EL TROLL DEL PUENTE DE WESTMINSTER

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KULDUGGERY dejó a Stephanie en su casa y ella se metió de inmediato en la cama. Mientras se iba quedando dormida, en Londres una chica se agachaba para escrutar la oscuridad que había bajo sus pies.

—¡Hola! —dijo—. ¿Hay alguien ahí?

La chica agachó la cabeza y se quedó escuchando. Lo único que se oía era el rumor que hacían las oscuras aguas del Támesis al correr. Miró su reloj y luego echó un vistazo alrededor. Solo faltaban siete minutos para la medianoche, y en el puente de Westminster no había nadie más que ella. Perfecto.

—¡Hooola! —volvió a exclamar—. ¿Estás ahí? Quiero hablar contigo.

Ahora sí que respondió una voz:

—Aquí no hay nadie.

—Pues a mí me parece que sí —dijo la chica.

—No —repuso la voz—. Nadie de nadie.

—A mí me parece que hay un troll, ¿sabes? Y me gustaría hablar con él.

De la oscuridad surgió una carita arrugada, con enormes orejas y una mata erizada de pelo negro. La criatura se quedó mirando a la chica fijamente, con los ojos muy abiertos.

—¿Qué quieres? —preguntó el troll.

—Hablar contigo —repuso la chica—. Me llamo Tanith Low, ¿y tú?

El troll sacudió enérgicamente la cabeza.

—No, no. Yo no digo nombre.

—Ah, claro —dijo Tanith—. Es que los trolls solo tenéis un nombre, ¿no es eso?

—Sí, eso, un nombre, uno solo. Yo no digo.

—Pero yo puedo intentar adivinarlo, ¿no es así como funciona la cosa? Y si lo adivino, ¿qué pasa?

El troll sonrió, dejando entrever un montón de dientes afilados y amarillos.

—Si lo adivinas, vives.

—¿Y si no lo adivino?

—¡Te como! —exclamó el troll con una risilla cloqueante.

—Suena divertido —repuso Tanith, sonriendo—. ¿A qué hora sueles jugar a ese juego?

—A las doce, cuando dan las doce, sí señora. Cuando soy fuerrrte.

—Y entonces sales de debajo del puente y juegas con el primero que pase, ¿no es así?

—Tres intentos —respondió el troll, asintiendo con la cabeza—. Tres intentos tienen los que juegan conmigo. Si adivinas sigues viva, y si fallas, ¡a mi panza! —canturreó.

—¿Quieres jugar conmigo?

La sonrisa se borró de la cara del troll.

—No hay fuerrrza todavía —dijo—. Hay que esperar, sí señora. Doce en punto, entonces sí.

—Pero no tenemos por qué esperar, ¿no te parece? —repuso la chica con un mohín—. Yo quiero jugar ahora mismo. ¿Qué te apuestas a que soy capaz de adivinar tu nombre?

—¿A que no?

—¿A que sí?

—¡Que no! —dijo el troll, sonriendo de nuevo.

—Venga, sal y te demostraré que sí soy capaz.

—Sí, sí, a jugar al juego.

Tanith echó otra ojeada al reloj mientras el troll trepaba por el pretil: faltaban dos minutos para las doce. Luego miró al troll: era bajito —solo le llegaba hasta la cintura—, sus brazos y piernas eran largos y finos, tenía la tripa hinchada como un odre y sus dedos estaban rematados por uñas córneas y puntiagudas. El troll se quedó mirándola con una sonrisilla expectante, manteniéndose a una cautelosa distancia.

Tanith se abrió un poco el gabán y le devolvió la sonrisa.

—Huy, qué troll más guapo —dijo—. ¿Eres el único troll de Londres?

—Unico, sí señora —respondió él en tono satisfecho—. ¡A jugar ahora! Si adivinas sigues viva, y si fallas, ¡a mi panza! ¡Venga, venga, venga!

—Vamos a ver… —dijo ella avanzando un paso. El troll la miró con desconfianza y retrocedió hasta pegarse al pretil. Tanith se detuvo—. ¿Te llamas quizás… Zuecohueco?

El troll soltó una risotada.

—¡No, no, Zuecohueco no! ¡Dos fallos más y a mi panza!

—Vaya, esto es más difícil de lo que pensaba —dijo la chica—. Juegas muy bien a este juego, ¿no?

—¡El mejor soy, sí!

—No ha habido mucha gente capaz de adivinar tu nombre, ¿verdad?

—¡Nadie de nadie de nadie! —dijo el troll con un cloqueo—. ¡Venga, venga!

—¿Te llamas quizás… Gurriato Bisoñete?

El troll pegó un brinco y se puso a bailar, dando gritos de alborozo. Tanith aprovechó para acercarse un poco más.

—¡Ni Gurriato ni Bisoñete! —exclamó el troll entre grandes carcajadas.

—Uf, parece que se está poniendo fea la cosa —dijo Tanith, adoptando cara de preocupación.

—¡Una más y a mi panza!

—¿Y te has comido así a mucha gente?

—Sí, me los como, ñam ñam.

—Te los zampas de un bocado, ¿no es eso? Ellos chillan e intentan escapar…

—¡Pero yo los atrapo! Suenan las doce y me pongo grande y fuerrrte, ¡y me los zampo a todos toditos! Se mueven, se retuercen, ¡me hacen cosquillitas en la panza!

—Uf, entonces más me vale aprovechar mi última oportunidad —dijo Tanith—. Veamos. ¿Te llamas… Rumpelstinskin?

El troll se echó a reír con tantas ganas que se cayó de culo.

—¡No, no! —consiguió decir entre risotada y risotada—. ¡Todos dicen lo mismo y todos fallan!

Tanith se acercó un paso más y la sonrisa desapareció de su cara. La hoja de su espada resplandeció cuando la sacó de su gabán, pero el troll reaccionó a tiempo y se echó al suelo para esquivarla.

Tanith soltó una maldición y volvió a atacar, pero el troll se agachó y pasó corriendo junto a sus piernas; cuando acababa de sobrepasarla, Tanith se dio la vuelta en redondo y le soltó una patada que lo derribó. El troll se puso en pie rápidamente y la miró, siseando y escupiendo en su dirección. Tanith se acercó lentamente y, cuando estaba a punto de llegar a su altura, un clamor resonante inundó el tibio aire nocturno. Era el Big Ben.

Y estaba dando las doce.

Tanith arremetió espada en ristre, pero era demasiado tarde. El troll brincó hacia atrás con un gruñido de alegría y empezó a crecer rápidamente.

—Porras —susurró Tanith.

Los miembros del troll comenzaron a llenarse de músculos, tan abultados que parecía como si la piel fuera a estallar bajo su presión. Tanith volvió a embestir, pero el troll se apartó de un salto y cuando volvió a posar los pies en el suelo ya era tan alto como ella. Sin embargo, no se detuvo ahí: su pecho y su cuello siguieron ensanchándose, mientras gruñía con tono cada vez más grave y amenazador. Solo cuando sus huesos empezaron a crujir dejó de crecer el troll, y para entonces ya era dos veces más alto que Tanith.

Ella empezó a dar vueltas alrededor del monstruo, con la espada caída junto al costado. Su plan original no incluía enfrentarse a un troll hecho y derecho.

—Eres una tramposa —dijo el troll. Ahora su voz era un profundo gruñido gutural.

—Y tú eres un troll muy travieso —repuso ella.

—Te voy a comer. Te voy a zampar de un bocado, sí señora.

Tanith le dedicó una sonrisa fugaz.

—Acércate e inténtalo si te atreves.

El troll rugió y se abalanzó sobre ella. A pesar de su tamaño era muy rápido, pero Tanith estaba preparada y se hizo a un lado. Justo cuando el troll pasó junto a ella, le lanzó una estocada que rasgó el muslo del monstruo; él siseó de dolor y lanzó su enorme puño hacia atrás, golpeándola en la espalda. Tanith cayó al suelo y el troll se dio la vuelta en redondo, dispuesto a aplastarla con el puño; pero ella rodó sobre sí misma, se irguió apoyándose en una rodilla y levantó la espada justo a tiempo para herirle en el brazo.

El troll trastabilló y Tanith aprovechó para levantarse.

—Te voy a masticar —gruñó el troll—, te voy a hacer pedacitos, sí señora.

—El juego pierde la gracia cuando tu contrincante sabe defenderse, ¿verdad, troll?

—Es mi juego, mío —siseó el troll—. Mi puente, mío.

Tanith sonrió.

—Pero estas son mis reglas. Mías.

El troll volvió a rugir y la embistió, pero Tanith aguantó a pie firme. Con un mandoble le cercenó los dedos de la garra izquierda, y el troll retrocedió aullando de dolor. Tanith saltó sobre él, le plantó los pies en el pecho y lanzó un mandoble con todas sus fuerzas; la hoja de la espada resplandeció a la luz de las farolas mientras atravesaba limpiamente el cuello del monstruo, cortándole la cabeza. El cuerpo del troll se tambaleó pesadamente y Tanith se dio impulso hacia atrás para apartarse. Un segundo más tarde, el enorme cuerpo tropezó con el pretil, se inclinó hacia atrás y cayó en el río.

Tanith se agachó para recoger la cabeza, y estaba acercándose al pretil cuando oyó un ruido de pisadas. Se dio la vuelta y vio un hombre; aunque era la primera vez que lo veía, lo reconoció al instante. Era alto, calvo, tenía la cara llena de arrugas y sus ojos eran de un azul resplandeciente, el azul más pálido que Tanith había visto jamás. Se apellidaba Bliss.

El hombre señaló la cabeza que tenía Tanith en la mano.

—Te has arriesgado mucho.

—No es la primera vez que mato un troll —respondió la chica en tono respetuoso.

—Me refiero al riesgo de ser vista.

—Tenía que hacerlo. Este troll ha matado a mucha gente inocente.

—Pero eso es lo que hacen los trolls, ¿no crees? No puedes culparle por hacer lo que la naturaleza ha dispuesto que hiciera.

Tanith no supo qué decir. El señor Bliss sonrió.

—No es mi intención amonestarte —dijo—. Tu acción ha sido noble y altruista, y eso es digno de admiración.

—Gracias.

—No obstante, he de decir que me tienes desconcertado. Hace varios años que observo tus progresos, y es raro encontrar un mago que se centre tanto en el enfrentamiento físico como tú lo has hecho, incluso entre los adeptos como tú. Y sin embargo, no pareces buscar poder.

—Solo quiero ayudar a la gente.

—Sí, eso es lo que me desconcierta.

—Mi madre me contaba historias de la guerra cuando era pequeña —repuso Tanith—. Tengo entendido que también usted llevó a cabo muchas acciones altruistas por aquel entonces.

El señor Bliss volvió a sonreír amablemente.

—En las guerras no existen los actos heroicos. Son simplemente cosas que hay que hacer; las historias de héroes se inventan más tarde. Pero, en cualquier caso, no estoy aquí para filosofar —dijo, clavando en Tanith sus azulísimos ojos—. Se está gestando una tormenta, señorita Low. Se aproximan acontecimientos que amenazan con volver las tornas del poder en este mundo, y eso me ha hecho abandonar mi retiro y venir aquí a buscarla. Necesito a alguien con sus capacidades y su perspectiva de la vida.

—No estoy segura de entenderlo, señor Bliss.

—Nefarian Serpine está a punto de romper la tregua. Si fracaso en mi empeño, volveremos a entrar en guerra. Necesito su colaboración, señorita Low.

—Será un honor ayudarle.

—Tenemos mucho que aprender el uno del otro —respondió Bliss haciendo una leve reverencia—. Emprenda camino hacia Irlanda, señorita Low, y pronto volveré a ponerme en contacto con usted.

Tanith asintió y se quedó mirando cómo Bliss se alejaba. Luego tiró al Támesis la cabeza del troll, escondió la espada bajo el abrigo y echó a andar en dirección opuesta.