PRESENTACIÓN

Poco cabe decir de una novela tan perfecta y redonda como El LIBRO DEL DÍA DEL JUICIO FINAL y, posiblemente, bastaría con recordar aquí que, tras su publicación en 1992, ha obtenido todos los premios mayores de la ciencia ficción: el premio Nébula que otorga la SFWA (Science Fiction Writers of America, es decir, la asociación de los escritores norteamericanos de ciencia ficción); el premio Hugo, elegido por votación popular de los miles de personas miembros de la Worldcon, la convención mundial anual de la ciencia ficción; y el premio Locus, votado cada año por los lectores de la revista más influyente e importante de la ciencia ficción mundial.

Aunque ha ocurrido ya algunas veces, no resulta demasiado frecuente la conjunción de juicios que supone el reconocimiento de lectores tan diversos en sus intereses como pueden ser los profesionales (Nébula), los aficionados (Hugo) y los estudiosos e interesados en la ciencia ficción (Locus). En realidad, desde que existen los tres premios, y contando la novela que hoy presentamos, sólo diez títulos han merecido tal unanimidad de juicio. Su simple relación evoca lo mejor de la ciencia ficción de los últimos veinticinco años: MUNDO ANILLO (1970) de Larry Niven, LOS PROPIOS DIOSES (1972) de Isaac Asimov, CITA CON RAMA (1973) de Arthur C. Clarke, LOS DESPOSEÍDOS (1974) de Úrsula K. Le Guin, La GUERRA INTERMINABLE (1975) de Joe Haldeman, PÓRTICO (1977) de Frederik Pohl, SERPIENTE DE SUEÑO (1978) de Vonda N. Mclntyre, MAREA ESTELAR (1983) de David Brin, La VOZ DE LOS MUERTOS (1986) de Orson Scott Card, y, evidentemente, El LIBRO DEL DÍA DEL JUICIO FINAL (1992) de Connie Willis.

Sólo estos diez títulos han obtenido el triple reconocimiento Nébula, Hugo y Locus, lo cual supone, implícitamente, la consideración de ser la mejor novela de ciencia ficción del año. Ni más ni menos, eso es lo que caracteriza a EL LIBRO DEL DÍA DEL JUICIO FINAL de Connie Willis: ser la mejor novela, de ciencia ficción aparecida en 1992. No es poco.

Pero conviene hacer una aclaración para los muchos lectores que, tal vez con razón, desconfían habitualmente de los premios. Suele haber razones para ello en muchos ámbitos literarios, pero no tantas en la ciencia ficción. Afortunadamente, en la ciencia ficción, premios como el Nébula, Hugo y Locus se otorgan tras una votación libre entre un amplio colectivo, lo cual aleja esos premios del peligroso sectarismo y manipulación posibles en algunos premios otorgados por jurados. Nadie puede dudar de que en las votaciones para esos premios han podido expresar su opinión el millar de afiliados a la SFWA (Nébula), los varios millares de miembros de la Worldcon de 1993 (Hugo) o los más de cinco mil lectores de Locus. Un colectivo demasiado amplio para que predominen visiones elitistas o grupos sectarios. Y, eso es lo importante, todos han coincidido: El LIBRO DEL DÍA DEL JUICIO FINAL es el mejor título de ciencia ficción de 1992.

En realidad casi podría decirse que era previsible. Connie Willis se ha revelado como una verdadera acaparadora de premios desde que, en los años ochenta, pasó a dedicarse a tiempo completo a su trabajo de narradora. En los últimos diez años ha obtenido un número sorprendente de los más prestigiosos premios de la ciencia ficción: seis premios Nébula, tres premios Hugo, dos premios Locus y el John W. Campbell Memorial. Por si ello fuera poco, ha logrado obtener el Nébula en sus cuatro categorías: novela, novela corta, relato largo y cuento corto; algo que pocos autores han conseguido. También está muy cerca de obtener el mismo palmares con el premio Hugo, del cual sólo le falta el de cuento corto que tal vez pueda lograr en 1994 con Death on the Nile (1993). También forma parte del reducidísimo grupo de escritores que han ganado dos premios Nébula en el mismo año. Y por dos veces: en 1982 con Servicio de vigilancia (1982) y A Letter from Clearys (1982), y en 1992 con EL LIBRO DEL DÍA DEL JUICIO FINAL y Even The Queen, año en que también hizo el doblete con el Hugo con las mismas narraciones. Un reconocimiento inevitable a la gran calidad de su escritura y al humanismo que proclaman sus obras.

En mi libro CIENCIA FICCIÓN: GUÍA DE LECTURA (1990, NOVA ciencia ficción, número 28), ya me atrevía a etiquetar a Connie Willis como «uno de los nuevos valores del género», posiblemente tras la lectura de esa interesante novela que es LINCOLN’S DREAMS (Los sueños de Lincoln, 1987) en la que Willis acude a su recurso más habitual, el viaje en el tiempo, para reconstruir con brillantez una época histórica a través del enlace psíquico, en aquel caso, entre una mujer contemporánea y el general Robert E. Lee de la Guerra de Secesión norteamericana. Como en el resto de sus mejores obras, Willis ya mostraba una sorprendente habilidad para hacer vivir al lector las vicisitudes de una época histórica, al mismo tiempo que lograba hacerle comprender lo cercanos que esos seres humanos del pasado se encuentran de nosotros mismos en cuanto a emocione y psicología.

Eso era, también, lo mejor de su primer relato famoso, Servicio de vigilancia (Fire Watch, 1982; en Martínez Roca SuperFicción núm. 114), en el cual el protagonista, un historiador del futuro, viaja a la época del bombardeo de Londres durante la Segunda Guerra Mundial, se ve involucrado en el intento de salvar la catedral y termina conociendo bastante más de sí mismo que de la historia que pretendía estudiar. En ese relato ya aparecían referencias a Kivrin, la joven historiadora del Oxford del año 2054 que protagoniza El LIBRO DEL DÍA DEL JUICIO FINAL.

La trama de El LIBRO DEL DÍA DEL JUICIO Final, tal como dice John Kessel, es realmente simple: a mediados del siglo XXI, Kivrin, una audaz estudiante de historia, decide viajar en el tiempo para observar in situ una de las eras más mortíferas y peligrosas de la historia humana: la Edad Media asolada por la Peste Negra. Pero una crisis que enlaza extrañamente pasado, presente y futuro atrapa a Kivrin en uno de los años más peligroso de la Edad Media, mientras sus compañeros de Oxford en el año 2054, atacados de repente por una enfermedad desconocida, intentan infructuosamente rescatarla. Perdida en una época de superstición y de miedo, Kivrin descubrirá que se ha convertido en un improbable Ángel de Esperanza durante una de las horas más oscuras de la historia.

Como se puede comprobar, la novela es un verdadero tour de forcé narrativo. Iniciada con una cierta morosidad y gusto por el detalle para definir con exquisito cuidado a los personajes centrales y su entorno, la novela va adquiriendo dinamismo y profundidad hasta llegar a convertirse en un libro que explora el tema atemporal de la enfermedad, el sufrimiento y la indomable voluntad del espíritu humano. Una novela emotiva e interesantísima que nos descubre cómo los sentimientos humanos son, en realidad, atemporales.

En una larga entrevista que le dedicó Locus en julio de 1992 (antes de obtener los premios ya citados), Willis hablaba largamente de El LIBRO DEL DÍA DEL JUICIO FINAL. He seleccionado unos extractos que pueden desvelar sus principales intenciones al escribir la novela:

El libro trata del fin del mundo. Hace años participé, durante una convención mundial, en una mesa redonda sobre la guerra nuclear. Me encontré defendiendo la guerra nuclear sólo para animar la cosa. La gente decía: «No podemos predecir lo que ocurriría, ya que nada como eso ha sucedido antes», y dije: «Oh, sí. El fin del mundo ya ha ocurrido al menos una vez. Ya sabéis, la Peste Negra», y me dijeron: «Pero no había radiación», pero yo creo que la Peste Negra era como la radiación. Estaba en todas partes, no tenían ni idea de qué la causaba, no podían detenerla ni imaginar siquiera esa posibilidad, e iba matando gente en grandes cantidades».

Ésa es la idea central de El LIBRO DEL DÍA DEL JUICIO FINAL: una novela sobre el fin del mundo. Pero un fin del mundo compartido entre el pasado y el presente. Y las diferencias, para Willis, no han de ser muy grandes:

Hubo un hombre en Viena, en 1347, que escribió: «Hoy he enterrado a mi esposa y cinco niños en una tumba. No he llorado. Es el fin del mundo», y el fin del mundo es siempre lo mismo, siempre ese sentimiento de incredulidad, desamparo y pesar.

Es posible encontrar en El LIBRO DEL DÍA DEL JUICIO FINAL una clara analogía entre la Peste Negra de la Edad Media con la amenaza del sida en nuestro tiempo. Y es evidente que la relación existe, pero no tanto por el sida como ejemplo concreto en sí mismo, sino, preferentemente, en referencia a cualquier enfermedad letal y desconocida que sitúe al ser humano ante un peligro mortal inevitable. La misma Willis advierte que su novela no se refiere exclusivamente al sida:

En la novela hay epidemias en el pasado y en el presente y, desgraciadamente, ambas se parecen mucho en cuanto a la respuesta psicológica. No es una novela sobre el sida, excepto en términos de las reacciones psicológicas.

Pero sí se refiere a cualquier enfermedad misteriosa y letal como pudo ser, en su tiempo, la Peste Negra, o, más tarde, los efectos casi incurables de la radiación o, también, el sida.

Un autor y crítico tan exigente como John Kessel, en la revista Science Fiction Age, ha comparado esta novela con un clásico indiscutible de la ciencia ficción de factura humanista como es Un CÁNTICO POR LEIBOWITZ de Walter M. Miller (NOVA ciencia ficción, número 47):

Sin ser doctrinario, éste es un libro de inspiración religiosa tan apasionado en su humanismo como Un cántico por Leibowitz de Walter M. Miller. Una historia mucho más sencilla que su trama, mucho más vasta que el número de sus páginas, El Libro del Día del Juicio Final, impresiona con la fuerza de una verdad profundamente sentida.

Kessel no iba desencaminado, y la misma Connie Willis lo corrobora en la ya tan citada entrevista de Locus:

La novela trata también de la fe religiosa. Ese es otro aspecto que me molesta de los historiadores. Tienen ese punto de vista pretendidamente superior: «Esa gente creía en Dios, ja, ja, y fijaos en lo que ocurrió». Creo que para muchos de ellos, su creencia en Dios no era una simple creencia supersticiosa sino un intento real de comprender el universo, de sentir que existía un poder superior y que ese poder podía amarlos aunque no necesariamente acudiera para rescatarlos. Creo que el cristianismo puede ofrecer mucho en este aspecto: Dios no salva a Cristo en el último minuto en la cruz.

En realidad la religión es uno más de los sentimientos humanos que Connie Willis explora con brillantez en El LIBRO DEL DÍA DEL JUICIO FINAL. Y todo lo logra gracias a ese juego con el tiempo y, en el fondo, con la continuidad de los sentimientos humanos, que se configuran ya como el elemento central en la obra de Connie Willis y, por lo tanto, en esta novela. La erudición histórica, indiscutible, va asociada, en esta autora, a un claro interés por comprender no sólo la historia sino cómo era vivida por sus protagonistas. Por esta razón la novela apela a la emotividad del lector e, inevitablemente, a la del escritor. En palabras de la misma Connie Willis:

Cuando se escribe un ensayo, se cuenta lo que uno ya sabe. Cuando se escribe una novela, cuentas lo que no conoces y lo que intentas encontrar. En la ficción descubres cosas de ti de las que no eres consciente hasta que las has escrito en la página. Aprendí un montón de cosas sobre mí misma.

Tal vez esta sencilla frase condense las muchas razones por las cuales escriben los autores y, también, por qué leemos los lectores. En ese sentido, El LIBRO DEL DÍA DEL JUICIO FINAL es una novela impresionante y maravillosa que no decepciona y que deja, tras su degustación, un curioso y sugerente sabor en el paladar intelectual y emotivo del lector más exigente. Es fácil e inevitable coincidir con los votantes del Nébula, Hugo y Locus: acertadamente, ha sido considerada como la mejor novela de ciencia ficción de 1992.

MIQUEL BARCELÓ

P.D.: No es ocioso recordar aquí el hecho, extraño pero no inédito, de que el premio Hugo de 1993 fue compartido por dos novelas: la que hoy presentamos y UN FUEGO SOBRE EL ABISMO de Vernor Vinge (NOVA ciencia ficción, número 64), una novela del todo distinta a El LIBRO DEL DÍA DEL JUICIO FINAL, pero también de lectura imprescindible para los buenos aficionados. Si aceptan un consejo: ¡no se la pierdan!