ACHAN Meritorius esperaba pacientemente junto a la Catedral de Dublín observando cómo la gente iba de un lado a otro, atareada en sus asuntos. En ocasiones se sentía culpable por ocultar a las masas la existencia de la magia, y se convencía de que la gente normal aceptaría sin reservas su pasmosa belleza si se le daba la oportunidad de hacerlo. Pero luego volvía a sus cabales, y se daba cuenta de que la humanidad ya tenía bastantes cosas de las que preocuparse para añadir a ellas la existencia de una subcultura que muchos podrían considerar como una amenaza. Como miembro del Consejo de los Mayores, su trabajo consistía en proteger al mundo convencional de las verdades que aún no estaba preparado para conocer.
Al cabo de un rato apareció Morwenna Crow, con sus oscuros ropajes ondulando sobre la hierba. Seguía tan pulcra y elegante como el día en que Meritorius la había conocido.
—No es propio de Skulduggery Pleasant llegar tan tarde —dijo Morwenna.
—Sagacius dijo que parecía apurado cuando habló con él —repuso Meritorius—. Tal vez haya tenido algún problema.
Morwenna se asomó por la esquina de la catedral para mirar la bulliciosa calle que se extendía al otro lado de la barandilla. La luz ambarina de las farolas formó un halo en torno a su rostro, dándole un aspecto casi angelical.
—No me gusta concertar citas al aire libre —dijo—. Aquí estamos demasiado expuestos; creo que Skulduggery debería ser más cuidadoso.
—Si Skulduggery eligió este lugar, ha debido de ser por algo —repuso Meritorius suavemente—. Me fío de su criterio. Es lo mínimo que puedo hacer, después de lo que ha pasado.
Los dos se dieron la vuelta para saludar a Sagacius Tome, que había empezado a materializarse a su lado.
—Sagacius —dijo Morwenna—, ¿te dijo Skulduggery por qué quería citarnos precisamente aquí?
El rostro cada vez más sólido de Sagacius tenía una expresión nerviosa.
—No, Morwenna —dijo cuando se hubo materializado por completo—. Solo me pidió que me asegurara de que los dos estabais junto a la catedral a la hora convenida.
—Espero que no sea para ninguna tontería —dijo ella—. Ultimamente no tenemos tiempo que perder: Serpine puede atacar en cualquier momento y lugar.
Meritorius observó extrañado cómo Sagacius esbozaba una sonrisa triste.
—No sabes la razón que tienes —dijo Sagacius—. Y, por cierto, me gustaría aprovechar esta oportunidad para deciros que vuestra amistad me ha deparado momentos muy gratos.
—Aún no estamos muertos, Sagacius —dijo Morwenna echándose a reír.
Sagacius la miró fijamente mientras su sonrisa se transformaba en una mueca.
—En realidad, Morwenna, sí que lo estáis.
En aquel momento apareció un corro de Hombres Huecos y Sagacius se desvaneció en el aire. Meritorius ni siquiera había tenido tiempo de asimilar su traición cuando vio aparecer a Serpine empuñando el Cetro; fue el puro instinto lo que le hizo conjurar un escudo protector que cristalizó el aire en torno a Morwenna y a él, pero cuando la gema brilló, su rayo negro atravesó el escudo como si no estuviera allí, y luego solo hubo…
… la nada.
* * *
El administrador se abrió paso a empellones entre la multitud que esperaba frente al Teatro Olimpia, despertando un coro de gritos iracundos. Se tambaleó, pero logró recobrar el equilibrio sin detenerse y siguió corriendo. De vez en cuando lanzaba una rápida mirada por encima del hombro.
No parecía haber nadie siguiéndolo. Tenía la impresión de que nadie lo había visto, pero no estaba seguro. Cuando Nefarian Serpine apareció, él estaba junto al coche. Había visto cómo Meritorius se convertía en una nube de polvo y ceniza, y cómo el rayo negro fulminaba a Morwenna Crow cuando ella se abalanzaba sobre sus enemigos.
Al verlo, el administrador se agazapó lleno de terror. Tome los había traicionado, los había traicionado a todos. Se apartó del coche y echó a correr.
Tenía que volver al Santuario. Debía avisar a los demás.