SERPINE

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EFARIAN Serpine tenía visita.

Avanzó por los corredores de su castillo, pasando junto a decenas de Hombres Huecos que le hacían profundas reverencias al verlo. De lejos parecían reales, pero vistos de cerca no eran más que toscas imitaciones de seres humanos. Su piel quebradiza como el papel era una mera cáscara inexpresiva, inflada por una acumulación de gases inmundos. Las únicas partes macizas de su cuerpo eran los pies, que resonaban sobre el pavimento de piedra, y las manos, cuyo peso les obligaba a caminar perpetuamente encorvados.

Cuanto más se acercaba Serpine a la sala central del castillo, más abundaban los Hombres Huecos. Eran unas criaturas simples que solo hacían lo que se les ordenaba, y no habían sabido qué hacer con el visitante. Serpine entró en la enorme sala y la multitud de Hombres Huecos se abrió a su paso, dejando un pasillo en cuyo extremo había un hombre vestido con un traje oscuro que se volvió para saludarlo.

—Señor Bliss —dijo Serpine educadamente—. Creí que había muerto.

—Sí, yo también lo oí decir —respondió Bliss. Era un hombre elegante, robusto y musculoso, tan alto como Serpine; pero mientras que.

Serpine tenía el pelo negro y los ojos de un resplandeciente verde esmeralda, él era calvo y tenía los ojos del más pálido de los azules-. De hecho, yo mismo me encargué de iniciar el rumor. Pensé que de ese modo la gente me dejaría disfrutar en paz de mi jubilación.

—¿Y lo ha conseguido?

—Desafortunadamente, no.

Serpine hizo un gesto con el brazo para indicar a los Hombres Huecos que se retiraran y condujo a su invitado a una sala contigua.

—¿Puedo ofrecerle algo de beber? —preguntó acercándose a un aparador—. ¿O es demasiado temprano?

—He venido por un asunto de trabajo —repuso Bliss—. Me envían los Mayores.

Serpine se volvió para encararlo, esbozando una sonrisa.

—Ah, los Mayores. ¿Cómo están, por cierto?

—Preocupados.

—¿Y cuándo no?

Serpine se acercó a un sillón que estaba frente a la ventana, se quedó de pie por un momento observando el sol que pugnaba por salir y luego se sentó con las piernas cruzadas, mirando a Bliss para indicarle que continuara. La última vez que habían estado los dos en la misma estancia, habían pasado horas intentando matarse el uno al otro mientras un huracán devastaba el edificio a su alrededor. Serpine se dio cuenta de que Bliss no se había querido sentar porque estaba recordando aquella escena; evidentemente, desconfiaba de él.

—Los Mayores me han convocado porque hace cinco días perdieron a dos de sus hombres: Clement Gale y Alexander Slake.

—Créame que lo siento tanto como ellos, pero me temo que no he visto jamás a ninguno de los dos.

—Los Mayores les habían encomendado que… observaran discretamente esta fortaleza de cuando en cuando.

—¿Eran espías?

—No, en absoluto; eran meros observadores. Los Mayores creyeron que sería prudente supervisar a unos cuantos seguidores de Mevolent para asegurarse de que nadie se apartaba de lo estipulado en la tregua, y usted siempre fue el primero de esa lista.

Serpine sonrió.

—¿Y cree que he tenido algo que ver con su desaparición? Ahora soy un hombre pacífico. Mis días de lucha han acabado; solo me mueve la sed de conocimiento.

—La sed de secretos.

—Qué siniestro suena eso en su boca, señor Bliss. En cuanto a la desaparición de los «observadores», espero que aparezcan de nuevo sanos y salvos, y que los Mayores tengan que pedirle disculpas por haberle sacado de su retiro a la fuerza.

—Aparecieron ayer.

—¿Ah, sí?

—Muertos.

—Qué terrible contratiempo.

—Sus cuerpos no tenían ninguna marca, ni una sola indicación de qué podía haberlos matado. ¿Le suena?

Serpine se quedó pensativo un momento. Luego enarcó una ceja y levantó la mano derecha, que tenía cubierta con un guante.

—¿Creen que lo he hecho con mi mano, que fui yo quien mató a esos hombres? Por favor, ¡pero si llevo años sin usar este poder! Cuando aprendí a usarlo pensé que era algo maravilloso, pero ahora lo considero como una maldición, un recordatorio constante de los muchos errores y transgresiones que cometí como seguidor de Mevolent. No me importa reconocer ante usted, señor Bliss, que estoy profundamente avergonzado de lo que he hecho en mi vida.

Bliss lo miró de hito en hito. Aunque Serpine estuvo a punto de estropearlo todo echándose a reír, al final se contuvo y logró mantener su socarrona expresión de inocencia.

—Gracias por su cooperación —dijo Bliss, disponiéndose a salir—. Tal vez vuelva dentro de poco, si tengo alguna pregunta más que hacerle.

Serpine esperó a que Bliss estuviera en el umbral para hablar de nuevo.

—Deben de tener miedo.

Bliss se detuvo.

—¿Por qué lo dice?

—Lo han mandado a usted, Bliss. ¿Por qué no han mandado al detective?

—Skulduggery Pleasant está ocupado con otra investigación.

—¿De veras? ¿No pensaron que mandándolo a usted lograrían intimidarme?

—Pensaron que querría escucharme. Esta tregua solo durará el tiempo que las dos partes firmantes quieran. Los Mayores quieren que dure.

—Me parece muy sensato por su parte.

Bliss lo miró como si estuviera intentando leerle los pensamientos.

—Ten cuidado, Nefarian —dijo, tuteándolo de pronto—. Puede que no te guste lo que encuentres al final del camino que has emprendido.

Serpine sonrió.

—¿Seguro que no quieres beber algo?

—No, debo coger un avión.

—¿Vas a algún sitio agradable?

—Tengo una reunión en Londres.

—Espero que te vaya bien. Ya tomaremos algo juntos en otra ocasión, entonces.

—Sí, tal vez.

Bliss inclinó un poco la cabeza en señal de adiós y se fue.