EL HENDEDOR BLANCO

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TEPHANIE y Skulduggery entraron en Denholm Street cuando la luz del día empezaba a retirarse de Dublin, incapaz de resistir el empuje de la noche. El Bentley llegó a la altura del almacén y se detuvo; Abominable y Tanith ya esperaban frente a la puerta.

—¿Hay alguien dentro? —preguntó Skulduggery, comprobando si su pistola estaba cargada.

—No me parece —respondió Abominable—, aunque puede que estén disimulando. Si Bliss o Serpine están dentro, vamos a necesitar refuerzos.

—No están —dijo Skulduggery.

—¿Cómo puedes saberlo? —preguntó Stephanie.

—Serpine ha usado este lugar para hacer algo, algo tan complicado y extraño como para despertar suspicacias. Tenía que saber que la gente sospecharía y que al final el rumor llegaría a mis oídos, así que estoy seguro de que se fue en cuanto terminó.

—Entonces, ¿qué pintamos nosotros aquí?

—Solo es posible suponer lo que va a hacer tu adversario si sabes lo que ha hecho antes.

Se acercaron a la puerta de metal, y Tanith pegó la oreja a la chapa y se quedó escuchando. Al cabo de unos segundos posó la mano sobre la cerradura, pero esta vez no la rompió sino que la abrió con un chasquido.

—¿Cómo es que tú no sabes hacer eso, Skulduggery? —susurró Stephanie—. Es más rápido que forzar la cerradura, y más silencioso que echar la puerta abajo.

Skulduggery meneó la cabeza con gesto triste.

—¿Es que no te basta con un esqueleto viviente? ¿Qué hace falta para impresionar a los jóvenes de hoy en día?

Stephanie sonrió, y estaba a punto de contestar cuando Tanith abrió la puerta de un empujón. Los cuatro entraron en fila.

La puerta daba a una oficina, un cuchitril oscuro con una mesa y un tablero de corcho por todo mobiliario. Era evidente que en aquel lugar no se había llevado a cabo ninguna actividad legal desde hacía mucho tiempo. En la pared opuesta había otra puerta y una ventana que daban al almacén. Stephanie se acercó a la ventana y atisbo entre la mugre que la cubría.

—Parece vacío —dijo.

Skulduggery se acercó a un cuadro de luces, pulsó algunos interruptores y las luces del techo se encendieron con un parpadeo. Entraron en el almacén: las vigas del techo estaban llenas de palomas que piaban, arrullaban y revoloteaban de un lado a otro, asustadas por el repentino resplandor. Caminaron hasta el centro para examinar lo que parecía una mesa de operaciones llena de instrumentos quirúrgicos. Stephanie miró a Skulduggery.

—¿Qué te parece? —le preguntó.

Skulduggery titubeó antes de contestar.

—Empecemos por lo más obvio: muchos de estos aparatos parecen indicar que aquí se ha llevado a cabo una especie de transfusión.

Tanith levantó una probeta para examinar su contenido a la luz de los fluorescentes.

—No tengo ni idea de medicina, pero juraría que aquí no se ha realizado ninguna investigación médica —dijo.

—¿Magia, pues? —preguntó Abominable.

—¿Se puede inyectar la magia? —preguntó Stephanie, perpleja.

—Bueno, se pueden inyectar fluidos con propiedades mágicas —contestó Skulduggery cogiendo la probeta—. Antes de que existieran todos estos aparatos tan sofisticados, el proceso era mucho más rudimentario, pero los resultados eran los mismos.

—¿Y cuáles eran los resultados?

—El paciente salía de la operación convertido en alguien distinto… o en algo distinto. Pero lo que tenemos que averiguar ahora es qué se proponía Serpine con esta operación concreta. ¿Qué modificaciones habrá tratado de obtener?

—¿Y quién sería su paciente?

—Pacientes, en realidad.

—¿Cómo?

—Hay dos juegos de agujas, dos bolsas de transfusión… Todo está duplicado, como si Serpine hubiera llevado a cabo dos operaciones distintas. Vamos a coger una muestra para llevarla al Santuario, y allí la analizaremos e intentaremos averiguar para qué sirve. Pero antes de eso, deberíamos echar un vistazo por aquí.

—¿Qué tenemos que buscar? —preguntó Stephanie.

—Pistas.

Stephanie vio la cara de escepticismo de Tanith y tuvo que contenerse para no soltar una risita.

Skulduggery y Abominable empezaron a caminar lentamente por la nave, escrutando los aparatos quirúrgicos, la mesa de operaciones y la zona circundante. Stephanie y Tanith se quedaron juntas, mirando al suelo y sin saber bien adonde ir.

—¿Qué aspecto tienen las pistas? —susurró Tanith.

Stephanie volvió a contener la risa.

—No sé. Yo estoy buscando una huella o algo parecido.

—¿Has encontrado alguna?

—No. Aunque tal vez sea porque aún no me he movido de aquí.

—Tal vez debiéramos caminar un poco y hacer como si supiéramos lo que estamos haciendo.

—Me parece buena idea.

Las dos comenzaron a caminar lentamente sin dejar de mirar al suelo.

—¿Qué tal te va con la magia? —preguntó Tanith sin dejar de susurrar.

—Conseguí mover una concha.

—¡Felicidades!

Stephanie se encogió de hombros con modestia.

—Solo fue una concha.

—Es lo mismo. ¡Bien hecho, Stephanie!

—Gracias. ¿Cuántos años tenías cuando lograste hacer magia por primera vez?

—Ni me acuerdo. Mis padres eran magos, mi hermano mayor siempre andaba a vueltas con algún hechizo. Me crié haciendo magia.

—No sabía que tuvieras un hermano.

—Sí, es muy simpático. Me lleva unos cuantos años. Y tú, ¿tienes hermanos?

—No, soy hija única.

Tanith se encogió de hombros.

—Siempre he querido tener una hermana pequeña. Mi hermano es estupendo y lo quiero un montón, pero siempre he pensado que me gustaría tener una hermana pequeña con la que hablar, a la que contar mis secretos.

—A mí tampoco me importaría tener una hermana.

—¿Y crees que es posible?

—Bueno, no creo que mis padres se molesten. Al fin y al cabo, ya tienen una hija perfecta; no creo que puedan aspirar a nada más.

A Tanith se le escapó una carcajada que disimuló con una tos.

—¿Habéis encontrado algo? —dijo Skulduggery.

Tanith se dio la vuelta con expresión seria.

—No, lo siento. Pensé que había visto algo, pero al final resultó ser más… más suelo.

Stephanie se agarró los hombros para que no se notara la risa floja que le sacudía la espalda.

—Ah, vale —dijo Skulduggery—. Bueno, seguid mirando.

Tanith asintió, se dio la vuelta y le dio un codazo a Stephanie para que se estuviera quieta. Stephanie se tapó la boca con la mano y miró hacia otro lado para no ver la cara de risa reprimida que tenía Tanith.

—Eres una borrega —musitó Tanith.

Aquello fue demasiado para Stephanie, que no pudo contenerse más y se dobló sobre sí misma soltando unas carcajadas que resonaron por todo el almacén. Tanith se apartó y la señaló con el dedo.

—¡Mira, Skulduggery, Valquiria no se está portando como una profesional! —dijo.

Pero tampoco ella pudo reprimir las carcajadas y acabó de rodillas, muerta de la risa. Skulduggery y Abominable las observaron, perplejos.

—¿Qué les pasa? —preguntó Abominable.

—No sabría decirte —respondió Skulduggery.

Los dos miraron una vez más a Stephanie y Tanith.

—Mujeres —dijeron luego a coro, meneando la cabeza.

Stephanie se secó las lágrimas y se dio la vuelta para mirar a Skulduggery, y en ese momento algo cayó del techo y aterrizó junto al detective sin ningún ruido. Stephanie se quedó helada.

—¡Detrás de ti! —gritó.

Skulduggery se dio la vuelta en redondo empuñando la pistola, mientras todos observaban petrificados al hombre que había junto a él. Llevaba un uniforme idéntico al de los Hendedores, pero de un blanco resplandeciente.

—Retírate —dijo Abominable mientras Stephanie y Tanith corrían hacia ellos—. Trabajamos para el Consejo de Mayores. Retírate.

El Hendedor Blanco no se movió.

—¿Qué quieres? —dijo Skulduggery.

Pasó un segundo interminable, y luego el Hendedor Blanco levantó un brazo y apuntó directamente a Stephanie.

—Ya nos has dicho bastante —exclamó Skulduggery vaciando el cargador de su pistola sobre él. Cuatro disparos le dieron en el pecho y dos en la cabeza; el Hendedor Blanco se estremeció con cada impacto, pero las balas no lograron penetrar en su uniforme, y las dos de la cabeza rebotaron en el casco dejando dos arañazos oscuros sobre el fondo blanco.

—Maldita sea —masculló Skulduggery.

Stephanie retrocedió mientras Skulduggery, Tanith y Abominable estrechaban el cerco en torno a su nuevo adversario. El casco del Hendedor ocultaba totalmente su mirada, pero Stephanie tenía la seguridad de que la estaba mirando directamente a los ojos.

La primera en atacar fue Tanith, que amagó una patada baja y subió la pierna de repente. El Hendedor no se dejó engañar y rechazó el golpe sin dificultad, mientras Abominable se acercaba a él por detrás. Entonces el Hendedor respondió a Tanith con otra patada que le dio en pleno vientre, e inmediatamente se agachó para esquivar un puñetazo de Abominable. Este, furioso, le lanzó una lluvia de golpes; el Hendedor aguantó impertérrito y golpeó a Abominable con el canto de la mano en un lado del cuello. Abominable se tambaleó y fue sustituido por Skulduggery, que apuntó al Hendedor con la mano abierta haciendo ondear el aire.

Sin embargo, lejos de salir despedido por la ráfaga, el Hendedor atravesó las ondas de aire sin inmutarse. «Es el uniforme» pensó Stephanie. Sin arredrarse lo más mínimo, Skulduggery lanzó un puñetazo, pero el Hendedor le agarró el brazo y aprovechó el impulso para hacerle una llave.

Skulduggery logró aterrizar de pie y lanzó una rápida patada a la rodilla del Hendedor que lo derribó; luego lo agarró del brazo y le devolvió la llave.

Sin embargo, cuando el Hendedor estaba en el aire, apoyó en el suelo la mano libre y dio una rápida voltereta lateral que lo hizo salir del alcance de Skulduggery. Por un momento los tres compañeros de Stephanie se quedaron inmóviles, estudiando cuidadosamente a su oponente.

Tanith metió la mano bajo su gabán y desenvainó la espada. Abominable se quitó la chaqueta, y Skulduggery guardó su pistola para tener las manos libres.

—No tienes por qué hacer esto —dijo Skulduggery—. Dinos dónde está Serpine, cuéntanos sus planes. Podemos ayudarte. No vas a tocarle ni un pelo a Valquiria Caín, pero estamos dispuestos a ayudarte.

Por toda respuesta, el Hendedor se echó la mano a la espalda y desenfundó su guadaña.

Skulduggery gruñó, contrariado.

El Hendedor atacó antes de que ninguno pudiera reaccionar, usando la guadaña como una pértiga para elevarse y pegar dos patadas simultáneas a Skulduggery y Abominable. Los dos salieron despedidos hacia atrás, y Tanith ocupó su puesto blandiendo la espada. El Hendedor retrocedió e hizo girar la guadaña para detener los golpes.

A cada choque de las dos armas saltaban chispas, y la ferocidad del ataque de Tanith era tal que el Hendedor no advirtió la presencia de Abominable hasta que no fue demasiado tarde. Los fuertes brazos de Abominable lo rodearon, aprisionándolo y haciéndole tirar la guadaña.

Tanith se acercó para rematarlo; pero entonces la pierna del Hendedor se elevó tan rápidamente que, por un momento, se asemejó a una borrosa media luna, y el tacón de su bota se estrelló contra la muñeca de Tanith. Ella siseó de dolor, dejó caer la espada y se agarró la muñeca con la otra mano.

El Hendedor bajó el talón y lo hincó en la espinilla de Abominable, echando al mismo tiempo la cabeza hacia atrás para aplastarle la nariz con el casco. Luego lanzó los brazos hacia arriba, librándose del abrazo que lo aprisionaba, y se abalanzó hacia delante apoyando los brazos en el suelo y golpeando la cara de Abominable con ambas botas al girar.

Abominable cayó de espaldas; el Hendedor se sostuvo sobre las manos por un instante y se puso en pie al ver que Skulduggery volvía a la carga.

El detective hizo surgir dos bolas de fuego en las palmas de sus manos y se las lanzó al Hendedor. Las llamas no prendieron en su blanco uniforme, pero la fuerza del golpe hizo que se tambaleara y le impidió defenderse de Skulduggery, que le lanzó un rápido puñetazo y un gancho de derecha en rápida sucesión. Al detective no pareció afectarle demasiado golpear directamente el casco, y Stephanie notó con satisfacción que el Hendedor se tambaleaba ante sus puñetazos.

Sin embargo, tardó poco en recobrarse y pronto estuvieron los dos inmersos en una vorágine de patadas, puñetazos, codazos y rodillazos. La sucesión de paradas, llaves y contrallaves los obligaba a dar vueltas continuamente el uno en torno al otro, en una compleja y brutal coreografía.

—¡Stephanie, sal de aquí! —gritó Skulduggery en medio de la refriega.

—¡No pienso dejarte aquí solo!

—¡Tienes que hacerlo! ¡No sé si podré con él!

Tanith recogió su espada del suelo y agarró a Stephanie del brazo.

—Tenemos que irnos —dijo firmemente, y Stephanie asintió.

Salieron corriendo por donde habían entrado, y al entrar en la oficina Stephanie miró hacia atrás y vio cómo el Hendedor hacía un giro y derribaba a Skulduggery de una patada. Sin detenerse ni un instante, el Hendedor metió el pie bajo el astil de su guadaña, la levantó y la empuñó en un solo y grácil movimiento, y se lanzó tras ella.

Stephanie saltó al oscuro callejón. En cuanto estuvo fuera, Tanith cerró la puerta de golpe, posó la mano sobre ella y masculló algo que a Stephanie le sonó como «resiste». Sobre la superficie de metal se extendió una película bruñida.

—Esto lo detendrá por el momento —explicó Tanith.

Las dos corrieron hacia el Bentley mientras el Hendedor aporreaba la puerta del almacén sin lograr romperla ni abrirla. Al cabo de un momento, los golpes cesaron.

Cuando llegaron al coche, Tanith miró a Stephanie.

—¿Tienes tú la llave? —dijo.

En ese momento estalló una ventana en lo alto de la fachada, casi junto al techo, y el Hendedor aterrizó acuclillado en mitad del callejón, envuelto en una lluvia de cristales. Sin inmutarse, se puso en pie, descruzó los brazos y levantó la cabeza.

Tanith se interpuso entre el Hendedor y Stephanie, blandiendo la espada con la mano izquierda y manteniendo el brazo derecho pegado al cuerpo para protegerlo. El Hendedor comenzó a trazar lentos círculos con su guadaña.

Entonces Skulduggery y Abominable saltaron por la ventana rota, y mientras el Hendedor se daba la vuelta alarmado por el ruido, Abominable embistió contra él y los dos cayeron enredados al suelo.

—¡Poned el coche en marcha! —berreó Abominable.

Skulduggery pulsó el mando a distancia; el coche emitió un pitido, los seguros se abrieron y los tres entraron en él de un salto. El motor cobró vida con un rugido.

—¡Vámonos, Abominable! —gritó Skulduggery.

Abominable propinó un puñetazo al Hendedor y se puso en pie, pero su adversario le dio una patada en el tobillo que le hizo tropezar. La hoja de la guadaña brilló: el Hendedor la había impulsado con un giro de muñeca, estrellando el astil contra la mandíbula de Abominable y haciéndole caer de rodillas.

—¡Abominable! —chilló Stephanie.

Skulduggery abrió la puerta del coche e hizo ademán de salir, pero Abominable levantó la mirada y le indicó con un gesto que no lo hiciera.

—¡No voy a dejarte aquí! —gritó Skulduggery.

El Hendedor se acercó a Abominable con la guadaña preparada para asestarle un golpe mortal.

—Tenéis que hacerlo —dijo Abominable suavemente.

Luego agachó la cabeza, cerró los ojos y apretó los puños. Cuando el Hendedor comenzó a mover la guadaña, a Stephanie le pareció que el suelo atrapaba las rodillas de Abominable y comenzaba a extenderse, convirtiendo en hormigón sus piernas, su torso, sus brazos y su cabeza hasta que su cuerpo entero pareció petrificarse. Todo el proceso duró lo que tardó la guadaña en abatirse sobre él; y así, cuando el Hendedor intentó decapitarle, solo logró desprender una esquirla del cuello. Stephanie se dio cuenta instintivamente de lo que había hecho Abominable: había usado el último poder elemental, el de la tierra, aquel poder que Skulduggery había descrito como puramente defensivo, el que solo había que usar como último recurso.

El Hendedor Blanco se quedó mirando fijamente a Stephanie mientras Skulduggery metía la marcha y arrancaba a toda velocidad. Y así se fueron, dejando allí al Hendedor… ya Abominable.