TEPHANIE echó a correr.
Miró hacia atrás sin detenerse, pero Bliss había desaparecido. Entonces una sombra pasó veloz sobre ella, y cuando Stephanie se volvió para seguir corriendo, se topó de bruces con Bliss. La mano del hombre hizo un movimiento repentino, como una serpiente en pleno ataque, y Stephanie se quedó sentada en el suelo sin el broche que sujetaba un segundo antes.
Miró hacia el acantilado, esperando que Skulduggery apareciera de un momento a otro para salvarla. Pero no apareció nadie. El señor Bliss introdujo el broche en el bolsillo de su americana.
—Se lo vas a dar, ¿verdad? —dijo Stephanie.
—Sí.
—¿Por qué?
—Es demasiado poderoso para enfrentarme a él.
—¡Pero no hay nadie más fuerte que tú! Si os unís todos para perseguirlo…
—Me gusta jugar sobre seguro, señorita Caín. Si fuéramos todos tras él, tal vez pudiéramos derrotarlo; pero también es posible que nos esquivara y nos devolviera el golpe cuando menos lo esperásemos. Seria una situación demasiado impredecible para mi gusto. La guerra es un asunto delicado, y debe tratarse con precisión.
Stephanie frunció el ceño: aquellas palabras, aquellos ojos de un palidísimo azul…
—También China nos traicionó —dijo al fin, cayendo en la cuenta—. Debe de ser cosa de familia.
—Los asuntos de mi hermana, y sus motivaciones, no tienen nada que ver con los míos.
—¿También se ha aliado con Serpine?
—No, que yo sepa —contestó Bliss—. Aunque puede que te esté mintiendo. Es lo malo que tienen estos asuntos de aliados y enemigos: uno nunca puede estar verdaderamente seguro de quién es quién hasta el momento final.
Bliss echó a andar hacia su coche y Stephanie contempló impotente cómo el broche se alejaba.
—¡Lo detendremos! —gritó.
—Haced lo que tengáis que hacer —dijo el señor Bliss sin mirar atrás. Luego se montó en el coche, arrancó y desapareció por la pista de tierra que llevaba hacia la ciudad. Stephanie se quedó mirando el coche hasta que no fue más que una nubecilla de polvo, y luego bajó corriendo el estrecho sendero que llevaba al pie del acantilado.
«Que no le haya pasado nada, por favor», repetía para sí. «Por favor, por favor, que no le haya pasado nada».
Cuando llegó al fin abajo, escrutó los afilados picos de las rocas temiendo ver de un momento a otro un montón de huesos destrozados. Pero no había rastro de Skulduggery en las rocas, así que Stephanie dirigió la mirada al mar. Lo hizo justo a tiempo para ver cómo emergía el cráneo de su amigo.
—¡Skulduggery! —gritó, sintiendo una oleada de alivio—, ¿estás bien?
Skulduggery no contestó. Estaba surgiendo en vertical del agua, y no dijo nada hasta estar de pie sobre las olas.
—Sí, estoy bien —dijo entonces echando a andar hacia la orilla. Stephanie había visto tantas cosas extrañas a lo largo de los últimos días que ya apenas nada la sorprendía, pero la visión de Skulduggery caminando tranquilamente sobre el agua la sorprendió considerablemente. El detective iba balanceándose con las olas, pero por lo demás parecía conservar el equilibrio sin dificultad; cuando salió del mar y posó los pies en el camino, sobre su traje apareció una nube de vapor que salió volando y se disolvió en las olas. En sus ropas no quedó señal alguna del percance.
—Claro, por eso Serpine no mandó ningún hombre tras nosotros —dijo Skulduggery con amargura—. Nos dejó marchar para que encontráramos la llave, sabiendo que contaba con un infiltrado que nos la quitaría sin dificultad. Es… es un tramposo, eso es lo que es.
—¿Hay alguien en el mundo que no esté dispuesto a traicionarte a la menor ocasión? —preguntó Stephanie con sorna cuando empezaron a subir por el sendero.
—Cierra el pico, anda.
—Y por cierto, muchas gracias por contarme que Bliss y China son hermanos.
—De nada.
—Si lo hubiera sabido, podría haberte avisado de que no era de fiar.
—Debo admitir que la traición de China no me pilló por sorpresa, pero esto… Bliss nunca hace nada sin reflexionar cuidadosamente sobre sus consecuencias.
—Supongo que ha llegado a la conclusión de que Serpine lleva todas las de ganar.
—Sí, tal vez.
—Bueno, ¿qué hacemos? No podemos dejar que Serpine se haga con el Cetro. Si lo consigue, no habrá nadie que pueda detenerlo.
—¿Alguna propuesta?
—Propongo ir por mi traje de faena, sacar a mi reflejo del espejo, meternos en las cuevas tras Serpine y conseguir el Cetro antes de que él lo encuentre.
—Me parece un plan excelente. Hala, manos a la obra.
* * *
Cuando Skulduggery y Stephanie llegaron a la casa de Gordon se encontraron con un reluciente coche plateado aparcado frente a la fachada. La puerta de entrada estaba tirada en el recibidor una vez más. Skulduggery entró en primer lugar, pistola en mano; tras él iba Stephanie, toda vestida de negro. Inspeccionaron brevemente el piso de abajo y enseguida se dirigieron al sótano.
La llave estaba en la cerradura secreta y la puerta del pasadizo estaba abierta: era un agujero que se abría en el suelo revelando una empinada escalera de piedra. Skulduggery y Stephanie emprendieron la bajada, hundiéndose cada vez más en la penumbra. Durante unos minutos caminaron envueltos en tinieblas, hasta que llegaron al final de la escalera; allí se abría un estrecho túnel excavado en la roca, algo más iluminado. La luz provenía de docenas de agujeritos que llegaban hasta la superficie, diseñados especialmente para atrapar la luz del sol y llevarla hasta las profundidades.
El túnel desembocaba en una cueva con dos salidas.
—¿Por dónde vamos? —susurró Stephanie.
Skulduggery extendió un brazo y abrió la mano. Se quedó un momento absorto y luego asintió.
—Hay un grupo que va hacia el norte.
—¿Estás leyendo el aire? —preguntó Stephanie frunciendo el ceño.
—Sí, detecto los movimientos que lo desplazan.
—¿Y qué hacemos, ir tras ellos?
Skulduggery se quedó pensativo.
—No creo que sepan dónde está el Cetro —dijo al cabo de un momento—. En mi opinión, han elegido ese camino al azar.
—Entonces mejor vamos por el otro, ¿no? Así tal vez tengamos alguna posibilidad de encontrarlo antes que ellos.
—Si lográramos encontrarlo sin que se dieran cuenta de que estamos aquí, podríamos cerrar el túnel al salir y dejarlos atrapados mientras avisamos a los Mayores.
—¿Y entonces, qué hacemos aquí plantados como dos pasmarotes?
Sin más dilación, se internaron en el túnel de la izquierda caminando rápida y sigilosamente. Stephanie se dio cuenta enseguida de que el laberinto de cuevas era inmenso, pero Skulduggery le aseguró que podría encontrar el camino de vuelta sin dificultad. Aquí y allá, los puntitos de luz se convertían en grandes rayos que se reflejaban en las rocas y penetraban en la oscuridad circundante. El suelo y las paredes estaban salpicados de extrañas plantas y setas, pero Skulduggery le advirtió a Stephanie que procurara no acercarse demasiado a ellos. Hasta los hongos podían ser peligrosos en aquellas cuevas.
Llevaban caminando unos diez minutos cuando Stephanie distinguió algo que se movía frente a ellos. Agarró a Skulduggery del brazo, señalando hacia delante, y los dos retrocedieron hasta quedar ocultos por las sombras.
Ante ellos se erguía una criatura magníficamente terrible. Medía más de dos metros de alto; su ancho torso denotaba su fuerza, y sus largos brazos parecían casi deformes por los bultos de los músculos. Sus manos eran grandes como platos, y estaban rematadas por largas garras de aspecto siniestro. Su rostro era perruno, parecido al de un dóberman, y de la parte trasera de la cabeza le caía una larga crin que se unía a la enmarañada pelambre de sus hombros.
—¿Qué es eso? —musitó Stephanie.
—Eso, mi querida Valquiria, es lo que técnicamente se conoce como «un monstruo».
Stephanie miró a su amigo.
—No tienes ni idea de lo que es, ¿verdad?
—Sí, acabo de decírtelo: es un monstruo terrible. Y ahora cállate antes de que nos oiga y venga a comernos.
Los dos miraron en silencio cómo desaparecía por un corredor lateral.
—Propongo no ir por ahí —dijo Stephanie.
—Magnífica idea —repuso Skulduggery, echando a andar hacia delante a grandes zancadas.
El camino que tomaron estaba cortado por un derrumbe, de modo que retrocedieron y eligieron un largo túnel. Aquí y allá se movían pequeñas sombras que se escabullían a su paso, y en el techo sonaba un rumor como de leves aleteos; pero a Stephanie no le importaba, siempre y cuando aquellas criaturas no se abalanzaran sobre ellos. En cierto momento Skulduggery se agachó para coger algo del suelo. Era un polvoriento envoltorio de chocolatina.
—Mira, una pista —dijo.
Stephanie miró el envoltorio.
—¿Gordon?
—Vamos por buen camino.
Siguieron andando, escrutando el piso por si encontraban algún otro rastro de Gordon. Al cabo de otros cinco minutos, Skulduggery se detuvo y se dio la vuelta con la mano extendida.
—Nos siguen —susurró.
Era lo último que deseaba oír Stephanie. Aguzó la vista para examinar el túnel que se extendía a sus espaldas. Era largo y recto, y a pesar de la penumbra, podía verse con bastante claridad un lago trecho. Stephanie no distinguió nada extraño.
—¿Estás seguro? —preguntó en voz baja.
Skulduggery no contestó. Ahora tenía los dos brazos extendidos: con el izquierdo leía las ondas del aire, y con el derecho sujetaba la pistola.
—Deberíamos caminar hacia atrás por si acaso —susurró.
Se pusieron a andar de espaldas mientras Stephanie empezaba a oír un rumor a lo lejos, un leve eco que se iba haciendo más fuerte.
—Tal vez debiéramos ir un poco más deprisa —dijo Skulduggery.
Los dos aceleraron el paso. Stephanie no hacía más que mirar el suelo para asegurarse de que no había ningún obstáculo que pudiera hacerla tropezar, pero Skulduggery parecía ser capaz de caminar hacia atrás con tanta facilidad como hacia delante.
Pronto se hizo evidente que el ruido lo causaba alguna criatura que trotaba en pos de ellos, y Stephanie no tardó mucho en comprobar que el monstruo de rostro perruno galopaba hacia ellos a gran velocidad.
—Bueno —dijo Skulduggery—, creo que ahora deberíamos correr.
Los dos se dieron la vuelta y empezaron a correr tan deprisa como pudieron. Skulduggery giró el torso y disparó seis balas en rápida sucesión; todas ellas dieron en el blanco, pero la criatura no aminoró el paso. Sin dejar de correr, el detective volvió a cargar la pistola arrojando las vainas vacías e introduciendo nuevas balas en la recámara, y cuando acabó cerró la pistola con un movimiento de muñeca. El túnel empezó a ensancharse y la salida apareció ante ellos.
—Sigue corriendo —dijo Skulduggery.
—¿Qué vas a hacer?
—Ni idea —contestó el detective, echando una mirada por encima del hombro—. Alguna estupidez, me temo.
Skulduggery se detuvo en seco y Stephanie siguió corriendo hasta alcanzar el final del túnel, que desembocaba en una vasta caverna interrumpida por un abismo. Del techo caían largas enredaderas que pendían sobre el vacío.
Stephanie miró hacia atrás, justo a tiempo para ver el encontronazo de la bestia con Skulduggery. La pistola salió disparada cuando Skulduggery golpeó el suelo, y el monstruo aprovechó el momento para aferrarle un tobillo. Dando un paso atrás, la criatura trazó un amplio arco con el brazo y estrelló a Skulduggery contra la pared del túnel. El hombro del detective golpeó el suelo al caer; pero la criatura no había terminado, y Stephanie vio petrificada cómo volvía a estrellar a su amigo contra la pared opuesta. El monstruo rugió, dando un brusco tirón, y Skulduggery salió despedido hacia las profundidades del túnel mientras el monstruo miraba perplejo la pierna esquelética que sujetaba entre las garras.
La criatura dio un rugido de frustración, pero enseguida levantó el hocico como impulsado por un resorte: acababa de oler a Stephanie.
—¡Corre! —gritó Skulduggery desde el túnel, mientras la criatura dejaba caer su pierna y salía disparada hacia Stephanie. Ella dio la vuelta en redondo y echó a correr. Su única escapatoria parecía ser el abismo, así que se dio impulso y saltó.
Cuando empezaba a caer se agarró desesperadamente a la enredadera, tratando de encontrar un buen asidero. Sus dedos se cerraron en torno a una rama gruesa y resbaladiza y su caída se detuvo bruscamente, aunque la inercia provocó que iniciara un lento balanceo. Miró hacia abajo: el fondo del abismo se perdía en una oscuridad total de la que emanaba un aire viciado y frío. Cuando estaba a punto de llegar al borde Stephanie se retorció, esquivando por muy poco las garras del monstruo. Este rugió furioso y lanzó otro zarpazo, pero Stephanie ya había empezado a balancearse hacia atrás.
Miró hacia Skulduggery y vio cómo se arrastraba por el suelo del túnel, agarraba su pierna —que conservaba puestos el zapato y el calcetín— y se sentaba para introducirla en la pernera. La pierna pareció encajar en su sitio y Skulduggery hizo algunos movimientos de prueba para comprobar su firmeza. Cuando estuvo satisfecho, agarró la pistola, se levantó y se acercó por detrás a la criatura, que seguía gruñendo y lanzando zarpazos hacia Stephanie. Por suerte, ella había dejado de balancearse y estaba firmemente agarrada a la enredadera, sintiendo cómo los latidos de su corazón se iban tranquilizando poco a poco.
Miró al monstruo a los ojos intentando despistarlo para que no advirtiera la llegada de Skulduggery, pero en cierto momento el detective golpeó un guijarro con el pie y alertó a la criatura.
Skulduggery extendió la mano, pero no ocurrió nada. Stephanie recordó que, según el detective, en aquellas cuevas vivían seres que se alimentaban de magia. Parecía que acababan de toparse con uno de ellos.
—Maldición —dijo Skulduggery, y sin perder ni un segundo disparó un tiro a bocajarro y embistió al monstruo haciéndole retroceder un paso.
Un paso más, y la criatura caería al abismo.
El monstruo lanzó un tremendo manotazo que le dio a Skulduggery en la espalda, haciéndolo caer de rodillas. Pero el detective volvió a levantarse de inmediato y, poniéndose de puntillas, lanzó un puñetazo que apenas rozó la barbilla de su adversario. Luego se agachó para esquivar otro zarpazo, bailando como un boxeador y aprovechando para golpear de vez en cuando el pecho del monstruo con la culata de la pistola ante la indiferencia de este.
Stephanie frunció el ceño y examinó la enredadera de la que estaba colgada. Tenía la impresión de que se había movido. Volvió a mirar hacia arriba: Skulduggery acababa de agarrar la crin de la criatura con la mano izquierda y saltaba hacia arriba, golpeando la cara de la bestia con la culata de la pistola.
El monstruo rugió y dio un paso atrás, metiendo la pata trasera en el abismo. Se quedó en equilibrio sobre la otra pata por un instante, y Skulduggery aprovechó para saltar hacia atrás; aquel empuje fue definitivo, y la criatura salió despedida hacia atrás con un aullido de terror mientras Skulduggery caía dando tumbos junto al borde.
—Bien, bien —dijo Skulduggery, sacudiéndose el polvo del traje—. Un problema menos.
—Creo que me estoy moviendo —dijo Stephanie, notando ya sin duda que la enredadera estaba tirando de ella hacia arriba. Skulduggery se acercó al borde y se asomó un poco, intrigado. De pronto levantó la cabeza.
—Stephanie, eso no es una enredadera.
—¿Qué? —respondió ella, observando el tallo que tenía cogido—. ¿Y entonces, qué es?
—Stephanie, balancéate hacia mí —dijo Skulduggery en tono apremiante—. Venga, empieza a balancearte. ¡Date prisa!
Stephanie se dio impulso con las piernas y comenzó a columpiarse, cobrando cada vez más impulso, mientras la planta seguía tirando suavemente de ella hacia arriba.
—¡Ahora suéltate! —dijo Skulduggery, extendiendo los brazos para agarrarla.
Stephanie miró hacia abajo recordando el aullido del monstruo y preguntándose si habría llegado ya al fondo, y cuando el siguiente balanceo la aproximó al borde del abismo se soltó y empezó a caer hacia Skulduggery.
Sin embargo, en mitad del salto el tallo del que había estado agarrada dio un latigazo y se enroscó alrededor de su muñeca, reteniéndola con un brusco tirón que a punto estuvo de arrancarle el brazo. Skulduggery trató de alcanzarla pero no pudo, y Stephanie empezó a subir a toda velocidad.
—¡Ayúdame! —gritó.
Skulduggery soltó una maldición. Pero la enredadera se elevaba demasiado deprisa, llevándose consigo a Stephanie sin que él pudiera hacer más que mirar cómo desaparecía en las tinieblas.