Allí yacían todos los dorados vejetes;
allí el rocío plateado,
y el agua inmensa suspiraba de amor,
y también el viento.
Colectora de hombres, Niamh se inclinó y suspiró
por Oisin sobre la hierba;
allí suspiró entre su coro de amor
el alto Pitágoras.
Vino Plotino y miró en derredor,
escamas de sal sobre el pecho,
y después de desesperezarse y bostezar un rato
yació suspirando como los demás.
A lomos de un delfín cada uno,
y sostenido por una aleta,
esos Inocentes reviven su muerte,
sus heridas se abren de nuevo.
Las aguas estáticas ríen, porque
sus gritos son melodiosos y extraños,
bailan con sus formas ancestrales
y los brutos delfines se sumergen
hasta que, en alguna bahía protegida por acantilados
en la que camina por el agua el coro de amor
ofreciendo sus sagradas coronas de laurel,
se desembarazan de sus fardos.
Delgada adolescencia que ha desnudado una ninfa,
Peleo contempla a Tetis.
Sus miembros son tan delicados como un párpado,
el amor lo ha cegado con lágrimas;
pero el vientre de Tetis escucha.
Por las paredes de la montaña
donde se halla la caverna de Pan
una música intolerable desciende.
Vil cabeza caprina, brazo brutal aparecen;
vientre, hombro, culo,
como de pez destellan; sátiros y ninfas
copulan en la espuma.