LA TORRE NEGRA

Di que a los hombres de la vieja torre negra,

aunque se alimenten igual que un cabrero,

gastado el dinero, agriado el vino,

no les falta nada que precise un soldado,

que a todos los obliga un juramento:

aquí no entran esos estandartes.

Allí en la tumba están los muertos de pie,

pero vienen de la costa los vientos:

tiemblan cuando rugen los vientos,

los viejos huesos en la montaña tiemblan.

Esos estandartes vienen a sobornar o a amenazar,

o a susurrar que es un loco

quien, olvidado su legítimo rey,

se ocupa de qué rey impone su mando.

Si hace mucho que murió,

¿por qué nos temes tanto?

Allí en la tumba cae la pálida luz de la luna,

pero vienen de la costa los vientos:

tiemblan cuando rugen los vientos,

los viejos huesos en la montaña tiemblan.

El viejo cocinero de la torre que debe subir a gatas

para coger pajaritos en el rocío de la mañana

cuando aún los hombretones dormitamos,

jura que oye el gran cuerno del rey,

pero es un perro mentiroso:

¡alerta estemos los obligados por un juramento!

Allí en la tumba la oscuridad se hace más negra,

pero vienen de la costa los vientos:

tiemblan cuando rugen los vientos,

los viejos huesos en la montaña tiemblan.