Un hombre que tenía seis heridas mortales,
violento y famoso, caminó entre los muertos;
asomaron ojos de las ramas y desaparecieron.
Luego ciertos Sudarios que hablaban entre ellos
vinieron y se fueron. Se apoyó él en un tronco
como para meditar sobre las heridas y la sangre.
Un Sudario que parecía tener autoridad
entre aquellas cosas pajariles vino, y dejó caer
un fardo de ropa. De dos en dos y tres en tres
vinieron arrastrándose porque el hombre estaba inmóvil.
Y entonces el que trajo la ropa dijo:
“Tu vida podría ser mucho más dulce si quisieras
obedecer nuestra antigua norma y hacer un sudario;
principalmente porque por lo que sólo nosotros sabemos
el ruido de esos brazos nos da miedo.
Enhebramos los ojos de las agujas, y todo cuanto hacemos
hemos de hacerlo juntos.” Dicho esto, el hombre
cogió el más próximo y se puso a coser.
“Ahora debemos cantar lo mejor que sepamos,
pero antes debes saber quiénes somos:
todos cobardes condenados, asesinados por parientes
o expulsados de casa y abandonados a morir de miedo.”
Cantaron, pero sin melodías ni palabras humanas,
aunque todo se hizo en común como antes;
habían cambiado sus gargantas y ahora eran gargantas de pájaros.
13 de enero de 1939