Los desfiles en que no hay zancos no tienen nada que llame la atención.
Qué importa que mi bisabuelo tuviera un par, de veinte pies de largo,
y quince los míos (ningún moderno se pasea más alto),
algún granuja los robó para reparar una cerca o hacer leña.
Porque el pony picazo, el oso con correa, el león enjaulado son poco vistosos,
porque los niños piden la típula sobre los dedos de madera de sus pies,
porque las mujeres en los pisos superiores piden un rostro en el cristal,
que remendando los viejos tacones éstos chirríen, cojo escoplo y cepillo.
Malaquías el de los zancos soy yo, todo lo que aprendí ha hecho furor,
de cuello a cuello, de zanco a zanco, de padre a hijo.
Todo metáfora, Malaquías, los zancos y demás. Una barnacla
muy arriba en la extensión de la noche; ésta se entreabre e irrumpe la aurora;
a través de la tremenda novedad de la luz, me paseo, me paseo;
esos grandes caballitos de mar muestran sus dientes y de la aurora se ríen.