el espejo.

Lo hizo y el espejo giró hacia adentro. Wolff se echó al hombro a su inconsciente hermano y se dirigió hacia la entrada.

—¡Robert! —dijo Chryseis—. ¿Y ella?

Él se detuvo.

—¿Qué quieres decir?

—¿Vas a dejarla sufriendo así? Tardará mucho en morir.

—No lo creo —dijo él—. Además, tiene su merecido.

—¡Robert!

Wolff suspiró. Por un instante había sido de nuevo un completo Señor, se había convertido en el viejo Jadawin.

Dejó a Luvah en el suelo y se acercó a Vala. Ésta se agitó, movió una mano. Una sección del diamante se derrumbó en el suelo. Wolff saltó hacia ella y en el momento mismo en que el rayo brotaba de su palma asió la mano. La retorció tan violentamente que los huesos crujieron. Vala lanzó un último grito de dolor antes de morir.

Dirigido por Wolff, el rayo láser la había guillotinado.

Wolff, Chryseis y Luvah entraron en la nave espacial. Ésta se elevó en línea recta desde la rampa de lanzamiento a la cúspide misma del palacio. Wolff dirigió la nave hacia la puerta de salida, oculta en las montañas del planeta de los tempusfudgers. Sólo entonces tuvo tiempo para enterarse de cómo había logrado Vala sacar a Chryseis de su cama y de su mundo.

—El hexáculo me despertó —dijo ella— cuando estaba durmiendo. Él… la voz de Vala… me advirtió que si intentaba despertarte morirías de un modo horrible. Vala me dijo que sólo siguiendo sus instrucciones evitaría tu muerte.

—Deberías haberlo pensado mejor —dijo él—. Si ella hubiese podido matarme, ya lo habría hecho. Pero en fin, supongo que estabas demasiado preocupada por mí. No te atreviste a correr el riesgo de que pudiese hacerlo.

—Sí. Yo quería gritar, pero tenía miedo a que ella pudiese cumplir sus amenazas. Estaba tan aterrada, tenía tanto miedo por ti, que no podía pensar claramente. Así que crucé la puerta que ella me indicó, una de aquellas puertas que daban a una planta inferior de nuestro planeta. Desactivé las alarmas antes de entrar, tal como ella me ordenó. Vala estaba esperándome en la cueva a la que conducía la puerta. Había instalado ya otra puerta para poder pasar conmigo a este universo. El resto ya lo sabes.

Wolff entregó los controles a Luvah, para poder abrazarla y besarla. Ella empezó a llorar y pronto lloraba él también. Las lágrimas de Wolff no sólo eran de alivio por haber podido recuperarla ilesa y por el fin de las angustiosas experiencias de aquel mundo. Lloraba también por sus hermanos y su hermana muertos. No lloraba por los que acababan de morir, por los adultos. Lloraba por sus hermanos y hermana como los niños que habían sido en otros tiempos y por el amor que se habían profesado mutuamente de niños. Lloraba por la pérdida de lo que podrían haber sido.