3.
La mentira en diferentes edades

¿A QUÉ EDAD PUEDEN EMPEZAR A MENTIR LOS NIÑOS?

Lori es una niña de tres años y medio, llena de energía y con alma de artista. Un día decidió expresar su creatividad en la pared de su habitación con sus nuevos lápices de colores. Para ella era una gran obra maestra. Sin embargo, para su madre, no era nada bonito.

«Lori, ¿escribiste tú en la pared?», le preguntó su madre, evidentemente disgustada.

«No», contestó Lori con la cara muy seria.

«Bueno, ¿pues quién lo hizo?»

«No fui yo, mamá», replicó, todavía con cara de ángel inocente. «¿Fue un pequeño fantasma?» preguntó su madre sarcásticamente.

«Sí, sí», dijo Lori. «Fue un fantasma.» Se quedó con esta explicación hasta que su madre finalmente dijo: «Bien, pues le dices a ese fantasma que no lo vuelva a hacer o lo lamentará».

Algunas personas creen que los niños pequeños son demasiado inocentes para mentir. Otros creen que sí lo harían si supieran, pero que carecen de la habilidad suficiente. Las pruebas sugieren que los niños son capaces de mentir a una edad mucho más temprana de lo que los adultos creen.

A los cuatro años, y quizás antes, algunos niños saben mentir, y de hecho lo hacen. No es que se estén equivocando, ni confundiendo la fantasía con la realidad, sino que están intentando deliberadamente engañar.

Las mentiras a esta edad no suelen ser un problema grave. Todos los niños, y la mayoría de adultos, mentimos alguna vez. No obstante, los padres deberían empezar a preocuparse cuando un niño miente con frecuencia, especialmente si las mentiras persisten durante un largo período. Cuando aparecen las primeras mentiras, los padres deberían hablar con sus hijos sobre las implicaciones morales que ello plantea. Como veremos, la comprensión infantil sobre estos temas cambia muchísimo desde la edad de cuatro años hasta los catorce.

Varios estudios sugieren que los niños pueden mentir a una edad mucho más temprana que los adultos que no están familiarizados con el comportamiento infantil pudieran pensar. En uno de estos estudios, el doctor Stephen Ceci y uno de sus estudiantes tentó a niños de preescolar a que mintieran para proteger del castigo a alguien que les gustaba[1]. Se dejó a los niños en una habitación con un juguete y les dijeron que no debían jugar con él. Cuando el investigador salía de la habitación, un adulto se ponía a jugar con el juguete y lo rompía. Cuando el adulto se marchaba, el investigador regresaba y le preguntaba al niño qué había ocurrido. Los niños se dividieron en dos grupos: aquellos que ya conocían al adulto y que éste les gustaba (un «mentor» con el que habían creado un lazo) y aquellos para los que el adulto era un extraño. Casi la mitad de los niños no delataron al mentor. Algunos dijeron que no sabían quién había roto el juguete, otros que lo había hecho otra persona. No obstante, todos los niños, de tres años y medio a cuatro, dijeron la verdad y delataron al adulto desconocido.

En otro estudio[2], se llevó a niños y niñas de tres años a una habitación, se les sentó de manera que no pudieran ver una mesa y se les dijo que el investigador iba a poner un juguete sorpresa sobre la mesa y que se marcharía. Se le pidió al niño que no mirara y que él o ella podría jugar con el juguete cuando el investigador regresara a la habitación. Entonces éste se marchó, mientras que la madre del niño rellenaba un cuestionario sentada dando la espalda al niño. Después de que el niño hubiera mirado, o al cabo de cinco minutos, el investigador regresaba a la habitación y le preguntaba al niño: «¿Has mirado?».

Veintinueve de los treinta y tres niños lo habían hecho. Cuando se les preguntó si habían mirado, hubo una división prácticamente en tres entre los que confesaron, los que negaron el hecho y los que no respondieron. Los niños fueron más sinceros que las niñas (dos tercios de los niños admitieron haber mirado, pero solamente el 15 % de las niñas).

En un tercer estudio[3] se preguntó a las madres y a los profesores de niños de cuatro años si los niños de diferentes edades contarían deliberadamente una mentira. El porcentaje de adultos que pensaba que los niños mentían aumentaba con la edad del niño. Estos son los datos:

Edad Porcentaje de padres y profesores que dijeron
que los niños de esta edad mienten

3

4

5

6

33

75

90

100

Si tenemos en cuenta estos tres estudios en conjunto, vemos que como mínimo algunos niños tan pequeños como de tres o cuatro años mienten deliberadamente. Está claro que las consecuencias negativas del mentir no eran elevadas en ninguno de los experimentos. Si el investigador hubiera dejado claro de antemano a los niños la importancia de ser sincero, o el coste de una mentira, habrían mentido menos niños. El tema que estos investigadores querían tocar no era cuándo mienten los niños, sino si los niños de edades tan tempranas saben mentir, bajo no importa qué condición. Hasta que se realizó este trabajo, la mayoría de científicos creía que los niños de tres a seis años no podían distinguir entre cometer una falta no intencionada y decir deliberadamente algo falso[4].

¿A QUÉ EDAD COMPRENDEN LOS NIÑOS EL CONCEPTO DE MENTIRA?

¿Saben mentir bien? ¿Resulta más fácil detectar sus mentiras que las de niños de mayor edad? ¿Están más influidos por la sugestón que otros niños mayores, más influidos por cómo se formulan las preguntas y por las creencias de los adultos? ¿Son más «autosugestionables» los niños de cuatro años que los de mayor edad? Es decir, ¿van a empezar a creer en sus mentiras cuanto más frecuentemente las digan?

Para poder responder a esas preguntas, examinemos primero qué piensan los niños sobre las mentiras.

Keith, un chico de seis años, divide su tiempo entre la casa de su padre y la de su madre. En una ocasión el padre de Keith pensó recogerle al mediodía para que los dos pudieran asistir a un partido de béisbol. Pero el padre de Keith no sabía que su madre ya había concertado una lección de tenis para esa misma hora. Cuando Keith descubrió que no podría ir al partido con su padre, le telefoneó, dolido y enfadado.

«Has dicho una mentira», dijo Keith llorando: «¿Por qué lo has hecho?». Su padre se puso en su lugar e intentó explicarle que no había mentido, que sólo había sido un malentendido con respecto a los horarios. Pero Keith no quería saber nada del tema. Todo lo que él sabía era que su padre le había dicho que irían a un partido de béisbol, y que no iban a ir.

Hasta aproximadamente los ocho años, los niños consideran que toda afirmación falsa es una mentira, independientemente de si la persona que la dijo sabía que era falsa. Incluso cuando los niños pequeños saben que el que habla no tiene intención de engañar, le continúan llamando mentiroso si sin darse cuenta les ofrece información falsa. Pero la mayoría de niños de ocho años, igual que los adultos, no consideran mentirosa a una persona si saben que esa persona ha dado información falsa involuntariamente.

Sería fácil explicar la definición de mentira que tienen los niños pequeños diciendo que refleja su incapacidad de tratar con asuntos sutiles como la intención. El resultado es lo que importa en el pensamiento moral todavía no desarrollado de esos niños pequeños, según sostienen algunos autores. Una notable serie de estudios recientes llevados a cabo en Austria por los doctores Wimmer, Gruber y Perner[5] descubrió que ello no es así. Los mismos niños que no reconocen la importancia de la intención en su definición de la mentira sí responden a esa intención cuando se trata de su juicio moral acerca de la persona que hace la afirmación falsa. En su estudio leyeron y representaron con muñecas la siguiente historia:

Mamá regresa de la compra. Ha comprado chocolate para hacer un pastel. Maxi la puede ayudar a guardar las cosas. Éste le pregunta: «¿Dónde pongo el chocolate?». «En el armario azul», dice la madre. Maxi guarda el chocolate en el armario azul. Maxi recuerda exactamente dónde puso el chocolate, así que después puede volver y coger un poco. Le encanta el chocolate. Entonces se va a jugar. La madre empieza a preparar el pastel y saca el chocolate del armario azul. Ralla un poco para incorporarlo a la masa y entonces no lo guarda en el armario azul, sino en el verde. Maxi no está presente. Él no sabe que el chocolate está ahora en el armario verde. Después de un rato Maxi regresa de jugar, tiene hambre, y quiere coger un poco de chocolate. Todavía se acuerda de dónde guardó el chocolate. Pero antes de que Maxi pueda ir a buscar el chocolate, su hermana entra en la cocina. Le dice a Maxi: «He oído que mamá ha comprado chocolate. Me gustaría comer un poco; ¿sabes dónde está?».

Se leyeron cuatro versiones diferentes de esta historia a los niños. En una versión Maxi quiere ser sincero, pero le da a la hermana información falsa (le dice que está en el armario azul) porque no sabe que la madre lo cambió de sitio. En la segunda versión se saltaron la línea sobre la madre que cambia el chocolate del armario azul al verde, así que cuando Maxi quiere ser sincero y dice que está en el armario azul, en realidad está dando la información correcta. En las siguientes dos historias se les dice a los niños que Maxi quiere engañar a su hermana. Se añadieron las siguientes líneas a la historia: «Vaya», piensa Maxi, «ahora mi hermana se quiere comer todo el chocolate. Pero yo lo quiero para mí solo. Tengo que decirle algo falso para que no lo encuentre». Si se conserva la línea de la madre que cambia el chocolate de lugar, del armario azul al verde, entonces tenemos una historia en la que Maxi quiere engañar pero involuntariamente dice la verdad. Y si se deja fuera la línea sobre el cambio de armario, Maxi quiere engañar y da información falsa sobre la localización del chocolate. El cuadro siguiente muestra las cuatro condiciones del experimento.

Historia 1 Historia 2 Historia 3 Historia 4
Dónde cree
Maxi que está
el chocolate
Armario
azul
Armario
azul
Armario
azul
Armario
azul
Dónde está
el chocolate
Armario
verde
Armario
azul
Armario
verde
Armario
azul
Intención
de Maxi
Sincera Sincera Engañosa Engañosa
Efecto de
Maxi
Información
falsa
Información
correcta
Información
correcta
Información
falsa

La mayoría de los niños y niñas de cuatro y seis años dijeron que Maxi mentía no solamente cuando tenía intención de mentir y daba información falsa (historia 4), sino también cuando Maxi quería ser sincero y compartir el chocolate con su hermana, pero le daba información falsa porque no sabía que su madre había cambiado el chocolate de lugar (historia 1). La intención no importaba. Pero sí lo hacía cuando se preguntó a estos niños si le darían a Maxi una estrella dorada por ser bueno con su hermana o un punto negro por haber sido malo con ella. La mayoría de los niños (75 %) basó su juicio moral en la intención de Maxi[5a]

Aunque estos niños pequeños utilizaron mal el término «mentira», sí comprendieron la intención. Sabían que era tener mala intención querer engañar a alguien. Aunque esto puede parecer obvio a algunos lectores, hasta hace sólo unos años, cuando se dio a conocer este estudio, la literatura científica mantenía que unos niños tan pequeños no hacían juicios morales basados en la intención.

Si es cierto que hacen juicios morales basados en la intención, uno se podría preguntar por qué los niños pequeños no utilizan la intención en su definición de la mentira. Algunos de los primeros investigadores[6] sobre las mentiras infantiles (1909) sugieren que la razón podría ser porque los padres no explican adecuadamente el lema de la mentira. Los padres recalcan que los niños tienen que decir la verdad, sin explicar que decir algo falso no constituye una mentira si uno no sabe que es falso. Otras investigaciones sugieren que podría tener que ver con el desarrollo de las habilidades lingüísticas.

Lo que es importante es que los niños de una edad tan temprana como los cuatro años, y quizás antes, saben que la intención de engañar a alguien es mala. Esos niños tan pequeños condenan más las mentiras que otros de mayor edad o los adultos. En palabras de un investigador, los niños pequeños son «fanáticos de la verdad»[7]. Es cierto que los niños más pequeños creen que es peor mentir que los niños de más edad. Por ejemplo, el 92 % de niños de cinco años dijo que siempre está mal mentir. Al llegar a los once años, esa cifra se había reducido a sólo un 28 %. Concordando con ese cambio, el 75 % de los niños de cinco años dijeron que ellos nunca mentían, mientras que ninguno de los de once años afirmó ser tan virtuoso[8].

Los doctores Candida Peterson, James Peterson y Diane Seeto, que fueron quienes obtuvieron esta información, también les preguntaron a los niños sobre si están mal diferentes tipos de mentiras. Todos los grupos de diferentes edades, de los cinco hasta los once años, dijeron que las mentiras para evitar el castigo (por ejemplo, no reconocer que hemos derramado tinta en la colcha) son peores que las mentirijillas (por ejemplo decirle a otro niño que te gusta su corte de pelo, aunque no te guste). Las mentiras altruistas (por ejemplo no decirle a un matón que quiere pegarle a un niño más pequeño dónde está éste, aunque lo sepas) no fueron condenadas por la mayoría de grupos. Los niños de cinco años le dieron a esta mentira una puntuación más baja que los niños de mayor edad, aunque incluso ellos pensaban que no era una mentira tan mala como la de querer evitar un castigo.

Estos investigadores también preguntaron a los niños qué ocurre cuando se cuentan mentiras. Los niños de cinco a nueve años mencionaron con mayor frecuencia el castigo. En esta edad más temprana, el castigo es el factor disuasivo. Menos de un tercio de los de once años mencionaron el castigo, mientras que la mitad de ellos dijeron que la mentira destruye la confianza, una consecuencia que muy pocos niños pequeños mencionaron.

Marie Vasek obtuvo resultados similares en entrevistas con niños y niñas de seis hasta doce años[9]. Les leía a los chicos historias como la siguiente:

Bob y algunos de sus amigos estaban celebrando una batalla de bolas de nieve en su jardín. Al cabo de un rato, se cansaron de tirarse bolas de nieve unos a otros y decidieron arrojarlas a los coches que pasaban. Todos ellos estaban tirando bolas de nieve, pero una de las de Bob alcanzó el parabrisas de un coche. El conductor detuvo el coche y bajó. Todos los niños salieron corriendo para sus casas. El conductor había visto como Bob tiraba la bola de nieve y corría hacia la casa, así que fue y llamó a la puerta. La madre de Bob subió desde el sótano para abrir la puerta. Ella no había visto lo que habían estado haciendo los chicos. Fue a buscar a Bob y éste le dijo que solamente habían estado tirándose bolas de nieve entre ellos. Él había arrojado una bola a un amigo, éste se había agachado y la bola había tocado al coche accidentalmente. Todos se habían ido porque no querían meterse en líos[10].

Según Vasek, los niños más pequeños dijeron que la principal razón para contar una mentira es evitar el castigo, como en esta historia. Aunque pensaban que mentir estaba mal, comprendían por qué lo hacía la gente. Llegó a la conclusión de que los niños de cinco y seis años mienten para «… evitar el castigo siempre que sospechan que han hecho algo por lo cual deberían ser castigados. […]El niño puede escoger entre decir la verdad y correr el riesgo (de ser castigado) o contar otra mentira para evitar el castigo por la primera»[11].

Al llegar a los diez o doce años, y quizás antes, los niños ya no consideran que mentir esté siempre mal; se vuelven más «flexibles». El que una mentira sea mala depende del resultado de la situación. Por ejemplo, en mis entrevistas con niños, Bessie, de doce años, dijo: «¿Y qué pasa si alguien te pregunta si su pelo es bonito, cuando no lo es? Entonces querrías mentir». Un chico de once años, Robert, me contó la siguiente historia cuando le pedí que me pusiera un ejemplo de cuándo es correcto mentir: «Digamos que un niño es realmente malo, un matón o algo así, que hace daño a otros niños. Entonces si mintieras y dijeras que fue él quien lo hizo, aunque no hubiera sido así, tendría problemas, y como él se dedica a hacer daño a los demás, estaría bien que le castigaran».

Aunque los preadolescentes o los adolescentes más jóvenes entienden la idea de que mentir está mal porque los demás ya no confiarán en nosotros, eso no es prioritario en sus mentes. Incluso los adultos no recuerdan siempre la consecuencia de una pérdida de confianza cuando están sopesando si mentir o no. Puede que las relaciones ya no sean las mismas después de haber violado la confianza con una mentira. La pérdida de confianza es difícil de reparar; a veces resulta irreparable.

En un artículo aparecido en 1987 en el Washington Post Magazine, el escritor Walt Harrington describió cómo incluso una pequeña mentira, una vez descubierta, cambió lo que unos amigos sentían el uno hacia el otro. El escritor, un hombre, está comiendo con una amiga que recientemente ha tenido un lío amoroso con un amigo de él. «Ella no le contó a su marido lo del romance; mentira n° 1. El hombre con el que tuvo el lío le juró que no me lo había contado a mí; mentira n° 2. Y mientras estamos sentados comiendo, ella está a punto de manipularme para que aparezca la mentira n° 3 contándome repentinamente la verdad: "He tenido un lío. ¿Lo sabes?"». El escritor decide no romper la promesa hecha al amante de ella y lo niega. Unos días más tarde, él le dijo que le había mentido al decirle que no conocía el romance. «"Eres un buen mentiroso", dijo ella. "Te creí."» Él le pregunta si está enfadada con él. «"No", contestó ella lentamente, "enfadada no. Pero mi opinión sobre ti ha cambiado un poco. No mucho, pero algo ha cambiado."»[12]

La pérdida de confianza es el punto que yo recalco cuando tengo conversaciones sobre el tema de las mentiras con mis propios hijos. Les explico lo difícil que sería la convivencia si no pudiéramos confiar en que no nos contaríamos mentiras entre nosotros. También les explico lo difícil que resulta volver a confiar en alguien después de que esta confianza haya sido traicionada. Una vez sabes que tu hijo ha tomado la decisión de mentir, puede que las dudas y las sospechas no resulten fáciles de descartar. Para ellos no es una lección fácil de aprender. No es una lección fácil para nadie. Solamente aquellos que han sido atrapados en una mentira y han perdido por ello la confianza de alguien cercano comprenden las implicaciones.

Algunos psicólogos infantiles creen que usted puede enseñar estas ideas a sus hijos contándoles cuentos. El cuento de «Pedro y el lobo» es un buen ejemplo. Como recordará, el cuento narra cómo un joven mentía siempre diciendo que le había atacado un lobo; lo hizo tantas veces que cuando realmente fue atacado, nadie le creyó. Yo recuerdo que me impresionó mucho la moraleja de ese cuento cuando tenía cinco o seis años. No recuerdo haber pensado en él cuando le mentía a mis padres o a mis amigos en mis años de adolescencia. Quizá si mis padres hubieran seguido inculcándome valores morales al ir creciendo, lo hubiera tenido más presente. Aprendí a través de la experiencia en mis últimos años de adolescencia, a través de dos infelices relaciones románticas, lo difícil que es restablecer la confianza después de haberla traicionado.

¿VARÍA LA FRECUENCIA DE LAS MENTIRAS CON LA EDAD?

Algunos estudios se han planteado esta cuestión, y las conclusiones están divididas. Algunos de ellos apuntan a que la frecuencia no cambia, mientras que otros han descubierto que las mentiras decrecen entre los niños de más edad. En cualquier caso, independientemente de la edad, sólo una minoría de niños parece que mienten. Quizá lo más interesante sea el descubrimiento de que desde temprana edad hasta finales de la adolescencia el porcentaje de niños que miente frecuentemente sigue siendo aproximadamente el mismo. Es una cifra baja, menos del 5 %[13]. Por lo que comentamos en el último capítulo, éstos son los niños que corren un mayor riesgo de desarrollar otras dificultades en sus vidas.

Existen dos problemas en este estudio que merecen ser mencionados. Primero, como los datos proceden de los informes de padres y profesores, debemos recordar que las fuentes podrían no ser del todo fiables debido al efecto halo/cuernos que antes mencioné. Como veremos, los niños se convierten en mejores mentirosos a medida que van creciendo. Es lícito pensar entonces que los niños podrían mentir más de mayores, pero como sus mentiras son más difíciles de detectar, sus padres y profesores podrían decir que mienten igual que cuando eran más pequeños o incluso menos.

El otro problema es cómo interpretar el resultado de que el porcentaje de mentirosos frecuentes sigue siendo más o menos el mismo. Existen dos posibilidades acerca de quiénes son esos mentirosos crónicos[14]. Una es que esos mentirosos que se revelan a una edad temprana, quizás a los cinco o seis años, siguen siendo mentirosos crónicos durante toda su infancia y adolescencia. La otra posibilidad es que ser un mentiroso crónico es una fase transitoria por la que pasan algunos niños. Siguiendo este razonamiento, los niños que son mentirosos crónicos a los siete años puede que no sean los mismos que los que lo son a los once años. La única manera de descubrir cuál de las dos posibilidades es cierta es hacer un seguimiento de los mismos niños durante años. Este tipo de estudio longitudinal nunca se ha llevado a cabo. Todo lo que tenemos son estudios cruzados de diferentes niños de cada grupo de edad.

Lo que parece más probable es que se den ambas posibilidades. Para algunos niños, las mentiras crónicas son una fase, y debido a la intervención de los padres o a una menor presión, las mentiras cesan. Otros puede que sigan mintiendo hasta que ello se convierla en un patrón fijo que tengan para enfrentarse al mundo.

Si su hijo da muestras de ser un mentiroso crónico, usted no sabrá si se trata de una fase o el inicio de algo que podría durar toda la vida. Las mentiras crónicas deberían tomarse en serio; no espere a descubrir si se trata de una fase. Intente averiguar por qué miente su hijo. Examine su propia conducta. ¿Está haciendo usted algo que de alguna manera anime u obligue a su hijo a mentir? ¿Acaso miente su hijo respondiendo a algún otro problema existente en el hogar? ¿Se debe a la influencia de amigos, como mencioné antes? De cualquier modo, explíquele a su hijo por qué es perjudicial mentir. Si cree que no adelanta, busque consejo profesional.

¿MIENTEN MEJOR LOS NIÑOS AL HACERSE MAYORES?

Los niños pequeños creen que los adultos lo pueden todo. Una niña de cinco años, con su imaginación, lo describó así: «Nunca deberías contar una mentira, ¡porque los cerebros dentro de las cabezas de los mayores son tan listos que lo descubren!»[15].

No obstante, los niños descubren antes de lo que la mayoría de padres creen que se pueden salir con la suya mintiendo, al menos en algunas ocasiones. Al llegar a los primeros años de la adolescencia, o quizás antes, sobre los diez u once años, la mayoría de niños se convierten en mentirosos bastante buenos. Ya no siempre les delata el sonido de su voz, la expresión de sus caras, las incoherencias evidentes en lo que dicen, o las extravagantes coartadas. Al ir ganando los niños en capacidad de engaño, los padres pierden la seguridad que antes tenían. Aunque todavía puedan detectar una mentira —los niños de mayor edad, igual que los adultos, a veces cometen errores al mentir, y muchas veces se ven traicionados por un descubrimiento accidental—, los padres descubren que ya no saben lo que sus hijos piensan, sienten, hacen o tienen previsto hacer, a menos que ellos quieran hacérselo saber.

Los dos tercios de los niños de primer curso a quienes entrevistamos dijeron que sus padres sabían cuándo estaban mintiendo, mientras que menos de la mitad de los de séptimo dijeron que sus padres eran capaces de detectar sus mentiras. Siguiendo en la misma línea, casi todos los chicos de undécimo curso dijeron que fue en quinto o sexto cuando pudieron mentir por primera vez sin ser descubiertos.

No existe ninguna señal, como la nariz de Pinocho, que indique que los niños o los adultos mienten, ningún espasmo muscular, ninguna inflexión de voz, ningún movimiento corporal que sea una señal clara de mentira —ninguna indicación de que una persona está mintiendo o diciendo la verdad. Pero sí existen pistas de conducta mediante las cuales poder deducir el engaño. A veces la pista está contenida en lo que dice la persona. El relato es demasiado improbable, incoherente o contradice claramente los hechos. A menudo la pista que indica que alguien miente no está en lo que dice, sino en cómo lo dice. Puede que algo, el sonido de la voz, la expresión del rostro, el movimiento de una mano, no encaje con las palabras. El mentiroso puede poner cara de culpable o tener una voz temerosa, o parecer demasiado excitado como para resultar creíble.

Al irse haciendo mayores, los niños no solamente son más hábiles al contar mentiras a otros, también lo son para detectar cuando les mienten[16]. La excusa falsa de mamá de por qué no pudo asistir a la representación escolar, cuando papá sostiene que no estaba gritando porque estuviera enfadado, que solamente quería que se le oyera por encima del ruido del televisor: ese tipo de cosas ya no siempre resulta creíble. No es que los niños se vuelvan tan buenos detectando mentiras; más bien es que empiezan siendo tan malos que cualquier mejora parece significativa. Mi propia investigación y la de muchos otros ha demostrado que la mayoría de personas se cree las mentiras en muchas ocasiones[17]. La mejora que viene con la edad es más bien la capacidad de contar una mentira, no tanto la capacidad de discernir cuando alguien más está mintiendo. Encontré solamente seis estudios científicos que intentaron descubrir si los niños se convierten en mejores mentirosos al ir creciendo. Los resultados corroboran en cierto modo lo que todo padre de adolescentes ya sabe: los niños mayores son mejores mentirosos que los más pequeños. Puesto que los niños mejoran en todo aquello que van desarrollando, estos estudios no resultan muy instructivos.

Una razón por la cual un estudio similar no puede ofrecer resultados concluyentes es que una comparación entre grupos de edad debería basarse en la misma mentira. Ello no es fácil, por la misma razón por la cual un niño de seis años y un chico de dieciséis no juegan a las mismas cosas ni miran los mismos programas televisivos. La mentira tiene que ser comprensible, interesante, y parecer razonable a lo largo de todas las edades estudiadas. Los niños de cada grupo de edad tienen que estar similarmente motivados para tener éxito al contar una mentira. Y el científico tiene que preocuparse por el tema ético cuando le pide a un niño que mienta, ir con cuidado de no enseñarle involuntariamente técnicas para mentir o que crea que mentir es algo correcto.

En dos estudios se pedía a los niños que mintieran sobre su opinión acerca del zumo de uva. En uno de los experimentos se les ofreció dos bebidas a niños de cinco a doce años, junto con algunos estudiantes de instituto. Una de las bebidas era zumo de uva azucarado y la otra no llevaba azúcar. Se dijo a los niños que convencieran a una de las investigadoras, de veinticuatro años, de que las bebidas temían buen sabor, independientemente de si lo creían así o no. En el segundo estudio, también se pidió a algunos de los niños que mintieran diciendo que no les gustaba la bebida azucarada. Los doctores Robert Feldman, Larry Jenkins y Oladeji Popola dijeron a los niños «que el propósito del experimento era determinar qué capacidad tenían …[ellos]… para engañar al entrevistador. Se mencionaron anuncios televisivos bien conocidos para ilustrar el tipo de respuestas requeridas»[18].

En otro estudio se mostraron diapositivas agradables y desagradables a niños de primer curso y de quinto. Se pidió a los niños que mintieran con respecto a la mitad de las diapositivas diciendo lo contrario de lo que sentían. Se les pidió que pusieran cara de experimentar sensaciones agradables frente a algunas de las diapositivas desagradables, y a la inversa con las agradables[19]. En otro estudio se pedía a niños de seis hasta doce años que fingieran ser actores que eran entrevistados con respecto a lo que les gustaba y lo que no. Les pidieron que demostraran lo bien que podían actuar intentando hacer ver que les gustaba o que eran neutrales sobre algo que realmente les desagradaba, y fingiendo que les disgustaba o tenían una postura neutral acerca de algo que les gustaba[20].

El descubrimiento más claro de todos estos estudios es que los niños de primer curso (de cinco y seis años de edad) tienen menos éxito en sus mentiras —es decir, se les detecta con mayor facilidad— que los de diez años o más. No quedó tan claro si las niñas mienten mejor que los niños, o si era más difícil detectar la mentira cuando se ocultaba un sentimiento positivo o negativo.

POR QUÉ ALGUNAS MENTIRAS SON DIFÍCILES DE CONTAR

Cuando no hay emoción de por medio es fácil mentir; es mucho más fácil mentir sobre hechos, planes, acciones o ideas que decir que uno no está enfadado, asustado o que siente cualquier otra emoción. Es mucho más fácil mentir sobre no haber estado enfadado ayer que esconder el enojo que se siente en el momento. Es más fácil esconder una ligera irritación que la furia. Incluso cuando la mentira no trata sobre emociones, las emociones que se suscitan al mentir —miedo a ser descubierto, culpabilidad por la mentira, o el reto y el estímulo que supone colar con éxito una mentira (yo lo llamo «el placer del engaño»)— pueden hacer que resulte más difícil mentir con éxito.

Un padre me contó un incidente que ilustra lo fácil que resulta mentir cuando se tiene una cierta distancia de las emociones. El tema del dentista normalmente suscita fuertes emociones —habitualmente temor— tanto en niños como en adultos. El tío de Aaron, un chico de trece años que había tenido problemas con sus dientes, le preguntó si había ido recientemente al dentista.

«Sí», respondió Aaron. «Fui la semana pasada.»

«¿Y cómo fue?», preguntó su tío. «¿Te dolió?»

«No, nada. Fue tirado, dijo Aaron» sin dudarlo ni un momento. Más tarde el tío descubrió que hacía varios meses que el niño no había ido al dentista, y que cuando lo hizo, había tenido mucho miedo de las inyecciones de novocaína.

Varios meses más tarde el tío volvió a preguntarle a Aaron si había ido al dentista. Esta vez el tío se dio cuenta de que el niño esquivaba la mirada, se callaba un instante y después contestó rápidamente diciendo que no y a continuación siguió hablando con igual rapidez de una película que había visto la noche anterior. Resultó ser que Aaron había ido al dentista justo la semana anterior y, según contaron sus padres, le habían extraído dos muelas del juicio y se había quejado y llorado mucho.

Las emociones, en especial cuando son intensas, producen cambios involuntarios de conducta que son difíciles de esconder. Estos cambios se pueden dar en cualquier parte o en todas, en el rostro, en los movimientos de las manos, en la postura o en el sonido de la voz. Para tener éxito, el mentiroso tiene que reprimir todas estas señales emocionales que no encajan con la mentira. El mentiroso debe poder conducir y controlar su comportamiento. Ello no resulta fácil para la mayoría de adultos; es incluso más difícil para los niños pequeños. Las fuertes emociones y el esfuerzo invertido en controlar las señales de tales emociones también pueden llegar a distraer tanto la atención del mentiroso que le resulte difícil pensar con claridad y hablar de manera convincente.

CULPABILIDAD POR MENTIR

En los experimentos que examinaban si los niños de mayor edad son mejores mintiendo que los más jóvenes, se eliminó un factor importante: la culpabilidad. Se pidió a los niños que mintieran; los científicos autorizaron las mentiras, y se ofreció una razón plausible para ello (haced como si estuvierais en un programa de televisión). Cuando el niño falsifica una puntuación más alta en su boletín de notas, o dice que no se ha bebido el whisky del armario de las bebidas, no hay ninguna figura de autoridad que le diga que mienta. Es la propia opción del niño, tomada en contra de los deseos paternos o del profesor. Es entonces cuando la mentira no es solicitada ni autorizada, cuando el niño puede sentirse culpable. Estos sentimientos de culpa hacen que resulte más difícil mentir. Son una carga para el que miente y pueden causar que la mentira fracase.

La culpa puede llevar a que el mentiroso eventualmente confiese, tal es su peso y el dolor que produce. El intentar aliviar ese peso muchas veces lleva a una confesión. Tim, un chico de diez años, lo expresó de esta manera: «No sé, es como cuando a veces dices una mala mentira, y está en tu conciencia y se lo tienes que contar a alguien. Si se trata de algo realmente malo. Para sacártelo de encima y que no te moleste más»[21]. Incluso aunque el mentiroso intente aferrarse a su mentira, las señales de culpabilidad —retirar la vista, la voz apagada o agitada— pueden traicionar la intención del mentiroso.

No todos los niños, por supuesto, se sienten culpables cuando mienten. En edades más tempranas casi todos los niños creen que mentir está siempre mal. Hacia la adolescencia ya casi ninguno de ellos está convencido de que todas las mentiras son malas. Los padres que he entrevistado dijeron que si educas bien a tu hijo, éste se sentirá culpable cuando te mienta. No existe ninguna investigación, que yo sepa, que corrobore esta esperanza. Mi investigación con adultos indica que las personas no se sienten culpables por mentir a alguien a quien no respetan, con quien no comparten unos valores. Supongo que los niños se sentirán menos culpables cuando mienten a unos padres que les imponen unas normas que ellos consideran injustas, duras e inflexibles, igual que los adultos no sienten culpa alguna por mentirle a un jefe que consideran ha sido injusto con ellos. El sentimiento de culpa por mentir es más intenso cuando el mentiroso comparte valores con la víctima de la mentira.

Rachel es una estudiante de secundaria que se siente muy orgullosa de sus resultados académicos. Sus padres, ambos profesores universitarios, también están orgullosos de ella y siempre han insistido en la importancia de sacar buenas notas. Cuando Rachel obtuvo un bajo resultado en un examen de ciencias hecho a final de semana, para el cual no se había preparado, mintió a sus padres, diciendo que le había ido bien. Pero durante el fin de semana sus padres notaron su aspecto taciturno y apático, muy anormal en ella. Cuando llegaron unos invitados y los padres de Rachel se pusieron a presumir sobre sus éxitos escolares, bruscamente se marchó de la sala. Para el domingo por la noche Rachel ya no podía más y confesó la mentira a sus padres.

El niño puede justificar fácilmente el mentir a unos padres que parecen estar llevando a cabo acciones que le prohiben a él. Por ejemplo, si usted se emborracha, su hijo adolescente podrá considerar hipócrita que le castigue a él o a ella por el mismo motivo. Muchos adultos no se sienten culpables por mentir a objetivos anónimos, o a instituciones como «Telefónica» o «el Gobierno». Probablemente sea por ello que nunca he podido convencer a mi hijo Tom de que está mal que mienta acerca de su edad cuando intenta conseguir un descuento en un cine o en el transporte público. Él sabe que muchos adultos hacen trampa y no entiende por qué nosotros no lo hacemos. Además, no comprende por qué esperamos que él viva según unas normas que otros conocidos suyos no siguen.

Puede que no exista sentimiento de culpa cuando el mentiroso cree que todo el mundo miente. Eso es lo que dicen algunos preadolescentes. Aunque no existen pruebas científicas que lo confirmen, sospecho que ésta es una de las razones por las cuales los adolescentes tienen más éxito en sus mentiras. Se sienten menos culpables por mentir a sus padres o profesores. El rechazar los valores paternos —una manera de rebelión—, el darse cuenta de los pies de barro de las figuras de autoridad, es algo común en muchos adolescentes. Para algunos, la mentira puede ser una forma de establecer su propia identidad, de separarse y de conseguir independencia —una fase necesaria de la adolescencia.

Muy pocas personas, tanto niños como adultos, se sienten culpables por las mentiras triviales. Cuando el mentiroso piensa que la mentira no hará daño a nadie, ni siquiera a la persona a quien va dirigida, la culpabilidad está relativamente ausente. Incluso cuando la mentira tenga consecuencias importantes, los mentirosos no se sienten culpables si se ha autorizado la mentira. Los espías no se sienten culpables por su engaño porque éste ha sido autorizado por el país para el cual trabajan.

Si alguien con autoridad le dice al niño que mienta, es muy poco probable que éste se sienta culpable por su acto. Resulta más fácil mentir si no se siente culpabilidad. En todos los experimentos que he descrito (excepto el de Hartshorne y May y los que describí al inicio del presente capítulo), como fueron autorizadas por los científicos, las mentiras de los niños estaban relativamente libres de culpa. Por tanto estos estudios no revelan gran cosa sobre la mayor parte de mentiras que los niños cuentan a sus padres o profesores.

MIEDO A SER DESCUBIERTO

Sospecho que los niños de los experimentos sobre las mentiras no tenían motivo alguno para sentir temor ante las consecuencias de ser descubiertos, ninguna razón para pensar que si no conseguían ser convincentes perderían algo o serían castigados. No obstante, la mayor parte de mentiras entre padres o profesores y niños tienen consecuencias negativas si son descubiertas. En las mentiras que sí importan, el mentiroso tiene miedo a ser descubierto por la posibilidad de ser castigado.

Ésta es una manera de diferenciar las mentiras importantes de las triviales. ¿Se castigaría al mentiroso si fuera descubierto? ¿Cuál sería el precio de ser descubierto? Suelen haber dos castigos: uno por la mentira en sí, el otro por el acto que la mentira intentaba encubrir.

Al igual que la culpa, el miedo a ser descubierto hace que mentir resulte más difícil, puede motivar una confesión y puede producir indicios en el rostro, cuerpo y voz que traicionen la mentira. Ese miedo se puede convertir en tormento, y la persona puede confesar para conseguir aliviarlo. El miedo puede dar al traste con los intentos del mentiroso de mantener una línea coherente. Puede provocar cambios en cómo habla el mentiroso, en el sonido de su voz, en la expresión de la cara, que contradicen lo que está diciendo y a la larga revelan la mentira.

Charlotte tiene diez años y es una niña algo masculina y revoltosa. Estaba encantada con los nuevos vaqueros de la marca Guess que le había comprado su madre. Esta le dijo que eran caros y que Charlotte tenía que ir con cuidado para no estropearlos. Los llevaba a la escuela casi cada día. Un día resbaló jugando al béisbol y se le rompió una pernera del pantalón. Se fue corriendo a casa y, antes de que pudiera verla su madre, escondió los vaqueros en el fondo de un cajón. Una semana más tarde, la madre de Charlotte le sugirió que se pusiera los vaqueros con una blusa nueva. Charlotte tartamudeó y dijo que prefería ponerse una falda, cosa rara en ella. Su madre empezó a sospechar. Cuando le pidió que le enseñara los vaqueros, Charlotte dijo que se los había dejado en casa de su amiga Karen, pero Charlotte no había estado en casa de Karen desde hacía más de una semana.

No todos los que mienten tienen miedo de ser atrapados. Este temor suele ser más intenso cuando hay algo importante en juego, cuando las consecuencias de ser descubierto son graves. Incluso entonces, algunos mentirosos son más vulnerables al miedo. La reputación de la persona a quien se miente también influye en el miedo que pueda sentir el mentiroso. Los niños pequeños que creen en la afirmación omnipotente de sus padres cuando éstos dicen que siempre pueden detectar una mentira, sentirán más temor de ser descubiertos que los niños mayores que han aprendido que algunas veces pueden colar una mentira sin ser detectados.

En casi todas las investigaciones sobre el engaño realizadas con adultos o niños, los científicos han estudiado mentirijillas o mentiras triviales en las cuales no se corre un gran riesgo, antes que las importantes. En las mentiras no autorizadas, lo que está en juego es la confianza, y nadie quiere que no confíen en uno. Los experimentos que hemos analizado no arriesgaban la confianza porque probablemente los niños no iban a volver a ver jamás a las personas a quienes mentían.

EL PLACER DEL ENGAÑO

Existe un tercer juego de sentimientos que puede delatar una mentira. Yo lo llamo «el placer del engaño». Incluye la excitación que se siente al engañar a alguien, el enfrentarse al reto de «colar algo a alguien». Puede que exista una sensación de logro y regocijo, un sentimiento de poder y de haber conseguido algo. Lo puede experimentar un adulto que engaña al cónyuge o el niño que engaña a un padre. Sospecho que en la adolescencia este reto y ejercicio del poder puede ser un factor importante que motive a mentir. Incluso en edades menores los niños pueden pensar que la mentira es un juego del que pueden disfrutar. De hecho, muchos juegos tanto infantiles como adultos tienen que ver con la mentira. El póquer es un ejemplo perfecto. También lo es el juego infantil llamado «quién tiene el botón». La participación en estos juegos desarrolla y ejercita las habilidades necesarias para mentir[22].

El placer del engaño, a su manera, también puede propiciar una confesión cuando el mentiroso quiere ganarse la admiración de alguien. A menudo se atrapa a los criminales porque no pueden resistirse a presumir sobre lo listos que fueron al cometer un delito determinado. Los niños se pueden ver tentados a compartir sus logros al contarle a un compañero con qué facilidad engañaron a papá o a mamá. Es posible que un niño experimente un menor placer por el engaño cuando miente a uno de los padres; es más interesante engañar a un amigo crédulo, en especial si hay otros compañeros que puedan disfrutar de la representación.

A Stephanie y Jason, dos chicos de cuarto curso, les gustaba tomar el pelo a otros niños, en especial a Steven, el «chico nuevo». Una vez, durante el recreo, Stephanie y Jason convencieron a Steven de que eran hermana y hermano. Le contaron que sus padres estaban divorciados y que al separarse la hija se fue a vivir con la madre y el hijo con el padre. Al ir adornando la mentira, se fue congregando un grupito de amigos (que sabían que Stephanie y Jason no eran familia) que disfrutaron de la representación. Cuando Jason exageró el relato añadiendo que su padre se había vuelto a casar —con la directora de la escuela—, la pareja ya no pudo reprimir la risa y estallaron en carcajadas.

PREPARACIÓN DE LA ESTRATEGIA

Las mentiras fracasan no solamente porque las señales emocionales —culpabilidad, miedo y placer por el engaño— delatan al mentiroso. También fracasan cuando el mentiroso no se prepara con antelación.

Las mentiras resultan más fáciles cuando el mentiroso sabe exactamente de antemano cuando él o ella tendrá que mentir. Ese conocimiento le da tiempo al mentiroso a inventarse una historia falsa pero creíble y a ensayarla. Supongamos que una chica piensa salir con un chico que sus padres le han dicho que no puede ver. Para asegurarse de no ser descubierta, necesita tiempo para preparar una coartada —como, por ejemplo, pasar la noche en casa de una amiga— y anticiparse a las preguntas que le puedan hacer al día siguiente. Necesita una explicación que suene razonable cuando su padre le diga que intentó ponerse en contacto con ella pero que nadie contestó en casa de su amiga. Cuando la persona se tiene que inventar una respuesta sobre la marcha suele dar pistas reveladoras.

Hace más pausas. Puede que esquive la mirada. La voz puede sonar más apagada. Estos detalles en sí no son señal de mentir; son señales de que se está pensando sobre la marcha. Si le pregunta a un adolescente: «¿Crees que Gorbachev seguirá gobernando?» es normal esperar ver señales de que está pensando, porque la mayoría de chicos no se han planteado esa cuestión. Pero si la pregunta es: «¿Dónde estabas anoche cuando llamé a casa de Sally? No respondió nadie», entonces las señales de estar pensando una respuesta probablemente indiquen una mentira, puesto que no debería necesitar tiempo para pensar —es decir, si estuviera diciendo la verdad.

El mentiroso se perfecciona con la práctica. Con cuanta más frecuencia mintamos, mejor lo haremos. En parte se debe a que descubrimos que podemos colar la mentira, y esa confianza creciente aminora el temor de ser atrapado. Si un niño ha aprendido que mamá siempre se traga un cierto tipo de mentira, tendrá menos miedo a que lo descubran. Las mentiras repetidas también hacen disminuir los sentimientos de culpa. La cuestión de si mentir está bien o mal suele aparecer la primera vez que uno tiene que decidir si miente o no. Entonces es cuando la culpa puede interferir con el éxito de la mentira. Pero después de la primera vez, mentir se vuelve cada vez más fácil en ocasiones sucesivas. A la segunda o tercera vez que contamos la misma mentira damos menor consideración a las repercusiones morales o a las posibles consecuencias negativas. Los abogados llaman a este patrón de ir deslizándose hacia actos más y más ilegales la «cuesta resbaladiza».

A veces las personas empiezan a creer en su mentira si la cuentan con suficiente frecuencia. El niño que infla su reputación con la historia que se inventa diciendo que miró directamente a los ojos del tipo duro y que así le ganó, puede olvidarse de que en realidad no ocurrió así después de la tercera o cuarta vez de explicarlo, igual que el pescador que empieza a creer en su propia trola sobre «el enorme pez que se le escapó». Tanto el pescador como el niño que presume pueden recordar los hechos reales si se les presiona, pero ello puede requerir un cierto esfuerzo. Esta capacidad para engañarse incluso a uno mismo tiene un aspecto beneficioso para el aspirante a mentiroso: cuando una persona cree en su propia mentira, cometerá menos errores al contarla. En cierta manera —al menos en su propia mente— está contando la verdad. Aunque no conozco ninguna investigación sobre el tema, supongo que los niños más pequeños se ven más influidos por este efecto.

El siguiente cuadro resume las variables que pueden hacer que el mentir resulte fácil o difícil:

Difícil mentir Fácil mentir
Lo que está en juego es: Mucho Poco
Castigo si se descubre la mentira: Si No
Castigo si se descubre el acto que esconde la mentira: Si No
Se tiene experiencia colando esta mentira: No Si
La persona objeto de la mentira es crédula: No Si
Se respeta a la persona objeto de la mentira: Si No
Se comparten valores con la persona objeto de la mentira: Si No
La mentira es autorizada: No Si
La persona objeto de la mentira es dura o injusta: No Si
El reto que supone engañar a la persona objeto de la mentira: Si No
Otras personas a sabiendas son testigos del engaño: Si No
Se puede planificar con antelación la necesidad de mentir: No Si

DESARROLLANDO LAS APTITUDES PARA MENTIR

Muchas de las aptitudes que se desarrollan con la edad —las necesarias para que los niños sean cada vez más responsables de ellos mismos— también les permiten tener más éxito si deciden mentir. Se dice que Abraham Lincoln comentó que no tenía memoria suficiente como para poder mentir. Pero no todas las mentiras requieren una buena memoria. Las mentiras en las que no se dice gran cosa falsa —yo las llamo mentiras encubridoras— no dependen de la memoria. Ésta es una típica mentira encubridora que no precisa una gran memoria: cuando mamá le pregunta cómo le fue el día, no es necesario que Johnny diga que el director le castigó después de clase, y que le ha amenazado con expulsarle la próxima vez que le tire una pelotilla de papel mascado a la profesora. Johnny no ha dicho nada falso, ni es necesario que recuerde una complicada coartada.

Pero supongamos que mamá se había dado cuenta de que había vuelto a casa más tarde de lo normal y le pregunta por qué. Si Johnny esconde la verdad (que fue el director quien lo retuvo en la escuela) diciendo que fue a casa de su amigo Joe a jugar al ping-pong, deberá recordar esa historia y sus implicaciones. Al día siguiente, cuando su madre le pregunte si la hermana de Joe ya ha regresado a casa después de la universidad, Johnny no podrá decirle: «¿Cómo quieres que lo sepa?». Tiene que recordar que dijo haber estado ayer allí. La memoria mejora con la edad y, al igual que muchas otras aptitudes, al llegar a la adolescencia ya es tan buena como la de un adulto.

Para tener éxito con una mentira es preciso planificar más allá de sólo el próximo paso; se necesitan varios planes de emergencia.

Para el engaño no se necesitan tantas habilidades. El engaño solamente requiere imaginarse qué pasaría si nos preguntaran directamente por aquello que queremos encubrir. Puede que el engaño funcionara en el caso de Johnny, pero si Debra rompiera el jarrón favorito de su madre, no puede esperar que ésta no le pregunte si sabe qué ocurrió a su regreso a casa.

El contar una historia falsa requiere un gran esfuerzo por parte de la capacidad del mentiroso para pensar estratégicamente. Johnny debería tener unas cuantas cosas en cuenta si quiere que su historia del ping-pong resulte creíble. Antes tiene que haber mostrado un cierto interés en el ping-pong para que su madre pueda creerse que querría ir a casa de Joe a jugar. Después tiene que asegurarse de que Joe es alguien con quien suele pasar tiempo jugando. ¿Qué posibilidades existen de que su madre pueda haber pasado por la casa de Joe? ¿Podría hablar su madre con la madre de Joe por teléfono ese día o al cabo de poco tiempo? Sería mejor para él basar su falsa coartada en un amigo cuyos padres no conozcan a su madre. Si no puede contar algo así y ser creído, debería planificar una respuesta por si su madre dijera: «He hablado con la madre de Joe esta tarde y no me ha dicho que estuvieras ahí ayer». Podría estar preparado para contestar: «Bueno, es que nos cansamos de jugar al ping-pong y nos fuimos a la tienda a comprar una revista». Esta planificación sofisticada va madurando con la edad. Algunas personas no llegan a ser nunca muy buenas y en cambio otras exhiben ya una mentalidad de jugador de ajedrez a la edad de seis años. Pero para la mayoría de ellos, eso es algo que se va desarrollando a medida que crecen.

Un mentiroso con éxito tiene en cuenta la perspectiva de la persona objeto de la mentira. Poniéndose en el lugar de la otra persona, imaginando lo que resultará creíble o sospechoso a esa persona, el mentiroso puede sopesar el impacto de su propia conducta sobre el objetivo y afinar y ajustar su acción según sea necesario. Johnny debería darse cuenta de que si dice que se detuvo en la biblioteca a sacar unos libros, su madre puede sospechar porque sabe que él no suele ir a la biblioteca. Johnny también podría descartar esa estrategia si recuerda que a su madre le interesan mucho los libros y que le podría preguntar cuáles retiró. Los preescolares no son muy buenos en este tipo de estrategia porque a una edad temprana no se dan cuenta de que existe más de una perspectiva —la suya— acerca de un acontecimiento. Creen que todo el mundo piensa como ellos. Al ir acercándose a la adolescencia, los niños son mucho más capaces de ponerse en el lugar de otra persona.

Para mentir bien, el niño tiene que desarrollar también habilidades lingüísticas, utilizando palabras para referirse a cosas que en realidad no están presentes. Los niños deben poder modificar su discurso —desde el vocabulario hasta la inflexión, la velocidad y el contenido del discurso— para adecuarse a la situación, en especial sintonizar con lo que están contando a la persona objeto de la mentira. Estas habilidades de lenguaje se desarrollan muy pronto, a veces incluso a los cuatro años, aunque a esa edad distan mucho de ser perfectas[23].

El mentiroso que tiene éxito sabe hablar bien, es capaz de pensar con rapidez e inventarse explicaciones plausibles cuando le pillan con la guardia baja. Aunque Johnny no hubiera preparado una respuesta a las preguntas de su madre, debería poder improvisar una explicación rápidamente. Aunque algunas personas están muy versadas en pensar rápidamente sobre la marcha y producir sin problema una respuesta creíble, los niños pequeños no saben hacerlo. Pero eso también va mejorando con la edad.

La mentira habilidosa requiere un control emocional. Un buen mentiroso es capaz de fingir emociones que él o ella no siente, ofrecer un tono de voz y un aspecto calmado, interesado, complacido o cualquier otro sentimiento que precise la mentira en concreto. Igualmente importante, el mentiroso debe poder esconder las señales de emociones que pudieran delatarle. Puede que Johnny esté enfadado con el director de la escuela, porque crea que la ha tomado con él por castigarle. Puede tener miedo de ser descubierto, porque sabe que sus padres le reñirán mucho por haberse metido en líos en la escuela y por haberles mentido. Quizá se sienta culpable por mentir a sus padres, o estimulado por el reto que supone tener éxito con esa mentira. Cualquiera de esas emociones deberá ser ocultada, y tendrá que ponerse una máscara que encaje con su historia. Algunas de mis propias investigaciones con niños descubrieron que esta capacidad de controlar la expresión, al igual que muchas otras aptitudes, mejora con la edad, y en la adolescencia ya se alcanza el mismo nivel de competencia que en la edad adulta[24].

Todas estas habilidades —memoria, planificación, ponerse en el lugar de la otra persona, pensar y hablar con rapidez, y controlar las emociones— son necesarias para que el niño se desarrolle y se convierta en adulto. Irónicamente, las aptitudes que hacen que los padres estén satisfechos y se sientan orgullosos con el desarrollo de su hijo son las mismas que más tarde permitirán al niño decepcionarles y engañarles.

El crecer y asumir la independencia significa que un niño tiene la capacidad y también la responsabilidad de escoger entre la sinceridad y la faltad de honradez. Cuando el niño sabe que él o ella no pueden tener éxito con sus mentiras, en realidad no hay mucho donde elegir. La tentación solamente existe cuando los niños saben que pueden tener éxito si deciden engañar.

Independencia significa tener control sobre la información que revelamos a otros sobre nosotros mismos. Intimidad significa tomar uno mismo la decisión de quién sabe qué cosa sobre nosotros. Tener ese control —disfrutar de la propia intimidad— no requiere mentir. Igual que los padres les dicen a menudo a sus hijos, con palabras más o menos acertadas: «¡Eh! Eso no es asunto tuyo; no me preguntes eso», un niño puede tener también a veces el derecho a decirle lo mismo a uno de los padres[24a].

Estas observaciones acerca de por qué mienten los adolescentes concuerdan con la opinión psicoanalítica sobre el hecho de mentir, que hace hincapié en el papel de la mentira para establecer una independencia de la familia. Los psicoanalistas consideran que la mentira no es exclusiva de la adolescencia sino que está presente a lo largo de toda la infancia. El psicólogo Michael F. Hoyt escribe: «… La primera mentira con éxito del niño rompe la tiranía (de la omnisciencia paterna, es decir, el niño empieza a sentir que tiene una mente propia, una identidad privada desconocida para sus padres»[25]. Los secretos, el ocultar información, sigue diciendo el doctor Hoyt, se ve como que juegan «… un papel significativo en el desarrollo normal de los límites del ego y del concepto del yo[…]. De manera más general, la posesión de un secreto confiere la sensación de tener algo que es únicamente propio, de ser un individuo aparte»[26].

Además de los cambios en las capacidades, también existen cambios en las actitudes que hacen que mentir resulte más fácil y más posible cuando se llega a la adolescencia. Las convenciones sociales que antes eran inviolables ahora aparecen como arbitrarias. El adolescente joven, de manera característica, no acepta sin antes cuestionar, o simplemente no acepta, la legitimidad de muchas normas sociales[27].

Anna Freud, hija de Sigmund Freud y psicoanalista infantil, aportó una de las descripciones más agudas sobre las espectaculares oscilaciones de las actitudes adolescentes. En Das ich und die Abwehrmechanismen, escribió que los adolescentes son:

[…] excesivamente egoístas, se consideran el centro del universo y el único objeto de interés, pero en ninguna época posterior de su vida son tan capaces de sacrificio y devoción. Forman las más apasionadas relaciones amorosas, sólo para romperlas tan abruptamente como las iniciaron. Por un lado, se lanzan con entusiasmo a la vida comunitaria y, por otro, tienen un deseo poderosísimo de soledad. Oscilan entre la sumisión ciega ante un líder que ellos mismos han escogido y la rebelión desafiante contra cualquier y toda autoridad. Son egoístas y materialistas y al mismo tiempo están llenos de elevados ideales. Son ascéticos, pero de repente se sumergen en caprichos de los instintos de carácter muy primitivo. A veces su conducta con otras personas es brusca y desconsiderada, pero ellos a su vez son extremadamente susceptibles. Sus cambios de humor oscilan entre un optimismo despreocupado y el pesimismo más negro[28].

Desde esta perspectiva, puede que un día pueda confiar por completo en su hijo adolescente y al siguiente, debido a un cambio de humor, no pueda confiar en él en absoluto.

Los adolescentes van adquiriendo mayor seguridad en su capacidad de engañar a sus padres y sienten menos temor de ser descubiertos. Como mencioné antes, casi todos los niños que entrevisté dijeron que habían tenido la experiencia de colar una mentira cuando tenían entre cinco y siete años. Aunque no todas las mentiras tenían éxito, empezaron a saber que ello es posible. Y si siguen mintiendo, aprenderán que con cada año que pasa las posibilidades de éxito aumentan. Si existe menos miedo a ser descubierto, uno de los factores disuasivos ha desaparecido.

La adolescencia es un período de transición, tanto para el hijo como para los padres, un tiempo en que las reglas, las obligaciones, los privilegios y los derechos cambian, no sólo una vez sino repetidamente al ir alcanzando el adolescente más independencia. Los conflictos pueden surgir entre el deseo de los padres de que el niño tenga más responsabilidad pero también de no disminuir su supervisión y protección. Durante esta época supongo que el sentimiento de culpabilidad por mentir disminuye para muchos adolescentes, en parte porque éste ya no considera a sus padres omniscientes, en parte porque (en nuestra cultura) el adolescente necesita establecer su independencia de los padres y de los valores de éstos.

El rechazo de los valores paternos suele formar parte del proceso de separación. La opinión de sus compañeros de la misma edad —no la de sus padres— tiene más valor. Tanto si se trata de una delgada brecha generacional como de una rebelión a gran escala, muchos adolescentes no se sienten tan obligados a hacer y actuar según el deseo de sus padres. El adolescente vive en dos mundos sin mucha relación entre ellos: el de sus amigos y el de los adultos. Existe un cierto consuelo en recordar que no todos los adolescentes están desconectados de sus padres. Recordemos, por ejemplo, el estudio que mostraba que los chicos que mantenían un respeto hacia sus padres se veían menos influidos para cometer acciones antisociales con su grupo de semejantes. Pero incluso aquellos que todavía buscan la aprobación paterna se pueden sentir con más derecho, u obligados, a vivir sus propias vidas, y pueden justificar la mentira como un medio para conseguir ese fin. Armado con tal justificación, el adolescente mentiroso se siente menos culpable y, como ya hemos visto, menos inclinado a decir la verdad.

JUICIO MORAL Y SOCIAL

Muchos psicólogos del desarrollo han propuesto que la capacidad para hacer juicios morales sigue una serie de etapas. Aunque estos científicos no se han interesado de manera específica en el hecho de mentir, sus hallazgos pueden ayudar a los padres a comprender qué piensan los niños sobre si mentir es bueno o malo. Con diferencia, el estudio de mayor envergadura, y también el más polémico, fue el realizado por Lawrence Kohlberg[29], basado en las ideas del psicólogo suizo Jean Piaget. Kohlberg presentó a los niños unos dilemas morales en los que la obediencia a las leyes, normas u órdenes de la autoridad entraban en conflicto con las necesidades o el bienestar de otros. Éste es uno de los dilemas que Kohlberg y muchos otros científicos han utilizado:

En Europa, una mujer estaba cerca de la muerte debido a un tipo especial de cáncer. Existía un medicamento que los médicos pensaban que podría salvarla. Era una forma de radio que un farmacéutico de la misma ciudad había descubierto recientemente. La droga era cara de preparar, pero el farmacéutico cobraba diez veces más de lo que le costaba hacerla. Pagó 200 dólares por el radio y cobró 2.000 dólares por una pequeña dosis de medicamento. El esposo de la mujer enferma, Heinz, recurrió a todas las personas que conocía para pedir el dinero prestado, pero sólo pudo conseguir 1.000 dólares, que era la mitad de lo que costaba. Le dijo al farmacéutico que su mujer se estaba muriendo y le pidió que le vendiera el medicamento más barato o que le dejara pagarlo más tarde. Pero el farmacéutico dijo: «No, yo descubrí la droga, y voy a hacer dinero con ella». Heinz se desesperó y entró en la tienda para robar el medicamento para su esposa.

Kohlberg entrevistó a niños de diferentes edades, preguntándoles qué pensaban ellos que era lo correcto. El tema no era cómo resolverían ellos un dilema como el de Heinz, sino qué pensaban sobre lo que era correcto y lo que no lo era. Kohlberg sostenía que los juicios infantiles acerca de la moralidad pasan por una serie de fases, que cambian a medida que van creciendo (véase el recuadro de la página siguiente)[30].

Si Kohlberg está en lo cierto, y muchos psicólogos así lo creen, los padres deberían tener presentes estas etapas y ver dónde encaja su hijo. Si utiliza un razonamiento basado en la fase en la que se encuentra su hijo, ello le permitirá tener más poder de convicción cuando le explique por qué está mal mentir.

Kohlberg propone también dos etapas posteriores, basadas en la convicción personal sobre principios éticos. La persona en este estadio ya no cree que siempre es correcto cumplir las normas, las expectativas y las convenciones de la sociedad. En su lugar, la definición del bien se basa en un acuerdo mutuo y en unos principios. Los adolescentes casi nunca llegan a estas etapas; incluso muchos adultos no lo hacen.

Las edades que se dan en el recuadro para cada etapa son sólo como guía aproximada. No todo el mundo llega a la fase 4. Muchos adultos no pasan nunca de la 2. Incluso cuando los niños o adultos progresan hasta la fase 3 o 4, no siempre piensan de esa manera. Cuando sienten emociones intensas, pueden retroceder a una fase anterior.

Consideremos cómo cambian las actitudes de los niños frente a las mentiras en cada etapa, y cómo este conocimiento le ayudará a discutir el tema con su hijo[30a].

Edad Qué es lo correcto Razones para ser bueno
Etapa 0 4 Conseguir lo que quiero.
Lo que yo quiero es lo justo.
Conseguir recompensas y
evitar el castigo.
Etapa 1 5-6 Hacer lo que te dicen.
Lo que te dicen los adultos.
No meterse en problemas.
Etapa 2 6-8 Hacer a los demás exactamente
lo que ellos te hacen a ti.
Qué saco yo de todo ello.
Etapa 3 8-12 Vivir de acuerdo con
las expectativas de los demás.
complacer a los demás.
Para que los demás piensen bien de mi
y así yo pueda pensar bien de mi mismo.
Etapa 4 12+ Cumplir con las obligaciones
de la sociedad.
Mantener unida la sociedad;
ser un buen ciudadano.

En la fase 0, los niños de preescolar normalmente piensan en términos de lo que ellos quieren, y sea lo que sea eso, es lo correcto. Para ellos el mentir en sí no es malo si con ello consiguen lo que desean. En esta etapa, haga saber a sus hijos que usted se siente feliz cuando le dicen la verdad, y que no quiere que él o ella mienta. No obstante, no espere conseguir grandes resultados confiando en que comprenderán que mentir es algo malo.

Los niños en la etapa 1 se ven impresionados por el poder superior de los adultos. Cooperan mucho más, pero esta cooperación no está basada en la comprensión de las reglas, sino en querer obedecer a los adultos. Este es el periodo en que los niños creen que los padres siempre saben cuando el niño miente. Haga saber a su hijo que no le gusta que él o ella mienta. En este punto, empiece a apelar a sentimientos de la siguiente etapa, ayudando así a su hijo a abrirse y a crecer en su pensamiento moral. Explíquele lo injusto que resulta la mentira para la persona a quien se miente. Pregúntele a su hijo cómo se sentiría si alguien le mintiera a él o a ella.

En la fase 2, los niños ya no creen que los adultos siempre tienen razón. Su idea de justicia es la regla de oro, ojo por ojo, diente por diente. Es difícil para los niños que están en esta etapa comprender que mentir perjudica a otros. Intente utilizar esa justicia del ojo por ojo para explicarles qué les ocurriría a su familia, amigos o escuela si todo el mundo mintiera y engañara. Asimismo, empiece a reforzar el razonamiento que acompaña la siguiente etapa dejando bien clara su propia decepción si su hijo le miente.

En la etapa 3, el niño quiere estar a la altura de las expectativas de los demás. Un período de conformidad, esta fase subraya lo que se ha llamado la moralidad del «niño bueno». A los adolescentes que se encuentran en esta etapa les importa tanto la aprobación de sus semejantes que otras preocupaciones morales se pueden ver debilitadas si entran en conflicto con lo que sus compañeros esperan de ellos. Es éste un período en que surge la conciencia, en el sentido de que los niños se ven motivados no solamente para evitar el castigo, sino para estar a la altura de su propia autoimagen. Los niños mienten en esta etapa para evitar desagradar a sus padres, para evitar el ridículo y ganar la aprobación de su mismo grupo de edad. En esta etapa se puede apelar a la preocupación de su hijo por su reputación, explicando lo terrible que es tener fama de mentiroso. También puede empezar a utilizar argumentos de la fase 4, explicando cómo la sociedad de hundiría si todo el mundo mintiera.

Los adolescentes que alcanzan la fase 4 (y Kohlberg no dice que todos lo hagan) se preocupan por ser buenos miembros de su comunidad, escuela o sociedad. Ahora pueden comprender el conflicto real entre la lealtad a un amigo que ha cometido una transgresión y la obligación hacia una sociedad amenazada por esa transgresión. Es un tiempo en que usted puede hacer hincapié en lo que ocurre cuando se pierde la confianza. También puede recalcar ese punto a los niños más jóvenes, pero no espere que lo comprendan fácilmente.

Aunque creo que es útil que los padres conozcan estas ideas, debo decir que la propuesta de Kohlberg sobre las etapas del juicio moral ha sido criticada por varias razones. Por ejemplo, que están sesgadas hacia los niños occidentales; que están sesgadas a favor de los hombres; que requieren una base cultural más elevada y un curso de filosofía moral; y que políticamente están sesgadas hacia el liberalismo. Los críticos dicen que Kohlberg presenta el desarrollo como algo más fijo y ordenado de lo que en realidad es[31]. Otros sostienen que aunque los hallazgos sean correctos, nos dicen solamente aquello que piensan los niños, no lo que realmente hacen[32]. Puede que los niños, igual que los adultos, no practiquen lo que predican. El psicólogo del desarrollo Augusto Blasi examinó de manera crítica las pruebas de muchos estudios, concluyendo que el nivel del juicio moral de una persona está relacionado con la propia conducta moral[33].

Sin embargo, Kohlberg nunca sostuvo que la etapa del desarrollo moral fuera lo único que determinaba el engaño. Una persona puede saber lo que está bien y no hacerlo, debido a otros factores determinantes. Se realizó un estudio con estudiantes universitarios masculinos que ilustra cuántos factores pueden influir en el mentir o engañar, y el papel que juega en ello el juicio moral[34]. Los doctores Carl Malinowski y Charles Smith crearon una situación de engaño similar al clásico estudio de Hartshorne y May que describí antes. Se daba a los sujetos una aguja de fonógrafo, que tenían que sostener sobre una luz en movimiento continuo. Les dijeron que lo que su puntuación mediría sería la atención y concentración, habilidades necesarias para muchas ocupaciones. Les dieron unas normas falsas, altas e inalcanzables, que supuestamente habían conseguido otros atletas y estudiantes universitarios, y otras bajas que se suponía habían conseguido niños de orfelinatos y otras instituciones. Los resultados de cinco primeras prácticas convencían al sujeto de que estaba situado en el extremo bajo de la escala. El investigador le ofrecía entonces la tentación de hacer trampa dejando solo al sujeto, diciéndole que tomara nota del tiempo que consiguiera sostener la aguja sobre el objetivo en los próximos diez segundos. El sujeto no sabía que el tiempo real se estaba registrando en otra sala.

La mayoría de estudiantes (el 77 %) hicieron trampa como mínimo una vez, pero los que estaban en una etapa más elevada de desarrollo moral engañaron menos y más tarde que los de las primeras etapas. De aquellos que nunca engañaron, todos menos uno tenían un elevado juicio moral. De los que tenían un juicio moral más bajo, el 96 % hizo trampa.

Igualmente importantes para predecir el engaño fueron los buenos resultados que el sujeto obtenía en las sesiones de práctica. Aquellos que lo hacían mejor engañaban después menos. Esto concuerda con los hallazgos de Hartshorne y May de que los niños con buenas capacidades escolares hacían menos trampa en los exámenes.

Con las respuestas a una pregunta de cierto estudio también se podía predecir quién iba a engañar. Los hombres que decían que generalmente esperan sentirse culpables cuando están pensando en cometer algo malo, también engañan menos. Pero esta respuesta no era un factor de predicción tan bueno como el estadio del juicio moral o una habilidad preexistente. Los que sacaban una puntuación baja en el factor de ansiedad ante un examen, y los que también tenían menos puntos en su necesidad de aprobación de los demás, engañaban menos. Pero ninguno de éstos era un factor de predicción tan preciso como el estadio del juicio moral o las habilidades prácticas.

Este estudio demuestra que hay muchos temas a considerar para comprender por qué una persona engaña. El estadio del juicio moral es uno de ellos, pero no el único. Igual de importantes son los factores específicos de una situación determinada, como por ejemplo si las aptitudes que se poseen son suficientes para alcanzar el éxito sin tener que hacer trampa. Existe una relación entre la etapa de desarrollo moral y la conducta moral real, pero también hay otros factores en juego.

Los padres deberían saber que ellos y sus hijos no tendrán la misma opinión sobre las mentiras y otros temas morales. Las actitudes de los niños frente a temas morales cambian al crecer, aun que no necesariamente de la manera ordenada o en los mismos términos que propone Kohlberg. El mensaje importante es comprender lo que su hijo piensa sobre el hecho de mentir. Sepa escuchar, consiga que su hijo le hable. Utilice cuentos y preséntele dilemas morales como el de Heinz. Descubra cuál es el marco de referencia de su hijo. Si usted responde desde ese mismo marco, tendrá más posibilidades de influir en su hijo.

Aunque la frecuencia de la mentira puede ser una excepción, casi todos los factores relacionados con el mentir cambian cuando el niño va creciendo. Su comprensión del concepto de mentira, sus actitudes sobre lo equivocado que es mentir, su capacidad de mentir sin ser descubierto, y su juicio moral y social van cambiando a medida que crece.

Hay dos períodos concretos que parecen ser especialmente cruciales. Uno es sobre los tres o cuatro años, cuando los niños empiezan a ser capaces de contar deliberadamente una mentira. Ésta es una buena época para los padres para empezar a educar a sus hijos sobre el tema de la mentira. Como hemos visto, lo que el niño puede comprender a esta temprana edad es muy diferente de lo que será posible más adelante.

La adolescencia es el otro período crucial. Algunas de las pruebas sugieren que el hecho de mentir, así como la influencia de los compañeros, llega a su pico en la adolescencia y puede que después disminuya. Yo creo que en gran parte dependerá de cómo sepan tratar los padres la necesidad de intimidad del adolescente y de si pueden otorgar a su hijo adolescente un poder y responsabilidad cada vez mayor sobre nuevas parcelas de su vida.