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Testimonios infantiles ante un tribunal: la crisis del abuso sexual

Mary Ann Mason Ekman

Cuando iba a clase de derecho, hace casi quince años, la creencia general era que los niños son muy malos testigos. Casi nunca se podía tener en cuenta el testimonio de un niño menor de siete años y por encima de esa edad, hasta los catorce, éste era dudoso. Se llamaba a los niños a testificar solamente como último recurso desesperado. Para confirmar la opinión de que los niños son testigos totalmente indignos de confianza, se citaba la venerable investigación del psicólogo belga Varondeck. En 1891, se convocó a Varondeck como testigo experto para defender a un hombre acusado de asesinato. El único testigo del asesinato era un niño de ocho años. Varondeck preguntó a veinte niños de ocho años que identificaran el color de la barba de uno de sus profesores. Diecinueve de los veinte niños respondieron obedientemente y mencionaron un color determinado; solamente un estudiante hizo la observación correcta: el profesor no llevaba barba[1].

En la última década la actitud hacia el testimonio infantil ha cambiado espectacularmente. Ahora los niños, en ocasiones menores de seis años, comparecen en gran número ante los juzgados de familia y penales. Muchas veces se toma más en serio su testimonio que uno similar procedente de un adulto.

Lo que ha cambiado no es el grado de sofisticación de los niños modernos, sino más bien la urgente necesidad de la sociedad de proteger a los niños de lo que parece ser una epidemia de abusos sexuales. Normalmente el niño es el único testigo, y no existen más pruebas. Rehusar que se permita testificar al niño podría perjudicar la protección de este, o evitar que se juzgue a una persona acusada de un delito que muchos consideran el peor de todos. El público no lo puede tolerar.

En 1975 se denunciaron unos 12.000 incidentes de abusos infantiles. Para 1985 el número había llegado a 150.000. La concienciación por parte del público del crecimiento de los abusos sexuales se inflamó con las grotescas revelaciones de la existencia de abusos colectivos en guarderías, y centros similares, desde Florida hasta California.

¿Acaso esta explosión refleja correctamente un crecimiento en el número de delitos, o indica un cambio en la actitud pública sobre su denuncia? O quizá, como nación, nos hemos visto atrapados en una histeria sobre abusos sexuales que hace que los niños denuncien abusos donde no existen?

Esas son preguntas difíciles a las que todavía no tenemos respuesta. Como consecuencia de nuestra nueva concienciación, han existido espectaculares cambios en las escuelas públicas y en los programas de bienestar y asistencia social relacionados con los niños. Mediante cintas de vídeo, libros ilustrados y presentaciones, se anima a los niños a denunciar los abusos sexuales a su profesor o a los padres. Y cada vez hay más niños que así lo hacen. Los profesores, enfermeras y trabajadores de salud mental están ahora obligados por la ley a denunciar una «sospecha razonable» de abusos sexuales, cuando antes no tenían esta obligación.

Y cada vez hay más padres acusados de abusos sexuales en disputas por la custodia de los hijos. Como abogada que ha practicado el derecho familiar e investigado temas de custodia, estoy más que alarmada por este fenómeno. Según algunos jueces, se cita el abuso sexual en un 10 % o más de todos los casos de custodia que llegan a su sala[2], y el número de disputas por custodia ha crecido rápidamente, debido a una tasa de divorcio más alta y a los cambios radicales de las leyes sobre custodia.

Los que critican las estadísticas de abusos sexuales sostienen que nos hemos visto arrastrados por una histeria denunciadora. Dicen que los niños, que según ellos son altamente sugestionables, han sido animados a imaginar un comportamiento que no ocurrió. En especial acusan a las madres divorciadas. Al parecer manipulan al niño o le lavan el cerebro para conseguir que no se le otorgue la custodia al padre.

Por otro lado, la inmensa mayoría de asistentes sociales y fiscales que trabajan con niños que dicen haber sufrido abusos sexuales, siguen creyendo a los niños.

Abrumados por los casos de abuso sexual, los tribunales federales y estatales han buscado la ayuda de sociólogos, investigadores de salud mental y expertos en la Constitución. Los tribunales esperan introducir reformas en la preparación de testigos y en los procedimientos que acrecenterán al máximo la credibilidad del testimonio del niño y le protegerán, pero conservando los derechos constitucionales del acusado.

En la base de este esfuerzo por una reforma yace una revisión seria de la credibilidad infantil. Ya sabemos por los experimentos llevados a cabo con niños de tres años descritos en el capítulo 3 que incluso los niños de muy corta edad son capaces de contar mentiras sin problema. De lo que se trata es: ¿se puede inducir fácilmente a un niño a decir mentiras para complacer a un adulto? ¿Son los niños más sugestionables que los adultos? ¿Son más propensos a creer en sus propias mentiras que los adultos? ¿Elaboran los niños sus propias fantasías para enfrentarse a situaciones tensas? Pero existe otra cuestión: ¿son capaces los niños de recordar la verdad con suficiente detalle como para poder declarar culpable a un acusado? Utilizando métodos de investigación más sofisticados y con un mayor bagaje de conocimientos sobre desarrollo infantil del que Varondeck disponía, los científicos están explorando ahora las áreas cruciales de la sugestión, memoria y recuerdo, comprensión y fantasía. Aunque todavía quedan muchas cuestiones por explorar, voy a examinar los resultados de sus hallazgos más adelante en este capítulo.

Existen importantes diferencias entre los casos de abusos sexuales, y por lo tanto los trataré por separado. Son los casos de abusos colectivos los que han captado la atención pública y éstos presentan problemas específicos relacionados con la sinceridad de los niños implicados. Los casos de abusos colectivos, muchos de ellos centrados en guarderías y lugares de atención infantil diurna, implican a muchas víctimas y a muchos acusados. Debido a su complejidad, suelen durar años. Para cuando el niño comparece ante el tribunal, si es que él o ella llega a comparecer, puede que ya le hayan interrogado más de una docena de veces.

Las acusaciones por abuso sexual contra uno de los padres en un caso donde se disputa la custodia del niño son un tema muy diferente a las acusaciones criminales. Se trata de asuntos civiles, no penales, y por tanto el procedimiento preliminar y el juicio posterior son totalmente diferentes. Aunque estos casos raramente llegan a los titulares de televisión, su número sigue aumentando.

Y por último, la gran mayoría de casos implica el abuso cometido contra un solo niño, muchas veces por un miembro de la familia o un amigo cercano. Éstos son los casos que son denunciados en cantidad asombrosa por profesores y profesionales al cuidado de los niños, según las nuevas leyes sobre denuncias.

CASOS DE ABUSOS COLECTIVOS

El hecho más destacable sobre los muchos casos existentes por todo el país que denuncian el abuso de centenares de niños por parte de docenas de adultos, normalmente en guarderías o centros de atención infantil diurna, es que muy pocos de los acusados denunciados llegan a ser declarados culpables. La mayor parte de los cargos contra los acusados finalmente son retirados. Esto ha causado una gran confusión pública. ¿Es que los fiscales hilan demasiado fino o los niños se han vuelto locos?

La introducción pública al mundo de los abusos colectivos ocurrió en la primavera de 1984 con el «caso sexual de Jordan». Estados Unidos descubrió que en una pequeña ciudad de Minnesota, que parecía poseer todas las sanas virtudes de los estados centrales, dos docenas de hombres y mujeres, casi todos ellos casados, la mayoría sólidos ciudadanos, estaban implicados en una conspiración para abusar sexualmente, y en ocasiones incluso torturar, a sus propios hijos. Los niños hablaron de historias sobre fiestas donde los padres competían para decidir qué otros padres iban a tener relaciones sexuales con qué niños. Se sacó a los niños de sus hogares y se les puso en hogares adoptivos, y las historias seguían creciendo. Finalmente, los niños empezaron a hablar de asesinato. Varios niños dijeron que habían sido testigos de la tortura y asesinato de un chico en una de las fiestas sexuales, y algunos mencionaron también el asesinato de otros niños.

Se iniciaron extensas investigaciones para localizar los cadáveres de los niños asesinados. Empezaron los juicios contra los acusados, y de repente la oficina del fiscal general retiró todos los cargos.

¿Qué había ocurrido? Al testificar contra los acusados, los niños empezaron a reconocer que se estaban inventando las historias de asesinatos, aunque no se retractaron de sus relatos sobre abusos sexuales. Al mismo tiempo, el primer acusado, un delincuente sexual dos veces convicto que había aceptado una condena menor a cambio de su testimonio, cambió totalmente su versión. Antes había corroborado las acusaciones de los niños y había acusado a varias personas. Ahora dijo que había actuado solo.

Resultaba claro que algunos de los niños habían mentido sobre algunos de los acontecimientos, y la fiscalía no pensaba que se pudiera convencer a un jurado con unos testimonios tan contradictorios. Como en la mayoría de casos de abusos colectivos, las extensas investigaciones de todos los hogares de los acusados no habían aportado ni una sola prueba que pudiera corroborar los abusos sexuales o el asesinato. La única había sido el relato del primer acusado, que ahora se retractaba, y unas dudosas pruebas médicas.

Las pruebas médicas sobre abusos sexuales pueden ser muy ambiguas. Incluso cuando son bastante claras, como un recto desgarrado, no indican quién cometió la ofensa.

Los dedos acusadores señalaban a todas partes, pero casi todos ellos apuntaban hacia la ahora célebre fiscal, Kathleen Morris, que había iniciado la investigación en medio de la indignación pública, la había seguido a la luz de los medios de información, y después había tomado la repentina decisión de abandonar el caso. Se la acusó de llevar mal el caso, desde las poco profesionales investigaciones hasta la decisión de querer condenar a los veinticuatro acusados a la vez, en lugar de empezar por el caso más claro. Se dijo de ella que estaba ávida de poder, que era errática y nada profesional.

Kathleen Morris se convirtió en el chivo expiatorio para aquellos que creían que los niños decían la verdad, y ahora se pasaban todo el día en el sala donde se veía el caso, y para aquellos que creían que los niños mentían y que la ambiciosa fiscal les había animado a hinchar su relato. Pero a mí me parece que el mismo patrón que se desarrolló en Jordan, Minnesota, está claro en la mayoría de casos de abusos infantiles colectivos. Este patrón incluye:

El caso del jardín de infancia McMartin es el más notorio, y en su momento el más extenso, de abusos sexuales colectivos. En el punto álgido de su investigación, 350 niños de los 400 entrevistados dijeron haber sufrido abusos sexuales en el jardín de infancia de Virginia McMartin, en Manhattan Beach, California. Finalmente se acusó a 7 personas, incluyendo a la matriarca, Virginia McMartin, de setenta y siete años de edad, de 208 cargos por abusos sexuales a niños y conspiración, con 41 testigos infantiles.

A diferencia de lo ocurrido en la pequeña ciudad de Jordan, este caso disfrutó de los sofisticados recursos de la Unidad de Abusos Sexuales, del departamento de policía de Los Ángeles. También se utilizó un experimentado equipo profesional de asistentes sociales del Instituto Infantil para entrevistar a los niños. A pesar de estas ventajas, el caso McMartin siguió un patrón muy parecido al de Jordan.

El incidente McMartin empezó con una sola denuncia hecha por la madre de un chico de doce años contra Ray Buckey, nieto de Virginia McMartin, propietaria de la escuela. La investigación se extendió como la pólvora, y pronto los investigadores fueron más allá del chico cuyo caso se estudiaba y empezaron a interrogar a estudiantes que se habían graduado en los últimos siete años. Los 350 niños que dijeron haber sufrido abusos sexuales señalaron como mínimo a tres docenas de sospechosos del archivo fotográfico de la policía, algunos de los cuales eran amigos de los McMartin, algunos líderes cívicos de Manhattan Beach.

Como en el caso de Jordan, la policía no pudo encontrar pruebas que corroboraran la acusación. Las pruebas médicas de abuso sexual (siempre polémicas, porque según el médico que realice la prueba se puede llegar a opiniones diferentes) y el testimonio de los niños, al principio muy convincente, eran lo único de que se disponía.

Al ir avanzando los interrogatorios, algunos de los chicos de más edad empezaron a contar historias de abusos rituales con túnicas negras, velas negras y la ingestión de sangre de animales. Varios hablaron de visitas a cementerios locales, donde Ray Buckey les obligaba a exhumar cadáveres, que después acuchillaba.

Fue en la audiencia preliminar al juicio, que duró veinte meses, la más larga de la historia de California, donde todos los antiguos temores sobre la fiabilidad de los testimonios infantiles se pusieron de relieve. Una audiencia preliminar no es un juicio con jurado, es simplemente un paso del proceso judicial en que el juez decide si existen suficientes pruebas para procesar al acusado. No obstante, se permite a los abogados defensores presentar una defensa afirmativa, y por ello la audiencia se puede convertir en un mini juicio sin jurado.

Estaba previsto que testificaran cuarenta y un testigos contra siete acusados, pero pronto se hizo patente que con ello se podía tardar meses y meses. El primer testigo, un niño de siete años, fue objeto de un interrogatorio cruzado durante una semana. El siguiente testigo testificó durante dieciséis días.

Los abogados de los siete acusados utilizaron tres tácticas básicas para desmontar el testimonio de los niños. La primera era atacar el procedimiento de interrogatorio que seguían los terapeutas y los fiscales. Utilizaron las entrevistas grabadas en cintas de vídeo del primer interrogatorio para demostrar que los entrevistadores estaban metiendo en la cabeza de los niños las ideas sobre abusos sexuales. Aparecía una terapeuta del Instituto Infantil, que con la ayuda de muñecas y títeres le decía a un niño que los otros niños ya le habían contado las «cosas sucias» que ocurrían en el jardín de infancia, añadiendo: «Yo sé que tú sabes de lo que estoy hablando». Le dijo al niño que ella y otras personas querían descubrir quienes eran «los malos», y por ello le pedía ayuda al niño[3].

La segunda táctica era forzar al niño a contradecirse a sí mismo o al testimonio de otros niños. Con siete abogados defensores repreguntando sobre el testimonio del niño durante días y días, eso no era difícil de conseguir en la mayoría de casos. Los abogados defensores no siempre eran duros o engañosos. Muchas veces se reían con el testigo y le engatusaban para que reconociera una contradicción.

Y finalmente exageraban el testimonio de los niños sobre abusos rituales o circunstancias estrafalarias. El noveno testigo dijo que se pegaba regularmente a los niños de la escuela con un látigo de cuero de tres metros y que los llevaban a la iglesia episcopal, donde un sacerdote les pegaba si no rezaban a tres o cuatro dioses. Tras este testimonio, los avergonzados fiscales decidieron eliminar como testigos a todos los niños que habían mencionado cultos satánicos o rituales en el cementerio episcopal.

A medida que los niños testigo eran sistemáticamente desacreditados en el estrado o retenidos por temor a que estropearan el testimonio con sus relatos de extravagantes rituales, el caso se vino abajo rápidamente. Al final de los veinte meses de audiencia preliminar, el juez decidió que existían suficientes pruebas para llevar a juicio a los siete acusados, pero los fiscales se dieron cuenta de que, con el fracaso de gran parte de los testimonios infantiles, nunca podrían conseguir que los siete acusados fueran declarados culpables por los 208 cargos presentados.

En una humillante declaración pública, el equipo de la fiscalía dijo que retiraba los cargos contra cinco de los acusados y que seguía adelante con el proceso únicamente contra Ray Buckey y su madre, Peggy McMartin Buckey. Trece niños, ahora entre la edad de ocho y doce años, testificarían sobre acontecimientos ocurridos cuando tenían tres, cuatro y cinco años. Mientras escribo esto, el proceso todavía continúa.

Estos dos casos de abusos colectivos ilustran el problema de conseguir que se declare culpable a un acusado contando con el testimonio de niños en general, y también las trampas específicas que presentan los casos de abusos colectivos.

Interrogatorio inicial

En todos los casos de abuso sexual, tanto si hay una víctima como cuatrocientas, un tema crucial es el interrogatorio inicial. Si el interrogatorio parece animar a que los niños hagan acusaciones de abusos sexuales, el jurado se cuestionará la credibilidad del niño. En el caso McMartin, las cintas de vídeo del interrogatorio original, que parecían apuntar en esa dirección, resultaron perjudiciales para el caso que presentaba la fiscalía. Los interrogatorios repetidos a lo largo de un período de meses o incluso años, llevados a cabo por diferentes personas, casi seguro que confundirán el tema de la sinceridad. Discutiré más adelante en este capítulo las reformas que se están proponiendo para solucionar este conflictivo tema.

Procedimiento judicial

El segundo tema conflictivo que aparece en todos los casos de abuso sexual, tanto individuales como colectivos, es el procedimiento mismo del juicio. Existe una gran preocupación por el tema de que el niño que es testigo tenga que enfrentarse con el acusado cara a cara, un derecho que garantiza la sexta enmienda de la Constitución. Durante el transcurso de la audiencia preliminar del caso McMartin, la legislatura estatal de California dictó una nueva ley que permitía que los niños testificaran mediante un circuito cerrado de televisión, en el cual no podían ver al acusado. Solamente el último testigo tuvo ocasión de acogerse a esa nueva ley. (El reciente caso del tribunal supremo, Coy contra Iowa, que discutiré más adelante, arroja dudas sobre la constitucionalidad de esta ley). También existen muchas renuencias a utilizar las mismas tácticas de interrogatorio cruzado con los niños que se utilizan contra los testigos adultos en los casos penales. También hablaré de las reformas que se están proponiendo para estos temas.

Pero los casos de abusos colectivos ofrecen problemas especiales que no son compartidos por ningún otro tipo de caso de abusos sexuales. Con múltiples víctimas testificando sobre el mismo acontecimiento, existen más oportunidades para que surjan testimonios contradictorios. Siete niños pequeños que intenten contar los detalles de un acontecimiento donde se juega a un juego sexual, como el de «La estrella de cine desnuda», descrito por muchos niños en la audencia preliminar del caso McMartin, pueden perfectamente recordar los detalles del acontecimiento de manera diferente. Un abogado defensor agresivo puede convertir estas contradicciones en un circo de confusiones. Este tipo de confusión no se limita a los niños. Muchos adultos, al testificar sobre un mismo acontecimiento, darán testimonios contradictorios. Este efecto se ve reforzado si han transcurrido varios años desde el acontecimiento, como suele ocurrir en los casos de abusos sexuales colectivos.

Y después están las preocupantes explicaciones de los niños sobre extravagantes rituales y cultos satánicos que han afectado a casi todos los casos de abusos sexuales colectivos. Tanto el caso Jordan como el McMartin se vinieron abajo por este tipo de comentarios. En el caso Jordán, los niños que dijeron que habían presenciado el asesinato de un niño después admitieron haber mentido. En el caso McMartin, la acusación retiró a los testigos que temía podían arruinar la credibilidad de su caso con extraños relatos sobre rituales en cementerios.

Han surgido relatos infantiles sobre rituales satánicos asociados con abusos sexuales en prácticamente todo el país. Según John Crewdson, un periodista que investigó este fenómeno en su libro By Silence Betrayed, existen similitudes sorprendentes en los relatos. Las descripciones que los niños dan de los rituales y de los cantos son notablemente similares, y muchos cuentan que bebieron un líquido que les hizo sentir extraños. Casi todos describen el sacrificio ceremonial de pequeños animales, y varios mencionan el asesinato de otros niños, muchas veces bebés. Las investigaciones policiales llevadas a cabo no han producido ningún resultado. Se han excavado campos y secado acequias buscando cadáveres que nunca se encuentran[4].

En San Francisco, la policía creyó durante un tiempo que tenían una genuina conexión entre los casos de abusos sexuales y un culto satánico. Surgió un caso de abusos colectivos relacionado con una guardería de la base militar americana de Presidio. Una de los niñas pequeñas, supuesta víctima, habló de rituales con velas en una habitación negra con cruces. De manera espontánea, en el colmado de la base, señaló a un extraño y dijo que él era uno de los que habían abusado de ella. Este extraño, Michael Aquino, era comandante del ejército de los Estados Unidos y también se autoproclamaba sumo sacerdote del culto de Set, un antiguo dios egipcio. Su mujer, Letitia, era la suma sacerdotisa.

La policía, que había estado siguiendo las actividades de este supuesto culto, se animó cuando la niña, de cuatro años, pudo reconocer el bloque de apartamentos donde vivían los Aquino, rodeados por estatuas y objetos egipcios.

No obstante, el caso contra el sumo sacerdote y sacerdotisa satánicos se vino abajo rápidamente, al no poderse establecer relación alguna entre los Aquino y la guardería infantil o con el otro acusado, el profesor de preescolar Gary Hambright. La descripción que la niña dio del apartamento donde ocurrieron los rituales no coincidía con el decorado del apartamento de los Aquino. Michael Aquino, cuyas finas y puntiagudas cejas, así como el pico de pelo que tenía en la frente, le daban un aspecto sorprendente, alegó en su defensa que los niños siempre le confundían con míster Spock o con el demonio. Este caso, al igual que otros muchos, se empezó a desintegrar y finalmente se retiraron todos los cargos.

O bien existe una conspiración masiva de pedófilos pertenecientes a cultos satánicos extendida por todo el país, o hay una explicación que todavía tiene que ser encontrada. Sabemos que casi todos los niños pequeños crean sus fantasías. Pero normalmente estas fantasías adquieren la forma de un osito de peluche que habla, no de asesinatos rituales de animales o bebés.

Bruno Bettelheim, en su estudio de los antiguos cuentos de hadas, toca el tema de las fantasías oscuras como salida para la ansiedad del niño sobre aquello que teme en la vida real. En otra de sus obras, A Good Enough Parent, habla del papel tradicional que tienen las fiestas para ofrecer salidas psicológicas a los niños.

Halloween, sostiene Bettelheim, simboliza las fantasías persecutorias del niño:

Antes de que se expurgara Halloween, los niños podían conseguir el poder por una noche. Poderse vestir y actuar como una bruja, un diablo o un fantasma significa que uno participa, como representante, del poder secreto de esas figuras. El atormentar a los adultos no se hacía solamente como juego: no era solamente para expresar el deseo de invertir los papeles del mundo adulto. Penetraba mucho más profundamente en el inconsciente y satisfacía una necesidad primitiva de identificarse con esos poderes primordiales[5].

Freud y Piaget, los dos gigantes de la teoría del desarrollo infantil, investigaron las fantasías infantiles, pero no trataron con las fantasías oscuras. Se plantearon seriamente la imposibilidad de que los niños sean capaces de separar los hechos reales de la fantasía.

Freud no sostenía que los niños en edad preescolar creen que sus fantasías son reales, pero sí sugirió que su tendencia a fantasear reduce su credibilidad. «La poca confianza que merecen las afirmaciones de los niños se debe al predominio de su imaginación, al igual que la poca confianza en las aseveraciones de los adultos se debe al predominio de sus prejuicios.»[6]

Piaget era más pesimista que Freud. Él creía que un niño tiene dificultades para separar la fantasía de la realidad a lo largo de toda su primera infancia. «La mente del niño está llena de estas tendencias "ludísticas" (juego fingido) hasta la edad de 7-8 años, lo cual significa que a esa edad le resulta extremadamente difícil distinguir entre la fabulación y la verdad.»[7]

Aunque algunos investigadores modernos han cuestionado a Freud y a Piaget, la investigación actual sigue demostrando que los niños son más proclives a fallos al distinguir entre realidad y fantasía que los adultos. [8] Existe un debate entre qué tipos de fantasías son espontáneas, cuáles parecen surgir de la imaginación del niño, y cuáles son influidas por situaciones reales. Se puede alegar que los niños están expuestos a los dibujos animados que ven por televisión, y a los cómics, que alimentan las fantasías extravagantes.

Necesitamos más respuestas sobre el tema de las fantasías infantiles. Necesitamos saber más sobre el contenido de las fantasías infantiles, así como de su capacidad para distinguir entre fantasía y realidad. Necesitamos prestar una atención especial a esas fantasías que tratan sobre torturas rituales o ritos satánicos. Sin estas respuestas, muchos casos de abusos sexuales no serán tenidos en cuenta por los adultos que creen que un niño que habla sobre cementerios y demonios tiene que estar mintiendo sobre el meollo de los abusos.

CUSTODIA INFANTIL Y ABUSO SEXUAL

Cuando un niño acusa a un padre de abusos sexuales en un caso de custodia disputada, levanta las sospechas de la comunidad legal, que piensa que el otro padre le habrá lavado el cerebro para que formule esa acusación. El problema con esta sospecha, igual que con todos los prejuicios, es que oscurece la verdad. En estos casos es posible que un juez muy crítico descarte algún incidente real de abusos sexuales. El problema es grave. La tasa de acusaciones por abusos sexuales se ha incrementado espectacularmente en los últimos cinco años.

Aquellos que adoptan la postura de que no se puede confiar en las acusaciones por abusos sexuales, apuntan a que casi siempre es la madre, no un asistente social, profesor o médico, quien inicia los cargos en contra del padre (en la mayoría de los casos es al padre a quien se acusa, no a la madre). Puede ser que la madre tenga un motivo de venganza al intentar restringir el acceso del padre al niño, o simplemente puede que haya interpretado mal lo que está ocurriendo entre el padre y el niño. Un padre solo con un hijo tiene que bañar ahora al niño y cambiarle los pañales, y es posible que tenga que tocarlo de manera que antes no hacía. Y, de hecho, muchas acusaciones por abusos sexuales en estos casos tienen que ver con tocamientos y exhibicionismo, no con penetraciones. El prestigioso programa de Familia y Ley de la Universidad de Michigan ha descubierto que más de la mitad de las acusaciones por abusos sexuales en casos de custodia son falsas[9].

Al otro lado de la disputa están los asistentes sociales y profesionales de la salud mental, que dicen que en muchos casos el abuso empezó antes del divorcio, pero que solamente después de la ruptura los niños pueden hablar. También apuntan a que la tensión del divorcio y la soledad del padre pueden provocar una conducta abusiva, que él puede ver como una manera de buscar amor y consuelo. Muchos expertos estarían de acuerdo con los hallazgos de Richard Kruguman, director del Centro Nacional Kempe para la Prevención y Tratamiento de los Abusos Infantiles y Abandonos, de Denver, cuyo estudio sobre las acusaciones por abusos sexuales de dieciocho casos de custodia demostró que catorce de los casos eran auténticos, tres eran ficticios y uno estaba «demasiado enmarañado» para poder decidir[10].

En este país estamos pasando por una crisis sobre el tema de la custodia infantil. Como practicante de derecho familiar, he observado cambios drásticos en las leyes sobre custodia y en la naturaleza de las disputas por custodia en los últimos diez años. El índice de divorcios se ha disparado, ayudado por las leyes prácticamente universales de acuerdo mutuo, que no solamente facilitan el divorcio sino que ayudan a fomentar una aceptación pública del hecho. A la revolución por la ley de acuerdo mutuo han seguido cambios radicales en la ley de custodia. Ya no siempre es la madre a quien ésta se concede. Muchas veces se concede al padre cuando éste la pide, y existe un fuerte movimiento hacia el establecimiento de la custodia conjunta. Más de treinta estados han aprobado leyes que favorecen la custodia conjunta bajo ciertas condiciones, y en California la ley de 1980 da preferencia a la custodia conjunta. En California el tribunal puede incluso imponerla, aunque uno de los padres se oponga[11].

Cada año hay más y más niños que pasan por la experiencia del divorcio de sus padres y se ven sujetos a las confusas nuevas leyes sobre custodia. Muy a menudo los padres se ven persuadidos a aceptar, o el tribunal se lo impone, siendo la preferencia moderna la de la custodia conjunta. Según el doctor John Haynes, antiguo presidente de la Academia de Mediación Familiar: «Dentro de cinco años la custodia conjunta será la norma, incluso dentro del sistema judicial»[12]. Sin embargo muy pocas parejas divorciadas pueden colaborar en los complicados arreglos que se necesitan para dividir la vida de un niño en dos mitades iguales. La fricción se acumula y muchas veces acaba en hostilidad abierta.

Una vez acordada la custodia conjunta, es casi imposible conseguir que se cambie el dictamen. Por desgracia, una de las pocas razones por las que el juez consentirá en cambiar la sentencia es la existencia de abusos sexuales por parte de uno de los padres. El abuso sexual es una acusación que se alega con tanta frecuencia que la Academia Americana de Psiquiatría Infantil y Adolescente, en su junta anual de 1986, dijo que el alarmante aumento del número de casos de abusos sexuales se atribuía a una mayor concienciación pública del tema, a las leyes que obligaban a profesores y médicos a informar sobre acusaciones aunque no existieran pruebas que las sustentaran, y a las leyes de custodia conjunta que en algunos casos llevaban a la madre a luchar más duramente para conseguir la custodia exclusiva de sus hijos[13].

Cuando se trata de la vida de un niño, nuestro primer deber es protegerle. No tiene sentido obligar a unos acuerdos de custodia conjunta si éstos no se traducen en lo mejor para el niño. Existen cada vez más pruebas de que la custodia conjunta no es una buena solución para muchas de las familias a quienes les es impuesta. En la junta anual de 1987, la Asociación Americana Ortopsiquiátrica presentó un estudio realizado por el Centro de Familias en Transición sobre los efectos de la custodia conjunta. Los niños cuyos padres se habían divorciado de manera más o menos amistosa no se veían afectados por la custodia conjunta, pero aquellos cuyos padres habían pasado por un divorcio amargo, estaban psicológicamente peor si el tribunal había impuesto la custodia conjunta que si ésta se concedía a sólo uno de los padres[14].

En mi opinión, el acuerdo de custodia conjunta no debería ser prioritario en el juzgado, y nunca debería imponerse a padres reacios a aceptarla. Cuando ambos padres están de acuerdo, debería poderse revisar según el deseo de cualquiera de ellos o del niño. Si el arreglo de custodia conjunta no funciona para ninguno de los padres, no es lo mejor para el niño hacerla obligatoria. Es muy posible que ello reduzca la cantidad de acusaciones sobre abusos sexuales que actualmente son como una plaga en los casos de custodia.

Pero en la actualidad, el tribunal se ve forzado a tratar cada vez más con este tipo de acusaciones. La sospecha de abuso sexual es algo muy diferente en una audiencia por custodia que en un juicio penal. Al acusado no se le garantiza su derecho, según la sexta enmienda, a tener un jurado o a verse cara a cara con las personas que testifican en su contra. El juez puede tomar una determinación contra el acusado basándose en una «preponderancia de pruebas» antes que en la regla básica de «más allá de una duda razonable» que existe en los casos penales normales.

Los procedimientos para tratar con las acusaciones de abuso sexual en casos de custodia varían mucho de un estado a otro. En muchos estados, la acusación por abuso sexual pasa por los Servicios de Protección Infantil, que investigan la acusación y la trasladan a un tribunal juvenil para una audiencia si consideran que hay pruebas suficientes. En el tribunal juvenil el juez puede denegar al padre el acceso al niño durante un período de tiempo basándose en la preponderancia de pruebas. Este dictamen será aplicado entonces al acuerdo de custodia en una audiencia posterior. En algunos estados, el juzgado de familia trata directamente con las acusaciones por abuso sexual.

En el juzgado de familia o juvenil, el juez puede entrevistar perfectamente al niño en su despacho en lugar de hacerlo en la sala de juicio. Puede que el tribunal llame también a un psiquiatra infantil para así contar con el testimonio de un experto, cosa que normalmente no se permite en los juicios penales. Se considera que el experto es como el abogado del niño, no un testigo para ninguno de los padres. Cada uno de los padres puede traer a su vez su propio experto en salud mental.

Esta informalidad tiene su lado bueno y su lado malo. El malo es que puede que existan pocos hechos, o ninguno, probados por investigadores policiales cualificados antes de la audiencia, porque no se trata de un caso penal; no se está juzgando al padre acusado. El lado positivo es que normalmente el niño no se habrá visto obligado a repetir su historia demasiadas veces antes del juicio, y éste puede resultar menos traumático. Si puede testificar de manera informal, fuera de la vista del padre acusado, es posible que su testimonio sea más espontáneo y menos reservado.

Por desgracia, los jueces que tratan con disputas sobre derecho familiar en la mayoría de las ocasiones no están cualificados para tratar con acusaciones por abuso sexual. Pero se ven forzados a tomar decisiones rápidas sobre un tema que no sólo afecta gravemente a la vida del niño, sino también a la vida y reputación del padre acusado.

Cuando un juez llama a un psiquiatra infantil, se suele apoyar de forma importante en el testimonio de éste. Algunos psiquiatras creen que el juez les anima a decir si el niño está mintiendo o no, y esto va más allá de lo que puede garantizar un psiquiatra. Según el psiquiatra infantil Melvin G. Goldzband, un conocido autor sobre el tema de la custodia infantil y testigos expertos:

El experto, en la mayoría de los casos, simplemente es incapaz de garantizar la presencia o ausencia absoluta de una verdad objetiva verificable sobre las acusaciones presentadas. El psiquiatra puede y debe describir las estructuras de carácter y personalidad de los individuos en cuestión, y puede establecer que en algunas estructuras caracterológicas se puede dar con más facilidad la mentira que en otras (en resumen, que son posibles). Sin embargo, en casi ningún caso puede el experto aseverar de manera contundente que las acusaciones que uno de los litigantes presenta contra el otro son verdaderas o falsas[15].

Pero muchos profesionales de la salud mental creen que pueden distinguir con bastante precisión entre un niño que miente sobre un tema de abusos sexuales en una disputa por custodia y otro que está contando la verdad. El doctor Arthur Green, director del Centro Familiar del Hospital Presbiteriano de Nueva York, sostiene que existe un síndrome de abuso sexual específico. Él cree que, con pocas excepciones, un psiquiatra infantil bien entrenado, puede reconocer a un niño que miente.

Según Green, cuando un niño miente, en muchas ocasiones es porque le ha lavado el cerebro una madre vengativa o enfermiza que proyecta sus propias fantasías inconscientes en el cónyuge. En estos casos, los detalles sobre las actividades sexuales se obtienen con mucha facilidad o incluso puede que el niño las ofrezca de manera espontánea. El niño muestra poca o ninguna emoción al describir los abusos y muchas veces utiliza terminología adulta.

Por otro lado, según Green, las auténticas víctimas de incesto son más bien reacios a contar detalles sobre los abusos. Muchas veces no dicen nada durante semanas y a veces se retractan y después vuelven a reafirmarse en sus acusaciones. Su revelación suele venir acompañada por un estado depresivo y describen el acto en un lenguaje propio de su edad.

Como ejemplo de una acusación falsa, Green cuenta la historia de Andy B., a quien una madre delirante le había lavado el cerebro:

Cuando se veía a Andy solo con su padre, se mostraba amable, espontáneo y afectuoso y parecía disfrutar con la relación. Cuando se observaba a Andy con ambos padres, se mostraba enfadado y hostil hacia su padre. Humillaba al señor B. trazando espontáneamente un dibujo de su padre con un gran pene erecto y me decía que él y su padre jugaban con el pene del otro cuando estaban desnudos. Durante su narración, que ofrecía sin ninguna emoción, la mirada de Andy se dirigía con frecuencia hacia la expresión aprobadora de su madre[16].

Los juzgados de California, que suelen ser los pioneros en introducir reformas en los procedimientos legales, se han negado a permitir el testimonio de expertos sobre si el comportamiento del niño encaja o no en el «síndrome de abuso sexual». Siguen la que se denomina regla de Kelly Frye, que dice que un testimonio basado en un «nuevo proceso científico» es inadmisible sin pruebas de que éste es generalmente aceptado por la comunidad científica. En el caso de Sara, de tres años de edad, de quien sus abuelos decían que su padrastro había abusado sexualmente, el tribunal de apelación decidió que el tribunal donde se había juzgado el caso no debería haber permitido que un psicólogo testificara que Sara mostraba signos del «síndrome de abusos infantiles», puesto que este síndrome no era reconocido por la Asociación Psicológica Americana ni por cualquier otra organización profesional[17]. Sara fue enviada de nuevo a vivir con su madre y su padrastro.

Pero los juzgados de California sí han permitido que expertos en salud mental cuenten el testimonio del niño, que de otro modo se consideraría prueba de oídas (algo que la víctima contó a una tercera persona), y no se permitiría como testimonio contra el acusado. En The Matter ofCheryl H., el tribunal permitió que un psicólogo testificara sobre lo que una niña de tres años había dicho acerca de los abusos sexuales cometidos por su padre. Se permitió este testimonio como excepción a la regla de la prueba de oídas, que permite testimonios no sobre el acusado, sino sobre el estado mental de la víctima. El tribunal dijo:

Aunque las afirmaciones sobre abusos sexuales por parte del padre hechas por la víctima de tres años de edad al psiquiatra infantil no serían admisibles en un procedimiento de dependencia para probar que el padre realmente había abusado de ella, las afirmaciones de la víctima fueron admitidas como prueba circunstancial de que la niña creía que el padre era el abusador, es decir, como prueba circunstancial del estado mental de la víctima[18].

En los casos de abusos sexuales, donde raramente existen testigos presenciales, este tipo de prueba de oídas tiene mucha fuerza.

Queda claro que hay que reformar los procedimientos legales para que se pueda ofrecer al juez unas bases más claras sobre las cuales poder tomar decisiones. No se debería permitir a ningún padre utilizar una falsa acusación por abuso sexual para cortar el acceso del otro padre al niño, sino que siempre se debería proteger al niño.

En primer lugar, el juzgado de custodia o juvenil debe tener acceso a los mismos interrogatorios profesionales para obtener hechos de que se dispone en un juicio penal. No se debería permitir que una acusación no investigada llegara ante el juez.

En segundo lugar, deben existir unas normas más estrictas sobre la utilización de testigos expertos, que normalmente son profesionales de la salud mental. Con demasiada frecuencia recae sobre ellos la tarea de detectar a un mentiroso, lo cual va más allá de la precisión demostrada del «síndrome de abusos infantiles». Puesto que muchas veces no existen más pruebas que éstas, ello le da al experto más autoridad de la que resulta justificable.

De hecho, existe una gran controversia sobre la utilización de psicólogos y psiquiatras como testigos expertos en cualquier tipo de procedimiento judicial. Un estudio reciente hecho por Faust y Ziskin, publicado en Science, sostiene que «considerables investigaciones muestran que la precisión de los criterios de estos expertos no sobrepasa a la de una persona lega». Por ejemplo, un estudio descubrió que los estudiantes de instituto podían prever una conducta violenta en un individuo tan bien como los profesionales de la salud mental[19]. Este resultado sin duda hace que nos cuestionemos la capacidad de un experto en salud mental para determinar con precisión si un niño está mintiendo.

Por otro lado, el propósito de una audiencia sobre custodia es proteger al niño, no condenar a un criminal. Una interpretación más abierta de las reglas sobre las pruebas de oídas que permitan a psiquiatras y psicólogos aportar pruebas sobre el estado mental del niño puede ayudar a proteger al niño que no puede hablar de manera adecuada por sí mismo.

En tercer lugar, igual que no se ponen en duda los derechos que tiene el acusado de un delito, el padre acusado merece protección. El testimonio del padre acusador tiene que ser tratado con cuidado. El tribunal no debería permitir que el padre acusador comente lo que dijo el niño (prueba de oídas). Es el propio niño quien tiene que contarlo. ¿Y qué ocurre con el niño de tan poca edad que no puede testificar correctamente? En este caso el tribunal tiene que confiar en las pruebas que corroboren la acusación, como exámenes médicos y el testimonio de profesionales de la salud mental sobre lo que el niño dijo en terapia. (No si el niño miente o no). Puesto que el juez no tiene que regirse por la regla de «más allá de una duda razonable» en un caso civil, puede que decida que la «preponderancia de pruebas» garantiza que al padre (o a la madre) le sea prohibido el acceso al niño.

Aproximadamente la mitad de nuestros hijos experimentarán el divorcio de sus padres y las disposiciones sobre custodia que le siguen. El conflicto de lealtades y la tensión entre los padres puede provocar que los niños mientan con mayor frecuencia sobre muchos asuntos. En el anterior capítulo hablé sobre el muro de intimidad que el niño erige entre los dos mundos de sus padres. Puede que le mienta a uno de los padres sobre temas del otro. Para intentar complacer a uno de ellos, puede desviar un poco la verdad. Por otro lado, un padre angustiado puede que se comporte de una manera que normalmente consideraría injusto. Hay que examinar cada caso con mucha atención y no descartarlo como «otra queja falsa sobre custodia».

LEYES SOBRE DENUNCIA

En la mayoría de casos de abuso sexual infantil no se trata de abusos colectivos ni de un tema de custodia. Normalmente se refieren a incidentes en los que un adulto se ha dado cuenta de que el niño actúa o habla de manera extraña, o quizás se queja de dolores en la zona genital. Puede que esta persona sea uno de los padres o un pariente, pero cada vez más es un profesor, enfermera escolar o trabajadora infantil. En la mayoría de estados las leyes sobre denuncia proclamadas en los años sesenta, que requerían que los médicos debían denunciar los «casos conocidos» de abusos, tanto físicos como sexuales, se ampliaron en los ochenta para incluir también a terapeutas, profesores y profesionales de la salud. California sirvió de modelo para muchos estados, ampliando el lenguaje de lo que debe denunciarse, desde los «casos conocidos» hasta aquellos de «sospecha razonable».

No es sorprendente que el número de casos denunciados fuera aumentando de manera continuada tras esta ampliación del campo obligatorio de denuncia. Las denuncias sobrepasaron la capacidad de los Servicios de Protección Infantil. Los aumentos más significativos fueron los de abusos físicos, antes que sexuales, porque era obligatorio que un profesor denunciara marcas o señales que pudieran hacer sospechar que se había pegado a un niño. Las pruebas sobre abusos sexuales no son tan claras, pero las denuncias por abuso sexual crecieron también, de 9.120 en 1981 hasta 13.214 en 1983. Durante este período, en muchas escuelas se instituyó también la educación sobre abusos sexuales, animando a los niños a hablar sobre temas que anteriormente estaban prohibidos[20].

Aproximadamente un 65 % de las denuncias por abandono y abuso infantil han demostrado ser infundadas, según Douglass Besharov, el primer director del Centro Nacional Estadounidense de Abuso y Abandono Infantil[21]. Ello levanta la sospecha pública de que los niños mienten sobre el tema de los abusos. Varios millares de padres de treinta estados diferentes se han asociado y han formado VOCAL (Víctimas de la Ley sobre Abusos Infantiles) para protestar de que fueron acusados falsamente de abusos y abandono infantiles.

Pero estas denuncias infundadas no significan necesariamente que los niños o los adultos estén mintiendo. Se pide a centenares de miles de adultos que denuncien una «sospecha razonable» de abusos, aun cuando el niño guarde silencio. Una denuncia infundada también puede significar que no existen pruebas suficientes para hacer un cargo formal, no que los abusos no tuvieran lugar.

La señora J., una profesora de jardín de infancia, pilló a Jerry, de tres años de edad, absorto ante una revista pornográfica que al parecer había traído en su mochila. Señaló a una mujer desnuda en una postura sexual y dijo: «Ésa es tía Ruth». La señora J. observó que Jerry, antes un niño popular, se había vuelto muy quieto y permanecía alejado de sus compañeros. Lo notificó a los Servicios de Protección Infantil. Se pusieron en contacto con los padres y les hicieron una visita domiciliaria. Los padres se quedaron atónitos y avergonzados. La tía Ruth era una parienta joven y bonita que Jerry había conocido de manera breve y pública en una boda familiar. Estuvieron de acuerdo en llevar a Jerry a un terapeuta, quien descubrió que Jerry estaba pasando por un desarrollo normal, aunque algo exagerado, de su interés sexual.

Muchos estados tienen líneas telefónicas de atención para casos de abusos infantiles, que aceptan investigar denuncias aunque la persona que llama no pueda dar razones para sospechar que la condición del niño sea debida a la conducta de los padres, o cuando el denunciante insiste en permanecer en el anonimato.

El propósito de las leyes de denuncia es proteger al niño, y aunque es mejor pecar por el lado de un exceso de denuncias, hay muchos que creen que el sistema de denuncias está fuera de control. Los adultos acusados de abuso, que en la mayoría de casos son padres, parientes y amigos, también tienen sus derechos, y pueden sufrir daños irreparables a su reputación si son víctimas de una falsa denuncia.

Existen maneras de hacer que las leyes sobre denuncia, y con ello los denunciantes, sean más responsables. Besharov sugiere que en primer lugar todas las leyes deben contener descripciones específicas de qué constituye abuso, antes que términos confusos como «en peligro» o «señales de abuso». Para el abuso sexual, la sola conducta, sin afirmaciones por parte del niño o de otra persona, no es suficiente para formular una denuncia. En el caso de Jerry antes mencionado, con toda seguridad hubiera sido mejor escoger otra vía, como hablar con los padres, antes que cursar una denuncia.

La segunda salvaguarda que Besharov recomienda es filtrar las denuncias antes de proseguir con la investigación. Las líneas de atención telefónica sobre abusos infantiles están cargadas de denuncias que en realidad reflejan malas acciones adolescentes, problemas escolares y expresiones de sexualidad, no abusos reales[22].

En el caso de Mammo contra Arizona, la Agencia de Protección Infantil fue declarada culpable por no haber seguido adelante con una denuncia cursada por un padre, que no tenía la custodia del niño, sobre una madre peligrosa. La madre asesinó a su hijo. Esta decisión ha sembrado el miedo en los corazones de los encargados de filtrar las demandas, pero es imprescindible que sea una persona experta quien separe las denuncias legítimas de aquellas que son frivolas y que canalice las llamadas inapropiadas hacia el servicio social pertinente.

USO CORRECTO DEL TESTIMONIO INFANTIL

Los casos que han recibido mucha publicidad, como los de McMartin y Jordan, han hecho que el público sienta recelo hacia la credibilidad de los testigos infantiles. Incluso se ha revelado al público el confuso mundo de las denuncias por abusos infantiles en los casos de custodia. Uno de los programas de televisión más populares del país, «La ley de Los Angeles», mostraba un incidente en que una hija era persuadida por su vengativa madre de acusar falsamente a su padre por abusos sexuales. En la serie, naturalmente, la madre confesaba y se llegaba a un acuerdo.

De hecho, los investigadores que actualmente están estudiando la credibilidad infantil como testigos describen un cuadro más optimista. Las investigaciones apuntan a que incluso niños de sólo cuatro años pueden presentar un testimonio fiable. No obstante, existen algunas advertencias. Cuanto más pequeño es el niño, menos detalles puede recordar. Ello es en parte porque el niño pequeño no puede prestar atención a tantos detalles. También es debido a que la capacidad de comprensión, en especial de acontecimientos nuevos o inusuales, no está tan desarrollada. Pero cuando el incidente a recordar trata de un terreno familiar, como acordarse de los detalles de una tira cómica vista por primera vez, puede que el niño recuerde más detalles que un adulto[23].

Uno de los principales problemas del testimonio de los niños de diez años o menos es que cuánto más pequeños son, más les cuesta recordar libremente. Para conseguir despertar su memoria, el entrevistador necesita guiar el proceso de rememorar[24]. Proceso que lleva a las peligrosas aguas de la sugestividad.

La capacidad de sugestión se refiere a hasta dónde se puede hacer creer a un testigo en unos detalles de un acontecimiento que en realidad no ocurrió. En un procedimiento legal, la preocupación es que los repetidos interrogadores sugerirán nueva información que el testigo entonces empieza a creer que forma parte de su memoria real.

Por supuesto, la capacidad de sugestión no es solamente un problema para los niños. Una vez fui sujeto de una demostración realizada por una de las principales investigadoras sobre este tema, Elizabeth Loftus. Se pasó una película en la que se ve a un coche rojo circulando por una calle tranquila y al final choca con otro vehículo. En el interrogatorio posterior, me preguntaron dónde estaba la señal de stop, cuando en realidad era un ceda el paso. Dije con toda seguridad donde estaba, y más adelante respondí que había visto una señal de stop. Lo mismo que hizo la mayoría del público.

El tema no es pues si los niños son vulnerables ante una información falsa, sino si lo son mucho más que los adultos. Se están llevando a cabo muchas investigaciones sobre este tema, con algunos resultados contradictorios. En general existe un consenso de que hacia la edad de diez u once años los niños no son más vulnerables que un adulto ante una información engañosa o incorrecta. Existe polémica sobre los niños entre seis y diez años. Algunas investigaciones indican que no lo son más que los adultos, pero otras sostienen que sí lo son. Con los niños menores de siete años, las investigaciones indican que son especialmente vulnerables a las informaciones incorrectas sobre datos periféricos, pero no sobre el acontecimiento principal. Los preescolares también se ven muy influidos por los adultos que les interrogan[25].

Cuando Varondeck pidió a los niños que describieran el color de la barba de su profesor, cuando de hecho éste no llevaba barba, los niños probablemente respondieron con un color para complacer al interrogador. Se han hecho muchos experimentos en los cuales el interrogador ofrece información falsa sobre un acontecimiento después de que el niño lo presenciara. Se puede ver un claro patrón de sugestión. Los niños son más vulnerables ante la falsa información si su memoria original del tema que trata la información falsa es débil; la información falsa trata sobre un acontecimiento periférico, no central; y el interrogador que ofrece la información falsa es un adulto que el niño respeta. En un experimento realizado, cuando era un niño el que ofrecía la información falsa, era aceptada en un 50 % menos[26].

El espinoso tema de la capacidad de sugestión empieza con el interrogatorio inicial. Puede que la persona que lo lleva a cabo sea un asistente social o un oficial de policía, con poco o ningún entrenamiento. Incluso aquellos que están bien entrenados pueden engañar a un niño. Una de las técnicas estándar de interrogación es dar al niño dos muñecas anatómicamente correctas y pedirle al niño que les muestre lo que pasó. Varios estudios se han cuestionado qué es lo que realmente ocurre. Un estudio comparó a veinticinco niños que habían sufrido abusos sexuales con otros veinticinco que no los habían sufrido y se descubrió que las diferencias entre ellos no eran tan marcadas. En otro estudio hecho con cien niños que no habían sufrido abusos, casi el 50 % se relacionó con las muñecas de tal manera que muchos investigadores lo hubieran podido interpretar como prueba de abusos sexuales[27]. Los genitales prominentes y los orificios de las muñecas posiblemente sugieren un patrón de juego para los niños pequeños.

Es evidente que hace falta más investigación y trabajo sobre el tema crucial de desarrollar técnicas que no impliquen sugestión y enseñarlas a todos los investigadores. King y Yuille, expertos en el tema de sugestión infantil, recomiendan dejar a un lado las muñecas y sustituirlas por varias técnicas basadas en lo que sabemos del desarrollo infantil. Una posibilidad es utilizar escenarios, maquetas a pequeña escala de habitaciones y muebles que se puedan mover y que puedan ayudar a recordar a los niños; otra sería practicar cosas como identificación de fotografías, para que el niño pueda comprender mejor el concepto. Aunque los niños pequeños puede que todavía necesiten apuntes verbales para fomentar el recuerdo, la información que el investigador debe comunicar al niño es que no hace falta que lo recuerden todo, que pueden decir tranquilamente: «No me acuerdo»[28].

Si los niños, aun los de corta edad, pueden relatar adecuadamente un acontecimiento pasado si se les pregunta correctamente, ¿es necesario que un juez dictamine sobre su competencia? Desde el siglo XVIII quedó bien establecido que el juez de cada caso concreto debe determinar mediante interrogatorio si el niño muestra una veracidad, inteligencia, memoria y capacidad verbal adecuadas. Los jueces formulaban preguntas como: «¿conoces la diferencia entre el bien y el mal?», «¿sabes lo que significa un juramento?» Dependiendo de la edad del niño, el juez también podía pedirle al niño que recitara el alfabeto, o que recordara direcciones y números de teléfono o el nombre de sus profesores.

Debido a la presión por el creciente número de casos por abusos sexuales en los que el niño es el único testigo, existe una tendencia a eliminar el examen de competencia y dejar que el niño testifique como lo haría cualquier otro testigo. (Hasta ahora ocho estados han eliminado el requisito). El jurado o el juez deben decidir si el testimonio es creíble. Pero no se ha investigado suficientemente si un jurado puede decidir de manera adecuada la competencia de un testigo infantil. Es evidente que el jurado necesita instrucciones claras sobre cómo tratar con el testimonio de un niño.

También existe un movimiento para ampliar las normas sobre pruebas de oídas, o crear una nueva excepción para el niño que ha sufrido abusos sexuales. El propósito de las leyes que excluyen las pruebas de oídas es que las declaraciones hechas fuera de la sala del tribunal son por su propia naturaleza poco fiables. Solamente cuando las declaraciones se hacen en la sala, bajo juramento, en un lugar donde el acusado puede repreguntar, se consideran fiables. En casos de abusos sexuales, puede que las declaraciones de oídas sean la única prueba si el niño es considerado incompetente para testificar. Las tres maneras más comunes por las cuales se permiten las pruebas de oídas en un juzgado son si el niño presenta una prueba médica, si el niño se queja específicamente de violación, o si el niño hace algún comentario exaltado. Normalmente se hacen este tipo de comentarios en el momento en que tiene lugar el acontecimiento, por ejemplo: «¡Este hombre acaba de meter la mano debajo de mi vestido!». Pero los tribunales han sido muy indulgentes en casos de abusos sexuales, admitiendo «comentarios exaltados» que se dan días, semanas o incluso meses después. Algunos estados incluso han aceptado una excepción especial de las pruebas de oídas para los casos de abuso sexual, mediante la cual otro testigo puede presentar la declaración del niño si existen pruebas que la corroboren[29]. Estas extensiones de las reglas sobre declaraciones de oídas todavía no han sido puestas a prueba por el tribunal supremo.

Existe aún otro movimiento para proteger al niño y que éste no pueda ver al acusado en los juicios penales. Aquellos que desean cambiar el procedimiento creen que el niño estará tan nervioso que ello afectará a su testimonio. Aparte de ello, consideran que es cruel y posiblemente traumático que un niño tenga que enfrentarse a su atacante. Algunos estados han introducido circuitos cerrados de televisión, que el acusado puede ver desde otra sala. Otros estados permiten los testimonios grabados en cinta de vídeo en lugar del testimonio directo del niño para evitar la confrontación entre el niño y el acusado. Algunos estados han decidido que no hace falta que el niño testifique y que un testigo adulto puede relatar lo que el niño le contó sobre el acontecimiento. Esto crea una excepción a la regla habitual sobre pruebas de oídas que dice que sólo un testigo presencial puede relatar el acontecimiento.

El tribunal supremo de los Estados Unidos, en el caso Coy contra Iowa (junio de 1988) dijo tener serias dudas sobre la constitucionalidad de esos intentos de evitar que el niño viera al acusado. En este caso, dos niñas de trece años fueron asaltadas sexualmente mientras acampaban en su propio jardín. El acusado, John Avery Coy, era el vecino de al lado. Una ley de Iowa destinada a proteger a las víctimas de abuso sexual permitió que se utilizara un biombo entre el acusado y las chicas, que hacía que ellas no le pudieran ver pero le permitía a él verlas tenuemente y escucharlas.

Siguiendo la opinión de la mayoría, el juez Scalia defiende rotundamente el «derecho a la confrontación» que se contempla en la sexta enmienda. Sostiene que la base de este derecho es que es más difícil para un acusador mentir cuando se encuentra frente al acusado y dice: «… Existe algo profundo en la naturaleza humana que tiene que ver con el enfrentamiento cara a cara entre acusador y acusado y que es "esencial para un juicio justo en un caso penal"»[30].

No obstante, la jueza O’Connor, en una opinión coincidente, está de acuerdo en que la ley de Iowa no permite una confrontación, pero insiste en que con muchos de los nuevos procedimientos de otros estados, incluyendo la utilización de testimonios grabados en vídeo ante un tribunal, ya se testifica en presencia del acusado. También sostiene que todavía hay espacio para una ley que cubra el tema de la confrontación con un enfoque concreto para cada caso. «Pero si un tribunal decide que un caso específico tiene una necesidad concreta, como se indica en algunos estatutos estatales, […] nuestros casos sugieren que las restricciones de la cláusula de confrontación pueden dar lugar al interés estatal obligatorio de proteger a los testigos infantiles.»[31] Esta importante decisión del tribunal supremo deja a las nuevas leyes aprobadas por muchos estados en una especie de limbo. Casi seguro que tendrán que ser revisadas y probablemente ser escritas de nuevo para asegurar que cumplen con las normas de esta decisión más bien confusa.

En mi opinión, el tribunal supremo estuvo acertado tanto legal como moralmente al decir que no podemos olvidarnos de los derechos constitucionales. La simpatía pública naturalmente se inclina hacia el posible sufrimiento e incomodidad que un niño tiene que soportar en esta situación, pero de muchas maneras se trata de la misma situación para la cual se creó la sexta enmienda. En un delito donde la palabra del acusado suele ser la única prueba, éste tiene todo el derecho a protegerse de una falsa acusación.

Douglass Tarrant, de cuarenta y un años, supervisor adjunto de finanzas de las escuelas Pinellas County, de Saint Petersburg, Florida, se suicidó antes de saber que la muchacha de quince años que le había acusado de actos libidinosos y lascivos se había retractado dos días antes[32]. El caso de Tarrant no es el único. Centenares de miembros de la asociación VOCAL sostienen que han sido acusados falsamente. Una falsa acusación por abuso sexual puede arruinar la vida y la reputación de una víctima inocente mucho más que cualquier otro tipo de acusación.

Además, uno de los principales investigadores de este tema, Gary Melton, sostiene que la necesidad de estas reformas no está documentada ni estudiada. No sabemos con seguridad si un niño testificará mejor si el acusado no está presente, y no tenemos pruebas reales de que el enfrentarse con el acusado resulte siempre traumático para todos los niños. De hecho, sugiere Melton, para algunas víctimas puede ser como una catarsis enfrentarse al atacante y sentir que un daño puede ser reparado[33].

Existen otros procedimientos que no desafían a la Constitución y que pueden hacer que el testimonio de un niño resulte más cómodo. Se puede preparar mejor al niño para que él o ella sepa qué puede esperar en un juzgado. Para ayudar en el proceso, se le puede mostrar la sala del juicio con anterioridad y explicarle qué personas estarán allí. Una vez esté el niño en el estrado de los testigos, los abogados pueden formular preguntas simples y directas, utilizando el vocabulario del propio niño, para extraer el testimonio. Por ejemplo, el abogado tiene que saber cómo llama el niño a los órganos genitales. El juez puede dirigir las repreguntas, controlando la intimidación y los intentos de confundir al testigo.

En los juicios civiles para determinar la custodia o para conseguir una orden para proteger al niño de un agresor adulto, no existen restricciones constitucionales, puesto que no existe un acusado penal. Los jueces pueden interrogar de manera informal al niño en su despacho si así lo desean, con la presencia de los abogados.

Otro tema importante es el de la utilización del testimonio de profesionales expertos en salud mental que han examinado a la víctima. Este testimonio se permite con mayor frecuencia en casos civiles que en casos penales, puesto que se considera demasiado perjudicial para el acusado. Existen dos tipos de información que estos expertos pueden aportar: al testificar sobre el estado mental de la víctima, pueden ofrecer detalles sobre un acontecimiento que el niño puede que no sepa explicar adecuadamente ante el tribunal; y al analizar la conducta del niño, pueden indicar si éste ha sido realmente víctima de abusos sexuales.

En mi opinión, la exclusión de testimonios de expertos sobre la credibilidad o el estado mental del niño es justificable en casos penales. El acusado en estos casos tiene derecho a ser protegido de lo que todavía se consideran observaciones polémicas por parte del profesional de salud mental, y del testimonio de segunda mano sobre lo que realmente ocurrió.

En un juicio civil, donde el objetivo del mismo es proteger al niño de un padre o custodio, la cosa cambia. El juez (no hay jurado) debería contar con la máxima información posible para proteger al niño. Se debería permitir el testimonio de expertos para evaluar el estado mental del niño y también su estructura psicológica. No obstante, en estos momentos, el testimonio sobre si el niño muestra o no suficientes indicios del síndrome de abuso sexual, probablemente es inapropiado, puesto que este «síndrome» no es demasiado aceptado.

EL FUTURO

Cuando estamos en medio de una crisis, es difícil ver el camino. El abuso sexual infantil es ciertamente una crisis, no solamente para el sistema legal y los Servicios de Protección Infantil, sino también para todos los padres que temen que el incremento de denuncias por abusos podría llegar a tocar a sus hijos.

Por el momento tenemos más preguntas que respuestas. Pero aquí están algunas de las cosas que han descubierto los investigadores:

Esto es lo que todavía no sabemos, pero que los investigadores siguen estudiando:

La respuesta a estas cuestiones ayudará a los tribunales a alcanzar el difícil equilibrio para poder proteger a los niños víctima de abusos sexuales, sin por ello dejar de proteger los derechos del acusado. Estas respuestas afectarán también a la utilización de testimonios infantiles en otro tipo de casos. Pero es en los casos en que el niño es tanto la víctima como el único testigo en que la necesidad es vital.