El hombre. En un tajo que se llama Alt
bajo una piedra rota me detengo
en el fondo de una sima
que nunca iluminó el mediodía.
Todo cuanto he dicho y hecho,
ahora que estoy viejo y enfermo,
se vuelve un interrogante, hasta
que yazgo despierto noche tras noche
y nunca obtengo la respuesta acertada.
¿Fue aquel drama mío el que incitó
a hombres que fusilaron los ingleses?
¿Turbaron en demasía mis palabras
la mente enajenada de aquella mujer?
¿Pudieron las palabras que dije haber parado
lo que provocó la ruina de una casa?
Y todo parece maligno hasta que insomne
me tienda y muera.
El eco. Me tienda y muera.
El hombre. Eso eludiría
la gran obra del intelecto espiritual
y lo eludiría en vano. No hay liberación
en un puñal o una enfermedad,
ni puede haber obra tan magnífica
como la que limpie la pizarra sucia del hombre.
En tanto puede éste conservar su cuerpo,
el vino o el amor lo drogan para dormir,
y al despertar agradece al Señor
tener aún cuerpo y su estupidez,
mas cuando acaba el cuerpo ya no duerme,
y hasta que su intelecto está seguro
de que todo está dispuesto con un claro designio,
persigue los pensamientos que persigo,
luego llama a juicio a su alma
y, realizada la obra, rechaza todo
cuanto procede del intelecto y la vista
y al final en la noche se sumerge.
El eco. En la noche.
El hombre. Oh, Voz Pétrea,
¿en esa gran noche nos regocijaremos?
¿Qué sabemos salvo que estamos
aquí el uno frente al otro?
Mas calla, pues se me ha ido lo que decía,
su júbilo o su noche un sueño semejan;
allá arriba un halcón o una lechuza
ha sonado al caer de una roca o del cielo,
y un conejo herido está chillando,
y su grito distrae mi pensamiento.