XV


Hubo un temblor y una explosión. Se alzaron en el aire nubes de vegetación y de raíces envueltas en humo negro. Cuando se despejó el humo, Wolff condujo a los Señores hacia la colina. Ésta se hundía rápidamente; su unión con el resto de la isla estaba cortada y su parte inferior destruida. Bajo el peso de los grandes hexágonos dorados, se hundía.

Wolff arrojó varias bombas con la mecha encendida contra la base de las puertas para acelerar el hundimiento de éstas. Las puertas comenzaron a caer. Wolff mandó a sus hombres que esperasen hasta que la parte superior llegase a la línea del pozo formado por la explosión. Cuando las puertas se deslizaron en el agua, dio orden de saltar. Con la mascarilla en la cara, los tanques de aire activados, una lanza de punta de pedernal en una mano, y un cuchillo de pedernal y un hacha en el cinturón, saltó al agua.

La parte superior de las puertas desapareció justo cuando él salía a la superficie para ver mejor lo que sucedía. El agua estaba tan revuelta, llena de trozos de raíces y hojas, que apenas podía ver. Se agarró a la parte superior del marco y dejó que el peso de éste le arrastrase hacia abajo. Caía hacia el fundo, pero Wolff sólo pudo seguir un breve espacio con él.

Luvah, que sostenía a Vala con una mano, se sujetaba con la otra al tobillo de Wolff. Otro Señor se sujetaba al tobillo de Luvah. Theotormon sería el único nadador independiente hasta que cruzase la puerta.

Wolff se aseguró, tanteando, de que estaba en la puerta izquierda. Luego empezó a nadar. No le costó trabajo entrar. El impulso del agua le arrastraba.

La corriente le llevó hasta un alargado vestíbulo. Las paredes tenían luz propia, luz suficiente para poder distinguir los detalles. Algunas de las placas de la pared estaban parcialmente arrancadas o dobladas. Al fondo del vestíbulo, había dos gruesas puertas de metal blanco grotescamente retorcidas. La explosión había resultado eficaz. Aquellas puertas probablemente aislasen el resto del palacio del agua. La presión del agua del fondo del mar habría acabado sin duda abriéndolas. Por entonces, los Señores habrían muerto también a causa de la presión.

Wolff cruzó las puertas destrozadas y penetró en otro pasillo. Viendo su final, dio la vuelta hasta situar sus pies por delante. El agua se encrespaba al fondo, golpeando la pared, y continuaba luego a lo largo de un pasillo ligeramente inclinado. Wolff aguantó el impacto con los pies, se lanzó hacia un lado y continuó arrastrado por la corriente hacia el fondo. La luz le mostró una serie de largas púas de metal debajo. Indudablemente, estaban previstas contra los Señores, que ahora pasaban sobre ellas.

De pronto el pasillo se hundió y el agua bajó en un ángulo de cincuenta grados. Wolff apenas tuvo tiempo de ver qué se abría en otros dos pasillos cuando se vio arrastrado sin posibilidad de evitarlo por el gran ventanal del fondo.

Cayó, girando y girando, viendo pasar ante él las paredes del palacio y un jardín debajo. Le arrastraba la cascada del mar precipitándole por el ventanal.

El impacto de la caída en el lago del fondo de las cataratas le dejó medio inconsciente. Aun así nadó hacia arriba y apartándose de la cascada hacia el borde del lago. En principio el lago había sido un jardín sumergido. Afortunadamente para él, pensó, porque de otro modo hubiese muerto aplastado. Se arrastró hasta el borde de piedra, sin soltar su venablo.

Los otros Señores fueron saliendo uno a uno. El primero fue Theotormon. El siguiente Luvah, con Vala, consciente ya y asustada, detrás. Rintrah apareció nadando unos segundos más tarde. Tharmas flotó al borde del lago, boca abajo y con los brazos abiertos. Wolff le dio la vuelta. Debía haberse golpeado en el borde del ventanal antes del salto. Tenía una pierna seccionada a la altura de la rodilla y la cara destrozada.

Vala se lanzó como una fiera hacia Wolff. Éste la hizo callar; no tenían tiempo para explicaciones. En pocas palabras le explicó lo que había hecho y por qué.

Vala se recobró rápidamente. Sonrió, aún pálida, y dijo:

—¡Lo has conseguido otra vez, Jadawin! ¡Volver los instrumentos de Urizen contra él!

—No sé si eres culpable y estás aliada con nuestro padre o no —dijo Wolff—. Puede que me excediera en mis sospechas, aunque quizás esto sea imposible, tratándose de un Señor. Si eres inocente, me disculparé. Si no, nuestro padre debe de estar ahora convencido de que le traicionaste, y de que estás con nosotros. Así que te matará antes de que puedas explicárselo, a menos que tú le mates primero. No tienes elección.

—Jadawin, ¡siempre fuiste un zorro! ¡De acuerdo! ¡Mataré a mi padre a la primera ocasión que tenga! Quién sabe, quizás tenga ocasión. Hace unas horas habría jurado que nos atraparía en cuando entrásemos en sus dominios. Pero aquí estamos, y él se enfrenta con un problema mortal.

Señaló hacia el gran ventanal por el que continuaba penetrando el mar.

—Evidentemente la puerta está en el nivel más alto del palacio. Y sigue cayendo agua. Si no hace algo enseguida, se ahogará como una rata atrapada en su propia madriguera.

Se volvió para indicar la tierra que rodeaba el palacio.

—Como puedes ver, el palacio está en un valle rodeado de altas montañas. Llevará tiempo, pero todo el mar del mundo acuático cruzará las puertas, a menos que las puertas correspondientes del mundo acuático se asienten en un fondo seco. Este valle quedará inundado, y luego el agua saltará las montañas e inundará el resto del planeta.

—¿Por qué no nos limitamos a subir a las montañas a ver cómo nuestro padre se ahoga? —preguntó Rintrah.

—No —contestó Wolff—. Chryseis está ahí dentro.

—¿Y qué nos importa eso a los demás? —replicó Rintrah.

—Urizen tiene que tener algún vehículo aéreo —dijo Wolff—. Si escapa del palacio en él, nos localizará. Aunque pudiésemos ocultarnos, estaríamos condenados. No tendría más que dejarnos aquí. Al final este mundo quedaría todo inundado. Y nosotros quedaríamos atrapados aquí, moriríamos de hambre quizás. No, si queréis salir de aquí y volver a vuestros propios universos, tendréis que ayudarme a matar a Urizen.

Luego se dirigió a Theotormon:

—Cuando fuiste prisionero suyo te dio cierta libertad. Si pudiésemos encontrar la zona que tú conoces, podríamos evitar mejor las trampas.

—Hay una entrada al fondo del jardín sumergido, que es ahora un lago —dijo Theotormon—. Sería el mejor medio de entrar. Podemos nadar hasta las plantas que aún no están inundadas. Si evitamos el contacto con el suelo y las paredes, no dispararemos las trampas.

Se lanzaron al agua y, sujetándose a los bordes del lago para evitar el impacto de las aguas que caían, bordearon la catarata hasta su parte posterior. Fue fácil localizar la puerta, pues el agua penetraba por ella. Dejaron que les arrastrara hasta llegar a una escalera. Era ancha, de piedra roja y negra tallada. Nadaron escalera arriba y después de muchas vueltas llegaron a otro piso. También éste estaba inundado, así que continuaron la ascensión. El siguiente piso tenía unos centímetros de agua e iba llenándose rápidamente. Los Señores subieron las escaleras hasta la cuarta planta.

El palacio de Urizen era tan majestuoso en todos los aspectos como los de todos los Señores. En otros tiempos Wolff hubiese admirado los cuadros, tapices, esculturas y tesoros, producto del saqueo de otros mundos. Ahora sólo tenía dos pensamientos. Matar a Urizen y salvar a su esposa Chryseis, la de los grandes ojos.

Wolff miró a su alrededor antes de hacer la señal de continuar avanzando.

—¿Dónde está Vala? —preguntó.

—Estaba detrás de mí hace un momento —respondió Rintrah.

—Entonces no está en peligro —dijo Wolff—. Pero podemos estarlo nosotros. Ha escapado para unirse a Urizen…

—Será mejor que le encontremos antes que ella —dijo Luvah.

Wolff siguió delante, esperando que surgiese en cualquier momento una trampa. Existía, sin embargo, la posibilidad de que Urizen no hubiese instalado ninguna allí.

Indudablemente tenía que haber defensas en todas las entradas, pero quizás Urizen se hubiese considerado totalmente a cubierto allí. Además, el agua que brotaba por todas partes podría haber desactivado el suministro de energía. Fuesen cuales fuesen las contingencias previstas por Urizen, no debería haber imaginado nunca que los mares de otro planeta se vaciasen súbitamente en sus dominios.

—La planta de arriba —dijo Theotormon— es en la que estuve prisionero. También están allí las habitaciones privadas de Urizen.

Wolff se lanzó por la primera escalera. Fue subiendo lentamente, atento a cualquier señal de peligro. Llegó sin novedad, y los demás con él, a la planta siguiente, donde se detuvieron un momento. Cuanto más cerca estaban de Urizen, más nerviosos se sentían. Su odio comenzaba a teñirse del viejo respeto que habían sentido por su padre de niños.

Estaban en una inmensa cámara, cuyas paredes eran de mármol blanco. Había en ellas muchos bajorelieves, escenas de diversos planetas. En una aparecía Urizen sentado en un trono. Bajo él, brotaba del caos un nuevo universo. Otras escena le mostraba de pie en un prado con niños jugando a su alrededor. Wolff se reconoció a sí mismo, y reconoció a sus hermanos, hermanas y primos. Aquéllos habían sido tiempos felices, aunque hubiese sombras de cuando en cuando que preludiaban los días de odio y angustia.

—¿Oís el retumbar del agua arriba? —preguntó Theotormon—. No tardará en llegar también a esta planta.

—Chryseis probablemente esté en la misma zona donde tú estuviste prisionero —dijo Wolff—. Llévanos allí.

Theotormon, sus piernas gomosas como muelles, continuó rápidamente. Cruzó sin vacilar una serie de habitaciones y vestíbulos que para un extraño habrían sido un laberinto desconcertante.

Theotormon se detuvo ante una alta entrada oval de piedra escarlata con masas purpúreas que formaban perfiles de criaturas aladas. Tras ella había una gran cámara que brillaba con un tono rojo opaco.

—Ésta es la sala donde pasé la mayor parte de mi cautiverio —dijo—. Pero tengo miedo a cruzar esa puerta.

Wolff hizo pasar su lanza por el quicio.

—Espera un momento —dijo Theotormon—. Quizás sea una reacción diferida.

Wolff continuó sosteniendo la lanza. Contó los segundos, calculando hasta qué altura de la cámara habría entrado si hubiese cruzado la puerta. Hubo un fogonazo de luz que le cegó y le lanzó hacia atrás.

Cuando recuperó la visión, vio que la lanza estaba destrozada. Brotaba de la cámara una bocanada abrasadora y olor a madera quemada.

—Tuviste suerte de que la mayor parte del calor se localizase y ascendiese —dijo Theotormon.

La trampa cubría unos veinte metros. Más allá la estancia podría ser segura. Pero ¿cómo traspasar aquella zona de muerte?

Retrocedió unos pasos, arrojó los restos de la lanza hacia la entrada y se volvió de espaldas. De nuevo relampagueó la luz, arrojando las sombras de los Señores a lo largo del pasillo y enviando luego una bocanada ardiente. Wolff se volvió, arrojó una flecha y se puso de espaldas otra vez mientras contaba. Pasaron tres segundos antes de que se disparase de nuevo la trampa.

Dio una orden y volvieron todos a la escalera, que estaba cubierta de agua hasta la mitad. Se pusieron las mascarillas de oxígeno y se hundieron en el agua. Luego volvieron al vestíbulo con la mayor rapidez posible, esperando que el agua no se secase con demasiada rapidez. En la entrada, Wolff tiró otra flecha. Cuando el fogonazo se apagó, pero antes de que el calor se hubiese disipado por completo, se lanzó al interior de la cámara. Tras él fueron Theotormon y Luvah. Tenían tres segundos para recorrer veinte metros. Lo consiguieron. Con el calor evaporando la película de agua que cubría sus trajes y chamuscando sus espaldas. Pero lo consiguieron.

Rintrah arrojó una flecha al interior, y él y Tharmas cruzaron también los veinte metros. Wolff se volvió a mirarles en cuanto la luz desapareció. Lanzó un grito porque Tharmas había vacilado. Tharmas no escuchó su aviso de que esperara y lo intentara de nuevo, quizás porque no le oyó. Corría desesperadamente, los ojos muy abiertos bajo la mascarilla. Wolff gritó a los otros que diesen la vuelta mientras Rintrah pasaba corriendo a su lado. Hubo otra nova de luz, un grito y un golpe sordo. El calor aulló sobre los Señores; llegó a ellos el olor de la piel de pez carbonizada y de la carne humana quemada.

Tharmas era una masa oscura en el suelo, con los dedos de las manos y de los pies deshechos.

Sin decir palabra, los otros se volvieron y cruzaron la habitación. Theotormon les condujo a través de un paso muy estrecho junto a la otra entrada, aunque no lo hizo hasta después de comprobarlo. Llegaron a una sala semiesférica que tenía por lo menos cien metros de longitud. Dentro de ella había varias jaulas grandes, todas vacías salvo una.

Wolff vio al ocupante de la primera jaula.

—¡Urizen! —gritó.