Desde la orilla del río donde estaba el barco-dragón, Wolff estudió el problema. Era inútil intentar escalar aquella roca casi perpendicular y sin adherencias sin alguna ayuda. Había que echar una soga a la parte superior y afirmarla allí. Los hexágonos eran demasiado anchos para intentar pasar un lazo a su alrededor.
Un gancho podría servir. Podía suponerse que al otro lado de la puerta (que Wolff esperaba que se abriese a otro planeta) hubiera un entrante.
Podían cortar pieles de animales y atarlas o coserlas para hacer una soga, aunque tendrían que curtirlas para darles cierta flexibilidad. El metal para los ganchos era un grave problema.
Podía haber metal en alguna parte de aquel mundo, quizás no muy lejos. Pero intentar localizarlo recorriendo el territorio sería un proceso lento. Así que sólo quedaba una salida, y Wolff no esperaba que los dos elementos decisivos en aquel proyecto particular aceptasen cooperar.
Vala no quería entregar su espada y Theotormon se negaba a entregar su cuchillo.
Wolff discutió con ellos durante varias horas, indicando que si no cedían sus armas acabarían muriendo allí sin remisión.
Ante la negativa violenta de Theotormon, Wolff dijo:
—Está bien. Mantente en tus trece. Pero si los demás encontramos un medio de cruzar la puerta, no te llevaremos con nosotros. ¡Lo juro! Te quedarás en este pálido mundo hasta que te devore un animal o mueras de viejo.
Vala miró a su alrededor a los Señores que se sentaban en círculo. Sonrió y dijo:
—Está bien. Entregaré mi espada.
—No tendréis mi cuchillo, os lo aseguro —dijo Theotormon.
Los otros comenzaron a arrastrarse hacia él. Theotormon se incorporó e intentó eludirlos. Sus inmensos pies le permitían asentarse mejor en aquel suelo, pero Wolff se lanzó hacia él y le agarró por un tobillo, derribándole. Theotormon luchó lo mejor que pudo, sepultado por la masa de cuerpos. Al final, cedió entre gemidos. Luego, murmurando ceñudo, se alejó y se sentó en la orilla del río.
Con una piedra cretácea que encontró, Wolff hizo unas rayas en la espada de Vala. Puso la pistola a plena potencia y rápidamente cortó unos triángulos. Luego dispuso las tres piezas y asentó varias piezas redondeadas de la espada sobre ellas. Con la pistola a media potencia fundió ambas partes en una unidad. Después de sumergirlas en agua fría, calentó las puntas y les dio forma ligeramente ganchuda. Curvó otra tira de la espada con la pistola y la unió a la pieza anterior para poder atar a ella una cuerda.
Como no había tenido que utilizar el cuchillo de Theotormon, se lo devolvió. Recortó en punta el extremo de la espada de Vala y proporcionó así a ésta una especie de espada corta. Como indicó, era mejor que nada.
Hacer la soga llevó varios días. No era difícil matar y desollar animales y cortar después tiras de la piel. La dificultad estaba en el curtido. Wolff buscó materiales para esta tarea, pero no pudo encontrar nada. Por fin decidió aplicar a la piel grasa animal y esperar el resultado.
Un amanecer, cuando desaparecía la sombra de la luna, el barco-dragón entró en el río bastante más arriba de la roca-puerta. Con los Señores detrás de él remando, Wolff se situó en la proa y lanzó el garfio en un arco.
Los tres ganchos de éste cruzaron la puerta y desaparecieron Wolff tiró de la cuerda mientras el barco avanzaba hacia la base de la roca. Durante un segundo, pensó que había conseguido fijarlo. Luego apareció de nuevo el garfio saliendo de la puerta y Wolff cayó hacia atrás. Consiguió incorporarse, pero el equilibrio inestable de la barca se alteró. La embarcación volcó y todos cayeron al agua. Se agarraron al casco invertido y Wolff logró sujetar la cuerda y el garfio.
Media hora después lo intentaron de nuevo.
—El que la sigue la consigue —les dijo Wolff—. Es un viejo proverbio de la Tierra.
—Guárdate tus proverbios —dijo Rintrah—. Estoy tan empapado como una rata ahogada. ¿Crees que tiene sentido intentarlo otra vez?
—¿Qué otra cosa podemos hacer? Intentémoslo. Esta vez resultará.
Wolff hizo esta vez una prueba más difícil. Apuntó hacia la parte superior del hexágono. Éste tenía por lo menos cuatro metros de altura, lo cual significaba que la cima de la estructura estaba a unos catorce metros del agua. Sin embargo, consiguió acertar y los garfios se fijaron al otro lado de la estructura.
—¡Lo conseguí! —dijo riendo. Tiró de la cuerda para asentar el garfio. La embarcación se deslizó por el lado derecho de la roca, rozando contra ella. Wolff ordenó que continuasen remando contra corriente, cosa que los otros intentaron sin éxito. La embarcación comenzó a inclinarse por efecto de la corriente. Wolff, en la proa, sabía que si la embarcación continuaba arrastrándole, los ganchos se deslizarían lateralmente y se desprenderían de la estructura.
Se agarró a la soga y dejó que la embarcación se alejara de él. Luego quedó colgando, con los pies en el agua. Alzó los pies para apoyarse en la roca pero resbaló. Desistió de este método de ascensión y comenzó a ascender a pulso por la grasienta soga. Resultaba muy difícil, pues la roca se curvaba con la suavidad necesaria para que la soga quedase casi pegada a ella, produciéndose la mayor tensión justo encima de donde él se sujetaba. Así pues, tenía que obligar a sus manos a deslizarse entre la soga y la roca.
Fue subiendo lentamente. Hacia la mitad, percibió que la tensión desaparecía. Hubo un crac, apenas audible, sobre el remolino de agua que se formaba en la base de la roca. Con un grito de decepción, cayó hacia atrás, hacia el río.
Cuando Vala y Enion le ayudaron a salir, descubrió que dos de los ganchos del garfio se habían roto por la soldadura. Las piezas debían estar ahora en el fondo del río.
—¿Qué haremos ahora? —masculló Palamabron—. Has acabado con todas nuestras armas y has agotado casi las municiones de tu pistola. Y estamos como antes, sin poder cruzar la puerta. Peor que antes, en realidad. Míranos. Chorreando y completamente agotados. ¡Oh, Los, completamente agotados!
—Echa a volar una cometa —dijo Wolff—. Otro viejo proverbio de la Tierra.
De pronto se detuvo, enarcó las cejas y dijo:
—Quizás…
Palamabron alzó las manos y exclamó.
—¡Oh no, no nos vengas con otra de tus maravillosas ideas!
—Maravillosas o no, son ideas —dijo Wolff—. Hasta ahora soy el único que ha aportado alguna… mientras vosotros gruñíais y os lamentabais.
Estuvo tendido un rato, contemplando el cielo púrpura y mascando un trozo de carne que le había dado Luvah. ¿Era lo de la cometa una idea absurda? Aun en el caso de que pudiesen construirla, ¿serviría?
Desechó la cometa. Si pudiesen construir una lo bastante grande para transportar un pesado garfio, no pasaría a través del hexágono. Un momento. ¿Y si la cometa, con el gancho colgando de una soga, pasase por encima del hexágono? Lanzó un gruñido y rechazó de nuevo la idea de la cometa. No resultaría.
De pronto se incorporó y lanzó un grito.
—¡Podría resultar! ¡Con dos!
—¿Dos qué? —preguntó Luvah, despertado de su semisueño.
—¡No cometas!
—¿Quién habla de cometas? —contestó Luvah.
—Dos embarcaciones y dos individuos capaces de arrojar con precisión los garfios —gritó Wolff—. Podría resultar. Estaba a punto de agotar mis ideas, y es evidente que a vosotros no iba a ocurrírseos ninguna. Lleváis muchos miles de años utilizando vuestros cerebros para un sólo objetivo: mataros unos a otros. No servís para nada más. Pero ¡por Los que os haré servir para otras cosas!
—Estás agotado —dijo Vala—. Echate y descansa.
Vala le sonreía. Esto le sorprendió. ¿Qué podía resultarle tan divertido? Estaba empapada y agotada y tan desilusionada como los otros.
¿Habría quizás aún algo de amor hacia él por debajo de aquel odio? Quizás se sintiese orgullosa al verle seguir luchando mientras los otros se limitaban a alimentar su resentimiento.
¿O intentaba hacerle pensar que aún le amaba y que estaba orgullosa de él? ¿Tendría algún motivo secreto para mostrarse amable?
No lo sabía. Como Señor que era, tenía que desconfiar de los motivos de los demás Señores, y por buenas razones.
Cuando estaban a medio terminar las dos primeras embarcaciones, Wolff cambió de plan. En principio, pensaba que las dos embarcaciones se acercarían a la roca-puerta cada una por un lado. Pero luego decidió que sería mejor utilizar tres embarcaciones.
Utilizando la madera de los matorrales y ramas de árboles y tiras de piel, construyó un alto andamiaje. Cada una de sus cuatro patas se colocó en una embarcación, una en el barco-dragón y cada una de las otras tres en una embarcación pequeña. Luego, tras adiestrar a los Señores haciéndoles repetir varias veces la operación, se lanzaron al agua. Junto a la orilla la corriente no era tan rápida como en el centro del río, por lo que los Señores pudieron evitar que les arrastrase inmediatamente. Mientras nadaban y empujaban las embarcaciones, Wolff subió por la estrecha escalerilla que habían construido en una de las patas del andamiaje. Era la que se apoyaba en el barco-dragón, y así la pata, con Wolff encima, no se desequilibro demasiado. Aun así, durante unos instantes Wolff temió un vuelco. Luego, se tendió boca abajo en la plataforma del andamiaje y la estructura se asentó sólidamente.
Los otros Señores, trabajando en equipo, subieron a la embarcación grande y a las tres pequeñas. Lo hicieron si limitáneamente para distribuir el peso de forma equitativa. Vala, Theotormon y Luvah ocuparon cada uno de ellos una embarcación pequeña y ayudaron luego a Palamabron, Enion y Ariston. Tharmas era muy ágil; consiguió saltar al barco dragón con un rápido impulso y un giro del cuerpo.
Los Señores comenzaron a remar para dirigir el andamiaje. Al principio les resultó difícil, pues las embarcaciones pequeñas, que más parecían bañeras que barcas, navegaban con dificultad. Pero habían situado la estructura bien por encima de su objetivo, de modo que pudieron controlar sus torpes embarcaciones antes de llegar a la roca. Wolff, situado en la parte delantera de la estructura, el puente, estuvo por dos veces a punto de caer. Luego la cúpula blanca de la roca con los dos dorados hexágonos gemelos apareció ante él. Dio una orden a los Señores y éstos comenzaron a remar contra corriente. Era esencial que el andamiaje no chocase con la roca con demasiada velocidad. Era muy frágil y no resistiría un impacto fuerte.
Wolff había decidido entrar por la puerta izquierda, dado que la última vez habían elegido la derecha. Pero cuando el extremo del puente se aproximaba a la roca, el andamiaje se ladeó. El puente avanzó oblicuamente hacia el hexágono izquierdo. Wolff se incorporó y cuando la estructura chocó con un ruido sordo contra la roca, saltó hacia adelante. Cruzó el hexágono con la pistola al cinto y una soga alrededor de los hombros.