Viví entre mansiones,
las riquezas eliminaron el rango,
el vulgo eliminó la sangre noble,
y mente y cuerpo encogieron.
Ningún Oscar dominó la mesa,
pero yo tenía mil amigos que, sabiendo
desaparecida la buena conversación,
hablaban a retazos.
Algunos sabían lo que aquejaba al mundo
pero nunca dijeron nada,
así que he elegido mejor oficio
y canto noche y día:
Altas damas pasean por la verde Avalon.
¿Soy un gran Lord Canciller
que se dormía en el Cojín?
¿Un comandante en jefe que se arrancó
el color caqui de la espalda?
¿O soy de Valera,
o el rey de Grecia,
o aquel que fabricaba coches?
¡Ah, llamadme como queráis!
Aquí hay un laúd montenegrino,
y su única y vieja cuerda
me proporciona una dulce música
y me encanta cantar:
Altas damas pasean por la verde Avalon.
Con niños y niñas alrededor,
con toda clase de ropa,
con sombrero pasado de moda
con viejos zapatos remendados,
con raída capa de bandolero,
con una vista de halcón,
con una espalda bien recta,
con un marcado pavoneo,
con una bolsa llena de peniques,
con un mono encadenado,
con una gran pluma de gallo,
con una vieja canción obscena.
Altas damas pasean por la verde Avalon.