Jurad por lo que dijeron los Sabios
en derredor del Lago Mareotido
lo que la Bruja del Atlas sabía,
decía y hacía cantar a los gallos.
Jurad por esos caballeros, por esas mujeres
cuya forma y aspecto se muestran sobrehumanos
que esa compañía de pálidos rostros largos
que proclama una inmortalidad
ganó la compleción de sus pasiones;
ahora cabalgan la invernal aurora
donde el Ben Bulben marca la escena.
Esto es en esencia lo que significan.
Muchas veces el hombre vive y muere
entre sus dos eternidades,
la de la raza y la del alma,
y la antigua Irlanda conocía todo esto.
Ya muera en su cama el hombre
o por disparo de un rifle,
una breve despedida de los seres queridos
es lo peor que ha de temer.
Aunque largo es el esfuerzo de los sepultureros,
afiladas sus palas, fuertes sus músculos,
no hacen sino lanzar a sus enterrados
de nuevo a la mente humana.
Quienes oísteis la plegaria de Mitchel,
“¡Envíanos la guerra, Señor!”,
sabéis que cuando todas las palabras se han dicho
y un hombre lucha como loco
algo cae de ojos mucho tiempo ciegos,
y completa su mente parcial,
durante un instante se relaja,
ríe fuerte, en paz su corazón.
Hasta el hombre más sabio se tensa
con alguna clase de violencia
antes de que pueda cumplir su destino,
conocer su obra o elegir a su compañera.
Poeta y escultor, haced vuestro trabajo,
y que el pintor a la moda no eluda
lo que hicieron sus grandes antepasados,
llevad el alma del hombre a Dios,
haced que llene bien las cunas.
La medida inició nuestro poder:
formas que pensó un severo egipcio,
formas que modeló el más suave Fidias.
Miguel Ángel dejó una prueba
en el techo de la Capilla Sixtina,
donde un Adán aún no despierto
puede turbar a una señora que recorre el mundo
hasta que se le encienden las entrañas,
prueba de que existe un propósito
en la mente de quien trabaja en secreto:
la perfección profana de lo humano.
El Quattrocento puso en pintura
al fondo de un Dios o un santo
jardines donde el alma se relaja;
donde todo lo que encuentra el ojo,
flores, hierba y un cielo sin nubes,
semeja formas existentes, o lo parece
cuando despiertan los durmientes y todavía sueñan,
y cuando todo se ha desvanecido aún declara,
donde sólo hay una cama y su cabecero,
que se han abierto los Cielos.
Siguen girando las espirales;
cuando ese gran sueño se acabó,
Calvert y Wilson, Blake y Claude
dispusieron un descanso para el pueblo de Dios,
en expresión de Palmer, mas después
la confusión se abatió sobre nuestro pensamiento.
Poetas irlandeses, aprended vuestro oficio,
cantad todo lo que está bien hecho,
burlaos de los que ahora crecen
informes desde los pies a la cabeza,
sus corazones y cabezas sin memoria
vilmente nacidos de viles lechos.
Cantad a los labriegos, y después
a los tenaces caballeros campesinos,
la santidad de los monjes, y luego
la risa salaz de los bebedores de cerveza;
cantad a los señores y señoras alegres
que fueron sepultados en arcilla
a lo largo de siete siglos heroicos;
volved la mente a otros días
para que en días venideros podamos ser
aún el indómito pueblo irlandés.
Bajo la cima desnuda del Ben Bulben,
en el cementerio de Drumcliff, yace Yeats,
un antepasado suyo fue allí párroco
muchos años ha; cerca se alza una iglesia,
y una antigua cruz junto al camino.
Ni mármol ni una frase ya manida;
sobre piedra calcárea del lugar,
como él mandó está grabada esta frase:
Mira fríamente
la vida, la muerte.
¡Prosigue, jinete!
4 de septiembre de 1938