Porque amamos los cerros y los árboles raquíticos,
y fuimos los últimos en elegir la vida sedentaria,
el aburrimiento del pupitre o el de la pala, porque
llevamos tantos años en compañía de un perro,
nuestra voz llega lejos; y, aunque con sopor,
algunos casi despiertan y renuevan su elección,
echan a ladrar, proclaman su nombre oculto: “Voz perruna”.
Las mujeres que escogí hablaban dulcemente en voz baja,
y aun así ladraban. “Voces perrunas” eran todas.
Nos elegíamos a gran distancia, y sabíamos
qué hora de terror acude a poner a prueba el alma,
y en nombre de ese terror obedecimos la llamada,
y comprendimos, algo que no comprendía nadie más,
esas imágenes que en la sangre despiertan.
Algún día nos levantaremos antes de que amanezca
y hallaremos a nuestros viejos perros a la puerta
y despiertos sabremos que prosigue la caza;
dando traspiés sobre el rastro ensangrentado una vez más,
y luego sobre la presa junto a la orilla,
luego limpiando y vendando las heridas,
y cantos de victoria rodeados de perros.