TEPHANIE se acercó al mostrador y pagó la gasolina que estaba echando Skulduggery al Bentley con el dinero que acababa de darle el detective. Mientras esperaba a que le devolvieran el cambio, se quedó mirando las hileras de chocolatinas y trató de recordar cuándo había sido la última vez que había comido chocolate. Siempre le apetecía comer chocolate cuando las cosas iban mal, pero últimamente el chocolate no era suficiente.
Todo iba mal: Tanith estaba herida, Abominable se había convertido en estatua, y tenían un enemigo más: el Hendedor Blanco. Stephanie estaba empezando a preguntarse por qué se molestaban en seguir luchando, aunque nunca se lo confesaría a Skulduggery. Su amigo parecía pensar que compartía con él aquella actitud de no rendirse ni abandonar jamás, pero estaba equivocado. La única razón por la que no le confesaba su desaliento era que le gustaba la imagen que Skulduggery tenía de ella, y no quería decepcionarlo. Sin embargo, la Valquiria Caín que Skulduggery creía conocer era muchísimo más fuerte de lo que Stephanie Edgley llegaría a ser jamás.
Stephanie salió y vio que Skulduggery volvía a colocar la manguera de la gasolina en el surtidor. Tanith había ido al servicio para curarse la muñeca con un poco de piedra mágica como la que le había dado a Stephanie.
Ahora que estaba a solas con Skulduggery, Stephanie no supo qué decir. Skulduggery aseguró el tapón del depósito y se quedó inmóvil. Con su sombrero calado hasta las cejas y su bufanda en torno al rostro, cualquiera hubiera podido tomarlo por un maniquí.
—Lo siento —dijo al fin Stephanie. Skulduggery se volvió hacia ella—. Si no hubiera sido por mí, Abominable estaría… estaría aquí ahora mismo. Tuvo que usar el poder de la tierra por mi culpa. ¿Cuánto tiempo estará convertido en piedra, más o menos? —preguntó, tratando de controlar el temblor de su voz.
Skulduggery se quedó pensativo unos segundos.
—La verdad es que no tengo ni idea, Valquiria. Es el poder más impredecible que tenemos. Lo mismo puede estar petrificado un día que un mes o un siglo. No hay forma de saberlo.
—Lo he estropeado todo.
—Eso no es cierto.
—El Hendedor iba a por mí. Abominable tuvo que…
—Abominable no tuvo que hacer nada —la interrumpió Skulduggery—. Eligió hacerlo porque quiso. Y tampoco fue culpa tuya; Serpine ordenó a su asesino que te matara para hacerme daño a mí. Es lo que hace siempre.
—Le mandó que fuera a por mí porque sabía que yo sería incapaz de defenderme. Sabe que tú me cuidas, sabe que soy tu punto débil.
Skulduggery ladeó un poco la cabeza.
—¿Que yo te cuido? ¿Es eso lo que piensas, que estoy haciendo de niñera?
—¡Es que es la verdad! No sé hacer magia, no sé luchar, no puedo lanzar bolas de fuego ni correr por las paredes y el techo. ¿En qué puedo ayudarte? ¡Soy débil!
Skulduggery meneó la cabeza.
—No, no lo eres. Tal vez no sepas magia ni técnicas de combate, pero no eres débil. Serpine te subestima; todos lo hacen, de hecho. Eres mucho más fuerte de lo que piensan, incluso más de lo que piensas tú misma.
—Me gustaría que tuvieras razón.
—Yo siempre tengo razón, querida.
Stephanie oyó el pitido de un teléfono móvil, y al mirar a su alrededor vio que Tanith había salido del servicio y se dirigía hacia los surtidores. Llevaba la muñeca vendada, y Stephanie pensó que las propiedades mágicas de su piedra curativa ya estarían empezando a surtir efecto. Tanith caminaba con el teléfono pegado a la oreja, y a Stephanie no le gustó la expresión que iba tomando su cara a medida que escuchaba a su interlocutor. Al fin colgó sin despedirse.
—Skulduggery —dijo suavemente—, ¿no tienes el móvil encendido?
—No, se le ha acabado la batería.
—El administrador del Santuario lleva un rato intentando hablar contigo.
—¿Ha pasado algo? —preguntó Stephanie.
—Los Mayores —dijo Tanith con voz átona—. Sagacius Tome los ha traicionado y ahora están muertos.
Stephanie se tapó la boca con la mano para sofocar un grito.
—Tome ha estado todo el tiempo compinchado con Serpine —continuó Tanith—. Es un traidor, igual que Bliss. Hay traidores por todas partes. Skulduggery, ¿qué vamos a hacer?
Stephanie se quedó mirando a su amigo, deseando con todas sus fuerzas que propusiera un nuevo plan, alguna ingeniosa táctica que les permitiera salir victoriosos y les asegurara un final feliz. Pero Skulduggery se quedó callado.
—¿Me has oído? —exclamó Tanith, con la voz animada por una furia repentina—. ¿Estás escuchándome? ¿Es que no te importa lo que pase? Ahora que lo pienso, tal vez no. Tal vez estés deseando morir otra vez para reunirte con tu mujer y tu hijo, ¡pero óyeme bien! Nosotras no queremos morir, ¿te enteras? Ni Valquiria ni yo tenemos la menor intención de morirnos ahora.
Skulduggery siguió impertérrito, mudo e inmóvil como un maniquí.
—¿Acaso crees que tenemos alguna posibilidad de vencer a Serpine? —preguntó Tanith—. ¿Aliado como está con Tome y Bliss, y con ese Hendedor? ¿Crees que tenemos la más mínima posibilidad de hacerles frente?
—Entonces, ¿qué propones que hagamos? —dijo al fin Skulduggery, con voz firme y calmada—. ¿Retirarnos y dejar que Serpine se haga aún más fuerte? ¿Dejarle que siga reclutando nuevos aliados tranquilamente, dejarle que abra la puerta para que los Sin Rostro vuelvan a entrar en el mundo?
—¡Pero es que está ganando! ¿Aún no te has dado cuenta? ¡Serpine está ganando esta guerra!
—De ningún modo.
—Es absurdo decir que alguien «está ganando» o «está perdiendo» una guerra. Las guerras solo se ganan o se pierden cuando acaban; lo único que existe realmente es la victoria o la derrota. Existen los términos absolutos, y lo que hay entre ellos está siempre por determinar. Serpine solo habrá vencido cuando no quede nadie para hacerle frente. Hasta entonces, lo que tenemos entre manos es una batalla abierta. Las guerras son como las mareas ¿sabes? Tan pronto empujan en una dirección como en la otra.
—Todo eso no son más que locuras…
Skulduggery se volvió hacia Tanith tan repentinamente que, por un momento, Stephanie pensó que le iba a dar una bofetada.
—Acabo de ver cómo un amigo muy querido se convertía en estatua Tanith. Meritorius y Morwenna Crow, dos de las pocas personas a las que respetaba en este mundo, han sido asesinadas. Así que tengo que darte la razón cuando dices que nuestros aliados están cayendo como moscas; pero nadie ha dicho que esto fuera a ser fácil. Siempre supimos que íbamos a tener bajas.
Y sabes qué es 1° hay que hacer cuando eso ocurre? Pasar sobre ellas y seguir adelante, porque no tenemos otra opción. Escúchame bien: voy a detener a Serpine de una vez por todas. Todo el que quiera ayudarme será bienvenido. Y los que no quieran pueden marcharse tranquilamente, porque el resultado va a ser el mismo: voy 3 derrotar a Serpine, y no hay más que hablar.
Skulduggery entró en el Bentley y arrancó. Tras un momento de titubeo, Stephanie abrió la puerta del copiloto y se montó Mientras se abrochaba el cinturón observó de reojo a Skulduggery pero él tenía la mirada clavada en el parabrisas. Al cabo de unos tres segundos el detective metió la primera, y cuando el coche estaba empezando a moverse Tanith se coló en el asiento de atrás.
—No hay por qué tomárselo todo tan a la tremenda —murmuró y Stephanie hizo un esfuerzo por sonreír. Skulduggery salió a la carretera y empezó a acelerar.
—¿Dónde vamos? —preguntó Stephanie.
—¿Es que no me has oído? —respondió Skulduggery con su tono socarrón de costumbre—. Vamos a derrotar a Serpine, acabo de hacer un discurso al respecto. Ha sido un discurso muy bueno, para que lo sepas.
Tanith se inclinó hacia él.
—¿Y sabes dónde puede estar?
—Desde luego. Me vino a la cabeza hace un momento, mientras llenaba el depósito.
—¿Qué te vino a la cabeza?
—El Cetro. ¿Para qué quiere el Cetro Serpine?
Stephanie entrecerró los ojos para pensar mejor.
—Porque es el arma más poderosa del mundo.
—¿Pero qué crees que pretende hacer con él?
—Pues… conseguir el ritual que le hace falta para traer de vuelta a los Sin Rostro, ¿no? Con el Cetro puede amenazar a quienes lo conozcan para obligarles a que se lo revelen.
—No.
—¿No crees que lo vaya a usar para averiguar cómo es el ritual?
—El Cetro tiene un poder demasiado brutal, poco manejable. ¿Qué pasaría si Serpine amenazara con la muerte a la única persona del mundo que conoce el ritual, y esa persona prefiriera morir a revelárselo? ¿Qué podría hacer Serpine entonces? No, no puede ser. Serpine solo quería el Cetro para matar a los Mayores; sabía que no tenía poder suficiente para hacerlo por sí solo.
—¿Y crees que matar a los Mayores le ayudará a conseguir el ritual?
—No estamos hablando únicamente del ritual. ¿Qué pasa si matas a los Mayores?
—Parece el comienzo de un chiste.
—Valquiria, haz el favor…
—No sé.
—Sí que lo sabes, solo tienes que pensar un poco. ¿Qué podría obtener Serpine matando a los Mayores?
—¿Desanimar a sus enemigos? ¿Hacer que cunda el pánico? ¿Despejar un poco el aparcamiento del Santuario…?
Skulduggery la miró fijamente y en la mente de Stephanie se hizo una claridad repentina.
—Ay, madre… —musitó.
—Pretende hacerse con el Libro de los Nombres —dijo Skulduggery—. Necesitaba el Cetro para matar a Meritorius y a Morwenna Crow, y deshacer de ese modo el hechizo que lo protegía. Con él en su poder, no le hará falta amenazar a nadie para que hagan lo que dice: lo único que tendrá que hacer es pedírselo. Durante todo este tiempo, su verdadero objetivo ha sido el Libro.